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Elrond devolvió cuidadosamente las figuras de los soldados a la caja y cubrió las pequeñas legiones con una capa de tela suave para mantenerlas acolchadas y a salvo. No es que necesitasen aquella clase de cuidados. Ya habían sobrevivido a muchos años de juegos, maltrato y brusco cariño. Elrond había rescatado figuritas de los tejados, las había pescado de los estanques y había retocado la pintura tantas veces, que ya no recordaba su color original. No había querido malcriar a sus hijos con demasiados regalos y juguetes, porque era difícil que unos niños tan pequeños pudieran apreciarlos, pero aquellos que sí habían tenido, habían sido usados casi constantemente durante años. También, a menudo, habían usado cosas que no eran estrictamente juguetes para llevar a cabo sus propios juegos.

Un ejemplo eran los grandes barriles para almacenar patatas y manzanas durante los inviernos: Cuando eran muy pequeños, a los gemelos les gustaba jugar dentro de ellos, fingiendo que eran enanos en Moria, pero al llegar su noveno verano habían encontrado usos más creativos, especialmente para los gruesos barriles de madera adornados con clavos ennegrecidos. Algunos juegos eran clásicos, como el columpio (bastante peligroso) que Glorfindel y él habían construido para los muchachos, ensartando una gruesa cuerda a través del agujero que el barril tenía en el centro y colgándolo de un viejo roble que se inclinaba sobre un estanque. Otros sin embargo, eran nuevos, y uno en particular había sido introducido (cosa bastante extraña) por su abuelo.

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Celeborn atravesó despacio los corredores iluminados por la luz grisácea del amanecer. El alba acababa de romper sobre las colinas y el fresco aire inmóvil prometía otro día caluroso y seco. El pavimento de piedra estaba suave y frío bajo sus pies descalzos. Cruzó, sin hacer ruido, el arco que llevaba a la habitación de los gemelos.

Los muchachos estaban acostados, pacíficamente dormidos, uno tumbado sobre su estómago con los brazos rodeando su cabeza, y el otro hecho un ovillo, descansando la mejilla derecha sobre un puño apretado. El pelo oscuro caía hacia delante sobre sus caras rojizas y sus pestañas parpadeaban ligeramente mientras vagaban por el mundo de los sueños.

Sigilosamente, Celeborn cruzó la habitación hasta la enorme mecedora, que una vez había sido el asiento de Celebrían cuando tenía que alimentar y atender a sus bebés, y se sentó en el borde del asiento, evitando con los pies que la silla se meciese y el ruido despertase a los gemelos. La Casa de Elrond estaba en silencio y el valle de Imladris se mantenía envuelto en una paz vigilante. Faltaban todavía unas horas para que comenzase su actividad. Celeborn se acomodó en la silla y se contentó con verlos dormir durante un rato y disfrutar de sus recuerdos. Cuando despertasen tenía una propuesta que hacerles.

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Celeborn entró a grandes zancadas en la habitación que compartía con su esposa.

—No quiere venir— dijo irritado, tamborileando con los dedos en el cofre de madera sobre el que estaba colocada la palangana. — Dice que prefiere practicar tiro con arco.

— ¿Te refieres a Elladan? — dijo Galadriel levantando la cara de la palangana y extendiendo una mano. Su esposo automáticamente se acercó a la pila de suaves toallas limpias y desplegó una, teniendo cuidado de mantener las filas de margaritas bordadas lejos del lado en el que su esposa iba a secarse la cara. Celebrían seguramente había realizado aquel bordado personalmente, trabajando con seguridad y cuidado e intentando encontrar la combinación de colores más atrayente. Tenía una toalla similar en casa, que ya no estaba en condiciones de seguir usándose, pero de la que no podía desprenderse. Celebrían había trabajado duro aquel verano, pinchándose los dedos y cosiéndose por error la tela al vestido y el recuerdo de su determinación y esfuerzo estaba grabado dentro de cada pétalo tembloroso y deforme. Aparentemente ajena a los pensamientos de su esposo, Galadriel cogió la toalla y se secó la cara húmeda con pequeñas palmaditas.

—Gracias por la toalla. ¿Ha dicho por qué?

Celeborn sacudió la cabeza con irritación.

—No se ha disculpado, ni ha dado una razón. Simplemente ha repetido lo mismo.

—Esto no te complace. — Afirmó Galadriel calmadamente mientras dejaba la toalla húmeda y contemplaba su cara en el espejo. —Deseabas que el muchacho se uniese a vosotros.

—No, no es eso—. Dijo Celeborn firmemente, cogiendo un par de calcetines de un cajón de su vestidor. —Elrohir vendrá. No importa si el otro muchacho me acompaña o no.

—Ah…— Las cejas de Galadriel se curvaron elegantemente hacia arriba. —Pues estás empleando un tono de voz muy alto para alguien a quien no le importa.

Celeborn frunció el ceño profundamente, se sentó pesadamente sobre la cama y añadió, bajando, sin embargo, el tono de voz:

—Me preocupa que pueda sentirse molesto. No quiere admitir que desea venir.

Galadriel asintió despacio, mientras trenzaba algunos mechones finos para mantener apartado el pelo de su cara.

—Hoy debería descansar del tiro con arco. Sus manos están doloridas y mañana será un día largo para él. Pregúntale de nuevo.

Celeborn frunció aún más el ceño al oír aquella orden y arrastró sus botas hacia sus pies con una velocidad poco elegante.

—No quiere venir. ¡Pues no me voy a poner de rodillas!

—Pero quieres que vaya— Dijo Galadriel suavemente, buscando dentro de una pequeña caja de madera el broche que deseaba llevar. — ¿No es cierto?

Puede que preguntase con suavidad, pero su conducta no engañaba a Celeborn. Ella sabía que era lo que le molestaba y, aunque no intervendría en sus asuntos sin ser invitada, lentamente y de modo sutil hacía comentarios y daba consejos hasta que Celeborn se veía arrastrado a su terreno.

—Me trae recuerdos de alguien a quien amo. — Celeborn frunció el ceño ligeramente y sacó el cordón de los tres primeros agujeros de sus botas para ajustar el calzado. —Alguien a quien echo de menos.

Galadriel lo contempló un instante y luego, lentamente, cruzó la habitación para sentarse a su lado y apoyó los dedos sobre la palma de la mano de su esposo y apretó ligeramente, reconfortándolo.

—Los árboles están en silencio sin ella. Los bosques no han sido los mismos desde que se fue.

—No. — Dijo Celeborn brevemente, sacudiendo la cabeza con una mirada sombría. Pocas veces hablaba de la profundidad de su dolor al no ver a su hija cada día, y cuando lo hacía, rara vez lo manifestaba en voz alta.

—¡Es tan testarudo y decidido! — dijo con voz apasionada tras un instante de silencio— No sabe estar en su lugar, ni le importa. ¡Ese muchacho tiene que hacerlo todo siempre a su manera!

—Tiene nueve años. Tú no. — Dijo Galadriel severamente, aunque la seriedad de sus palabras se vio suavizada por una hermosa sonrisa. —Y de aquellos a quienes amo, no es a Celebrían a quien veo en él

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Elladan, de mal humor, se balanceó en el columpio, a veces rozando con sus mocasines la tierra y otras usando las piernas para impulsarse lejos del tronco del árbol con un satisfactorio y molesto ruido sordo.

Había dicho que no quería ir con su abuelo, pero ahora le apetecía. También le había apetecido entonces, pero Celeborn se lo había pedido a primero a Elrohir, y era demasiado orgulloso para ir, si solo le invitaban por pena. Quería ser Elladan y no "Elladan también" .Nunca se había quedado en segundo lugar antes. De todas formas, Elrohir probablemente no quería que fuese.

Elladan se dio impulso con todas sus fuerzas, volando sobre las viejas ramas nudosas y la espesa sombra verde de las hojas.

Estarían preparándose para marcharse sin él. Elrohir estaría corriendo para coger sus pantalones cortos, su túnica más vieja y la pelota de madera, pintada de brillantes colores, que usaban para jugar a tirarla y cogerla. Ammë se había ido para llenar la vieja bolsa de picnic con sándwiches, manzanas y galletas de jengibre porque eran las favoritas de Elrohir. Habría algunas vendas, loción curativa, y también, conociendo a Ammë, ropa para cambiarse. No sabía lo que su abuelo tenía planeado, pero estaba seguro de que sería algo divertido y excitante. Le había dicho a Elrohir que le enseñaría algo nuevo, que a su madre le había gustado mucho una vez. Elladan había fingido que ningún chico que se preciase querría hacer algo que le gustase a una chica, pero Elrohir había sabido que estaba mintiendo.

Elladan golpeó el árbol de nuevo, contemplando los colores de las hojas emborronarse y mezclarse debajo de él. Si miraba hacia arriba podía atisbar destellos de cielo azul, o de la brillante luz del sol filtrándose entre las copas de los árboles, resaltando las esquinas y los bordes de hojas de un verde más claro.

Había creído que ya le caía un poquito mejor a su abuelo, especialmente desde que habían estado practicando esgrima juntos, pero si quería marcharse con Elrohir de nuevo de aventuras quizá estuviese equivocado. Quizá sucedía con los abuelos que si no les causabas una buena primera impresión ya no les gustabas nunca. Su Ada siempre decía que sentía lástima por aquellos que no podían perdonar, pero Celeborn y Galadriel eran muchísimo más viejos y sabios que Ada. Con razón Glorfindel había dicho siempre que hay que pensárselo dos veces antes de enfadarse con alguien. No creía querer estar enfadado con Celeborn y Cirdan para siempre.

Otro Golpe. Columpiarse solo, cuando su hermano y su abuelo se iban juntos de picnic no era muy divertido, aunque no tuviera que compartir el columpio con nadie más. No había nadie que estuviera impresionado por lo alto que podía columpiarse y nadie con quien trepar y fingir que estaba navegando en un barco por el cielo. Elrohir y su abuelo estaban, probablemente, casi listos para marcharse. Había oído al abuelo hablar con Ada sobre caminar montaña arriba, hacia la hondonada con los rápidos. No había estado allí arriba aquel verano, pero era el sitio perfecto para un picnic y un paseo. Él y su hermano siempre habían jugado al escondite entre las rocas y habían encontrado una gran piedra plana, un poco alejada del río, sobre la que podían deslizarse. El agua estaría toda espumosa y llena de burbujas, y sería agradable y fresca en un día caluroso como aquel.

Recordó el camino que subía hacia la hondonada, que se abría paso entre algunas laderas empinadas y pasaba entre manzanos y serbales. Los frutos del serbal estarían ya maduros, brillantes racimos de tonos rojos y naranjas entre las hojas, y dejarían un agudo olor frutal al aplastarlos entre los dedos. El verano pasado, tanto él como Elrohir habían reunido un puñado de moras y habían pasado lo que quedaba de camino emboscando a Glorfindel y bombardeándole desde sus posiciones, bien escondidos entre los brezos y los helechos.

— ¡Elladan!» Dijo alguien en voz alta y el muchacho intentó girar en redondo para ver quien lo había sorprendido. —¡Ten cuidado!

Una sabia advertencia, puesto que era bastante difícil mantener el equilibrio sobre un columpio cuando estaba girando sobre sí mismo y más difícil todavía ver el árbol al que se estaba aproximando mientras miraba en la otra dirección.

— ¡Ouch!» El columpio golpeó el árbol con un sonido amortiguado, lanzando a Elladan sobre la larga hierba y las oscuras hojas verdes caídas de los árboles.

— ¡Elladan!» Bastante alarmado al ver la apresurada y desmañada forma en la que su nieto había caído del columpio, Celeborn comenzó a caminar a toda prisa sobre la hierba para llegar al lado del muchacho y solo bajó el ritmo cuando Elladan se sentó despacio, frotándose la cabeza con una expresión de aturdimiento. — ¿Estás bien?»

El pequeño elfo se sentó y miró a su abuelo que se había arrodillado junto a él con una expresión de confusión en la cara.

—Me he caído. — El muchacho sonaba genuinamente sorprendido, como si aquello fuera algo que no hubiese considerado antes. —Ya tengo un moretón enorme.

—Sí. — Frunciendo el ceño ligeramente, Celeborn apartó con delicadeza la mano del niño de la frente y retiró el pelo oscuro para examinar el trozo de piel ligeramente descolorido. —Y ahora tienes un pequeño corte, también.

— ¿Está sangrando? — Preguntó Elladan con más interés que preocupación y levantó un dedo para frotarse la herida.

—Ya ha parado. — Dijo Celeborn solemnemente y cogió la pequeña mano para evitar que el muchacho se rascase quitándose la costra. —Pronto te sentirás mejor.

—Oh— Elladan se apoyó contra las rodillas del elfo adulto y se quitó algunos trocitos de corteza y hojas de su túnica. —¿Por qué me he tenido que dar un golpe en la cabeza donde ya tenía un chichón, Celeborn?»

—No lo sé, pequeño— Celeborn ayudó al muchacho a subirse en brazos y se puso en pie, levantando a Elladan ligeramente para besar la frente herida. — ¿Duele mucho?

Elladan sacudió la cabeza con un movimiento rápido, enterrándola en el largo pelo plateado para que nadie pudiese averiguar que tenía lágrimas en los ojos. Su abuelo le dio un par de palmaditas en la espalda y Elladan se sentía tan a gusto que no se retorció para apartarse. Para cuando llegaron a las escaleras del corredor norte ya se sentía preparado para que lo dejasen en el suelo de nuevo.

—Elrohir estará triste sin ti, Elladan. — Celeborn cogió la mano de su nieto y caminó despacio pasillo abajo, dándole tiempo al niño para saltar las baldosas de tres en tres y saltar a la pata coja sobre aquellas grabadas con hojas o estrellas.

Elladan no respondió, frunciendo el ceño mientras consideraba si saltar primero hacia la baldosa con la estrella y después a la de la piedra, o simplemente dirigirse hacia su objetivo balanceándose con el brazo de su abuelo. El brazo de Celeborn era confortable y fuerte, y sabía que no iba a soltarle.

—Yo estaré triste si no vienes— dijo Celeborn lanzando su dignidad al aire y agachándose al otro lado del muchacho. — ¿Puedes venir, Elladan? ¿Por favor?»

Elladan frunció el ceño un momento, como si estuviera tomando una decisión importante, y luego sonrió de repente.

—Entonces, vale. Si de verdad queréis que vaya.

—Eso me gustaría. — Celeborn miró hacia abajo, le sonrió a su nieto y comenzó a caminar por el amplio pasillo que llevaba al patio. — ¡Vamos a buscar a tu hermano!

Elrohir estaba de pie en el patio, solo, y parecía bastante abatido mientras montaba guardia sobre un saco, una manta enrollada y una pila de tapas de barril redondas y lijadas. Había tres tapas de barril y cuando los vio llegar, la cara de Elrohir se iluminó y saltó arriba y abajo sacudiendo la mano y dejando que sus toallas especiales para nadar cayesen al suelo. — ¡Elladan! ¡Elladan!»

— ¡Ro! — Elladan soltó la mano de su abuelo y echó a correr por el pasillo saltando varios escalones con los brazos extendidos, ansioso por reunirse con su hermano y contarle las emocionantes noticias. —Ya estoy llegando, Ro.

Gritando de emoción, Elrohir agarró las manos de su hermano y saltó sobre los dedos de los pies mientras le explicaba todo lo que había que saber sobre sus planes en voz muy alta y aguda, que era claramente audible al otro lado del patio. Lanzando una mirada de disculpa a los guardias, que estaban cumpliendo sus responsabilidades, Celeborn caminó hasta unirse a ellos y le entregó una toalla y una tapa de barril a cada niño antes de coger los objetos que quedaban.

—Ahora...¿Estamos ya preparados?» Celeborn cogió a cada niño de la mano para prevenir que comenzasen a saltar a toda velocidad a su alrededor y levantó la vista hacia el balcón para compartir una sonrisa de complicidad con su hija. —Deberíamos marcharnos si queremos nadar antes de comer.

— ¡Sí! — Elrohir bailoteó en el sitio, aparentemente ajeno a que su hermano se había detenido de repente. —¡Vamos, Celeborn! ¡Vamos!»

Celeborn comenzó a cruzar el patio, pero tuvo que detenerse. Su nieto mayor caminaba arrastrando los pies y mirando con aire miserable al suelo.

—Elladan— el Señor de Lorien se agachó para mirar al muchacho, controlando su frustración de manera admirable —¿De verdad no vas a venir?

—Sí... — Elladan dudó, frotando su mocasín izquierdo contra su otro tobillo.

—¿Sí? — Celeborn frunció el ceño mientras intentaba entender qué había causado el repentino cambio de opinión del muchacho.

—Pero... — Elladan se relamió el labio superior y dio un tirón al brazo de Celeborn, balanceándose en semicírculos. Quería ir de todo corazón...pero si no había sido invitado entonces no habría suficiente para que todos pudieran comer y entonces todo el mundo desearía que no hubiese venido. —Pero no tendré hambre.

Levantando las cejas plateadas inquisitivamente al oír el murmullo infeliz del niño, el Señor de Lorien miró con dureza a su nieto. Celebrían siempre había sido una niña fácil de complacer comparada con aquel otro muchacho y no estaba acostumbrado a descifrar aquellos acertijos. Afortunadamente, antes de que pudiera frustrarse demasiado, se dio cuenta de que Elladan le estaba lanzando a la bolsa que se había colgado sobre el hombro miradas incómodas.

—Hemos preparado comida suficiente para ti, Elladan. No te preocupes. — Celeborn miró a la cara del gemelo mayor y sonrió con calidez. —No tenía intención de dejarte atrás.

—¿Y ahora? ¿Podemos irnos ahora?

—¡Estoy listo!

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Los gemelos permanecieron en pie en la rápida corriente del rio que les llegaba hasta la cintura, con el agua espumosa deslizándose alrededor de sus pantalones cortos y las tapas de barril balanceándose ansiosamente. El rio era amplio y profundo en aquel punto de su recorrido, con el agua precipitándose entre los rápidos y las piedras pulidas por la corriente mientras se deslizaba a través de las tierras altas cubiertas de brezos y aliagas.

—¿Ya? ¡Eres rápido! —Celeborn terminó de desabrocharse las botas y saltó desde el lado más alto de una orilla, recogió dos pequeñas túnicas y dos pares de mocasines empapados, para colocarlos a salvo en un hueco bajo una cornisa de piedra que sobresalía, y cruzó la playa de guijarros para meterse en el agua helada. Había traído una tercera tapa de barril, más grande, para sí mismo, y aunque no le permitiría flotar y cabalgar como lo harían los gemelos, si haría más fácil echar un ojo a los niños. —Veamos...Esto os ayudará

Cogió dos trozos pequeños de cuerda delgada y los ató a través del agujero en las tapas de los barriles, antes de formar un delgado bucle en el otro extremo para que los muchachos se atasen las muñecas. No quería perder alguna de las tapas de barril y tener que oír la pelea y el llanto por la posesión de la que quedase.

—Elladan—Le entregó el bucle al gemelo mayor y sostuvo el otro abierto para que Elrohir enhebrase la mano a través de él. —No querréis que se vayan flotando.

Una vez que las tapas de los barriles estuvieron atadas holgadamente a sus muñecas, los gemelos encontraron difícil contener su nerviosismo. Dejaron que las tapas de los barriles se mecieran un trecho corriente abajo antes de tirar de ellas corriente arriba para repetir el ejercicio, saltando y salpicando en el agua. A pesar de que el río bajaba desde los glaciares de las Montañas Nubladas y estaba helado incluso en verano, la luz del sol daba calor y había poco viento, así que la frescura del agua era bienvenida.

¿Podemos empezar ahora? — Preguntó Elladan con impaciencia, lanzando su cuerpo contra su tapa de barril de tal manera que quedaba apoyado sobre la madera flotante, con la cara a centímetros del agua clara.

—¿Por favor? — Elrohir se agarró del hombro desnudo de su abuelo, sujetándose mientras se esforzaba por equilibrarse sobre la tapa del barril. La madera se deslizó debajo de él cuando intentó sentarse con normalidad y le costó un rato encontrar una posición que fuese confortable y segura. —Creo que estoy preparado, Celeborn»

Al oír la seriedad en la afirmación que su nieto acababa de hacer, Celeborn quitó el brazo que rodeaba la espalda del gemelo pequeño y agarró su propia tapa de barril, mientras usaba la pierna para evitar que el pequeño elfo se alejase flotando. El agua pasaba a toda velocidad junto a ellos, ansiosa por bajar corriendo por el largo y sinuoso camino hacia el mar y tiraba de sus flotadores. Ambos muchachos parecían estar encaramados de manera segura sobre sus tapas de barriles y apenas podían contener su impaciencia y excitación. Alegre al ver las brillantes sonrisas y los ojos enormes de sus nietos, Celeborn saltó sobre el flotador y con un potente grito de batalla soltó a los niños.

—¡Por Imladris!»

—¡Imladris!»

Los rugidos de los gemelos hicieron eco en el valle, y los tres bajaron apresuradamente por los rápidos, reapareciendo y desapareciendo entre el agua espumosa.

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Después de muchas cabalgadas y cansados finalmente, los gemelos y su abuelo dieron un paseo. Subieron el estrecho sendero a paso lento, abandonando las tapas de los barriles en la playa de guijarros y continuando su camino pendiente arriba, para sentarse al abrigo de un pequeño túmulo en un punto poco elevado dentro de la planicie del valle. Los muchachos tenían frio y hambre. Después de pasar un par de minutos contemplando como los chicos se peleaban por las toallas, Celeborn se sentó sobre una gran piedra plana, sentó a cada niño sobre una rodilla y los enrolló a los tres con una manta de lana.

Un poco avergonzados al recibir aquel trato habiendo cumplido casi los diez años, pero a la vez bastante agradecidos por el calor, los gemelos se mostraron algo reticentes y se dedicaron a tirar de la manta para asegurarse de que se hacían con una parte suficientemente grande para taparse. Riéndose por dentro al ver la manera en la que los ceños fruncidos se convertían en sonrisas de satisfacción, Celeborn envolvió las espaldas de los muchachos con los brazos y los atrajo más cerca de sí. Se acurrucaron junto a él, apretando sus cuerpos contra el suyo y subiendo la toalla de lana tejida hasta los mentones y las narices. Podía sentir sus corazones latiendo de manera estable y en perfecta sintonía mientras la intensidad de sus temblores se hacía menos frecuente, sus pieles se calentaban y sus empapados pantalones cortos comenzaban a secarse.

Era hermoso estar allí arriba, sentado sobre el pico desnudo y barrido por el viento, contemplando la desoladora expansión de las tierras altas. El áspero terreno se extendía hasta las orgullosas colinas marrones y grises en la distancia. Piedras de granito y salientes rocosos se mezclaban con los colores rosas y púrpuras del brezo y el amarillo brillante de las aliagas. En las orillas del río, aquí y allí, crecían arbustos con bayas, con la promesa de unas cuantas grosellas amargas o arándanos con los que mancharían sus caras y sus manos de jugo púrpura.

—Celeborn— Una voz dubitativa sacó al viejo elfo de su ensueño y sacudiendo la cabeza ligeramente dirigió su atención hacia su nieto menor y escuchó:

— ¿Ya es hora de comer?

Los ojos grises del muchacho miraban con atención y cuando Celeborn se giró hacía su bolsa, se dio cuenta de que Elladan ya la había cogido y se la había colgado del brazo para intentar desabrochar las hebillas con los dedos ateridos por el frío.

—¿Tienes hambre? — Dijo el Señor de Lorien con un tono de risa en su voz mientras hacía girar la bolsa hasta colocarla en su regazo y hábilmente abría las correas y los cierres. Parecía que sus nietos habían heredado el talento de su hija para buscar comida sin importar lo escondida que estuviera. — ¿Ya?»

—¿Ya? — Exclamó Elladan con aire desdeñoso. — ¡Apuesto a que estamos más cerca de la cena, que del mediodía!»

—No... — Dijo Elrohir lentamente, frunciendo el ceño mientras estudiaba la posición del sol en el cielo. —Ha pasado solo una hora o dos desde el mediodía. Pero estoy muy hambriento, Celeborn»

Sonriendo al oír la firmeza de la afirmación del muchacho, Celeborn asintió orgulloso al ver que el niño identificaba correctamente la hora. Le quitó el envoltorio a tres rollos bien rellenos de jamón de york y queso y les entregó uno a los dedos ansiosos de cada uno de sus nietos.

—Como lo estoy yo, Elrohir. Como lo estoy yo.

Elrohir cogió su sándwich agradecido, y se apoyó sobre el hombro de su abuelo para comérselo.

—Gracias.

—Grac...» Elladan mordió un trozo enorme de su rollo y lo masticó y tragó como si llevase meses sin comer. —Gracias, Celeborn.

El trio se sentó en un confortable silencio mientras comía. Los gemelos, apoyados contra su abuelo, contemplaban la brisa susurrar entre los juncos y crear ondas sobre la superficie del lento fluir del agua de las pozas. Finalmente, una vez saciada el hambre se acomodaron y le dieron forma a mordiscos a las galletas, mientras que la conversación fluía de modo excitante.

— ¿Podemos ir a los rápidos de nuevo?— Dijo Elladan girando alrededor de la rodilla desnuda de su abuelo para mirarlo con aire suplicante. —Creo que si guardo bien el equilibrio, puedo ponerme de pie...

—No. — Dijo Celeborn con firmeza, presionando un dedo contra la boca del muchacho para silenciar la inevitable protesta. Había muchas rocas y salientes de piedra entre los rápidos, y aunque los pequeños elfos estaban bastante seguros agachados o tumbados sobre los barriles de madera, no tenía deseos de explicarle a su hija como alguno de sus hijos se las había apañado para romperse un brazo o una pierna. —Pero si te tumbas sobre el barril, entonces lo haremos.

Elladan asintió lleno de felicidad al oír aquello. En realidad no había esperado que su abuelo estuviese de acuerdo con el plan, y puesto que su otra idea (sujetarse de las manos mientras descendían por los rápidos) no había sido prohibida, todavía tenía una tarde de diversión por delante.

— ¡Te enseñaremos la roca que se desliza!» Prometió Elrohir lleno de alegría, poniéndose de pie con dificultad y ayudándose con la pierna de su abuelo. Luego señaló al otro lado del río, hacia un gran saliente detrás del cual crecían arbustos de aliaga, mientras se agarraba al amplio hombro con su otra mano. —Puedes deslizarte por ella realmente rápido.

—Y jugaremos al escondite— dijo Elladan sonriendo traviesamente. Celeborn no conocía la cueva bajo uno de los peñascos. Tanto su hermano como el eran capaces de tumbarse en la hendidura, riéndose mientras contemplaban a su abuelo buscarlos por todas partes. —Es divertido estar aquí.

—Muy bien— Celeborn levantó del suelo primero a un pequeño elfo y luego al otro para colocarlos en tierra firme y les frotó el pelo húmedo rápidamente con una toalla. Le entregó una túnica a cada muchacho, pensando que en aquel momento lo mejor era que jugaran a pillarse para calentar sus cuerpos corriendo. — ¿Cuento hasta veinte?»

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Finalmente, mientras la tarde avanzaba y las sombras se alargaban, los gemelos de Imladris y su abuelo volvieron al valle. Elrohir de la mano del elfo adulto y Elladan montado alegremente sobre los hombros bien musculados, levantando las manos para coger los puñados de bayas de brillantes colores y las hojas más altas.

—Yo puedo... ¡Tengo una manzana! — Elladan se estiró hasta una distancia poco prudente de los hombros de su abuelo para agarrar una rama y tirar de ella hacia él, para conseguir la fruta medio roja, medio amarillenta. —¡Deliciosa!»

—Elladan—Elrohir saltó a la pata coja camino arriba y abajo, intentando agarrar uno de los pies de su hermano que colgaban en el aire — ¿Puedes pasarme una?

—Deja de hacerme cosquillas, pues— Le ordenó Elladan, levantando su pierna izquierda para evitar los dedos de su hermano. —Toma.

Elladan se inclinó para entregarle a su hermano una manzana antes de estirarse para coger dos más, una para él y otra para su abuelo. — ¡Están riquísimas!»

—No comáis demasiadas, chicos— Celeborn se comió su pieza de fruta, preguntándose cómo era posible que los muchachos fuesen capaces de detectar una pequeña cantidad de nabo mezclada con zanahoria y no se diesen cuenta de que aquellas manzanas estaban todavía bastante verdes. —No han tenido tiempo de madurar completamente.

—Me gustan de todas formas— Afirmo Elladan, tirando los restos de la manzana en un arbusto de avellano que había junto al camino. —Hacen que se nos enrolle la lengua.

—Y— Elrohir terminó de tragar lo que le quedaba de la manzana, —si la masticas y sorbes el zumo entre los dientes está deliciosa»

—Si— dijo Celeborn con tono dubitativo y luego movió el brazo a toda velocidad para sujetar al niño contra su pierna y hacerle cosquillas en el estómago sin piedad. —Pero si coméis demasiadas vuestras tripitas se revolverán.»

—No...No...¡Para!» Elrohir chilló dejándose caer de rodillas. Sabía que su abuelo no sería capaz de alcanzarlo sin arriesgarse a dejar caer a Elladan. — ¡No tan revuelto!»

Riendo, Celeborn extendió una mano para ayudar a Elrohir a ponerse en pie de nuevo. —Si coméis demasiadas vuestras tripitas no querrán practicar tiro con arco mañana.

—No. — Elrohir se puso de pie de un salto, con una sonrisa, pero Celeborn notó como Elladan se tensaba ligeramente. Sin darse cuenta de esto, Elrohir continuó hablando lleno de felicidad.

— ¡Quiero quedarme el primero! He entrenado muy duro. Mi maestro de entrenamiento me ha dicho que merezco ganar.

Frunciendo el ceño profundamente, Elladan fulminó con la mirada a su hermano y agarró el pelo de su abuelo con más fuerza de la que era necesaria. Los maestros de entrenamiento no deberían ponerse de parte de nadie. Eso era una injusticia. Nadie le había dicho a él que merecía ganar, y se había esforzado mucho también.

—Voy a quedarme el primero— La cara de Elrohir se iluminó mientras saltaba ágilmente sobre una roca. Entornando los ojos para protegerse del sol, levantó la vista hacia su hermano y sonrió de oreja a oreja. —Tú siempre te quedas primero, Elladan, pero mañana me toca a mí.

Elladan dejó de fruncir ligeramente el ceño y le dio una patada al pecho de su abuelo con tanta fuerza, que el elfo de Lorien le agarró el pie para prevenir futuros asaltos. Nunca se había parado a considerarlo de aquella manera, pero quizás Elrohir se sentía infeliz y frustrado cada vez que había una competición. Pero no podía ser, porque siempre sonreía y estaba nervioso cuando tenían una.

—Todo el mundo será amable contigo y Ammë te preparará las cosas que te gusta comer para el picnic. —Elrohir asintió con seriedad a su hermano y sonrió ligeramente al pensar en la competición que se aproximaba. —Pero cuando tú ganas, Ada siempre te da un abrazo especial y parece orgulloso de tí y Glorfindel te lanza al aire y te anima. Creo que eso me gustaría.

Interesado por la conversación, pero con la sensación de que no debía intervenir, Celeborn mantuvo una expresión neutra y caminó con la mayor naturalidad que pudo para evitar molestar a la pareja de gemelos.

—Pero...pero Ada siempre dice lo orgulloso que está de ti. — Dijo Elladan lentamente, intentando recordar que pasaba con Elrohir cuando terminaban las competiciones. Para vergüenza suya, en lo único que podía pensar era en sus propios celos cuando Glorfindel se había puesto a jugar a rodar y revolcarse con Elrohir. —¡Tú te divertiste también!

Estaba seguro de que Elrohir se había divertido. ¿Por qué otro motivo iba a pasarse la noche antes de la última competición escuchándole hablar sobre aquello? Si no le gustaba perder, entonces, ¿porque simplemente no se negaba a participar?

—Si... — Elrohir se mordió el labio ligeramente y levantó la mirada hacia su hermano con aire pensativo. —Pero será estupendo ser especial, aunque solo sea una vez. Me gustaría que los demás elfos les dijesen a Ammë y Ada lo bien que lo he hecho, en lugar de oír hablar de ti todo el tiempo.

— ¿Hablan de mí?» Preguntó Elladan, espabilándose un poco.

—Todo el tiempo. —Dijo Elrohir un poco malhumorado. —Sobre lo bueno que eres en todo y lo orgulloso que Ada debe estar de ti, y de cómo crecerás para ser un gran capitán cuando seas mayor. Nunca dicen nada sobre mí.

—Oh— Elladan dijo preocupado y frunciendo el ceño mientras pensaba. No era una sorpresa que nunca le hubiera felicitado cuando ganaba. Estaba seguro de que él no disfrutaría en absoluto de las competiciones si perdía todo el tiempo. Sonriendo un poco, se inclinó para darle una palmadita en el hombro a su hermano.

—Seguro que lo harán mañana, Ro.