Antes de comenzar, necesitáis saber que el hermano de Elrond, Elros, eligió ser mortal y murió. Su padre, Eärendil, navegó al oeste a pedir a los Valar ayuda en la guerra contra Melkor. Eärendil navega por los cielos llevando el Silmaril sobre su frente, asegurándose de que Melkor no vuelve. Hay un par de buenas historias sobre este tema, así que si estáis bloqueados podéis buscarlas o buscar la Enciclopedia de Arda.
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Los campos de Imladris eran fértiles, verdes, y fáciles de cuidar. La gente del valle estaba bien alimentada y contenta, incluso durante los inviernos más fríos. Sin embargo no solo los cultivos se daban bien en aquel suelo, también se desarrollaban otras muchas plantas: brillantes flores campestres, arbustos de avellano y madreselva, y muchos tipos de frutos. A menudo, a principios de otoño, veía a los niños elfos llevando pequeños cubos de madera y corriendo entre los verdes setos, recogiendo moras o moviéndose despacio por las laderas del sur llenando sus cubos y sus bocas con arándanos.
Sin embargo, en verano, cuando la fruta no estaba todavía madura, los arbustos eran asaltados en busca de misiles. Sus hijos, siendo niños, habían pasado muchas horas felices bombardeándose el uno al otro con duras moras verdes; o jugando con duras y amargas manzanas, dándoles patadas, o tirándoselas el uno al otro.
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Elladan saltó de piedra en piedra, con los brazos abiertos para mantener el equilibrio y las trenzas volando tras él. La hierba era larga y frondosa en los extremos de las praderas y podía fingir que era un guerrero, o un jinete de las grandes planicies de Rohan.
A intervalos periódicos, se habían colocado grandes piedras planas siguiendo el estrecho sendero que corría junto al costado de los setos. Aquellos setos separaban los campos de maíz madurando y de cereal. En invierno aquellos senderos, que eran muy transitados, estaban húmedos o llenos de barro y los elfos que trabajaban en aquellos campos se alegraban de tener un lugar donde apoyarse y poder pasar.
A finales de verano, sin embargo, las piedras, entre la tierra seca y la hierba agostada, estaban polvorientas. Se habían colocado demasiado separadas para que un pequeño elfo pudiera caminar sobre ellas confortablemente, pero lo suficientemente juntas para permitir que saltase sobre ellas con un grado razonable de desafío. Los campos dorados de trigo se extendían hacia la izquierda y a la derecha, los arbustos estaban llenos de flores salvajes, rojas y azules, y de moras poco maduras de sabor fuerte.
Elrohir, que había cogido un alto tallo de cereal y lo llevaba consigo mientras seguía a su hermano, amaba los atardeceres como aquel, con el cielo enorme y azul, y el sol caliente sobre su cabeza y la parte de atrás de sus piernas. Ambos gemelos se dirigieron hacia la esquina de un campo donde crecía un gran roble. Las cabezas doradas del trigo se balanceaban moviendo las briznas de hierba que crecían entre ellas.
—¡Te voy a ganar!— gritó Elladan triunfalmente con voz aguda, trepando sobre una alta escalera de mano de madera, que estaba bajo la sombra del roble, y balanceando las piernas en el aire mientras esperaba a su hermano. Puesto que el tiempo era tan seco y no tenían lecciones aquella tarde, los gemelos habían preferido ir descalzos a vivir sus aventuras.
Se lo habían pasado bien chapoteando en las heladas aguas de uno de los minúsculos arroyos que alimentaban el Bruinen. Habían retorcido los dedos de los pies en el barro que estaba secándose en los bordes de una de las pozas de las habían recogido renacuajos. En aquel momento, sin embargo, sus pies estaban ya secos y polvorientos de perseguirse a través de los maizales, escalar los altos y delgados abedules que estaban plantados en el camino del sur y de jugar a saltar uno sobre otro en la alta hierba.
—No te estaba echando una carrera.— Elrohir le entregó el tallo a su hermano para que se lo cuidase mientras trepaba para unirse a él en el curtido escalón de madera, y luego recuperó su juguete.
—¡Yo sí!— Elladan le sonrió a su hermano y enroscó las rodillas alrededor de la barra superior del escalón y se dejo colgar boca abajo hasta que las puntas de los dedos tocaron el suelo . —¡Apuesto a que tú no puedes hacer esto!
Elrohir bajó la vista para mirar la rosada cara de su hermano y luego sonrió traviesamente. Los ojos de Elladan se abrieron de par en par por la curiosidad, pero no sospechó lo que Elrohir pretendía hacer hasta que comenzó a sacudir un extremo del tallo de trigo sobre su desnudo estómago.
—¡No!— rió Elladan, intentando tirar hacia arriba con una mano de su arrugada túnica para cubrir la piel expuesta. —¡Nooo!
Elrohir se echó a reír también y se inclinó para hacerle cosquillas a su hermano en el mentón y la parte de abajo de su nariz. El gemelo mayor golpeó la cabeza del tallo de trigo y estornudo ruidosamente. Riendo, Elrohir se dejó caer sobre la suave hierba, arrastrando a su hermano con él .
—¡Eso no ha sido justo!— Se quejó Elladan de buen humor, sentándose y apartando semillas de hierba de su arrugada túnica. Elrohir le sonrió y se apoyó hacia atrás contra la parte de abajo del escalón.
—¡No deberías tener tantas cosquillas!
—¡No tengo más cosquillas que tú!
Elrohir abrió mucho los ojos y le lanzó una pequeña sonrisa secreta.
—¡No las tengo!— Elladan agarró a su hermano y ambos rodaron sobre la hierba durante un rato, borboteando de la risa, cada uno intentando demostrar que el otro tenía más cosquillas. Finalmente se cansaron del juego y todavía doblados de la risa, treparon de nuevo a lo alto de la escalera.
Se sentaron en silencio durante un rato. Cada gemelo estaba absorto en sus propios pensamientos, hasta que finalmente Elrohir dijo:
—Entonces, ¿tú crees que Eärendil nos está mirando?
Su padre las había hablado sobre su abuelo la noche anterior y juntos habían permanecido un rato de pie en la terraza, contemplando su progreso sobre el cielo crepuscular. Al principio se habían sentido confusos e incrédulos, pero después, una vez que habían tenido la oportunidad de hablar entre ellos, estaban intrigados y un poquito orgullosos.
Otros niños elfos podían tener abuelos que los enseñaban a montar en ponis o les deslizaban golosinas especiales entre las comidas, pero era bastante impresionante tener un abuelo que había suplicado por las gentes de la Tierra Media delante del propio Manwë. En realidad, Elladan estaba un poquito aliviado en secreto, porque su abuelo iba a ser poco más que una estrella en su vida. Un abuelo era suficiente para él.
—Todavía es temprano— Elladan entrecerró los ojos y miró al cielo, buscando cualquier señal del barco de su abuelo. —Quizás esté todavía en la cama.
—Pero entonces solo nos verá durmiendo.—dijo Elrohir insatisfecho. —Debe aburrirse, si todo lo que ve es a nosotros marchándonos a la cama y levantándonos por la mañana. Quizá se canse de mirarnos.
Elrohir sonaba tan preocupado que Elladan comenzó a fruncir el ceño. Faltaban muchos, muchos años para que fuesen lo suficientemente mayores para quedarse despiertos toda la noche como los otros elfos. Incluso habían oído a Glorfindel decir que cuando comenzasen su entrenamiento para entrar en la Guardia, él interrumpía a los grupos de soldados jóvenes para enviarlos a la cama. Para cuando tuvieran algo interesante que mostrarle a su abuelo, él seguramente se habría aburrido de esperar a que hicieran algo que no fuera dormir.
—Ada no se aburriría de nosotros, así que tampoco lo hará su Adar.—dijo Elladan con firmeza. No estaba completamente seguro de que estuviera en lo cierto, porque todo el mundo sabe que los Adas y las Ammés son muy especiales y te quieren sin importar lo que hayas hecho, pero él quería creer que al menos uno de sus abuelos se preocupaba por lo que estaba haciendo.
—Quizá. . .— Elrohir sonrió aliviado. Y si Celeborn no pensaba que fuese aburrido, entonces seguramente Eärendil no lo pensaría tampoco. Se detuvo para trazar un círculo alrededor de un nudo en la madera y luego habló con timidez. —Ojalá el tío Elros no hubiera muerto.
Elladan asintió con tristeza. Ambos habían disfrutado escuchando la historia que su padre les había contado sobre él y, sinceramente, hubieran deseado poder conocerle. Tener un tío habría sido como tener un segundo Ada, uno que jugaría con ellos cuando su Ada estaba encerrado en algún concilio o estuviese teniendo tiempo especial con Ammë. Y tío Elros había sonado tan valiente, tan atrevido y tan divertido...
Es probable que le hubiera caído bien. Tío Elros no podría ser nunca un Señor aburrido y gruñón como su abuelo.
—Ada debe echarle de menos— Elrohir enroscó las manos alrededor del borde del peldaño de la escalera, colgando de sus manos. La vida sin un hermano no es en absoluto divertida, pensó
—Debe sentirse tan solo.
Los gemelos se quedaron en silencio mientras recordaban el par de días que habían pasado separados. La idea de separarse durante meses o años era inconcebible.
—Elrohir. . .— Elladan se mordió el labio mientras pensaba. Después de que su hermano se hubiera quedado dormido, había hablado con su Ada un ratito más, y aunque había discutido la mayor parte de aquello con su hermano mientras se lavaban por la mañana, había una cosa que le preocupaba. —Ada dijo que podíamos escoger ser elfos u hombres también.
—Sí,— Elrohir se giro para quedarse cara a cara con su hermano, mirando con severidad aquella cara idéntica a la suya. —Ya me lo has contado, ¿recuerdas?
—Sí. . .— Elladan golpeo el travesaño inferior de la escalera de mano con un satisfactorio golpe sordo. La noche anterior, cuando había declarado que sería un elfo cuando creciese, había asumido que Elrohir lo sería también. Tenía que serlo. Lo hacían todo juntos. Pero aquella mañana, cuando habían hablado sobre ello, Elrohir no había dicho nada.
Había pensado que quizás, si Elrohir quería ser un hombre, el debería ser un hombre también para hacerle compañía. Aunque, echaría de menos a Ada, Ammë y Glorfindel demasiado, estaba seguro de que prefería estar con Elrohir antes que con ellos.
—Elrohir. . .— Elladan se detuvo lleno de incertidumbre, chupándose el labio inferior. El había decidido siempre por ambos, y la idea de Elrohir haciendo una elección diferente a la suya lo asustaba por más de una razón. —Ambos elegiremos lo mismo, ¿verdad?
Elrohir se arrastro de vuelta a una posición sentada y miró a su hermano con seriedad.
—¿No quieres ser un hombre?
Todavía no habían conocido a muchos hombres. Habían oído historias sobre La Última Alianza y una parte de la historia de los hombres, pero solo a través de la voz de los elfos. Ocasionalmente, Glorfindel y Erestor hablaban con su Ada sobre visitantes mortales u hombres de Gondor, pero apenas los habían visto. Los únicos dos de los que sabían en alguna medida eran los extraños magos que estaban pasando el verano con ellos- pero ninguno estaba ansioso por aventurarse en la misma habitación que Curunir, porque había demostrado que no le gustaban demasiado los niños elfos .
A Mithrandir, habían llegado a quererlo, porque, a menudo creaba pequeños hechizos para ellos. Una vez había hecho aparecer un diminuto dragón hecho de humo que escupía fuego y volaba sobre sus soldados, y en otra ocasión había creado pequeñas mariposas doradas para que las persiguiesen durante el crepúsculo. Incluso jugaba con ellos en el jardín, permitiéndoles desenvainar sus pequeñas espadas sin filo contra su enorme espada.
Aún así, la idea de convertirse en un hombre era ridícula. Habían visto a Mithrandir colocar las manos sobre su espalda y suspirar, o quejarse de su dolor de rodillas mientras subían las escaleras hacia casa. Habían jugado con la piel en la parte posterior de su mano, dibujando con el dedo las arrugas y maravillándose de lo despacio que volvía a su forma cuando la pellizcaban. Los hombres eran peludos, más bajos y fornidos, casi como si estuvieran intentando ser un término medio entre elfos y los enanos. Se lo habían pasado muy bien examinando la barba de Mithrandir, pero ninguno deseaba tener una propia.
—¡No!— La voz de Elladan se tornó aguda por el alivio. —Seré un elfo. Solo quería estar seguro de que tu quieres serlo también.
—Oh.— Elrohir le sonrió a su hermano. —Por supuesto que seré un elfo, tonto. Quiero estar contigo, con Ada y con Ammë y Glorfindel para siempre. ¿Por qué querría ser un hombre?
Elladan se encogió de hombros y luego una sonrisa le iluminó la cara y se lanzó sobre su hermano. Por segunda vez en aquel día los hijos gemelos de Elrond rodaron por la hierba con las mejillas sonrosadas por la risa.
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Celebrian regresaba a casa caminando por el sendero que atravesaba el hayedo. Iba disfrutando de la frescura de la sombra verde y el sonido del río cercano. Volvía de visitar a una joven elfa que acababa de ser bendecida con su primer hijo y todavía estaba sonriendo por la risa que habían compartido al ver la expresión de asombro del infante.
El bebé se estaba alimentando bien y su espíritu era fuerte. A pesar de que los niños estaban convirtiéndose en algo excepcional entre los elfos, incluso en el refugio de Imladris, ella se alegraba de ver que no eran más débiles que los niños de épocas anteriores. Siempre visitaba a las familias bendecidas con bebés, llevando regalos como mantas o pequeñas prendas de ropa y los diminutos bebés elfos tenían invariablemente las mejillas sonrosadas y eran adorables.
Sus propios hijos habían sido motivo de preocupación. No los habían esperado tan pronto y durante un largo periodo de tiempo, habían sido bastante pequeños y pálidos. Celebrian se había preocupado por ellos y, una o dos veces, había rezado por la salud de los hijos gemelos que había deseado. Pero con el tiempo habían crecido y se habían hecho más fuertes y sus pálidas caras se habían tintado de rosa. En su primer verano habían gateado a gran velocidad, apoyándose contra los árboles para intentar dar sus primeros y tambaleantes pasos y balbuceando felizmente todo el día. Por aquel entonces, seguían siendo ligeramente pequeños para su edad, pero estaban entre los niños elfos más brillantes y llenos de vida que había conocido jamás.
—¡Ammë!— El grito de alegría provocó que se detuviese y mirase detrás de ella para encontrarse con sus dos hijos corriendo descalzos por el sendero.
—Ammë.— dijo Elladan sin aliento, deslizando una pequeña mano caliente dentro de la suya. —¡Hemos recogido unas flores para ti!
—Toma.— Elrohir vino bailoteando junto a su madre y le entregó un pequeño ramillete de margaritas, acianos, prímulas y geranios salvajes que habían reunido —Yo he encontrado esta flor rosa de aquí, ves.
—¡Y yo he encontrado la flor de aciano más grande!— Elladan saltó sobre las puntas de los dedos de los pies para señalar la flor.
—Son bonitas.— Celebrian se arrodilló para abrazar a sus hijos, teniendo cuidado de no dañar el ramillete que llevaba en la mano.
—Estábamos jugando en las praderas.— Elladan sonrió a su madre mientras ella le quitaba algunas semillas de hierba y trozos de ramitas del pelo. —Y hemos perseguido renacuajos en el manantial. . .—
—. . y hemos escalado al abedul más alto y hemos visto una mariposa azul muy bonita. . .— Elrohir continuó fácilmente donde su hermano había dejado la historia, sin que ninguno de los dos se diese cuenta de ello.
Los gemelos continuaron hablando con entusiasmo mientras seguían andando por el sendero, sonriendo felices y levantando la vista hacia su madre mientras describían su día. Mientras los gemelos subían saltando algunos escalones arrastrando a su madre tras ellos, Celebrían vio a su padre paseando sin rumbo fijo entre los árboles.
—¡Adar!— A Celebrian se le iluminó la cara y soltó la mano con la que tenía agarrado a Elladan para saludar con la mano con entusiasmo a su padre . —¡Adar!
Celeborn se dio la vuelta, vio a su hija y caminó hacia ella con una sonrisa.
—¡Celeborn!— Elrohir sonrió de oreja a oreja a su abuelo y se soltó de la mano de su madre para correr hacia el elfo de Lorien, con los brazos completamente abiertos y preparado para dar un abrazo.
Celeborn se arrodillo para abrazar al pequeño elfo, y luego se puso de pie y se colocó al niño sobre los hombros. Sentado orgullosamente en su alto asiento, Elrohir se agarró con fuerza con una mano y saludo a su hermano con la otra.
—¡Soy más alto que tú! ¡Soy incluso más alto de que Ammë!— Entrelazó los dedos entre las trenzas de Celeborn y miró hacia abajo a su abuelo. —Ahora soy más alto que Ada, ¿no crees?
Celeborn sonrió y con suavidad hizo que los talones desnudos del niño se tocasen . —Creo que eres bastante más alto que él. Probablemente podrías extender el brazo y darle palmaditas en la cabeza.
Elrohir se echó a reír al oír aquello y se retorció impaciente, ansioso por volver a casa y mirar desde arriba a los elfos de los que normalmente veía poco más que las botas o las calzas. —¡Soy más alto que Ada, Ammë!
Celebrian rió y saludo a su hijo pequeño, y luego se giró hacia el gemelo mayor.
—Elladan, ven.
Elladan estaba de pie, rígido, con los puños apretados en los costados, y en la cara el familiar mohín testarudo. No era justo. Se lo estaban pasando tan bien todos juntos y entonces su horrible abuelo había llegado y lo había estropeado. Ya no se sentía feliz o especial, solo como la sombra indeseada de su hermano.
—Adar está esperándonos,— Celebrian se arrodillo en el sendero y señalo con la cabeza en dirección a su padre, que los estaba esperando pacientemente, ignorando el martilleo impaciente de los tobillos de su nieto sobre el pecho. —Es hora de tomar la merienda. ¿No tienes sed?
Elladan ignoró la mano que le ofrecía, y miró con infelicidad a su abuelo, luego se giró de nuevo hacia su madre. De pie bajo los rayos del sol que se filtraban a través de los árboles, Elrohir y Celeborn parecían dorados, brillantes y perfectos. No necesitaban a alguien muy pequeño, con la túnica arrugada, parado allí con los pies sucios que se estaban enfriando contra el pavimento de piedra.
—No tengo sed, Ammë.— Elladan sacudió la cabeza vehementemente y sin mirar a su madre a los ojos. —¿Puedo quedarme jugando en lugar de tomar la merienda?
Celebrian suspiró y miró con dureza a su hijo. Nunca le había sucedido que sus hijos volvieran de jugar sin estar acalorados, cansados, hambrientos y sedientos. Ambos muchachos necesitaban sus vasos de zumo de frutas y las galletas de avena a la hora de merendar. Si le dejaba irse a jugar, cuando volviese a casa estaría enfadado, hambriento y extremadamente irritable. Pero no quería una pequeña cara huraña mirándola desde el otro lado de la mesa, y si Elladan se veía forzado a hacer cualquier cosa, generalmente terminaba en un pataleta, tanto si estaba cansado como si no.
—Muy bien, pero no vayas más allá de los abedules.— Celebrian se inclinó para besarle la frente. —Y ven a tiempo para cenar.
—Sí, Ammë.— Elladan asintió con tristeza y arañó con los dedos de los pies la hierba agostada que bordeaba el camino.
Celebrian se levantó y le acarició el pelo.
—¿Estás seguro de que no quieres venir con nosotros, mi pequeña abejita?
Había pasado mucho tiempo desde que había usado aquel nombre. Cuando era muy pequeño, Elladan se había arrastrado o gateado de un sitio para otro a gran velocidad, chocándose con todo el mundo y con todo. Una vez Glorfindel había señalado las similitudes con los grandes y peludos abejorros que volaban entre las coloridas flores y ella se había cansado de fingir que el apodo la ofendía, así que se había quedado con el nombre. Ahora raramente lo llamaban así, puesto que al contrario que su hermano, a él no le gustaba que le recordasen había sido un bebé. Pero, de algún modo, sentía que necesitaba ese consuelo familiar hoy .
Elladan dudó un instante, deseando sinceramente poder ser Elrohir, sentado sobre los hombros de su abuelo y riéndose mientras extendía el brazo para coger los pequeños y verdes hayucos.
—No. No, Ammë. No tengo sed.— Las mejillas del muchacho se pusieron coloradas y los bajó los ojos hacia el suelo sintiéndose culpable al decir aquella mentira, pero Celebrian pareció no darse cuenta.
—Se bueno y no te metas en líos.— Celebrian le revolvió el pelo una vez más y se recogió las faldas para correr hasta donde la esperaba su padre.
Elladan se escabullo entre los árboles y contemplo a su madre llegar hasta donde estaba su padre y unirse a ellos en su dorada felicidad. Celeborn había puesto un brazo alrededor de su madre y ella había apoyado la cabeza contra su hombro. Entonces ella se dio cuenta de que aquello significaba que su padre estaba sosteniendo a Elrohir solo con un mano, y riéndose al ver el susto de su hija, Celeborn volvió a agarrar la rodilla inquieta de su nieto.
Justo antes de girarse para marcharse, Elladan vio a su Ammë decirle algo a Celeborn, y ambos se habían girado para mirar al punto donde él había estado en el camino. Su abuelo tenía una expresión extraña, y si Elladan no hubiese sabido que no era posible ser visto a través de los árboles y que a su abuelo él no le importaba en absoluto, habría pensado que Celeborn podía verle y deseaba que fuese y hablase con él.
Entonces el grupo se giró y comenzó a subir por el camino, con sus voces y risas flotando tras ellos arrastradas por la brisa. Elladan se sentó al pie de una de las hayas durante un rato, pensando. Entonces oyó voces extrañas viniendo hacia él y se escabulló hacia el bosque, planeando los juegos a los que iba a jugar.
—Aquí estamos.— Celeborn caminó hacia Elrond y sus consejeros jefes para permitir que Elrohir les diese una suave palmadita en la cabeza, y luego bajar al alegre y risueño niño elfo hasta el suelo. —¿Ya tenemos hambre?
La cara de Elrohir se iluminó y salto sobre un pie y luego sobre el otro mientras miraba las galletas y los vasos de limonada con ojos ansiosos. Entonces mientras la mirada de Celeborn se cruzaba con la de su hija, se dio cuenta de las pequeñas manos sucias y la cara mugrienta y el pequeño elfo fue cogido por detrás y colgado de un amplio hombro.
—Creo que deberíamos ir y lavarnos las manos.— Celeborn bajó la voz hasta convertirla en un susurró y le lanzó una mirada traviesa a su hija. —Antes de que tu Ammë se dé cuenta y nos regañe.
Elrohir sonrió con complicidad al oír hablar a su abuelo y por una vez se olvidó de protestar diciendo que sus manos estaban realmente limpias. Aunque tendrían que darse prisa: Glorfindel había sido invitado, y si Elrohir no lo vigilaba, entonces el elfo rubio podía comerse él solo todas las galletas antes de que cualquiera hubiera tenido la oportunidad de probarlas. Ya había ocurrido antes...
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Elladan les dio con un palo sin mucho entusiasmo a una pequeña mata de setas que había encontrado. No servían para comer o las habría probado porque tenía mucha hambre. Su boca se sentía seca y sedienta y su estomago seguía rugiendo infeliz. Todo él estaba acalorado y pegajoso y no se encontraba con ánimos para jugar.
Parecía divertido, sentarse en los hombros de Celeborn. Le hubiera gustado trepar hasta allí arriba y ver si podía coger las cerezas más maduras o intentar tocar las nubes. Su abuelo no era la clase de persona que te deja caer o va demasiado deprisa como para no disfrutarlo. Iorwë tenía un abuelo que lo llevaba a montar y le había hecho una pequeña silla especial que era justo de su tamaño, y a pesar de sus declaraciones de que tenía un Glorfindel y no necesitaba un abuelo, había comenzado a sentirse como si se estuviera perdiendo algo.
Quizá al ser gemelos no había suficiente con un solo abuelo para los dos, especialmente porque solo había uno al que podían conocer. Quizá si visitaban Aman algún día, a su otro abuelo le gustase. Aunque, para entonces, probablemente sería viejo y aburrido y solo se sentarían dando sorbos a sus bebidas y hablando, en lugar de hacer cosas interesantes. Pero no había nada de malo en decir hola.
Sintiéndose bastante tonto, Elladan miró alrededor para asegurarse de que nadie estaba mirando y luego saludo al cielo. No sabía si Eärendil estaba mirando, o si le importaría, si lo había visto, pero él se sintió mejor por haberlo hecho.
Sonriendo un poco, Elladan comenzó a caminar de vuelta por los bosques hasta su sitio secreto. Si pasaba por el manantial, al menos podía beber agua y lavarse las sucias manos y los pies, aunque no le serviría para aliviar el hambre.
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Elrond miró a su alrededor en la mesa, asegurándose de que todos sus invitados tenían suficiente comida y bebida. Celebrian estaba hablando animadamente con su madre acerca de bebes (niñas a las que podría hacer cosas bonitas y enseñar a bailar y a bordar). Apartando la mirada rápidamente antes de que se le requiriera para tomar cualquier decisión precipitada sobre el futuro número de miembros de su familia, Elrond se giró hacia Glorfindel que estaba acabando con una pila de galletas con poca consideración con la ansiosa carita que lo miraba .
Los ojos de Elrohir se abrían cada vez que una galleta era devorada, y masticaba tan rápidamente como podía su propia merienda, esperando terminarla antes mientras hubiera suficiente para repetir . Apiadándose de su hijo pequeño, Elrond ofreció el plato al resto de los comensales y luego lo colocó a la altura del codo de su hijo- lejos del alcance del largo brazo de Glorfindel.
Elrohir le sonrió de oreja a oreja, pero no tuvo efecto porque Elrond ya estaba mirando alrededor desconcertado buscando al gemelo mayor.
—¿Dónde está Elladan?— preguntó al fin, al no encontrar rastro del muchacho en las cercanías. Nunca antes había sucedido que su hijo se perdiese voluntariamente una comida. El niño elfo debería estar sentado junto a su hermano, parloteando felizmente sobre lo que le había ocurrido en el día a cualquiera que quisiera escucharlo y devorando su merienda.
—No tenía hambre. Quería jugar un rato más.— explicó Celebrian con calma, diciéndole con la mirada a su esposo que había más historia que contar. —Ha prometido no ir lejos.
—¿No tenía hambre? ¿Se encuentra mal?— Elrond frunció el ceño con preocupación. A sus dos hijos les gustaba probar las bayas antes de que estuvieran totalmente maduras y aunque los estómagos de los niños elfos eran fuertes, en ocasiones se habían provocado dolores o malestar después de probar demasiadas moras o ciruelas verdes.
—No, está bien.— Celebrian le sonrió a su esposo, indicando que lo discutirían con más profundidad después. No deseaba avergonzar a su pobre padre todavía más, puesto que Celeborn parecía sentirse incómodo y sus mejillas se habían sonrojado ligeramente. —Probablemente este escondiéndose en alguna parte de los jardines.
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Elladan se apoyó contra el viejo tronco retorcido de su árbol, en el pequeño hueco que había elegido como su guarida Había una mata de acedera del bosque, de color verde brillante, creciendo cerca, y había cogido un par de hojas para tomarse un tentempié. Su fuerte sabor a limón era refrescante después de haber bebido el agua helada del manantial, y le había hecho sentir como si al menos hubiese comido algo.
Había una densa capa de musgo en el suelo, que era sorprendentemente confortable para un pequeño elfo adormilado. Elladan se acurrucó bajo la moteada luz del sol que se filtraba entre las hojas y apoyó la cabeza sobre su codo doblado. Se estaba tan calentito allí, protegido de la brisa, y estaba tan cansado. Intentó ahogar un bostezo, y luego se acomodó de nuevo mientras sus ojos comenzaban a cerrarse.
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—Elladan.
El niño se despertó para encontrarse a su padre arrodillado sobre él, pronunciando su nombre y sacudiéndolo con suavidad.
—Ada.— Elladan estiró el brazo instintivamente para enroscarlo alrededor del cuello de su Ada y dejó que su padre lo cogiese en brazos.
—Eres un pequeño elfo dormilón.— Elrond envolvió con ambos brazos a su hijo, colocando el pelo oscuro detrás de una oreja puntiaguda. —Estabas profundamente dormido.
—Estaba cansado.— bostezó Elladan y apoyó la cabeza contra la túnica de su padre. —Estoy hambriento.
—Si.— Elrond se sentó y dejó que Elladan se colocase en su regazo. —No has venido a merendar. ¿No tenías hambre entonces?
Elladan encorvó los hombros y se retorció incómodo.
—Él estaba allí, Ada. Nadie me quería.
Elrond levantó la ceja ligeramente al oír la cantidad de veneno con la que había pronunciado la palabra "él", pero se concentró en el resto del comentario
—Yo quería que estuvieras allí. No podía ver a mi Elladan por ninguna parte.— Elrond colocó un brazo sobre el pecho del niño y lo atrajo más cerca. —He venido a buscarte.
Elladan no pudo disimular totalmente lo mucho que le complacía aquello y apretó su mejilla más cerca del pecho de su padre pero batalló valientemente para mantener su mirada apenada.
—Pero no me habéis esperado. Ya se lo habrán comido todo.— dijo Elladan con auténtica tristeza.
Su padre sonrió y negó con la cabeza, luego extendió el brazo detrás del árbol para buscar dos tazas de zumo y un par de galletas de harina de avena. —Quería comer contigo.
Por suerte la bebida no se derramó mientras Elladan le daba a su padre un abrazo gigante y sincero, y pronto el pequeño elfo estaba bebiéndose de un trago el liquido fresco como alguien que se está muriendo de sed . Elrond puso los brazos a su alrededor y esperó hasta que hubo finalizado y ambos estuvieron disfrutando de su segunda galleta antes de seguir hablando.
—¿Ha sido Celeborn desagradable contigo?— Elrond sonaba tan amable y comprensivo que Elladan se sintió tentado de mentir para obtener su simpatía y otro abrazo.
—No.— dijo con algo de incertidumbre, fingiendo que estaba concentrándose mucho en mordisquear el borde más tostado de su galleta. —Es que. . .
Elrond levantó una ceja inquisitivamente y frotó la espalda de su hijo tiernamente.
—Es que. . .— Elladan se mordió el labio y miró a su padre con tristeza y luego habló rápidamente. —No me querían allí. Celeborn nunca es amable conmigo.
—¿Te ha dicho alguien que no te quería?— preguntó Elrond suavemente.
Elladan se avergonzó y miró con reservas al suelo. —No. . . pero Ada, se lo estaban pasando tan bien juntos. Yo solo lo habría estropeado.
—Tonterías.— Elrond lanzó una gran mano sobre el estomago de su hijo y le hizo cosquillas hasta que estuvo chillando de la risa . —Es más divertido cuando tu también estas allí. El pobre Elrohir no tenía a nadie con quien hablar y Glorfindel casi se come todas las galletas sin nadie allí que compitiera con él.
Elrond abrió los ojos de una manera impresionante a decir la palabra "todas", haciendo que su hijo se riera agradecido.
—Es simplemente que... . .— Elladan enterró la cara en el regazo de su padre y habló con voz amortiguada. —Es que. . . Celeborn estaba jugando con Ro y nadie estaba jugando conmigo.—
—¿Parecía divertido?— Elrond suspiró y colocó una mano sobre el hombro de su hijo.
Elladan asintió, sin atreverse a levantar la vista y mirar a su Ada.
—¿Te pone triste que Celeborn no juegue contigo?
Elladan negó con la cabeza agresivamente y levantó de repente la cabeza para declarar con enfado:
—¡No! ¡No me importa!
Elrond asintió comprensivamente.
—Vale. . .
Las mejillas del pequeño elfo se sonrojaron, miró con inquietud el musgo del suelo del bosque y murmuro:
—Bueno, quizá me importe un poco.
—¿Has intentado ser amable con Celeborn?— Elrond retiró la cortina de pelo oscuro para mirar a su hijo a la cara . —Puede que te des cuenta de que es bastante agradable, después de todo.
Elladan dudó y le lanzó a su padre una mirada afligida .
—No te cuesta nada intentarlo.— Elrond sonrió y se levanto, ayudando a su hijo a levantarse a la vez que él. —Vamos, ¿por qué no practicamos tu y yo con nuestras espadas antes de cenar?
Hacer aquello significaría que iría retrasado con el papeleo que tenía intención de completar y que el encuentro con Glorfindel tendría que ser cancelado, pero valía la pena por la sonrisa que Elladan le estaba regalando.
—¡Sí!— Elladan brincó en el aire para darle a su padre un enorme abrazo. —Por favor. Gracias, gracias, Ada!—
Elrond se detuvo a recoger las tazas vacías del pequeño recoveco entre las enormes raíces del roble y luego bajó la mirada para contemplar a su hijo con una sonrisa juguetona formándose en sus labios.
—¿Qué te parece si te echo una carrera?. . .—Colocó una taza sobre la otra para que hiciera falta cierto grado de concentración mantenerlas en equilibrio. —Si se me cae la taza, tu ganas.
La cara de Elladan se iluminó con una enorme sonrisa, y lo único que impidió que saliese corriendo a toda velocidad fue la mano de su padre sobre su hombro..
—¿Preparado?— Padre e hijo se miraron el uno al otro y asintieron al mismo tiempo. —Uno. . . Dos. . . Tres. . .
