Abajo en uno de las praderas donde los elfos más jóvenes habían jugado a menudo, había un tocón de un gran árbol, rodeada por una inesperada cantidad de grandes rocas redondeadas. Aquel era el lugar preferido para el juego de "Vence al Dragón", y durante aquel largo verano apenas había habido un día en el cual uno de los gemelos no los había embelesado durante la cena con historias de su valor y entusiasmo durante el juego.
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El sol de la mañana estaba brillando a través de la lona de la tienda cuando Elrohir se despertó. La piedra que había sujetado hacía largo rato que se había enfriado, pero él estaba calentito bajo las sabanas. Una manta extra había sido añadida sobre su cuerpo dormido haciendo que los cobertores parecieran pesados y cuando se dio la vuelta se encontró con que su abuelo había dejado la tienda.
Soñoliento, lanzó las mantas a un lado y gateó hasta la entrada. La mañana todavía estaba fresca y el aire olía a humo de madera. Su abuelo estaba agachado en mitad del claro, atizando el fuego, y los caballos estaban moviéndose entre los árboles al borde del calvero, buscando matas frescas de hierba.
—¡Celeborn!— gritó Elrohir, ayudándose con las manos para ponerse de pie y avanzó dando saltitos ágilmente hacia su abuelo para darle un abrazo. —¡Buenos días!
—Es una buena mañana, ciertamente.— Celeborn le devolvió el abrazo. Le había sorprendido averiguar que sin la dominante presencia de su gemelo, Elrohir era casi tan ruidoso y exuberante como Elladan.
—¿Es ya hora de desayunar?— Elrohir se arrodilló junto a la bolsa de cuero que estaba abierta y rebuscó con las manos dentro de ella. —¿Que vamos a comer?
—Manzanas.— Celeborn señalo hacia los dos paquetes que ya había retirado de la bolsa. —Y pan.
—¡Delicioso!— Elrohir se frotó el estomago y miró a Celeborn con ojos suplicantes. —Estoy hambriento.
—Vístete primero.— dijo Celeborn, sin dejarse conmover por la mirada de Elrohir. —El arroyo esta justo por allí.
Cayendo en la cuenta de que su abuelo no era tan bonachón como su madre, Elrohir corrió a lavarse y vestirse lo más rápidamente posible.
El arroyo fluía con rapidez y el agua estaba helada. Después de mojarse el dedo gordo en una de la pozas más grandes, Elrohir no estaba dispuesto a sumergir ninguna otra parte de su cuerpo, y en su lugar se limito a cambiarse la ropa de dormir por la túnica y las calzas y apresuró a volver al campamento.
—Tu pelo está muy seco, Elrohir.— se limitó a observar Celeborn, y miró con dureza a su nieto.
Elrohir levantó el brazo y se toco el pelo con expresión culpable.
—Yo... . . ¡He olvidado mi toalla!— Elrohir cogió su toalla y caminó a saltitos de vuelta al río, dejando a su abuelo sacudiendo la cabeza y sonriendo.
Elrohir tembló mientras entraba en el agua y se sentaba en la pedregosa orilla del rio, dejando que el agua fluyese a su alrededor. Automáticamente salpicó agua a ambos lados mientras se lavaba, y solo se dio cuenta de que estaba solo allí cuando nadie le devolvió la salpicadura .
Frunciendo el ceño, Elrohir suspiró y termino de lavarse y vestirse despacio. El mundo era un lugar terriblemente aburrido cuando no había nadie con quien compartirlo.
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Elladan caminó despacio hasta la mesa del desayuno y subió a su silla.
—Buenos días Ammë, Ada.— Asintió con la cabeza para saludarlos de una manera menos vivaz de lo que era habitual. Había sombras alrededor de sus ojos y su pelo había sido trenzado con mucho más cuidado de lo que era normal.
—Buenos días, ¿has dormido bien?— preguntó Celebrian con una nota de preocupación. Las mejillas de su hijo estaban bastante pálidas y su boca estaba definitivamente curvada hacia abajo.
—Sí, gracias Ammë.— Elladan dijo quedamente, recorriendo con un dedo el adorno de hojas en la empuñadura de su tenedor . Realmente no se sentía bien - la habitación había estado demasiado tranquila sin el ruido de la respiración y del corazón latiendo de su hermano gemelo. Para cuando había conseguido dormirse, la luz de la mañana estaba surgiendo pálida sobre las laderas de la montaña.
Elrond y Celebrian intercambiaron miradas preocupadas.
—¿No te sientes bien, Elladan?— preguntó Elrond, tocando la frente del muchacho y tomando nota mentalmente de examinar al chico después de desayunar.
—No.— gruñó Elladan, encorvando los hombros para impedir mayores intentos de diagnosticar su enfermedad.
Elrond miró a Celebrian y sacudió la cabeza ligeramente. Cuando Elladan decidía que no quería hablar, era difícil sacarle incluso unas pocas silabas.
—¿Quieres un huevo, Elladan?— Celebrian se acercó al gran cucharon dentro de la cazuela de barro que contenía los huevos recién hervidos.
—Oh. ...— Se había olvidado completamente de que aquel era día de comer huevo. —Si, por favor, Ammë!
Celebrian sonrió al oír la repentina felicidad en su tono de voz. Ambos gemelos adoraban los huevos.
—Toma.— Le dio a Elladan un huevo y levantó las cejas ligeramente mientras miraba a la cesta de pan, recordándole que debía ofrecer a los demás.
Una vez que los platos de todo el mundo estuvieron llenos con huevos, pan y fruta, Elladan se movió con impaciencia hasta que su padre cogió su cuchillo y se le permitió comenzar. Como era habitual, Elrond apenas había tocado el mango de su cuchillo cuando Elladan cortó la parte de arriba de su huevo con un entusiástico sonido silbante .
—¡Estoy apuñalando a un orco!— Elladan murmuró en voz alta mientras sumergía un pedazo de pan en la yema. Entonces al darse cuenta de que no había nadie con quien jugar y que su comentario había pasado desapercibido, dejó el pan y comenzó a comer con una cuchara y los hombros hundidos con aire miserable .
—Elladan, pequeño, ¿Qué te pasa?— preguntó Celebrian, estirando una delgada mano para colocarla sobre el hombro se su hijo, evitando con cuidado arrastrar la suelta manga de su vestido sobre la mantequilla.
—¡Nada!— Elladan se giró hacia sus padres, con sus ojos repletos de lágrimas . —Estoy perfectamente.
—¿Elladan?— Celebrian se levantó de su asiento mientras lágrimas silenciosas comenzaba a fluir por la cara de su hijo, más rápido de lo que podía lamerlas para hacerlas desaparecer.
—Quiero a 'Ro.— lloriqueó Elladan. —Quiero que esté aquí conmigo.
—Oh, Elladan.— Celebrian lo levantó con bastante más dificultad que en años anteriores, y él se acurrucó con la cara enterrada en el cuello de su madre. —Elrohir estará en casa pronto.
—No quiero que sea pronto. Lo quiero ahora.— dijo Elladan con voz amortiguada. —Quiero que esté conmigo.
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Glorfindel camino por la terraza y bajó las escaleras hacia los jardines de la familia. Puesto que Elrond no estaba ni en su estudio ni en la biblioteca y Celebrian tampoco estaba localizable, era bastante fácil adivinar que ambos estarían en algún lugar de la rosaleda de Celebrían.
Moviéndose deliberadamente de manera ruidosa, Glorfindel recorrió el camino de baldosas, esperando que se dieran cuenta de que se aproximaba antes de que los cogiera desprevenidos en alguna situación comprometida. A veces pensaba que sus amigos se tomaban la palabra privado demasiado literalmente, especialmente considerando que cualquiera podía entrar en los jardines cuando quisiera.
—¿Glor?— La cabeza de Elrond asomó de un recoveco oculto y parecía ligeramente molesta.
—¡Ah, Peredhil!— Glorfindel sonrió con suficiencia al ver la expresión de su amigo. —Me falta un alumno.
—Oh. . .— Elrond dijo con un tono de voz exasperado. —Está durmiendo. ¿No lo sabías?
—No, Elrond, no lo sabía. Simplemente he estado sentado esperándolo.— dijo Glorfindel brevemente.
—Está dormido, pero es hora de que se despierte.— La voz de Celebrian's era suave, pero Elrond sabía por cierto destello en su mirada que ella esperaba que dejase de burlarse del elfo rubio . —No se encontraba bien esta mañana y no había dormido bien.
—Bien.— Glorfindel sonrió a Celebrian, le frunció el ceño al medio-elfo y se retiró.
Elrond enroscó los brazos de nuevo alrededor de su esposa y sacó todo pensamiento acerca de frustrantes elfos rubios fuera de su cabeza.
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—Elladan.— dijo Glorfindel suavemente, sacudiendo el hombro del muchacho. El muchacho estaba tumbado sobre la cama, profundamente dormido y tan adorable como cuando era un bebé, hacía un par de años. Los gemelos no seguirían siendo adorables como bebes durante mucho más tiempo.
—Nuh.— Elladan se frotó los ojos y giró la cara en la almohada, doblando las rodillas y encogiéndose en posición fetal.
—¿Elladan?— Glorfindel se arrodillo junto a la cama y le apartó algunos mechones de pelo oscuro de la pequeña cara caliente.
—¿Qué?. . .— Elladan arrugó la nariz ligeramente y abrió los ojos, luego se retorció para sentarse, apoyándose sobre los brazos.
—Es hora de despertarse.— dijo Glorfindel suavemente, colocando sus grandes manos detrás de la espalda de Elladan, alisando algunos de los pliegues y arrugas en la pequeña túnica.
—Oh. . .— Elladan miró con disimulo la luz del sol que destacaba el contraste entre el pelo suelto y rubio de Glorfindel y el profundo azul de su túnica. —¿Por qué?. . .
—Estabas echando una siesta. Pero ya es hora de dar las lecciones.— le explicó Glorfindel pacientemente.
Elladan frunció el ceño. Su Ammë debería haberlo despertado, aunque se hubiera quedado dormido mientras lo arrullaban. Era lo justo.
—Vamos. . .— Elladan levantó la mano para frotarse los ojos, recordando su decisión de ser responsable y fiable. Había pensado acerca de ello mucho tiempo y muy profundamente la noche anterior. —Bien. Empecemos ya.
Glorfindel se echó a reír y lo cogió en brazos, caminando hacia el baño para llenar una taza sin asa con agua fría. Una vez que Elladan hubo bebido la mayor parte de su contenido, estaba mucho más alerta y los ojos brillantes danzaban de un sitio para otro de nuevo.
—Creo que todavía estás un poco dormido.
—No lo estoy.— Elladan se retorció hasta que Glorfindel lo dejo de nuevo en el suelo. —Soy demasiado mayor para que me lleven.
—¿Lo eres?— Glorfindel fingió sorprenderse y le entregó a Elladan una toalla de cara húmeda para que se limpiase la cara y las manos.
—Claro que sí.— Elladan se llevó la toalla hacia la cara y sopló para que tomase forma de seta.
Glorfindel sonrió y caminó hacia la ventana.
—¿Por qué no damos la lección fuera? Hace un día estupendo.
—¿Podemos?— Elladan fue brincando hacia la ventana y levantó las manos para que Glorfindel lo cogiese y pudiese ver el exterior. —¡Bien!
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Glorfindel y Elladan estaban trabajando en una esquina tranquila de los jardines, bajo la sombra de un enorme y viejo roble cubierto de hojas. Glorfindel estaba apoyado contra el árbol, ignorando los trocitos de corteza que estaban cayendo sobre su pelo y leyendo algunos papeles . Elladan estaba tumbado boca abajo, pataleando contra el suelo mientras leía.
Ambos permanecieron sentados en un pacífico silencio durante un rato, hasta que Elladan terminó el capítulo y acabo de contemplar detenidamente el mapa en la cubierta trasera.
—Glorfindel.—
—¿Has terminado?— Glorfindel dejó sus papeles y se inclinó hacia delante para coger el libro.
—Sí. . . pero. . .— Elladan rodó sobre su espalda y se sentó. —Pero Glorfindel, no dice como era. No para la gente como yo. ¿Cómo era? Tú debes de saberlo. Estabas allí.
Glorfindel volvió a inclinarse hacia atrás, apoyando el peso de su cuerpo sobre las palmas de las manos y suspiró. Sabía que al ir creciendo las preguntas de los gemelos se incrementarían. Con lo que no había contado era con la intensidad de los recuerdos que traían de vuelta.
—¿Cómo era?— Glorfindel cerró los ojos por un instante para recordar el calor de las piedras en un día de verano y el dulce y afrutado olor del mercado —Bueno, cuando tenía tu edad tenía una habitación en una de las torres de la casa. Me despertaba cada día cuando el sol de la mañana brillaba sobre una hendidura en la montañas y entraba en mi habitación . Y entonces, porque me levantaba pronto, bajaba corriendo al río y me bañaba de pie bajo la catarata. Después, por supuesto, tomabamos el desayuno y había lecciones. . .—
Glorfindel pusó mala cara y Elladan se echó a reir.
—Pero por la tarde, después de las lecciones con la espada, iba a una pequeña plaza cerca de la casa del herrero. Muchos de los muchachos nos reuniamos allí. Y practicabamos luchando unos contra otros. . .—
Fascinado, Elladan se inclinó hacia delante ansiosamente, escuchando a Glorfindel hablar de batallas en lugares calurosos y polvorientos, de jugar al escondite entre los muros de la ciudad y construir balsas en secreto. Cuando el elfo rubio levantó la mirada, el sol estaba alto en el cielo y era bien pasado el mediodía.
—¡Date prisa, Elladan!— Glorfindel recogió los libros y de un salto se puso de pie. —He perdido la noción del tiempo. Llegarás tarde a comer.
Elladan se guardo para si mismo sus quejas al verse privado del fin de la historia y se dio cuenta de repente de lo hambriento que estaba.
—¿Glorfy?— preguntó Elladan, poniéndose de pie y corriendo tras Glorfindel.
—¿Sí?— Glorfindel agitó la manga hacia atrás para coger la pequeña mano que el muchacho levantó en su dirección.
—Eres mi amigo, ¿verdad, Glorfy? ¿No solo el amigo de Ada?—Preguntó Elladan esperanzado mirando hacia arriba con ojos que traicionaban lo mucho que la respuesta del elfo rubio significaba para él.
—Bueno, soy amigo de toda la familia.— dijo Glorfindel cautelosamente. Pero el muchacho tenía razón, de alguna manera, en el último par de años los gemelos se habían labrado un hueco en su corazón y habían pasado de ser simplemente niños a convertirse en gente pequeña por derecho propio . Gente pequeña con la que disfrutaba estar. Tenía que admitir que esperaba con impaciencia el tiempo que pasaba con Elladan en el campo de tiro con arco, y más que eso, atesoraba esos momentos. Cada minuto, cada segundo, tenían significado y cada instante contenía sus propios recuerdos. —Pero sí, tu eres mi amigo. Y me alegro mucho de seguir conociéndote.
—Oh bien.— Elladan sonrió con insolencia a Glorfindel y comenzó a arrastrarlo por el sendero.
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—¡Ahora disparad!— gritó el maestro de entrenamiento, bajando su brazo rápidamente. Los pequeños elfos soltaron las flechas y esperaron conteniendo la respiración hasta ver donde golpeaban sus flechas. Entre los pequeños gritos de felicidad y los suspiros de frustración, Elladan se permitió una pequeña sonrisa. Había dado en el centro de la diana de nuevo. De hecho, estaba ocurriendo tan a menudo que competía consigo mismo para ver cuántas flechas podía acertar seguidas.
Se preguntó en cuantas flechas superaba Elrohir su record personal. Elrohir todavía llegaba a casa después de cada lección contando historias de cómo había sido elogiado o de cómo había ganado los pequeños concursos que su maestro de entrenamiento organizaba. Era totalmente injusto, pensó Elladan. El nunca había sido elogiado o participado en un concurso. Quizá todo el mundo en el otro grupo era mejor con el arco que él. Quizá era tan malo que no merecía ser elogiado.
—Elladan.— El maestro de entrenamiento recorrió la pequeña fila, haciéndole un comentario a cada joven elfo según pasaba. Al cabo de un rato se detuvo frente a Elladan y examinó su agarre y su puntería. En términos de aprendizaje de habilidades, aquel verano sería un desperdicio para él, pero había lecciones más importantes que estaba aprendiendo en su lugar. Incapaz de encontrar ninguna falta en el agarre del muchacho, caminó hasta la diana y la movió diez pasos más lejos. —Ahí tienes.—
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Una vez que la lección hubo finalizado y se les hubo recordado que trajeran sus toallas la próxima tarde, los jóvenes elfos comenzaron a recorrer el camino hasta sus casas o las zonas de juego.
—Juguemos a '¡Vence al Dragón!'— Sugirió uno de los muchachos. Era un juego en el que tres jóvenes elfos guardaban una pila grande de cantos rodados en un enorme tocón de árbol y los otros intentaban capturar el "tesoro".
—¡Sí! ¡Yo quiero ser un dragón!— gritó otro joven elfo.
—¡Y yo!— gritaron cinco o seis voces a la vez.
—Yo seré el dragón.— dijo uno de los chicos más corpulentos y luego señalo a otros dos muchachos. —Tú puedes ser un dragón, y tú puedes ser un dragón también.
—Pero yo no quiero ser un dragón.— protestó uno de los muchachos, pero se calló rápidamente al ver la mirada que le dirigía el líder.
—¡Vale! ¡Entonces nosotros seremos los soldados!— gritó Elladan en voz alta, lanzando un puño al aire mientras llamaba a sus tropas a las armas. —¡Yo soy Lord Elladan, Alto Rey de Imladris!
El aire inmediatamente se lleno con las voces de otros declarando sus títulos y casas. Un diminuto elfo rubio se quitó la túnica y metió un palo largo por las mangas convirtiéndola en el estandarte de su casa - los poderosos mata-Balrog de Imladris.
Hubo un coro general de aprobación ante la idea y otros se quitaron las túnicas o los cinturones para fabricarse sus propios estandartes. Sonriendo, el pequeño elfo corrió de un lado para otro buscando palos: no sucedía a menudo que una de sus ideas fuese adoptada por los chicos mayores.
El líder frunció el ceño cuando dejó de ser el centro de atención y el juego comenzó a girar en torno a uno de sus más pequeños y minúsculos compinches.
—¡No seas estúpido!— dijo quitándole el estandarte de sus pequeñas manos. —Eres demasiado pequeño y estúpido para vencer a un Balrog.—
Partió el palo por la mitad y pinchó al pequeño elfo rubio con la mitad rota.
—Nunca serás un gran guerrero. Tú nunca vencerás a un Balrog.— Se burló y miró por encima del hombro a la multitud para provocar en ellos una risa cruel. —Los mata-Balrog no se chupan los pulgares.
El muchacho aparató rápidamente el pulgar, que lentamente había dirigido hacia su boca mientras el ataque verbal continuaba y parpadeó furiosamente para mantener a raya las lágrimas.
—Tú nunca serás grande en nada. Todo lo que podrás ser es un estúpido niño pequeño que juega batallas con sus soldados de juguete.
El grupo de chicos comenzó a reírse, con un poco de incertidumbre al principio, pero luego la risa subió de volumen y los otros añadieron sus propias burlas. Muchos de ellos todavía apreciaban jugar con sus propios soldados de juguete y si no se unían a los insultos contra la víctima entonces alguien podría sospechar.
El niño pequeño comenzó a llorar, con lagrimas derramándose desde sus ojos y con la respiración agitada mientras intentaba detenerse.
El cabecilla se acercó más, colocando el afilado final del palo contra el cuello del muchacho.
—¿Cómo te llamas a ti mismo? Iorwë, chupa-pulgares, Mata-Prímulas. . .—
—En realidad,— Elladan se abrió paso entre la multitud para ponerse junto a Iorwë, —En realidad los Mata-Balrogs si juegan con juguetes. Glorfindel ha jugado conmigo con mis soldados de juguete muchas veces. La mayoría del tiempo los Mata-Balrogs no hacen cosas de Mata-Balrogs, en realidad.
La multitud dejó de abuchear y comenzó a hacer ruidos que indicaban que estaban de acuerdo con Elladan. Después de todo, él era el único que conocía realmente a un Mata-Balrog vivo, aunque Lord Glorfindel había, ocasionalmente, parado a hacerles algún comentario a un par de ellos cuando se los había encontrando practicando.
Consciente de su precaria posición como líder del grupo, el muchacho mayor le puso mala cara a Elladan y empujó a Iorwë a un lado.
—¿Cómo te atreves a insultar el nombre de Lord Glorfindel?— Siseó y los comentarios de la multitud sugirieron que había recuperado el apoyo del grupo. —Apuesto a que si te oyera, te mandaría de un golpe a Mandos.—
—Yo no lo creo.— Elladan esquivó para evitar el puñetazo que el otro muchacho le había lanzado . —Y no solo no me haría daño, es que a ti te ignoraría.
Aquel comentario lo irritó. El muchacho no era ni el mejor arquero ni el más diestro en el trabajo con la espada. Ciertamente era el niño más mayor en el grupo de entrenamiento inferior y no había escapado a su atención que nunca había sido destacado para recibir elogios o atención. Con un grito de enfado se lanzó sobre Elladan, tirando al elfo más pequeño al suelo. Era mucho más grande que Elladan, y aunque lo intentó como pudo, Elladan no tuvo oportunidad de golpearle o salir bien parado.
Al cabo de un rato el violento ataque se detuvo y el resto del grupo corrió hacia las praderas para jugar a su juego, dejando a Elladan hecho una bola y jadeando en el suelo. Por fin recupero el aliento, se puso en pie y comenzó a cojear dolorosamente cuesta arriba siguiendo el camino hacia la casa.
—¿Estás bien?— Iorwë se materializó entre los árboles que los rodeaban y echó a correr para ponerse a la altura de Elladan.
—Estoy bien.— Elladan se limpió la nariz sangrante con la manga de la túnica.
—Eso tiene que doler.— Iorwë señaló un corte profundo en el brazo de Elladan.
Elladan se detuvo y contempló el corte. Iorwë tenía razón; era bastante doloroso, pero el mayor problema era que no sabía como limpiárselo él mismo. Si iba a buscar a su Ada, entonces averiguaría que había estado peleando. Cualquiera lo suficientemente responsable para ir de caza, no se metía en peleas acerca de estandartes de mentira.
—Lo es.— dijo Elladan con tristeza, intentando no llorar. Entonces recordó como Iorwë había sido empujado a un lado. Había sido un empujón violento para un muchacho de siete años. —¿Tú estás bien?
—No me duele demasiado.— dijo Iorwë valientemente. —No me ha pegado una y otra vez como ha hecho contigo.—
Elladan gruño una respuesta y comenzó a cojear de vuelta al valle.
—¿Sabes qué?— Iorwë corría junto a él, sonriendo felizmente.
—¿Qué?—
—Cuando sea mayor voy a ser como tú. Apuesto a que puedes matar a un Balrog.—
—Ni siquiera he podido defenderme hoy.—dijo Elladan con tristeza.
—Oh no, ese niño es más terrible que un Balrog— dijo Iorwë con entusiasmo, apoyándose sobre las manos y los pies para subir un saliente rocoso .
Elladan suspiró, e intentó seguir sonriendo. Todo lo que quería era estar en algún sitio solitario donde pudiera llorar.
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—¡Eru! ¿Qué te ha ocurrido?— Glorfindel dejó de quitarse los guantes y de hablar con sus capitanes mientras Elladan cojeaba hacia ellos.
—Me he caído por las escaleras.— Elladan se tragó las lágrimas. De ninguna manera iba a echarse a llorar en frente de los seis guerreros más terroríficos de la Guardia de Imladris. Acababan de terminar de practicar con la espada y cada uno llevaba un arma que podía infundir miedo en el corazón de los orcos.
—Ah.— Glorfindel se limpió el sudor de la frente con la manga, e inclinó la espada hacia atrás para ser capaz de arrodillarse frente al niño . —¿Quién te ha empujado?
—¡Nadie!— Elladan sacudió la cabeza mirando hacia el suelo. —Simplemente me he caído, eso es todo.
—Muy bien.— Glorfindel observó a Elladan con los ojos ligeramente entrecerrados. A los niños no se les permitía acercarse a los campos de entrenamiento de la Guardia, así que Elladan no debería estar allí. —¿Dónde te duele?
Elladan tomó una gran bocanada de aire y contuvo la respiración para mantener a raya las lágrimas .
—En todas partes. Pero sobretodo me duele el brazo y me he hecho un corte en la rodilla y duele al andar.— explicó Elladan. —Duele demasiado para recorrer todo el camino hasta casa.
Glorfindel sonrió ligeramente al oír aquello. Así que el muchacho quería ser llevado.
—Vale.— Se agachó todavía más para ayudar a Elladan a subirse a su espalda y luego se puso en pie. —No puedo llevarte a casa porque tengo que una sesión de entrenamiento en un par de minutos, pero te curaremos .
—Gracias.— Murmuró Elladan e intentó apoyar la cabeza contra el hombro de Glorfindel, pero puesto que el elfo rubio llevaba una cota de malla sobre su túnica, aquello no resultaba terriblemente confortable. En su lugar jugueteó con el pelo de Glorfindel, esperando que cualquiera que se cruzase en su camino pensase que simplemente estaba interesado en las enredadas y desechas trenzas, en lugar de darse cuenta de que había estado llorando.
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—Aquí estamos.— Glorfindel sentó a Elladan en una alta banqueta en la habitación de primeros auxilios de la barracas de los soldados. Las heridas eran comunes cuando entrenaban, y si cada arañazo, rasguño y rozadura tuvieran que ser derivadas a la enfermería Elrond no tendría uno momento libre. Con cuidado ayudó a Elladan a quitarse la túnica y comprobó que no había heridas que hubiera pasado por alto y que requiriesen mayor atención. Afortunadamente el muchacho parecía haber escapado con un par de cortes profundos únicamente y una vez que hubo limpiado la mayor parte de la sangre y la suciedad, Elladan adquirió un aspecto más decente.
—¿De qué escaleras te has caído?— preguntó Glorfindel con desinterés mientras cogía una gran botella marrón de la estantería, cubría el gollete con un paño húmedo y le daba la vuelta a la botella rápidamente.
Elladan se removió incómodo.
—Sabes que no son escaleras de verdad, Glorfindel.
Glorfindel sonrió ligeramente, y se inclinó para limpiar los cortes en las rodillas de Elladan con el paño.
—Me he metido. . . .— Elladan interrumpió la frase para gritar. —¡Eso pica!
Glorfindel levantó el brazo para tocar la cara del muchacho.
—Lo sé, pero tengo que limpiar la suciedad o podrías ponerte enfermo.
—La crema de Ada no duele tanto.— dijo Elladan de modo acusador, batallando valientemente contra las inminentes lágrimas.
—Lo sé.— Glorfindel cogió el delgado bracito de Elladan firmemente con sus grandes manos para mantenerlo quieto mientras comenzaba a limpiar y vendar el corte. —Pero tu Ada usa una crema especial contigo porque eres pequeño, y no tenemos de eso aquí.
—No me gusta esa.— Elladan puso mala cara mirando la botella. —Duele más que el corte.
—Mmm.— Glorfindel terminó de vendarlo y miró a la cara del muchacho. Elladan se había puesto bastante pálido y sus labios estaban apretados con tanta firmeza que habían perdido la mayor parte de su color. —Espera un segundo.
Se desato la cota de malla y se la quitó para coger al muchacho y poder acunarlo como era debido. Elladan se abrazó agradecido contra la suave túnica y dejó que Glorfindel lo sostuviera mientras el elfo rubio caminaba de vuelta a su propia habitación.
Una vez estuvieron dentro, Glorfindel colgó la cota de malla sobre la parte de atrás de una silla y siguió sosteniendo a Elladan con una mano, mientras se lavaba la cara con rapidez y se peinaba deshaciendo los nudos en su pelo. Elladan se mantuvo en silencio durante un rato y luego habló con tristeza.
—¿Soy una molestia, Glorfindel?
—¿Una molestia? No.— dijo Glorfindel a través de una cortina de pelo. —¿Por qué?
—Bueno. Si no hubieras estado limpiando mis heridas ¿qué habrías estado haciendo?— preguntó Elladan. —Ahora tienes que darte prisa.
—Ah. Sí.— Glorfindel bajó a Elladan, y comenzó a trenzar su pelo. —Normalmente, bajaría a la cascada a lavarme y cambiarme de ropa. Pero puedo hacerlo después del entrenamiento.
Elladan frunció el ceño y murmuró algo mientras miraba al suelo.
—Elladan.— Glorfindel ató las delgadas tiras de cuero en sus trenzas y ajustó el cinturón donde llevaba la espada . —Si me hubiera importando, habría encontrado alguna excusa para no llevarte. Y ahora ¿Que vas a hacer?
Elladan se encogió de hombros pero parecía más contento.
—Si enviamos un mensaje a tu Ammë y tu Ada, y si prometes sentarte muy quieto durante el entrenamiento con la espada, entonces podemos bajar a los campos de tiro con arco pronto y comernos un picnic allí.
—¿Puedo mirar?— preguntó Elladan sin terminar de creérselo. A ninguno de sus amigos se le había permitido jamás mirar como la Guardia entrenaba con la espada, puesto que los elfos adultos consideraban peligroso tener a pequeños excitables elfos cerca de espadas extremadamente afiladas moviéndose a gran velocidad. —¿De verdad, Glorfindel?—
—Por supuesto.— afirmó Glorfindel, poniéndose los guantes y guiando a Elladan hacia la puerta con una mano sobre su hombro. No pasaba nada por mimar al muchacho ocasionalmente, especialmente en aquel momento, en el que parecía necesitarlo más que Elrohir.
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Elladan dejó ir otra flecha, y sonrió cuando golpeó el centro. Glorfindel asintió con aire de aprobación y contempló como las manos del muchacho comprobaban el agarre y la fluidez al soltar la flecha mientras repetía el ejercicio. .
—Ciertamente estás mejorando. Pero todavía tienes mucho que aprender.— Glorfindel miró a la diana de nuevo y frunció el ceño. —¿Qué estás aprendiendo en el entrenamiento?—
—Disparamos a un blanco.— suspiró Elladan. —Hoy el maestro de entrenamiento ha movido mi diana más lejos.
—Bueno, eso está bien. Debes estar mejorando.— dijo Glorfindel y se dio cuenta de que Elladan no aparentaba estar tan entusiasmado como debería ante este nuevo progreso.—¿Eso no te complace?
Elladan se encogió de hombros.
Quizá Elrohir había alcanzado aquella misma meta muchas semanas antes que él, reflexionó Glorfindel. Quizá debería hablar con Elrond para comprobar cómo progresaba el gemelo más joven.
—No te preocupes Elladan, pronto te pondrás a la altura de tu hermano. Disparas un poco mejor cada vez que te veo.
—Mmm.— Elladan se encogió de hombros sintiéndose miserable. Incluso Glorfindel pensaba que su hermano era mejor que él. —Es simplemente que... —dijo mirando preocupado a Glorfindel. No estaba seguro de que lo que estaba a punto de decir no contase como ser un acusica.
—¿Simplemente qué?— preguntó Glorfindel pacientemente.
—¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?— preguntó Elladan seriamente.
—Lo prometo.— repitió Glorfindel con la misma seriedad y luego sonrió.
—Creo que por eso no les gusto a los otros chicos.— Elladan se mordió el labio y luego se giró temiendo lo que Glorfindel pensaría de él una vez que hubiera oído lo que iba a decir a continuación. —Han empezado a llamarme cosas, Glorfindel. Y murmuran cosas que no puedo oir, y ya no quieren ser mis compañeros nunca.
Glorfindel hizo una pausa. No estaba seguro de cómo contestar . Elladan parecía pensar que era la cosa más vergonzosa que podía pasarle a alguien, y aunque sabía que eran solamente los pequeños juegos políticos de los niños pequeños, parecía tan cruel decirle que los demás estaban simplemente celosos y que se cansarían de actuar así en un par de meses...
—Ya no me gusta ir a entrenar, Glorfindel.— Elladan arañó la tierra con su mocasín.
—Bueno, pues tienes que ir a entrenar.— dijo Glorfindel con incertidumbre. —Si les demuestras que no te importa, pararan muy pronto.
Elladan le lanzó una mirada fulminante. Sonriendo, Glorfindel le pasó un brazo alrededor de la cintura y lo acercó para abrazarlo.
—¿Prefieres ser un buen arquero o tener un montón de amigos falsos?— Glorfindel le dio al muchacho una pequeña sacudida. —Y si te caes por más escaleras me lo contarás ¿de acuerdo?
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Elrond y Celebrian miraron con alegría por encima de sus libros cuando Glorfindel y Elladan aparecieron en la terraza.
—¿Te lo has pasado bien?— Celebrian pregunto mientras Elladan se caminaba apresuradamente hacia ella y le daba un abrazo mientras comenzaba a hablar con entusiasmo.
—Espero que no haya causado demasiados problemas.— dijo Elrond, mirando de cerca a Elladan a través de la oscuridad. —¿Qué...?
—Ha tropezado y se caído en las escaleras.— dijo Glorfindel con firmeza, y luego moviendo los labios sin hacer ningún sonido añadió, —Hablare contigo más tarde.
—He visto a soldados de verdad practicando, Ada!— Elladan intervino lleno de felicidad. —¡Con espadas realmente grandes!
Glorfindel miró a Elrond a los ojos y ambos sonrieron, haciendo que Elladan se ofendiese.
—!Qué¡
Ambos evitaron tener que dar explicaciones al oír el sonido de pies corriendo. Elrohir irrumpió en la terraza, seguido a una corta distancia por Celeborn.
—¡Elladan! ¡Elladan!— Elrohir paso a la carrera entre sus padres para llegar hasta su hermano.
—¡Elrohir!— Elladan gritó con más felicidad de la había mostrado en días. —Me alegro tanto de que estés de vuelta.—
Los gemelos estuvieron en pie y mirándose el uno al otro a la cara en silencio durante un par de instantes, como si estuvieran comprobando que el otro estaba igual que siempre, y luego, a la vez, ambos sonrieron y luego hablaron al unisono.
—¡Te he echado de menos!
Los adultos se giraron entre ellos para compartir sonrisas de indulgencia, y cuando se volvieron hacia los gemelos, estos se habían deslizado silenciosamente de la mano a algún escondite secreto donde poder hacer las paces.
OoO
—Glor!— Elrond apretó el paso tras su amigo mientras comenzaban a dirigirse a la casa. Celeborn acaba de llegar y estaba hablando con Celebrian. —Lo siento.—
Glorfindel sonrió y apretó el hombro de Elrond.
—Está bien. Yo lo siento también.—
—¿Sentirlo por qué?— exigió saber Elrond, mirando con dureza a su amigo, que estaba claramente riéndose a su costa. —¿Que has hecho?—
—¿Yo? Oh nada, Peredhil!— Glorfindel los ojos de Glorfindel centellearon traviesos. —Aunque es posible que si veo a Curunír caminando hacia tu rosaleda, no diga nada en absoluto.—
