Aun siendo tolerante, Glorfindel no tenía intención de permitirle a Elladan escabullirse sin cumplir la mitad de su acuerdo. Puesto que tenía que entrenar, liderar las cacerías o dirigir al ejército, la mayoría de los días sus armas necesitaban limpieza o reparación. Glorfindel le tenía una pequeña manía a la crema abrillantadora que era suministrada para limpiar filos. La crema se guardaba en botes de barro en algunas de las estanterías de las habitaciones de la guardia y tenía un olor curioso y desagradable, parecido al vinagre muy añejo. Cuando se extendía con un trapo tenía un tacto espeso y suave como el barro, pero cuando se frotaba entre los dedos era ligeramente abrasiva. Como era pegajosa y de un color gris pálido, si la tarea no se había llevado a cabo con cuidado, a menudo era posible saber días más tarde, quién había estado abrillantando con solo examinarle las uñas de las manos. No hace falta contar que uno de los principales recuerdos de Elrond acerca de aquel verano era haberle dicho a Elladan cientos de veces que se frotase debajo de las uñas, antes de las comidas, las lecciones o de irse a la cama.

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Por aquel entonces estaba llegando la fiesta de mitad del verano. Un evento que sería celebrado con un gran banquete donde habría mucha música y baile. Para los elfos jóvenes, la parte más destacada sería una pequeña exhibición de las habilidades que habían aprendido durante el entrenamiento y que serían premiadas con cintas de colores para los mejores competidores. Naturalmente ambos muchachos estaban extremadamente sobreexcitados y pasaban la mayor parte del tiempo dando guerra para que practicasen con ellos. El tiempo que no pasaban continuando su lento avance en Quenya.

Elrond y Celebrian habían comenzado a tener la impresión de que apenas veían a sus hijos, a menos que llevasen un arma o estuviesen describiendo con gran detalle como cada uno se enfrentaría a un monstruo imaginario. A Elladan, en particular, lo veían menos, porque todo el tiempo libre del que disponía lo pasaba practicando tiro con arco con Glorfindel o limpiando sus armas a cambio del favor.

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—Es suficiente, Elladan—.Glorfindel colocó la flecha que acababa de terminar de reparar dentro del carcaj. —Puedes irte ya.

—Estoy acabando—.Elladan mojó su trapo dentro de la jarra de crema gris y comenzó a darle a la espada de Glorfindel un último e innecesario pulido.

El elfo rubio comenzó a recoger las virutas de madera y los fragmentos de pluma que había descartado. Al principio le habían preocupado los pequeños dedos moviéndose rápidamente a milímetros del filo de la espada, afilada como una cuchilla. Pero el muchacho estaba siendo inusualmente cuidadoso y parecía controlar lo que estaba haciendo.

Podía entender bien el deseo de Elladan de prolongar la actividad. Al muchacho nunca se le había permitido entrar en las habitaciones de la Guardia de Imladris anteriormente. Los ojos grises del chico se habían abierto como platos mientras contemplaba las zonas de descanso con largos bancos y mesas, las estanterías llenas de mapas, equipamiento y más armas de las que recordaba haber visto nunca. Al mismo tiempo le habían resultado intimidantes los enérgicos soldados. Al principio, Elladan se había escondido detrás de las piernas de Glorfindel cada vez que alguien cargado de equipo o con heridas particularmente desagradables se había acercado. Sin embargo, una vez que lo había conducido a una esquina tranquila de la habitación y lo había sentado en una mesa para que pudieran hablar cara a cara, se había adaptado bien.

—Elladan—.La voz de Glorfindel sonaba ligeramente divertida—.Puedo ver mi cara en esa espada. Date prisa. Tus abuelos estarán allí.

Un gesto de fastidio cruzó la cara del muchacho y la cabeza oscura se inclinó mientras comenzaba a pulir de nuevo con renovado vigor.

Glorfindel lo miró con interés. La pequeña boca estaba fruncida en un gesto de concentración, mientras los ojos grises seguían cuidadosamente cada movimiento de su mano. Tenía una pequeña mancha de crema de pulir en su ceja izquierda, donde había tenido un picor en un momento inoportuno. Y aun así, a pesar de la apariencia saludable en todos los sentidos del pequeño elfo, había una inconfundible expresión de tristeza en la cara del muchacho tras el último comentario.

—¿No quieres ver a tus abuelos?— Glorfindel se sentó de nuevo, lo suficientemente cerca del muchacho para permitirles algo de privacidad en la conversación.

Elladan lo miró por el rabillo del ojo. Glorfindel era el mejor amigo de su Ada y seguramente le contaría exactamente lo que iba a decir.

—Sí. Son muy amables—Elladan intentó adoptar una sonrisa apropiada para alguien que está deseando ver a sus abuelos. Pero, puesto que tenía la nariz arrugada al pensar en ellos, el efecto general provocó que Glorfindel se echase a reír.

—¿Celeborn está todavía un poco molesto?

Elladan sonrió de manera traviesa, decidiendo que si Glorfindel se estaba riendo, estaría bien que él riese también. Ahuecó las manos alrededor de su boca, y las apoyó sobre la mejilla de Glorfindel dejando un par de marcas de dedos grises y murmuró en su oreja:

—Dijo que era insolente. . . Y algo más...

Un dedo se deslizó hacia su boca. Estaba claro que pretendía chupárselo mientras pensaba. Glorfindel, automáticamente, se inclinó hacia delante cogiendo la pequeña mano mugrienta.

—¿Violento?—preguntó Glorfindel con inocencia y los ojos azules centelleando.

—No—.dijo Elladan con seriedad, mordiéndose el labio. —Comenzaba con una i.

—¿Infantil?— Glorfindel sonrió mientras esperaba la respuesta inevitable.

—¡Por supuesto que no!— Elladan se sentó tan derecho como pudo —¡Ya casi tengo diez años, Glorfindel!

—¡Claro que sí! ¡Por supuesto que los tienes.—El elfo rubio fingió estar pensativo—Espera un momento . . puede que haya sido. . . ¿Ignorante?

—¡Noooo!— Elladan finalmente se dio cuenta de que Glorfindel le estaba tomando el pelo y sonrió para sí mismo, apoyando el peso de su cuerpo sobre las palmas de las manos —Era algo así como inso...

—¿Insolente?—Glorfindel podía imaginarse muy bien a Celeborn frunciendo el ceño mientras señalaba las deficiencias de su joven nieto.

—¡Sí!—Elladan cogió la mano de Glorfindel para que le prestase atención, dejándola más gris que antes.—Y luego puso una cara como esta: ¡Mira!

La cara juvenil se retorció y se convirtió en una caricatura increíblemente acertada de la expresión de desagrado de Celeborn. El elfo rubio se echó a reír, seguido por otros soldados, uno de los cuales se atragantó con el vino que estaba bebiendo.

—Vale—.dijo Glorfindel limpiándose la cara y dejando un pequeño borrón de la crema de pulir sobre su nariz.—Creo que ya es hora de que te vayas y juegues con tu hermano. Te estará echando de menos.

—Está bien—.Elladan le entregó a Glorfindel la espada resplandeciente y la crema de pulir, y estiró los brazos para que pudiera bajarlo de la mesa.

Glorfindel estaba a punto de enviar al muchacho de vuelta cuando se dio cuenta de que la apariencia de Elladan aunque bien pulida, no estaba exactamente limpia. Quizá era necesaria una pequeña excursión a los baños para lavarse.

—Ven conmigo—dijo Glorfindel mientras comenzaba a caminar dejando a Elladan dando saltitos para alcanzarle. Una vez que estuvieron en la casa de baños de los soldados, con sus baldosas de piedra y llena de vapor, Glorfindel sacó un cubo de agua caliente y le limpió a Elladan la cara cuidadosamente con un trapo lleno de agua con jabón.

—Yo no estoy...— Elladan tuvo que dejar la frase sin acabar porque se vio obligado a cerrar la boca para evitar tragar agua jabonosa.

—¿Tú no estás...? — Glorfindel levantó al muchacho, lo sentó sobre sus rodillas y le ayudó a lavarse las manos.

—No. De todas formas, tú estás más sucio que yo.

Una mano húmeda alcanzó la nariz de Glorfindel y frotó la mancha que tenía, dejando una gran cantidad de burbujas jabonosas tras de sí. Elladan se echó a reír y brincó de la manera especial que reservaba para momentos en los que estaba realmente feliz.

—¡Parece que ha estado nevando sobre ti, Glorfindel!

Ooo

—¡Excelente!—dijo Celeborn mientras la flecha golpeaba la diana cerca del centro. Le dio unas palmaditas al brazo descubierto de su nieto cariñosamente. —Te convertirás en un buen arquero algún día, pequeño.

Elrohir le sonrió a su abuelo. Tenía una gran ambición secreta: ser uno de los afortunados que ganasen una cinta en la exhibición de tiro con arco.

—Algún día me gustaría ser arquero en la Guardia— se aventuró a decir Elrohir mirando a su abuelo en busca de su aprobación. Elrond sonrió. Era raro que Elrohir diese su opinión en voz alta. Generalmente solía asentir plácidamente a lo que decía su enérgico hermano.

Celeborn miró a Elrond con una ligera sonrisa formándose en sus labios y alzó las cejas.

—¡Vaya, esa idea suena excelente!—dijo Elrond animando a su hijo pequeño. Tanto él como Celeborn sabían que el papel que el muchacho asumiría al crecer sería bastante más difícil que el de un arquero, pero Elrohir no necesitaba saberlo todavía. Y animarle a dar voz a sus propios pensamientos moldearía su futuro de una forma mucho más efectiva que explicarle la compleja política de Imladris.

—¡Aquí estas, Ada!— gritó Elladan mientras bajaba saltando los escalones de piedra y provocando que cada uno de los arqueros que había dispuestos en el campo de tiro fallasen el disparo. —¡Ven a practicar conmigo!

Elrond se giró con un suspiro, intentando no enfadarse. Le había prometido al niño que practicaría esgrima con él, pero ya se había levantado al amanecer aquella mañana para hacer lo mismo, y el tiempo compartido que estaba pasando con Elrohir estaba mejorando su relación con Celeborn inmensamente.

—En un instante, pequeño—Elrond terminó de ayudar a Elrohir a ajustar la flecha en su arco.

—¡Pero lo prometiste, Ada! ¡Dijiste que lo harías!— declaró Elladan en voz alta. Los arqueros, airados, comenzaron a mirar mal en dirección al pequeño grupo por interrumpir su concentración. Elrond estaba a punto de reñirle cuando Celeborn intervino.

—Considerando que tu progreso con el arco es bastante decepcionante, quizá fuese más provechoso para ti practicar tiro con arco en lugar de repetir tus ejercicios con la espada.

La voz de Celeborn era agradable, pero Elladan, naturalmente, no se tomó bien el comentario

—No quiero. El arco es un arma débil para aquellos que no tienen la suficiente fuerza para manejar una espada. —Elladan le puso mala cara a su abuelo y continuó pomposamente, poniéndole caras a su hermano. —Todo el mundo sabe que la gente que prefiere el tiro con arco es débil.

Elrohir parecía abatido, su firme agarre en el arco decayó ligeramente. Elrond suspiró irritado con sus obstinados y jóvenes hijos, deseando que su pequeño fuera capaz de defenderse por sí solo. Elrohir miró con tristeza al suelo, mientras Elladan sonreía de modo satisfecho.

Sintiendo pena por su pequeño nieto, pero reconociendo que aquella era una batalla que debía luchar por sí mismo, Celeborn colocó una de sus grandes manos sobre el hombro de Elrohir y apretó ligeramente. Reuniendo el coraje gracias al apoyo recibido, Elrohir miró a su hermano.

—Glorfindel usa un arco y no es débil—dijo Elrohir con calma, entrecerrando los ojos mientras replicaba a su hermano—.Y apuesto lo que quieras a que no le gustaría oírte llamarle así.

Elrond le sonrió a Celeborn, orgulloso por la valentía de Elrohir. En realidad, sabía que Glorfindel prefería la espada al arco porque le gustaban en exceso las cosas increíblemente afiladas y brillantes, pero la contestación de Elrohir había silenciado a su hermano de la manera más efectiva.

—Ven conmigo, Elladan, vayamos a coger nuestras espadas—Elrond asintió para despedirse de su nuero y de su hijo. En la mirada que Elladan le había lanzado había un sentimiento de traición, al ver como los demás se confabulaban contra él, y puesto que no estaba más cerca de averiguar que había alterado tanto a su hijo, no quería darle ninguna causa más para que dudase de su amor.

Ooo

El cielo estaba oscureciéndose y cambiando a un color azul intenso, a medio camino entre el crepúsculo y la oscuridad. Una pálida luna se estaba alzando sobre las colinas distantes y la estrella de la tarde acababa de hacerse visible sobre el horizonte. El aire era sereno, permitiendo que la risa feliz de los gemelos llegase al balcón donde los adultos estaban sentados, mientras esquivaban y saltaban intentando coger luciérnagas.

—¿Y no hay noticias del anillo? —preguntó Elrond en voz baja.

—No se han recibido en Lorien— dijo Celeborn en tono solemne. —Y nuestros exploradores han trabajado duro largo tiempo.

—Y el enemigo no se ha alzado—. Elrond frunció el ceño—. Si este poder estuviese en sus manos me temo que ya habríamos visto pruebas de ello

—He viajado lejos por la espesura. El camino ha sido largo, pero siento decir que yo tampoco puedo traer noticias, buenas o de otro tipo—La boca de Mithrandir se crispó mientras pensaba.— Y desde que el añillo abandonó a Isildur, no puedo evitar pensar que esto es un buen augurio para nosotros, por el momento.

—El anillo debe haber dejado la Tierra Media—.Curunir habló con decisión mientras los otros se quedaban en un reverente silencio. El río debe haberlo llevado lejos hasta el mar. El mal se ha ido.

Glorfindel le lanzó a Elrond una mirada de preocupación. A menudo lideraba los ejércitos de Imladris y había visto otra cosa. A pesar de que la población de orcos casi se había extinguido cerca de Imladris, no se podía negar que estaba incrementándose lentamente en otros lugares.

—Pero todavía el mal pervive. . — Comenzó a decir Glorfindel, cediendo rápidamente la palabra cuando Galadriel indicó que deseaba hablar.

—El mal no ha dejado todavía la Tierra Media, Curunir—La cara atemporal de Galadriel estaba en calma, pero su voz contenía una nota de veneno. —El anillo solo puede ser destruido en los fuegos del Monte del Destino. Mientras el anillo exista, el mal prosperará y Él buscará lo que ha perdido. Con el tiempo será encontrado.

El grupo se quedó en silencio. Todo lo que podía oírse era el canto distante de un ruiseñor y el suave correr del agua de la cascada. Elrond instintivamente bajó la vista hacia los jardines. Los puntitos de luz todavía estaban moviéndose a toda velocidad en el aire nocturno, pero ya no había sombras saltando tras ellos. Rápidamente sus ojos oscuros buscaron por los alrededores algún signo de los dos pequeños elfos risueños.

—¿Qué es el anillo, Ada?—Había sido Elladan quien había hablado, pero ambos gemelos estaban de pie, uno al lado del otro, con los ojos muy abiertos por la curiosidad, mientras se asombraban por la seriedad de las voces que habían oído.

Elrond se quedó quieto, con la boca abierta. Quería que crecieran en paz. Que no tuvieran conocimiento de los males que habían precedido a su nacimiento. Que no tuvieran que preocuparse del mal uso del poder más allá de su comprensión.

—Fue una tontería que se perdió hace mucho tiempo. Tenía mucho valor para su propietario y le gustaría tenerlo de vuelta—. La voz de Galadriel era suave y sabia. Aquello era todo lo que necesitaban saber en aquella etapa.

—Oh. ¿Como Ammë que lleva el anillo de Ada para siempre? Elladan caminó para apoyarse contra su madre, tocando ligeramente la banda de plata en su dedo esbelto.

—Y queréis encontrarlo para devolvérselo y que se ponga contento— Elrohir sonrió al comprender de repente.—Cuando Lindir perdió un botón, nosotros le ayudamos a buscarlo y Elladan lo encontró debajo de un banco.

—Muy bien. Debe de haberse puesto muy contento.—Murmuró Galadriel, esperando alejar el tema de conversación de los anillos mágicos. La atmósfera alrededor de la mesa se había vuelto incómoda.

—¡Si que lo estaba! Nos dejó entrar en la cocina y nos dio un bollo de cereza a cada uno—Elrohir sonrió al recordarlo. Los bollos de cereza eran sus favoritos en aquel momento.

—Venid conmigo. Es la hora del baño.— La voz de Celebrian era enérgica, mientras decidía que una salida rápida de los muchachos sería bienvenida. Cogiendo una pequeña mano en cada una de las suyas, se llevó a los gemelos de vuelta a la casa. Como era habitual, Elrohir se quejó, señalando lo limpio y lo despierto que estaba. Elladan, sin embargo, estaba inusualmente silencioso, volviéndose a mirar a su abuela con una expresión pensativa.

Ooo

—¡Aquí está el gran dragón!—Elrohir señaló ansiosamente a la página, venciendo por poco a su hermano. Desde que aquel libro les había sido regalado en su día de Concepción, hacía cinco años, aquella había sido su historia favorita antes de irse a la cama y cada vez que Elrond giraba la página anterior a la gran ilustración de la batalla principal, había sido una tradición localizar al dragón. Al menos, pensó Elrond, se habían hecho mayores para llorar si se quedan segundos.

—¿Hay dragones tan grandes ahí fuera?—preguntó Elladan apoyando la cabeza sobre el costado de su padre. Se sentía calentito y confortable en la gran cama.

—En una tierra lejos de aquí—les confirmó Elrond, abrazando a sus dos hijos.

—¿Has visto alguno, Ada?—Los ojos de Elrohir se ensancharon y mechones de pelo oscuro cayeron sobre las sonrosadas mejillas mientras se giraba para mirar a su padre.

—Hace mucho tiempo.

Elrond se sentía extremadamente feliz con su vida en aquel momento; todos los problemas parecían muy lejanos y poco importantes. Libre de cualquier compromiso formal, aquella tarde había podido leerles a sus hijos antes de que se fueran a la cama. Aquella actividad se había convertido en una rutina fija al pasar los años, pero eso solo la convertía en algo más especial.

Después del largo día se había alegrado de quitarse las botas y las vestiduras exteriores, y estaba tumbado en su cama con la camiseta y las calzas. Al cabo de un rato las salpicaduras y las risas que llegaban desde el baño, al otro lado del pasillo, se habían terminado y dos pequeños elfos limpios y calentitos habían venido corriendo. Ambos habían recibido recientemente camisas de dormir nuevas, más grandes, que se pegaban a los pequeños cuerpos empapados. Las mangas les caían más allá de los codos y las rodillas cubiertas de postillas estaban tapadas por el suave y blanco material. Vestidos así, los niños eran casi indistinguibles, con las mejillas sonrosadas por el baño, el pelo oscuro suelto sobre los hombros y ambos pares de ojos centelleando con anticipación.

Pero Elrond sabía cuál era cuál. Elladan había venido dando saltos por la habitación y se había lanzado sobre la cama dándole un abrazo de oso. Y había sido Elrohir el que había traído el gran libro del tocador, había trepado sobre la cama y se había retorcido para acurrucarse.

Se sentía bien al estar calentito y a salvo, con un pequeño elfo acurrucado en cada brazo. Tener el poder de dar a otros tanta felicidad. Y saber que más tarde tendría a su hermosa esposa para él solo. . . porque pretendía cerrar la puerta con llave.