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En la biblioteca, junto a las puertas de la terraza, había una librería en cuyos estantes inferiores, Elrond guardaba varios volúmenes muy viejos. Aquellos eran, ciertamente, libros raros y la mayoría venían o habían sido copiados de textos de la Primera Edad. No estaba completamente seguro de por qué los mantenía escondidos así, fuera de la vista de la mayoría de los investigadores. Si hubieran tratado cualquier otro tema, habrían sido mostrados orgullosamente en la sección más visitada, en el centro de la biblioteca.
Pero quizá no quería que cualquiera encontrase aquellos libros. Prefería olvidar y no tener que afrontar cada día los recuerdos que le traían. Aún con estas precauciones, sus hijos no se habían detenido a la hora de buscarlos y sobre la cubierta de piel marrón de uno de aquellos libros, era todavía visible la huella de una pequeña mano.
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Celebrian echó un vistazo a través de una rendija de la puerta de la sala de estudio. Se había desviado en su camino hacia el despacho de su esposo para ver a sus hijos. La alivió ver que ambos muchachos parecían estar callados y trabajando duro, con sus oscuras cabezas inclinadas sobre los papeles en sus escritorios. Incluso Elladan se estaba comportando bien - con los pies colgando pacíficamente y la pluma gris en su mano - y estaba escuchando a Glorfindel con una expresión de interés que resultaba muy apropiada. Se estaba tomando muy en serio su decisión de mostrarle a todo el mundo que era lo suficientemente responsable para ir de caza.
Celebrian se demoró todavía un instante, contemplando la animada cara del elfo rubio mientras hablaba de los Valar y los Maiar, antes de continuar por el pasillo para encontrarse con Elrond. En momentos como aquellos, cuando se estaban comportando bien y eran educados y encantadores, uno casi podía creer que los gemelos eran tan buenos como los Maiar. Pero, a pesar de las mejillas sonrosadas, las largas pestañas y las sonrisas encantadoras, muchos con los que se habían cruzado, pronto se habían dado cuenta de que no eran tan angelicales.
—Entonces, ¿recordáis quien es Eönwë?— preguntó Glorfindel y la respuesta inmediata lo pillo desprevenido. Todavía estaba acostumbrándose a aquel nuevo y estudioso Elladan.
—Era. . .— comenzó a decir Elrohir pausadamente, para ser interrumpido por la respuesta a voz en grito de Elladan. La competitividad del gemelo mayor en el campo de entrenamiento se había transferido a las lecciones y los niños competían ahora el uno contra el otro para aprender listas de deletreo de palabras o para dar la respuesta correcta.
—El porta-estandarte y heraldo de Manwë.— parloteó Elladan con entusiasmo, y luego miró ansiosamente a Glorfindel para confirmar que su respuesta era correcta.
—Es cierto, Elladan.— Glorfindel les sonrió a ambos muchachos. —Pero tienes que recordar que no debes interrumpir a tu hermano.
Elrohir le sonrió con suficiencia a su gemelo. Se sabía la respuesta. ¡No era justo!
—Elrohir.— le advirtió Glorfindel.
Elrohir se puso colorado y bajó la vista de nuevo hacia su papel.
—Bien.— Glorfindel sonrió mirando a cada niño. Elrohir encontraba bastante extraño que su hermano, finalmente, estuviera interesándose en las lecciones y el elfo rubio sospechaba que le hería haber dejado de ser especial en ese campo. Ambos gemelos sentían la necesidad de tener cosas que fueran propias y de nadie más. Le daba pavor imaginarse la pataleta que se montaría si sugería que Elrohir se uniese a Elladan en sus prácticas de tiro con arco. —¿Y qué me decís acerca de Uinen?
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Glorfindel reunió los papeles en una pila, los mezcló según algún tipo de orden y golpeó el borde de las páginas contra la superficie de la mesa para ponerlas en fila.
—Habéis trabajado bien hoy— dijo sonriendo a los dos pequeños elfos y haciendo una señal con la cabeza en dirección a la puerta. —Ya ha pasado el mediodía, daos prisa.
Elladan se puso en pie de un salto, sonriendo con alivio. Puede que estuviera trabajando duro y con entusiasmo, pero nunca iba a disfrutar estando sentado durante largos periodos de tiempo. Probablemente iría corriendo todo el camino hasta casa, saltando cualquier tramo de escaleras para compensar aquel largo periodo de inactividad. La única razón por la que permanecía todavía en la habitación era para esperar a su hermano, que estaba todavía sentado y aparentemente en suspenso.
El más joven de los gemelos permaneció sentado un par de segundos más, ignorando la mirada inquisitiva de Glorfindel y la impaciente de Elladan.
—Si a los Valar les importamos de verdad, ¿por qué no nos ayudaron cuando lo necesitábamos?— Elrohir alzó la vista hacia los pálidos arcos del techo, chupándose la punta del dedo índice mientras pensaba.
—Nos ayudan.— dijo Glorfindel con aire ausente. —¿No han creado este hermoso valle y todas las criaturas y plantas que viven en él?
—Mmm.— Elrohir se chupó el labio inferior ligeramente. —Crean cosas, pero no ayudan a las cosas que han creado— Hay cosas malvadas, y las plantas y los animales enferman y mueren.
—Bueno,— dijo Glorfindel suspirando y pasándose una mano sobre el pelo, —Vinieron a ayudarnos. ¿No recuerdas que te hablé sobre la Guerra de la Cólera?
—Sí...— Elrohir hizo una pausa, obviamente lleno de incertidumbre . —Pero solo vienen a veces. Cuando tu y Ada fuisteis a luchar con Gil-Galad contra Sauron, ellos no estaban allí con vosotros.
—No en cuerpo, no. . .— comenzó a decir Glorfindel, pero Elladan lo interrumpió.
—¿Quizá no vinieron porque estaban demasiado ocupados discutiendo lo que debían hacer? Puede que para cuando tomaron una decisión, la guerra se había acabado— Sugirió el hermano mayor, pensando en la veces que había esperado en vano a que su padre saliese de un concilio antes de la puesta de sol.
—No seas tonto.— dijo Elrohir desdeñosamente. —Nadie puede estar hablando durante tanto rato, ni siquiera Erestor.
—Bueno— dijo Elladan acaloradamente, —Quizá los Valar no vinieron a ayudar porque no lo sabían.
Elrohir se quedó mirando a su hermano y suspiró, poniendo los ojos en blanco.
—¡Estúpido! Los Valar lo saben todo. Nos cuidan todo el tiempo. Apuesto que Manwë te está mirando ahora, pensando en lo estúpido que eres.
Elladan se sonrojó por el enfado y Glorfindel tuvo que evitar que atacase a su hermano extendiendo el brazo para cogerlo del hombro y presionando sobre su pecho con su enorme mano.
—Bueno. . . ¡Manwë no se molestaría en pensar en ti! Eres demasiado insifig. . . insifan... ¡Poco importante!— Elladan cogió una profunda bocanada de aire y continuó antes de que Elrohir pudiese protestar. —Quizá no sabían que la gente quería que ayudasen. ¡Si yo quisiera que los Valar me ayudasen, entonces iría y se lo pediría!.
Elrohir cerró la boca, pensando en aquello antes de intentar responder. Viendo que Elladan se había quedado lo suficientemente satisfecho al silenciar temporalmente a su hermano y había olvidado el insulto previo, Glorfindel aprovechó para coger los papeles y la botella de tinta.
—Sí,— Glorfindel sonrió y revolvió el pelo del niño elfo mientras caminaba hacia la salida de la habitación, —Eso es lo que hizo vuestro abuelo paterno.
Cuando el elfo rubio se hubo marchado, los gemelos se miraron pensativamente el uno al otro durante un rato y la habitación permaneció silenciosa, a excepción del sonido distante del viento moviendo las hojas en el exterior. Habían oído poco acerca de su abuelo paterno, y habían pensado en él todavía menos. En aquel momento su interés por él se había elevado considerablemente.
Al fin Elladan rompió el silencio y echó a correr a toda velocidad fuera de la habitación, señalando el inicio de una carrera con un grito lleno de alegría.
—¡Ves! ¡Me parezco al Ada de Ada!
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—!Ada!— exclamó Elrohir al fin, provocando que su padre levantase la vista con una sonrisa. Ambos gemelos habían estado moviéndose inquietos desde el comienzo de la comida, mostrando poco interés por los platos que les habían colocado delante y Elrond había estado esperando a oír el motivo.
—¿Si, Elrohir?.— sonrió Elrond, esperando que lo que quisiera que fuese que los tuviera tan entusiasmados no le ocupase toda la tarde- el valle estaba muy ajetreado en aquel momento y tenía muchas cosas en las que pensar.
—¿Soy como tu Ada?— preguntó Elrohir esperanzado y lo miró con mucha seriedad mientras esperaba una respuesta.
Elrond se quedó helado, tragándose un gran pedazo de patata por culpa de la sorpresa y comenzó a toser. Celebrian serenamente comenzó a darle palmaditas en la espalda mientras le entregaba a su hijo pequeño su servilleta, que había sido olvidada en la alacena con las prisas por empezar a comer.
—¿Lo soy yo?— preguntó Elladan en voz alta, apoyándose hacia delante sobre la mesa para alcanzar el plato de conserva de tomate, del cual se sirvió una ración generosa.
—No te eches demasiado, Elladan.— le advirtió Celebrian, quitándole el pequeño plato de cristal de las manos y colocándolo fuera de su alcance. —Y asegúrate de comerte todo eso.
—Lo haré Ammë.— Elladan sonrió a su madre y cuidadosamente colocó una rodaja de carne sobre la conserva de tomate. —¿Lo soy, Ada?
Elrond parecía preocupado, jugueteando con un trozo de zanahoria mientras pensaba. No había esperado aquella clase de preguntas tan pronto. No de una manera tan inesperada. Había estado planeando sacar el tema desde hacía un tiempo, un par de años, de hecho, pero por algún motivo siempre había surgido algo que le había obligado a retrasar la conversación.
A decir verdad, no podía recordar lo suficiente acerca de su padre para decir que rasgos habían pasado a sus hijos.
—Bueno,— se aventuró a decir Elrond, levantando la mano para apoyarla sobre su frente, —Ambos sois chicos.
Los gemelos parecieron sentirse decepcionados ante aquella pieza de información tan poco jugosa, y su padre comenzó a sentirse todavía más incómodo. Debería ser capaz de recordar algo. Podía nombrar al menos una docena de cosas en la que los gemelos le recordaban a Maglor o Gil-galad, después de todo.
Viendo la angustia de su marido, Celebrian interrumpió con tono alegre, —Los dos me recordáis mucho a mi Adar.
Los gemelos se giraron hacia ella, medio interesados, pero también medio frustrados porque no era su padre el que estaba hablando.
—Tú, Elrohir.— Celebrian asintió en dirección a su hijo pequeño. —Cuando te enfadas siempre te pareces a mi Adar; y tu Elladan, cuando te estás concentrando mucho, te muerdes el labio como mi Adar.
Elladan tomó nota mental de no volver a concentrarse mucho de nuevo y clavó el cuchillo en la carne, dejando que el pegajoso liquido rojizo que había debajo rezumase desde el tajo.
Elrohir le agradeció el comentario a su madre con una sonrisa, antes de volver a girarse hacia su padre.
—¿Pero qué hay de tu Ada, Ada? ¿Soy como él?
Elrond suspiró bajó la mirada hacia la comida sin tocar de su plato y aplastó un trozo de patata con el tenedor. No quería admitirlo, pero iba a tener que hacerlo.
—No lo sé.
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Elladan, cuidadosamente, sacó la espada de la vaina en su costado y la sostuvo en frente de él, girándola para que el sol centellease sobre la hoja. Hoy debería sentirse encantado, teniendo en cuenta que estaban volviendo al entrenamiento con espada después de tres días con el arco pero, extrañamente, casi echaba de menos la concentración y el ritmo del tiro con arco. De todas formas tendría práctica al día siguiente con Glorfindel.
Uno de los chicos más altos pasó junto a él y con un codazo que casi lo tira al suelo. Elladan se sobresaltó y dejó de soñar despierto. Su atacante estaba de pie con un grupo de otros muchachos a una corta distancia, mirándole y riéndose.
Sonrojándose ligeramente, Elladan les dio la espalda y camino alejándose para esconderse bajo la sombra de uno de los altos fresnos que bordeaban el claro que usaban para entrenar. Podía oír los murmullos a su espalda, pero no tenía intención de enfrentarse con Culrómen de nuevo, así que apretó los labios para evitar que temblasen y mantuvo la cabeza tan alta como pudo.
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—¿Compañeros?— Andúnë, el amigo de Elrohir que había conocido a la orilla del rio, se giró hacia él con una sonrisa.
—Compañeros.— Elrohir le devolvió la sonrisa y dieron una palmada con sus manos izquierdas para mostrar su amistad, algo que Andúnë había leído en algunas historias de valor y batallas.
Cuando el maestro de entrenamiento los llamó para que comenzasen a entrenar, ambos siguieron su rutina habitual y Andúnë corrió a ocupar su lugar favorito bajo la sombra de uno de los árboles más grandes, mientras Elrohir hacía cola para reclamar y colocar su diana. Este método les había funcionado extremadamente bien, y habían sido capaces de conservar su "lugar" durante todo el verano
Las lección comenzó pronto y después de contemplar como el maestro de entrenamiento demostraba un movimiento, los niños elfos se alinearon en parejas y comenzaron a disparar.
—¿Vas tu primero o voy yo?— preguntó Elrohir, dando un paso atrás para permitir a Andúnë ponerse al frente si lo deseaba.
—Mmm.— Andúnë frunció la cara mientras pensaba. Si se quedaba segundo entonces quedaría mal tras el intento de Elrohir, pero si iba primero Elrohir parecería mejor por ir detrás de él. —Yo iré primero hoy, y tu vas primero mañana.
—¡Vale!— Elrohir sonrió, se sentó con las piernas cruzadas en la hierba caliente y cogió un par de briznas para trenzarlas juntas. Era agradable estar allí, contemplando a Andúnë mientras escuchaba a los pájaros cantando en las ramas que había sobre él. Pronto llegaría su turno también y sería capaz de demostrar lo que había mejorado en las pasadas semanas Su Ada se había sentido muy complacido con él últimamente y estaba seguro de que el maestro de entrenamiento lo estaría también.
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Elrohir bajó su arco y contempló la posición de las flechas sobre la diana mientras sus labios se curvaban en una sonrisa de deleite. Todas habían golpeado dentro de los tres círculos interiores y dos, incluso, habían alcanzado el centro. Adoraba el tiro con arco.
—Has hecho un buen trabajo,— el maestro de entrenamiento se colocó a su lado y le regaló una sonrisa a la cara ansiosa. El hijo pequeño del Señor de Imladris tenía, sin duda, talento con el arco y no podía evitar compartir el sentimiento de triunfo del niño. Había conocido a los gemelos desde que eran pequeños elfos saltarines, apenas capaces de permanecer en fila lo suficiente para participar en el grupo de entrenamiento de los más pequeños y siempre había sentido simpatía por el pequeño Elrohir.
Podía recordar docenas de veces en las que el niño había reunido coraje para bucear por primera vez o correr tan rápido como sus regordetas piernas se lo permitían o escalar tan alto como se atrevía -venciendo al resto de pequeños elfos- solo para ser eclipsado por su hermano, mucho más valiente, rápido y ruidoso.
En ocasiones se preguntaba que depararía el futuro al niño. Tenía el potencial para ser un gran guerrero, uno de los más formidables que se hubieran visto, pero de algún modo, dudaba que aquel fuese el camino que el muchacho escogiese seguir .
Elrohir prefería perseguir mariposas antes que cazar orcos y dragones.
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Elladan estaba sentado solo en un tronco, descansando la cabeza sobre sus manos mientras contemplaba los dibujos que había trazado en el suelo con el pie. Sus hombros estaban caídos miserablemente y sus dedos estaban extendidos sobre su cara y su frente, para esconderse de ojos entrometidos. A pesar de que muchos de los otros muchachos estaban reunidos alrededor de una gran piedra un poco alejada, hablando y riendo, mientras masticaban ruidosamente manzanas y galletas durante el descanso, él no hizo ningún esfuerzo por unírseles.
—Hola.
Elladan levantó la cabeza al oír la voz alegre, preguntándose como era posible que no hubiese oído los ligeros pasos acercándose. Iorwë estaba frente a él, inclinando la cabeza para intentar mirarle. Estaba sosteniendo una gran galleta de harina de avena y sonriendo con entusiasmo mientras una de sus manos jugaba nerviosamente con el borde de su túnica.
—¿Te gustaría compartir mi galleta?— Iorwë sonrió de nuevo y rompió la galleta en dos partes, ofreciéndole a Elladan el pedazo más grande. —Está muy rica. Nana la ha hecho.
Elladan se sentó derecho y miró al niño pequeño de nuevo. Desde que tenía memoria, Iorwë, generalmente jugaba y comía solo, sentado con las piernas cruzadas bajo el abedul y cavando con un palo en la tierra. Siempre había asumido que al pequeño le gustaba la sombra y nadie había hecho ningún esfuerzo para que se uniera a los demás.
—Vale.— dijo Elladan con voz de sospecha, cogiendo el trozo más pequeño. Estaba contento de tener algo que comer. Alguien le había quitado su manzana cuando la había dejado sin vigilancia junto a la toalla y estaba hambriento. —Gracias.
Iorwë sonrió de oreja a oreja y trepó por la superficie llena de musgo del tronco para sentarse junto a Elladan. Sus piernas eran todavía demasiado cortas para ser capaz de apoyarlas confortablemente sobre el suelo, así que, en su lugar, dio pataditas sobre la oscura y húmeda parte inferior del tronco.
—Se está bien, ¿verdad?— dijo Iorwë felizmente, mordisqueando el borde de su mitad de la galleta, sin prestar atención a la miguitas que estaban cayendo sobre él.
Elladan sonrió, decidiendo que Iorwë no tenía malas intenciones y contento de tener un amigo de nuevo. —Está muy rica.
Iorwë se sonrojó complacido, y golpeó el tronco con todas sus fuerzas antes de sonreír esperanzado.
—Creo que deberíamos ser amigos.
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Era una tarde sofocante, hacía demasiado calor para que los pequeños elfos pensasen en correr demasiado y los intentos de suscitar el entusiasmo suficiente para jugar a "Pescar con Redes" estaban condenados al fracaso. Los niños estaban sentados a la orilla del rio, con los pies colgando sobre el agua y ocasionalmente salpicándose unos a otros con agua fría.
La ropa se secaba rápido en días como aquellos, y algunos de los muchachos más osados se quitaron las túnicas y se metieron en el agua, lamentando el hecho de que el río no era lo suficientemente profundo para poder nadar en él. Todavía eran demasiado jóvenes para que se les permitiese bañarse en las pozas sin supervisión de un adulto y todos los padres sentían demasiado calor y estaban demasiado vagos para complacer los caprichos de sus hijos.
Elladan y Elrohir, sin embargo, estaban lejos del rio y sus praderas. Tenían un escondrijo favorito para días como aquellos y en el momento en el que fueron libres del entrenamiento se dirigieron hacia él, caminando despacio debido al calor.
Ser hijos de Elrond tenía ciertas ventajas, especialmente cuando se trataba de acceder a áreas en la que normalmente no hubieran sido admitidos. Aunque, técnicamente, no se les permitía nada en la poza que había debajo de la catarata, si se sentaban en las rocas cercanas al torrente de agua y estaban quietos, la mayoría de los elfos adultos hacían la vista gorda a su presencia.
Se estaba gloriosamente fresco allí. El vapor de agua y los salpicones del torrente pronto empaparon sus túnicas y aliviaron a su caliente y sudorosa piel. Dejando los mocasines en la playa de guijarros, treparon sobre las rocas para sentarse sobre una estrecha cornisa, casi detrás de la corriente de agua. Ambos se convirtieron en dos manchas borrosas detrás de la cortina de agua. Allí podían murmurar planes secretos sin arriesgarse a que nadie los oyera.
Como hacían habitualmente, los gemelos se pusieron cómodos rápidamente sobre la cornisa y después de extender los brazos y ahuecar las manos para coger agua helada del torrente y beberla, ambos se acurrucaron juntos para hablar.
—Ojalá supiéramos como era el Ada de nuestro Ada.— Elrohir estaba tumbado boca arriba, contemplando como el agua caía sobre él.
—Bueno, ni siquiera Ada lo sabe.— Elladan cogió un pequeño guijarro y lo lanzó a través de la pantalla de agua. —Nosotros nos parecemos a Ada, así que Ada probablemente se parezca a él.
—Mmm.— Elrohir no parecía muy convencido. —No nos parecemos a Ammë. No mucho de todas formas.
—Bueno, y por qué íbamos a parecernos, ¿no? No soy una chica.— dijo Elladan con total naturalidad, y no se sorprendió cuando su hermano pequeño lo ignoró.
—¿Quizás podríamos mirar en la biblioteca?—sugirió Elrohir pensativamente.
Elladan suspiró y puso los ojos en blanco, irritado con su hermano —Sé que Ada tiene un montón de cosas viejas guardadas allí, pero no creo que tenga a su Ada encerrado dentro.
Elrohir le lanzó a su gemelo una mirada de soberbia y se puso a cuatro patas para comenzar a trepar hasta la playa de guijarros.
—¡Libros! Tiene que haber un dibujo de él en alguna parte.
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Elladan corrió a toda prisa por los pasillos, con los brazos moviéndose rítmicamente y el pelo volando delante de él mientras esquivaba brazos y saltaba sobre obstáculos. La gente se apartaba de su camino apresuradamente, lanzándole miradas que iban desde el puro enfado hasta una tolerante condescendencia.
Elrohir lo seguía a un ritmo ligeramente más pausado, pidiendo disculpas con la mirada a todos aquellos que habían tenido que hacerse a un lado y deteniéndose a ayudar para recoger las patatas que se habían derramado.
—¡Date prisa, 'Ro!— Elladan gritó con voz exasperada, parándose en lo alto de un tramo de escaleras y mirando a atrás para contemplar el lento progreso de su hermano. Para extremar todavía más su frustración, Elrohir se había detenido y estaba sosteniéndole la puerta a una madre con su bebé.
—¡Lento como un caracol!
Elrohir le lanzó a su hermano una mirada desdeñosa y permitió a la elfa que pasase antes de perseguir a su gemelo que había desaparecido hacía rato por uno de los pasillos.
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Cuando Elrohir llegó finalmente junto a su hermano, este estaba esperándolo impacientemente junto a la puerta de la biblioteca, saltando sobre un pie y luego sobre el otro mientras esperaba a su gemelo.
—¡Te has tomado tu tiempo!— El gemelo mayor utilizó el codo para separarse de la pared en el que estaba apoyado y caminó hacia delante para encontrarse con su hermano.
Elrohir ignoró aquel gesto potencialmente amenazador y esquivó a su hermano para entrar en la gran habitación.
—Podías haber entrado primero.
Elladan se encogió de hombros y siguió a su hermano dentro. Al contrario que Elrohir, nunca se había sentido realmente a gusto en la biblioteca, había demasiada quietud y no le gusta el olor rancio de los libros y los documentos.
—Te estaba esperando,— murmuró con una sonrisa.
Elrohir le devolvió la sonrisa y ambos se pusieron a caminar entre las estanterías en las que se guardaban algunos de los volúmenes más antiguos.
—Estamos buscando cualquier cosa sobre Eärendil.— Elrohir se pellizcó el puente de la nariz con una expresión idéntica a la de su padre y se giró para leer detenidamente los títulos de los libros . —Oh y Marinero. He oído a alguien llamarlo el Marinero.
Los gemelos se sentaron en el suelo junto a una de las estanterías, leyendo y hojeando paginas lo más rápido que podían. Otros usuarios de la biblioteca les lanzaron miradas sorprendidas o extrañadas, pero estaban tan absortos en su tarea que apenas se dieron cuenta de los suspiros exagerados y los resoplidos irritados cuando la gente tenía que pasar entre ellos o rodearlos.
—¡Aquí!— Elrohir levantó la mirada al fin del libro sobre el que estaba inclinado, —Aquí dice que navegó a Valinor con Elwing, que era la Ammë de Ada.
Elladan dejó caer su libro y se arrastró para colocarse junto a Elrohir, mirando el viejo texto con tanto interés como pudo reunir - su búsqueda se había convertido rápidamente en pasar páginas buscando los dibujos en lugar de descifrar los viejos y descoloridos textos.
—No se ve como era.— La decepción era palpable en la voz de Elladan.
Elrohir resopló y volvió a concentrarse en las páginas, —Tiene que estar aquí, en algún sitio. . .
Su voz se fue apagando mientras su atención se desviaba hacia un largo pasaje describiendo la valentía y valor de su abuelo . Por desgracia, no se parecía mucho a él después de todo. Elrohir nunca habría tenido el coraje para navegar hacia lo desconocido y dirigirse a los Valar. Nunca habría sido lo suficientemente generoso para abandonar a su propia gente por el bien de todos los que vivían en la Tierra Media.
Aburrido de esperar a que su hermano dijese algo, Elladan volvió a concentrarse en su propio libro, cerrándolo de un golpe y volviendo a abrirlo por páginas aleatorias, suponiendo que aquel método funcionaría igual de bien que buscar de la manera tradicional. Puesto que las ilustraciones estaban pintadas sobre pergamino ligeramente más grueso que las páginas normales, aquello le estaba funcionando extraordinariamente bien, pero tratándose de Elladan hubiera continuado haciendo lo mismo aunque la búsqueda hubiera resultado inútil.
—¡Mira!— Elladan cacareó encantado, recibiendo malas miradas por parte de los consejeros que estaban trabajando duro. Se retorció para mostrarle el libro a su hermano y continuó en un tono más bajo. —¡Somos nosotros!
—No es un buen dibujo de nosotros. Nunca hemos llevado túnicas como esas.— dijo Elrohir despectivamente y contempló a los dos muchachos idénticos en el dibujo, recorriendo rápidamente con la vista el texto al pie de la imagen —No somos nosotros, ¡es Ada!.—
—Oh.— Elladan le dio un codazo a su hermano para apartarlo y poder contemplar el libro de nuevo. Dos pares de ojos pintados le devolvieron la mirada desde la página, una cara sonriendo con indecisión y la otra sonriendo de oreja a oreja orgullosamente. —¿Por qué son dos?
—¡Bueno, es que no me estas dejando ver!— le gritó Elrohir, intentando quitarle el libro a su hermano a tirones. —Lo dirá en alguna parte.
—No puedo encontrarlo.— Elladan arrugó la nariz y dejo que su hermano se quedase el libro, limitándose a intentar contemplar la apretada escritura de la página en busca de información. Elrohir lo encontraría - le gustaba hacer esas cosas.
—¡Aquí!— dijo Elrohir con entusiasmo, presionando su dedo índice contra la página y sonriéndole a su hermano. —Ada no era solo Ada. Ada tenía un hermano gemelo justo como tú y su nombre era Elros.
Elladan frunció el ceño y murmuró, —Justo como tú.
Prefería ser como su Ada en lugar de ser como el desconocido tío Elros.
—Mmm.— Elrohir apenas respondió mientras leía las páginas con impaciencia. —Dice que Elros era más joven que Ada.
—Ves, se parece más a ti.— insistió Elladan, inclinándose sobre el dibujo de nuevo. —Ada está sonriendo como yo, pero Elros está siendo tímido como tú.
Elrohir le sonrió con suficiencia a su hermano y dio un par de golpecitos triunfantes sobre el pergamino, —En realidad, Elros es el que está sonriendo Yo me parezco más a Ada.
Elladan parecía devastado y se puso a juguetear miserablemente con el estrecho cordón de su mocasín derecho. Sintiéndose mal por su gemelo cuando se dio cuenta de cómo se le había ensombrecido la cara al oír las noticias, Elrohir le dio un par de palmaditas amables en el hombro.
—Apuesto a que, en realidad, ambos somos como el tío Elros en algunas cosas y como Ada en otras. Nosotros podemos ser norte y sur, y Ada y tío Elros pueden ser este y oeste.
—¡Vale!— Elladan sonrió de repente y empujó el libro hacía su hermano para permitirle tener una mitad para él. —¡Te echo una carrera para encontrar más cosas sobre é!
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Elrond y Glorfindel entraron en la biblioteca, sonriendo al ver a los pequeños elfos agachados en el suelo y rodeados de libros. Se había hecho tarde y se habían preocupado cuando los niños no habían llegado a toda prisa a casa para reclamar comida, pero, de algún modo, estaban convencidos de que los gemelos no habrían vuelto a perderse de nuevo, tras el último y aterrador episodio.
Era más probable que los gemelos fueren la causa de las quejas en voz baja de Erestor.
El cielo estaba oscureciéndose en aquel momento y las lámparas de la biblioteca habían sido encendidas llenando la habitación de luz dorada. Elladan estaba, obviamente, cansándose de buscar y se había acurrucado para apoyarse sobre su hermano. Su pelo oscuro había caído sobre su cara y no había hecho ningún esfuerzo por retirarlo. Mientras lo contemplaban, bostezó ampliamente y dejo que el libro abierto se deslizara fuera de su regazo.
—Aquí estáis.— sonrió Elrond mientras caminaba hacia ellos, orgulloso en secreto y complacido de ver a Elrohir absorto en su libro. Era un texto difícil, pero su hijo parecía estar leyéndolo con facilidad y disfrutándolo. —¿Es que no queréis cenar?
—¡Cena!— Elladan sonrió de oreja a oreja y se puso en pie de un salto, empujando su libro en el espacio vacío más cercano de la librería. —¡Me muero de hambre!
—¡Ada!— Elrohir devolvió el libro a su lugar y corrió atravesando la habitación con los brazos completamente abiertos para recibir un abrazo. —Estábamos leyendo.
—¿De verdad?— Elrond cogió fácilmente a su hijo pequeño y recorrió la habitación para mirar los libros que todavía permanecían abiertos sobre el suelo. —¿Que estabais leyendo?
—Sobre tu Ada.— dijo Elladan orgullosamente, caminando a saltos hacia su padre y abrazándolo con fuerza por la cintura, que era lo más alto que podía alcanzar. Elrond revolvió el pelo del niño, sosteniendo la cabeza de su hijo contra su cuerpo durante un instante.
—¿Mi Ada?— Elrond alzó ligeramente las cejas. Los gemelos sentían, aparentemente, más curiosidad acerca del tema de lo que había supuesto.
—Si.— Elrohir envolvió los brazos alrededor del cuello de su padre y enterró la cara en su pelo. —Y sobre ti...
—¿Sobre mí?— interrumpió Elrond sorprendido. —¿No podríais haber preguntado?
Siempre había contestado las preguntas de sus hijos de forma completa y honesta, o al menos pensaba que lo había hecho, y no podía encontrar ninguna razón para que Elladan o ambos gemelos hubiesen tenido que recurrir a los libros para encontrar respuestas.
Elladan tiró urgentemente de la manga de su padre y cuando el Señor de Imladris miró hacia abajo, preguntó ansiosamente —¿Cuándo podremos conocer al tío Elros?
Glorfindel abandonó sigilosamente la habitación.
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Elrond ordenó los libros descartados, reorganizando cuidadosamente los volúmenes en el orden correcto, antes de responder a las pregunta de Elladan.
Después abrió las puertas de cristal que daban a la terraza y condujo a sus hijos fuera donde estaba cayendo el crepúsculo.
La noche era cálida y el aire olía a rosas floreciendo en los jardines que había debajo. El cielo era de un azul profundo (una vez había marchado bajo un estandarte de aquel mismo color) y una estrella solitaria brillaba con luz tenue sobre la oscura silueta de las montañas nubladas.
Arrodillándose y pasando un brazo alrededor de la espalda de cada muchacho, Elrond señaló con la cabeza hacía la luz distante.
—Dejad que os cuente una historia acerca de mi padre. . .
—¿Y el tío Elros?— insistió Elladan, apoyado por el asentimiento vigoroso de la cabeza de Elrohir.
Elrond les lanzó una sonrisa agridulce, —. . . y mi hermano pequeño.
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