La vista sobre el valle capturaba siempre la atención de Elrond. Recordaba la primera vez que lo había visto, tras una larga caminata colina arriba junto a Gil-Galad. Había sabido al instante que aquel era el lugar perfecto. Su fortaleza. Su hogar. Había colocado su estudio para tener aquellas vistas, aquella perspectiva de 360 grados sobre los árboles, los claros y los pastos junto al río. A sus pies caminaban otros elfos profundamente ocupados con sus vidas ordinarias, pensando en sus propias alegrías y problemas y dedicando raramente algún pensamiento a aquellos que se responsabilizaban de su protección y bienestar. Aquella era la vida que llevaban y aquello era lo que se esperaba de ellos.

El día de su llegada, Gil-Galad había colocado una mano sobre su hombro y había mantenido una larga conversación con él. Y luego, mucho antes de lo que esperaba, le había tocado a él enseñar la misma lección, a su hijo, a su heredero. Aunque el futuro que le esperaba era más incierto que el suyo.

Ooo

— ¿Ya están aquí? —le siseó Elrohir a su hermano, que estaba echando un vistazo por encima de la balaustrada que rodeaba el balcón más elevado de Imladris. En aquel lugar estaban tan cerca de la catarata que pequeñas gotas de agua golpeaban de vez en cuando sus caras y el aire que los rodeaba era fresco incluso en los días más calurosos.

—Todavía no...Creo que no—Elladan bajo de nuevo y se colocó junto a Elrohir

—¿Cómo que no crees? O están o no están. — le regañó Elrohir. Tenía que ser Elladan el que complicase algo tan sencillo.

—Bueno..., es que no veo exactamente el patio—admitió Elladan.

—¿Qué? — Elrohir se estiró y trepó sobre el estrecho pasamanos, apoyándose en él para llegar tan lejos como pudo. Elladan tenía razón, no se veía el patio o a sus padres, que estaban allí presentes esperando la llegada del Señor y la Señora del bosque. —¡Eres estúpido Elladan!

—¡Yo no lo sabía! —protestó Elladan acaloradamente.

—Ha sido idea tuya—frunció el ceño Elrohir. —Nos meteremos en un lio...¡Otra vez!

Por razones que no podían explicar del todo, ambos gemelos no se sentían del todo a gusto con la idea de relacionarse con los invitados. Los habían visitado antes, poco después de su nacimiento, pero los gemelos no lo recordaban. Durante los nueve años que habían pasado desde entonces, los gemelos habían absorbido tantas historias y lecciones que, a decir verdad, la idea de conocer a sus abuelos los sobrecogía un poco.

El plan había sido de Elrohir. Observarlos desde lejos antes de aventurarse a saludarlos. Elladan había llevado la idea un poco más lejos. Tan pronto estuvieron vestidos después del entrenamiento, se deslizaron fuera de su habitación y Elladan lideró el camino a través de las salas y los pasillos de Imladris, pasando sigilosamente entre los guardias hasta que habían llegado al balcón junto a la catarata. No les estaba permitido estar allí solos y lo sabían. Además trepar sobre las estrechas balaustradas que rodeaban los balcones de Imladris había estado prohibido desde el día en el que aprendieron a caminar. Ninguno de los niños quería imaginarse lo que pensaría su padre si veía el balcón sobre el que Elrohir se balanceaba precariamente.

—¡Déjame mirar!—Elladan bajó a su hermano de un tirón y se encaramó en la barandilla él mismo, decidido a ser capaz de poder echar un vistazo al patio. Se puso de pie con dificultad sobre los dedos de los pies en un intento por ver más allá del tejado. Si podía inclinarse un poco más...

La salpicadura del agua vaporizada de la catarata le golpeó en las mejillas y fue suficiente para hacer que perdiera el equilibrio...

—¡Elladan!—gritó Elrohir. El ruido repentino no ayudó a su desafortunado hermano que estaba balanceándose sobre una caída mareante hacía la poza que había debajo.

Elladan contuvo la respiración, intentando recuperar el equilibrio. Iba a caerse. Lo sabía. Elrohir iba a tener muchos problemas, pero al menos estaría vivo. Por muy buenos que fuesen los poderes de curación de su padre, dudaba que fueran lo suficientemente fuertes para evitar que su futura familia consistiese en una Ammë, un Ada, un niño y una tortita.

Una ráfaga de viento le dio el empujón final e intentó agarrarse desesperadamente mientras caía. Sus dedos rozaron la piedra seca y gracias a su fuerza de voluntad consiguió agarrarse con fuerza. Elladan se quedó colgando de un brazo sin atreverse apenas a respirar.

Elrohir contempló la situación y gritó tan alto como se lo permitieron sus pulmones, parándose intermitentemente para sollozar de miedo.

Glorfindel y Erestor habían estado en el salón inferior buscando a los muchachos en las habitaciones de la familia y en la biblioteca. Al oír un débil grito, Erestor había levantado la vista para mirar por la estrecha ventana de la escalera y había visto a la pequeña silueta de Elladan colgando del borde de un balcón.

Ninguno podía recordar después como habían llegado tan rápido. Elrohir apenas había tomado aire por segunda vez para volver a gritar cuando los dos elfos, uno rubio y el otro moreno, irrumpieron corriendo por el pasaje abovedado.

Elrohir se echó a llorar, señalando el punto donde los dedos de Elladan estaban agarrados al suave pavimento de piedra. Erestor se arrodilló en el suelo, metió el brazo por el hueco de la balaustrada y usando toda la extensión de su brazo alcanzó la muñeca del muchacho.

—Agárrate a mi muñeca, Elladan—ordenó Erestor. Elladan obedeció lo mejor que pudo, mirándole con ojos aterrorizados. Glorfindel y Erestor intercambiaron una mirada. Elladan estaba terriblemente pálido y parecía a punto de desmayarse.

Glorfindel trepó cuidadosamente por el borde, sosteniéndose a la balaustrada con una mano mientras se agachaba sobre el estrecho borde de piedra. Se estiró todo lo que pudo hasta que fue capaz de tocar el pelo de Elrohir. Elladan levantó la vista. Había estado calculando la distancia hasta el suelo.

—Bueno, me parece que estás metido en un pequeño lio—dijo Glorfindel intentando sonreír de manera tranquilizadora.

Elladan lloriqueo algo que podía ser interpretado como un sí.

— Ahora, Erestor va a tirar de ti hacia arriba tanto como pueda, Elladan—Glorfindel hablaba con calma, deseando que todo fuese tan simple como sonaba. —Y yo te subiré.

Elladan asintió, luchando por agarrarse con su brazo libre mientras era llevado hacia arriba. El fuerte brazo de Glorfindel se deslizó por su espalda y bajo sus hombros, levantándolo y llevándolo de vuelta al balcón.

A salvo tras la balaustrada una vez más, Glorfindel se desplomó en el suelo, quitando los brazos de Elladan de su cuello.

— Estás temblando Glorfindel. ¿Tienes frío? —dijo Elrohir poniéndole una mano en el hombro.

Glorfindel sacudió la cabeza luchando por recuperar la compostura.

— Me encuentro mal— Elladan se apartó de Glorfindel a una velocidad sorprendente y Erestor lo acompañó hasta el borde, manteniendo una firme sujeción sobre los hombros mientras vomitaba. No tenía intención de soltar al muchacho hasta que volviesen a tierra firme.

Cuando hubo acabado y se hubo limpiado con el pañuelo de Erestor, Elladan recuperó gran parte del color de sus mejillas.

—Glorfy— Elladan usó el viejo apodo para intentar persuadirlo. —Por favor, no se lo cuentes a Ada.

A Glorfindel y Erestor les había costado un poco más recuperar el ánimo que a Elladan. Finalmente Glorfindel se sintió capaz de hablar con algo de coherencia a los muchachos. Al menos con parte de coherencia.

— ¿En qué estabais pensando? — rugió Glorfindel, cogiendo a cada gemelo por un hombro y dándoles una pequeña sacudida — ¿Es que no tenéis juicio? ¡Podíais haberos matado!

Ambos muchachos miraron al suelo que se había vuelto increíblemente interesante.

—¿Eres estúpido, Elladan? ¿No tienes cerebro? ¿O eres un niño pequeño tonto y desconsiderado?

Elladan ardió por dentro al ser llamado niño, pero consideró que aquel no era el mejor momento para señalar el error.

—Yo solo quería ver.—La excusa sonó hueca. Erestor, sorprendido al ver tan enfadado a un elfo que normalmente era tan plácido, se retiró ligeramente. Elrohir deslizó una mano temblorosa hacia la de Erestor, retrocediendo para cubrirse con la seguridad de su cuerpo.

—Sabéis que os está prohibido jugar aquí, ¿no es cierto? —Glorfindel se giró hacia Elladan, gritándole a la cara.

Elladan asintió casi de manera imperceptible.

— ¿Y seguramente eres lo suficientemente mayor para saber que trepar por las barandillas es increíblemente imprudente?

Elladan se quedó mirando al suelo, intentando que las lágrimas que asomaban a sus ojos desapareciesen.

—Sí—murmuró. Las rozaduras y los cardenales en su muñeca ardían y sentía el hombro como si hubiera sido arrancado de su sitio.

—Eres un muchacho estúpido, Elladan. Por supuesto que informaré a vuestro padre y por supuesto que os castigará. — Glorfindel caminó furiosamente hacia la puerta—Y si veo a cualquiera de vosotros hacer algo así de nuevo, os prometo que tardaréis en olvidaros.

Ooo

— Ha sido idea mía—dijo Elladan suavemente, sin atreverse a mirar a su padre a los ojos.

La espera había sido la peor parte. Habían sido acompañados fuera, para unirse a sus padres, y recibir a los invitados recién llegados. Si Galadriel y Celeborn se habían sorprendido al ver las expresiones desconsoladas de sus dos nietos no habían hecho comentarios y no fue hasta que Elrond y Celebrían terminaron de escoltar a sus invitados hasta sus habitaciones cuando Glorfindel se adelantó deteniendo a Elrond con una mano sobre su hombro.

Elrond y Glorfindel habían conversado en voz baja un rato con las caras vueltas, así que Elladan había sido incapaz de adivinar cómo de enfadado estaba su padre, pero juzgando la expresión de su cara mientras le daba las gracias a Glorfindel y Erestor y se giraba hacia ellos, estaba furioso. Habían sido conducidos a toda prisa hacía su estudio, tropezando para mantenerse al paso de sus largas zancadas. Y luego su padre había tomado asiento, observándolos con cara inexpresiva y levantando una ceja inquisitivamente.

— Eso no lo dudo—dijo Elrond secamente. — La misma estupidez del plan lo sugiere.

— Yo...yo me subí a la barandilla también, Ada—dijo Elrohir con voz temblorosa.

— ¿De veras? Elrond se giró hacia su hijo pequeño. Elrohir era mucho más fácil de disciplinar que su hermano, y quizá sería más prudente lidiar con su castigo primero.

—Lo siento mucho, Ada—gimió Elrohir, a punto de echarse a llorar. El shock de ver a su hermano colgando de una manera tan precaria todavía le pesaba en la mente y le atormentaría en sueños durante las semanas siguientes.

—Habéis sido tontos, desobedientes y deshonestos—dijo Elrond con severidad—Habéis roto vuestra promesa.

Elrohir rompió a llorar. Elladan extendió la mano y apretó la de su hermano con fuerza.

—Hasta que hayáis demostrado que sois lo suficientemente mayores para atender instrucciones, ninguno de vosotros pondrá un pie en un balcón sin supervisión. —dijo Elrond después de considerarlo unos instantes—Además los dos pasareis el tiempo libre que dedicáis a jugar antes de la cena, aprendiendo Quenya la próxima semana.

Elladan frunció el ceño agresivamente. Odiaba el Quenya, el castigo tendría más impacto sobre él que sobre Elrohir.

— Puedes irte, Elrohir— Elrond le señaló al muchacho la salida de la habitación. Elladan le dio a su hermano un último apretón antes de soltarlo. Cuando la puerta se hubo cerrado tras de él. Elrond se giró para mirar a Elladan. Siempre era Elladan, una idea imprudente tras otra.

— Bueno Elladan, ¿Que voy a hacer contigo? —preguntó Elrond suavemente. Había estado escalofriantemente cerca de perder a un hijo aquella tarde y estaba agradecido de haber tenido tiempo de calmarse antes de lidiar con el muchacho.

—Lo siento de veras, Ada—Elladan se adelantó, tocando las manos entrelazadas de Elrond.

— Te creo, pequeño— Elrond miró a la carita solemne—Pero eres tan joven, Elladan, que no lo entiendes.

Elladan estaba a punto de protestar cuando Elrond continuó hablando.

— ¿Qué habría pasado si Glorfindel y Erestor no hubieran estado allí? ¿Qué habría pasado entonces? ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido Elrohir el que se hubiese caído por culpa de tus juegos tontos?

Elladan tragó saliva. La idea de Elrohir cayendo era más terrible que la posibilidad de caerse el mismo.

— Son tus acciones Elladan y eso las convierte en tu responsabilidad. No serás un niño mucho más tiempo—Elrond miró a su hijo para comprobar que estaba comprendiendo el mensaje. Se levantó y extendió una mano—Vamos Elladan, camina conmigo.

Elladan siguió a su padre hasta la gran ventana de su estudio que tenía vistas a todo el valle de Imladris.

— Dime, Elladan, ¿Qué es lo que ves?

— Es nuestro valle, Ada—dijo Elladan desconcertado.

— Sí, Elladan, y cientos de personas viven aquí. Ellos esperan de mí protección, guía y ayuda. Esa es mi responsabilidad.

— Sí, Ada—Elladan miró a su padre con las cejas levantadas y claramente confuso. Elrond hizo una pausa, preguntándose si debería continuar.

— Un día, Elladan, esa responsabilidad pasará a ti y a tu hermano. La vida de la gente depende de tus acciones. No puedo permitir que fracases.

Elladan se quedó en pie y en silencio un momento, absorbiendo aquel concepto. Luego cogió la mano de su padre y le miró a la cara.

—Ada...no te morirás, ¿verdad? ¿No nos dejarías aquí solos? —La voz de Elladan tembló mientras consideraba un futuro sin la seguridad que previamente había asumido que siempre estaría allí.

—Oh, Elladan—Elrond cogió a Elladan en brazos, acariciando el largo pelo moreno. No había pretendido asustarlo. —Si alguna vez dejo este valle, será dentro de mucho tiempo. Tú habrás crecido y serás tan alto como yo, y habrás aprendido tanto que serás tan aburrido como Glorfindel.

— ¿Pero vas a dejarnos? —preguntó Elladan lleno de ansiedad, sin caer en el truco con el que su padre pretendía distraerlo.

Elrond suspiró, besando la frente de su hijo.

—No, Elladan. Si deseas cabalgar conmigo, entonces así será.

— ¡Cabalgaré contigo, Ada. No quiero separarme de ti nunca! —declaró Elladan mientras su padre lo llevaba al otro extremo de la habitación—Aunque...la gente...

Elladan miró por la ventana de nuevo, mordiéndose el labio.

— La decisión no es tuya todavía, Elladan. — Elrond sentó a su hijo sobre el escritorio y luego se sentó el mismo. —¿Pero entiendes porque debes aprender responsabilidad?

—Sí, Ada—dijo Elladan pensando profundamente.

— Y por eso, Elladan, ¿entiendes por qué no puedo dejar que vengas a la fiesta esta noche.

—Sí, Ada. —dijo Elladan con voz resignada, poniendo mala cara. Había esperado a los famosos fuegos artificiales toda la semana y ahora iba a perdérselos.

—Bien. — Elrond depositó a su hijo en el suelo. —Ahora vete y mantente lejos de los problemas.

Elladan corrió hasta la puerta, girándose mientras alcanzaba el umbral para observar a su padre mojando la pluma en tinta.

—Yo ya he decidido, Ada—dijo Elladan suavemente antes de salir corriendo.

Ooo

A parte de la luz de la luna que se colaba por la alta ventana, la habitación estaba a oscuras. Se habían oído voces felices: de su padre y su madre preparándose, y la voz tímida de Elrohir al ser presentado a Celeborn y Galadriel; dos voces desconocidas. Las voces se habían disipado mientras se alejaban camino del cuarto de estar.

Lo siguiente que había conseguido oír con claridad había sido a Glorfindel hablando con su padre cuando la puerta de la sala de estar se había abierto. Había preguntado si estaba dormido. Elladan le había dado la espalda a la puerta cerrando los ojos con fuerza. Tenía pocas ganas de ver a Glorfindel de nuevo otra vez. Había conocido a Glorfindel toda su vida, y a pesar de que había habido muchos momentos en los que Glorfindel le había reñido o lo había irritado con su comportamiento, nunca se había enfadado realmente. La expresión de furia mientras le gritaba había asustado a Elladan más que la posibilidad de haberse caído.

La puerta de su habitación se había abierto, pero solo había entrado su Ada, dándole un beso en la mejilla y tapándolo con la manta hasta los hombros. Por suerte lo habían dejado tranquilo y las voces felices habían desaparecido por el pasillo camino de la sala de banquetes.

Había esperado un rato para salir de la cama de nuevo, cuando estuvo seguro de que todo el mundo se había ido. Aunque no había sido confinado a su habitación, no estaba seguro de que su padre aprobase lo que tenía planeado. Cogiendo su polvorienta espada de juguete del cofre de los juguetes en la sala de estar, recorrió sigilosamente el pasillo hasta un gran espejo colocado junto a una ventana.

Elladan estaba tan ocupado perfeccionando sus ataques y sus bloqueos contra su oponente imaginario bajo la tenue luz de la luna, que no reparó en la oscura figura que lo vigilaba desde la arcada.