El siguiente objeto no era suyo en absoluto, a pesar de que le había sido prestado a Elrohir durante un tiempo. Ciertamente, nunca había pertenecido realmente a la persona que se lo había prestado al niño, y valioso como era, con el tiempo, había sido confiado a Elrond para asegurarse de que era legado a las generaciones futuras.

Se trataba de una flauta pequeña, a primera vista parecía apropiada para un niño no mayor de unos doce años, pero mirándola más de cerca se caía en la cuenta de que, quizá, no había sido fabricada para alguien tan joven. Estaba hecha de plata y decorada con incrustaciones de estrellas fabricadas de madreperla, mithril y brillante ópalo blanco . El cuerpo estaba decorado con grabados de árboles y flores y una inscripción muy antigua realizada con una escritura de caracteres arcaicos. Era un regalo precioso, especialmente para un niño demasiado joven para apreciar su importancia. Enfundada en un delgado estuche de piel azul desgastada, con repujados de estrellas de mithril y plata, había sido una vez la herencia de un niño cuya familia ya no vivía en la Tierra Media.


Elrohir corrió a través de los bosques de vuelta hacia la casa, con sus trenzas rebotando contra la parte de atrás de su cuello mientras saltaba sobre los troncos y trepaba por el polvoriento y rojizo suelo de la orilla del rio. Podía oír a su abuelo llamándole. La voz profunda de Celeborn le llegaba claramente a través de los árboles, pero no se detuvo. Sabía que no le seguiría porque eso significaría dejara a Elladan solo con una espada, pero no le importaba, porque no quería volver a ver a su abuelo de nuevo. Celeborn le había dicho que era especial e importante, y él se lo había creído, pero había sido una mentira. Limpiándose la suciedad de sus rodillas rasguñadas, Elrohir le dio una patada a la pálida y pelada corteza de un abedul plateado e hizo un gesto de dolor; la suave piel de los mocasines ofrecía poca protección antes el impacto.

Le gustaba el entrenamiento y trabajaba duro porque lo disfrutaba, pero a veces preferiría acurrucarse bajo un árbol con un libro o correr por ahí recogiendo pelotas rellenas de semillas.

Por las mejillas del pequeño elfo comenzaron a deslizarse lágrimas calientes que limpió con el costado de su brazo y que pronto fueron reemplazadas por otras. A veces, deseaba que su Ada estuviera tan orgulloso de él por entender lo que los visitante decían cuando se sentaban a la mesa, como parecía estarlo cuando golpeaba el centro de la diana en el tiro con arco.

El gemelo más joven se detuvo para coger una piedra y lanzarla con toda su fuerza contra unos arbustos de grosellas rojas. Su enfado sobrepasaba su cuidado y precisión habituales y la piedra aterrizó con un con un crujido poco elegante entre las hojas bañadas por el sol. Un mirlo salió volando de su santuario en un fresno, chillándole reprobadoramente al niño. Sintiendo un desagradable destello de placer por las molestias que le había causado al pájaro, Elrohir se dio la vuelta y continuó su camino a través del bosque, pateando grandes nubes de hojas secas al aire con cada paso.

Una de aquellas tardes soñolientas, colgando de una de las ramas secas de un gigantesco roble, había hablado con sus amigos acerca de lo que harían cuando hubiesen crecido. Algunos querían ser guerreros, y otros estar al cuidado de los caballos. Uno quería ser sanador y otro había dicho que quería ser aprendiz en la forja. La mayoría querían seguir los pasos de sus padres. El preferiría ser un sabio como su Ada. Disfrutaba leyendo libros y aprendiendo, y adoraba que su padre lo sentase en su regazo y le explicase lo que estaba haciendo. Había fabricado su propio diario, imitando los enormes tomos de la biblioteca, donde apuntaba lo que le había ocurrido durante el día. Se le ocurrió que preferiría planificar estrategias y usar las palabras para gana apoyos, en lugar de liderar a otros en batalla.

Pero incluso su Ada había sido un guerrero una vez. Había luchado en la batalla de Dagorlad por la libertad de la Tierra Media y había sido Heraldo del Alto Rey. Un gran estandarte azul y plateado todavía colgaba entre dos de las ventanas de su estudio y las estrellas brillaban rojas y doradas con la luz del atardecer, mientras los rayos del sol poniente caían sobre ellas. Todas las historias en su libro de cuentos hablaban de elfos que eran bravos y valientes, hablaban de aquellos que cabalgaban valientemente para defender a su gente y no de aquellos que se quedaban atrás coordinando el ataque. Elladan y él jugaban con figuras de soldados y jinetes, no escribas o sanadores.

Frunciendo el ceño, el gemelo menor pisoteó con fuerza una mata de flores rojas, convirtiendo los pétalos en un arrugado desastre. No era justo. Mirando alrededor para asegurarse de que nadie estaba escuchando, Elrohir murmuró todas las palabrotas que se sabía.

Uno de los elfos del grupo de entrenamiento de los mayores, un muchacho de unos treinta años, iba a convertirse en aprendiz en la biblioteca cuando llegase el otoño. Elrohir lo había visto acompañar a su padre y hablar con el bibliotecario jefe, y ahora, pasaba sus tardes libres aprendiendo como cuidar de los libros y reparar las encuadernaciones. Sería estupendo ser aprendiz en la biblioteca, pero siempre se había dado por sentado que tanto él como Elladan se prepararían para iniciarse en la Guardia una vez finalizado el entrenamiento básico. Suponía que, como las lecciones y el baile, era una de esas cosas que tenían que hacer, simplemente porque el Señor de Imladris era su Ada. Su enfado se evaporó y se convirtió en lástima por el mismo. Elrohir enterró los puños en los bolsillos y camino de manera furtiva por el bosque, tragándose las últimas lágrimas. A veces no le gustaba demasiado ser el hijo del Señor de Imladris.


El maestro de entrenamiento del grupo de Elladan contemplo la fila de sus pequeños pupilos, asegurándose de que estuvieran todos presentes y presentables, tan arreglados como pudieran estarlo unos elfos tan jóvenes. Había contado diez pequeñas cabezas, cada una con el pelo cuidadosamente trenzado, apartado de la cara y las trenzas firmemente atadas con estrechas tiras de cuero. Las caras recién lavadas estaban rosadas por el ejercicio y el aire fresco y los ojos estaban brillantes y atentos. Cada uno llevaba un túnica de entrenamiento cuidadosamente planchada con su tela verde oscuro cayendo con soltura sobre las rodillas, y las espadas habían sido sujetadas cuidadosamente alrededor de la cintura El maestro les lanzó una mirada de advertencia a aquellas pequeña manos que se habían deslizado hacia la empuñadura de sus armas en lugar de colgar relajadamente en sus costados y asintió aprobadoramente cuando los dedos culpables obedecieron.

Ya iba siendo hora de que algunos de sus pupilos más mayores fueran transferidos al siguiente grupo de entrenamiento. Sus túnica colgaban altas sobre las rodillas magulladas y la basta tela verde oscura se había aclarado debido a las largas horas al sol y los repetidos lavados. Llegado el otoño, deberían llevar nuevas túnicas marrones y hacer fila nerviosamente bajo el mando de un nuevo maestro, pero tenía sus reservas acerca de dejar pasar de grupo a uno o dos de ellos. Todos los niños elfos tenían mucho que aprender, pero algunos de ellos se resistían a absorber las lecciones que les eran enseñadas, una y otra vez

Suspirando ligeramente, el experimentado soldado miró a la tierra erosionada y luego levanto la vista y les hizo un gesto con la cabeza a sus alumnos regalándoles una sonrisa de ánimo. Hacía tiempo había sido capitán de la Guardia de Imladris, pero una flecha en la rodilla había acabado con sus esfuerzos en el campo de batalla y ahora pasaba sus días guiando aquellos que un día crecerían para sucederle. Años de práctica lo habían convertido en alguien astuto a la hora de juzgar el carácter y estaba seguro de que podía seleccionar de entre aquellos pequeños elfos a los que se convertirían en lideres y capitanes y aquellos que estaban destinados a otros puestos.

—Abre la marcha, Iorwë.— Les hizo un gesto con la mano a los pequeños muchachos para que avanzasen y dejo que su pequeña tropa de elfos desfilase delante de él antes de seguirlos a un ritmo más pausado.

Pasaron bajo la sombra de los árboles hasta el mayor de los campos de entrenamiento, donde los pequeños elfos del otro grupo de estaban ya reunidos en un perfecto semicírculo alrededor de un alto elfo con el pelo plateado y fuertemente trenzado. Aquel era Ildruin, el jefe de los maestros de entrenamiento. Aunque lidiaba principalmente con los jóvenes de Imladris, se rumoreaba que se reunía a menudo con los capitanes de la Guardia de rango tan alto como Glorfindel para hablar de los elfos que habían estado bajo su mando. Era bien respetado dentro de Imladris, y no menos por los novicios que deseaban incorporarse a la Guardia de Imladris. Se decía que tenía la última palabra acerca de cuáles de los jóvenes elfos debían progresar, y si lo deseaba, podía vetar incluso a los más talentosos esgrimistas o arqueros simplemente porque tenía la sensación de que no estaban preparados para sobrellevar aquella responsabilidad. Era un elfo amable y tenía infinita paciencia con sus diminutos pupilos, y siempre reservaba un saludo y una sonrisa amistosa tanto para sus alumnos como sus ex-alumnos.

Iorwë camino apresuradamente hacia delante, temeroso de llegar tarde y se dejó caer sobre la hierba junto al elfo más cercano, antes de recordar que se suponía que estaba liderando a los otros. Se tapó la boca con una mano con timidez y gateó por la hierba guiando a los demás para que formasen la otra mitad del circulo, con los ojos llenos de lágrimas de ansiedad. Ildruin sonrió tranquilizadoramente al pequeño elfo y compartió una mirada divertida con los maestros de entrenamiento que habían formado un pequeño grupo y estaban conversando en voz baja. Se encargaba de entrenar a los elfos más jóvenes y por lo tanto conocía a todos los niños y sus puntos fuertes y débiles, incluso antes de progresasen en el uso de armas. Les tenía cariño a todos los pequeños elfos a su cargo y atesoraba a cada uno a su propia manera. Había enseñado a muchos, muchos elfos al correr de los años y todavía tenía que encontrarse con dos iguales.

—¿Estamos todos presentes?— Ildruin se dio la vuelta, inspeccionando las caras ansiosas y miró a los dos maestros. —¿Hay diecinueve?

El maestro de entrenamiento más joven sacudió la cabeza y se adelantó, hablando antes de que cualquiera de sus pupilos pudiera inventarse cualquier absurdo rumor. Alisando con sus manos la ligera túnica de lino gris, estudió los arbustos que los rodeaban esperando localizar el pequeño elfo que buscaba antes de girarse hacia Ildruin.

—No, nos falta Elrohir.— Los ojos azules viajaron rápidamente por las expresiones de curiosidad de los pequeños elfos hasta fijarse en una cara joven e idéntica a la que buscaba —¿No se encuentra bien, Elladan?

Sorprendido y ligeramente preocupado, Elladan se puso de pie mirando alrededor como si esperase encontrar a su hermano y que el maestro de entrenamiento se hubiera confundido. —No, hîr. Se marchó antes que yo. Yo he llegado tarde.

El último comentario fue un murmullo, esperando que con suerte Ildruin no le escuchase bien, aunque sus agudas orejas nunca habían fallado en captar lo que cualquier pequeño elfo se atreviese a murmurar mientras el estaba hablando. Su propio maestro de entrenamiento ya le había reñido por su error y no necesitaba escuchar más palabras duras para entender que había hecho mal. Había sido culpa de Celeborn de todas formas.

Las cejas del jefe de maestros de entrenamiento se alzaron pensativas, pero sabiamente no hizo ningún comentario.

—Gracias, Elladan.— El elfo asintió con la cabeza agradeciéndole la cooperación al gemelo mayor y Elladan se sentó agradecido. El maestro de Elladan se giró hacia Ildruin, indicando que podía proceder. —Elrohir debe de encontrarse indispuesto. Empezaremos sin él.

El maestro de entrenamiento pensó que era una pena que Elrohir hubiera elegido precisamente aquel día para llegar tarde. Se habría sentido muy complacido al oír lo que Ildruin iba a decir y se sentiría mortificado cuando se enterase de que lo habían echado en falta. El gemelo pequeño odiaba llamar la atención de manera negativa, y de todos los pequeños elfos a su cuidado, no había esperado que fuera Elrohir el que le fallase al grupo.

—Muy bien.— Ildruin dio un paso atrás y se sentó a la cabeza del circulo, -entre Iorwë y Andúnë- un lugar privilegiado que le permitía ver las caras de todos los niños que le escuchaban. El césped estaba agostado en aquella época del año, removido en los lugares donde pequeños pies habían estado practicando sus ejercicios o jugando a pillar o había sido arrancado y enrollado para crear pequeños misiles con los que jugar en momentos de aburrimiento. Sin embargo, la mayor parte estaba todavía espesa y verde, y resultaba un asiento confortable. Levantando la voz ligeramente para hacerse oír claramente por encima de los gritos alegres y las risas que llegaban de otras partes del bosque, sonrió con calidez al pequeño grupo de elfos.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes, Maestro Ildruin.— dijeron los muchachos a coro, cada silaba enunciada y pronunciada con un ritmo que era indicación para cualquiera que escuchase que era una frase común, aprendida de memoria desde la infancia más temprana.

Escondiendo su sonrisa de manera admirable, Ildruin esperó hasta que todos los ojos estuviesen fijos en él antes de continuar. No era infrecuente que los soldados de la Guardia coreasen el familiar saludo por costumbre incluso cuando se dirigía a ellos de manera informal.

—Las sesiones de entrenamiento de verano están llegando a su conclusión y pronto, algunos de vosotros, progresareis y tendréis nuevos maestros y nuevos desafíos. El resto comenzareis a aprender muchas nuevas habilidades y técnicas, y estoy seguro de que todos vosotros os esforzaréis y daréis la bienvenida a los recién llegados al grupo.

Hubo un pequeño murmullo de asentimiento e Ildruin sonrió de modo alentador al grupo. En realidad le preocupaban los pequeños elfos que iban a ser promocionados a aquel grupo en particular. Estaba gobernado en su mayor parte por varios de los elfos mayores, cuyas habilidades eran todavía deficientes y dudaba que dieran una calurosa bienvenida a los nuevos alumnos de seis años.

—Gracias. Sin embargo, antes de que procedamos, tenemos un último evento excitante que esperar juntos. Nuestros visitantes de Lorien han donado una arco, como premio el elfo que más se lo merezca.— El elfo hizo una pausa momentánea para permitir que la excitación y las miradas impacientes se apagaran antes de continuar. —Hemos decidido que celebraremos un pequeño concurso de tiro al arco en el día del picnic. El arco será para el elfo que demuestre ser el mejor en las exhibiciones. Vuestros maestros y yo hemos discutido sobre esto y también hemos decidido que, sin tener en cuenta la edad, se le entregará una cinta a aquel de vosotros que haya mostrado mayor esfuerzo y progreso durante el verano. ¿Hay alguna pregunta?

Un bosque de brazos delgados se disparó hacia arriba ansiosamente, agitándose en el aire mientras sus dueños rebotaban impacientemente, intentando atraer la atención de Ildruin. Sonriendo al ver el entusiasmo de los muchachos, el maestro de entrenamiento se inclinó hacia delante y señaló con la cabeza hacia un muchacho que parecía estar a punto de explotar si tenía que esperar un poco más.

—Avahir?—


Elrohir se deslizó silenciosamente a través de las salas del ala sur de Imladris, agarrando su arco y su carcaj de flechas con fuerza. Era un muchacho honesto, y en su cara había una mirada marcadamente culpable mientras se colaba dentro de un pequeño hueco en uno de los pasillos menos transitados. No había tenido intención de saltarse el entrenamiento aquel día, pero de alguna manera había terminado vagabundeando por las salas, en lugar de apresurarse para colocarse en fila con sus amigos. Se había cambiado y se había puesto una túnica limpia y arreglado su pelo como su Ammë le había dicho, pero luego, queriendo evitar cualquier posibilidad de encontrarse con su abuelo, había decidido atajar por los pasillos antes que tomar el amplio camino pavimentado que bajaba hasta más allá de los campos de entrenamiento. Pero, de algún modo, se había distraído detrás de las estatuas del patio, contemplando la llegada de un pequeño grupo de elfos vestidos con capas de color verde mar y para cuando había apartado los ojos de las armaduras desconocidas de color cobre, el sol estaba ya bastante más alto en el cielo de los que había esperado.

Se le había ocurrido correr hacía los campos de entrenamiento y disculparse, pero estaba seguro de que recibiría una reprimenda pública, y no había nada que odiase más. Sería mejor, quizás, perderse la sesión completa y esperar que surgiera una razón plausible antes del día siguiente. Tales razones no se presentaban a menudo a su conveniencia y Elrohir se sintió más que incómodo, porque tendría que mentirles a aquellos que confiaban en él, pero consiguió justificarse, diciéndose a sí mismo que la gente en la que el confiaba le había mentido también. No se sentía con ánimo de ser reñido hoy, de todas formas, porque estaba seguro de que empezaría a llorar delante de todo el grupo.

Frunciendo el ceño al pensarlo, Elrohir colocó su arco en el pulido banco de madera que discurría por la parte de atrás del hueco y trepó hacia arriba para acurrucarse en una esquina del asiento, bajo la vigilante mirada de la estatua que permanecía en pie silenciosamente delante de él. A pocos elfos se les ocurría mirar en aquel pequeño santuario cuando pasaban, y aquellos que lo hacían, estaban demasiado ocupados para prestar atención al niño. A pesar de ser medio elfo, Elrohir podía pasar desapercibido lo suficientemente bien si lo deseaba.

Desde su posición elevada solo era visible una pequeña área del pasillo y con el silencio daba la impresión de que estaba mirando al tiempo pasar. Los rayos de sol penetraban oblicuamente tras la ventana que tenía detrás de él, creando islas brillantes de luz sobre el suelo en sombra, y pudo contemplar como la sombra de una hoja de enredadera acariciaba lánguidamente el cristal movida por la suave brisa. A ratos, la gente pasaba por su lado llevando papeles o sacos de maíz, pero la mayor parte del tiempo estuvo solo.

Podía oír débilmente un murmullo de voces que venían de una sala de concilio cercana, mezclándose con las distantes notas de una melodía inolvidable. Si inclinaba la cabeza, podía oír el sonido de dulces voces alzándose en una canción Adoraba cantar, y estaba seguro de que incluso, si solo pudiera sentarse y escuchar un rato, el sentimiento doloroso que le robaba el aire del pecho se aliviaría. Cantar siempre le había hecho sentirse mejor cuando se había despertado de un mal sueño o las sombras de su dormitorio le habían parecido especialmente oscuras y amenazadoras

Cansado al fin de su escondite solitario, Elrohir recogió su arco y sus flechas y se dirigió hacia el pasillo en busca de la fuente de la música.


Era un atardecer abrasador y la luz del sol resplandecía desde el rio con un brillo cegador. La laguna estaba en silencio, excepto por el agradable murmullo de la pequeña cascada y las suaves voces de los pequeños elfos sentados en la playa de guijarros al borde del agua. Un elfo adulto estaba de pie, hundido hasta la rodilla en las poco profundas aguas del borde de la poza con los ojos fijos en el progreso de una pequeña figura que colgaba de una áspera cornisa en el saliente del barranco.

Chupándose el labio inferior mientras se concentraba, Elladan se soltó de repente del revestimiento de roca y se lanzó hacia arriba para colocar sus manos en una grieta del barranco, mientras que a la vez balanceaba hacia arriba la pierna para equilibrarse sobre el saliente al que había estado agarrado momentos antes. Con el corazón latiéndole violentamente, se apretó contra la fría roca y miró abajo, hacía la pequeña fila donde estaban sus amigos, antes de volver a centrarse en una pequeña flor rojo que colgaba del musgo que crecía en una pequeña grieta delante de sus ojos.

—Bien.— gritó el maestro de entrenamiento dándole ánimos y quitándose la túnica que le daba calor y picores para lanzarla sobre unas matas de brezo mientras mantenía un ojo en los asideros que el muchacho estaba empleando.

Cada verano, se podía encontrar a los grupos de entrenamiento en aquel desfiladero, escalando los escarpados muros de caliza y gritando triunfalmente mientras emergían sobre las orillas. El rio era profundo y azul bajo el saliente del acantilado, minimizando las heridas si alguien se resbalaba, y la roca estaba bien desgastada por los torrentes invernales y tenía muchos asideros fáciles para las manos y los pies. Era ideal para esa clase de entrenamiento y una vez que la lección se acababa, los muchachos disfrutaban aliviando sus emociones contenidas, salpicando y gritando de alegría mientras se lanzaban al río.

Elladan agarró con más fuerza y miró hacia arriba, estudiando la roca para encontrar posibles agarraderos. El sol le calentaba la espalda desnuda, ahora que había terminado de escalar el lado opuesto del desfiladero que estaba en sombra, y tenía que entornar los ojos para protegerlos del brillo del sol sobre la pálida roca. Si pudiese alcanzar el siguiente hueco. . .

—¡Excelente!

Respirando agitadamente, Elladan buscó a tientas apoyo para el pie y se impulsó hacía arriba, ignorando la cálida sangre que goteaba desde la rozadura de su rodilla . Ya estaba casi en la cima, solo le quedaba un movimiento más.

—Si...¡Sí!— El maestro de entrenamiento sonrió mientras Elladan se impulsaba hacia arriba sobre la hierba seca y las flores púrpuras del brezo en flor y corría con ligereza vertiente abajo para sentarse en la cálida playa de guijarros junto a uno de sus amigos —Bien hecho.

Elladan le sonrió y se arrodillo en el borde del rio para beber un par de sorbos de agua recogida con sus manos ahuecadas antes de volver a su sitio y escuchar la discusión sobre sus éxitos y errores. En seguida, el siguiente muchacho fue llamado para que completara su turno y sintiéndose eufórico, Elladan se sentó y miró con atención el progreso del siguiente muchacho, repitiendo en su mente cada movimiento mientras el otro muchacho trepaba lenta y penosamente sobre el saliente.

Sin embargo, su atención estaba, quizás, no tan completamente centrada aquel día, como debería haber sido. Tenía mucho en lo que pensar.

Normalmente disfrutaba de los concursos y las competiciones, incluso cuando no quedaba primero, pero aquella competición iba a ser diferente. Nunca había sido vencido por su hermano antes, y definitivamente no en público, delante de todo el mundo. Su Ada y su Ammë le dirían una y otra vez lo orgullosos que estaban de él por esforzarse tanto, como si no supieran que eso era incluso más vergonzoso que ser regañado o recibir una reprimenda. Sería mejor no intentarlo en lugar de que todo el mundo tuviera lástima de él por esforzarse tanto y no llegar a ninguna parte.

Frunciendo el ceño, Elladan pateó la delgada capa de gravilla al borde del agua, haciendo volar pequeñas piedrecitas. No era justo.


Elrohir corrió con pasos ligeros por el pasillo, olvidándose de que debería estar en el entrenamiento en su entusiasmo por oír la música. No estaba seguro de haber estado allí antes, o al menos no a menudo. Debía ser el ala este del refugio, donde muchos de los elfos tenían sus habitaciones privadas, puesto que el sol del atardecer era visible a través de las altas y abovedadas ventanas al final del pasillo. Deslizándose hacia delante en silencio, el gemelo pequeño se detuvo en un abierto pasaje abovedado y echó un vistazo a las vides esculpidas de la habitación.

Era una sala brillantemente iluminada por la luz del sol y un grupo de elfos se estaba reuniendo en bajo un arco, alrededor de alguien que estaba agitando un delgado palo en el aire . Algunos estaban cantando, pero otros tañían arpas o sostenían campanillas, cuernos o laudes. La música de los trovadores era hermosa, especialmente para alguien que no había estado todavía a menudo en la Sala del Fuego. Elrohir se sentó en la sombra de un banco esculpido con pájaros y flores y escuchó.

Después de lo que pareció un espacio de tiempo cruelmente corto, la música se apagó y antes de que el pequeño elfo pudiese moverse, los músicos comenzaron a salir de la habitación hablando entre ellos y riéndose. Sin llamar la atención de nadie, Elrohir retrocedió hacia la sombra, mirando con envidia los instrumentos. Por supuesto que él podía cantar, como podían hacerlo todos los elfos. Su familia se reunía a menudo alrededor del fuego en los atardeceres y cantaba mientras su padre tocaba el arpa. Habían aprendido muchos de los poemas antiguos y canciones de aquella manera, pero, a pesar de que la gente hacía comentarios a menudo acerca de la dulzura de su voz, nunca había intentado tocar un instrumento. Quizá le gustase ser aprendiz de trovador.

—Elrohir.— La voz sorprendida y desaprobadora de Erestor atravesó sus pensamientos. —¿Te ha enviado tu padre?

El gemelo pequeño saltó y se puso inmediatamente de pie con aire culpable, mirando nerviosamente al consejero. Al menos no era Glorfindel, que hubiera sabido inmediatamente que debería estar en el entrenamiento, pero donde el mata-Balrog hubiera sido comprensivo o se le podía haber persuadido de que se inventase una excusa plausible, estaba garantizado que Erestor iba a informar de su engaño.

—¿Tienes un mensaje?— persistió Erestor, levantando la mano para comprobar que sus trenzas estaban en orden. Uno nunca podía saber cuándo iba a ser llamado a un concilio de manera inesperada.

Elrohir permaneció en silencio, negando con la cabeza y mirando con timidez al suelo. El pavimento gris estaba adornado con bajo relieves de vides y flores alrededor de los bordes del pasillo y trazar con el dedo del pie un zarcillo de madreselva parecía, de repente, una muy buena idea.

Erestor lo miró un instante pensativo, con el ceño fruncido por la consternación. Elrohir siempre había sido un muchacho de lo más obediente, y no se le ocurría ninguna razón para que el muchacho estuviese allí.

—Entonces, ¿no deberías estar entrenando?

Las mejillas del muchacho enrojecieron y sus dedos se enredaron en un complicado nudo, que el muchacho observó como si fueran una obra de arte digna de consideración, puesto que los ojos grises no se alzaron de nuevo.

—Sí, Erestor.

El joven consejero miró a su alrededor con un toque de desesperación, esperando encontrar a alguien al que pudiera endosar la responsabilidad del muchacho. Sorprendentemente, el pasillo que normalmente estaba lleno de elfos, hoy estaba vacío, salvo por una hoja que flotaba arrastrada por el viento sobre los suelos de piedra. No había estado tan vacio cuando había tropezado con una cesta de huevos. Recordándose a si mismo que había deseado tener tiempo para llegar a conocer a los gemelos, Erestor sonrió de manera reconfortante al muchacho y declaró con un tono de voz razonable:

—Pero no estás entrenando

Elrohir sacudió la cabeza de nuevo y Erestor estaba seguro de que podía ver lágrimas formándose debajo de las oscuras pestañas.

—No, Erestor.

El inexperto consejero suspiró, preguntándose que debía hacerse en semejantes circunstancias. Siendo justos, el muchacho debería ser conducido a sus lecciones y reñido severamente por su tardanza, pero Erestor sentía una infinita simpatía por cualquier pequeño elfo al que no le gustase el entrenamiento básico. Sus recuerdos infantiles no eran de días soleados, picnics, juegos en los bosques y en las praderas.

—¿Por qué no vienes a dar un paseo conmigo?— dijo Erestor con suavidad extendiendo una mano en dirección al muchacho, y se sintió extrañamente gratificado cuando la pequeña mano se enroscó en torno a la suya. Bajando la voz ligeramente mientras cruzaban la sala pregunto:

—¿Saben tu Ada y tu Ammë que no estás en el entrenamiento?

La cabeza oscura se sacudió de nuevo y una gran cantidad de pelo cayó convenientemente sobre su ardiente cara. Cuando Elrohir habló su voz fue apenas un susurro y estaba llena de vergüenza.

—No, Erestor.

—Ah.— El consejero miró a la distancia durante un instante, buscando inspiración, y luego llevó al muchacho a una de las amplias repisas de las ventanas al final del pasillo, donde se sentó bajo la alta ventana. El sol, detrás de ellos, dibujaba las largas sombras de la pareja sobre el suelo del pasillo desierto, enfatizando la diferencia en altura y contrastando el perfil juvenil de Elrohir con el sobrio de Erestor.

—¿Has disfrutado de nuestro recital?

Aquella pregunta pareció ganarse la aprobación del muchacho, puesto que Elrohir sonrió con entusiasmo y asintió mientras hablaba.

—Oh sí, Erestor.

Erestor sonrió, dejando de lado la expresión severa que parecía considerar necesario mostrar la mayor parte del tiempo y, de repente, dio la impresión de ser mucho más joven.

—¿Nunca habías visto practicar a los trovadores antes?

—No.— Elrohir se sentó junto al consejero y se recogió el pelo detrás de las orejas para poder mirar más de cerca a su compañero. —Solo en la Sala del Fuego.

Los ojos grises del muchacho se iluminaron un instante al mirar la flauta que Erestor tenía en la mano y su aguda voz se alzó inquisitivamente.

—¿Eres en realidad un trovador, Erestor? Ada dice que eres consejero.

Nunca se le había ocurrido antes que Erestor pudiera tener otros intereses aparte de pasar su tiempo en reuniones aburridas con su Ada. Glorfindel siempre había estado allí, compartiendo las comidas, contando chistes y cuidándolos, desde que tenía memoria, pero Erestor solo llevaba siendo consejero un par de años. Nunca había visto a Erestor jugar a un juego, ir a nadar o tumbarse en la cama con un libro y siempre había asumido que eso significaba que no hacía esas cosas.

—Oh.— Erestor sonrió amablemente al ver el desconcierto del muchacho y le dio un par de palmaditas cariñosas al instrumento plateado. —No, soy consejero como dice tu Ada. Pero en ocasiones me gusta tocar la flauta y los trovadores son tan amables de permitirme unirme a ellos.

—Oh.— dijo Elrohir humedeciéndose los labios mientras pensaba. —¿Así que puedes tocar música aunque no seas un trovador?

—No lo hago tan bien,— admitió Erestor, —pero lo disfruto y lo encuentro relajante después de un día de trabajo Tu Ada tiene su arpa ¿no?

Elrohir asintió con entusiasmo, recordando en las hermosas melodías que su padre creaba. Entonces miró con cara de súplica al consejero.

—Puedo...¿puedo intentarlo, Erestor? ¿Por favor?

Erestor frunció los labios, pensándoselo, pero bajó la mirada ansiosa del muchacho su intención de negarse se desvaneció. Le angustiaba tener que entregarle tan preciado instrumento a un muchacho de dedos pegajosos, pero daba la impresión de que sostener la flauta lo significaba todos para aquel pequeño elfo en particular

—No veo por qué no.— Erestor le sonrió. alentadoramente al muchacho y se llevó la flauta a los labios. —Tienes que tocar así...

Elrohir apenas podía contener su excitación mientras Erestor soplaba una suave nota, y luego le entregaba la flauta al chico cuidadosamente, mostrándole como debía sostenerla. Sin embargo, para su decepción, incluso con su más cuidadoso esfuerzo Elrohir no consiguió nada más que una serie de estridentes aullidos.

—No se me da bien.

La cara de Elrohir estaba tan desconsolada mientras le devolvía la preciosa flauta, que el corazón de Erestor se derritió, a pesar de las miradas indignadas que el ruido les había hecho ganarse. El pasillo se había llenado repentinamente, de modo milagroso, con elfos de todas las formas y tamaños.

—Oh no, estoy seguro de que lo harás muy bien.— Lo consoló el consejero, atreviéndose a darle un suave apretón en el delgado bracito. La madre y el padre del muchacho tenían un gran talento musical, así que sospechaba que el pequeño elfo no carecería de habilidad cuando le llegase el momento. —Es que me parece que eres un poco pequeño.

—Oh.— dijo Elrohir con una vocecilla abatida y sonriendo con valentía para mostrar que no le importaba. Casi siempre era demasiado pequeño para conseguir hacer las cosas que deseaba hacer a toda costa. Aunque su Ada a menudo cogía por él los libros más pesados y su Ammë le ayudaba a arreglárselas con la azada y la regadera, no era lo mismo que ser capaz de hacerlo él mismo.

—Pero— Erestor se tragó sus últimas reservas al oír el desaliento en la voz de Elrohir, se puso de pie y le ofreció su mano al niño. —En mi habitación tengo otra flauta, una que me entregaron cuando era un poco más mayor de lo que tú lo eres ahora . Tus dedos la encontrarán más fácil de manejar.

El gemelo más joven estaba de pie en un instante, tirando con impaciencia de la mano de Erestor mientras se dirigían hacia la puerta.


—¡Ada! ¡Ada!— Elrohir se apresuró a cruzar la terraza, agitando una bolsa de delgado cuero en una mano y arrastrando a un avergonzado Erestor con la otra. El consejero solo necesitaba dar un paso para cubrir tres del muchacho, pero aún así tenía que correr para mantener el ritmo del niño.

Elrohir levantó la funda orgullosamente por encima de su cabeza y la agitó pidiendo atención mientras su voz se alzaba de modo estridente.

—¡Ada!

—Mis disculpas— murmuró Elrond a los demás, que estaban sentados alrededor de la mesa y dejó el mapa de esquinas dobladas que había estado contemplando. La reunión todavía no había finalizado y su hijo debía de haber corrido todo el camino desde los campos de entrenamiento para llegar tan temprano, pero tenía la sensación de que se merecía algo de atención. Aunque Elrohir pedía que se atendiese con mucha menos frecuencia que su hermano, cuando decidía que quería atención, era mucho más difícil de distraer.

—¿Hijo mío?— El señor de Imladris empujó hacia atrás su silla y se puso de pie, expandiendo una extensión de terciopelo rojo al abrir los brazos, preparado para coger al muchacho mientras este saltaba hacía él con un grito de alegría. La cara del gemelo pequeño estaba encendida con el entusiasmo y su pelo caía desordenadamente sobre sus ojos brillantes y su sonrisa de deleite. Sonriendo al ver la obvia felicidad del muchacho, Elrond hizo un gesto con la cabeza a Erestor y con un movimiento circular cogió al niño en brazos.

—¡Ada! ¡Ada!— Elrohir murmuró casi sin respiración mientras su padre lo abrazaba con fuerza y lo hacía girar en círculo, sujetándolo con un amplio brazo a lo largo de su espalda. —¡Mira!

El medio-elfo trato de mirar con los ojos entornados a través de un par de mechones sueltos de pelo al objeto que Elrohir estaba sacudiendo con entusiasmo por encima de su cabeza, pero no lo reconoció hasta que el niño soltó los brazos de alrededor de su cuello y puso la funda a la altura de sus ojos. Elrond cayó en la cuenta de lo que debía ser, en el momento en el que vio la insignia plateada labrada sobre la suave funda de piel, pero no hablo hasta que vio el instrumento plateado deslizarse cuidadosamente hacia la mano ahuecada de Elrohir

—Es eso...? —Elrond elevó las cejas interrogativamente y miró por encima de la cabeza de Elrohir a su consejero, que estaba rígidamente de pie, un par de pasos más allá. Incluso su pelo oscuro parecía trenzado con un poco menos de cuidado de lo normal y le faltaba la diadema que generalmente llevaba cuando estaba de servicio.

Erestor asintió, poniéndose ligeramente colorado y luego sonrió ligeramente mientras en la cara de Elrohir surgía una sonrisa de puro entusiasmo mientras admiraba el instrumento, con las pestañas muy oscuras contrastando con la seriedad de su cara.

—Estoy seguro de que cuidará bien de ella.—

La confirmación de Elrond de que se aseguraría de que su hijo así lo hiciera fue interrumpida por la apasionada exclamación de Elrohir:

—¡Lo haré! ¡Lo haré! ¡Te prometo que lo hare, Erestor!

El señor de Imladris y su consejero intercambiaron sonrisas y Elrond extendió la mano para acariciar el pelo de su hijo.

—Estoy seguro de que lo harás. ¿Le has pedido a Erestor que te enseñe como limpiarla?

Elrohir le lanzó a su padre una mirada ligeramente desdeñosa y luego se dio la vuelta para sonreírle a Erestor con un aire ligeramente conspiratorio .

—¡Por supuesto, Ada! Y me ha enseñado como tocar tres notas diferentes. ¡Yo las voy a practicar y entonces me enseñara como tocar una melodía!

Erestor se removió ligeramente y murmuró algo acerca de estar dispuesto a hacerlo si Elrond y Celebrian lo deseaban y si no podrían encontrar un profesor mejor. Viendo la manera en la que la mirada de su consejero había caído al suelo y la manera incomoda en la que las bien pulidas botas estaban golpeando con la punta el borde de los escalones, Elrond sonrió tranquilizadoramente .

—Te estaríamos muy agradecidos, si eres tan amable.— Hablaba por el mismo, pero estaba seguro de que esposa estaría de acuerdo con él. Celebrían se preocupaba profundamente por todos los elfos de Imladris y pasaba mucho tiempo protegiendo al tímido y joven consejero de las facetas más bulliciosas de las personalidades de su marido y de Glorfindel

—¿Puedo?— Los ojos de Elrohir se abrieron de par en par con el entusiasmo, y le dio a su padre un fuerte abrazo mientras enterraba la cara en la suave tela de los ropajes formales de su padre . —Gracias.

Elrond sonrió a su hijo y luego miró con agradecimiento a Erestor. Nunca se le había ocurrido enseñar a sus hijo música a una edad tan temprana. No había recibido su primer arpa hasta su vigésimo tercero Día de la Concepción y siendo franco, no se había caído en la cuenta de que se podían fabricar instrumentos de un tamaño tan pequeño. En sus nebulosos recuerdos de infancia había conocido campanas de dorado tañido, silbatos de plata y pequeñas castañuelas de madera, pero nada tan hermoso como aquello. Se alegraba de no conocer el valor real del objeto, porque estaba seguro de que si llegaba a saberlo, se aseguraría de que quedase guardado hasta que su hijo hubiera crecido lo suficiente para no poder usarlo. Por la expresión en la cara de Elrohir, daba la impresión de que introducir a su hijo en la música era algo que debería haber hecho hacía mucho tiempo. Incluso siendo un pequeño elfo diminuto, Elrohir había adorado escuchar música y cantar al ritmo de las melodías en los festivales, incluso cuando no conocía la letra de la canción, y la perspectiva de ser capaz de crear música por si mismo lo había llenado de felicidad..

—Debes hacer caso a todo lo que Erestor te diga.— dijo Elrond suavemente pero añadiendo un ligero tono de advertencia a sus palabras. —Y tendrás que practicar con regularidad. Si lo empiezas, no puedes parar hasta que entiendas a que estas renunciando.—

—Practicaré cada día.— dijo Elrohir sonriendo con felicidad, aunque algo ausente mientras hacía planes en su mente. La flauta no era como la espada - practicar sería mucho más divertido. Había tanta notas y melodías que aprender, y cada una podía hacer que la gente sintiera cosas distintas. —¡Mira lo que Erestor me ha enseñado hoy!

El pequeño elfo tiro suavemente del puño azul pálido de la camisa de su padre y al instante fue dejado en el suelo, saltando emocionado y llevándose el instrumento a los labios. Se quedó de pie con las piernas completamente separadas y frunciendo ligeramente el ceño por la concentración y luego tomo una amplia bocanada de aire.

—Está esta nota...— Elrohir sopló suavemente, produciendo una copia bastante exacta de la que el consejero le había enseñado. Bajó la flauta y miró con seriedad a su padre. —No suena exactamente así, pero Erestor ha dicho que con práctica me saldrá

—Ah.— Elrond asintió igualmente serio, aguantando la risa. Se oyó un resoplido familiar viniendo de la mesa que había detrás de Elrond, que indicó que Glorfindel no había tenido tanto éxito. Afortunadamente, Elrohir pareció no haberlo oído, preocupado como estaba por poner los dedos correctamente pero la cara de Erestor pareció entristecerse.

—Y entonces...— Elrohir se llevó la flauta de nuevo a los labios y dijo algo entre dientes sobre el metal mientras comprobaba que sus dedos estaban cubriendo todos los agujeros, —¡Ahí está!...¡Ammë!—

La voz de Elrohir se alzó estridente cuando alcanzó a ver a su madre subiendo los escalones, y se alejó en un centelleo de su túnica verde y la flauta plateada brillando en su mano. —¡Ammë! ¡Ammë!

Al girarse, vio al Señor y la Señora de Lorien sentados a la mesa, todavía leyendo detenidamente los documentos que habían estado discutiendo. Se quedó mirando a Celeborn un instante y luego, parpadeando para quitarse una mota de polvo que le había entrado en el ojo, continuó su vuelo precipitado hacia el jardín.

Mientras el pequeño elfo pasaba delante de él, Celeborn frunció el ceño y le lanzó a su mujer una mirada de interrogación. Si hubiera sido ayer, estaba seguro de que Elrohir se hubiera apresurado tímidamente hacia la mesa para trepar a su regazo y explicarle todo acerca de la flauta con su tono de voz tranquilo y prudente. Aquella tarde también se había comportado de manera extraña, puesto que el niño había salido corriendo en lugar de unirse al juego. Aunque Elrohir no parecía molesto, obviamente había algo que andaba terriblemente mal.

Galadriel le sonrió gentilmente a su esposo y le acarició con suavidad la mano que descansaba entre los papeles y mapas que había sobre la mesa.

—Todo saldrá bien.— La voz de su esposa resonó suavemente en su cabeza y debido a la costumbre, le costó distinguir su las palabras habían sido murmuradas en su pensamiento o las había pronunciado. —Hablaremos más tarde.

Celeborn asintió pensativamente y luego sonrió al contemplar a su hija apresurándose a subir un par mas de escalones y detenerse con sus faldas ondeando alrededor de sus tobillos mientras esperaba a que su hijo la alcanzase.

—Mira, Ammë.— Elrohir bajo de un salto los tres últimos escalones, con los brazos extendidos como si estuviera preparado para volar y aterrizó con un patinazo al resbalar sobre el seco y polvoriento suelo de piedra. —Erestor me ha prestado una flauta - una especial que le regalaron hace mucho tiempo. ¡Ha dicho que me va a enseñar a tocarla! Ya me he aprendido tres notas. ¡Escucha!

Mientras Celebrian descifraba la avalancha de palabras, su hijo saltaba de un pie a otro delante de ella, sonriendo de oreja a oreja mientras miraba a la cara de su madre esperando su aprobación. Como su madre tardaba en responder, Elrohir añadió con voz suplicante. —Ada ha dicho que podía...

—Oh, ¡Por supuesto que puedes!— Celebrian se inclinó para besar la mejilla de su hijo y colocar algunos de los mechones de pelo sueltos detrás de su oreja. Sus ojos se posaron sobre la flauta plateada con incrustaciones de madreperla y mithril y miró de manera inquisitiva a su esposo —Es eso...?

Elrond y Erestor asintieron a la vez y Elrond añadió:

—Ha prometido cuidarla bien.

Celebrian asintió y le sonrió a su hijo, con una calidez que se reflejó tanto en sus palabras como en su expresión.

—Estoy segura de que lo harás. ¡Que la disfrutes mucho!

—Lo haré— dijo Elrohir con entusiasmo, deslizando una mano dentro de la de su madre y comenzando a subir los escalones a un ritmo más moderado. —Erestor dice que para el año que viene...

Mientras Celeborn y Galadriel contemplaban a su hija subir los escalones, andando a un ritmo más lento para acomodarse a las piernas más cortas de su hijo, se miraron el uno al otro; los ojos azules de Galadriel se encontraron con los grises de los de su esposo, y ambos sonrieron.

—Nunca la había visto tan feliz.— La voz de Galadriel era suave y baja. Sus palabras dirigidas únicamente a él.

Celeborn no respondió, pero movió su mano para cubrir la de su esposa. Podía sentir el frio helado de un anillo invisible y en el dedo de al lado la cálida banda dorada que simbolizaba su matrimonio. Sonriendo con un poco de tristeza, cerró su mano cómodamente alrededor de la de su esposa, ayudando a calentar los delgados hilos de mithril.