Elrond entró en el estudio de Glorfindel y colocó algunos papeles sobre el escritorio. Estaba a punto de marcharse cuando algo llamó su atención.

En la parte de arriba del escritorio, como había permanecido durante cientos de años, había una pequeña águila tallada en una madera de color cálido. Había sido realizada por una mano bastante inexperta, pero su autor la había lijado con tanto cuidado que había quedado totalmente lisa, aunque algunas partes de las alas desplegadas eran bastante más delgadas que otras.

El águila era propiedad de Glorfindel, como también lo eran los recuerdos asociados con ella. Ambos eran preciosos para él.

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El ardiente sol de mediodía golpeaba con dureza en el suelo seco del claro. Apenas había sombra para el alto elfo y la pequeña multitud de pequeños elfos que estaban apiñados a su alrededor.

El instructor contó rápidamente nueve cabezas moviéndose de arriba a abajo a una velocidad mareante. No estaría bien perder a alguno de sus pequeños pupilos en el cambio de actividad.

—¡Quedaos quietos muchachos!—.Gritó al fin

Los chicos, con edades comprendidas entre los nueve y los doce años estaban vestidos de manera similar, con túnicas de entrenamiento verde oscuro y pantalones cortos. Formaron una fila desigual. Estaban a mitad de la sesión de entrenamiento y acababan de terminar los ejercicios de velocidad y agilidad. Las cuerdas, que habían sido atadas entre dos árboles, habían sido vueltas a enrollar y los bloques de madera que servían para marcar el terreno por el que corrían, habían sido apilados en una esquina. Generalmente los muchachos disfrutaban de aquellas actividades, pero hoy se habían mostrado impacientes, deseando que la sesión terminase y que la nueva clase diese comienzo. Hoy sería su primer intento en la clase de tiro con arco.

El instructor los llamó uno por uno, eligiendo ,de la caja de pequeños arcos de entrenamiento que tenía junto a él, un arco apropiado según la altura de cada muchacho. Con el tiempo necesitarían arcos propios, pero por el momento los gastados arcos de la sala de entrenamiento serían adecuados.

—Elladan

Por fin el instructor pronunció su nombre y Elladan dio un saltito hacia delante con alegría para recibir su arco. Los alumnos serían los encargados de cuidar de ellos y usarlos para entrenar hasta que les fuesen entregados arcos propios. Uno de los chicos más altos había estado presumiendo del hermoso arco que su padre le había prometido.

—Gracias, hîr

Elladan sonrió ampliamente admirando el arco en sus manos. Estaba hecho de una madera ligera y elástica y venía con diez pequeñas flechas. Saltó de arriba a abajo sobre los dedos de los pies, impaciente, mientras los otros muchachos recibían sus armas, mirando con anhelo los blancos a un lado del campo.

Finalmente todo el mundo recibió sus arcos y sus flechas y todos miraron al maestro esperando instrucciones.

—Poneos en fila en frente de los blancos en parejas

Elladan se giró hacia su anterior compañero, un chico de unos once años y sonrió. El muchacho miró más allá de él y le dio la espalda, emparejándose con otro elfo. Todavía estaba resentido por haber sido vencido por un muchacho más joven en el torneo que habían celebrado un par de días antes.

Sorprendido, Elladan se giró hacia los otros muchachos para encontrarse con que todos estaban ya emparejados. Se sonrojó ligeramente y se quedó de pie ante el último blanco examinando su arco, fingiendo que no le importaba. Nunca se había quedado sin compañero antes. Eso era solo para gente que no le gustaba a nadie.

— Ah, Elladan ¿Serás tú mi compañero? —preguntó el instructor con amabilidad. No le gustaba la risa que había oído viniendo de otro elfo. Elladan asintió mirando al suelo.

Después de una breve demostración, los jóvenes elfos cogieron sus armas e intentaron adoptar la posición correcta.

—No, Elladan. Hazlo así—. Elladan sintió como el instructor ajustaba el agarre en su arco mientras se movía por la fila corrigiendo a sus pupilos. Finalmente, cuando todo el mundo sostuvo el arco de manera satisfactoria, les ordenó disparar.

Elladan dejó ir la flecha, esperando que volase hasta la diana y aterrizase en el centro. Después de todo, si Elrohir era bueno en aquello, también debería serlo él.

La flecha aterrizó en el suelo a unos diez metros de la diana. Elladan frunció el ceño y colocó la siguiente flecha concentrándose más. Aquella alcanzó la diana y se quedó colgando del extremó más lejano.

— ¡Dedica más tiempo a apuntar, Elladan!—gritó el instructor desde el otro extremo del campo, donde estaba ayudando a un pequeño elfo rubio a colocar la flecha en el arco.

Elladan se puso colorado. Era raro que recibiese críticas. Sin embargo, hizo lo que le habían pedido y las dos flechas siguientes consiguieron acertar en el borde del círculo.

Al final de la lección, a pesar de no haber tenido que turnarse como los otros, había sido incapaz de acertar en el centro. Había flechas en el suelo, en los árboles que había detrás de la diana, en el tablero y unas pocas en el círculo exterior de la diana. La que más cerca había quedado estaba clavada en el segundo círculo exterior.

Elladan cogió su arco y corrió tan rápido como pudo por el claro hacia su escondite secreto dentro del tronco hueco de un roble en los jardines inferiores.

El elfo instructor contempló la rápida retirada del muchacho mientras recogía el equipo y suspiró. Elladan no se tomaba a bien perder y eso era algo que tendría que aprender si quería aprovechar todo su potencial.

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Celebrian estaba sentada en una pequeña banqueta en frente del espejo, trenzándose el pelo. Había pasado el día entreteniendo a los invitados y escribiendo una carta al rey Thranduil de Mirkwood. Al volver a su habitación había encontrado un gran borrón de tinta en la punta de su nariz y había decidido que era hora de arreglarse y vestirse antes de la cena.

Como era habitual, los rizos rebeldes que enmarcaban su cara no querían ser domados para convertirse en trenzas. Cogió dos pequeñas violetas del bouquet que estaba en el tocador y las entrelazó con los rizos, antes de colocarlos detrás de las orejas. Se puso de pie y dio una vuelta en frente del espejo, encantada con el resultado.

Un ruido detrás de ella hizo que se apresurase a coger el vestido que estaba sobre la cama. Los jóvenes mensajeros eran demasiado educados para entrar mientras estaba en ropa interior y con los ojos fijos en los suelos o las paredes, preferían toser suavemente para anunciar su presencia.

—Cel— unos brazos cálidos se deslizaron por su cuerpo

Celebrian se giró de puntillas hacia su esposo para besarle. Elrond levantó el brazo y acarició su aterciopelado pelo. Todavía le maravillaba por dentro que alguien tan hermoso hubiese elegido comprometerse con él de por vida.

—¿Ada? —una voz inquisitiva llegó desde el pasillo.

Elrond gruñó, soltando a su esposa mientras se giraba hacia la fuente de la interrupción.

Elrohir entró dando saltitos y sosteniendo su arco de entrenamiento y se tiró sobre la cama.

—Hola Ammë, — Elrohir sonrió al verla. —¿Estáis tu y Ada ocupados?

Celebrían extendió un brazo detrás de ella para apretar la mano de Elrond.

—No estamos tan ocupados. ¿Estabas buscando a tu padre?

Elrohir asintió y se giró para mirarle.

— Ada, me estaba preguntando si practicarías tiro con arco conmigo

Tenía tiempo libre. Tiempo que había pensado pasar con Celebrían, pero Elrohir parecía tan ansioso... Elrohir no se unía a su hermano en las sesiones matutinas de práctica con la espada, y prefería leer antes que participar, cuando Elrond o Glorfindel encontraban tiempo por la tarde para ayudarles. Elrond no quería pasar más tiempo con uno de sus hijos que con el otro y no había visto a Elrohir tan emocionado con su entrenamiento desde hacía mucho tiempo, así que le pidió disculpas a Celebrian con la mirada y fue a coger su arco.

— Bueno, no veo por qué no, Elrohir. Hace mucho tiempo que no utilizo mi arco.

Elrohir le dio a su madre un abrazo antes de salir de la habitación arrastrando a su padre con él.

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Celebrían no se sintió muy decepcionada por aquel giro de los acontecimientos. Estaría con su marido aquella noche durante la cena y después durante las actuaciones en la Sala del Fuego. Después de todo, con dos hijos pequeños había decidido que cualquier clase de paz era un sueño distante.

—¡No!

Una voz clara y obstinada se alzó sobre el murmullo de aquellos que estaban previamente en el jardín. Su marido, que estaba resistiéndose a que Elrohir tirase de él, estaba de pie frente a Elladan. Elladan estaba sentado en una gran piedra junto a un macizo de flores golpeando la tierra con un palo.

Elrond se acercó colocando un brazo alrededor de los hombros de su hijo mayor. Su hijo parecía tan molesto e irritable que sintió que debía ofrecerle algo de consuelo.

— Por favor, Elladan ¿no vas a venir?

—¡No! —dijo Elladan subiendo la voz.

—¿Por qué?¿Es que no puedes disparar? —pregunto Elrohir con inocencia y poco acierto.

—¡No! ¡No quiero y eso es todo!¡No! —rugió Elladan, tirándole el palo a su desafortunado hermano y cargando hacia las escaleras que iban hacia su habitación.

Elrond se quedó mirando a su hijo, sorprendido por la pataleta. Solo había preguntado si quería unirse a ellos.

—¿Ada? —dijo Elrohir con tristeza, preguntándose si todavía irían a entrenar.

Elrond cogió a Elrohir de la mano y comenzó a caminar hasta el campo de entrenamiento. La cara de Elrohir se iluminó.

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Elladan subió las escaleras pisando con fuerza y dando un portazo detrás de él que terminó con un impresionante bang. De hecho el golpe había aliviado tanto sus sentimientos que lo repitió tres veces por si acaso. Habiendo lidiado con aquel asunto, se tiró sobre su cama enterrando la cara entre las almohadas.

Había querido ir con su Ada, pero no podía permitir que nadie viese lo malo que era con el tiro con arco. ¡Jamás! Debía ser terrible porque no había recibido comentarios sobre su habilidad, solo recordatorios de que apuntase y sostuviese el arco recto.

Metiendo la cabeza bajo la almohada pateó el colchón tan fuerte como pudo, vengándose por sus sentimientos.

Celebrían, que ya se había puesto el vestido, se preguntó si debía ir con él. Hacía mucho tiempo desde la última vez que Elladan había tenido una pataleta como aquella, pero mirándolo con perspectiva era mejor dejarlo solo. Al menos hasta que se hubiese calmado.