Capítulo VII
Cercano a la verdad
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«Pensé que había hecho un buen trabajo. Pero no lo hice. Lo que hice fue desarrollar un mecanismo de afrontamiento. Y eso era culparte. Creo que solo quería que todos los demás estuvieran tan vacíos y destrozados por dentro como yo».
Casey Affleck - Philip
Castillo Mutsu
«Esto tiene que ser una estúpida broma», pensó la Capitán Higurashi.
Su paciencia comenzaba a perder el rumbo de la serenidad y el fugaz momento en que ella contempló con atención y detalle esos atractivos rasgos masculinos que él poseía; se estaban yendo al canasto de la basura.
—¿Cuánto más tendré que esperar a que avances? —Le cuestionó el joven terrateniente a su soldado.
Kagome lo ignoró y continuó con sus esfuerzos que parecían banales, pues por más que intentaba hacer caminar al caballo sobre el cual estaba montada, este seguía relajado alimentándose de la hierba sin siquiera darse por enterado de que había alguien sobre su lomo.
Bankotsu mantenía su semblante serio y espetó:
—Eres capaz de derrotar a un montón de soldados, pero no de hacer que un caballo te obedezca.
—¡Eso es porque este caballo no está entrenado! —respondió molesta intentando hacer movimientos con sus piernas, balanceándose sobre el lomo del animal o tironeándolo con las riendas para que este se dignara a avanzar. Sin obtener resultados, miró a Bankotsu y observó que este acababa de disimular una risa.
«¿Se está burlando de mí?», pensó incrédula y enfadada.
—¿Cómo estás tan segura de que no está entrenado? Tal vez, simplemente no le agradas. Yo no lo culparía.
¡Dios! Lo que le faltaba, ¿podía ser el daimyō del norte tan infantil o simplemente disfrutaba de fastidiarla?
Con su rostro rojo por sentirse ridiculizada, respondió:
—Con solo observar la poca musculatura que tiene, el pelaje sin marcas de riendas o armadura, y la reacción perezosa del animal, es obvio que no ha recibido entrenamiento. ¡No me tome por ingenua! —espetó arrugando el entrecejo, mientras que el joven daimyō parecía disfrutar de la escena. Él sabía que ella era astuta y no se sorprendía de que se diera cuenta por sí sola de ese detalle; no era una coincidencia que justamente ese caballo que él le llevó, no estuviera entrenado. Intentó hablar con seriedad:
—Justamente, porque no te tomo por ingenua es que estoy seguro de que podrás entrenarlo tú misma. Luego desvió la mirada y con engreído gesto, agregó—: Pero, si es tan difícil para ti; puedo llevarte, Yoru estaría muy complacido —expresó nombrando a su caballo, mientras con complicidad le palmoteaba al mencionado su fibroso cuello.
—No será necesario, estaré bien. Solo… —Kagome hizo otro esfuerzo para que el animal se moviese.
—No te puedo esperar todo el día, ¿vienes conmigo o te quedas ahí? —La presionó.
«¡Agh! ¡Por favor, muévete!», suplicó ella internamente y como si el animal hubiese oído su súplica; avanzó.
Bankotsu volvió a reír intentando disimular que la pequeña rabieta que le hizo pasar a su soldado fue para él un dulce al paladar.
Mientras cabalgaban, Kagome pensó en un modo de investigar acerca de Kohaku. ¿Cómo le preguntaría a Bankotsu sin que este sospechara algo? Tenía que ser cuidadosa en sus palabras; no sonar muy interesada, ni muy indiferente. Pero antes de que pudiese formular una palabra al respecto, la pregunta de Bankotsu salió tan disparada como una flecha.
—¿Cómo murió tu padre?
El caballo de Kagome sintió la brusca tensión en su boca, las riendas que lo sometían le jalaron impiadosamente el hocico hacia atrás y en el instante retrocedió unos cuantos pasos por instinto sacudiendo su cabeza, emitiendo un relincho por la molestia y el dolor que sintió. Kagome se percató de su mala reacción ante la pregunta y trató de componerse, a la vez que intentaba calmar el carácter del animal.
—¿Estás bien? —preguntó Bankotsu deteniéndose al ver que Kagome intentaba enderezar al caballo para que este continuara el curso del camino.
—Sí. Puedo manejarlo.
Detuvieron la marcha y se mantuvieron sobre sus caballos.
¡¿Cómo podía preguntar algo así y tan repentinamente?! ¿Por qué motivo? Cierto era que ella estaba preparada para cuando fuese el momento de hablar de su falsa familia, pero esto fue como fuego en la llaga; Bankotsu se lo soltó de un sopetón sin siquiera dudar en si preguntar aquello era demasiado imprudente. ¿Siempre tenía que ser tan impío o simplemente, no tenía una pizca de tacto?
—¿No le parece que es una pregunta un poco…?
—¿Directa?
—Sí.
—Solo quise saber por qué esa persona que admiras tanto, ya no está.
—Usted y yo, no nos conocemos —espetó con seriedad sintiendo que las anteriores palabras de su archienemigo acababan de calar en lo más profundo de su ser—. No tiene cómo saber si mi padre fue importante para mí o no. Y mucho menos podría saber si está muerto. ¿Cómo tiene la osadía de preguntarme algo así? —manifestó su molestia acompañada de una expresión inquieta. Se aferró a las riendas casi temblando, como si estas fueran el cuello de Bankotsu y así lo pudiera estrangular con sus propias manos.
—Tú me lo dijiste.
—... ¿Qué? ¿Cómo que yo se lo dije? —preguntó tardíamente sin comprender. Su expresión se suavizó al igual que el apretón de riendas entre sus manos. El joven moreno continuó—: En el calabozo, cuando me gritaste con tanto orgullo lo grandioso, valeroso y bla, bla, bla…que fue tu padre, hablaste en pasado.
«…Mi padre fue un gran hombre y me enseñó muchos valores que usted con ese excesivo aire de grandeza, jamás podría comprender…».
¡Cierto! Se lo había dicho.
Tras el silencio de su soldado, el terrateniente habló nuevamente:
—La admiración que sientes hacia tu padre me resulta… intrigante. Al igual que el saber, cómo su vida acabó.
—¿Quiere saber de mi padre? —preguntó con un dejo de ironía. Y Bankotsu asintió.
Las ganas de gritarle en la cara lo miserable que fue su vanagloriado clan y el apellido Takeda, por haber derramado la sangre del hombre que alguna vez blandió esa misma alabarda que él, cargaba tan orgullosamente sobre su hombro; se clavaban en su lengua de manera torturante como si las palabras fueran prisioneras del recato y la prohibición. Si bien, había preparado todo un discurso para mentir acerca de su padre; no pudo. El corazón se le apretó desgarradoramente y le fue imposible evitar decir la verdad, aunque sin revelar detalles que la perjudicaran.
Reanudaron la marcha suave como una cabalgata de paseo y Kagome habló:
—Mi padre siempre fue correcto. Un hombre honrado… como pocos en esta vida. Siempre respetó las leyes de los grandes guerreros y fue leal a sus superiores, pero también era muy confiado y no veía si alguien se le acercaba con maldad. Un hombre sin escrúpulos que solo tenía sed de sangre y poder en su corazón, lo asesinó.
—¿Por qué? —preguntó el daimyō con interés.
Kagome lo miró con frialdad y respondió:
—No sé cómo es que ese… —Improperios para ese ser no le faltaban pero los evitó— hombre, se las arregló para abatir la credibilidad de mi padre, no sé qué artimaña usó para que luego de haber tenido un gran prestigio como guerrero, su reputación se arruinara.
—Cuando las cosas ocurrieron tú, ¿estabas ahí?
—No. Yo solo era una niña. Pero al día siguiente de su muerte, todos decían que mi padre cometió alta traición a su superior.
El semblante de Bankotsu se endureció, sus pensamientos se invadieron de conjeturas respecto a un hecho tan aberrante para él; la traición. Algo que no toleraba en absoluto. En el instante, el daimyō pensó que, si el padre de Kagome hizo aquello, el costo de su vida era algo justo. No obstante, prefirió guardar sus opiniones y solo preguntó:
―Entonces, tu ira es porque aseguras que él no cometió traición.
―¡Claro que no lo hizo! ―exclamó airada. Ordenó tras su oreja un mechón de su cabello y respiró disimuladamente para calmar su ímpetu. Bankotsu seguía sereno y en silencio prestando toda su atención. En el ambiente solo se oyeron los pasos que daban los caballos sobre la marcha. Pero luego de un par de segundos, Kagome retomó―: Pese a que era una niña, yo sabía muy bien cómo era mi padre. Él fue engañado, no hay otra explicación. Nadie podrá quitarme eso de la cabeza.
—Entonces, ¿no encontraron pruebas que lo pudieran salvar? —se aventuró en indagar.
—Las eliminaron todas.
—Siempre quedan pruebas, Kagome.
Se miraron unos instantes, mientras la brisa del viento mecía los cabellos de la Capitán. Por un breve momento Kagome sintió una sensación de calma entre los dos. Como si pudiera mirar a Bankotsu sin esos ojos de enemigo. Como si él le estuviera diciendo con eso último que creía en la inocencia de su progenitor.
—Como sea… solo sé que es imposible que él quisiera traicionar al… —Se detuvo insitu.
¡¿Qué le estaba contando?! Dejó que la charla distendida y la fuerza de sus convicciones fluyeran entre sus palabras y casi se delata ante su más grande oponente.
—¿A quién? —preguntó interesado.
Si nombraba al Emperador, Bankotsu sabría que estaban hablando de Muso Higurashi
«¡Estúpida!», se regañó internamente.
—Ya no tiene importancia —respondió desviando la mirada, pero enseguida quiso indagar en las conjeturas de él—: Imagino que usted piensa que mi padre merecía su castigo —inquirió la Capitán y regresó la vista hacia el terrateniente quién a su vez, la miró con seriedad.
—¿Quieres oír mi opinión?
—... Sí —respondió luego de meditarlo un par de segundos—. Por favor, sea sincero —agregó incrédula de sí misma por estar más interesada de lo que quisiera en conocer lo que él pensaba al respecto.
—Siempre lo he sido —aclaró él con indiscutible veracidad.
El joven daimyō tiró levemente de las riendas de Yoru para detenerlo, Kagome hizo lo mismo con su caballo. Y sin rodeos, el terrateniente habló:
—Yo lo habría matado con mi alabarda. Su cabeza estaría expuesta en mi castillo para enseñarle a mis hombres que la deslealtad se paga con sangre y con la vida. Sus tierras habrían sido confiscadas y su familia enviada al exilio.
Kagome tuvo que desviar la mirada para ocultar lo que esa respuesta le provocó. La ola de calor infernal se hizo presente en su cuerpo, la sangre avanzó caliente por sus venas como lava densa. Apretó las riendas como si la furia que intentaba escapar incontenible de ella, se sujetara en ese punto. Era capaz de hacer cualquier cosa por defender al hombre que le dio la vida; su padre, su amado y respetado padre... Por él, estaría dispuesta a iniciar una pelea con ese desalmado terrateniente ahí mismo. Pero aún no era el momento adecuado, primero debía conocer bien a su oponente; Bankotsu no era cualquier guerrero. Así que, para defender a su progenitor como era debido, tendría que soportar esas palabras y actuar con frialdad.
Intentó enfriar sus pensamientos. Después de todo, ¿qué más podía esperar como respuesta por parte del hijo de Naraku? Por supuesto que nada diferente a esto. Aquella era una respuesta que dejaba ver el poco raciocinio y la suciedad de los Takeda. Finalmente, con gran esfuerzo, Kagome logró contener su sentir y no respondió al respecto, más su expresión no era fácil de disimular.
El daimyō se bajó de su caballo y Kagome, con el rostro ensombrecido, hizo lo mismo. Él se acercó a ella notando ese oscuro semblante y tuvo la intención de alzarle el mentón con sus dedos para que ella lo viera a los ojos, pues sabía que sus palabras habían sido duras. Bankotsu era consciente de que siempre decía lo que pensaba sin importar cuánto sus palabras fueran a herir a los demás. Sin embargo, esta vez, sintió la necesidad de mejorar ese semblante oscuro que él con su respuesta le provocó; de algún modo, quiso explicarse ante ella. Pero solo alcanzó a rozar el mentón de la belleza que tenía como soldado, ya que esta, inmediatamente había dado un paso hacia atrás, pero él avanzó hacia ella nuevamente con la intención de no perder esa corta distancia entre los dos. Necesitaba volver a bajar esas barreras que ella parecía poner siempre, ya lo había logrado una vez cuando estuvieron en el calabozo y, quería intentarlo de nuevo, pues le inquietaba sentir como si esos hermosos ojos castaños destellaran el fuego del infierno y quisieran quemarlo a él.
»—Dijiste que querías saber mi…
—Sé lo que dije—lo interrumpió cortante.
—... Kagome —la nombró con absoluta calma y ella lo miró con los ojos temblando, reteniendo su impotencia por no poder aún gritarle las cosas a la cara.
—¿Señor?
—No conocí a tu padre. No tuve nada que ver con él. Así que… —le tomó con suavidad el mentón y esta vez ella no se apartó—, deja de mirarme tan fríamente como si yo hubiese sido el culpable de todo lo que a él le sucedió.
Desplomadas; su ira y su estoica posición acababan de ser desplomadas por esas palabras y esos ojos tan profundos, tan turbulentos como el oleaje y a la vez, calmos como el cielo… ¿Qué demonios tenía él que la hacía cuestionar su convicción frente a sus planes? ¿Por qué él insistía en acercarse tanto a ella? Pero la pregunta más importante; ¿por qué… ? ¿Por qué en su pecho sintió un agradable calor? Como si fuese un… ¿alivio? ¿Por qué de pronto, esos ojos azules la instaban a no moverse de ahí y a mirarlo del modo en que él se lo estaba pidiendo? Sin frialdad, sin… odio.
Inconscientemente, su expresión seria y profunda se vio perturbada. Por un momento se sintió confundida, pues de cierto modo, él tenía algo de razón; él no estaba directamente involucrado en la muerte de su padre. En aquel entonces, Bankotsu era un niño, al igual que ella…
«Pero… ¡¿Qué sandeces estoy pensando?!», se dijo así misma.
Su misión era clara y específica. No podía siquiera dejar pasar una mínima fracción de duda. Aunque Bankotsu era un niño en ese entonces, Naraku era su padre y este, no tenía escrúpulos para demostrar que carecía de dignidad. Jamás escuchó hablar de que el hombre de ojos rojos fuese un daimyō honorable; el juego sucio era lo caracterizaba más. Y para la Capitán, Bankotsu no podía ser diferente. En sus investigaciones previas a presentarse en ese torneo de selección, averiguó de la lealtad que Bankotsu le profesó a su progenitor. Por esa razón no podía dejarse confundir, ella debía recuperar a Banryû y también acabar con él.
Como una excelente infiltrada, Kagome asintió complaciendo la petición de Bankotsu, más su mirada no se suavizó del todo. Este último le retiró la mano de su suave mentón.
»—Bien. Digamos que por ahora, puedo estar más cómodo con esa expresión… —comentó sarcástico al ver que ella no cooperaba con su semblante. Kagome solo pestañeó regresando del recoveco de su mente—. Es aquí —dijo repentinamente el moreno—. Aquí vivirás desde hoy en adelante.
La nueva soldado se giró para mirar lo señalado por él, sin embargo, al ver la edificación frente a sus ojos, terminó de impactarse una vez más y cuestionó para sus adentros:
«Esto tiene que ser un error».
¡Ja! ¿Qué clase de alcurnia se creían esos dos? Los muy atrevidos decían saber todo acerca de los ninjas, cuando en realidad, escupían la bilis de la ignorancia por sus bocas.
«¿Asqueroso ninja…? ¿A quién llamaban de ese modo?», cuestionó la kunoichi para sí misma al escuchar a los soldados.
Saltó sigilosa a la rama de un árbol, gateó hasta quedar sobre las cabezas de los hombres y sin emitir ni el más mínimo ruido, se dejó caer detrás de ellos. Los soldados se hallaban tan sumergidos en su desdeñosa plática que hasta habían descuidado la entrada a la ciudadela central del castillo. Pero cuando ella se asomó en silencio por sus espaldas y les silbó al oído entremedio de sus cabezas, los hombres dieron un brinco y rápidamente se voltearon para descubrirla.
Que en ese mismo momento los partiera un rayo era mejor suerte que encontrar esa profunda mirada carmesí ante ellos. ¡Era la señorita Kagura!
Tan sigilosa, tan cauta y atractiva como siempre; la hija de Naraku, Kagura Takeda, los acababa de sorprender y ambos hombres temían enterarse de cuánto tiempo llevaba ella escuchándolos. Kagura se quedó viéndolos con un semblante que distaba bastante de la empatía y la compasión.
—Se-señorita, Kagura… —tartamudeó espantado el hombre de mayor rango y el otro soldado agregó una reverencia seguida de un: «Bienvenida, señorita Kagura». También con voz de espanto.
La mujer ninja preguntó en seco:
—¿Qué fue lo que dijiste de los ninjas? —Abrió su abanico de disimuladas cuchillas para ventilarse el rostro, pero ni siquiera así se le estiró el ceño. No obstante, al no obtener una respuesta por parte del soldado, Kagura detuvo bruscamente el movimiento de su abanico y lo posicionó contra la entrepierna del hombre al que escuchó decir: «… asqueroso ninja».
—Vamos… repítelo, si tienes los huevos.
Kagura podía ser aterradora cuando se lo proponía y, los soldados eran conscientes de las incontables veces en que ella había torturado a hombres —enemigos de Naraku—, utilizando métodos terribles para conseguir cualquier tipo de información o cumplir con sus misiones. Por dicha razón, todos ahí le temían y la respetaban. El par de guerreros tragó duro.
—Se-señorita Kagura… —El hombre comenzó a sudar, sabía que el abanico era un arma rápida y filosa. Sintió la presión punzante en esa frágil zona. La kunoichi lo hizo temblar de terror—. Por favor, no me mal entienda, puedo… puedo explicarle.
—S-sí, señorita. Escúchelo por favor —intervino nervioso el otro soldado—. Hablábamos de un mensajero del clan Higurashi que trajo una carta hace unos días, nosotros pensábamos que él era un shinobi.
—Ooh… Ya veo. —Extendió su otra mano y apuntó con un segundo abanico justo en la garganta del soldado que intervino complicando a los dos varones. Nuevamente habló—: Y eso les da derecho a decir esas cosas de los shinobi, ¿Mm…?
—N-no, señorita, pero ya sabe la reputación que precede a ese clan, solo por eso lo dijimos de ese modo.
—Pues, empiezen a cuidar sus palabras si no quieren perder sus lenguas —espetó la ninja. Los hombres asintieron sudando la gota por la cien y Kagura agregó—: ¿Dijiste clan Higurashi?
—Sí, sí… justamente ese clan.
«Los Higurashi… ¿Cuántos años han pasado desde aquella vez…? Sin duda, esa fue la misión más sucia que me encomendaste, querido y desgraciado padre».
—¿Qué clase de carta era?
—De paz, una carta de paz —respondió nervioso el hombre.
«Mmm… paz entre los Takeda y los Higurashi; es muy desfavorable para mi. Gracias por morirte Naraku, pero en serio, dejaste toda la mierda caer sobre mí».
—¡Ash! Que par de aburridos —expresó la kunoichi con una nueva actitud relajada y retiró los abanicos para guardarlos—. Estoy agotada, en realidad, no me interesa saber chismes en este momento, pero ¡ya saben! Si vuelvo a oírlos expresarse así de un shinobi; los torturaré hasta que griten que quieren convertirse en uno de ellos, ¿me oyeron?
—¡Sí, señorita Kagura! —respondieron los soldados al unísono y se quedaron fijos en sus puestos frente a ella. Sin embargo, la mirada rojiza de la bella mujer se clavó impaciente en los amedrentados ojos de los soldados, a quienes inmediatamente les surgió un inequívoco recuerdo, casi como un dejavù, esos ojos rojos eran iguales a los de su antiguo daimyō, Naraku Takeda.
Kagura exclamó:
—¡¿Por qué siguen en mi camino?! ¡Muévanse par de idiotas!
—¡Oh! Sí, sí. Lo sentimos. Lo sentimos, señorita Kagura. Adelante, por favor.
Ambos soldados se separaron un paso al costado y abrieron camino para que la imponente mujer entrara hacia el área hon maru, donde se hallaba su cómoda casa. Los hombres se voltearon a ver el curvilíneo cuerpo de la kunoichi, balanceando sus caderas con el perfecto ajuste de su shinobi-gi color vino, alejándose de ahí.
Ya en sus aposentos, rápidamente pidió a una de sus sirvientas personales que le preparara un baño. Tenía que hablar urgentemente con Bankotsu, pero el sudor y la suciedad que inundaban su cuerpo no lo soportaba más. Y mientras se tomó algo de tiempo en relajarse y recuperarse dentro del ofuro con aguas tibias, Tsubaki se anunció en la habitación y Kagura la dejó pasar.
—Señorita Kagura, bienvenida —saludó la sacerdotisa ingresando con una bandeja en la que llevaba té y agua fría—. Vine en cuanto me informaron de su llegada. Es un placer tenerla de regreso. Este castillo no es lo mismo sin usted —La aduló la sacerdotisa con sinceridad.
Kagura sonrió complacida.
—¿Cómo ha estado todo por aquí, Tsubaki?
—Han sucedido algunas cosas fuera de lo habitual, pero está todo tranquilo. ¿Desea beber algo de té?
—Solo agua fría —respondió a lo último y retomó lo anterior—. Cosas fuera de lo habitual es lo que necesito, harán que mi regreso a este castillo sea menos aburrido.
Inmediatamente Tsubaki tomó una jarra para servir el agua y en el proceso inquirió con cautela:
—¿Tan mal estuvo el viaje?
—... Una completa pérdida de tiempo. No conseguí nada de lo que realmente buscaba.
Y no se refería solo al hecho de que la búsqueda de su progenitora había sido un completo fiasco, sino también a que no logró descubrir quién era el maldito Shikōn o más bien, —si el idiota de Renkotsu estaba en lo cierto—; la maldita mujer que se hacía llamar así.
—Entonces… ¿No encontró a su madre?
—No —respondió en seco la kunoichi. Tomó un paño, lo sumergió en el agua y comenzó a frotar su cuerpo dentro de la bañera limpiando cada rastro de suciedad. Tsubaki desconocía lo del Shikōn, por esa razón es que sólo se refería al asunto de la madre de Kagura—. Recorrí cada burdel que mencionaste y nadie sabe nada, no encontré ni un solo rastro de ella.
—No ha pensado que tal vez, ella ya no…
—¡Imposible! —La interrumpió y detuvo la limpieza que ejercía por su cuerpo, miró a la sacerdotisa con absoluta convicción, como adivinando lo que esta le iba a decir y, ¡se negaba a oír aquello! Tsubaki abrió los ojos asustada ante esa mirada determinada de la kunoichi y enseguida le extendió el vaso con agua. Kagura bebió un sorbo y más relajada, continuó diciendo—: Sé que él hizo desaparecer a mi madre para que nunca se encontrara conmigo, pero también estoy segura de que ella está viva.
Y es que no podía estar equivocada, no, sabiendo lo miserable que era Naraku; jamás desechó lo que le servía. Y si su madre era una mujer dedicada al negocio del placer, de seguro el infeliz la utilizó muchas veces para su beneficio; no sería tan imbécil como para deshacerse de ella por solo tener una bastarda.
Kagura se había criado dentro de un clan ninja que la adoptó desde que era una bebé abandonada a las puertas de este. Nunca conoció a la mujer que la dio a luz, sin embargo, a los diez años de vida, cuando ya llevaba una buena formación en las artes del Ninjutsu, un hombre de ojos rojos con una larga cabellera azabache y ondulada que decía ser su padre, la sacó de ese hogar a la fuerza. Kagura fue testigo de cómo las personas que le brindaron enseñanzas y cariño fueron asesinadas frente a sus ojos tras un sucio asedio. Naraku ordenó que quemaran todo y nada de ellos quedó. Kagura se dejó arrastrar por su desgraciado padre. Fue usada como un arma y una espía para todos los planes de él y nunca pudo tener la oportunidad de formar una buena relación con sus hermanastros, pues su padre la mantenía alejada de ellos por ser una bastarda y porque siempre la tenía ocupada en alguna misión. Naraku jamás le habló nada referente a su madre, solo se enteró del oficio de esta por su hermano mayor, Renkotsu. Pues la primera vez que se atrevió a preguntar de ella a su tan impío progenitor, este hizo que a ella la ahogasen reiteradas veces en un balde de agua, repitiendo: «No volveré a preguntar por zorras». Por todo lo anterior es que, cuando Naraku murió, ella no dudó en salir a buscar a esa mujer que de seguro sufrió con él las penas del infierno, no la odiaba por haberla abandonado, pues estaba segura de que todo tenía una razón que lo ligaba a él.
—¿Cómo está tan segura de que sigue viva? Ya… ya sabe cómo era mi señor con las personas.
—Solo lo sé, Tsubaki… sólo lo sé —respondió y dio el último trago de agua. Se levantó de la bañera, se envolvió el cuerpo y recogió la ropa que la sacerdotisa le acercó. Tras el biombo de su habitación comenzó a vestirse—. Iré a reunirme con mis hermanos.
«No puedo dilatar más esta información o estaremos perdidos», pensó preocupada.
—Pediré entonces que lleven té al despacho del señor.
—No te molestes, ya sabes cómo es Bankotsu, lo último que haría sería sentarse a beber té con una maldita ninja. Mejor llévale algo de sake para que pase el trago amargo que le daré hoy.
—¿Trae malas noticias, señorita Kagura?
—Tan malas que, si Bankotsu no sabe cómo manejar esto, dudo que haya días futuros para nuestro clan.
—¡Santos dioses! Bueno, pero el señor Bankotsu reclutó a nuevos guerreros, Aunque… uno de ellos es… una mujer.
—¡¿Una mujer?! —exclamó sorprendida la kunoichi—. ¡¿Y Jakotsu aceptó?!
—El Comandante no estaba de acuerdo, pero no se pudo negar ante mi señor Bankotsu quien dio su última palabra y la mujer se quedó en el clan. La verdad es que mi señor ha tenido un comportamiento inusual últimamente.
—¿Y te extraña? —cuestionó divertida la kunoichi y la sacerdotisa la miró confundida—. Bankotsu es el ser más inusual que existe, Tsubaki. Sus cambios de humor y esa egolatría que no lo bajan de las nubes lo definen como un ser único en su amargada especie. Creo que afortunadamente el linaje Takeda morirá con él, no habrá mujer que soporte a ese hombre jamás. Y con Jakotsu, pues… ya sabemos que no habrá descendencia y, ¡Por los dioses! Que así se mantenga. No hay nada más aberrante que nazca alguien más con la maldita sangre de Naraku Takeda.
Tsubaki continuó:
—Ella no parece cualquier mujer en realidad, es bastante soberbia y desafiante, ha dado bastantes problemas aquí. Pero mi señor…
—¿Soberbia y desafiante? —interrumpió Kagura. Su mente comenzó a trabajar rápidamente, su semblante cambió a uno de completo análisis.
«Así que, una mujer soberbia y desafiante cerca de Bankotsu. Mmm… qué coincidencia más inusitada cuando justamente, supe el verdadero género de quien se hace llamar Shikon», pensó la kunoichi de ojos carmesí y de pronto habló:
—Tsubaki, necesito pedirte algo puntual esta vez.
—Estoy a su servicio, ¿cómo puedo ayudarle, señorita?
—Desde ahora en adelante, cada vez que mi hermano desee compañía femenina, me informaras a quién le llevarás. Debo estar al tanto de cualquier mujer que se le acerque.
La sacerdotisa la miró extrañada por la petición. Kagura jamás se entrometía en los asuntos de su hermano y menos en los privados. No obstante, con gusto la ayudaría.
—Cuente con ello, señorita.
—Sé discreta. Bankotsu no puede saber.
—Como usted ordene.
—Bien. Mientras termino con mi atuendo, cuéntame todo lo que sepas de esta mujer que entró a las filas de Bankotsu. ¿Cuál es su nombre?
—Kagome… Su nombre es Kagome.
No, no, pero, ¡no!
¿En serio esa era su nueva casa?
Apartada de las demás, con un inmenso jardín a su alrededor… Esto no era precisamente lo que la Capitán esperaba. Y mientras avanzaba lento a través del hermoso jardín observando la diversidad de plantas y arbustos de hoja perenne que había, entre bambús y las flores de estación que al parecer fueron plantadas hace muy poco; no daba crédito a tan bella naturaleza que rodeaba la edificación que sería de ella. Se asombró por las preciosas fuentes de agua que daban el perfecto ambiente para meditar.
No solo se trataba del exterior, sino que también, todo lo que había en el interior de la vivienda lucía muy hermoso. Los objetos puramente decorativos eran sencillos, pero cada uno le daba prestancia y feminidad al lugar. Tonos suaves y sutiles predominaban en el interior y, su recámara, ¡Dios! Su recámara no solo tenía una bella decoración, que invitaba a pasar ahí el día entero, realizando trabajos simples de bordado y manualidades típicas de las mujeres de la alta sociedad, sino que además, ¡era enorme! El futón donde ella —sí, la misma con apodo de «nueva soldado»— dormiría, era bastante amplio y se hallaba sobre una tarima. Por último, había un baúl de fina madera para guardar sus pertenencias.
Claramente no esperaba un cuartelucho para el rango con el que entró al clan, es decir, era una de las principales samuráis del daimyō, lo mínimo era una vivienda decente y digna de su cargo. Sin embargo, esto que él le estaba ofreciendo, superaba su imaginación y mucho más sus expectativas.
Las casas de los otros samuráis eran bastante amplias y bien acomodadas, ¡pero sobrias! Eso se vio a simple vista cuando pasaron junto a algunas de ellas, pero nada se comparaba a esta belleza. El bendito jardín tenía peces en sus fuentes de agua, ¡peces! ¡¿Por qué las otras casas no los tenían?! Al menos cuando pasó por los otros jardines esas casas no tenían siquiera fuentes. Se giró hacia Bankotsu y no pudo evitar preguntar el porqué de dicha diferencia.
—¿Por qué te preocupas de eso? —cuestionó él.
—¿Siempre ha sido así esta casa? —inquirió ella.
—No.
—¿No? —se espantó.
—¡No! ¡¿Cual es tu problema, Kagome?!
—¿Por qué no?
Bankotsu apretó el puente de su nariz. En serio había que tener paciencia con esa mujer.
—Eres irritante, ¿lo sabías?
—No me ha respondido, mi señor.
—Fue remodelada para ti, ¿Por qué te extraña tanto?
«¡¿Qué está diciendo?! Hizo esto en… ¿en cuántos días? Solo llevo cinco días desde que me aceptó, antes de eso solo quería matarme. ¿Cuándo decidió remodelar algo para mí?», se preguntó internamente.
La Capitán no sabía qué cara poner. Pese a que todo se veía tan cómodo y agradable, lo que menos sentía estando ahí era comodidad y agrado. Incluso un cuartel de soldado raso habría sido mejor que esto y eso la haría sentir mejor en esta situación tan incómoda. ¿Para qué ordenó que pusieran tanto detalle delicado? ¿Era necesario que se viera tan evidente que ahí viviría una mujer? ¡Era absurdo!
Bankotsu vio el rostro descolocado que Kagome no pudo disimular y arremetió:
—¿Tienes alguna objeción?
—Sí. La verd…
—Aquí te quedarás —la cortó ahí. La vio fruncir el ceño con la palabra atorada en la garganta. Mirarla enfurecida le causaba gracia, pero él lo disimulaba muy bien y continuaba con su seriedad. Ya sabía que Kagome era una mujer muy desafiante. Así que por esa razón él intentaba serlo más, dejándole clara su potestad sobre ella.
Ime llegó a la entrada y se anunció, Bankotsu la dejó entrar.
Kagome notó que la mujer rubia traía el rostro descolocado, sus ojos parecían tristes mientras miraba a su señor como queriendo soltar un berrinche. Enseguida la mujer habló:
—Señor. Me pidieron que trajera esta ropa de cama para la señorita y algunos kimonos de temporada.
—¿Kimonos de temporada? —cuestionó Kagome casi uniendo sus cejas. La ropa sin duda era hermosa para una joven mujer, pero no era precisamente lo que necesitaba como soldado.
—Sí. Kimonos, ¿por qué se espanta señorita? —preguntó Ime con tono suave, disimulando de manera perfecta lo mucho que le apestaba verla ahí y además tener que servirle a ella.
—Discúlpame, pero no necesito Kimonos —respondió Kagome educadamente—. Por favor dile a la señora Tsubaki que solo necesitaré ropa de entrenamiento y un par de yukatas para dormir. —Enseguida se dirigió al joven daimyō—: Señor, necesitaré también mi armadura, aún debe estar aquí, sus soldados me la arrebataron en los calabozos.
Bankotsu tensó la mandíbula recordando tal hecho mirando a Kagome sin responder. En cambio, miró a Ime y le dio la orden de acomodar la ropa de cama y los kimonos en la recámara de la soldado obviando los comentarios de la soldado referente a los kimonos. Ime hizo una reverencia atendiendo la orden de su señor y se dirigió a la última habitación. Su rostro de pronto se había teñido de rojo, pero no por un gesto de ternura, más bien parecía que la rubia estaba a punto de echar humo por las orejas.
Bankotsu volvió a ver a los ojos de Kagome.
—Aún no requieres de tu armadura —mencionó con calma pero con firmeza en su voz—. Tus heridas no han sanado por completo. Solo después de cinco días podrás unirte a las tropas, antes no —espetó.
—¡¿Qué?! No. No puedo quedarme aquí a observar los peces por cinco días. Debo entrenar y…
Un soldado que necesitaba entregar una información al daimyō, se anunció en la entrada de la vivienda, y nuevamente la discusión fue interrumpida.
—Espera aquí —le dijo Bankotsu a Kagome y salió de su vista.
Ime regresó de la recámara y vio que Kagome estaba sola mirando con expresión incrédula hacia el lugar donde antes estaba Bankotsu. Pero enseguida, dicha expresión fue suprimida por el tono seco de voz que la rubia empleó al dirigirse a ella.
—¿Por qué pone esa cara?
—¿Eh? —Kagome la miró extrañada— ¿Qué cara?
—Mmhp… Vamos… no se haga la desentendida —mencionó la rubia cruzándose de brazos.
—No comprendo a qué te refieres —respondió confundida.
—Nada de aquí fue escogido por él, si es que es lo que está imaginando. Él no se preocupa por nimiedades como esta.
Kagome cambió su expresión a una de absoluta seriedad, el tono de Ime no le gustaba para nada, pues parecía que cuando esa mujer abría la boca alguna clase de veneno recorría su lengua. La rubia continuó:
»—No es que usted sea especial para él. Mi señor solo pidió que cambiaran la decoración de este lugar acorde a su género. No es nada más que eso.
La Capitán alzó ambas cejas y sorprendida por la elocuencia de la mujer rubia se acercó unos cuantos pasos a esta e inquisitivamente preguntó:
—Tu nombre es Ime, ¿verdad?
—Sí —respondió la rubia alzando el mentón.
—Ime. —La nombró Kagome, con un semblante serio que distaba de la simpatía— ¿Qué es lo que tanto te molesta de mí?
La rubia sonrió con ironía ¿Molestarle algo? A parte de tosca, ¿era estúpida? Era obvio que eso se quedaba corto, ¡la detestaba!
Aquel día en el salón de reuniones, cuando ella le sirvió el sake a su señor, él le coqueteó descaradamente. Ime había conseguido la atención de Bankotsu, pensó que pudo ser una idea ilusoria de su cabeza el hecho que él se había fijado en ella, pero más tarde confirmó ese flirteo cuando en uno de los pasillos de la torre, él se acercó a su oído y con su aliento caliente y embriagado le susurró: «No suelo acostarme con mujeres que trabajan en mi castillo, pero contigo podría hacer una excepción», y luego de esas palabras, Bankotsu lamió su oreja. Ime sintió que su respiración se había detenido por breves momentos con solo oír esa ronca voz tan cerca y en un tono sugerente, la húmeda caricia casi fue el fin de su autocontrol, si no fuera porque Tsubaki la estaba buscando y el mismo Bankotsu le dijo que no la hiciera esperar, él la habría tomado ahí mismo. Cuando regresó a la torre y lo buscó. Él no estaba, preguntó a los soldados si sabían algo y estos le dijeron que lo habían visto dirigirse hacia los calabozos, así que ella lo siguió. Se escondió cerca de la celda en la que lo vio entrar y escuchó la conversación tensa entre él y esa mujer. Sin ser descubierta, se dirigió hasta los aposentos de Bankotsu para esperarlo ahí y terminar lo que habían empezado, pero este llegó furioso de los calabozos y la rechazó. Kagome le había arruinado la oportunidad de estar con él, con ese hombre que tanto deseaba. Y peor fue después, el darse cuenta que él se preocupaba por esa mujer como no lo hacía con nadie. ¿Podía sentirse más miserable al lado de esa fuerte soldado? Porque el tema que más se hablaba tanto entre la servidumbre como entre los soldados era de lo impresionante que fue ella defendiendo su vida.
La rubia meditó su respuesta. Sabía que hace un momento había pisoteado la subordinada diplomacia que le correspondía tener frente a una soldado de alto rango como lo era Kagome. Pero también era consciente de que esta, tenía un enorme orgullo como para ir y hablar de eso con el daimyō.
—Señorita Kagome. Le pido disculpas si fui muy brusca con mis palabras. Espero que se sienta cómoda en su nuevo hogar.
El terrateniente notó que las mujeres se miraban fijamente. Se quedó viéndolas por breves instantes, en especial el rostro molesto de Kagome.
—¿Qué sucede? —preguntó serio dirigiéndose a su nueva soldado.
Kagome lo miró y respondió:
—Mi señor, necesito hablar con usted de algo que para mí es importante.
—Tengo un asunto que atender ahora, Kagome. Solo entré para recordarte que, ahora eres libre de recorrer el castillo.
Bankotsu se giró para retirarse, pero la Capitán se apresuró en decir:
—¡Señor, insisto! Debo hablarlo de inmediato.
Bankotsu exhaló por la nariz y se giró hacia ella, se acercó un poco más y dijo:
—Bien. Que sea rápido.
—Sí, señor —afirmó su soldado y enseguida dijo—: Agradezco la comodidad que me ofrece, pero no es necesario todo esto. —Bankotsu alzó una ceja incrédulo y Kagome supo que tenía su atención, así que continuó—: Considero que no es correcto hacer esta diferencia con mis compañeros. Por favor le pido a mi señor que me cambie a una casa que esté al mismo nivel que la de ellos.
—¿Dices que quieres dormir en medio de todos los soldados?
—¡¿Qué?! N-no, ¡no dije eso! —respondió arrugando el entrecejo, molesta porque él tergiversó sus palabras— Quiero decir que, no por ser mujer necesito recibir un trato diferente, considéreme como un soldado más, por favor.
—Esto es lo que yo considero necesario para ti, eres mi soldado y yo decido dónde te ubico, no pediré tu autorización para hacer las cosas —espetó y agregó—: Si no te agrada y prefieres dormir en el jardín, es tú decisión.
—Soy su soldado, usted lo dijo, entonces le pido un trato igual que a los otros, no necesita tener conside...
—¡Tú no eres igual que ellos! —exclamó tajante dando un paso hacia ella e impulsivamente puso su mano sobre el delgado brazo de su soldado. Su azul índigo penetró con fuerza y determinación el intenso marrón de esas grandes orbes que lo miraron sobresaltados.
Si ella era obstinada, él podía serlo aún más. Ambos se miraron fijamente, Kagome con una expresión asombrada por esa reacción que él tuvo y él, molesto porque ella no quería entender que jamás podría igualarla a uno de sus otros soldados… No. ella era diferente. Dejaron de mirarse solo para dirigir sus ojos a la mano que apretaba el brazo de la soldado. Ime tenía los puños apretados y sus uñas ya se clavaban en su piel, pues la escena era una patada directa en los ovarios y no lo soportaba más. Rápidamente, Bankotsu apartó su mano como si con esta hubiera tocado brasas ardientes de una hoguera, aclaró su garganta y agregó:
—Cuando estés lista, ve a la Torre del homenaje y reúnete con el Comandante Jakotsu.
—Entendido, mi señor —respondió Kagome dando por perdido el asunto de su acomodada y tan femenina casa. Sin mencionar que ya quería que él se fuera para dejar de sentirse extraña por el apretón de brazo que recibió.
Pero antes de que Bankotsu se fuera, Ime preguntó:
—¿Querrá compañía esta noche, mi señor?
Más incómoda que nunca, al oír esa clase de pregunta. La Capitán Higurashi no encontró más que hacer que aclarar sonormente su garganta. Y luego dijo:
—Bueno… iré a mi recámara —El moreno y la azabache se miraron un instante, para luego apartar sus rostros con incomodidad. Kagome se apuró en despedirse—: Si me disculpan… —Hizo una reverencia— Permiso.
Inconscientemente el moreno terrateniente se tensó y, no porque la pregunta de la mujer rubia fuese algo que él considerara descortés, no era la primera vez que le preguntaban eso. Sin embargo, no podía negar que, el hecho de que Kagome estuviera presente y oyera esa pregunta; le incomodó sobremanera.
Iba a dar un paso tras ella, pero como si algo lo hubiese congelado, se detuvo en el acto y no alcanzó a moverse de su sitio. Estupefacto y sorprendido de sus propios impulsos que, por suerte alcanzó a controlar, se preguntó a sí mismo:
«¡¿Qué carajos estaba pensando hacer?! ¿Seguirla?».
En el momento en que ella le dio la espalda y se fue, Bankotsu sintió como si algo hubiera hecho mal, como si nuevamente le estuviera dando motivos a la soldado para que pudiera cuestionarlo, tal como en reiteradas oportunidades ella lo había hecho. Ella siempre tenía una opinión diferente a la de él, una objeción o un argumento que sacaba, ¡sepa Dios de dónde!
¡Demonios! ¿Cómo podía estar preocupándose de lo que ella pensara? Cuando jamás en la vida le había importado lo que opinaran los demás respecto a sus intimidades.
Se sintió un completo idiota.
«¡Al diablo con ella!», pensó componiendo su semblante, autoconvenciéndose de que además la mujer era bastante insoportable. Ella no era más que su soldado. Tenía que meterse en la cabeza que Kagome, no podía ser nada más que eso. Algo tan sobrevalorado y tan irrisorio como el «amor». No eran parte de las ambiciones y convicciones del gran daimyō, Bankotsu Takeda. Y nada iba a revocar ese pensamiento tan propio de él.
Se volteó hacia Ime y con seguridad le dijo:
—Dile a Tsubaki que me busque más tarde.
—Sí, mi señor —respondió la mujer con una sonrisa coqueta.
Kagome se había quedado escuchando la respuesta del daimyō desde uno de los pasillos.
—Mmhp… patético —Aquel resoplido y esa palabra fue todo lo que la Capitán pudo expresar en ese momento. Negó con la cabeza desaprobando la estupidez del daimyō y finalmente se alejó hacia su habitación. Rápidamente despejó su mente y recordó sus objetivos, los que realmente importaban.
Pensó en Kohaku. No había podido preguntar acerca de él, pero ahora que tenía pase libre por el castillo, tal vez visitaría ciertos lugares y de seguro encontraría información.
El sendero rodeado de un frondoso bosque los llevó hasta una pequeña y solitaria cabaña que quedaba de camino a Mutsu. Sango descendió de Kirara y Kōga hizo lo mismo de su propio caballo. La kunoichi de cabellera castaña tomó una piedrecilla y con ritmo casi melódico dio cuatro golpecitos en la madera de una de las ventanas de la cabaña. Esperó unos segundos y dio cuatro golpecitos más con el mismo ritmo anterior.
—¿Quién vive aquí? —cuestionó Kōga al darse cuenta que la cabaña, pese a ser humilde estaba en excelentes condiciones, tanto el jardín como las flores estaban muy bien cuidadas y desde el interior, un aroma a comida casera los invitaba a entrar y a degustar—. ¿Por qué golpeas de modo tan… raro?
—Es una clave.
—¿Una clave?
—Ssh… —Lo calló Sango.
«¡Joder con el maldito misterio para todo!», pensó el Comandante llevándose la mano a la cara para reprimir su molestia.
Y es que para un hombre impulsivo como el Comandante Okami, en serio se estaba volviendo difícil tener que pulir esa pizca de paciencia que poseía para lograr trabajar en equipo con Sango. Para ella, cada cosa debía ser muy bien pensada, muy cautelosa y cuidadosamente ejecutada. En cambio para Kōga, quien acostumbraba a dirigir un batallón con el cual actuaba de un método más confrontacional y en grupo, el hecho de ejecutar este asunto de un modo tan complejo; le resultaba un verdadero fastidio. Si otras fueran las razones que los llevaban hacia el enemigo, él habría entrado a ese castillo con todos sus hombres y habría enfrentado a quien se le pusiera por delante sin importar cuán peligroso fuese. Pero Sango le había mencionado: «…la legión de exploración del clan Takeda vigila todas las provincias del norte, incluso aquellas que no les pertenecen. Si ven a un ejército marchar hacia sus tierras. Se pondrán inmediatamente en alerta y, no podemos permitir que nos descubran antes de llegar a Kagome. Recuerde Comandante que aún no tenemos noticias de Kohaku, así que de momento, no somos bienvenidos allá».
Sango tenía razón… llevar a sus hombres a esta misión podría poner a Kagome en mayor peligro. Y si quería que esta, regresara sin daño alguno él tendría que apegarse al engorroso plan de la kunoichi, le agradara o no.
La puerta de la cabaña fue abierta finalmente y una mujer de aproximadamente sesenta décadas recorridas, se asomó para darles la bienvenida a los viajeros y dirigiéndose a la kunoichi dijo:
—Señorita Sango, su esposo la espera adentro.
Sango saludó a la mujer, presentó al Comandante Okami y enseguida ingresó a la cabaña seguida por él.
—¡Cariño! —exclamó alegre Sango al ver a Miroku yendo a su encuentro—. Que bueno que ya estás aquí. No sabía si mi carta tardaría en llegar, pero veo que tuve éxito —expresó, mientras le daba un abrazo a su esposo.
—Hola, preciosa. Vine en cuanto la recibí. Llegué hace dos días.
Sango se apartó y Miroku dirigió su mirada a Kōga. Respetuosamente lo saludo.
—Comandante, Kōga Okami. Buenas tardes.
—Coronel, Miroku Chiba. Buenas tardes —saludó Kōga y se cuadró al instante ante Miroku, pues este, era el actual Coronel del ejército imperial, por ende, tenía un mayor grado sobre él—. No sabía que estaría aquí, señor.
—Casualmente tenía asuntos militares cerca de esta zona. Pero Kōga, puedes relajarte, aquí no necesitas ser tan formal.
Koga asintió y cambió su postura erguida por una más relajada.
—Su esposa es todo un misterio, ¿sabe? —comentó de pronto el Comandante.
—Sí. Lo sé —respondió el aludido sonriendo. Luego miró a su mujer con orgullo y picardía.
¡Claro que el Coronel lo sabía! Pues con el único que Sango no guardaba secretos era con él y sentía que eso lo ubicaba en el mejor de los lugares en todo el Universo. Kōga continuó reclamando:
—Ella mencionó que tomaríamos un descanso y luego me arrastró hasta aquí sin explicar nada del por qué nos estábamos desviando tanto del camino.
—Lo siento, Comandante. Acostumbro a trabajar sola y en silencio —argumentó la kunoichi—. Además haces demasiadas preguntas y no tengo respuesta para todo. Ya te había dicho que iríamos a una cabaña a descansar. No digas que no te avisé.
—Sí, lo mencionaste, pero omitiste la parte de la distancia. ¡Nos desviamos más de sesenta kilómetros! —exclamó molesto.
Sango apretó el puente de su nariz y respiró profundo. Soportar las quejas del Comandante a medida que se alejaban del camino, ya la tenían más que exhausta. Miroku notó el cansancio y estrés de su mujer y decidió intervenir en la discusión.
—Kōga, aquí es donde siempre Sango hace una detención cada vez que sus misiones son en el Norte. Y esta en especial no es cualquier misión. Aquí es seguro. Lo mejor es evitar que alguien los vea y en especial a ti; alguien podría reconocer al Comandante del clan Higurashi. —el aludido comenzaba a comprender —Ambos están cansados, necesitan beber agua y alimentarse, aquí repondrán sus fuerzas —explicó con calma el Coronel. Enseguida intentó amenizar el ambiente y con un gesto picaresco que hizo con sus cejas, le dijo al Comandante—: Aunque sabemos que no hay nada como la compañía nocturna de una dama para recuperar esas fuerzas, ¿no?
Un «¿Eh…? Se oyó por parte del Comandante quién se halló sorprendido con lo dicho por el Coronel. Este último continuó:
»—Según sé, no muy lejos de aquí hay una aldea donde jóvenes y hermosas señoritas, hacen muy buena compañía, tal vez le interese darse una vuelta por ahí y… —Detuvo sus palabras en cuanto su mirada se intersectó con el oscuro semblante de su esposa. Sango estaba mirándolo y parecía que el fuego comenzaba a chispear como una hoguera dentro de sus ojos.
Con una ceja temblando, el ceño fruncido y los puños apretados, Sango siseó entre sus dientes el nombre de su esposo:
—Miroku…
La mujer respiró para llenarse de paciencia y recato, porque juraba por los dioses que su marido se los hacía perder en segundos. Lo amaba con todas sus fuerzas, lo admiraba por su talante y sabiduría. Pero ¡Por Dios! Podía ser un idiota con falta de tino cuando de «hermosas mujeres» se trataba.
Kōga miró el semblante de Sango y sintió temor por el Coronel.
«¿En serio tiene huevos para decirlo frente a su mujer o… es un verdadero idiota?», pensó el Comandante.
—Cla-claro que yo nunca he ido a esa aldea… puede que ni siquiera exista —dijo rascando su cabeza, intentando arreglar el disparate que acababa de decir frente a su furiosa esposa.
—Pues parece que ganas no te faltan de ir a averiguarlo —espetó celosa la kunoichi y se cruzó de brazos.
El Coronel sonrió nervioso al percibir la energía casi asesina de su mujer. Y rápidamente respondió:
—Vamos, Sanguito… sabes que no hablo en serio, solo intentaba distender el ambiente entre ustedes —Se acercó a la aludida y la abrazó tiernamente por la cintura, la miró fijamente a los ojos para que su bella esposa viera la verdad en estos. Pues en efecto, él no mentía en decir que jamás había puesto un pie en ese lugar dedicado al negocio de la bohemia y placer, porque si algo tenía claro en la vida, es que Sango era lo más amado y preciado para él y por muchas bellezas que se topara en el camino, él jamás faltaría a su fidelidad y amor hacia ella. No obstante, y pese a que la kunoichi creía en su palabra; continuaba molesta. Puso los brazos en jarra clavando más profundamente su mirada en la de su esposo y con el ceño fruncido lo increpó:
—¡Eres un descarado, Miroku!
Kōga sintió que la incomodidad se formaba como una gran montaña sobre él y no sabía para qué lado desviar la mirada, así que decidió intervenir desde su distancia, pues no se iba a arriesgar a que la kunoichi le diera el guantazo a él en vez de a al esposo.
—Oigan… —Los aludidos lo miraron—. ¿Ya terminaron su pequeño pleito matrimonial? Porque comienzo a pensar que tendré que buscar una rama de árbol firme para pasar la noche. Pues no quiero que después mis oídos sean testigos de su fogosa reconciliación.
Sango se sonrojó avergonzada, aclaró su garganta recobrando la compostura y respondió:
—¡¿Cómo se atre…?!
—Después de un disgusto, un gusto —interrumpió el Comandante a la kunoichi y esta lo atravesó con su mirada—. Es lo que se da en los matrimonios, ¿o no?
Aprovechando que su mujer desvió la mirada, el Coronel negó rápidamente con su cabeza mirando al Comandante y este, de inmediato entendió que era mejor mantener cerrada la boca o el guantazo iría para los dos, pues sus comentarios no estaban ayudando.
De pronto y como si todo mundo hubiera olvidado que ahí también estaba la mujer mayor; la oyeron decir con su calmada voz:
—La cena está lista.
Miroku suspiró sintiéndose salvado por la señora y Kōga caminó hacia la anfitriona pasando con cuidado por el lado de Sango. Escogió un puesto junto a la mesa y se sentó.
—¡Excelente! Esto se ve delicioso, muero de hambre —expresó con energía el Comandante.
Sango se giró hacia la mesa para sentarse también, pero Miroku la atrapó por la cintura. No la dejaría irse hasta aclarar el asunto. Le susurró al oído palabras que le provocaron un coqueto sonrojo en las mejillas y la hicieron voltearse a conversar en susurros con él. Pronto se besaron discretamente y rieron en complicidad, finalmente acompañaron al Comandante dejando atrás el pequeño e insignificante conflicto.
—Coronel —habló la señora—. Guardo cena para el joven Kohaku.
—Hoy no. Muchas gracias por su atención —respondió el Coronel.
—¡Cierto! Cariño no te había preguntado, ¿ya pudieron reunirse?
Miroku asintió y respondió:
—Tal como me pediste en la carta. Le informé la situación de Kagome.
—Muchas gracias amor. Y, ¿qué pasó con la carta?
Kōga también estaba poniendo atención.
El Coronel comentó a los viajeros lo sucedido con Kohaku, quien había estado en la cabaña hace un par de días, les comentó la condición en la que este llegó. Sango apretó su puño con rabia al oír aquello. Le dolía profundamente que su hermano haya sido herido, pero esos eran los riesgos de su trabajo como ninja. Sin embargo, Miroku la tranquilizó afirmando que ya estaba recuperado. También mencionó que mientras el muchacho estuvo en la cabaña, escribió una carta a Midoriko en la cual detalló su visita al castillo Mutsu y el rechazo rotundo de Bankotsu a mantener buenas relaciones entre clanes, replicó las palabras del daimyō: «… si vuelvo a ver a un Higurashi por aquí, ¡no lo dejaré regresar!».
—Infeliz —Expresó el Comandante refiriéndose al terrateniente del norte—. Y, ¿dónde está Kohaku? Necesitamos hablar con él.
—Por supuesto que Miroku no sabe. —Se adelantó en responder, Sango— Los ninjas no revelamos nuestras misiones a otros.
—Tú lo haces con él —dijo el Comandante apuntando al Coronel.
—Miroku es mi esposo. ¡Es obvio que puedo confiar en él!
El aludido habló para centrar la conversación y evitar un nuevo conflicto entre ese par tan discordante.
—No sé dónde está Kohaku, pero sí me dijo que iba a regresar aquí.
—¡¿Cuándo?! —presionó Kōga.
—Mañana… al anochecer.
—Perfecto. Lo vamos a esperar —dictó Sango—. De seguro Kohaku ha obtenido información que puede ser de utilidad.
Kōga suspiró profundamente. Por mucho que no quisiera tener que esperar, era lo más sensato ahora. Debía tener confianza en su amiga de la infancia, pues aún en su intuitivo corazón guerrero, él sentía que Kagome estaba bien.
.
.
Continuará…
N/A: ¡Hola mis queriditos lectores! Uff… sí que me tardé… lo siento mucho T.T
Esto fue un parto para poder sacarlo a la luz, en serio me costó un chingo. No solo fueron las labores adultas que casi no me dejan tiempo de escribir, sino que además, mi cerebro estaba seco y el capítulo no me fluía para nada, estaba estancada, pero bueno, su humilde servidora hace lo que puede, así que, ¡voalá! al fin lo publiqué :3
En serio, espero que el capítulo compense la demora. Aún no llegamos al momento de la caída en el barranco, recordemos que eso fue un salto de tiempo que hice en el capítulo anterior, así que aún sigo relatando lo que pasó antes de eso.
¡Kagura llegó al castillo! Y eso me emociona mucho, pues aparte de que ella me encanta como personaje y la adoro, ahora Kagome estará en mayores aprietos.
Muchas gracias por sus ideas para el Kamon (insignia) de los Takeda. Pronto sabrán qué escogí.
Solo hay un dato cultural esta vez.
Torre del homenaje: La primera edificación que solía observarse, antes que murallas o pórticos, era el tenshu kaku o Torre del homenaje, debido a que era la construcción de mayor altura e incluso podía ser visible a varios cientos de metros de distancia. Generalmente contaba con al menos tres pisos de altura, siendo el más alto de siete. El número de pisos que se percibían desde el exterior rara vez correspondía a los pisos reales, debido a que solían construirse sótanos en la base de piedra.
La función del tenshu kaku era de suma importancia dentro del complejo, ya que era el encargado de proveer una última línea de defensa, constituía la imagen del daimyō gobernante, y suponía un lugar de almacenamiento seguro.
Muchas gracias por sus bellos reviews a: Rogue85, Sasunaka doki, Paulayjoaqui, GabyJA, Tere-Chan19. Espero no se me haya pasado responderle a alguna sus mensajitos.
GUEST:
manu: Hola, la verdad descocnocía toda esa información de Ranma y sí sería interesante volver a verlo, siempre que la obra sea de la misma mangaka por supuesto. Y sí sería lindo que las chicas tengan parejas, pero la verdad también pienso que no siempre tiene que ser así. Gracias por la recomendación, aunque aún no la he visto, te contaré cuando lo haga. Saludos.
Rodriguez Fuentes: Hola, qué alegría fue leer tu review. No te preocupes, lee cuando tengas tiempo, así le tomas al asunto, porque esto es una ensalada de información jajajaja. Ahora ellos pasarán más situaciones juntos así que podrán conocerse mejor. Gracias por tu opinión respecto al Kamon, es una muy buena idea.
Lita Mar: Hola bella, gracias por tu idea respecto al Kamon, eso de la flor de loto me encanta, quiero darle una forma con otra idea más que me dieron. Así que ahí veremos qué sale. Lo de la alabarda, bueno… canónicamente, Banryu tiene una conexión especial con Bankotsu, así que no quiero alejarme mucho de eso. Es gracioso lo del martillo de Thor, pero no andas tan alejada de la idea que hasta ahora tengo. Y sí, Bankotsu es muy diferente a su padre. Banky siempre le fue leal, porque la lealtad es parte de su ser. Pero jamás podría ser como fue Naraku y eso es lo que Kagome debe conocer. Gracias por tu apoyo, hermosa.
Abracitos,
~Phanyzu~
