Capítulo VI

Conjeturas

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«Tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error».

Edgar Allan Poe.


Valle de Okehazama, Provincia de Owari.

La luna se cubrió de tupidas nubes negras y pronto, un gran relámpago partió los cielos liberando una lluvia torrencial que comenzó a abatirse sobre la tierra de Owari. Bankotsu pensó que, los mismos dioses en los que no creía le estaban sonriendo en ese momento al obsequiarle un escenario tan favorable, pues con un clima así, de seguro el ejército enemigo se hallaría con la guardia baja; no se esperaría un ataque. Así que, aprovechando el ruido de la tempestad y el calor tórrido del comienzo de verano, los soldados del clan Takeda avanzaron entre la boscosa colina que daba amplia vista hacia el valle de Okehazama; lugar en donde el enemigo se hallaba descansando con un numeroso ejército, a solo doscientos metros desde los pies de aquella colina. Bankotsu ordenó que se ocultaran ahí y se alistaran para atacar.

Tomando posición a un costado de un árbol, Kagome pensó: «No puedo creer que por esa bendita carta terminé corriendo este riesgo ¡Esto es una locura! Bankotsu tiene demasiada confianza en sí mismo. Llega a ser… espantoso».

Repentinamente su pie derecho se hundió en el lodo…

«¡Diablos!» Se quejó en silencio.

—¡Kagome! ¡Cuidado! —exclamó Bankotsu expandiendo sus ojos y, sus pupilas se hicieron un punto debido al espanto que sintió.

En sincronización con aquella exclamación, los reflejos de Kagome fueron lo suficientemente rápidos; actuó en el instante en que notó cuando una pequeña porción de tierra lodosa se desmoronó abruptamente bajo sus zapatos. La tierra suelta rodó por la quebrada de la colina y, Kagome alcanzó a sujetarse de una tierna rama del árbol. Con un pie en el aire y el otro aún pisando la tierra firme, se quedó quieta, sin respirar, aferrándose con todas sus fuerzas a la salvadora rama. Miró hacía abajo, tragó duro y con el corazón en la boca, pensó: «¡Dios…! Eso… fue muy repentino».

Suerte que la rama no se quebró considerando el desfavorable peso de su armadura.

—Estoy… estoy bien —dijo intentando parecer segura de sus palabras—. No hagamos ruido —añadió.

Una vez que puso sus dos pies sobre la lodosa tierra y se sintió segura, soltó la rama del árbol y se acomodó la aparatosa armadura que protegía su cuerpo bajo la mirada preocupada de Bankotsu, a quien después de aquel susto pareció invadirlo el instinto protector e inmediatamente, con su alabarda sobre el hombro, caminó varios pasos hacia ella. Puso extremo cuidado de no generar tanto alboroto para no alertar al enemigo.

—Kagome —le habló el moreno en voz baja y enseguida le ofreció su mano para que ella la sujetara—. Ven, estás muy cerca de la orilla. Ya viste que la tierra está resbalosa, así que, ocúltate junto a mí —Su tono fue suave y sincero. Pero su rostro empapado por la lluvia, mostraba determinación.

—No es necesario, estaré bien. Tendré más cuidado.

—Si te caes, quedarás en la línea enemiga y, no pretendo bajar aún —insistió él.

Su mano continuaba extendida hacia su único soldado de género femenino —sin contar a Jakotsu, que intentaba serlo también—, esperando que ella la tomara.

Ese tono y esa mirada de notoria preocupación que usó Bankotsu, la hizo sentir incómoda. Aclaró sutilmente su garganta y respondió con seguridad:

—Dije que estoy bien.

—Y yo dije que vinieras —replicó él. Y poniendo mayor firmeza en su voz, agregó—: Lo que acaba de pasar fue muy peligroso y, no puedo permitir errores en este momento, ¿lo comprendes?

Kagome no se movió de su lugar y lo miró dubitativa. Bankotsu tensó su mandíbula considerando que ese no era el momento para comenzar a trabajar su jodida paciencia, pues ella se comportaba demasiado renuente con él, y eso le irritaba sobremanera. La miró con el ceño fruncido y le tomó la muñeca derecha a la fuerza. Ella jaló hacia atrás, pero él no se lo permitió.

Ambos fruncieron el ceño a la vez, desafiantes el uno con el otro...

Una corta distancia entre sus empapados rostros separaba sus orgullosas miradas; aquellos ojos que lucían un oscuro canela destellaban obstinación y controversia ante él, no obstante, después de tantas veces en que ambos se habían fulminado con sus pupilas, Bankotsu creía poder leer —hasta cierto punto— en los ojos de Kagome y en ese momento, pudo percibir su nerviosismo a través de estos. No sabía si por lo ocurrido hace breves instantes o, si era por aquella cercanía que se suscitó entre los dos en los días anteriores, pero lo cierto era que, ese pequeño margen de duda, esa pequeña probabilidad de que solo él fuera el causante de ese nerviosismo en ella, lo hizo tambalear y tragar saliva con dificultad. Luego se recuperó de sus imprecisos pensamientos y dio un paso hacia atrás, sin apartar su azulina mirada de aquellas preciosas orbes castañas; sin soltarla y dando otro paso hacia atrás, la condujo hacia su cuerpo para ponerla en tierra segura, pero repentinamente, el peso de ambos hizo ceder otra gran porción de tierra bajo los pies. Bankotsu apretó más la muñeca de Kagome, pensó en jalarla fuerte hacia atrás y dar un salto, pero vio que la tierra cedía más y más… la caída era inminente.

No lo pensó dos veces y se lanzó de frente contra el cuerpo de Kagome para envolverla por la cintura con su mano libre. Bankotsu dejó que la gravedad ejerciera su potestad sobre ellos y, juntos cayeron.

—¡Señor!

La exclamación provino del soldado que estaba más cerca de ellos. El resto de los hombres se vieron impactados, comprendiendo la terrible situación que se avecinaba. Jakotsu, que estaba al otro extremo de la colina, no entendía qué demonios sucedía y, quejándose de la bulla que los soldados emitían se dirigió al lugar de la conmoción.

Todo ocurrió muy rápido, pero mientras Kagome y Bankotsu caían, este último, intentó clavar a Banryû en la pared de la colina, rasgando la tierra unos cuantos metros hacia abajo, hasta que la espada finalmente se enganchó. Ambos, respirando agitados por la adrenalina, miraron hacia el vacío; aún quedaba la mitad del tramo para pisar suelo. Luego se miraron a los ojos intentando mantenerse calmados ante la situación. Pero Bankotsu exclamó:

—¡Demonios, Kagome! ¡¿Por qué tienes que ser tan necia?!

—¡¿Qué?! ¿Dice que esto es mi culpa?

—¡Te dije que sostuvieras mi mano y te rehusaste! Ahora quedamos colgados aquí. Si no es tu necedad la culpable, entonces, ¡¿de quién demonios es la culpa?!

—No, no. En primer lugar, ¡yo no planeé este ataque suicida! Así que no es principalmente mi culpa el estar aquí.

Mmph… es evidente tu poca experiencia. Teníamos una gran ventaja para ganar. Y, de todos modos, no deberías cuestionar las decisiones de tu daimyō.

—¡¿Ventaja?! Estamos a punto de librar una batalla contra un ejército de veinticinco mil hombres, ¡veinticinco mil! Y usted, solo trae un puñado de tres mil hombres, ¡tres mil! ¡¿De qué ventaja está hablando?!

El moreno resopló y sonrió con arrogancia. Kagome continuó:

»—¡¿Realmente pensó que sobreviviríamos aquí?!

—Por supuesto que sí.

—¡Ay, por favor! ¡Mejor agradézcame por apurar su muerte y hacerla menos miserable!

—¡Sshh! Ya deja de parlotear.

La soldado alzó ambas cejas impresionada de que la haya hecho callar. Enseguida achicó sus ojos.

—¡Tú-! ¡Usted…!

—Basta, haces demasiado ruido y te mueves mucho. No es fácil sujetarte con esa armadura, así que coopera —espetó molesto y con un inesperado tono aterciopelado, dijo—: Te sacaré de aquí… lo prometo.

La lluvia y la noche ocultaron el enrojecimiento que tomó posesión completa de su rostro. ¿Cómo era posible que la hiciera callar así y luego con tanta dulzura le hiciera esa promesa? Su cerebro hizo un corto circuito y, sus ojos castaña se negaron a deshacer el contacto con el par azulado que poseía el daimyō.

»—Tendremos que dejarnos caer, no podemos quedarnos aquí toda la noche —habló él rompiendo el incómodo silencio—. Pero esta vez, obedece; no actúes por tu cuenta.

Kagome salió de su aturdimiento y solo le hizo un desprecio cual niña berrinchuda; prefirió callar.

—Tomaré eso como un sí —espetó él.

Bankotsu seguía con una mano arriba aferrado a Banryû, mientras que con la otra sujetaba a Kagome por la cintura. Con ágil y calculado movimiento desclavó la alabarda y, simultáneamente la lanzó hacia abajo para que se enterrara cerca de donde calculó que aterrizarían. Inmediatamente abrazó por completo a Kagome para cuidar de su cuerpo, quien a su vez, por reflejo, se acurrucó en él dejándose proteger. La Capitán no tuvo siquiera tiempo de ponerse a pensar en la precipitada reacción que este tuvo para protegerla, en vez de eso, solo pensó en que todo se acabaría ahí; toda esperanza de sobrevivir a ese asedio que le pareció un suicidio desde que supo de qué trataba, se acababa de reducir a una chispa de fuego; como las que suben débilmente y estallan en el cielo.

En cuanto al terrateniente, ninguna otra cosa pasó por su mente en ese momento más que desear que ella no se lastimara más de la cuenta, así que, usó su propio cuerpo como escudo y recibió el primer impacto en su hombro izquierdo. Sintió que un hueso en esa área se desencajó de su lugar y el dolor fue desgarrador. Aguantó conteniendo un grito, mientras rodaban unidos unos cuantos metros de caída restantes por las faldas de la resbalosa colina; en ningún momento él la soltó, sus ropas y armaduras se empapaban de barro en el trayecto y finalmente, la caída culminó cuando en el suelo una zanja rebosante de agua y lodo los detuvo.

Kagome sintió su pecho y espalda apretados; las abolladuras de la armadura le cortaban la respiración. Su vista se fue nublando de a poco y su cuerpo perdió las fuerzas, miró bajo ella… ¡Estaba encima del cuerpo de Bankotsu! Pestañeó con somnolencia y, antes de caer inconsciente sobre el cuello de este, que al parecer ya había perdido el conocimiento, pensó:

«¡Maldición! Esto si que es malo. Estoy cometiendo demasiados errores y… no entiendo por qué»


Seis días antes de la Batalla de Okehazama…

Castillo Mutsu.

Luego de que Bankotsu abandonara la habitación de cuidados junto con el soldado que le informó de la carta, Yuka se acercó a Kagome para disculparse y explicarle bien lo sucedido, pero entonces, Tsubaki llegó con un par de blancos tenugui doblados sobre sus manos para que Kagome se secara el cuerpo una vez esta, se diera el baño medicinal nocturno.

—¡Yuka! ¿Por qué no has preparado el agua caliente y las hierbas para la señorita? —interrogó la sacerdotisa a su ayudante endureciendo su voz. Odiaba que no cumplieran de inmediato con sus órdenes.

Con toda la conmoción que se generó entre el terrateniente y la soldado al enterarse esta, que su privacidad había sido importunada, Yuka se olvidó de cumplir con la labor que Tsubaki le encomendó.

—¡Oh! Enseguida lo haré, señora —replicó y corrió a buscar agua. Pero Kagome habló.

—No es necesario, Yuka. —Desde su futón protestó—: No necesito más hierbas y no me bañaré otra vez aquí.

Tsubaki se sorprendió y rápidamente le dio una mirada profunda a la soldado, intentando comprender qué demonios le pasaba ahora, ¡por qué esa molesta mujer volvía a protestar!

—¿Qué dijiste? —cuestionó cautelosa, pero empezando a colmarse.

Kagome, sentada con la espalda bien erguida y el mentón alzado respondió:

—Claramente, dije… —Giró gradualmente su cabeza para mirar directamente a la sacerdotisa— Lo que oyó.

Tsubaki contrajo sus ojos ante el tono desafiante que usó la soldado, entonces esta última agregó:

»—Solo tengo heridas en mi espalda, pero puedo caminar, así que usaré los baños comunes y con las primeras hierbas es suficiente, un exceso de ellas puede afectar otros aspectos en mi salud, usted debería saber eso.

Con un gesto de impaciencia Tsubaki puso los tenugui sobre el aparador largo de la habitación. Solo por el hecho de tratarse de un objeto suave y liviano estos no emitieron ningún tipo de ruido, porque de lo contrario, si hubiesen sido objetos sólidos, tales como ollas o platos, habrían sonado como truenos en el cielo por la furia con la que los dejó. Sin embargo, como si no estuviese conforme con el poco ruido que estos emitieron quiso manifestar su molestia con mayor claridad, así que empuñó su mano y golpeó con el costado de esta… un «¡bum!» sonó en seco sobre la lisa madera del mismo aparador. Yuka dio un brinco asustada.

—Tú… —omitió el «maldita mujer»— ¡¿Por qué creas un problema para todo?! —exclamó arrugando el entrecejo, fastidiada, porque la soldado no se sometía a su tratamiento como correspondía. Ya había abandonado los sedantes y ahora, ponía una traba para el baño de hierbas ¿Acaso esa mujer cree que ella no sabe hacer bien su trabajo?—. Sé muy bien lo que hago. El agua y las hierbas son parte del tratamiento para tu recuperación, ¡necesitas ba-!

—No estoy creando un problema, simplemente no hace falta. —La interrumpió Kagome— Y, no me bañaré aquí, porque ni tú, ni nadie, cuida de quien entra a esta habitación —espetó pensando en que no estaba dispuesta a que Bankotsu, simplemente entrara y la viera de nuevo en un momento tan íntimo.

Tsubaki la miró perpleja.

«¿Cómo es posible que ella sepa de ese incidente?» Se preguntó la sacerdotisa.

La respuesta fue asumida sin procesar; se dirigió con firmes pasos hacia Yuka, la atravesó con la mirada y con toda su rabia, sin importar que Kagome estuviera presente… ¡Puf! La abofeteó. Yuka sintió que el costado de su rostro ardió como el fuego, mientras que la figura de una mano se hizo notar instantáneamente de un rojo vivo sobre su piel.

Kagome, incrédula por este hecho, con los ojos abiertos hasta donde más su anatomía le permitió; se enfureció. Apretó las sábanas con sus manos y casi fuera de sí, increpó a la sacerdotisa:

—¡¿Por qué la golpeaste?!

Tsubaki se volteó dándose por aludida y estiró su brazo enseñándole a Kagome su palma de la mano, como deteniendo en el aire cualquier palabra que esta quisiera volver a pronunciar. A través de sus fosas nasales soltó el aire retenido en su interior. Y enseguida intentó calmarse para dirigirse a la increpadora.

—Señorita Kagome. No te entrometas en los asuntos de la servidumbre —advirtió autoritaria la sacerdotisa bajando gradualmente su mano—. No estás aquí para encargarte de eso.

Kagome tenía una arruga marcada entre sus cejas producto de su ira. Respondió:

—¡¿Crees que ella fue quién me lo dijo?!

En efecto, a Yuka se le había escapado, pero Kagome consideró que fue en un acto inocente, incluso notó su nerviosismo cuando lo mencionó, sin embargo, Bankotsu, no tuvo problemas en comentar el asunto y darle detalles, como si el asunto fuera cualquier cosa normal.

Tsubaki encogió su mirada, dubitativa, cuestionó:

—¡¿Cómo dices?! —La voz salió con un dejo de debilidad al darse cuenta de su precipitada acción contra su ayudante.

Kagome continuó:

—¡No fue Yuka! ¡ señor lo mencionó! —Kagome se dio cuenta que su rabia la hizo hablar en un tono imprudente contra el daimyō, ese «tu señor», debió ser «mí señor», puesto que ahora, también lo era de ella. Debía ser cuidadosa en sus palabras. Se regañó internamente e intentó controlarse. Suavizó su voz, pero sin perder firmeza, añadió—: Mi señor acaba de retirarse.

Tsubaki estaba perpleja.

La Capitán consideraba que, aunque Bankotsu fuera el daimyō, aquella era el área de trabajo de Tsubaki, por ende, ella debía poner orden ahí y ser cuidadosa, en especial con las mujeres; tal como Kaede lo era en su castillo. La anciana Kaede era una mujer recelosa de quien entraba en su área, ningún soldado se filtraba en su sector; era muy estricta en ese aspecto. ¿Por qué esta mujer no podía hacer lo mismo?

Aprovechando el silencio de Tsubaki, Kagome volvió a hablar:

»—Si estás a cargo de dirigir esta área y a cargo de todo el servicio de este castillo, nadie más que tú, eres responsable de controlar el ingreso a esta habitación e instruir a tus aprendices.

Al oír las directas palabras de Kagome, las cejas de Tsubaki hicieron un leve tic en las puntas, sin embargo pese a que las venas en sus globos oculares se inyectaban en un grueso tinte rojo; contuvo su ira. Se vio en la obligación de casi morder su lengua para no estallar y perder por completo la compostura, porque si esa mujer había sacado los rangos a colación, entonces, en efecto, la sacerdotisa estaba por debajo de ella. Tsubaki sabía que no estaba discutiendo con cualquier persona, esa mujer, por mucho que la hayan castigado, era ahora la soldado del daimyō y por esa razón es que la sacerdotisa le debía respeto y más aún; hasta cierto punto, tal como con los otros soldados, tenía el deber de estar al servicio de ella. Así que, optó por recordarse a sí misma su lugar y simplemente, se disculpó con la soldado por lo sucedido, aunque lo hizo con forzada cordialidad. Y luego le pidió nuevamente —también con forzada cortesía—, que no se involucrara en lo que a sus subordinadas respecta.

—Lo siento, señora Tsubaki. Pero no puedo mantenerme quieta ante lo que no es justo, Yuka no es culpable de tu mal manejo con la privacidad de este lugar. No debiste golpearla. Recuerda que ella solo sigue tus órdenes. Si ella falla, es porque tú fallaste primero.

Fue la respuesta tajante que Kagome le dio. Tsubaki era una tetera a punto de ebullición, pero conocía muy bien su temperamento. Sabía perfectamente que si seguía con esa discusión, volvería a su cuarto y tomaría una mala acción respecto a esta persona, sabía que cuando alguien intentaba perjudicarla o la provocaba a este nivel, ella sacaba lo peor de sí y usaba todas sus artimañas para devolver ese perjuicio, sin embargo, si hacía eso con una soldado directa del daimyō, podía meterse en un gran lío. Así que, por el momento, para cortar el asunto, o más bien, para quitársela de su vista, optó por salir de ahí y dejar que la soldado se las arreglara sola, luego lo hablaría con el señor Bankotsu.

Se giró indignada y se retiró.

Un incómodo silencio se apoderó de la habitación. Por un momento, Kagome se sintió cansada, como si discutir con Tsubaki le hubiese robado las energías.

«Esa sacerdotisa tiene una energía muy densa, casi aplastante diría yo; realmente me agota», pensó la Capitán y exhaló una gran cantidad de aire.

Miró a la temblorosa muchacha cuyo rostro aún tenía la palma de Tsubaki plasmada.

—Yuka, ¿estás bien? —La Capitán seguía con el ceño fruncido.

—Sí, señorita Kagome —respondió. Sus ojos llorosos y temblorosos parecían un par de huevos estrellados. Se llevó las manos tiritonas a su rostro y con la voz quebrada reiteró—: Estoy bien, muchas gracias.

La Capitán intentó levantarse del futón para ir a verificar si realmente Yuka estaba bien, pues parecía retraída en su lugar. Pero esta, al ver lo que Kagome iba a hacer, se apresuró en ir hacia ella.

—Pero, ¡no se levante!

Al ver la preocupación de Yuka, poco a poco, Kagome suavizó su expresión facial y también detuvo su acción de levantarse.

—Lo siento mucho, no creí que ella reaccionaría de ese modo. No debió golpearte —Se sentía fatal por provocar ese impulso en Tsubaki y que Yuka haya salido perjudicada.

La muchacha de melena castaña le sonrió, pero enseguida puso un rostro que Kagome descifró como: más preocupado aún.

—Señorita Kagome, no se preocupe y, por favor… —Yuka se sentó en el peldaño junto a la cama y tomó la mano de Kagome— No vuelva a interferir por mí. No se meta en más problemas con el señor Bankotsu o la señora Tsubaki, ella… ella podría… —No encontró las palabras apropiadas o simplemente se arrepintió de decirlas, así que solo suspiró.

—Claro que lo haré, Yuka. Si veo que alguien abusa de su poder no dudaré en detenerlo, sea quien sea. No te preocupes por mí, no le tengo miedo a Tsubaki. Tú tampoco le temas, ella no es la terrateniente aquí, de todos modos. —La alentó y luego de un momento de silencio volvió a hablar—: Yuka.

—¿Si?

—Necesito ir a las letrinas.

—Oh… claro, vamos.


Mientras Kohaku realizaba respiraciones para recuperar el aire y calmar el dolor que le provocó el profundo golpe en su vientre —cortesía de uno de los soldados del castillo Mutsu—, esperaba al daimyō en el salón principal del área hon maru. Echó un vistazo a su alrededor, todo estaba muy limpio y despejado, los pilares que se alzaban en el interior de aquel salón eran de una madera oscura como el roble. Frente a él, se alzaba una plataforma rectangular de tres peldaños; solo aquel espacio tenía tatami, el resto del salón tenía en el piso una pulcra madera pulida. En la plataforma se extendía una elegante alfombra de color magenta, en la cual había un gran zafu para la comodidad del daimyō. La amplitud del lugar era generosa e imponente y, todo el mobiliario se componía tan solo de una simple mesita rectangular que estaba sobre la misma plataforma. El tono magenta era también parte del diseño de flores en los fusuma que abarcaban las paredes del salón.

Dos soldados se hallaban de pie a cada lado de la plataforma, estáticos y erguidos como un par de estatuillas. Sus semblantes diferían de su actitud: por un lado, Kohaku los notó inquietos, mientras que a la vez, pudo percibir la incomodidad de ambos al tener que soportar su presencia ahí.

Era la primera vez que Kohaku visitaba el norte, las misiones a esta región las hacía siempre su hermana, Sango y, ¡ahora entendía el por qué! Sabía de la mala fama que Naraku se encargó de esparcir contra los Higurashi, pues aquello le produjo malestar en muchas ocasiones en las que oyó a gente hablar mal del clan y tuvo que tragarse las palabras para defenderlos debido a que, no existía evidencia que dijera lo contrario del antiguo daimyō, Muso. Sin embargo, desde pequeño, su hermana y él, eran vasallos de los Higurashi y, en todos esos años, pudo formarse su propia opinión al respecto; basándose en el trato y las sólidas bases de virtud y honor que el señor Muso poseía, él prácticamente no lo conoció, pero Midoriko y sus hermanas, jamás le dieron motivos para desconfiar y creer que las habladurías de la gente eran ciertas, estaba seguro que Muso Higurashi no fue esa clase de deshonesta persona, no podía ser posible; sus hijas eran mujeres honorables y virtuosas. Así que, pese a no existir pruebas que demostraran que Naraku estaba equivocado, él tomaba los hechos como inciertos e ignoraba los rumores.

La desconfianza se respiraba en el aire de aquel salón. Lo más prudente era no mover ni un solo pie del punto donde se hallaba esperando a Bankotsu, o seguramente, las espadas apuntarían nuevamente contra él y, ya había tenido suficiente con todo lo que tuvo que pasar para poder entrar a ese bendito salón.

Cuando había llegado a las afueras del castillo, había descendido de su caballo con tranquilidad, pero los guardias lo abordaron de inmediato apuntándole con sus espadas; «normal», pensó él, pues así como estaban las cosas en el país, nadie recibía con amabilidad a un extraño que se paraba frente a las puertas de un clan importante. Informó que traía una carta para el daimyō, Bankotsu Takeda, pero cuando se presentó como un mensajero de la provincia de Tosa, los guardias que parecían soldados novatos rodeando las diecinueve primaveras, inmediatamente actuaron de manera reticente. Uno de ellos mencionó el hecho de que dicho clan no era bienvenido ahí. Sin embargo, el otro soldado, replicó que tal vez, la carta podía ser un asunto importante, y que si bien esas eran órdenes del antiguo daimyō, su nuevo señor terrateniente no había hecho mención al respecto; no habían órdenes nuevas de si podían recibir o no a gente de dicho clan. Ambos soldados estaban en una disyuntiva y para rematar, no sabían detalles de la carta, pues no podían preguntar de qué trataba el asunto, ya que, soldados rasos, no podían inmiscuirse en asuntos del señor terrateniente. Uno de ellos rodeó a Kohaku para verificar si portaba armas; katanas, dagas en la cintura o en la espalda, pero no encontró nada.

—Está desarmado, ¿qué hacemos? ¿Lo dejamos entrar?

El otro respondió:

—Dejemos esto a los mayores… que los soldados del área hon maru lo decidan.

Kohaku era un joven shinobi y por esa razón, sabía ocultar sus pequeñas, pero mortales armas muy bien; jamás un shinobi transitaba desarmado, se abastecía siempre, aunque sea con la más mínima arma; incluso un alfiler podría servir para defenderse. Un shinobi debía considerar la probabilidad de lidiar con un repentino enfrentamiento y, esta simple misión, no iba a ser la excepción para Kohaku. La cuál también requería la vestimenta de un mensajero de la nobleza, pues debido a que los ninjas, vivían bajo las sombras y no iban por la vida anunciando lo que eran; no podía vestir su shinobi-gi de color negro, así que en ese momento, lucía un haori de color celeste, muy elegante, el cual demostraba una imagen impecable y solemne del clan al cual representaba.

Los jóvenes soldados, al ver que el muchacho estaba «limpio», aprobaron el ingreso de este al castillo. Un tercer soldado que se sumó al encuentro lo guió hacia el interior.

Una vez adentro, pasó por un precioso jardín donde disimuladamente observó la cantidad de guardias que había protegiendo la zona. Se asombró al ver que el castillo era inmenso, mucho más grande que el de Tosa y, mientras caminaba tras el soldado, observó a la distancia la enorme puerta que conducía a la ciudadela, a diferencia de la puerta principal hecha de un grueso hierro forjado cuya función era proteger y no ostentar, esta era una puerta hermosa, con un arco bastante lujoso, donde el oro resaltaba en los relieves de cada dibujo; la entrada al hon maru era digna de admirar. Dos guardias más lo detuvieron en esta puerta. Ambos soldados eran de edad avanzada y tenían un aspecto agrio en sus rostros. Cuando el soldado que lo guiaba mencionó de dónde venía el mensajero, Kohaku advirtió que el hombre de mayor rango lo miró con asco, pero él no le dio importancia. Sabía que le harían preguntas, pues independiente de quién sea, no era como si cualquier persona pudiera llegar y hablar con el daimyō de una provincia cuando quisiera. En tiempos de guerra, los clanes debían estar seguros y hacer un proceso de análisis antes de presentar a alguien frente al terrateniente, pues siempre existía la posibilidad de un atentado contra la vida de este.

El soldado con mayor rango se acercó a Kohaku escudriñando con su mirada al muchacho. Siendo un soldado de mayor nivel que los de la primera puerta, este, sí podía indagar más en el asunto de la carta, así que el hombre preguntó de qué trataba el documento.

—Es una carta pacífica, señor, son felicitaciones para el nuevo daimyō —respondió el muchachito.

—No me hagas reír… Los Higurashi son unos malditos traidores, son la escoria de Japón y tienen prohibido entrar a estas tierras. Tienes una cara muy gruesa o, ¡suficientes huevos para estar aquí, niño!

En seguida, el soldado de menor rango se giró hacia su mayor dándole la espalda a Kohaku y le habló en voz baja para que este último no escuchara.

—¿Cómo podemos estar seguros de que no es un maldito Shinobi? —Desconfiado dio un vistazo hacia atrás para ver al muchacho, mientras esperaba una respuesta de su interlocutor.

En ese momento, Kohaku recordó las palabras de su hermana: «… Si te provocan, no puedes defenderte, a menos que tu vida corra peligro. No puedes reaccionar, Kohaku. Si usas tus reflejos para responder a cualquier indicio de golpe, descubrirán que no eres un simple mensajero y no podrás salir con vida de ahí. Nosotros somos la gente en quien confía la señora Midoriko, por eso no envía a un mensajero real».

Mmph… No es difícil identificar un asqueroso Shinobi —murmuró su mayor. Enseguida le dio un par de indicaciones al soldado y ambos asintieron. El de menor nivel se giró hacia el muchachito y dio un paso hacia este, le sonrió con malicia y enseguida empuñó su mano.

Kohaku advirtió de inmediato el movimiento que el soldado iba a hacer, tan solo la posición del brazo le anticipó el golpe que recibiría. Disimuladamente, eliminó hasta donde más pudo el aire de sus pulmones y se quedó inmóvil en su lugar. El profundo puñetazo impactó justo en medio de su vientre, tan fuerte que de su boca, la saliva salpicó hacia el suelo. Kohaku maldijo internamente; el golpe fue brutal. No obstante, no se defendió.

—Hahaha… Qué va a ser este crío un Shinobi, si casi se desarma con ese simple golpe. ¿Cuántos años tienes, mocoso? —indagó el de mayor rango, ya mas relajado, sin ocultar el motivo por el cual lo golpearon.

—Dieci… —tosió un poco— diecisiete, señor.

—Pues a mí no me convence —dijo el soldado menor que comenzaba a disfrutar de darle una paliza al chico—. Los fastidiosos ninjas comienzan su basura de entrenamiento a la edad de un crío, incluso cuando a estos, aún le cuelgan los mocos.

El soldado guía que estaba en menor nivel que esos dos, solo observaba la escena.

Y mientras el joven mensajero seguía tosiendo con el cuerpo encorvado hacia adelante sobándose el vientre. El soldado de menor grado volvió a golpearlo. Le acertó un fuerte codazo en la espalda que, al agredido le retumbó hasta el pecho y lo hizo caer de rodillas al suelo. Kohaku apretó sus puños, pero una vez más no se defendió; tampoco intentó incorporarse, así que el soldado mayor lo levantó de las solapas.

—Bueno, bueno… definitivamente, no eres más que un penoso crío debilucho —comentó el mayor y ambos soldados rieron al unísono—. Dejaré que te lleven con el señor terrateniente y le des tu lastimosa carta.

—Gra-gracias, señor —tartamudeó a propósito. Aunque la voz ahogada y quejumbrosa no la estaba disimulando, pues el codazo en la espalda casi le sacó los pulmones por la boca, tanto que con bastante dificultad lograba respirar. El soldado guía lo tomó del brazo y lo hizo avanzar hasta el salón.

Los pasos y la voz del terrateniente disolvieron repentinamente los pensamientos de Kohaku, quien continuaba quieto, esperando de pie en el salón.

—Así que… un mensajero del Sur —habló el terrateniente, ingresando al salón con Banryû en su hombro, fue por ella antes de ir al hall, pues no era correcto presentarse su principal arma. Su voz hizo un leve eco en el vacío lugar y subió a la plataforma.

—Señor terrateniente, buenas noches —saludó el muchachito e hizo una reverencia solemne. Enseguida continuó con su presentación—: Mi nombre es Kohaku de Sanuki. Y en efecto, señor; vengo del sur. Estoy aquí en nombre del clan Higurashi. Mi señora, la daimyō Midoriko Higurashi, de la provincia de Tosa, le envía esta carta.

Kohaku extendió sus manos con el papiro en sus palmas y agachó la cabeza, ofreciendo el documento al daimyō. Este se acomodaba en el Zafu y dejó a Banryû a un costado haciendo un sonido metálico que retumbó en ese espacioso salón. Miró con el ceño fruncido al muchachito; nunca había cruzado palabras con alguien del clan Higurashi, jamás en toda su joven vida se había topado con alguno de ellos. Miró la carta con desconfianza y no se movió de su sitio. Sentado en posición loto, hizo un movimiento con su cabeza a uno de los soldados junto a la plataforma. El aludido comprendió la orden y fue a recibir la carta para luego, con una reverencia cederla al joven terrateniente. Inmediatamente se fijó en el sello estampado de cera roja que el papel tenía; el Kamon del clan Higurashi era un arco con una flecha en posición de ser lanzada. Bankotsu abrió la carta y la leyó. Sus cejas se alzaron con un indescifrable gesto.

—Una carta de paz… —habló al fin.

Kohaku asintió solemne. Y Bankotsu frunció levemente sus labios en un gesto analítico respecto a lo que acababa de leer. Luego espetó—: ¿Qué maldita broma es esta? ¡¿Acaso eres tan miserable que te enviaron aquí a morir?!

—No, no señor… No es una broma. Mi señora Midoriko le envía felicitaciones por su ascenso.

Mmph… ¿Me pasas por imbécil?

—Por supuesto que no, señor.

Bankotsu arrugó aún más el entrecejo, alzó la carta a la altura del costado de su rostro y, desde su distancia se la enseñó al mensajero. Replicó:

—Una carta de felicitaciones con la muerte de Naraku tan reciente… claramente, ¡es una ofensa disfrazada de cordialidad! —Con una mirada afilada, Bankotsu arrugó la carta.

—Señor, creo que está mal interpretando las intenciones de mi se…

Bankotsu interrumpió:

—Asumo que, si mis soldados te dejaron entrar, es porque pasaste alguna clase de prueba, de lo contrario, tendré que hacer rodar cabezas mañana. Y, ¿sabes por qué, Kohaku de…? ¿De dónde dijiste que eres?

—De Sanuki, mi señor.

—Kohaku de Sanuki… —replicó Bankotsu y abandonó su posición de loto para ponerse de pie y caminar hacia Kohaku— Eso está muy cerca de Tosa, en la misma región… —mencionó con gesto pensativo quedando frente al muchacho. Este asintió respecto a la ubicación geográfica de su tierra natal.

Bankotsu comenzó a caminar alrededor del joven mensajero estudiándolo a su paso, con la mirada atenta mientras seguía hablando con toda calma, aunque su tono era inquisidor.

»—Entonces… significa que, a juzgar por tu edad, creciste entre traidores; la clase de gente que al parecer, no se hace problema para enviar a un muchachito a la boca del lobo y ponerlo en riesgo de morir. Porque, ¿sabes? Kohaku de Sanuki. En consecuencia a los actos de tu antiguo daimyō, en el pasado, imagino que tus cercanos y por supuesto, tu actual terrateniente, te informó que cualquier persona que pertenezca al clan Higurashi tiene prohibida la entrada a mis tierras.

—Sí, señor, lo sé. Pero…

Bankotsu continuó sin dar chance.

—Las órdenes están dadas desde el antiguo daimyō, Naraku Takeda, mi no muy querido padre. Hace quince años, cuando Muso Higurashi y su clan perdieron cara frente al emperador y todo Japón, mi padre fue claro en negarles el acceso a nuestras tierras y eso, yo, lo mantengo vigente —dijo esto último apuntando hacia sí mismo justo cuando volvió quedar frente a él.

Bankotsu observó las perlas de sudor en la frente del muchacho y enseguida se giró para regresar a la plataforma, más no se sentó. Ingresó una de sus manos al cajón de la mesita que había sobre la plataforma y sacó algo que Kohaku no logró distinguir, pero que instantáneamente despertó su alerta.

»—Me pregunto si… ¿realmente el clan Higurashi tiene una cara tan gruesa como para pararse en mis tierras y enviar cartas de paz, o simplemente tratan de-…? —La posición en los brazos y manos de Bankotsu le confirmó a Kohaku la alerta que todo su cuerpo le envió como un intenso hormigueo en la nuca; presintió el peligro y, pensó que si esquivaba lo que sea que Bankotsu le iba a lanzar, quedaría al descubierto, pero a la vez, si no lo evadía, entonces su vida estaría…

Tras un veloz y grácil movimiento de su brazo, Bankotsu lanzó un tantō en dirección al joven mensajero. Este se quedó inmóvil y en menos de una fracción de segundo sintió un punzante elemento incrustado en su brazo izquierdo. Kohaku soltó un grito de dolor y llevó su temblorosa mano a tantear la zona, se estremeció al ver la empuñadura del tantō asomada en su brazo; el resto de la hoja que ya tomaba su calor corporal, yacía en el interior de su carne. Su corazón paralizó un latido… sintió que su hombro se hizo pesado y que se desgarraba como si alguien lo jalara con fuerza hacia abajo. Pronto, un tibio líquido escarlata emergió poco a poco desde la zona donde seguía puesto el cuchillo, manchando a su paso su inmaculada ropa. El joven shinobi, con sus ojos temblorosos, expandidos por el susto y, sus pupilas pequeñas en estado catatónico. Alzó la mirada para ver a Bankotsu quien se había quedado de pie indiferente ante el sufrimiento del muchacho, este último se quejó nuevamente por el dolor.

Pudo haberla esquivado, ¡pudo sacar sus armas escondidas y defenderse de algún modo! Pero claramente no saldría vivo de ahí si hacía eso. Sin embargo, en el momento en que se había dado cuenta de que sería atacado por el daimyō, supo que solo se trataba de una prueba. Porque, ¿para qué Bankotsu se tomaría la molestia de lanzar un tantō? Siendo que, su forma de asesinar era con su alabarda y esta, en ningún momento había sido alzada. Era evidente que, si pasaba esta prueba, Bankotsu lo dejaría ir. Por eso cuando Kohaku vio ese sutil movimiento del terrateniente para atentar contra él, no dudó en seguir firme con su primera —peligrosa— misión. No le iba a fallar a Midoriko, pero en especial, no le iba a fallar a su hermana; ella fue quien le entregó esa carta y depositó la confianza en él.

—Se- señor—habló con dificultad un tanto exagerada para marcar su inocencia—. Solo vine a entregar ese documento. Además, lamentablemente, no puedo hacer ningún juicio respecto del pasado —Se llevó la mano derecha tiritando hacia la empuñadura de la cuchilla. Su brazo empezaba a escurrir más sangre; la hoja del tantō, si bien era corta, era muy filosa, sintió que su piel comenzaba a succionar el metal y desistió de sacar el arma de su brazo, pues eso se vería como un acto muy osado para un mensajero común. Con cara de espanto volvió a dirigirse al daimyō—: En aquellos tiempos, yo, aún era… era un pequeño niño no supe nada de los hechos—respondió Kohaku y agregó cordialidad y sufrimiento en su voz.

—No puedes hacer un juicio, porque simplemente, no hay juicio que hacer, niño. Nuestro clan evitó la más grande traición al imperio. Su daimyō, merecía la muerte —espetó. Miró la herida del muchacho en su brazo y con semblante serio agregó—: Respecto a tu brazo… tenía que asegurarme de que no eres un shinobi. Pero ya cumpliste, así que, ya te vas.

—Se-señor Bank…

Bankotsu hizo otra señal con su cabeza e inmediatamente uno de los soldados que estaba inmóvil junto a la plataforma se movió, se puso frente al muchacho y le arrancó el tantō de una sola vez, haciendo gritar nuevamente al muchacho. La hemorragia empeoró. Si bien le dolía demasiado, exageró todas sus reacciones, seguía gritando y quejándose de dolor. Disimuladamente cubrió la zona con su mano para hacer presión y detener el sangrado.

—Abandona cuanto antes mis tierras, ¡no eres bienvenido aquí! No te morirás con esa pequeña herida, así que deja de lloriquear. Cuando regreses, dile a tu señora que, si algo de cara le queda a su clan, entonces, que no vuelva a ser imprudente. Porque la próxima vez que vea a un Higurashi por aquí, ¡no lo dejaré regresar!


Al salir de las letrinas, Kagome y Yuka caminaban de regreso a la habitación de cuidados; Yuka no le permitía esforzarse demasiado así que a pesar de que Kagome le insistía en que estaba exagerando, Yuka le ayudaba sosteniendo su brazo. Bajo un cielo estrellado siguieron un camino de planas piedras, iluminado por farolillos de papel.

La risotada burlesca de unos hombres llamó la atención de las mujeres. Se trataba de dos soldados que venían del área hon maru y, hacían avanzar a punta de patadas y empujones a un muchachito que vestía ropas elegantes. El muchacho se quejaba de dolor y apretaba su brazo izquierdo cuya manga que lo cubría, estaba teñida de un intenso y perturbador rojo.

Los ojos de Kagome se enfocaron en el pobre muchacho. Llevaba la cabeza agacha y debido a la escasa luz que solo brindaban la luna y las linternas de papel del jardín, no podía distinguir su rostro.

—¿Por qué lo están molestando? —preguntó Kagome en un cauteloso susurro que solo Yuka pudo oír.

—No lo sé. Pero no deberíamos quedarnos a mirar, vámonos. —Se apuró en decir Yuka y la obligó a continuar el camino, pero Kagome, volvió a dar un vistazo hacia la escena. El muchachito alzó su rostro y ella sintió el hormigueo recorrer de abajo hacia arriba su espalda; el corazón casi se le detuvo una fracción de segundos cuando lo identificó; ese cabello algo rebelde y esos inconfundibles ojos tristes, no podían pertenecer a nadie más que, ¡a Kohaku!

«… Ko-haku», pronunció internamente en el momento en que la angustia y la preocupación la embargaron por completo.

Su primer instinto la hizo querer correr hacia él, pero luego de dar dos pasos. Sintió el tirón en su brazo. Yuka la miraba con espanto.

—¡¿Qué cree que va hacer?! ¡¿Está loca?!

—¿Por qué ese niño está herido? —cuestionó Kagome intentando ocultar su repentino desasosiego— ¿A dónde se lo llevan?

—No lo sé. Seguramente es el mensajero que vino del Sur, tal vez molestó al daimyō… puede que lo lleven a los calabozos o simplemente, lo dejen en la puerta de salida.

—¿Por qué?

—No lo sé, pero de todos modos, no es nuestro asunto, señorita, por favor —la volvió a tironear del brazo—, regresemos a la habitación.

Kagome se detuvo con el corazón aún retumbando en su garganta. Cierto, ¿qué iba a hacer? ¿Correr en esa condición nefasta en la que se hallaba para salvarlo sin importar si revelaba su verdadera identidad? ¡No! No podía hacer eso. Pero… ¡¿Por qué estaban golpeando a Kohaku?! ¿Acaso era por esa carta? ¿Qué rayos decía? Y ahora… ¿a dónde se lo estaban llevando? ¿Realmente lo dejarían ir?

De pronto, se percató de algo muy extraño e inusual; pese a la edad de Kohaku, él era un increíble shinobi, entonces, siendo así, ¿por qué no se estaba defendiendo? No entendía nada. Pero lo tenía que averiguar. Retrocedió los dos pasos y se volteó para que su pequeño vasallo no la identificara. Sin poder hacer nada, regresó con Yuka a la habitación de cuidados.


Los siguientes tres días no pudo averiguar nada respecto a Kohaku y la carta. Estar en esa habitación, aunado a que todo el día y toda la noche estaba acompañada; complicaba su investigación, su inquietud y preocupación aumentaban. Pidió que no la cuidaran por las noches diciendo que no había necesidad. Pero lo cierto era que quería realizar Kuji Kiri para apurar su sanación y ver también una posibilidad de escabullirse hacia los calabozos por la noche para verificar si Kohaku estaba ahí. No obstante, desde un principio, Bankotsu había dado órdenes de no dejarla sola en ningún momento y, Tsubaki se lo recordó. Con este hecho, no tuvo más opción que hacer el ritual mientras Yuka o Ime dormían. El Kuji Kiri era un método ninja, si alguien la veía hacer el ritual podía levantar sospechas y por eso, se aseguraba que no la observaran mientras lo ejecutaba. Comenzó a recuperarse satisfactoriamente, y consideró que era momento de salir de ahí, pero a raíz de eso, otro altercado surgió. Pues como Tsubaki era estricta con su trabajo; se opuso.

—El señor Bankotsu fue muy claro en exigir que cumplas con tu tratamiento y que te recuperes por completo, ¡no le sirves a medias!

¡Dios! ¡No podía con esa sacerdotisa! Todo, absolutamente, ¡todo! Respecto a su persona, se lo preguntaba al arrogante de Bankotsu y, ya estaba harta de eso. Quería y, ¡debía! salir pronto de esa asfixiante habitación. Necesitaba hacer varias cosas urgentemente; debía ir a los establos en donde dejó a Ryû, su caballo blanco. Si no aparecía pronto con otro pago por el cuidado de este, podría perderlo. El cuidador de equinos había sido muy claro con ella; cada cinco días debía recibir el pago por el cuidado del animal, de lo contrario, él, sencillamente lo vendería al mejor postor. Y, por otro lado, debía intentar averiguar todo respecto a esa carta y a Kohaku. Había intentado sacarle información a Yuka, pero esta realmente no sabía nada. En cuanto a Ime, la rubia, esta no le hablaba y cuando lo hacía, parecía un perro ladrándole; Kagome ya se había dado cuenta que no era de su agrado. Y para qué hablar de Tsubaki… ni pensar en hacerle preguntas a ella, pues aunque esta supiera algo, jamás se lo diría. Paralelo a esto, la ausencia de Bankotsu en esos días le causó algo de intriga, ¿por qué había dejado de ir a la habitación? No es que quisiera ser de su interés… ella sabía que simplemente, él, debía esperar su recuperación para incorporarla a sus filas y ya, pero no podía dejar de preguntarse las verdaderas razones de que él no fuera a verificar en persona, si todo estaba en orden. ¿Acaso fue por la discusión que tuvieron?

Tampoco sabía qué rayos pensar de esa carta, no sabía si Bankotsu estaba muy ocupado formulando alguna estrategia de ataque contra su clan… al menos descartó que él la haya descubierto, pues de ser así, lo más probable es que su cuerpo ya se hubiera convertido en alimento para perros. Y así, haciendo todo tipo de conjeturas, pasó esos tres días; pensando en el estado de Kohaku, lo vio malherido de su brazo y le preocupaba su actual condición. Pero sus herdas a simple vista no parecían mortales. En cuanto a que no se defendió de los golpes que los soldados le propinaron, asumió que pudo ser por evitar una mayor confrontación, después de todo se hallaba en territorio enemigo y al parecer, estaba solo. Se preguntó si Bankotsu estaría al tanto de que sus soldados eran unos abusivos o tal vez, él mismo les dijo que lo golpearan, después de todo, un mensajero debía regresar con una respuesta, entonces… su respuesta a lo que sea que dijera esa carta, ¿era enviar a Kohaku herido de regreso? ¿Quiere provocar a Midoriko? …¡Dios! Sus conjeturas eran muy ambiguas, pero todas conducían a terribles conclusiones. Por eso, necesitaba averiguar más y aclarar las dudas. Y el único que podía darle información certera era el mismo Bankotsu.

—Entonces, por favor, envíe a alguien a informarle a mi señor que estoy recuperada, que ya puedo salir de aquí —solicitó Kagome con seriedad.

Tsubaki arrugó la frente fastidiada con que esa mujer, prácticamente diera órdenes en su área, pero finalmente envió a Yuka a preguntar.


Cuando la joven de melena llegó al pasillo de la torre, observó que Bankotsu se dirigía a su despacho.

—¡Señor! Espere un momento, por favor —exclamó Yuka, Bankotsu la miró y se detuvo. Yuka apresuró los pasos hasta llegar frente a él.

Al ver a la ayudante de Tsubaki, el joven moreno asumió de inmediato que el asunto se trataba de Kagome. No la había visitado desde aquella tarde en que recibió la fastidiosa carta, sabía que la había importunado lo suficiente con el hecho de verla desnuda en el ofuro y luego —en un acto impulsivo que aún no se explicaba—, había tenido el descaro de tocar su cicatriz del brazo. Dicha razón lo hizo replantearse las visitas a la habitación y decidió no verla hasta que ella se recuperara. Además intentaba sin mayor progreso luchar contra sus pensamientos, pues parecía ser imposible sacarla por un momento de su cabeza, y más difícil le resultaba cuando constantemente, Tsubaki, enviaba a cualquiera de sus aprendices a preguntar ciertas cosas respecto a su insufrible nueva soldado, pero no culpaba a su subordinada; él mismo pidió que lo mantuvieran informado, pero no pensó que Kagome iba a generar tanta controversia, pues la muy terca, había dado problemas para ajustarse al tratamiento y a Tsubaki la hacía bufar a diario. Bankotsu no sabía si molestarse o reír por eso, pero lo cierto era que, en un recóndito espacio de su ser, extrañaba discutir con esa porfiada mujer.

—¿Qué sucede? —preguntó con un dejo de preocupación.

—Mi señor, la señorita Kagome dice que se siente recuperada, desea salir de la habitación de cuidados.

Bankotsu se cruzó de brazos y apretó el puente de su nariz. «Qué complicada eres, Kagome», pensó.

Aún no se cumplían los cinco días en que ella debía hacer reposo, pero la necia mujer, ¡ya quería dejar los cuidados! Yuka se incomodó, pues al parecer, lo había molestado con esa pregunta.

Luego de que el daimyō diera su respuesta, la aprendiz hizo una reverencia y se marchó.


—¿Y…? ¿Qué respondió? —inquirió con ansias la soldado, pero la expresión en el rostro de Yuka ya le respondía por sí sola.

—Señorita Kagome… él dijo que debes quedarte hasta cumplir los cinco días de reposo establecidos por la señora Tsubaki.

«Pero… ¡¿Qué le pasa?! ¡¿Por qué tiene que ser tan aprensivo?! ¡Se supone que ya no soy su prisionera!», exclamó para sus adentros, molesta porque él complicaba siempre las cosas. Mantuvo la calma, aunque la ceja le tiritaba con un tic, se aguantó para no estallar.

—Bien. No hay problema. —dijo con un tono cargado de orgullo. Miró a Tsubaki y forzó una sonrisa— Gracias de todos modos por dejar que preguntaran.

—De nada —respondió Tsubaki con otra sonrisa triunfal. Aunque deseaba con todas sus fuerzas sacar por los pelos a esa mujer nefasta de su área, que ojalá se fuera de campaña en cuanto saliera de aquí y en una batalla, la asesinaran cortándole la cabeza para no verla más en su vida. Sin embargo, su orgullo era más grande y, como una dosis de calma para todo el tormento que le causaba esa mujer; disfrutó verla perder ante ella.

Por su parte, a Kagome no le quedó más alternativa que obedecer las órdenes de Bankotsu. Solo serían dos días más y ya podría continuar con sus planes y averiguaciones.

Así que, echó un vistazo a la cena que le habían traído y procedió a comer.

Cuando los dos días de reposo restante se cumplieron, Kagome se sentía llena de energías. Su recuperación había marchado en forma rápida y satisfactoria. Incluso Tsubaki estaba sorprendida de la forma en que la espalda de Kagome había sanado. Las cicatrices, se habían sellado, pero aún estaban enrojecidas y con costras, las heridas más profundas tenían una costra débil que recién se estaba formando. Sin embargo, nada impedía que saliera de esa habitación, ya había cumplido con la primera parte del reposo y ahora debía esperar cinco días más para incorporarse a las filas en forma presencial y ser una soldado activa.

El descenso en la bruma matutina indicaba que la hora del conejo estaba por finalizar y, Bankotsu, se dirigió a la habitación de cuidados.

Extrañamente, una sensación de nerviosismo la recorrió desde los hombros a la cabeza cuando oyó esa varonil e imponente voz anunciarse en la entrada. Kagome ya estaba vestida con un Kimono color coral que en las mangas tenían un diseño jovial de pequeñas flores blancas, tupidas delicadamente, desde los codos hasta las muñecas. El kimono se ajustaba de modo grácil a su cintura abrazada con un obi del mismo color coral y estampado con las mismas flores de las mangas.

Bankotsu apreció la belleza de su soldado por unos instantes. Y se acercó a ella con una casi imperceptible sonrisa en su rostro. En su pecho sintió una sensación agradable de volver a verla.

—Buenos días, Kagome —la saludó intentando parecer serio, algo que comenzaba a hacerse difícil cuando estaba con ella y más si la veía tan hermosa frente a él.

—Buenos días, mi señor —respondió la aludida haciendo una educada reverencia sin ironizar sus palabras. Alzó su rostro lentamente y lo miró.

El sol que se colaba por la entrada de la habitación iluminó la tostada piel del terrateniente, e hizo que la Capitán notara con especial atención el detalle de las facciones del hombre que estaba frente a ella, los rasgos masculinos de Bankotsu eran muy bien definidos, sus cejas alzadas casi formando una pronunciada punta le daban un determinado carácter, los labios bien delineados parecían suaves, tal vez blandos al tacto y, esos intensos ojos tan azules como el océano…

No quería admitirlo… pero esa mañana, Bankotsu parecía lucir más atractivo que otras veces. O tal vez, era ella quien no le había puesto suficiente atención.

.

.

Continuará…


N/A: Hola preciosuras de la vida. Espero les haya gustado este capítulo que trae un salto de tiempo. Me costó convencerme de que estaba bien hecho todo. Pero ya está.

Pequeña explicación: Con eso de que, Kohaku estaba "limpio", me refiero a que estaba sin armas. Creo que se entendió, pero igual lo aclaro.

Dato cultural

-La Batalla de Okehazama: Esta batalla fue real, ocurrió en mayo de 1560, en el valle de Okehazama, en la provincia de Owari, justo en el tiempo en que se desarrolla esta historia BanKag, por eso me pareció ideal tomar parte de este hecho histórico para la trama. Esta batalla fue liderada por el Samurái y daimyō Oda Nobunaga, por supuesto yo modifico ciertos sucesos que ocurrieron, sin embargo, gran parte de cómo esto se da, es real, pero les contaré más de esta batalla épica que cambio la historia de Japón, cuando regresemos a ese punto de la historia, ya que como verán, continúe relatando los hechos previos a dicha batalla.

-Kohaku de Sanuki: Recuerden que en el capítulo «Castigo» cuando Kagome miente diciendo que nació en Ezochi, expliqué que, antiguamente la gente común de Japón (aquellos que no eran parte de la aristocracia o de la clase militar) no tenía apellido y empleaban sustitutos, por ejemplo, su lugar de nacimiento. Tras la restauración Meiji, el gobierno ordenó que todos los plebeyos agregaran apellidos a sus nombres propios: mucha gente adoptó apellidos históricos, mientras otros los crearon por su cuenta o solicitaron a un sabio local que les creara uno. Esto explica, parcialmente, la gran cantidad de apellidos en Japón, así como la gran variedad de pronunciaciones.

-No sé si ya expliqué esto en cap. anteriores, pero lo aclaro igual: Me refiero a «provincias» y no a «prefecturas», porque en aquel tiempo, así se dividía el país. Luego en la era Meiji en 1871, con la abolición del sistema Han (feudos), se hizo la división en prefecturas y eso se mantiene en la actualidad.

-Los Tenugui son toallas de algodón delgadas usualmente para secarte las manos después de lavarlas. Los fabricaban con telas sobrantes de los kimonos.

La historia del tenugui se remonta a hace más de cinco siglos; originalmente se usaban para adornar los lugares sagrados de los santuarios, pero después de la era Sengoku, se volvieron muy populares.

-Respecto al Hall o salón donde esperó Kohaku a Bankotsu: Para los japoneses una habitación limpia y despejada muestra de orden poder. El único mobiliario era solo el que se tenía que usar en ese momento determinado (como la mesita de donde Bankotsu sacó el tantō), todo lo demás permanecía guardado fuera de la vista de los visitantes.

-El tantō es un arma corta de uno o doble filo, similar a un puñal con una longitud de hoja entre 15 y 30 cm. Parecido a una "pequeña katana", pero con un diseño más sencillo. Algunos samurái preferían el tantō por la soltura de su manejo y/o complemento para sus artes marciales cuerpo a cuerpo.

-Posición de loto: postura de meditación sentada con las piernas cruzadas.

-Kamon: son símbolos heráldicos japoneses, insignias o emblemas de clanes (familia). Los Higurashi tienen un arco y flecha. Sigo pensando cuál Kamon será el de los Takeda, si tienen una idea; bienvenida sea y así me hechan una mano, jajajja. ¡Participen de esto chicos! Me haría feliz :3

-El concepto «perder cara», lo saqué de una novela danmei que leí y me encantó usar aquí el término. Esto en la cultura asiática, es mucho más complejo que el simple «orgullo». La «cara», puede ganarse, perderse o mantenerse tanto como para la persona misma que comete una acción como para los parientes y gente que se relacionan con la persona, es aberrante para ellos. En el caso de Muso Higurashi, con su acción, hizo perder cara a todo su clan y gente que lo seguía. Lo mismo pasa si alguien ofende a otro o dice malas cosas de esta persona; lo está haciendo «perder cara». Y aquí viene el otro concepto que usé: «tener la cara gruesa», es como decir que no tienes vergüenza y no te importa perder cara. Para nosotros puede ser algo muy superficial, pero para ellos, en su modo de ver las cosas, es algo muy importante.

-05:00 a 07:00 h Hora del Conejo (El significado lo encuentran en el capítulo: Castigo).

Fin del dato cultural—


GabyJA, Yenmy, paulayJoaqui, Tere-Chan19, Sasunaka doki, chicas, mil gracias por leer, comentar y seguir esta historia. Creo haberles respondido por interno a todas. También agradezco a mis lectorcitos que de algún modo, ya sea en fb o mensaje privado me hacen saber sus impresiones.

Respondo a los guest:

Lita mar: Hola bella, más adelante se revelarán los misterios que envuelven a Banryû, pues también tiene su pequeño cuentecillo. Gracias por tus comentarios.

manu: Hola manu, woow artas preguntas jajjaj… gracias por decir que te gusta mi manejo de personaje. Solo me gusta el ship Rankane. Sí, leo en Inmanga. He visto mas fic Bankag que KogaKag. Me alegra que te pases por mis OS. También quise que le dieran más celos a Inu con Hōjō, pero el shipp de él con Kag no me gusta. Creo que Kag jamás dudaría de sus sentimientos por Inu y eso quedó claro. Sí, vi el reencuentro. Fue muy bonito, luego no he visto más. Respecto a hacer más fics. Por ahora estoy con otros proyectos en mente y continuaré con este Bankag. Saludos.

akanita taisho: hola, me alegra que te haya gustado el cap, gracias por leer y comentar :3

Y, sí, por ahora, el interés es más por parte de Banky.

Gracias a la página de Fb: Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por avisar de las actualizaciones. Son un amor.

Abracitos,

~Phanyzu~