Capítulo V

Cicatrices

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«No es fácil ni importante volver al pasado y reabrir las cicatrices de allí. La única justificación es saber que ese conocimiento me va a ayudar a entender mejor el presente».

Paulo Coelho.


Castillo Mutsu, 6 años atrás…

Era otro de los tantos asedios contra el Clan Takeda. Kagura había cometido un error de cálculo que le costó una bofetada por parte de Naraku, en la que casi le vuela los dientes. Debido a ese error, el Clan Go-Hōjō estaba llegando antes de lo esperado a las puertas del castillo. El joven Comandante, Bankotsu, fue rápidamente notificado del ataque y, gracias a las buenas tácticas de guerra que siempre tenía previstas, logró contener con sus soldados el avance del enemigo hacia el castillo. No obstante, el Clan Go-Hōjō era uno de los clanes más poderosos de Japón y su artillería era contundente; por primera vez, los Takeda tenían las de perder.

La batalla llevaba un día entero. Bankotsu pensó que tenía que hacer algo para ganar ventaja o el número de sus soldados se reduciría a menos de la mitad, el Clan Go-Hōjō cruzaría la línea de defensa y entrarían al castillo. De ser así, los Takeda no tendrían escapatoria.

¡Jakotsu! Te quedas a cargo —dijo Bankotsu y envainó su katana.

¡¿Qué?! ¡¿Te vas ahora?!

Volveré enseguida y acabaré con esto de una vez por todas —respondió determinado el moreno y montó su caballo—. Cubre mi retirada —ordenó.

¡No! ¡Hermano…! ¡No bromees ahora! —exclamó casi en una súplica, aún sabiendo que este no bromeaba con cosas así.

¡Asegúrate de no morir hasta que regrese, Jakotsu! —gritó al iniciar el galope y se dirigió a toda velocidad hacia las puertas del castillo.

Bankotsu no se permitiría perder esa batalla, y no supo por qué, pero simplemente, tenía claro lo que debía hacer; «aquel» era el único modo de ganar esa contienda. Su pálpito interior lo condujo hacia esa arma que su padre guardaba tan celosamente.

Desde el momento en que esa alabarda ingresó por la puerta principal del castillo —cargada por tres hombres—, sus ojos se habían clavado en ella. Él solo tenía ocho años cuando eso ocurrió y en ese entonces, ya portaba una fina espada con él. Sus otros hermanos se habían acercado también a la conmoción del momento, los soldados que aplaudían a su padre y lo adulaban por la gran hazaña, gritaban eufóricos. El único que se acercó a tocar la alabarda y a apreciar ese llamativo filo, fue él, pero su padre no se lo permitió.

«—Ni siquiera lo pienses, Bankotsu. Eres solo un crío y no tienes permiso para tocar a Banryû —le había advertido su progenitor.

¿Banryû? —le había preguntado con ojos de asombro.

Sí. Así se llama esta alabarda. Le pertenecía a un imbécil; un traidor que no era digno de ella. —Su padre destellaba un característico brillo carmesí en sus ojos, ese que solo resplandecía cuando sus objetivos se cumplían a cabalidad.

—¿Quién era él, padre? —Tuvo la curiosidad de preguntar.

El daimyō del clan sur, Muso Higurashi. —Le había respondido su padre con una sonrisa malvada que marcaba su satisfacción ante tal triunfo.

¿Lo mataste?

¡¿Me estás preguntando algo tan absurdo, niño?! —Le había cuestionado enfadado su padre y esos ojos rojos profundizaron el carmesí tras esa pregunta— ¡Claro que lo hice, ingenuo!

Entonces Naraku alzó la voz para dirigirse a todos los presentes.

¡Escúchenme todos…! ¡Muso Higurashi y su Clan son unos malditos traidores! ¡Los soldados de Higurashi intentaron un golpe de estado, y yo, Naraku Takeda junto al ejército imperial, fui testigo de los hechos, protegí al emperador y corté la cabeza de Higurashi! ¡Esta alabarda, Banryû, es la prueba de justicia ante la traición y ahora me pertenece! ¡Encárguense de esparcir esta noticia por toda la región y más allá de las fronteras! ¡Escriban canciones con esta hazaña y marginen al Clan Higurashi de este lugar; ellos no son bienvenidos en las tierras del norte!»

Bankotsu, siendo solo un niño, admiró a Naraku por lograr la victoria ante la traición del nombrado individuo, sintió felicidad al comprender que su padre acabó con la vida de un hombre «desleal». También pensó que en ese momento su padre quería protegerlo del filo letal que la espada poseía y que por esa razón, no dejó que la tocara, pero con el pasar de los años, veía que la alabarda continuaba en el mismo muro donde su progenitor decidió colocarla como un trofeo; nunca la sacaba. Pese a que las batallas sucedían constantemente —a veces, una tras otra—, este nunca consideraba poner a Banryû en acción y, cada vez que Bankotsu le insinuaba que la llevara a una batalla, recibía un rotundo no como respuesta y él, no entendía por qué existía ese recelo.

Sin embargo, ya era casi un adulto, tenía 17 años, y estaba convencido de que era momento de blandir esa arma, la necesitaba para acabar con el asedio de los Hōjō y estaba seguro de poder hacerlo con la ayuda de Banryû, por grande que esta fuera, se sentía capaz. No le importaba si su padre lo autorizaba o no, simplemente, él cumpliría con su trabajo como Comandante del Clan. Así que, a zancadas, bañado en sangre enemiga, con el ceño fruncido y una mueca de repugnancia que se dibujaba en su rostro cada vez que veía la tranquilidad de su padre en una crítica situación —mientras él y los soldados se rompían el lomo para protegerlo—; entró al despacho.

Naraku estaba escribiendo sobre un papel, pero debido a la abrupta interrupción de su hijo, dejó de hacerlo y alzó la cabeza; un enfurecido Bankotsu estaba frente a él, mirándolo con odio.

Sí. Lo odiaba. Bankotsu odiaba que su padre fuera un maldito cobarde, le irritaba sobremanera que apareciera cuando las batallas ya estaban ganadas, o cuando su hermanastra, Kagura, ya tenía todo tejido como una araña nocturna para que él, solo diera un último golpe y derrotara de manera sucia al enemigo.

¿Qué quieres, Bankotsu? Me interrumpes —dijo con esa voz calma que mostraba absoluto control de todo.

¡Que saques esa maldita alabarda de ahí! —estiró su brazo izquierdo hacia el lado y la apuntó con su dedo índice— ¡Y me la des para combatir con ella!

Ya te he dicho que no, infinidad de veces. Ha pasado un año desde la última vez que me lo pediste y la respuesta sigue y seguirá siendo la misma. Creí que entre mis hijos, eras el menos imbécil, pero parece que me equivoqué.

¡Estamos perdiendo esta batalla contra el maldito Clan Hōjō y sé que con esa arma puedo vencerlos!

Se hizo un silencio en el que Naraku procesó las palabras de su hijo y enseguida respondió:

Aún así, no.

¡Maldición! ¡¿Qué parte de «tu trasero peligra», no entiendes?! Y... ¡¿qué tiene esa alabarda que no me dejas tocarla?!

Sé que puedes manejar la situación, Bankotsu, si no, ¿para qué demonios eres el Comandante? —respondió el daimyō evadiendo la pregunta de su hijo menor—. Haz tu trabajo y guía a los soldados a la victoria. Es todo, ya te puedes ir.

«¡Mierda! No tengo tiempo para discutir con el imbécil de mi padre», pensó irritado por la absurda conducta de su progenitor.

Entonces, un ruido amortiguado por el tatami del salón se oyó cuando la katana ensangrentada de Bankotsu cayó al suelo, enseguida el joven Comandante dio unos pasos hacia el muro donde estaba la alabarda...

»—Los actos de rebeldía traen consecuencias, Bankotsu, piensa bien lo que harás —advirtió el daimyō clavando el carmesí de sus ojos en los movimientos de su temerario hijo menor. Este lo ignoró y continuó decidido en su actuar. Naraku resopló con sarcasmo.

»—Ingenuo… No podrás levan…

Y Bankotsu la sacó; la alzó cual pluma de ave fuese.

Las palabras de Naraku se difuminaron incompletas en su garganta, mientras los ojos casi se le escapaban de sus cuencas por lo atónito que estaba. No podía creerlo. ¡¿Cómo demonios era eso posible?! ¿Cómo su hijo de diecisiete años podía tener semejante fuerza para alzar esa pesada arma sin ninguna complicación? ¿Cómo si ni él mismo pudo hacerlo? Sin embargo, el maldito de Muso Higurashi, también la alzaba con esa misma agilidad, ¡¿qué mierda pasaba?! ¿Qué significado tenía eso?

Bankotsu cargó la alabarda sobre su hombro y clavándole una mirada de desafío a su padre, sin decir una sola palabra, se la llevó. Naraku arrugó el papel sobre el cual estaba escribiendo.

¿Qué demonios te crees, Bankotsu? ¿Piensas que por ser mi hijo puedes desafiarme de este modo...? —siseó enfurecido el daimyō en la soledad de su despacho apretando los puños—. Esto lo vas a pagar con sangre; no volverás a pasar nunca más sobre mi autoridad. No permití que el inútil de Renkotsu se revelara contra mí, menos dejaré que tú lo hagas. —Golpeó la mesa con el costado de sus puños—. ¡Malditos hijos!, ¡malnacidos! Son capaces de revelarse o asesinar a su propio padre con tal de tener poder. No lo permitiré. Tendré que darte una lección, Bankotsu, una que deje tanta marca en ti, que te hará recordar tu error por el resto de tu vida...


La extensa revisión del armamento y una larga reunión de estrategias militares finalizó. La hora del perro se cumplía y pronto iba a oscurecer. El joven daimyō fue el primero en abandonar las trincheras; caminó por los patios de su castillo, desde el sector Hon maru, donde se hallaban las torres principales y sus íntimas dependencias, se dirigió hacia el área San no maru, donde se hallaba gran parte de la servidumbre y también la habitación de cuidados.

Tenía el deber —como daimyō—, de comunicarle a su nueva soldado el ingreso a sus filas. Si bien, aquello era algo que podía aplazarse hasta cuando ella se recuperara por completo y asistiera a la primera reunión de guerreros; él no quiso esperar.

Ingresó —esta vez anunciando su llegada— a la habitación de cuidados. Su nueva guerrera se hallaba boca abajo en el futón, dormida, a medio tapar y con las vendas expuestas. Observó que la mujer rubia preparaba la iluminación del lugar, encendiendo algunas velas sobre un aparador. Mientras que Tsubaki acomodaba trastes con restos de comida sobre una bandeja. Enseguida esta se acercó al joven daimyō para informarle las novedades.

—Señor —habló en voz baja la sacerdotisa—. Ella no quiso tomarse el sedante, dijo que no era necesario. Insistí, pero… —entornó los ojos— es bastante terca.

—Está bien, no se lo des —autorizó sin darle vueltas al asunto.

—Como usted diga, señor. Iré a dejar esto —anunció refiriéndose a la bandeja—. Pronto le traerán un yukata limpio a la señorita; la medicina traspasó la tela, así que le pasaremos otro para que duerma cómoda esta noche.

Bankotsu asintió y enseguida se acercó unos pasos hacia la tarima donde estaba acostada Kagome. Se quedó parado ahí, observando la tranquilidad de esta al dormir.

Ime esperó que Tsubaki abandonara la habitación, encendió la última vela y se volteó para ver la figura del imponente moreno.

—Es una mujer admirable, ¿no? —comentó la rubia y sopló suavemente la varilla con la que encendió las velas.

Bankotsu la miró con un semblante serio hacia el lado y ella, se acercó lenta y cadenciosa por el costado de este.

»—Hubo una vez una mujer que se unió a un Clan solo para robar el poder de su daimyō —comenzó a relatar la rubia—. La mujer se ganó la confianza del hombre y luego, cuando vio una oportunidad, lo envenenó. Se quedó con todas sus riquezas y el poder de su feudo. —Ime rodeó a Bankotsu por la espalda y se acercó a él por el otro costado, mientras este seguía en silencio— Usted es un gran guerrero, mi señor —habló nuevamente con una suave voz que evidenciaba persuasión—. Jamás ha perdido una batalla… los soldados lo admiran por eso —posó sus dedos sobre el brazo derecho del moreno, los deslizó muy lentamente hacia arriba, por la tela de la manga, y continuó diciendo—: Ella me recuerda mucho a aquella historia, pues casi entró aquí a la fuerza. Algunos la han alabado por su destreza mientras que otros, dicen que ella puede ser un mal augurio para su Clan.

Cuando sus dedos llegaron al hombro del daimyō posó su palma completa y comenzó a deslizar su mano hacia el pecho de este en una caricia sugerente, pero repentinamente, Ime, sintió el apretón en su muñeca, tan brusco, que la obligó a detener su incursión. Alzó la vista y la profunda mirada azul del moreno se clavó en sus verdes ojos sin una sola muestra de que él quisiese seguirle aquel juego.

—No soy un gran guerrero. Soy el mejor —espetó con marcada molestia el daimyō— Y si vuelvo a oír semejante ridiculez a quién sea —acercó su rostro con semblante de fastidio hacia el de Ime—, esa persona recibirá un castigo peor al que tuvo ella —dijo apuntando a Kagome—. Si estás tan bien informada, estoy seguro de que sabes cuál fue ese castigo —insinuó Bankotsu con la mirada sombría.

La mujer sintió que el apretón en su muñeca comenzaba a doler y advirtió de inmediato que había hecho enfadar a su terrateniente.

—Lo-lo siento, mi señor, yo… yo solo quería...

—Déjame a solas con ella. —La cortó en seco. Y sin delicadeza le soltó la mano a la mujer.

Ime salió rápidamente de la habitación y Bankotsu quedó solo con Kagome. Se acercó y se sentó junto a ella, en el largo peldaño anterior a la tarima.

Su mirada recorrió la espalda de la azabache, las sábanas le llegaban a las caderas, justo a la altura en que él se acomodó. Las vendas envueltas en el cuerpo estaban empapadas con el ungüento verdoso que cubría las heridas. Sus azulinos y curiosos ojos observaron la piel alba de Kagome y se detuvieron en la cicatriz que esta tenía en la superficie posterior del brazo izquierdo. Recordó haberla visto por delante de este, cuando sus hombres le quitaron la ropa en el patio de castigo; no parecía ser tan grande, sin embargo, ahora que la veía desde el ángulo contrario, descubrió que la lesión llegaba hasta el codo.

«Fue una gran cortada», pensó para sí mismo.

Se preguntaba cómo pudo ser ese momento. La imaginó herida, sangrando… la idea era muy clara en su mente, pues ya la había visto hacer muecas de dolor antes, aunque ella trató de mantenerse firme ante su castigo, pero él, no le había quitado los ojos de encima en ningún momento y ese rostro se quedó grabado en su retina. Solo pensarlo, hacía que se sintiera un maldito y la verdad, ya estaba hastiado de sentirse así. Sacudió la cabeza y decidió simplemente dejar de cuestionarse lo sucedido. Estaba seguro que no podía ser tan difícil olvidar todo el asunto; lo hecho; hecho estaba y al final de cuentas, ella buscó llegar hasta esa situación.

Sí… Ella era responsable de su castigo.

Mientras pensaba en eso, unas irrefrenables ganas por tocar aquella cicatriz emergieron de la nada y amenazaban con desbaratar sus impulsos; acercó sus dedos a esta pero se detuvo antes de tocarla.

¿Por qué demonios quería hacer eso? Fue el cuestionamiento que de pronto se presentó en su cabeza y, ¿cuál era la finalidad de quedarse ahí, si ella estaba durmiendo? ¿Acaso la iba a despertar para discutir las condiciones de su puesto en el Clan? Era lógico que, si ella estaba durmiendo, aquella charla se postergaba.

¿Le iba a preguntar cómo estaba? No, ¡ni que fuera un imbécil! La respuesta respecto a su estado era evidente; de seguro ella estaba adolorida, sin mencionar que además, su piel quedaría marcada de por vida, y aunado a eso, la mujer tenía el orgullo aplastado, entonces, ¿por qué demonios, él, no se iba a terminar sus deberes y la dejaba descansar? Era consciente de su absurdo comportamiento. Pero lo más ridículo, era que no hacía algo al respecto para volver a su conducta habitual y seguía ahí, con el dedo casi rozando la clara piel de ella…

Y la tocó.

Sin dar respuesta a ninguno de sus anteriores cuestionamientos, dejó que sus impulsos fluyeran como de costumbre, porque jamás se contenía, cuando Bankotsu deseaba hacer u obtener algo, él no se reprimía. Posó la yema de sus dedos sobre la cicatriz. Desde el codo los deslizó suave y parsimoniosamente hacia arriba, sintiendo en estos, la particular textura del relieve. No pudo evitar recordar cuando la vio esa mañana en el ofuro y tragó saliva consciente de que haberla visto ahí le produjo sentimientos y sensaciones contrariadas.

La antigua lesión daba un leve giro en espiral hacia la parte frontal del brazo —la que él vio en el patio de castigo—; continuó ese recorrido, pero antes de llegar al otro extremo de la cicatriz, el repentino movimiento de la mujer —dueña de esa marca—, interrumpió la curiosa incursión del moreno. Kagome se incorporó rápidamente en el futón dando un quejido de dolor por el brusco movimiento que hizo.

—Qué… ¡¿Qué está haciendo?! —cuestionó alterada y algo descolocada al darse cuenta que él estaba tocando su brazo.

Sin moverse del largo peldaño donde se sentó; Bankotsu la miró sin un ápice de escrúpulos en su rostro por verse descubierto en dicha acción.

—¿La vida no te ha tratado bien o siempre estás atentando contra ella? —inquirió el daimyō con calma alzando una ceja.

—¿Qué? —volvió a cuestionar descolocada.

—Tus cicatrices… son amplias —respondió—. Aquella... —le indicó con su dedo índice la cicatriz que antes estaba tocando— Y la que tienes aquí… —Dirigió su mano a la costilla de ella, donde recordaba haber visto otra cicatriz el día anterior, solo que ahora, aquella estaba cubierta por la venda. Pero Kagome abalanzó su cuerpo hacia atrás y detuvo la mano de Bankotsu con la suya para evitar que este la tocara, entonces lo miró con el ceño fruncido.

—¿Acaso sus batallas no le dejan cicatrices? —inquirió molesta por el atrevimiento del moreno.

«¿Es que este hombre no tiene límites en su actuar? ¿Cree que puede tocar todo lo que está frente a él? ¡No tiene respeto por nada!» Pensó la Capitán.

—No. En realidad suelo ser menos patético que tú cuando me enfrento en un combate —respondió y se cruzó de brazos con una sonrisa de medio lado por el rechazo que ella acababa de hacerle.

—¿Dice que soy patética? —cuestionó incrédula.

—Tú lo dijiste... antes de desplomarte en mis brazos, ¿no lo recuerdas? —inquirió con astucia inclinando levemente su cabeza hacia adelante.

¡Sí!, ¡se acababa de acordar!

«Creo que no fui tan patética», le había dicho después de pelear con los soldados, antes de irse a negro.

—Como sea —respondió con el ceño fruncido—. No existe guerrero que no lleve la cicatriz de una espada o cualquier arma enemiga, y eso, no me hace patética; las cicatrices son la historia de cada batalla —respondió con seriedad.

—Pues yo no tengo ese tipo de cicatrices y, sin embargo, tengo grandes historias —comentó el moreno. Su interlocutora lo miraba incrédula y él, jactancioso agregó—: Aún no se ha forjado la espada que pueda marcarme de ese modo.

Kagome sintió que el ego de Bankotsu le daba una patada en el estómago, lo de «arrogante» lo tenía bien puesto. Lo miró con seriedad alzando una ceja.

—Tal vez, solo no se ha topado con esa espada —respondió con suspicacia, y agregó—: A menos que usted se crea un ser inmortal o algo parecido, sin embargo, la cruz en su frente —la señaló casi tocándola con su dedo índice—, revela que no es inmune a las cicatrices, ¿verdad?

Y los azulinos ojos casi se le escapan de impacto. Su rostro se ensombreció y el buen humor que tenía acababa de irse al soberano carajo. ¿Por qué demonios ella lo desestabilizaba tan fácilmente? ¡Maldita sea!

Kagome notó el cambio en el semblante del moreno, pero no se contuvo en querer bajarle los aires de «divina grandeza», y continuó:

»—Acaso esa cicatriz, ¿no es producto del filo de un arma? —inquirió ella recordando lo que Renkotsu le dijo en la cantina: «… un "regalo" de su padre».

«¡¿Cómo se atreve?!» Cuestionó Bankotsu para sus adentros y sintió que sus orejas se calentaban al son de su temperamento.

Esa cicatriz era su maldito némesis. Cada que veía su reflejo en cualquier lugar, recordaba cuando terminó en uno de los fosos de armamentos del patio Ni no maru siendo golpeados por un trío de sucios ninjas que trabajaban para Naraku, y este se quedó a observar mientras reía. Cuando los ninjas acabaron por quitarle hasta el aire de los pulmones, su propio padre se acercó y lo marcó. Aún sentía esa sensación en su frente; ese horrible dolor que producía el filo de la daga al rasgar su piel, la sangre tibia cayendo en hileras por su rostro... Aún veía frente a él, el intenso carmesí en los ojos de su padre, llenos de maldad al hacerlo pagar por su rebeldía. Por eso él no gritó. No le dio en el gusto al desgraciado. Jamás iba a olvidar lo sucedido. Pero no se arrepentía de nada. Porque gracias a esa arma él, pudo salvarse y salvar a todos de una derrota, aunque a último minuto haya aparecido un grupo de ninjas de Naraku a matar al daimyō que los atacó llevándose todo el crédito. Solo ahí, él comprendió la maldita tranquilidad de Naraku ante el asedio repentino, pues siempre salía con algún truco sucio; más no lo justificó. Y aunque nadie le dio las gracias y por el contrario recibió una paliza, esa batalla campal la ganó él y solo fue posible por su increíble conexión con Banryû.

Muchos sabían de aquella marca, pero nadie se atrevía a decir algo al respecto, pues cuando Bankotsu aún era el Comandante del Clan, en medio de una reunión de soldados, casi asesinó al único hombre que quiso hacer un comentario respecto a los hechos. Desde entonces, nunca más alguien insistió en tocar el tema. Y ahora, esta mujer, así sin más, lo mencionaba con natural soltura.

Quiso apretarle el pescuezo por su osadía, sin embargo, no debía olvidar que él, se había atrevido a tocarle su cicatriz mientras dormía y, eso también a ella le había molestado, así que prácticamente, estaban a mano.

—Eso no es de tu incumbencia —respondió con tono seco y molesto, con su mano apartó de enfrente el dedo de Kagome que lo seguía apuntando, se puso de pie y la miró molesto—. Solo vine por algo puntual, Kagome de Ezochi. Pese a tus faltas, perdoné tu imprudencia y acogí tu petición… ahora estás en mis filas.

—Supongo que me salvó la vida porque luché por ella y demostré mi valía. Y no, porque usted sea un hombre benevolente —inquirió.

—Puedes pensar lo que quieras —espetó con su mirada afilada—. Pero finalmente, fui yo quien salvó tu delicado pellejo.

—Ah… ya veo, espera que le de las gracias —dijo reacia y con seriedad.

Estaba loco si esperaba que lo hiciera, ¡no se las iba a dar! No después de todo lo que pasó.

—Mfh… —resopló— No espero eso de ti, pero creo que ya olvidaste lo que te aclaré en el calabozo.

—Me dijo muchas cosas en ese momento, lamento no recordar toda la conversación —mencionó lo último con sutil sarcasmo.

—Te dije… que todo lo que hay en este castillo es de mi propiedad. Te dije, que tu vida me pertenece, y comprobé mis palabras deteniendo esas espadas con mi alabarda para que no te asesinaran —anunció con el orgullo por los aires al haberle restregado en el rostro esa repentina ocurrencia; dos segundos después se sintió un imbécil e inmaduro. Sin embargo, se dio cuenta que molestarla a ella, era algo que comenzaba a fascinarle.

Sí… disfrutaba verla fruncir el ceño cada vez que él la descolocaba. Justo como ahora, en que su rostro era poético.

—Vaya, que impresionante… —comentó alzando ambas cejas—. No conocía los caprichos que podía tener un daimyō, hasta ahora. —Bankotsu achicó los ojos. Kagome continuó—: Entonces agradezco a los dioses por plantar esa idea en usted… mi señor.

No sabía si mostrarse serio o sonreír, pues estúpidamente, sintió que extrañaba ese «mi señor» de ella, con esa habitual cordialidad forzada que él, no se tragaba ni con aceite. Optó por reprimir la sonrisa y mantuvo su ceño fruncido.

—Ahora que eres mi soldado, estás bajo mi completa potestad, así que, ve comportándote y, controla tu ímpetu, porque yo, no doy segundas oportunidades —espetó—. Eres una guerrera, digamos… aceptable —mencionó con una mueca de indiferencia y desinterés, bajando el perfil de la evidente destreza que ella poseía—. solo por eso acogí tu solicitud de entrar a mis filas… por ahora, es lo único que puedo valorar de ti.

¡Agh!... Se tenía que morder la lengua. ¡Estúpido arrogante! ¡Y no le podía contestar como ella quería! Porque a parte de querer darle una merecida bofetada; le hubiese enrostrado que todo lo que le pasó fue por ese estúpido pensamiento de superioridad que ellos tenían ante su género, por no aceptarla de inmediato es que tuvo que dejar el aliento para sobrevivir y, ahora él, ¿se jactaba, descaradamente, de que solo fue un gustito que se dio para demostrarle que él era dueño de su vida? ¡Ja! ¡Engreído! ¡¿Estaba loco?! El crédito de sobrevivir claramente le correspondía más a ella que a él con su estúpido capricho. De no haber sido una mujer físicamente preparada, hubiese muerto sin poder defenderse. No obstante, ahora que había conseguido estar dentro del maldito Clan, no le quedaba más opción que atenerse a las consecuencias —por ahora—, tendría que acatar las órdenes del menor de los Takeda.

—Como usted diga, mi señor —respondió haciendo una leve reverencia con su cabeza.

Bankotsu se sorprendió disimuladamente, pues pensó que ella seguiría discutiendo con él. Pero no.

—Bien —respondió altivo.

En ese momento, la mujer de corta melena castaña, ingresó a la habitación. Se sorprendió al ver por segunda vez en ese día al terrateniente ahí. Pues lo cierto era, que muy rara vez Bankotsu aparecía por el sector san no maru y específicamente en esa habitación. Solo al señor Jakotsu lo visitó un par de veces cuando fue gravemente herido, pero por los demás, jamás dio muestras de preocupación y menos, exigió tanto respecto a los cuidados. Rápidamente hizo una reverencia.

—Mi señor… buenas tardes —saludó la joven mujer. Bankotsu se apartó de la tarima con completa calma y miró a la joven de melena— lamento interrumpir, no pensé que vendría nuevamente aquí.

—¿Nuevamente? —cuestionó Kagome confundida.

Bankotsu miró a Kagome y le dijo:

—Sí. Vine esta mañana, pero te estaban dando un baño.

—¡¿Qué?! —exclamó la Capitán, abrió los ojos espantada y dirigió su mirada a Yuka, quién estaba tapando su boca, porque se le había escapado ese pequeño, pero significativo detalle.

—Señorita Kagome, le traje un yukata limpio —habló nerviosa intentando desviar el asunto—. Lo dejaré aquí y saldré de inmediato.

—¡Yuka! —exclamó Kagome desde el futón—. Dijiste que fueron cuidadosas, ¡¿lo dejaste entrar?!

—Etto… es que…

—Ella no decide si puedo entrar o no, a un lugar —aclaró el daimyō interrumpiendo a Yuka—. Sea cual sea —agregó.

—¡Pero hay algo que se llama privacidad y respeto! ¡Palabras que al parecer, aquí no se conocen! —exclamó Kagome más que molesta. Su rostro se coloreó y sintió el ardor en sus mejillas.

—Oye… no es necesario que hagas un escándalo, tampoco es que haya visto algo interesante.

—¡¿Qué dijiste?! —exclamó olvidándose de la formalidad. La rabia que sintió la impulsó a tratar de ponerse de pie, no sabía si para golpearlo o qué, pero le dolía todo y se quejó en el intento.

La cara de Yuka era un papel en blanco. Primero se había ido de lenguas; no quería pensar en el castigo de Tsubaki cuando esta se enterara y segundo, era la primera persona ajena a la familia Takeda que veía faltarle el respeto al terrateniente hablándole de manera informal; temió por ella y por que la volvieran a castigar debido a su error.

Bankotsu vio a Kagome esforzarse por ponerse de pie y se acercó para detenerla poniendo su mano en el hombro de esta. Ella se agarró firme del brazo de él y lo miró con odio. Lo iba a abofetear. Yuka inhaló profundo todo el aire de la habitación y se tapó los ojos, ahora sí; esa chica iba a morir por su atrevimiento, pero Bankotsu detuvo la mano de Kagome antes de que esta impactara con su mejilla.

—Hey… cálmate. El agua y las hierbas te cubrían por completo… no vi nada que tú no quieras mostrarme —aclaró con voz suave mirándola fijamente—. Me refería a que, en caso contrario, es claro que sí, habría sido interesante.

Kagome temblaba de ira con la mano sujetada por él. Y él pese a tener el semblante serio, estaba en completa calma. De pronto, cayó en cuenta que por su arrebato, casi hecha todo a perder y se sintió una tonta ¡Bankotsu era un descarado! La hizo sentir vulnerable. ¡¿Cómo se atrevió a verla cuando la bañaron?! ¡Agh! Se avergonzaba y se airaba de solo imaginarlo. Su rostro era un verdadero tomate y lo era aún más después de lo último que él dijo. Intentó soltar su mano del agarre, pero Bankotsu no lo permitió.

»—Deja de esforzarte, solo vas a lastimarte más y yo… necesito que te recuperes pronto —dijo y enseguida le soltó suavemente la muñeca.

Su mirada azul se había ablandado y en consecuencia, ella ablandó la suya también. Se sorprendió de que él le hablara con tanta… comprensión.

Por el costado del rostro del daimyō, Kagome vio que Yuka, se estaba retirando lentamente de la habitación.

—¡Yuka! —exclamó con urgencia—. No tienes que irte —devolvió su mirada castaña a los azules ojos del moreno daimyō y dijo—: El señor Bankotsu ya me dio toda la información respecto a mi posición aquí y me dejó claro cómo debo actuar de ahora en adelante. —No pudo evitar dedicarle una mirada sagaz mientras decía sus palabras— Así que, mi señor, iba de salida.

La formalidad volvía; ella se había calmado, pero… ¿lo estaba corriendo de la habitación? ¿Desde cuándo una mujer lo apartaba? ¿No le quedó claro acaso que él, ahí, era dueño y señor de todo? Él podía ir y venir a su antojo ¿Podía ser tan terca?

Iba a contradecirle sus palabras, porque no se iría de ahí hasta que él lo decidiera y no cuando ella lo dijera. Pero un soldado se anunció fuera de la habitación y los tres presentes pusieron su atención en la voz de hombre.

—No dejes que entre —advirtió de inmediato Bankotsu con bastante énfasis. Yuka asintió obediente y rápidamente fue a ver qué sucedía.

Mientras la mujer atendía al soldado, Bankotsu tomó el yukata que la castaña dejó en el aparador, dio dos pasos hacia la tarima y se lo ofreció a Kagome.

—Ten, ella dijo que esto era para ti.

La Capitán se quedó mirando la prenda, incrédula por la repentina amabilidad del terrateniente. Dirigió su mirada confundida hacia él y descolocada, recibió el yukata, mientras se miraban en silencio, sin comprender cuáles eran las pretensiones de cada uno.

Yuka habló:

—Mi señor, el soldado dice que un mensajero de la provincia de Tosa lo espera en el salón principal, trae una carta para usted.

La tensión se hizo presente en todo su cuerpo al oír aquello. ¿Escuchó bien? ¿Un mensajero de Tosa? ¿Quién era? ¿Sango? ¿Kohaku? ¿Qué rayos hacían ahí? ¿Qué tenían que decirle a Bankotsu Takeda? ¿Acaso él tenía pendientes con Midoriko y ella lo desconocía? ¿Sango la descubrió?

—Iré enseguida —respondió el terrateniente.

Inmediatamente, la Capitán gobernó su impresión para que nadie notara su preocupación.

»—Kagome. —Le habló Bankotsu y con su rostro serio dijo—: No hagas que me arrepienta.

La aludida, a quien el corazón le palpitaba veloz por la misteriosa carta de su Clan, no respondió, y solo mantuvo su mirada seria mientras veía que Bankotsu abandonaba la habitación.

Continuará…


N/A: ¡Hola cariñitos! Espero que esta Navidad haya llenado sus corazones de amor y alegría. Y que hayan tenido un buen recibimiento de este año 2022. El cual deseo sea excelente para todos. Y bueno, parto con esta actualización, espero les haya gustado y se haya entendido la línea de tiempo en la primera escena.

Dato cultural

En el horario japonés de aquella época, de 19:00 a 21:00 h Hora del Perro: Como comienza a oscurecer el día, los perros empiezan a cuidar de la casa.

El Clan Hōjō existió en el período Kamakura finalizando su poder en 1333. Sin embargo, en el período Sengoku, se formó uno de los clanes más poderosos de Japón llamado Go-Hōjō o Hōjo tardío que fue derrocado en 1590. Pero es al cual yo me referí en este capítulo.

Uno de los aspectos a considerar en el momento de planificar la construcción de un castillo era saber cómo los patios ayudarían en la defensa de la fortificación, basándose además, en la topografía del lugar. El área central era la sección más importante en el aspecto defensivo, y se denominaba Hon maru, era la ciudadela interior. En este se localizaban los edificios residenciales para el uso del daimyō. El segundo patio se denominaba Ni no maru y el tercero San no maru.

Según la ubicación del Hon maru, el castillo que designé para los Takeda sería de estilo «Renkaku»: El Hon maru se ubica en el centro, con los Ni no maru y San no maru a los lados; subiré imagen de esto a mi página.

-Fin del dato cultural-


Mil gracias por continuar leyendo este fic, Gracias por sus bellos reviews: GabyJA, paulayjoaqui, Tere-Chan19, gracias por los mensajes que me han llegado a la página de Facebook.

A las hermosas personas de Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma, millones de gracias por siempre publicar las actualizaciones. Y estar pendientes.

Queridos guest:

Lita Mar: gracias por continuar aquí, bella. Bueno, Banky no tiene odio hacia ella que le impida sentir algo más, eso por ahora. Sin embargo , Kag trae resentimiento en su corazón y eso le impide pensar siquiera en sentir algún tipo de atracción, también por ahora :3

manu: Holaaa :) me hace feliz saber que tienes tus proyectos, y no te preocupes que tú eres libre de escribir como a ti te parezca. Mientras a ti te guste, todo bien. Así que, ¡ánimo y dale con todo!

Rodríguez Fuentes: ¡Holaa! ¡Aahh! Qué emoción que te haya gustado el capítulo… tranquila, intenta leer cuando estés en calma, así le vas tomando más asunto jajaj pero me alegra que esté esa intriga en ti. Así se que voy bien encaminada. Y cuando estalle la bomba… uff la tengo difícil, recordemos que Bankotsu si hay algo que odia es la deslealtad. Muchas gracias por seguir leyendo :3

A mi Yuricita, gracias siempre por tu ayuda amiga, eres maravillosa, te amodoro.

¡FELIZ 2022!

Abrazos.

~Phanyzu~