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Durante la segunda mitad del verano, Elrond se había encontrado continuamente pequeñas pilas de guijarros en el jardín, divididas en montones de lutita gris y cuarzo blanco. Sus hijos las habían traído de la base de los arroyos y ríos que bajaban por el valle, y luego, con las manos y los pies secándose al sol, se habían sentado en los muros o en los caminos y habían jugado a un complicado juego inventado por Elrohir.

Elrond había disfrutado contemplando a la pareja, acurrucada sobre sus piezas y reflexionando con sus caras solemnes. Generalmente era Elladan el que iniciaba los juegos, que generalmente estaban relacionados con ir a la carga a través de los jardines, o saltar sobre muros o árboles enarbolando palos, pero aquel verano Elrohir había comenzado a traer ideas de sus libros para jugar.

Aunque no es que la iniciación de juegos más tranquilos y basados en el razonamiento hubiera conseguido siempre evitarle dolor al gemelo más joven.

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El aire fuera, en los jardines, era todavía fresco y la hierba bajo los árboles estaba todavía húmeda con rocío, pero la brisa era seca y no había duda de que sería otro día caluroso. Como era habitual en mañanas de verano como aquella, Celebrian estaba en los jardines, disfrutando de un rato de soledad antes de que sus hijos se levantasen.

Lo que solían ser un par de instantes se había convertido en un largo rato el día de hoy. Se había levantado pronto, después de que hubiesen despertado a su marido y lo hubiesen llamado a la enfermería y había estado en los jardines desde entonces. Había paseado hasta el puente y había regresado a través de los campos de entrenamiento, donde los soldados jóvenes estaban entrenando, y había recorrido las vaquerías y los huertos frutales. Luego con el sonido del metal golpeando contra metal detrás de ella y su hambre saciada por un par de manzanas rojas maduras y una taza de leche, había regresado a los jardines de la familia.

Había pasado un rato examinando las plantas en busca de señales de enfermedad o plagas, y cogiendo una mala hierba de aquí y de allá, antes de recoger algunas flores para la mesa de desayuno y dirigirse hacía casa. Mientras pasaba junto a las escaleras, satisfecha con su excursión, algo atrajo su atención. Una pequeña figura estaba sentada en el muro de uno de los lechos de flores con la cabeza entre las manos y una maltratada espada de entrenamiento tirada a sus pies.

Reconociendo la disgustada silueta como la de su hijo mayor, Celebrian caminó despacio por los jardines para reunirse con él. Había bajado a la rosaleda, cogiendo flores y regando el suelo seco. Amaba la tierra y las cosas que crecían en ella, y a pesar de que no poseía los poderes de su madre, podía atender la tierra con su amor. Desde su llegada a Imladris los jardines habían prosperado.

—¿Que te ocurre, Elladan?

Celebrian dejó la cesta en el muro, se quitó los gruesos guantes de cuero y los colocó entre los pétalos de color rosa pálido y crema. Luego se sentó en el muro y frotó un dedo suavemente sobre la mejilla del muchacho, ignorando la manera en la que había encorvado los hombros mientras ella se aproximaba.

—Nada— murmuró Elladan con aire gruñón y se frotó una lagrima que le corría por la cara con el puño.

No era justo. Ahora Ammë pensaría que había estado llorando, pero no era verdad. No había llorado en absoluto cuando su Ada no había venido, ni siquiera mientras miraba como el sol se alzaba cada vez más alto en el cielo, pero en aquel momento su Ammë estaba siendo tan comprensiva, que las lágrimas le picaban en los ojos.

—¿Nada?— preguntó Celebrian suavemente, y puso un brazo sobre los tensos brazos del pequeño elfo —¿Entonces puedo sentarme contigo? No puedo encontrar a tu Ada y estoy sola esta mañana.

Elladan se apoyó contra el cuerpo de su madre y suspiró profundamente, luchando por contener las lágrimas.

—Ada no ha venido, Ammë. He estado sentado aquí esperando y esperando, pero no ha venido.

Celebrian alisó algunos de los despeinados mechones de pelo del niño, y limpió un par de lágrimas de su cara.

—Él no pretendía dejarte esperando. Estoy segura…

Su hijo la miró inquisitivamente. Su cara reflejaba su convicción de que si alguien no acudía a una cita, obviamente pretendía dejar al otro esperando. Se había levantado especialmente temprano para estar preparado para sus ejercicios de práctica con la espada con su padre, pero este lo había dejado plantado.

—Ada tenía que estar en otro sitio, Elladan.

Celebrian intentó arreglar el pelo despeinado del niño y le habló con suavidad. Raramente les contaban a sus hijos cosas acerca de las heridas que eran tratadas en la enfermería, y hasta el momento habían conseguido protegerlos del conocimiento de las atrocidades que ocurrían fuera del valle.

—Algunos exploradores han vuelto de de los bosques y necesitaban a Ada para curarlos.

—Le está costando mucho tiempo— se quejó Elladan, aplacado ligeramente por la explicación de su madre, pero resentido todavía por la larga y solitaria espera.

—Si, cuesta mucho tiempo, lo sé— Celebrian lo acurrucó cerca de su cuerpo. —A veces, cuando quiero estar con él, desaparece y se va a la enfermería y yo tengo que esperar a que regrese. Me aburro, y me siento molesta y enfadada porque pienso que se ha olvidado de mí.

—Pero no se ha olvidado de ti, Ammë— dijo Elladan con mucha seriedad y mirando a su madre sorprendido. —Es que tiene que curar a la gente primero.

La cara de Celebrian se iluminó con una sonrisa bastante traviesa, pero cuando habló, su voz sonó amable y comprensiva.

—Lo sé, Elladan. Pero a veces me siento frustrada de todas maneras.

Elladan se mordió el labio y miró a su madre con expresión dubitativa, y entonces dijo con indecisión:

—Yo quería que Ada viniese.

Dejó que su pelo cayese sobre la cara mientras hablaba, una señal de que estaba disgustado o no le complacía lo que estaba diciendo. En el último par de años daba la impresión de que Elladan había decidido que era un signo de debilidad llorar o reclamar a sus padres.

Celebrian asintió con una ligera mueca, y le dio a su hijo un apretón final antes de hablar con alegría.

—Quizá podamos practicar sin que Ada esté aquí.

Las orejas de Elladan se pusieron tiesas al oír aquello y miró ansiosamente a su madre con la voz llena de anticipación.

—¿Podemos? ¿Cómo?

Celebrian sonrió y se puso de pie.

—Mi Ada me enseño una vez un poco de esgrima.

Los ojos de Elladan se abrieron como platos mientras su madre cogía la espada que había traído para su padre y probaba a girarla con un sonido silbante.

—Es más pesada que la mía, por supuesto— Celebrian frunció el ceño ligeramente mientras intentaba dar un par de estocadas. — Pero estoy segura de que podré arreglármelas.

—Pero...— Elladan se detuvo a medio camino de ponerse de pie, claramente desconcertado. —Pero… ¡Eres una chica!

Riéndose al oír el tono desdeñoso en la voz de su hijo al decir aquellas últimas palabras, Celebrian apoyó la punta de la espada en el suelo.

—Sí, pero mi Ada me enseño un poco de esgrima. No para usarlo en una batalla, sino para moverme con ella como si fuese un baile.

—Oh— Elladan frunció el ceño un instante y luego sonrió. Si era su Ammë quien lo sugería, entonces no pasaba nada por luchar contra una chica. — ¿Me lo enseñas, Ammë?

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Celeborn camino silenciosamente hacia el exterior, moviéndose cuidadosamente para evitar molestar a su esposa dormida. Estuvo un rato en el borde de la terraza, descansando su peso sobre las balaustradas y disfrutando del aire fresco. Desde aquel punto privilegiado podía ver a sus pies la extensión completa del valle. Sus ojos siguieron el curvado sendero del rio mientras se entrelazaba con campos y bosques, hacía una pausa en las pozas y se apresuraba a caer por las cascadas. La niebla matutina estaba desvaneciéndose y derritiéndose entre las copas de los árboles mientras el sol ganaba fuerza. Podía oler el débil aroma de la frescura de los bosques y el dulce olor de la madreselva y las rosas trepadoras que se enroscaban abriéndose paso por las terrazas inferiores.

Aquel valle era hermoso y a pesar de que echaba mucho de menos a su hija en Lorien y habría deseado con todo su corazón ver crecer a sus nietos allí, estaba contento al ver que todos estaban a salvo y disfrutando de sus vidas. A pesar de que los árboles eran más jóvenes y la canción del río no poseía la belleza de la del Nimrodel, sí tenía claros donde jugar y árboles que escalar. Y lo más importante era que su hija estaba feliz allí, y eso era suficiente para él.

Bajando la vista hacia los jardines, vio a Celebrian de pie sobre el césped practicando esgrima con uno de los gemelos. Aparentemente se estaban enseñando el uno al otro movimientos, puesto que el primero instruía al otro, que lo copiaba, y luego intercambiaban los papeles. Parecía un poco extraño ver a su hija aprender el oficio de la guerra, pero ambos parecían estar disfrutándolo. Hasta la casa llegaba el sonido de risas de felicidad y ambas siluetas estaban en posiciones relajadas y felices.

Sintiéndose solo de repente, Celeborn volvió a su habitación y se puso sigilosamente la camisa, las calzas y la túnica. Una vez hubo acabado, con la cara lavada y el pelo trenzado, se deslizó sigilosamente fuera de la terraza y procedió a bajar las escaleras hasta los jardines.

Al acercarse pudo oír sus comentarios jadeantes y pudo ver la risa en sus caras sonrojadas. Mientras contemplaba a su hija retirarse un mechón de pelo detrás de la oreja por quinta vez, Celeborn sonrió ligeramente. Obviamente hubiera preferido habérselo peinado con dos trenzas, como había hecho cuando era una pequeña elfa juguetona.

—No, es así Ammë.— Dijo el muchacho pacientemente y con suavidad colocó sus manos sobre el brazo de su madre para guiarla. —Así.

Celeborn sonrió al escuchar el tono cuidadosamente medido de su voz y la precisión que el pequeño elfo exigía. Elrohir era un muchacho organizado y sería un buen maestro algún día.

—No, no— El pelo oscuro se movió como una ráfaga mientras su pequeña cabeza negaba vigorosamente. —No, Ammë. Tienes que bajar así.

Sonriendo, el Señor de Lorien se sentó en el muro de un lecho de flores y contempló como Celebrían obedecía puntualmente a su hijo. Continuaron un rato más, sin darse cuenta de que tenían un espectador, repitiendo el ejercicio hasta que fue ejecutado satisfactoriamente.

—¡Así está bien!— Gritó el muchacho al fin y miró hacia arriba risueño. —Ha estado perfecto, Ammë.

Mientras la mirada feliz del muchacho se cruzaba con la suya, Celeborn se dio cuenta con un sobresalto de que no era Elrohir, sino Elladan. Ahora que podía ver la cara del muchacho, incluso con las sombras que arrojaban las hojas de los árboles, era obvio qué gemelo era. Había estado tan seguro de que era el gemelo pequeño al ver la silueta relajada y la sonrisa fácil. Había asociado rápidamente a Elladan con hombros encorvados, posturas malhumoradas y pucheros.

En aquel momento no era muy difícil de adivinar, puesto que el muchacho se había quedado congelado y le estaba lanzando una mirada particularmente oscura. Dándose cuenta del repentino silencio de su hijo, Celebrian se dio la vuelta, y sonrió dándole la bienvenida a su padre.

—¡Adar! Buenos días— Celebrian colocó una mano sobre la cabeza de Elladan y acarició su pelo suavemente. —Estábamos practicando esgrima.

—Sí, lo he visto.— Celeborn intentó evitar comparar las dos expresiones que eran como el sol y la tormenta, y le ofreció una sonrisa agradable a Elladan. La idea de que su presencia pudiese convertir a un pequeño elfo risuelo y feliz en un muchacho enfadado y desagradable le perturbaba. —Buenos días, Elladan. Lo estás haciendo muy bien.

Elladan se lo quedó mirando unos instantes, con el ceño fruncido y un obstinado silencio. Con una mirada de disculpa hacia su padre, Celebrian le dio a su hijo un pequeño empujoncito. No hubo respuesta al principio, pero al ver que el silencio incómodo se alargaba, Celebrian le dio un nuevo empujoncito con las cejas levantadas avisándole de las consecuencias. Elladan, de mala gana miró a su abuelo a los ojos.

—Buenos días, Lord Celeborn— Elladan dijo desafiante, y cuando su madre alzó la mirada al cielo con un suspiro de exasperación, le puso una cara horrible a su abuelo.

Haciendo un ligero gesto de dolor al oír el énfasis en la palabra —Lord—, Celeborn ignoró la imitación exacta de la cara de un orco y se concentró en Celebrian, que todavía estaba vestida con calzas y una túnica después de su paseo matutino.

—Tienes que ir a cambiarte. Es casi hora de desayunar— dijo señalando con la cabeza hacia la casa. —Ve. Yo terminaré de practicar con él.

Celebrían dudo. Aunque tenía la impresión de que le haría bien a su hijo pasar algún tiempo a solas con su abuelo, también sentía que no era justo dejar a su padre solo cuando no sabía exactamente en que se estaba metiendo. Apenas conocía a Elladan y, claramente, tenía poco idea de cuanta testarudez y resentimiento podía albergar un pequeño elfo. Pero al ver a su esposo caminando con aflicción por la terraza cambió de opinión, y con un sonrisa de agradecimiento a su padre, le entregó la espada y comenzó a caminar apresuradamente hacia su habitación.

Los ojos de Elladan siguieron a su madre mientras subía hacia la terraza y en aquel punto desapareció de la vista al girar una esquina de la casa. Entonces, de mala gana, miró de nuevo a su abuelo, con los ojos grises desafiantes.

—Bueno, ¿empezamos?— Celeborn ajustó el agarre y dio un par de golpecitos con la punta de la espada sobre el suelo. Había visto un par de debilidades en la defensa del muchacho, pero quizá aquel no era el mejor lugar por donde comenzar. —He visto que mueves los pies realmente bien. Hay un movimiento especial que tenemos en Lorien y que quizá estés preparado para probar.

Elladan no respondió y se limitó a mantener el silencio testarudo, pero Celeborn estaba casi seguro de que había visto un destello de interés en sus ojos.

—¿Por qué no te lo enseño y entonces decides?— sugirió Celeborn, contemplando cuidadosamente al niño. —Parece bastante simple, y sin embargo es bastante difícil de ejecutar. Pero es muy útil.

El niño seguía sin responder, así que fingiendo indiferencia, Celeborn golpeó la parte plana de la espada contra la parte delantera de su bota.

—O quizá estés demasiado cansado para eso. Quizá deberíamos concentrarnos en ejercicios de defensa.

Elladan frunció el ceño todavía más. Quería ver el nuevo movimiento, porque su padre le había contado a menudo la habilidad de los soldados de Lorien, pero para eso tendría que hablar. Los movimientos de defensa eran demasiado aburridos - prefería la emoción de atacar.

—No estoy cansado— Dijo de un modo bastante apresurado y luego, al darse cuenta de lo huraño que sonaba, añadió en un tono de voz bastante más agradable — ¿Me lo enseñas, por favor?

Escondiendo sabiamente su sonrisa, Celeborn le mostró el movimiento cuidadosamente, despacio al principio y haciendo comentarios y luego más rápido, describiendo como podía ser usado en batalla. Cuanto volvió a prestar atención a su joven nieto, todas las señales de enfado habían desaparecido y los ojos que seguían cada movimiento eran brillantes y ansiosos.

—¿Te gustaría intentarlo?— pregunto Celeborn, y cuando Elladan le respondió con una sonrisa ligeramente preocupada, se arrodillo junto al niño.

Previamente había subestimado al muchacho pensando que tenía un periodo de concentración muy corto, pero ahora se daba cuenta de la determinación y la total concentración con la que el niño abordaba la tarea. Incluso parecía haberse olvidado de quien le estaba enseñando en su entusiasmo por dominar el movimiento.

—Hago esto… y después... Y luego… — Elladan se mordió el labio mientras intentaba imitar las acciones de la espada de su abuelo, hablando consigo mismo mientras movía la espada por el aire. —Y entonces…entonces…

—De esta manera

Celeborn tocó suavemente el brazo del niño para dirigirle.

—Y ahora embiste.

Elladan asintió distraído y siguió las instrucciones de su abuelo, murmurando suavemente para si mismo.

—Ahí lo tienes, ese es el movimiento— Celeborn sonrió satisfecho mientras el niño completaba la secuencia. —Bien hecho.

Para su sorpresa, Elladan no sonrió o mostró ninguna señal de felicidad por su logro. En lugar de eso, frunció el ceño ligeramente y devolvió la espada a la posición inicial.

—Soy demasiado lento. Necesito...

El pequeño elfo volvió a quedarse en silencio mientras comenzaba a repetir el movimiento, mirando ocasionalmente al elfo adulto en busca de guía, pero gradualmente volviéndose más y más rápido. Celeborn no pudo evitar sentir una explosión de orgullo mientras contemplaba al muchacho mejorar. Por muy malo que pudiera ser con el tiro con arco, ciertamente tenía talento con la espada. Algo de aquello, al menos, debía de haberlo heredado de él. Aunque Elrond era fuerte y habilidoso, no disfrutaba de la lucha como parecía hacerlo su hijo, y solo marchaba a la batalla a regañadientes.

Finalmente, el tañido de una campana distante hizo que Celeborn cayese en la cuenta de cómo había corrido el tiempo, e interrumpió la búsqueda de la perfección que se había autoimpuesto el muchacho.

—Vamos ya, Elladan. Es hora de desayunar.

Elladan gruño una respuesta y continuó practicando, con todos sus pensamientos centrados en un enemigo invisible.

—Elladan— Celeborn puso las manos sobre el hombro del muchacho. —Es hora de comer.

El pequeño elfo se sacudió ligeramente y se dio la vuelta con una expresión de irritación y de sorprendente ímpetu.

—No tengo hambre. Yo simplemente…

—Yo tengo hambre—dijo Celeborn con un toque risueño. —Y no voy a dejarte aquí solo.

Elladan lo miró con el ceño fruncido y el elfo de Lorien estaba casi seguro de poder ver el viejo odio inundándolo de nuevo.

—¡Pero yo no quiero!

Celeborn apretó los puños e intentó evitar que la exasperación se mostrase en su cara o en su voz.

—Tu Ada y tu Ammë no te dejan practicar aquí fuera tu solo, ¿verdad?

Elladan le lanzó una mirada lúgubre. ¿Por qué no se daban cuenta de que solo necesitaba un par de minutos más y habría terminado? El también estaba hambriento, pero necesitaba terminar aquello primero. Pero, si desobedecía las instrucciones, entonces no se le permitiría practicar fuera de las sesiones de entrenamiento durante una semana. Recientemente su padre le había confiado la tarea de recoger las armas del cofre él solo y no quería perder aquel privilegio. Suspirando, dijo de mal humor:

—No.

—¿Entonces no vas a venir conmigo? No quiero causarte problemas— dijo Celeborn con los dientes apretados, aunque afortunadamente consiguió sonar razonablemente calmado.

Elladan araño con la punta de su mocasín la tierra. La hierba estaba desgastada en aquel trozo de césped después de horas de práctica y falta de lluvia y podía triturar trozos de tierra apelmazada hasta convertirlos en polvo. Era tan injusto. Cuando se hiciese mayor y tuviese niños les dejaría practicar todo el día si querían. Y podría comer en el jardín, en lugar de tener que sentarse durante horas y contemplar a sus padres comer con tanta lentitud.

—Pero no he terminado...

Elladan suspiró profundamente y luego envainó su espada y comenzó a caminar pisando con fuerza por los jardines.

—¡Vale! Ya voy.

Respirando aliviado, Celeborn cambió de posición su propia espada para colocarla de una manera más confortable y se puso de pie. Sus largas piernas le permitieron ponerse a la altura del pequeño elfo rápidamente y pronto estaban caminando juntos.

—Gracias— Celeborn le sonrió al frustrado muchacho, ignorando el ominoso puchero. —No me hubiera hecho gracia decirle a tu madre que te había dejado solo ahí abajo. ¡Se me habría comido para desayunar!

El pequeño elfo no sonrió siquiera al oír la broma de su abuelo, pero gruño ligeramente y Celeborn decidió tomarlo como una respuesta.

—Quizás, si no estás ocupado después de la comida de mediodía, podamos practicar un poco más antes de que vayas al entrenamiento— Celeborn sugirió amablemente, intentando que sonase como si le estuviera pidiendo al niño un favor.

Había disfrutado del corto tiempo que habían pasado juntos bastante más de lo que había esperado y deseaba hacer las paces con el muchacho tan pronto como fuera posible. A pesar de que el chico todavía le recordaba dolorosamente a Celebrian cuando era niña, aquel pequeño destello le había hecho ser consciente de lo diferentes que eran, a pesar de sus similitudes. Enseñarle a aquel pequeño elfo era completamente diferente a enseñar a su pequeña mariposa, que quería que compartiese su alegría con cada nueva lección y habilidad. De hecho, últimamente, la tristeza que había sentido cuando su hija había dejado Lorien se había visto eclipsada por la conciencia de todo lo que se había perdido de la infancia de sus nietos.

—Hay un movimiento de defensa contra este ataque que puedes aprender, si quieres.

La cara de Elladan se iluminó con deleite y subió brincando las escaleras, antes de acordarse de que debía esconder el placer que le causaba aquella sugerencia y hablar de modo huraño.

—Vale. Si tu quieres…

Celeborn se detuvo a admirar unas flores de color azul brillante para esconder su sonrisa.

—Sí, eso me complacería.

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Celebrian sonrió aliviada cuando su hijo y su padre llegaron a la mesa de desayuno, ambos de una pieza, aunque tarde. Decidió que era mejor no hacer comentarios sobre la tardanza o el estado de su ropa, y que no sería sabio estorbar cualquier precario progreso que Celeborn hubiese conseguido llevar a cabo con su testarudo hijo, así que le alcanzó a una mano sucia un vaso de leche y a la otra una taza de té caliente.

Al ver a su hijo mayor, el Señor de Imladris adoptó una expresión de culpabilidad. Había estado tan absorto en la tarea de intentar detener la hemorragia del hombre herido que había olvidado completamente la promesa que le había hecho a su hijo. Aunque el muchacho parecía bastante feliz, podía imaginarse lo herido que el pequeño elfo debía de haberse sentido al quedarse esperando.

—Ay, lo siento, Elladan.— Elrond sacudió la cabeza sintiéndose arrepentido. —Me pidieron que fuera y debería haberte enviado un mensaje.

Se acordó de una vez, cuando era muy pequeño, y alguien lo había tentado con la oferta de enseñarle la gran librería. Había rechazado un prometedor viaje en barco y un picnic, para sentarse durante horas junto a una puerta cerrada, contemplando como la luz en el exterior se convertía en oscuridad. Las estrellas ya habían salido cuando alguien había ido a buscarle.

—No importa, Ada— Elladan se sorprendió por la facilitad con la que había perdonado a su padre y lo bien que se sentía al ver que su padre le devolvía la sonrisa. —He luchado con Ammë.

—¿De veras?— Las cejas de Elrond se elevaron, y le dirigió a su esposa una mirada inquisitiva.

Celebrian le sonrió provocadoramente.

—Si no recuerdo mal, me has visto empuñar una espada antes.

—Sí...— Elrond sonrió al recordarlo. —No es algo que se olvide fácilmente.

—Es bastante buena ¿sabes, Ada?.— Elladan dobló su rebanada de pan y miel para convertirla en un sándwich y le dio un gran mordisco. —Pero lucha como una chica.

Los adultos se echaron a reír al oír aquello y los gemelos se miraron el uno al otro y pusieron los ojos en blanco. Sus padres siempre encontraban las frases perfectamente normales divertidas, pero nunca se reían de las buenas bromas o las cosas que ellos encontraban divertidas.

—He oído el rumor de que hoy vais a encontrar el entrenamiento bastante emocionante— Elrond sonrió traviesamente a sus hijos que se habían vuelto ansiosamente hacía él. —Aunque, naturalmente, no puedo recordar por qué.

Elladan y Elrohir se miraron el uno al otro, devanándose los sesos para averiguar cuál podía ser la parte emocionante. Podía ser que montasen a caballo, pero generalmente hacían eso en invierno, cuando el agua estaba demasiado fría para nadar. Quizá iban a irse de acampada o a dar un paseo. El grupo de entrenamiento siguiente al suyo se había ido una semana de excursión por las faldas de las Montañas Nubladas, y habían escalado un barranco con bastante pendiente, algo muy alejado de los pequeños muros de roca que escalaban durante los entrenamientos. O quizás iban a tener un evento especialmente emocionante la siguiente tarde libre.

—¿Por qué?

—¿Por qué, Ada? ¿Por qué?

—¿Nos vamos de acampada?

—¿Va a venir un enano a enseñarnos como usar hachas?

—¿Vamos a usar botes?

—¿Usaremos jabalinas o lanzas?

—Por favor, Ada.

—Por favor…

Elrond se echó a reír al oír el embrollo de voces entusiasmadas y miró con complicidad a su esposa. Ella sacudió la cabeza, provocando que sus hijos suspirasen desilusionados.

—Muy bien, no se lo contaré— dijo Elrond con una sonrisa reservada. —Aunque sí puedo deciros que no serán jabalinas, o lanzas o hachas. Ya os metéis en suficientes problemas con una espada y un arco.

La decepción de Elladan al oír aquello fue más grande que la de Elrohir. Mientras que el gemelo más joven se sentía feliz dominando las dos armas que estaba aprendiendo a manejar, Elladan siempre estaba ansioso por intentar nuevas técnicas o probar nuevo equipamiento que había visto usar a los soldados. En cualquier caso, quería redimirse a si mismo por su comienzo poco estelar con el arco, al brillar con un nuevo arma.

—Pero,— Elrond sonrió de manera reconfortante a su hijo, adivinando lo que había provocado la repentina mirada de ansiedad —un pajarito me ha dicho que algunos en el grupo de entrenamiento de los más jóvenes comenzarán a aprender a manejar dagas para el Solsticio de Invierno.

Los gemelos se miraron el uno al otro con ojos brillantes, y Elrond se sintió menos culpable. Normalmente evitaba contarles a los gemelos las cosas que normalmente no sabrían, salvo por su posición como hijos del Señor de Imladris, pero en este caso tenía la impresión de que estaba justificado. Lo habrían adivinado de todas formas cuando recibieran cuchillos como regalo del Solsticio de Invierno y pronto se darían cuenta de que no podrían practicar tiro con arco cuando las tormentas y las nevadas azotasen el valle.

—¡Dagas!— La voz de Elladan se alzó con entusiasmo. — ¿Me enseñarás, Ada?

Celebrian suspiró al ver que la conversación giraba una vez más acerca de armas y batallas. Aunque era gratificante ver a los elfos de la familia hablar tan animadamente y llevarse tan bien, a veces, la obsesión de los muchachos por aquellos temas podía llegar a ser un poco agotadora. Ella disfrutaba más en los días en los que hablaban de los patitos en el estanque, las campanillas en los bosques o los colores de los que querían sus colchas.

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—Elladan, ¿quieres sentarte quieto?— explotó Glorfindel finalmente, cansado de intentar componer un informe sobre la última expedición de exploración, mientras intentaba ignorar el constante tamborileo de los pies contra la mesa. Ambos gemelos parecían extraordinariamente inquietos por alguna razón, e incluso Elrohir había comenzado a golpear su pluma contra el bote de tinta a un volumen innecesariamente alto.

Los pies de Elladan se detuvieron abruptamente y se mordió el labio mientras miraba con ansiedad al elfo rubio, ignorando por una vez la mirada de triunfo de Elrohir al oír la reprimenda. Había estado trabajando en los problemas que se le habían propuesto, así que pensó que era bastante injusto que el destructor del Balrog le riñese a él por un pequeño golpeteo.

—Pero Glorfindel...

El elfo rubio entrecerró los ojos mientras miraba al muchacho. El mal genio que se había estado gestando dentro de él desde el entrenamiento matutino estaba a punto de explotar. Los jóvenes soldados habían sido particularmente obtusos aquella mañana y algunos se estaban volviendo testarudos y se habían amotinado. Luego le había caído encima aquel informe, que ya era suficientemente difícil de redactar sin las constantes interrupciones de los jóvenes gemelos. Con su suerte estaría enjaulado en su estudio todo el día, tachando y reescribiendo frase tras frase.

—¿Sí, Elladan?— pregunto Glorfindel con exagerada paciencia, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado desde su escritorio al de los gemelos.

Los ojos de Elladan se abrieron de par en par por la inquietud y se volvió a inclinar sobre su trabajo, escribiendo ansiosamente.

—Nada, Glorfindel.

Dándose cuenta de la manera en la que el muchacho encorvaba los hombros a la defensiva, Glorfindel suspiró con exasperación. No debería ventilar su frustración con los niños. Se movió para mirar el trabajo de Elladan sobre el hombro del niño, un poco preocupado por la manera en la que el muchacho se tensaba.

—Buen trabajo— dijo Glorfindel finalmente, y luego mientras Elladan y Elrohir se miraban el uno al otro con alivio, se dirigió a la puerta. —Tengo que irme a ver a Erestor. Sed buenos.

Los gemelos se miraron el uno al otro inquisitivamente mientras el elfo rubio salía de la habitación a toda velocidad, y luego ansiosos por no provocar más a su tutor cuando estaba de tan mal humor, los gemelos volvieron a concentrarse en sus problemas. No querían tener que terminarlos por la noche, puesto que habían oído a sus padres discutir en voz baja algo sobre botes aquella mañana, cuando pensaban que nadie estaba escuchando.

Todavía estaban trabajando en silencio cuando se abrió la puerta y Erestor entró con un fajo de papeles. Al ver a los gemelos sentados solos, con las cabezas inclinadas sobre los pupitres, se detuvo y levantó las cejas sobre el montón de libros y documentos.

—¿Estáis completamente solos?— Erestor recorrió con la vista la habitación y les lanzó una mirada de sospecha a los gemelos. — ¿No está Glorfindel aquí?

Elladan levantó la vista hacia el elfo y le hablo despectivamente.

—Yo no lo veo.

Elrohir le lanzó una mirada de desaprobación a su hermano y le sonrió al consejero jefe de su padre. Si Ada se enteraba de que habían sido maleducados con sus consejeros y amigos, estarían metidos en un buen lio.

—No sabemos dónde está, Erestor. Se ha marchado hace un rato para buscarte.

Sonriendo a la cara angélica de Elrohir, Erestor olvidó su disgusto con el gemelo mayor y colocó los papeles en el desorden del escritorio de Glorfindel.

—Bueno, no me he cruzado con él y he estado en mi estudio— dijo sentándose en la silla de Glorfindel y se acarició el mentón. —Quizá debería esperarle.

Los hijos de Elrond se miraron el uno al otro con cara de duda y luego volvieron a su trabajo con renovado vigor. Mientras Glorfindel podía pasar por alto un par de problemas sin terminar o asumir que la respuesta medio ilegible bajo un borrón de tinta fuera la correcta, sabían que Erestor traicionaría antes a su padre que pasar por alto algo así. Puesto que habían estado trabajando en aquellos problemas bastante tiempo, su única esperanza de escapar al trabajo extra era mantenerse callados lo suficiente para evitar que sus ejercicios fueran inspeccionados.

Finalmente, con las campanas de mediodía a punto de repicar, Glorfindel volvió a entrar en la habitación y sonrió a los gemelos, que estaban terminando sus ejercicios en aquel momento. Por suerte habían estado callados y se habían comportado bien durante su ausencia.

—Buen trabajo, chicos.

Elladan suspiró aliviado y expectante ante los eventos que iban a tener lugar aquella tarde y bajó su pluma, dejando el garabato de un soldado de Lorien a medio terminar. No podía esperar para comer a toda velocidad y apresurarse a bajar a los jardines para practicar con su abuelo. Había estado pensando en el movimiento durante el desayuno y estaba seguro de saber cómo bloquearlo.

Sin ser consciente de los planes de su hermano, Elrohir terminó de ordenar sus papeles y recogió el trabajo de ambos para entregarle las páginas a Glorfindel.

—Hemos terminado.

La voz de Elrohir sonaba un poco preocupada y ansiosa por complacer, así que Glorfindel revolvió el pelo oscuro del pequeño elfo ignorando el gran garabato en la primera página. Un largo paseo por los jardines había demostrado ser de lo más relajante para su humor y lamentaba haberles gritado a los muchachos.

—Lo habéis hecho bien. Ya podéis marcharos.— El elfo rubio le sonrió a Elrohir y abrió la puerta para permitirle pasar —Elladan, ¿te veo esta tarde?

Elladan sonrió y asintió con felicidad. Tenía muchas ganas de tener su lección de tiro con arco con Glorfindel. Había oído a algunos de los otros niños elfos hablar de los trucos que todavía no había visto poner en práctica. El elfo rubio generalmente solía enseñarle los movimientos especiales que le pedía ver. Aunque por desgracia, nunca estaba de acuerdo en enseñárselos, insistiendo en su lugar en que aprendiera los movimientos básicos a la perfección y con confianza antes de pasar a movimientos sofisticados y otros trucos.

—Bien— Glorfindel cerró la puerta detrás del niño elfo y se apoyó contra ella con un suspiro. Solo entonces reparó en la figura oscura sentada en su silla. —Erestor—

El nombre del consejero jefe salió más como un gruñido que como un saludo y Erestor sonrió ligeramente.

—Los niños me han dicho que me estabas buscando. Estoy seguro de que querías discutir las ventas de lana y paños.

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Elrohir saltó los escalones buscando a su hermano. Acababa de leer un libro increíble y no podía esperar a hablarle de él a su hermano. Le había dado varias ideas para unos cuantos juegos maravillosos a los que jugar y ya había reunido algunas piedras blancas y grises para comenzar.

—¡Elladan!— gritó Elrohir, entrando y saliendo de entre los árboles en su búsqueda Había pensado que Elladan estaría en la hierba, porque había dicho que iba a practicar con la espada, pero quizá el sol le había resultado demasiado brillante, o quizá Ada había tenido que volver a su estudio.

Tenía que encontrar a Elladan pronto, o no tendrían tiempo para jugar antes de que tuvieran que prepararse para el entrenamiento. Su amigo Andúnë le había dicho que Ildruin, el maestro a cargo del entrenamiento de los elfos pequeños iba a hablar con ellos, así que debían estar especialmente arreglados hoy. El sonido metálico del choque de espadas hizo que cambiase de dirección y saltase entre los árboles en dirección al ruido. Esperaba que su gemelo disfrutase del juego, aunque no era tan activo como los que solían jugar. Había sonado tan divertido en el libro...

—¡Elladan!— Elrohir gritó con alegría y entonces se detuvo de repente y los puñados de guijarros se le cayeron al suelo como una lluvia de pequeños golpes secos.

Elladan estaba de pie al lado de Celeborn, con el ceño ligeramente fruncido, mientras este le explicaba alguna cosa. Tragando saliva, Elrohir se quedó inmóvil y los contempló. Su abuelo incluso sonreía y parecía estar pasándoselo bien, a pesar del hecho de que se lo veía acalorado, pegajoso y con la ropa arrugada. El polvo y la suciedad estaban adheridas a las rodillas de sus calzas y sus trenzas habían comenzado a deshacerse, como si llevase jugando ya un tiempo.

El gemelo más joven se mordió el labio mientras los contemplaba, con su mente funcionando a toda velocidad. No tenía sentido. Celeborn era suyo, no de su hermano. Había significado tanto para él ser especial... Ser el favorito de su abuelo... Había sido pasado por alto tantas veces...

Había oído a su abuelo llamar a su hermano imposible, y sabía que a Elladan no le gustaba Celeborn, pero ahora habían decidido irse juntos a jugar. A él no le habían invitado. Ni siquiera se lo habían contado. Le habían dejado quedarse solo en la biblioteca, sin nadie que le hiciera compañía.

Aguantando la respiración para impedir que cayeran las lágrimas que estaban a punto de escapársele, Elrohir los miró mal a ambos. Su abuelo le había mentido. Ya se había aburrido de él y se había concentrado en su hermano, que era interesante, y prefería jugar con espadas en lugar de leer libros. Él era al que todo el mundo prestaba atención. Siempre era Elladan y nunca Elrohir y Elladan. Nunca iba a ser especial.

De forma bastante temblorosa, el gemelo entró sigilosamente en el claro donde estaban practicando y se dirigió hacia su hermano.

—Ammë dice que tenemos que cambiarnos en veinte minutos.

Habían sido diez minutos, pero quería que su hermano se metiera en líos por llevar la túnica arrugada o las trenzas enredadas. De todas formas, a nadie le iba a importar siendo su hermano. Elrohir pensó que mirarían su ropa inmaculada y pensarían que era otra señal de que era aburrido.

—Oh— dijo Elladan con aire ausente, trazando una figura en el aire con su espada y los ojos centrados solo en el aire que tenía frente a él. Tan profunda era su concentración que Celeborn dudaba de que fuera consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor mientras intentaba dominar los nuevos movimientos.

—Gracias, Elrohir— Celeborn sonrió al gemelo callado, y hizo ondear su espada en el aire. —Te gustaría ver...

Pero Elrohir ya había desaparecido entre los árboles.