Uno de los cofres de madera, muy desgastado, no tenía la misma capa de polvo y la misma pátina de antigüedad que los otros artículos que Elrond había encontrado. Había sido usado regularmente, no hacía tanto tiempo, para entretener a un niño pequeño que había sido acogido por la familia (sus hijos habían disfrutado también enormemente usando los viejos juguetes).
El cofre contenía el gran contingente del ejército privado de Elladan y Elrohir, incluyendo junto a los soldados, capitanes, arqueros y jinetes, varías figuras menos tradicionales. Cada muchacho había sido propietario de un puñado de elfos adicionales, amorosamente tallados en madera de roble, pintados de colores brillantes y decorados con diminutos documentos que portaban las insignias de las varias casas del linaje de los gemelos, o capas hechas con trozos de seda.
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Elrohir corrió salvajemente desde los campos de entrenamiento, con su espada enfundada en la vaina chocando arriba y abajo contra su muslo. No había sido un buen día y todo lo que quería hacer era cambiarse de ropa, acurrucarse en algún sitio tranquilo con un libro y olvidar todo lo que había ocurrido.
Su maestro de entrenamiento no había estado complacido de que se hubiera perdido la última sesión de entrenamiento y no había escatimado en palabras duras para reprenderle. El maestro había sabido que no tenía una buena razón para perderse la lección, y se lo contaría a su Ada la próxima vez que lo viera, que sería pronto. Y nadie le había hablado sobre el concurso de tiro al arco, porque a Elladan no se le había ocurrido mencionarlo, así que había parecido estúpido cuando había surgido el tema. Y lo peor era que el maestro de entrenamiento le había obligado a disculparse delante de todo el grupo por haberlos decepcionado. No había nada peor para el gemelo pequeño que ser regañado en frente de otra gente, especialmente de sus amigos.
Frunciendo el ceño de mal humor al recordarlo, Elrohir subió los últimos escalones y echó a correr por la terraza a toda velocidad. No deseaba hablar con sus padres en aquel momento, a pesar de que iban vestidos con trajes elegantes y normalmente habría preguntado por qué. Su Ada sabría inmediatamente que algo iba mal y entonces tendría que contarle a su padre lo que había ocurrido y este quedaría decepcionado. Si lo dejaba estar, entonces, quizás, su maestro de entrenamiento olvidaría lo que había ocurrido, o su Ada estaría demasiado ocupado para recibir el mensaje.
—Elrohir!— Celebrian gritó sorprendida mientras su hijo pequeño pasaba a la carga junto a ella. —Estas...?. . .—
Elrohir no respondió, zigzagueando hábilmente hacia la derecha para esquivar a su padre que se había puesto de pie para saludarlo. No quería que su Ammë, siempre tan amable, averiguase que era lo que le estaba haciendo sentir mal y le hiciera sentirse mejor. Simplemente quería olvidar lo que había ocurrido
—Elrohir— Las cejas de Elrond se elevaron hacia arriba mientras intentaba coger a su hijo, —Que... . . ¡Ten cuidado!
La voz del Señor de Imladris se alzó hasta convertirse en un grito mientras el gemelo pequeño corría sobre el pavimento y hacia la puerta de la casa. Elladan acababa de salir por la puerta corriendo, ansioso por recibir su merienda y ambos tenían pocas oportunidades de pararse antes de chocar.
—¡Ouch!
—¡Aww!
Se produjo una gran colisión cuando la cabeza de Elladan golpeó contra el marco de la puerta y ambos gemelos cayeron al suelo. Tomando una bocanada de aire por la preocupación, Elrond se alegró al ver que la espada de Elladan permanecía dentro de la vaina y que ninguno de los dos niños estaba sangrando.
—Tenéis que ser más cuidadosos.— Elrond se arrodillo junto a sus hijos y con cuidado los ayudó a sentarse, frotando las cabezas doloridas y los codos magullados. —Podíais haberos hecho daño.
—No ha sido culpa mía— Elladan miró con los ojos entornados la mano de su padre mientras examinaba cuidadosamente el chichón en su frente. El área inflamada estaba dolorida y el hombro ya le dolía de antes porque uno de los chicos más altos lo había empujado accidentalmente contra un árbol. Levantando la voz, ligeramentegimoteante, apoyó la mejilla contra el hombro de su padre. —Duele, Ada.
—Lo sé,— Elrond frunció el ceño ligeramente y se inclinó para besar la cabeza del niño —pero pronto te sentirás mejor y tendrás un gran moretón que enseñar a tus amigos.—
—¡Tampoco ha sido mi culpa!— dijo Elrohir con voz enfadada ychulesca. Elladan siempre intentaba culparle a él y había sido culpa suya después de todo. O al menos en parte. —¡No estabas mirando por dónde ibas!
—¡Sí que lo hacía!— Elladan intentó librarse del abrazo de su padre para fruncirle el ceño a su hermano. —Eras tú el que iba corriendo demasiado rápido.
—¡No es culpa mía que seas tan torpe que no puedas esquivarme!— Elrohir, sintiéndose infeliz, le dio una patada a su hermano. Se sentía completamente miserable que no le importaba si hacía infeliz a su hermano también. —Eso es probablemente porque... . .—
—Chicos— dijo Elrond en voz alta y con firmeza, colocando una mano sobre el hombro de su hijo pequeño, cortándolo a media frase. —A mí no me importa de quien haya sido la culpa. Simplemente me alegro de que ambos estéis bien.
Los gemelos se quedaron callados un instante, mirándose el uno al otro con igual furia.
—Ada, ¡Elladan no me ha dicho que había un concurso de tiro al arco!— Elrohir le puso una cara horrible a su hermano y luego levanto la vista hacia su padre con una expresión herida y dolorida. —¡Está celoso de que pueda ganarle!
—¡No lo estoy!— gritó Elladan rápidamente, luchando por ponerse de pie a pesar de que su padre lo impedía. —¡Si hubieras estado allí no habría tenido que decírtelo!
—Yo...— Elrohir sintiéndose traicionado le lanzó a su hermano una mirada herida y luego se lanzó hacia Elladan con un chillido de rabia.
—¡Quietos!— tronó Elrond y colocó una mano sobre el pecho de cada niño para prevenir que se atacaran físicamente. Entonces, mientras sus hijos - el uno huraño y el otro enfadado - se quedaban quietos, continuó hablando con voz baja.
—¿No estabas en el entrenamiento?
Elladan comenzó a hablar y Elrond le dio un par de golpecitos firmes en el pecho para silenciarlo. Le aliviaba que sus invitados todavía no hubieran í que no tenía que dar una exhibición del peor comportamiento de sus hijos ante la flor y nata de la Tierra-Medía.
—¿Elrohir?
Elrohir lo miró de mal humor, con las mejillas sonrojadas y sus brazos cruzados sobre el pecho.
Suspirando por dentro, Elrond tocó suavemente la mejilla del muchacho. Con el entusiasmo de la tarde anterior había olvidado completamente el anuncio del torneo y había asumido que el mal humor de Elladan se debía al hecho de no tener una flauta propia. Debería haber recordado que su hijo pequeño no había podido tener tiempo entre el entrenamiento y su llegada para tener una lección con su nuevo instrumento.
—¿Te has saltado el entrenamiento?
Elrohir miró al suelo y luego asintió de manera casi imperceptible.
Elrond lo miró, asintiendo también y pregunto:
—¿Por qué lo has hecho?
El pequeño elfo se encogió de hombros, todavía mirando al suelo con un aire de abatimiento y dijo en voz baja:
—No lo sé.
Su padre lo miró con una ceja ligeramente levantada. Él también había tenido momentos como ese durante su propia infancia Había sido imposible explicar exactamente por qué varios planes desafortunados le habían parecido una buena idea en su momento, y él también había tenido que responder a las exasperantes preguntas.
—¿Te distrajo la música?
Elrohir miró con duda a su padre al oír sus palabras comprensivas y asintió aliviado.
—Era una música muy bonita, Ada.
—No lo dudo.— Elrond asintió comprensivamente y luego miró inquisitivamente a su hijo, —¿Por qué estabas en los pasillos, de todas formas?
—Yo...— Elrohir hizo una pausa y apretó los labios. No podía decirle a su Ada porque había salido corriendo, no con su hermano estando justo allí. —Vi a unos soldados.
Sintió sus mejillas ardiendo al contar la mentira y no se atrevió a mirar a los ojos de su padre, pero nadie pareció darse cuenta de que no había contado la verdad. Su padre se limitó a asentir y le advirtió de que no lo hiciera de nuevo, y luego se giró hacia su hermano.
—¿Te sientes mejor, Elladan?
Elladan respondió asintiendo con la cabeza y luego se apartó de la mano de su padre, contra la que había estado apoyado agresivamente durante la conversación, preparado para defenderse con toda su energía si su hermano lo atacaba.
—Buenos chicos. Tenemos visitantes que llegaran esta noche y me gustaría que los conocieseis.— Elrond miró a ambas caras, incluyendo a ambos muchachos en su invitación. —Lord Cirdan conoció una vez a mi padre y estoy seguro de que estará encantado de conoceros a los dos.
Los gemelos se miraron el uno al otro y sus ceños fruncidos se convirtieron en sonrisas de entusiasmo. No sucedía a menudo que les permitieran saludar a visitantes que no fuesen de la familia, y la idea de hacerlo les hacía sentir agradablemente adultos.
—¿Podremos cenar con vosotros esta noche?— preguntó Elladan ansiosamente, relamiéndose los labios. Durante aquellas cenas se servían muchas comidas ricas y sabrosas que, aunque eran deliciosas, no eran enteramente apropiadas para comer todos los días. En las veladas en las que se les permitía quedarse hasta tarde y acompañar a sus padres y otros elfos importantes y visitantes durante la cena, generalmente se les permitía servirse cualquier cosa que deseasen. Los muchachos disfrutaban enormemente, pero Elrond sabía perfectamente que no estaban comiendo nada que se aproximase a una comida saludable.
—¡Oooh!— Los ojos de Elrohir se iluminaron al pensar en pierna asada y setas en cremosas salsas. —¿Habrá queso de finas hierbas?
Sonriendo al ver la expresión esperanzada de sus hijos, Elrond sacudió la cabeza.
—Esta noche no.
Ambos muchachos suspiraron decepcionados y Celebrian y Elrondintercambiaron sonrisas. Cualquiera pensaría que no alimentaban a sus hijos entre los variados festivales y actos formales.
—Pero…— Celebrian se colocó detrás de su esposo y colocó una mano sobre su hombro —mañana habrá una fiesta y un baile para darles la bienvenida a nuestros invitados y vosotros estáis invitados.
Ambos gemelos sonrieron y se apresuraron a abrazar a sus padres, charlando con entusiasmo acerca de lo que iban a comer y lo que iban a poder ver.
OoO
Elladan estaba tumbado sobre una gran piedra plana que dominaba el camino hacia Imladris. Los árboles eran espesos en aquel lugar que seguía el contorno del valle y apenas podía ver la piedra gris del camino entre los muchos troncos, los tupidos helechos y zarzales. Más allá solo podía distinguir los arbustos y matorrales y cayendo en picado hacia el torrente de agua que fluía rápidamente.
Había estado recostado allí durante un rato, pensando en la competición que estaba por llegar, mientras contemplaba a un pequeño pájaro que volaba adelante y atrás desde un agujero en un árbol. Elrohir iba a ganarle y todo el mundo sabía que lo haría. Todo el mundo estaría mirando y le verían hacerlo mal, y al no haber participado en las exhibiciones del solsticio de verano, no sabrían que era bueno en otras partes del entrenamiento. Habría sido un poco mejor que hubiesen tenido una competición de esgrima también, porque entonces todo el mundo sabría que a pesar de que no era bueno en el tiro con arco, si era mejor que Elrohir con la espada. Pero lo que más le irritaba era que sus padres le dirían que se sentían orgullosos porque lo había intentado, como si no supieran que era peor que todo el mundo supiera que lo había intentado con todas sus fuerzas y,aun así no lo había conseguido, a fallar sin haber hecho el esfuerzo.
Frunciendo el ceño, Elladan enterró la cara enla calidez de sus brazos cruzados y movió inquieto la piernas en el aire No sería justo que Elrohir ganase. Si su hermano recibía el arco, entonces habría algo realmente importante que no compartirían, no algo de poca importancia como una flauta, sino algo que todo el mundo sabría que él deseaba con todas sus fuerzas. Todavía recibiría un arco por su décimo día de la concepción, pero sería diferente al de su hermano y permanecería diferente para siempre. Y, a pesar de que la idea de ser capaz de hacer algo diferente a su hermano le hacía sentirse un poco emocionado, también le resultaba un poco terrorífico
Siempre habían hecho las mismas cosas cuando eran pequeños, porque era lo justo. No creía tener nada que Elrohir no tuviese. El año pasado no habría estado tumbado allí solo, pero aquel verano todo había una ocasión en la que se había enfadado porque su hermano lo había copiado en un juego,su Ada le había dicho que tanto él como Elrohir se volverían más independientes cuando se hicieran mayores y en aquel momento no le había creído. Peroaquella predicción se estaba convirtiendo en realidad, y no le gustaba tanto como una vez había pensado que lo haría.
El sonido de cascos de caballos golpeando sobre las piedras del camino,aproximándose, hizo que el muchacho alzase la cabeza y escuchase. Oyó voces élficas ydándose cuenta de que debían ser los visitantes de los que su Ada había estado hablando, Elladan se dejó caer con suavidad sobre el musgo y las hojas muertas que tenía debajo de él y comenzó a deslizarse en silencio a través de los arbustos, hasta que estuvo agachado junto al camino, escondido tras un árbol.
Pronto se aproximaron, varios caballos,moviéndose a paso lento, mientras sus jinetes admiraban el rio y los bosques, y hablaban entre ellos con un acento extraño y muy pronunciado. Todos iban vestidos con túnicas grises y llevaban gruesas capas de color gris verdoso sobre su brillante armadura. No reconoció la insignia de sus escudos y observó que iban armados con largas lanzas además de sus espadas y arcos.
Parecían amistosos y estaban acompañados por algunos de los soldados de la Guardia, así que Ellladan se deslizó con un poco de timidez hacia el camino para verlos pasar.
—¡Saludos!— Uno de los extraños soldados se detuvo junto a él y lo miró con una sonrisa. —¿Estamos ya cerca de Imladris?—
—Oh…— Elladan, sorprendido, se quedó sin palabras un par de instante y luego señalo camino arriba. —Solo hay que subir un rato por ese camino.
—Ah.— El soldado se giró hacia sus compañeros con una sonrisa y luego se volvióde nuevo hacia Elladan. —¿Y tú vives allí?
—Sí.— Elladan tenía la intención de mirar al soldado amable, pero su vista parecía decidida a desviarse hacia las espadas y lanzas de formas extrañas. —¿Es esa tu lanza?
El pequeño elfo extendió la mano para tocar una incrustación de metal en el mango de madera, con dedos curiosos. La Guardia de Imladris rara vez escogía lanzas como arma y no las había visto usar a menudo.
—Eso es.— El soldado desmontó con soltura y le ofreció el arma al muchacho. —¿Te gustaría sostenerla?—
Los ojos de Elladan se abrieron de par en par por el entusiasmo y cuidadosamente sujetó la lanza igual que lo había hecho el soldado. El arma pesaba más de lo que esperaba, y se alegró de que el soldado mantuviese una mano en el mango, o temía que podría haberla dejado caer y haber hecho daño a alguno de los caballos.
Uno de los soldados, un capitán, supuso, porque su cota de malla, capa y escudo eran ligeramente diferentes al resto, tenía un caballo gris particularmente bonito que era más grande que los otros. Sintiéndose curioso, Elladan se hizo a un lado para admirar el caballo un poco más de lejos y una vez que la lanza le había sido retirada de las manos, Elladan se deslizó entre los jinetes hasta que quedo en pie junto a una bota del capitán.
—¿Como se llama tu caballo?— Elladan miró esperanzado al capitán y suavemente le dio unas palmaditas al costado del caballo. Glofindel había dicho que se suponía que los capitanes debían estar alerta todo el tiempo, pero este capitán parecía estar bastante adormilado, por que le llevó más de un instante bajar la mirada hacia él. —¿Tiene un nombre?
Rindiéndose finalmente a la voz persistente del muchacho, el capitán hizo retroceder al caballo un par de pasos y bajó la mirada para contemplarlo con desaprobación. Parecía extraño que fuese un capitán, con la piel bronceada y una barba cuidadosamente recortada.A Elladan no le inspiraba tanto respeto como los inteligentes yjóvenes capitanes de la Guardia.
—Tiene un nombre y es Aelin.— dijo el elfo con una voz bastante arisca, mirando a Elladan con el ceño fruncido.
—Oh, hola Aelin.— Sin darse cuenta del desagrado del capitán, Elladan se estiró hacía arriba para frotar el pecho del caballo y echó un vistazo en torno al cuello del animal para mirar con aire de súplica al capitán. —¿Puedo montar contigo?
El erosionado ceño del capitán se torció por el enfado y bajó la vista hacia el muchacho con obvia irritación.
—No.
—¿No?— Elladan dio un par de pasos hacia atrás para mirar inquisitivamente al elfo. Hasta el momento nunca nadie la había negado algo que desease y especialmente de una manera tan grosera. La mayoría de los soldados se alegraban de subir a un niño a la montura y llevarlo lentamente siguiendo el camino. —¿Por qué?
—No.— Repitió el capitán con firmeza y señaló con la cabeza hacia los arbustos. —¡Ahora vete a correr por ahí, ¡shoo! ¡Hacia delante!
La última palabra fue gritada y Elladan apenas tuvo tiempo de apresurarse a echarse hacía atrás sobre un área de espinosas zarzas antes de que el grupo se pusiera en camino de nuevo. Lanzándole una mirada venenosa a la espalda del capitán, Elladan trepó pendiente arriba hacia su casa. Si aquellos soldados eran la retaguardia que había oído mencionar, entonces los invitados ya habrían llegado probablemente, y si no se cambiaba de ropa rápidamente, llegaría tarde.
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— ¡Era un capitán horrible!— declaró Elladan en voz alta, — ¡Era malvado, desagradable y olía mal!
La familia de Imladris y otros varios elfos se había reunido en la gran cámara que se usaba para recibir a invitados importantes, y a pesar de que llevaban allí solo cinco minutos, Elrond ya se estaba arrepintiendo de haber invitado a sus hijos.
Elrohir tenía la mirada perdida en la distancia con una expresión soñadora y estaba tarareando en voz baja una melodía. Alguien, tontamente, le había permitido traerse su flauta y a pesar de que la mantenía dentro del estuche como se le había pedido, seguía intentando practicar la digitación a través del suave cuero. Elladan había aparecido apresuradamente varios minutos tarde, y ahora estaba de pie en el centro de la habitación, con los pies firmemente separados y el ceño fruncido, explayándose con las cosas que le desagradaban del capitán en cuestión.
—Estoy segura de que solamente estaba cansado. — dijo Celebrian intentando tranquilizarlo y le dio un par palmaditas al mullido asiento que estaba junto a ella. —Ven y siéntate conmigo, pequeño, y te contaré una historia mientras esperamos.
— ¡Apuesto a que su caballo le odia!— Elladan no se movió inmediatamente, decidido a finalizar lo que le estaba contando a su estresado padre antes de correr al lado de su madre. —Espero que lo tire al suelo y lo pisotee. ¡Y tenía una barba muy desagradable como si fuera un horrible hombre! Espero que le crezca por todas partes.
Al oír la palabra —barba—, Mithrandir tosió ligeramente y mantuvo la mano sobre la boca un par de instantes, a pesar de que sus ojos brillaban de la risa y Elrond tomó una profunda bocanada de aire y se pellizcó el puente de la nariz con el índice y el pulgar. Ajeno a aquella advertencia, Elladan continuó un par de instantes más antes de que su madre le diese una palmada más firme al asiento.
—Elladan, ven y siéntate, muchacho— Celebrian extendió una mano para ayudar a su hijo a subirse al banco y luego habló en voz baja con tono urgente. —Elrohir, deja ya esa flauta. Elladan, tú debes...
Sus advertencias se quedaron en nada mientras levantaba la vista y se encontraba con la razón por la que los demás ocupantes de la habitación se habían quedado en silencio. El Señor de los Puertos Grises estaba de pie en el umbral, tamborileando con una bota sobre el suelo, las pobladas cejas plateadas bajas por la irritación y mirando a Elladan con una ferocidad suficiente para hacer que Celebrian colocase un brazo protectoramente sobre los estrechos hombros de su hijo.
—Cirdan. — Elrond se levantó con una sonrisa y saludó con la cabeza al constructor de barcos. Dedicando un momento para lanzarle a Elladan una mirada de advertencia, se giró y caminó a grandes zancadas por la habitación hasta donde Cirdan estaba de pie de forma envarada. —Eres bienvenido en Imladris.
— ¿Sí?— preguntó Cirdan con bastante mal genio, y luego dirigiéndose al medio-elfo de una manera bastante brusca repitió, casi como si se le confirmase a sí mismo:
—Sí.
—Ya conoces a mi esposa, Lady Celebrian. — Elrond condujo al constructor de barcos hacia delante, en dirección a su esposa, que se había puesto en pie. —Sus padres, Lord Celeborn and Lady Galadriel también están aquí. —
Cirdan asintió a modo de saludo en dirección a Celebrian y miró brevemente al Señor y la Dama de Lorien con un pequeño gruñido.
—Ah. — Reconociendo la falta de paciencia del constructor de barcos cuando se le hacían presentaciones formales de aquellos a los que ya conocía, Elrond aumentó la velocidad anunciando a cada elfo u hombre con un ligero asentimiento de cabeza hasta que llegaron a sus hijos.
—Y estos son mis hijos, Elladan y Elrohir.
Los gemelos se lanzaron el uno al otro una mirada bastante nerviosa y se deslizaron fuera de sus asientos para levantarse y saludar con un asentimiento de cabeza a la vez.
—Bienvenido, Lord Cirdan.— dijo Elrohir hablando claramente y con un tono un poco dubitativo, mientras que Elladan se limitaba a murmurar las mismas palabras.
—Maese Elrohir.—Cirdan asintió bruscamente en dirección a los gemelos, que estaban sorprendidos al ver que los diferenciaba inmediatamente y clavó sus ojos grises en los de Elladan con aire de desafío.
La mano de Elladan se apretó nerviosamente contra la rodilla de su madre, pero le devolvió la mirada al constructor de barcos con todo el odio y la furia que pudo reunir.
—Sí, bueno. . .— Elrond tosió de un modo bastante incómodo y valientemente se movió para interponerse entre ambos. —Sentémonos. ¿No tienes sed?
Los gemelos se sentaron, aburridos y en silencio durante un rato, jugando silenciosamente a piedra, papel o tijera disimuladamente entre sus rodillas mientras contemplaban a los adultos beber té y hablar en voz baja sobre política y el paisaje. Se les había dado a cada uno un vaso de leche, que habían terminado rápidamente, incapaces de hacer que durase, sorbo a sorbo, como los adultos y hacía ratoque se habían acabado la única galleta que se les había permitido comer.
Claramente, el constructor de barcos no teníaningún interés en ellos y ni siquiera había preguntado las típicas y molestas preguntas que les hacían siempre, cómo cuantos años tenían o si estaban o no disfrutando del buen tiempo. Los gemelos no estaban seguros de si esto les complacía o les ofendía, así quehabían decidido ignorar al invitado hasta que este les hablase a ellos. En aquel momento parecía estar dándole a su Ammë y su Ada algo, y aunque los gemelos sospechaban que se trataba de un regalo y sinceramente deseaban inspeccionarlo, eran demasiado orgullosos para acercarse sin ser invitados
—Oh, que bonitos. — Celebrian dijo en voz alta, dándole unas palmaditas sobre la rodilla de Elladan y haciéndole una señal a Elrohir para que prestase atención. —Mirad lo que Lord Cirdan nos ha traído.
Elrohir se arrastró a través de los cojines hasta que estuvo apoyado contra su padre, y se arrodilló mientras se inclinaba más cerca de la pequeña mesa donde los regalos habían sido colocados junto a las bebidas y las galletas. Había unas cuantas conchashermosamente perladas que los gemelos no habían visto nunca, algunos libros bastante gruesos, encuadernados en cuero pálido y marcados con la insignia que Elladan había visto llevar a los soldados, y dos bonitos barcos de juguete tallados de una madera pálida y con velas de tela gris plateada.
—Son preciosos. — Elrohir extendió los dedos hacia uno de los barcos y se detuvo, dejando los dedos en el aire. — ¿Puedo tocarlo?
—Si. — dijo Cirdan y asintió lentamente, con una sonrisa formándose bajo su barba. —Es tuyo.
— ¡Oh! ¡Gracias!— Elrohir sonrió con entusiasmo a sus padres y al constructor de barcos y se tocó el labio superior con la lengua mientras ansiosamente extendía la mano para mecer el juguete en sus brazos. — ¿Flotará?—
—Si. —respondióCirdan con aire dubitativo, lanzándole a Elrond una mirada confundida. El muchacho no parecía ser corto de entendederas y el Señor de Imladris siempre había sido un brillante cuando era un muchacho. Seguramente, aún siendo tan pequeño debería ser consciente de un hecho tan simple. —El barco flotará.
Elrohir le sonrió y brincó un poco en su asiento. — ¿Podemos hacerlos navegar después de cenar, Ada? ¿Por favor?
Elrohir tenía los ojos tan brillantes y las mejillas tan sonrosadas por la emoción que Elrond tuvo la impresión de que no podía negarse, a pesar de sus compromisos previos. Aunque estaría ocupado entre la hora de cenar de los gemelos y la hora de acostarlos, si no perdían demasiado tiempo en saludos formales debería quedar algo de tiempo para bajar deprisa a uno de los estanques y meterse en el agua fresca mientras comprobaban que los barcos eran capaces de navegar.
—Quizá podemos encontrar tiempo antes de vuestra cena. Si Lord Cirdan no quiere permanecer durante la recepción, entonces quizá podamos dar un paseo hasta el estanque— Elrond le lanzó una mirada divertida al constructor de barcos y añadió para que el constructor de barcos comprendiese la pregunta. —Muchas de las maquetas que son construidas aquí no están hechas a prueba de agua.
Cirdan resopló burlonamente y murmuró algo perverso sobre los Noldor y sus joyas pero, sin embargo,dio la impresión de sentirse aliviado. Las recepciones como aquellas no le producían ningún placer, especialmente en aquel momento en el que no tenía a nadie que lo entretuviese, ni ninguna vía de escape- así que ver como pequeños e insolentes medio elfos hacían navegar barquitos en un estanque era bienvenido.
Elrohir sonrió ampliamente y acarició la proa de su barco con cariño, imaginando ya como navegaría rápidamente por el agua poco profunda. Elrond se giró hacia su hijo mayor que estaba contemplando lo que ocurría por el rabillo del ojo mientras intentaba fingircon todas sus fuerzas que no estaba interesado.
—Elladan, ¿le has agradecido a Lord Cirdad su regalo?
Dándose le vuelta al oír el suave tono de advertencia en la voz de su padre, Elladan mantuvo los ojos fijos en el suelo y murmuró tan bajo como se atrevió:
—Gracias por el regalo, Lord Cirdan—
Cirdan mantuvo su expresión amable y continuó explicando métodos de dirigir el barco a un fascinado Elrohir, pero Elrond frunció el ceño enfadado. No podía entender como sus hijos se las arreglaban para que fuera imposible que resultasen agradables y educados durante los cinco cortos minutos que se tardaba en saludar a un invitado.
—Elladan. — Las cejas del Señor de Imladris se elevaron una fracción y su voz adquirió un tono de clara advertencia. Había deseado que Cirdan compartiese su orgullo por los muchachos.
Elladan suspiró profundamente como una caricatura de su padre en uno de sus estados de ánimo de profunda aflicción y cogió rápidamente el barco de la mesa.
—Gracias, Lord Cirdan.
Elrond volvió a sentarse de nuevo, frotándose con cansancio la frente con dos dedos. Tendría que hablar con Elladan acerca de sus modales, pero más tarde, cuando estuviesen solos y tuviesen algo de paz y privacidad para la escena que estaba seguro de que su hijo iba a montar.
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Bajo los enormes sauces había sombra y el agua, por la cual los jóvenes marineros estaban caminando, estaba agradablemente fresca después del calor del día. La corriente del arroyo era lenta en aquel punto, y desembocaba en un estanque grande y poco profundo. Grandes matas de hierba altay juncos se curvaban desde la orilla y, aquí y allí, las raíces de los árboles se extendían hasta el borde del estanque proporcionando un asidero o un escalón que permitía a los pequeños elfos entrar y salir del agua. El suelo del estanque estaba cubierto por guijarros planos de formas ovaladas y el agua estaba lo suficientemente clara para ver pequeños peces nadando a toda velocidad desde el escondrijo de una piedra hasta la oscura seguridad de las orillas. A menudo habían ido allí durante su infancia, primero cogidos de la mano de sus padres mientras aprendían a chapotear y siendo más mayores, para coger foxinos y renacuajos maniobrando con redes de largos mangos.
—Apuesto a que el mío navegará más rápido. — Elladan corrió hacia los jardines, sosteniendo su barco en alto como si navegase a través del aire.
— ¡Apuesto a que no lo hará!— Elrohir se apresuró detrás de él, apretando el barco contra su pecho para mantenerlo a salvo. Lord Cirdan le había mostrado como grabar un nombre en la proa y estaba seguro de que teniendo un nombre con el que llamar a su barco mientras lo animaba a navegar más rápido marcaría la diferencia. Elrohir se había quedado con las ganas de que el elfo le hubiese dejado sostener el cuchillo en lugar de hacerlo por él.
— ¡Primero!— Elladan usó su mano libre para marcar el tronco de un árbol, poner su barco cuidadosamente sobre la hierba y sentarse junto a él para quitarse los mocasines y plegar la túnica dentro de sus pantalones cortos.
— ¡El primero es rápido, pero el segundo es sabio!— Elrohir se dejó caer sobre la hierba junto a su hermano y le sacó la lengua. —Podrías haberte caído y haber dejado caer tu barco.
—Huh. — Elladan empujó sus maltratados zapatos por el suelo polvorientoalrededor de las protuberantes raíces de un árbol y se puso a cuatro patas para bajar por la raíz hasta el agua. —Suenas como Ammë.
— ¡No es cierto!— replicó Elrohir, se inclinó sobre sus rodillas para entregarle a Elladan el barco, teniendo cuidado de de no mojar las velas. —Estoy siendo sensato.
Elrond caminó hasta el estanque a un ritmo más pausado, sacudiendo la cabeza, divertido, mientras el parloteo de los gemelos continuaba. Sus hijo se habían alegrado considerablemente cuando se les había permitido quitarse las túnicas formales- ropajes que resultaban desagradablemente apretados y constrictivos después de pasar el verano corriendo por ahí en túnicas sueltas y pantalones cortos- y de nuevo habían vuelto a ser adorables pequeñuelos. Por desgracia, Cirdan ya no estaba allí para contemplarlo.
—¡Mira, Ada! ¡Mira esto!
El grito de Elrohir llamó la atención del Señor de Imladris y Elrond se detuvo un instante para contemplar como sus hijos soplaban las velas de los pequeños barquitos sobre el agua y ofrecer una palabra o dos de ánimo, antes de sentarse apoyado sobre el tronco de uno de los árboles al borde del agua. Sus hijos estaban teniendo tanto cuidado de no estropear sus nuevos juguetes, que la superficie del estanque estaba perfectamente lisa salvo por las largas ondas que se extendían desde la proa de los barcos, que cortaban el agua, y los círculos que se extendían hacia fuera donde los peces tocaban la superficie. En aquel ángulo podía ver las hojas y trozos de cielos azules sin nubes reflejados en el agua, y en una o dos ocasiones una pájaro aleteando de rama en rama en las copas de los árboles.
— ¡Estoy ganando!— Elladan chilló con alegría y rebotó sobre las puntas de los pies dentro del agua, dándole ánimos a su barco para que se moviese poco a poco hacia la victoria.
—No. — Elrohir astutamente movió la pierna hacía delante dentro del agua para ayudar a que su barco siguiese adelante — ¡Te estoy alcanzando!
— ¡Empatados!— exclamó Elrond alegremente, extendiendo una mano hacia el agua para coger los barquitos antes de que se golpeasen contra los húmedos carrizales y el barro de la orilla. — ¿Los hacemos navegar de nuevo?—
Ambos muchachos sonrieron y se agacharon cerca de la superficie del agua para contemplar cómo cada barco recibía un empujón y se lanzaba hacia delante por el estanque hacia ellos.
—Parecen más grandes cuando te agachas. — Elrohir entornó los ojos para mirar a su barco y se inclinó tanto sobre la superficie que el agua lamió el borde de sus pantalones cortos. —Casi tan grande como si yo fuese tan pequeño que cupiese en la cubierta. —
Sonriendo con aire ausente, Elrond recogió los zapatos de sus hijos y los colocó a salvo en la hierba, a cierta distancia de la orilla del rio. Estaba ocupado haciéndolo, cuando se oyó un enorme salpicón. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró a su hijo mayor sentado, con el agua del estanque cubriéndole hasta el pecho mientras escupía el agua de sabor desagradable.
—Me he caído. — La voz de Elladan era muy débil mientras caminaba de vuelta a la orilla, con el barco bien aferrado a su pecho. —Yo solo quería acercarme lo suficiente para ver las cosas como si estuviera de pie en la cubierta.
—No importa. — Elrond colocó una mano debajo del codo del muchacho y lo sacó del agua, abrazándolo a distancia. —Pronto estará seco con este tiempo.
Elladan asintió con bastante tristeza y comenzó a intentar quitarse su túnica y su camiseta interior con ayuda de su padre. No era haberse mojado lo que le importaba, sino el hecho de que el salpicón había provocado que las velas de su barco acabasen bastante mojadas y temía que no quedasen tan bien cuando se secasen.
—Creo que ya se está secando. — Elrohir se arrastró de vuelta a la orilla y fue dando saltitos hasta llegar al lado de su hermano. Acarició con los dedos la húmeda vela principal y luego frotó el brazo de su hermano intentando consolarlo.—Se quedará como nuevo, y si no, siempre podemos compartir el mío.
Esto consiguió que Elladan sonriese un poco y sintiéndose justamente satisfecho, Elrond amplió el abrazo para incluir a sus dos hijos.
—Es muy amable por tu parte, Elrohir, pero estoy seguro de que el barco de Elladan pronto estará como nuevo. Lord Cirdan no fabrica sus juguetes para que se rompan y un par de salpicones no les harán daño.
Elladan sonrió de verdad y puso su barco en un trozo de hierba soleada a secarse, teniendo cuidado de apoyarlo contra un tocón de árbol para evitar que las velas limpias se ensuciasen o se les quedasen pegados trocitos de hierba. Por mucho que fingiese que no le importaba ningún regalo del constructor de barcos, nunca había visto un barco de juguete tan estupendo como aquel, y la idea de que se dañase le hacía sentirse mal. Aunque le habría encantado imaginarse que era una persona diminuta navegando bajo las velas blancas, no se le ocurriría intentar ver cómo sería de nuevo. A menos que. . .
— ¡Tengo una idea!— Los ojos de Elladan se iluminaron de repente y echó a correr a toda velocidad subiendo el sendero que llevaba hasta la casa.
— ¿Donde...?.—Elrond comenzó a decir con una expresión de perplejidad, mirando a la figura de su hijo que se alejaba.
Acostumbrado a que su hermano desapareciese de esa manera, Elrohir se limitó a encogerse de hombros y a abrazar el barco con más fuerza contra su cuerpo. Todavía no estaba dispuesto a terminar de jugar, pero hacerlo solo era poco divertido, sobre todo cuando se estaba acostumbrado a compartirlo un hermano.
— ¿Juegas conmigo, Ada?—
Elrond le sonrió y contempló la laguna en sombra. Hacía mucho tiempo que no chapoteaba en el agua y era un día tan caluroso...
—No veo porque no.
El Señor de Imladris se sentó, se remango la parte de abajo de sus calzas y comenzó a desatar los cordones de sus botas.
OoO
Elladan corrió jardines abajo sujetando en sus manos varias pequeñas figuras de madera y con muchas otras agolpándose en sus bolsillos. Las figuras más grandes serían una buena multitud para el puerto y los soldados más pequeños deberían caber estupendamente sobre el barco. Incluso había recordado traer algunas figuras azules para que Elladan pudiera unirse al juego.
Los arbustos eran densos en aquel lugar. Estaba usando un atajo poco conocido que atravesaba los jardines y requería arrastrarse a través de los arbustos y trepar sobre ramas. Miró furtivamente y se puso de rodillas retorciéndose para pasar a través de una espesa mata de lavanda, para continuar su camino bajo la verde gruta de un sauce llorón.
Desde que tenía memoria, Elrohir y él construían una guarida allí cada verano, y en una o dos ocasiones se les había permitido dormir envueltos en mantas bajo la bóveda de hojas. Se lo habían pasado bien en aquellas noches, contemplando las estrellas y asando dulces y castañas ensartadas en palos sobre la luz de una vela y hablando hasta que los dedos grisáceos de la aurora comenzaban a tocar el horizonte. Aunque había sido un poco terrorífico estar en la oscuridad del bosque ellos solos, estar metidos en su propio pequeño espacio, juntos y a salvo y con su Ada a un grito de distancia, había sido divertido. Elladan se detuvo un momento, pensando en su deseo de que se les permitiese acampar fuera de nuevo, antes de que el verano hubiese terminado, y luego se escabulló por el suelo cubierto de musgo y se retorció para salir por debajo de una rama al otro lado.
Alguien estaba hablando cerca, y ansioso por no revelar su escondite secreto, el gemelo mayor corrió a toda velocidad para agacharse junto a unos espesos arbustos de avellano que bordeaban el camino en aquel punto.
— ¿Cómo sabremos que no nos traicionará?— Una voz enfadada provocó que el pequeño elfo se detuviera de repente dejando caer los soldados que sostenía en sus manos por la sorpresa. —Hay otros y yo no confío en él.
Hubo una ligera pausa y luego otra voz habló con la misma ira, apenas disimulada por su tono calmado.
—Me fue confiado para hacer con él lo que quisiera. Mi corazón pertenece al mar y no tengo necesidad de semejante poder.
Reconociendo la voz del constructor de barcos, Elladan se quedó completamente inmóvil y se encogió. Sabía que estaba escuchando algo que no iba dirigido a él, pero no sabía cómo escapar de la situación sin dar la impresión de que había estado espiando.
—Pero ninguno de nosotros lleva esta carga innecesariamente. ¿Cómo protegerás a tu gente si tu fe en él resulta equivocada?— Para sorpresa de Elladan, la primera voz parecía ser la de su abuela, pero ya no sonaba amable y amistosa. —El poder de Lorien no puede extenderse tan lejos.
—No estoy equivocado. — La voz del constructor de barcos era firme y tan terrible que Elladan se encontró comenzando a tiritar a pesar de que era un día cálido. —No confío en otros a la ligera.
Se oyeron unos pasos ligeros, moviéndose a una velocidad que denotaba enfado, y luego un largo silencio. Después de un rato, Elladan se atrevió a mover la mano para recoger las figuritas caídas y luego gateó hacia delante un corto trecho.
— ¿Qué…?
Una mano enorme atravesó las hojas de los arbustos de avellano y lo agarró por el hombro con una dolorosa firmeza, arrastrándolo entre la maleza hasta sacarlo de su escondite.
— ¡Eso duele!— Elladan estaba temblando, a pesar de esforzarse lo mejor que pudo por demostrar que no estaba asustado. Cruzó un brazo sobre su pecho y aferró su otro codo con fuerza. — ¡Me has arañado!
Su voz no sonó tan desafiante como le hubiera gustado y Cirdan ignoró su demostración de valentía. Ambos se quedaron en silencio durante un rato, bajo la creciente sombra del sauce, mientras los ojos grises del constructor de barcos escrutaba la cara del niño. Elladan se dio cuenta de que era incapaz de sostener la mirada del elfo adulto. Sonrojándose violentamente, bajó la vista hacia el áspero pavimento del camino y el desgastado dedo gordo de la bota del otro elfo.
Cirdan miró durante largo rato y con dureza al pequeño elfo, preguntándose como debería lidiar con este nuevo desafío. El muchacho llevaba solo un par de pantalones cortos húmedos, su pelo colgaba mojado alrededor de sus hombros, e iba armado con algo tan poco siniestro como un puñado de soldaditos de juguete. Como otro muchacho que había conocido una vez y con el que probablemente compartía la afinidad por arrastrarse sigilosamente, no había pretendido escuchar lo que había oído. Pero lo había oído y había estado espiando.
—No sabía que Elrond educaba a sus hijos para que se escondan y espíen. Una ceja plateada se curvo hacia arriba. — ¿O es una peculiaridad tuya?—
Las orejas de Elladan se tiñeron de un color escarlata hasta la punta y miró con atención a sus dedos de los pies desnudos.
—Yo no pretendía escuchar
— ¿No?— dijo Cirdan con calma pero dándole al muchacho una pequeña sacudida. —Pero cuando nos has oído te has parado a escuchar.
— ¡No!— gritó Elladan con frustración, mirando a los ojos al constructor de barcos antes de bajar la mirada con aire culpable de nuevo al suelo. —Yo…Yo simplemente estaba…
—No quiero saberlo. — El constructor de barcos pareció cansado de repente y soltó el hombro del pequeño elfo. —No hables de los que has oído con nadie.
El elfo marino se giró y comenzó a recorrer el camino de vuelta, dejando a Elladan bastante aturdido. Todavía temblando ligeramente, el muchacho dio un paso hacia atrás y reunió coraje.
—Yo…Tú no me gustas. — Gritó en voz alta tras el constructor de barcos que se alejaba, y luego añadió en voz igualmente alta. — ¡En absoluto!
El Señor de los Puertos Grises se detuvo de repente, y luego se giró lentamente hacía él, sonriendo con un poco de tristeza.
—Y tú tampoco me gustas a mí, muchacho. Pero supongo que eso ya no importa.
OoO
— ¡Glorfindel! — Elladan corrió para coger la mano del elfo rubio, agarrando con fuerza las flechas que había olvidado en su puño. —Estoy preparado.
La media tarde se había deslizado hacia el crepúsculo y en aquel momento la familia de Elrond y muchos de sus amigos se habían reunido en la terraza para hablar, cantar, y leer, mientras contemplaban el sol ponerse sobre las Montañas Nubladas. A los gemelos les había sido permitido cenar sentados en uno de los bancos de madera que dominaban la vista sobre los jardines, charlando felizmente sobre los nuevos barcos mientras comían, y habían disfrutado escuchando las canciones y contemplando como su padre tocaba el arpa. Cuando finalmente vaciaron sus platos y se lavaron las manos, se sintieron ansiosos por continuar con sus planes. Erestor le había prometido a Elrohir una lección con la flauta y Elladan tenía que apresurarse a bajar a los campos de entrenamiento con Glorfindel para practicar tiro con arco.
—Bien. — Glorfindel bajó la vista para mirar al muchacho con una pequeña sonrisa, se colgó el arco sobre el hombro y se giró hacia Celebrian — ¿Puedo llevarme a Elladan?
Celebrian dejó su vaso sobre la mesa y se arrodilló para estirar algunas de las arrugas en la túnica de su hijo y luego le sonrió a su amigo. —Cuida bien de él.
—Lo haré. — Glorfindel colocó una mano sobre su arco para mantenerlo en su sitio y comenzó a bajar los escalones, un poco divertido al ver que Elladan había colgado el pequeño arco sobre su hombro en una réplica exacta de su pose. — ¿Preparado?
Los dos caminaron rápidamente, bajando el serpenteante y empinado sendero, a través de los bosques y sobre el pequeño puente junto a la cascada, dirigiéndose a los grandes llanos junto al rio. La hierba estaba crecida entre los descomunales setos que separaban los campos y el sol del atardecer lanzaba largas sombras con las formas de bamboleantes cabezas de semillas y curvados zarcillos de madreselva.
—Entonces—, dijo Glorfindel al fin, contemplando la cara de Elladan con curiosidad — ¿Has oído a Ildruin hablar de la competición?
Le desconcertaba que no hubiese oído todavía todos los detalles sobre el anuncio de labios del muchacho. Había esperado que, como era normal, estuviese muy entusiasmado al tener la oportunidad de poner a prueba sus habilidades e insistiese en practicar más todavía para perfeccionar su técnica de cara al fin de semana.
—Sí, — dijo Elladan en voz baja y levantó la vista para mirar a Glorfindel como si fuese a decir algo más, pero se lo pensó mejor y en su lugar cogió una amapola de un color rojo brillante y la examinó de cerca.
Su hermosa frente se frunció ligeramente y Glorfindel miró pensativamente la cabeza despeinada del muchacho.
— ¿Va bien el entrenamiento, Elladan?—
Elladan no habló inmediatamente, pero comenzó a deshojar la amapola, dejando un reguero de pétalos aplastados detrás de él
—Va bien. — El pequeño elfo se encogió de hombros de mala gana. En realidad, las cosas estaban lejos de andar bien, porque había comenzado a temer intentarlo con todas sus fuerzas por miedo a vencer a Culrómen o a sus amigos y tener que pagarlo más tarde, pero sería una cobardía quejarse a Glorfindel por eso. Un mata-balrogs nunca permitiría que algo tan pequeño como que te pongan motes o te estropeen el almuerzo le molestase. —Fuimos a escalar ayer y hoy hemos ido a nadar y a bucear para buscar piedras blancas.
—Sí, lo sé. — Glorfindel —asintió despacio y luego al ver la expresión confundida de Elladan, añadió: —He estado hablando con Ildruin.
—Oh. — Elladan levantó la vista del suelo con tristeza y suspiró. Quería contarle a alguien lo que le estaba molestando, pero le avergonzaba dejar que la gente supiera que les tenía miedo a los chicos mayores. Él era el hijo del Señor de Imladris y debería ser capaz de lidiar con cosas como esas.
— ¿No estas deseando que llegue el día de la competición?— preguntó Glorfindel, consiguiendo dar la impresión de que no estaba realmente interesado en la respuesta, mientras contemplaba una cometa roja que se movía en círculos sobre ellos. — ¿O echarás de menos el entrenamiento una vez que el verano termine?
Elladan se inquietó y soltó la mano de Glorfindel para saltar sobre un pie y luego sobre otro como si intentase sacudirse una piedra imaginaria de sus mocasines. El final del verano era el único punto brillante en el horizonte. Seguramente Culrómen pasaría a otro grupo de entrenamiento diferente y el y Elrohir volverían a estar juntos de nuevo y todo sería mejor.
—No puedo esperar a empezar con los cuchillos— Para alivio suyo, Elladan, consiguió encontrar un comentario positivo y fue dando saltitos para alcanzar a Glorfindel. —Yo y Elrohir estaremos juntos de nuevo. —
—Elrohir y yo. . —Le corrigió Glorfindel y entonces se produjo un silencio incómodo. El sabía que todos los maestros de entrenamiento de los gemelos tenían la impresión de que Elladan y Elrohir estaban mejor separados y que con el permiso de Elrond y Celebrian la separación iba a continuar. La confianza del gemelo menor ciertamente parecía haber crecido con abundancia aquel verano, y nadie quería confinarlo a una situación donde siempre estuviese luchando por ponerse al nivel de su hermano. —Creo que disfrutarás trabajando con cuchillos. Es más rápido que la esgrima y tendrás que practicar tu puntería y la distancia.
Hablaron sobre cuchillos un rato mientras se aproximaban al gran abedul que separaba el peligro de los campos de entrenamiento de las praderas abiertas y Glorfindel redujo el ritmo de sus pasos.
—No estás deseando que llegué el día de la competición.
Elladan caminó arrastrando los pies con aire infeliz y se rascó la frente sobre su ojo derecho.
—No mucho.
Glorfindel arqueó las cejas.
— ¿Y eso?—
Elladan se mordió el labio, arrancó la cabeza de la amapola y la tiró a la hierba, a un lado del camino.
—No voy a ganar, Glorfindel. Lo haré mal.
—Bueno, — Glorfindel le dio un par de palmaditas en la espalda para reconfortarlo, —te esforzarás todo lo que puedas y eso es lo único que importa. Ha habido veces en las que te has quedado el último y hemos estado orgullosos de ti.
—Sí…—Elladan dijo con incertidumbre, tirando de varios mechones de pelo mientras los enrollaba entre los dedos. Siendo mucho más pequeño, se le había caído la bolsa de judías en la carrera de obstáculos y todo el mundo le había ganado, incluso Therin que había sido más lento que una hoja flotando el rio. Pero entonces había estado a punto de alcanzar a los demás, a pesar de tener que repetir todo el circuito y pasar bajo la escalera y a través de los aros de nuevo. —Pero Elrohir será mejor que yo.
—Puede que lo sea. — estuvo de acuerdo Glorfindel, recordando que todavía no había hablado con Elrond sobre el progreso de los gemelos. —Pero también lo soy yo y todos los soldados de la Guardia. ¿Es que importa?
Elladan frunció el ceño y sacudió la mano del elfo adulto con todas sus fuerzas.
—Que tú seas mejor no me molesta.
—Pero Elrohir, — Glorfindel frunció el ceño mientras el pequeño elfo dudaba. — ¿Importa que gane esta vez?
Elladan soltó la mano del elfo adulto para saltar de sombra en sombra por el camino. Los altos abedules dejaban largas estelas grises sobre el pálido pavimento, casi demasiado largas para que las pequeñas piernas de un niño elfo pudieran abarcarlas, pero no si cogía carrerilla, se agachaba y después saltaba El muchacho se puso a la pata coja y fue dando saltitos entre las sombras de los abedules, y luego se detuvo, y esperó a Glorfindel para caminar a su lado en cuanto este le alcanzó.
—Si. — Miró hacia arriba, al elfo rubio, con una expresión bastante preocupada. —Sí que importa.
OoO
Galadriel dejó atrás los campos de entrenamiento, deslizándose casi como si fuera invisible entre los árboles que bordeaban el camino. En aquella hora del atardecer estaba bastante oscuro, puesto que la rica luz dorada que había colmado los campos abiertos y las praderas, no se extendía tan lejos entre los matorrales.
Solo podía ver los estrechos rayos de luz filtrándose a través del espacio abierto de las praderas a su derecha y mientras caminaba acercándose más al río, pudo distinguir la figura de un niño pequeño que estaba solo, de pie, al final de uno de los campos de entrenamiento, tensando su arco una y otra vez.
Parecía una tarea solitaria y frunciendo el ceño ligeramente, contempló al muchacho atentamente mientras caminaba por los ásperos caminos que discurrían por detrás de los arbustos que bordeaban los campos. Mientras se acercaba se dio cuenta de que su nieto no estaba, como había temido, solo. Estaba siendo supervisado por un alto elfo que estaba recostado contra un árbol, justo frente a ella.
Desafortunadamente, el elfo parecía estar prestándole poca atención al muchacho y en su lugar estaba garabateando algún documento oficial y levantando la mirada ocasionalmente para hacer alguna crítica. Cada vez que Glorfindel gritaba una crítica, los hombros de Elladan se hundían ligeramente y recorría el campo de entrenamiento para recoger sus flechas y comenzar de nuevo.
Moviéndose silenciosamente, se deslizó hacia delante y se sentó junto al elfo rubio, sonriendo en su interior mientras el elfo daba un respingo e intentaba fingir que había sabido que ella había estado detrás de él todo el tiempo.
—Cogido por sorpresa, Glorfindel de Gondolin. —Galadriel sonrío ligeramente al ver nervioso al mata-Balrogs y después al darse cuenta de que su nieto se había detenido al oír el sonido de voces, le hizo gestos para que se acercase. Por la manera en la que colgaba su mentón y con cada nuevo paso apenas avanzaba sobre la hierba corta y aplastada, Galadriel dedujo que estaba cansado.
—Ven y siéntate, Elladan.
Mientras Elladan recogía sus flechas y caminaba pesadamente sobre la hierba para unirse a ellos, Galadriel miró pensativa a Glorfindel.
—Está cansado.
—Trabaja duro. — dijo Glorfindel con firmeza. —Y está cansado al final de la lección. Como debe ser.
Galadriel volvió la vista hacia su nieto mientras este tropezaba con una mata de hierba y habló con la misma firmeza
—Esta triste.
—Está…— La afirmación de Glorfindel se fue apagando mientras el muchacho alcanzaba a su abuela y Galadriel cogía las pequeñas manos entre las suyas. —Trabaja duro.
Ignorando el último comentario bastante pobre de Glorfindel, Galadriel giró cuidadosamente las manos de Elladan. Era obvio que había estado practicando durante más tiempo del que era sensato, puesto que varios trozos de piel en sus manos estaban enrojecidos y calientes al tacto, y aquí y allí se podían ver señales de callos formándose.
— ¿Cuántos años tienes, Elladan?— preguntó Galadriel con voz calmada, atando el puñado de pequeñas flechas y ayudándole a deslizar el arco sobre el hombro al muchacho.
Elladan le lanzó una mirada bastante sorprendida y habló en un tono de voz bajo y herido.
—Tengo nueve, Galadriel. ¿Es que no te acuerdas?
—Oh, por supuesto que me acuerdo. —Galadriel se sentó sobre sus rodillas para darle un beso a Elladan en la frente —Casi tienes diez. —
—Sí. — Elladan asintió con firmeza, apoyándose adormilado contra el hombro de su abuela. —Cuando tenga diez voy a tener un arco que será solamente mío.
—Sí, eso he oído. —Galadriel le sonrió y le dio un golpecito en la nariz, provocando que el pequeño elfo brillase de alegría. —Ahora, ¿por qué no vas a darte un baño?—
Elladan miró con aire interrogativo a Glorfindel.
—Pero yo…
—Puedes irte. —dijo Glorfindel cuando recibió una mirada severa de la Dama de Lorien y añadió en voz más baja. —Podemos recuperar el tiempo mañana.
—No puedo subir por el camino yo solo. — Le recordó Elladan mirando ansioso el sendero que recorría el valle hasta su cama. Normalmente disfrutaba de sus lecciones, pero hoy estaba demasiado cansado y Glorfindel le había hecho repetir el mismo ejercicio una y otra vez.
—Tú adelántate. —Galadriel señaló hacia donde el camino giraba detrás de un puñado de árboles. —Yo te seguiré en un minuto... Hay algo de lo que tengo que hablar con Glorfindel primero.
Mientras Elladan trotaba con algo de incertidumbre, Galadriel se giró hacia el mata-Balrog con la boca convertida en una fina línea.
— ¿Y bien?
OoO
El sol casi se había puesto completamente sobre los distantes picos de las montañas y las sombras se alargaban mientras las terrazas de Imladris iban iluminándose lentamente al ir encendiéndose las linternas y las luces. Alguien había encendido las suaves luces que colgaban de las tejas de la terraza, en el exterior de las dependencias de la familia, mientras Elrohir estaba ocupado con su lección de flauta, y en aquel momento los bancos y las balaustradas destacaban por su suave resplandor plateado.
Elrohir corrió a toda prisa cruzando la terraza para inclinarse sobre la balaustrada, esperando ver a su padre o a su madre entre los arbustos en sombra. No quedaba nadie en la terraza en aquella hora, salvo su abuelo, y no había nadie con el que Elrohir tuviera menos ganas de pasar tiempo en aquel momento Por desgracia, no había señal de sus padres o de otros invitados. No le habría importado hablar con Mithrandir y escuchar historias de los hobbits en una lejana tierra llamada La Comarca, o encontrar a Elladan y jugar a pillar entre las sombras de los jardines, pero todo el mundo parecía estar ocupado...
Finalmente dejó de esperar a que apareciera alguien que le prestase atención y Elrohir caminó despacio hasta el banco y se sentó, practicando en silencio la digitación en su flauta mientras contemplaba los últimos rayos de sol descender centímetro a centímetro bajo el horizonte y el tinte rosado de las nubes disolverse lentamente hasta convertirse en gris. Parte de él deseaba que Celeborn dejase su silenciosa observación de la montaña, se girase y le dijese algo, aunque fuera solo una crítica. Se sentía solo sentado allí, y de alguna manera la idea de que su abuelo no se preocupase por él le dolía más que el miedo que pudiera tener a que lo encontrase aburrido.
Suspirando, el gemelo pequeño se apoyó contra el muro y estiró las piernas mientras movía los dedos de los pies de lado a lado. El cordón de su mocasín izquierdo se estaba volviendo demasiado delgado y pronto se rompería. Tenía que acordarse de pedirle a Ammë que se lo arreglase.
—Elrohir. — dijo Celeborn suavemente, y se acercó al muchacho, un poco desanimado al ver la manera en la que el pequeño elfo se apartaba ligeramente de él. El niño elfo había estado intentando ignorar la silueta de su sombra mientras se aproximaba a él, pero ahora que su abuelo estaba sentado a un brazo de distancia, no estaba del todo seguro de que hacer. Parte de él quería moverse a un lado y abrazarlo, pero otra parte de él quería permanecer distante y hacer que su abuelo se esforzase más antes de estar dispuesto a perdonarle. — ¿Qué tal tu lección de flauta?
—Ha estado bien. — dijo Elrohir con voz preocupada, enterrando un dedo en el talón del otro mocasín e intentando hacer palanca para levantarlo. Aquel movimiento necesitaba de tal grado de concentración que le era imposible mantener contacto visual con su abuelo.
—Cuando tenía tu edad yo también tenía mi propia flauta. — comentó Celeborn tocando ligeramente la pequeña flauta que su nieto sostenía. —Aunque no era tan bonita como la tuya, por supuesto.
— ¿De verdad?— La voz del muchacho se volvió aguda por el interés y se giró con entusiasmo hacia su abuelo, antes de recordar que estaba ofendido y añadió en un tono de voz dubitativo, — ¿No te parece aburrido?
Celeborn frunció el ceño y miró a Elrohir con un toque de ansiedad.
—Naturalmente que no. Disfruto tocando la flauta y no lo haría si lo encontrase aburrido.
—Oh. . .— Elrohir frunció el ceño mirándose las rodillas y luego miró a hurtadillas a su abuelo. —No estarías hablando conmigo si pensases que soy aburrido, ¿verdad?
—Por supuesto que no, — Celeborn le lanzó una sonrisa bastante desconcertada a Elrohir que brillaba de satisfacción. —Tú eres especial para mí. Nunca encontraría a mi propio nieto aburrido.
— Bien. — Elrohir se deslizó por el banco hasta que estuvo apoyado felizmente contra su abuelo. — ¿Todavía tocas la flauta, Celeborn?
—Sí, todavía lo hago. — Celeborn se apoyó contra el muro y envolvió los hombros de su nieto con un brazo. Elrohir se sentía calentito y a gusto y Celeborn cayó en la cuenta de que lo había echado de menos los últimos días. — ¿Sabes lo que es un dueto?
OoO
El valle de Imladris descansaba tranquilo en la oscuridad, con los bosques negros bajo el azul profundo del cielo. La luna estaba alta aquella noche, iluminando el gris plateado del agua que discurría por el valle y que parecía atenuar la luz de las estrellas. Aparte del lento patrullar de los elfos que estaban de guardia, todo estaba silencioso e inmóvil, puesto que muchos de los habitantes del valle hacía rato que se habían ido a la cama. Solo permanecía despierta una figura, sentada silenciosamente bajo el brillo ámbar de una linterna en uno de los balcones más altos de Imladris.
Era Celeborn, que estaba sentado en un bajo banco de piedra que recorría la base de la torre de guardia con un afilado cuchillo curvo en sus manos y un bloque de dura madera curada en su regazo. Tenía varios cubos de pintura y barniz colocados sobre el banco y junto a él descansaban retales de seda de brillantes colores, lino, trozos de pergamino y pequeños pedazos de metal
Algo que Elrohir le había dicho le había molestado y no era capaz de dormir hasta remediar la situación. A menudo había hecho juguetes y puzles para su hija en el pasado y, como aprender a nadar, era algo que no se olvidaba. Durante las horas de oscuridad el pequeño ejército que permanecía orgullosamente junto a él creció en tamaño hasta que quedaron veinte pequeños elfos esperando.
Finalmente, mientras el sol se alzaba una vez más sobre las colinas distantes, Celeborn colocó tres pequeñas figuras para secarse con las otras bajo el temprano sol de la mañana. Un consejero, un sanador y un escriba.
OoO
