El arco era pequeño y ligero. Su tamaño era más o menos de la mitad que un arco normal y era perfecto para un niño de unos nueve años. Elrond lo giro entre sus manos, acariciando las marcas desgastadas donde unas manos lo habían agarrado y rayado el acabado muchas veces. En algún sitio, dentro del baúl, había un raído carcaj de cuero con flechas a juego. Ambos pertenecían a Elladan, y Elrond podía recordar el día que los había recibido con toda claridad.

Aquel verano los gemelos tenían alrededor de nueve años. Todavía eran lo suficientemente pequeños para acurrucarse en el regazo al final del día, pero habían crecido: tenían las piernas largas y una apariencia desgarbada. Todavía parecían casi idénticos, con grandes ojos grises, pelo castaño oscuro y sonrisas insolentes. Quizá, al parecerse tanto, aquel verano les había costado separarse el uno del otro.

En realidad lo que se había producido no había sido realmente una separación. Únicamente las diferencias de personalidad de ambos se habían vuelto más obvias, especialmente para aquellos que no pertenecían a la familia. Los muchachos siempre habían sido diferentes.

Elladan siempre estaba moviéndose y retorciéndose. Testigo de ello era la parte de abajo de su pupitre en la sala de estudio, marcado por los golpes. Además, Elladan era muy decidido, y ciertamente se le podía considerar testarudo. O difícil. Cualquier mañana, se le podía encontrar en el jardín, antes del desayuno, practicando cualquier habilidad que desease aprender.

Elrohir, por otra parte, era un niño completamente diferente. Le gustaba escuchar, y era tranquilo y atento. Sus actividades preferidas eran acurrucarse en el regazo de su madre o su padre y mirar libros, o practicar caligrafía. Tenía una paciencia y una curiosidad infinitas, algo que su hermano solo mostraba cuando el asunto tenía que ver con la palabra "batalla". Elrohir disfrutaba con el entrenamiento físico que todos los jóvenes elfos recibían, pero encontraba cada vez más difícil mantener el mismo ritmo que su hermano.

Elrond recordaba que había sido a principios del verano cuando se había anunciado que, además de en las horas de clase, los campos de entrenamiento para los niños estarían abiertos por las tardes. Elladan no había perdido ni un segundo en intentar atraer la atención de su padre acerca de este hecho, a pesar de que se encontraban celebrando una festividad importante.

OoO

— ¡Ada! —Interrumpió Elladan a su padre con aire insistente.

Elrond alzó la mirada y encontró a su hijo apoyado sobre la mesa a un par de asientos de distancia. Era un día festivo importante en Rivendell. La celebración marcaba el comienzo del verano y la mayoría de edad de una generación de jóvenes elfos guerreros. Muchos visitantes importantes habían viajado desde Lorien o Mirkwood para la ocasión, y su esposa y él estaban muy ocupados entreteniéndonos.

Era la primera vez que los gemelos acompañaban a sus padres en un acto oficial y aquella tarde, ambos muchachos habían estado terriblemente nerviosos. Quizá deberían haber caído en la cuenta de que algo rondaba la mente de su hijo mayor porque había estado sentado demasiado quieto mientras lo preparaban para la ocasión y ni siquiera se había quejado de que le tiraban del pelo.

Ahora no, Elladan, pensó Elrond, sea lo que sea lo que vayas a decir que no sea en mitad de una conversación sobre diferencias culturales.

Elrond levantó una mano para acallarlo.

— Más tarde, hijo.

Elladan se sentó de nuevo y le hizo un par de muecas a Elrohir antes de meterse una cantidad exagerada de patatas en la boca.

Bien.

— ¡Ada! —dijo Elladan con voz exageradamente alta y disparando pequeños trozos de patata sobre la mesa.

Elrond no había contado con la pausa en la conversación mientras surgía un nuevo y elaborado tema central. La gente se giró para mirar a Elladan y antes de que pudiera regañarle, Elrond tuvo la satisfacción de ver a su hijo ponerse colorado hasta las orejas y hundirse de nuevo en su asiento.

Fuese lo que fuese lo que Elladan tenía que decir, estaba más allá de su capacidad tener paciencia y esperar a que la comida terminase; así que Elrond aprovechó que estaban esperando al siguiente plato, pidió disculpas a sus invitados y guío suavemente a su hijo hasta una esquina tranquila de la sala.

Elladan miró a su padre con unos ojos enormes y angustiados.

— Lo siento mucho, Ada. — dijo Elladan con la cara sonrojada y a punto de llorar. — No ha sido a propósito.

Elrond miró a su hijo. Los gemelos estaban vestidos de forma similar, con sencillas túnicas de seda de color crema y pequeñas diademas con la forma de hojas caídas, colocadas sobre su pelo trenzado.

— He hablado muy deprisa, Ada. Ha sido un accidente.

Elladan era muy consciente de que los dulces y los pequeños regalos que eran tradicionales en aquella festividad todavía no habían aparecido en la mesa y lo que era todavía peor; los concursos de arquería y esgrima todavía estaban por llegar.

—No ha pasado nada Elladan, pero sé más cuidadoso en el futuro.

—Lo haré, Ada

Elrond fue recompensado con una amplia sonrisa.

—Ahora Elladan, — dijo, mientras su hijo lo miraba inquisitivamente, medió girado hacia la mesa donde acababa de ser depositado un gran plato de pudding. — ¿Qué era lo que querías decir?

Elladan saltó arriba y abajo con nerviosismo, olvidándose de la comida.

—Oh, Ada. ¡Ahora podemos entrenar por las tardes, Ada!

Así que aquel era el asunto. Elladan tenía una mirada expectante y los ojos brillantes:

— Quiero ser más hábil con la espada, Ada—declaró con resolución, mirando la cara de su padre. Elrond comenzó a reírse. Ya sabía lo que vendría a continuación. —Glorfindel me ha dicho que tú eras un espadachín muy bueno.

Elladan saltó a la pata coja sobre un pie y después sobre el otro, esperando la respuesta de su padre.

—Me encantará ayudarte a entrenar, hijo mío—se rió Elrond. — Si tú quieres, por supuesto.

Elladan se abalanzó sobre su padre, rodeándole el cuello con sus bracitos y Elrond lo levantó y lo hizo girar rápidamente, sin importarle las miradas desaprobadoras de la gente o que sus inmaculadas ropas se estuviesen arrugando. Francamente, no le importaba en absoluto.

Aquella era una fiesta para las familias.