—Vamos, Elrohir. Es hora de volver.
Elrohir fue saltando hacia él, sosteniendo las flechas que acababa de recuperar de la diana. Puso nueve de ellas en el carcaj y mantuvo una fuera. Elrond alzó las cejas.
— Esta es mi flecha especial, Ada— Elrohir la acarició con orgullo. —Cuando di en el blanco fue con esta flecha y cuando me quedé segundo en mi grupo de entrenamiento fue con esta flecha.
Elrond se echó a reír, acariciando el pelo de su hijo. Cogió las armas de Elrohir, teniendo cuidado de mantener la flecha especial separada.
— Elrohir ¿puedes hacerme un favor?
— Sí, Ada. — Elrohir levanto la cabeza sintiéndose importante. Dichos favores, normalmente, consistían en llevar la noticia a un irritable Erestor de que su Ada se iba a tomar tiempo libre para estar con su Ammë.
— ¿Puedes ir y encontrar a Glorfindel y decirle que venga a verme esta tarde?
—¡Sí, Ada! —Elrohir se marcho corriendo obedientemente. Glorfindel era conocido por repartir dulces entre los pequeños elfos que hacían encargos.
—Es un gran pequeño arquero—dijo uno de los otros padres. —Tiene buen ojo.
—Lo sé—dijo Elrond, esperando que no sonase demasiado orgulloso o engreído.
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Elrohir llamó suavemente a la puerta de madera tallada del estudio de Glorfindel. Apenas había tenido tiempo de echarse para atrás, cuando la puerta se abrió y Glorfindel y Erestor salieron majestuosamente. Glorfindel bajó la mirada hacia el muchacho.
—Habré vuelto en un minuto, Elrohir. Entra dentro y espérame.
Elrohir entró de puntillas, un poco sobrecogido por el silencio de la habitación. Era más pequeña que el estudio de su padre y contenía un gran escritorio y varias estanterías para libros. También tenía una gran silla de cuero acolchado.
Elrohir se lamió el labio, mirando alrededor para comprobar que no lo veían. No había nadie. Fue de puntillas hasta la silla, trepó hasta el asiento y casi inmediatamente se perdió en su inmensidad. Aquella era una silla para un líder. Elrohir se recostó en ella, mirando por la ventana que había sobre el escritorio, sintiéndose poderoso.
—Elrohir—,dijo Glorfindel de vuelta en la habitación, contemplando los pies que colgaban del asiento antes de que Elrohir pudiera bajarse.—¿Te ha enviado tu padre?
Elrohir se deslizó hacia el suelo, sonrojándose. Glorfindel sonrió.
—Es una silla confortable, ¿verdad?. Cuando la utilizo me siento como un rey.
Elrohir se quedó con la boca abierta, preguntándose cómo había podido Glorfindel adivinar lo que estaba pensando. Glorfindel se echó a reír, dándole la espalda al muchacho mientras cogía un libro.
—¡Oh! Ada ha dicho que tenía que decirte que tienes que venir y reunirte con él esta tarde. —dijo Elrohir acordándose de repente del recado de su padre. En la pausa que siguió mientras Glorfindel descifraba el mensaje, algo atrajo la atención de Elrohir.
—¿Qué es eso?
Elrohir estaba señalando un pisapapeles de cristal verde sobre el escritorio de Glorfindel. Tenía la forma de un águila bajando en picado y gracias a la luz del sol parecía tener un brillo en su interior.
—Es un pisapapeles. Un amigo me lo dio hace mucho tiempo.— Glorfindel levantó la vista de sus libros y le entregó con cuidado el pisapapeles a Elrohir.
—¿Antes de que yo naciera? —preguntó Elrohir, girando el pesado objeto entre sus manos y admirándolo desde todos los ángulos.
Glorfindel sonrió de repente, como si se estuviera riendo de alguna broma que Elrohir no entendió.
— Oh sí. Fue antes de que tu nacieras—, afirmó mientras se movía para coger otro libro.—¿Elrohir puedes venir y sostenerme esto?
Mientras Elrohir se apresuraba a cruzar la habitación para ayudar a Glorfindel, tropezó ligeramente, y el águila salió disparada de sus manos para estrellarse contra el suelo partiéndose en millones de pequeños fragmentos. Glorfindel contempló la devastación y al paralizado muchacho que estaba de pie en medio de los fragmentos rotos y cerró los ojos consternado.
— Oh Elrohir, — dijo Glorfindel al fin, con voz inexpresiva, intentando esconder su malestar.
Elrohir levantó la mirada hacia su tutor todavía bastante estremecido por lo que acababa de ocurrir. Tragó saliva dos veces intentando controlarse antes de estallar en una tormenta de lágrimas.
— Glorfindel, yo no quería... — se lamentó Elrohir, dejándose caer al suelo con las lágrimas rodando por su cara. Sonaba y estaba completamente desconsolado.
Glorfindel pasó con cuidado sobre los cristales rotos y recogió a Elrohir. Lo llevó hasta la silla y se sentó, apretando al niño contra su pecho. Se sentía devastado pero Elrohir necesitaba que lo reconfortasen.
— Ha sido un accidente, Elrohir, no te preocupes. —Glorfindel meció al muchacho suavemente intentando calmarlo.
—¡Pero está roto!—dijo Elrohir deshaciéndose en un nuevo torrente de lágrimas.
—Era solo un adorno. No tiene importancia. —Glorfindel pensó que, dada la situación, estaba en posición de poder mentir un poco. Elrohir, sin embargo, no se dejó engañar. Se deslizó fuera del abrazo de Glorfindel y corrió hacia la puerta.
—Lo siento. Lo siento mucho Glorfindel. — repitió Elrohir sin necesidad.
Glorfindel se dedicó a limpiar los cristales rotos. Hubiera deseado ser tan joven como Elrohir para echarse a llorar por la pérdida. Sin embargo, tan preciado como había sido el recuerdo, habría preferido ahorrarle a Elrohir la culpabilidad y la pena.
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Ya estaba atardeciendo en Imladris. Titilantes antorchas iluminaban las terrazas y las plazuelas, y pequeños grupos de elfos se estaban reuniendo en los balcones para conversar un rato antes de ir a cenar. Celebrían estaba sentada en la cama, contemplando como las polillas aleteaban alrededor de la ventana iluminada, mientras su esposo se vestía para la cena.
Finalmente, el sonido de salpicaduras en el baño se detuvo y su marido salió vestido con una larga túnica azul y un sobreveste plateado. Cogiendo un cepillo de la mesa, se sentó en la cama junto a su mujer para peinarse.
—Déjame ayudarte, Peredhil—.Celebrían acarició los dedos de su marido cogiendo el cepillo y alisó el pelo húmedo apartándolo de sus ojos. Trabajó en silencio un rato y de repente una sonrisa juguetona iluminó su cara.
—¿Sabes lo que estoy pensando? — su voz era coqueta, riéndose de su propia broma.
—No tengo ni idea— replicó Elrond. Tenía una idea aproximada, pero cuando la voz de Celebrían adquiría ese tono, no era posible estar seguro.
—Adivina—lo desafió ella, con sus dedos trabajando hábilmente sobre sus trenzas.
—No lo haré—dijo intentando girarse para ver la expresión de su cara, pero ella no se lo permitió.
—¡Tienes el pelo la mar de enredado!—Habiendo terminado la tarea, Celebrían se levantó de la cama alisando la falda de su vestido. A veces, pensó Elrond mientras miraba el reflejo de su mujer en el espejo, parece tan vulnerable como una niña.
—Estás preciosa—,dijo Elrond levantándose y cogiéndola del brazo mientras la llevaba hacia la puerta.
La cara de Celebrían se iluminó con deleite. Deslizó su mano dentro de la de su marido, y entrelazaron sus dedos.
—¿Sabes que te amo? —El tono risueño había vuelto. Celebrían no necesitaba una respuesta. Ya la conocía.
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Elrohir estaba sentado sobre una pila de heno en los establos, con un trozo de arce que había seleccionado de la pila de madera que tenía en su regazo y un cuchillo de tallar en su mano. Escondido en un establo vacío, había pasado desapercibido para los guardias y los trabajadores que atendían a los caballos. Al principio había sido difícil tallar y se había cortado en uno de los dedos, cuando el cuchillo se había deslizado mientras intentaba tallar un ojo. La sangre ya estaba seca y en ese tiempo la madera había adquirido volumen y forma.
Giró la talla en sus manos, comprobando que había perfeccionado los detalles de las plumas en las alas. Lo había conseguido. Sosteniendo el cuchillo de tallar con suavidad en una mano, perfiló las formas con papel de lija. Cuando hubo terminado, lo envolvió con cuidado en un pedazo de tela y se puso en pie parpadeando como si hubiera despertado de un sueño.
Los establos estaban tranquilos. Fuera el aire era fresco y reinaba el silencio, a excepción del chirrido de los insectos entre los matorrales. Nunca había estado en el exterior en una hora tan tardía. Los elfos se movían por la terraza, apresurándose para ir a cenar.
Apretando su preciado paquete contra él, corrió tan rápido como pudo aprovechando las sombras hacia el patio principal y subió al ala este donde muchos de los elfos importantes y los invitados tenían sus habitaciones.
— ¿Cual es la habitación de Glorfindel? — preguntó Elrohir a un guardia, esperando que asumiese que llevaba un mensaje de su padre y no preguntase demasiado. El plan funcionó y Elrohir fue conducido a través de los pasillos hasta una puerta. El guardia llamó rápidamente y se retiró.
Elrohir deseó de repente estar lejos de allí o que al menos Glorfindel no estuviese dentro.
—Adelante.
Elrohir abrió la puerta con indecisión y entró de puntillas. La habitación estaba vacía, pero juzgando el movimiento de las sombras, Elrohir supo que Glorfindel estaba en el baño. El muchacho caminó sigilosamente hacia la cama colocando el paquete sobre la colcha antes de salir en silencio, tan rápido como pudo, y correr hacia la habitación que compartía con Elladan. Debía estar allí antes de que sus padres entrasen para desearles buenas noches.
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— Has tenido suerte — murmuró Elladan en la oscuridad, mientras Elrohir que seguía completamente vestido, salía de un salto debajo de la colcha y comenzaba a quitarse la túnica. —¿Dónde estabas?
—En ningún sitio — Elrohir sintió un escalofrío porque el agua con la que acababa de lavarse la cara hacía mucho tiempo que se había quedado fría.
— Todo el mundo está en alguna parte—le respondió Elladan con un siseo y luego, cuando su hermano echó agua fría en su dirección, añadió: —Aliento de orco.
Mientras tanto, Glorfindel había salido del baño, sorprendido al no encontrar a ningún mensajero esperándole. Al desenvolver el paquete fue la segunda vez en aquel día en la que sintió ganas de llorar.
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Fue bien entrada la medianoche cuando Elladan se despertó. Pudo oír a sus padres deseándose buenas noches en el pasillo y el pacífico sonido de la respiración profunda de Elrohir. Se quedó tumbado en la oscuridad, esperando hasta que estuvo seguro de que sus padres estaban dormidos antes de deslizarse fuera de la cama y correr por el pasillo hasta la terraza. Acostado en la oscuridad había dado con la solución perfecta a sus problemas.
Trepó sigilosamente hasta el balcón inferior que bordeaba las ventanas de los dormitorios del ala este. De puntillas apretó la cara contra cada ventana hasta que encontró lo que estaba buscando. Abrió la ventana con suavidad y se coló dentro.
Glorfindel no estaba teniendo sueños agradables, pero fue aún más desagradable despertarse para encontrar algo pequeño arrodillado en su cama y mirándole a la cara.
—Arggghhhh! — Glorfindel salió disparado de la cama en un vendaval de sábanas, buscando frenéticamente su espada.
— Soy solo yo, Glorfindel—dijo una pequeña voz en la oscuridad. Era la voz de Elladan y sonaba divertida.
Glorfindel soltó su espada y encendió la vela que había junto a su cama. Era ciertamente Elladan, vestido solo con su ropa de cama y temblando de frío.
—¿Qué pasa, Elladan? ¿Le ocurre algo a tu padre?—Glorfindel comenzó a buscar su ropa con inquietud.
Elladan sacudió la cabeza.
—No, no. Solo me preguntaba si me enseñarías tiro con arco.
Glorfindel miró al muchacho asombrado mientras volvía a la cama. Estaba más allá de su comprensión que alguien pudiera despertar a otro de semejante manera. Y era todavía más asombroso que esperase recibir un favor después de semejante comportamiento.
—Oh, por favor Glorfindel. Te prometo que me portaré bien. — dijo Elladan con mucha seriedad y un tremendo escalofrío.
—¿Es que no puede enseñarte tu padre? —dijo Glorfindel envolviendo al muchacho con una manta y cogiendo las pequeñas manos entre las suyas. —Elladan, ¡Estás helado!
Elladan asintió con los dientes castañeteándole y se acurrucó más cerca de Glorfindel en busca de calor. No solo un favor, también un abrazo, pensó Glorfindel irónicamente.
— Bueno, él lo... —Elladan se detuvo—Es que prefiero que me enseñes tú.
Glorfindel miró fijamente a los ojos grises del muchacho. No le gustaba que le mintieran. Elladan enterró la cara entre las sábanas.
— Elrohir es mejor que yo. No puedo hacer nada bien. Ni siquiera puedo disparar en línea recta—dijo Elladan hablando en voz baja y lo más rápido posible.
—Así que—Glorfindel esperó hasta que Elladan volvió a mirarle. —Quieres que te enseñe porque no soportas quedar segundo.
Elladan se retorció incómodo. Glorfindel suspiró. Tendría que hablar con Elrond primero, pero tenía la impresión de que no volvería a dormir de nuevo aquella noche a menos que le diese al muchacho una respuesta.
—Muy bien, Elladan. Te enseñaré—la cama se balanceó violentamente cuando Elladan comenzó a saltar de felicidad. —Pero tengo mis condiciones.
—Haré cualquier cosa— Elladan le dio a Glorfindel un enorme abrazo.
—¿De verdad? —Glorfindel cedió y le devolvió el abrazo. —Necesito a alguien que limpie mi arco y mis flechas, y que le dé brillo a mi espada después de entrenar.
—¡Lo haré! —declaró Elladan en voz demasiado alta. Glorfindel le tapo la boca con una mano y colocó un dedo sobre los labios del niño.
—Lo siento—respondió Elladan en un susurro.
—Bien—suspiró Glorfindel.— Y Elladan, si voy a entrenarte, te entrenaré hasta que seas tan habilidoso con el arco que ya no necesites mis servicios. ¿Ha quedado claro?
Elladan frunció el ceño. Su intención había sido volver brincando para presumir delante de su padre en el momento en el que hubiese conseguido superar a Elrohir. Glorfindel lo había adivinado. También sabía que como uno de los jefes instructores de la guardia de Imladris pasarían cientos de años hasta que Elladan tuviese esa oportunidad.
—¡Si, por favor!— Elladan deseo que Glorfindel no pudiese leer sus pensamientos. Sonaban horribles cuando los consideraba cuidadosamente.
— Muy bien. Te veré el jueves por la tarde—Glorfindel levantó al muchacho, lo dejó en el suelo y se tapó con la colcha hasta la cabeza para disuadirlo de hacer cualquier comentario.
Elladan caminó lentamente hasta la ventana y la abrió. Gruñendo Glorfindel salió de la cama y recogió al muchacho, envolviéndolos a ambos en sus ropas cálidas. Mientras caminaba por los pasillos desiertos y silenciosos su pequeña carga se desplomó contra su pecho respirando profunda y regularmente. Glorfindel sonrió a su pesar, mientras contemplaba las largas y oscuras pestañas agitarse mientras el muchacho buscaba una posición más cómoda y volvía a dormirse. Para cuando terminase su acuerdo, Elladan sería tan alto como su padre y habría visto horrores que no podía ni imaginar. Por el momento los muchachos estaban a salvo de la crueldad del mundo exterior, y aunque fuese por poco tiempo, con eso debían contentarse.
