Para decepción de los gemelos, tras llegar a casa y contarle a todo el mundo todo lo que les había ocurrido en aquel día tan excitante y hablarles del nuevo juego que habían aprendido, Celeborn se había desplomado en una de las sillas de la terraza y se había negado a moverse, incluso cuando se había visto tentado con el ofrecimiento de practicar esgrima o tiro con arco. Al cabo de un rato, Celebrian se apiadó de su padre y envió a los dos muchachos a jugar a otra parte. Elrohir fue a buscar su flauta y salió corriendo para recibir una lección con Erestor y Elladan fue enviado a jugar con sus amigos a la pradera o los bosques.
Desgraciadamente, Elladan no estaba seguro de querer jugar con sus amigos aquel día. Tenía la preocupación de que los muchachos de su grupo de entrenamiento estuvieran allí y si había muchos, era muy posible que no le dejasen unirse al juego. Aunque Iorwë vendría corriendo a jugar con él si se lo pedía, Elladan no quería jugar con alguien más pequeño que él todo el tiempo. Y, en cualquier caso, si Iorwë jugaba con él demasiado, muchos comenzarían a portarse mal con él y no quería eso.
Perdido en sus pensamientos, Elladan caminó sin rumbo fijo a donde sus pies le llevaban, pasando entre los árboles, atravesando las praderas y llegando hasta cerca del río. Todavía no se sentía con ganas de unirse al ruido y las actividades de los juegos, así que caminó despacio siguiendo el lindero del bosque hasta una pequeña hondonada donde solían hacer fuertes de nieve en invierno. Estaba orientada hacia el Sur y protegida de los duros vientos por un empinado muro de roca que estaba cubierto por hiedra y enredaderas. El suelo de la hondonada estaba lleno de hojas secas y heno que se había acumulado tras la siega de uno de los campos vecinos. El sol brillaba con fuerza entre los escasos árboles de la zona, y desde allí podía ver a los otros muchachos jugando a las redes. Un juego donde los niños se turnaban para intentar atravesar las manos unidas del equipo contrario. Era uno de sus juegos favoritos, pero aquel día no se sentía con ánimo para jugar.
Quería pensar acerca de lo que Elrohir había dicho. Ya no estaba seguro de querer ganar. No, si significaba tanto para su hermano. Quizá lo justo fuese que se turnasen para ganar. Incluso si eso significaba tener que hacerlo mal delante de todo el mundo. Si perdía, entonces los otros chicos del grupo de entrenamiento ser reirían de él, contentos de tener algo con lo que atormentarle. Todo el mundo pensaría que era realmente malo con el arco si había estado practicando con Glorfindel y seguía sin poder disparar bien. Quizá incluso Glorfindel estaría avergonzado de él, cuando viese lo mal que se le daba. No quería que la gente se avergonzase de él o le tuviera lástima. Pero si ganaba, no creía que la victoria fuera a sentarle tan bien ahora que sabía cómo se sentía Elrohir.
—Juegan a eso en las playas.
Una voz habló con tristeza por encima de él y Elladan, sorprendido, retrocedió hasta quedarse pegado a la roca. Le llevó un momento identificar la voz como la del Constructor de Barcos y, juzgando la sombra que caía sobre la hondonada, Mithrandir estaba con él. Avergonzado por no haberlos oído aproximarse, Elladan se quedó completamente inmóvil intentando no respirar para evitar ser descubierto. Aunque la roca que tenía detrás era más alta que él, no había duda de que al Constructor de Barcos le llegaba por la cintura y ofrecía poco camuflaje si alguno de los dos invitados miraba hacia abajo.
—Recuerdo que él les enseñó ese juego.
—Los hizo muy felices—. Lo consoló Mithrandir. Elladan dedujo por la sombra que Cirdan estaba mirando en dirección opuesta a él, hacia los árboles. —Estoy seguro de que Elrond les ha enseñado las reglas a sus hijos.
—A él le habría encantado conocerlos. Son buenos chicos—. Dijo Cirdan lentamente y luego habló con más brusquedad. —Aunque son pequeños y tontos como todos los niños. Mira los barcos que intentan hacer navegar. ¿Es que no tienen sentido común?
Mithrandir se echó a reír con aire tolerante. Ya había oído a Cirdan hablar largo y tendido sobre las habilidades de los niños de Imladris construyendo barcos. Había sido él mismo el que lo había acompañado al atravesar un puente, donde un grupo de jóvenes estaban botando trozos de corteza atravesados por un palo y una hoja, o modelos crudamente tallados. El Constructor de Barcos no soportaba a los tontos, incluso si tenían una pequeña fracción de su edad.
—Un poco de atención al detalle y un poco de sentido común al elegir el diseño. ¿De qué sirve una vela si no puede girarse hacia el viento?— Dijo Cirdan bruscamente, frunciendo el ceño al recordar lo a menudo que los pequeños barcos habían volcado y la decepción de los niños al contemplarlos. —Alguien debería explicarles los principios. Si entendieran...
Elladan puso mala cara. Arrugó la nariz y al entrechocar las manos hizo un ruido parecido al sonido de un ganso. Lord Cirdan tenía que ver siempre el lado malo de las cosas. Él mismo había hecho un bote en una ocasión, y aunque no era ni de lejos tan bonito como su apreciado regalo, se había sentido orgulloso de él. Y lo había diseñado él solo, sin que nadie le ayudase.
— ¿Has...?—. Preguntó Cirdan con un tono de perplejidad en la voz, mirando a su alrededor para encontrar la fuente del sonido. Estaba casi seguro de haber oído un ligero ruido, pero su compañero no parecía ser consciente de la perturbación.
Más preocupado de lo que estaba preparado para admitir, Elladan contuvo la respiración y se apretó contra la roca, enroscando los puños con fuerza en torno a los gruesos tallos de la hiedra. Lord Cirdan ya tenía un mal concepto de él, y por culpa de aquello, su padre lo tendría también. Si lo encontraba de nuevo, estaría metido en un buen lio.
Por un instante creyó haber escapado a la reprimenda. Oyó a Mithrandir diciendo:
— Quizás haya sido un pájaro. Vamos, por qué no les explicáis vos mismo a los niños...
—Que...— La tentadora sugerencia no había disuadido a Cirdan de continuar su búsqueda, puesto que se oyó un crujido y alguien lo agarró por la parte de atrás de su túnica y lo arrastró hacia arriba—. ¡Tú otra vez!
Encogiéndose al ver el exasperado tronar del Constructor de Barcos, Elladan le puso mala cara a su captor y se retorció violentamente para que lo soltase. Aquello no era culpa suya. ¿Cómo se supone que iba a dejar de oír conversaciones ajenas, si la gente no recordaba comprobar que no hubiera nadie que pudiera oírlas accidentalmente? Él había llegado a aquel escondite primero y no era culpa suya que Lord Cirdan hubiese decidido pararse allí a hablar.
—Un pequeño espía, ciertamente— La voz de Cirdan fue cortante mientras observaba al muchacho pero, para alivio de Elladan, no parecía tan enfadado como la vez anterior. Estaba más resignado que otra cosa. —No me gustan los entrometidos, Maese Elladan.
Ardiendo por dentro al oír un comentario tan injusto, Elladan miró mal al anciano elfo y dio patadas al aire hasta que fue devuelto al suelo.
— ¡No estaba escuchando!— Elladan se puso las manos sobre las caderas y estiró el cuello para lanzarle al Constructor de Barcos una mirada llena de odio. —Deberías asegurarte de estar en el sitio correcto antes de decir cosas importantes. ¡Yo no hablaría de escaparme de mi cuarto por la noche en frente de Ada!
Las pobladas cejas del Constructor de Barcos se alzaron risueñas al oír aquello y miró a Mithrandir con una expresión que Elladan no entendió. La boca del mago temblaba como si quisiera reírse y las arrugas alrededor de los ojos se hicieron más profundas.
—Ha sido advertido, Maese Constructor de Barcos—. Mithrandir dijo solemnemente, y luego añadió en tono bromista. —Considérate afortunado de no encontrarte con una espada apuntando a tu cuello.
Los dos adultos comenzaron a reírse y sintiéndose el blanco de una broma que no entendía, Elladan aprovechó la distracción para escabullirse y unirse a sus amigos. A veces no entendía en absoluto a los mayores.
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—Estamos listos—. Celebrian terminó de atar con una tira de cuero la última de las trenzas de Elrohir y se puso de pie, usando una mano para girar al muchacho con suavidad y contemplar el resultado. Se había tomado muchas molestias con el pelo de sus hijos, sabiendo que querrían correr y saltar y trotar con los otros jóvenes elfos. Estaba segura de que incluso el más cuidadoso trenzado acabaría deshecho con aquel tratamiento. —Tened cuidado con vuestras diademas.
Con cuidado, abrió las cajas de madera con los nombres de los niños y la insignia de Imladris grabada sobre la tapa y levantó uno de las pequeñas diademas de plata del forro de terciopelo. Habían sido un regalo al nacer los gemelos y aunque estaban adorables llevándolas, a ella siempre le había causado un poco de ansiedad que accidentalmente se golpearan en los ojos con sus puntas romas.
—Elladan—. El gemelo mayor dio un paso hacia delante y ella colocó la diadema sobre la oscura cabeza, arrodillándose de nuevo para asegurarse de que quedaba derecha y luego repitió el mismo ritual con su hijo menor. —Estáis adorables.
Los gemelos estaban indistinguibles aquella noche para todo el mundo salvo la familia más íntima. Iban vestidos de manera idéntica con sus zapatos de gala, las túnicas de pálida seda azul y las diademas a juego. En un par de años, Celebrían pensó con un poco de tristeza, serían lo suficientemente mayores para llevar camisas y calzas debajo de las túnicas, y después de eso, ropajes formales de tonos que complementasen el de su padre. Aquella noche, a pesar de su prisa por ser mayores para poder llevar botas y manejar espadas, ambos se habrían quejado amargamente si les hubieran forzado a ponerse las ropas que su esposo iba a llevar. Era una noche de calor sofocante, sin apenas brisa, y los gemelos se alegraron de llevar los brazos y las piernas al aire.
— ¿Estamos preparados?—. Elladan saltó con un pie y después con otro. No se sentía enteramente cómodo con la sensación de pesadez de sus nuevos zapatos. Estaba ansioso por que empezase la celebración; especialmente por los pasteles y las pastas que había visto llevar con anterioridad a la Sala. Todo parecía estar tardando demasiado. Si no se daban prisa, entonces los soldados de la Guardia se lo habrían comido todo para cuando llegasen.
— ¿Podemos leer nuestro libro mientras esperamos, Ammë?— Elrohir le dio un tirón a la mano de su madre para llamar su atención. Otro de los regalos que habían recibido al nacer había sido un libro bellamente ilustrado sobre eras pasadas y aunque los muchachos eran todavía bastante jóvenes para manejar un libro tan espléndido, se les permitía leer y admirar las imágenes cuando estaban esperando a que sus padres terminasen de vestirse en las ocasiones formales. El cuidado con el que los gemelos trataban el libro generalmente aseguraba que sus ropas permaneciesen inmaculadas también.
—Por supuesto—. Celebrían apretó la mano de Elrohir y extendió la palma de la otra mano para que Elladan la cogiese. —Si ambos tenéis mucho cuidado.
—Siempre tenemos mucho cuidado—. Elladan deslizó su mano dentro de la de su madre y comenzó a tirar de ella hacia la puerta de salida. —Y no hay nada con lo que pueda ensuciarlo. Estoy demasiado limpio, Ammë.
Riéndose, Celebrian permitió que la llevasen por el pasillo que se dirigía a su habitación. Se había bañado y se había puesto la ropa interior antes de vestir a los muchachos, pero para prevenir arrugas y accidentes, raramente se ponía el vestido que había elegido hasta los últimos minutos antes del evento. Con un poco de suerte su esposo estaría casi listo y como ella le había dejado la ropa preparada tendría poco que hacer, excepto asegurarse de que su diadema estaba derecha y sus puños abotonados. Los semi-elfos podían ser increíblemente descuidados con los pequeños detalles y, siendo sincera, a veces se preguntaba como su esposo se las arreglaba sin ella. Pensó que no quería saber lo a menudo que se había cambiado la camisa interior durante aquellos largos siete años que había pasado en Mordor.
El trio entró en el dormitorio principal y los gemelos se separaron de su madre para tirarse con alegría sobre la cama, rebotando un par de veces para no quedarse cortos.
— ¡Mira, Ada! ¡Túnicas nuevas!— Elrohir se puso de rodillas para señalar orgullosamente la seda azul pálido.
— ¡Túnicas nuevas, Ada!— Elladan se estiró sobre los cojines, extendiendo los brazos todo lo que pudo para dejar la marca de su cuerpo en el mayor espacio posible.
—Eso está muy bien, chicos—. Elrond dejó de concentrarse en el complicado patrón de la trenza para mirar a sus hijos saltar en el reflejo del espejo. Aquellas mismas túnicas les habían quedado un poco grandes en la celebración de comienzo del verano, pero ahora las llenaban de un modo aceptable.
—Y Ada está muy guapo también, ¿no es verdad?— Preguntó Celebrían con un ligero tono travieso, poniéndose de puntillas para besar a su esposo suavemente en la mejilla. Los semi-elfos eran ligeramente más sensibles al calor que los elfos normales y Elrond tenía una mirada de ligero fastidio al contemplar la idea de tener que llevar aquella toga de pesado terciopelo sobre su camisa y sus calzas.
—Muy guapo, Ada—. Elrohir asintió con seriedad y le sonrió a su padre, feliz en secreto de que faltasen varios años para que tuviera que vestirse con aquellas pesadas ropas.
— ¡Me alegro de no tener que llevar eso!— Elladan arrugó la nariz y señaló la toga que estaba colgando del respaldo de la silla. —Parece que da mucho calor y pica.
—Tienes razón, Elladan—. Dijo Elrond con voz pesarosa mientras terminaba de trenzar su pelo. —Aunque es, ciertamente, de muy buena calidad
Riéndose suavemente, Celebrian entró en la frescura del cuarto de baño, dejando a su esposo a cargo de sus dos nerviosos hijos.
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—Eres muy hermosa—. Elrond cogió la mano de su esposa mientras caminaban por el pasillo del ala sur hasta el cuarto de estar, donde iban a reunirse con sus invitados. Con un simple vestido de seda blanca y mostrándose tan feliz, no necesitaba el poder de su madre para brillar. La sencilla tela del vestido tenía un tono iridiscente bajo las lámparas y los colgantes de mithril y plata que llevaba en su pelo lo hacían resplandecer reflejando los parpadeantes rayos de luz.
—La noche es hermosa—. Le corrigió Celebrian suavemente, girando ligeramente la cabeza para esconder su sonrisa y sus mejillas sonrojadas. —Espero que...
— ¿...se comporten?— Elrond terminó la frase por ella, mirando a sus hijos que estaban correteando de lado a lado de la habitación, exclamando al ver la decoración y saltando para intentar coger las grandes polillas que revoloteaban alrededor de las lámparas. —Estoy seguro de que lo intentarán.
—Espero que no se aburran demasiado. Será duro para ellos—. Celebrian se mordió el labio ligeramente mientras contemplaba a sus hijos. Habían acordado que para acostumbrar a los niños a comportarse debidamente en los actos oficiales, a esa edad debían sentarse y hablar con los demás invitados o participar en los bailes tradicionales en lugar de jugar con sus amigos.
—Estarán bien—. Elrond dijo con orgullo y luego añadió bromeando. —A esa edad, a mi hermano y a mí nunca nos mostraron tanta comprensión.
— A esa edad, Maese Elrond...— comentó una voz profunda detrás de ellos y Elrond se dio la vuelta sorprendido al encontrar al Señor de los Puertos detrás de él, —estabas demasiado ocupado persiguiendo a nuestros pobres invitados para obtener respuestas antes que ninguno de nosotros.
—Yo...Yo...— Elrond abrió la boca para mostrar su indignación, intentando no echarse a reír como Celebrian. —Era simplemente un niño curioso...un niño brillante.
El señor de Imladris asintió sintiéndose satisfecho y luego le sonrió de un modo bromista al Constructor de Barcos.
—Tan brillante como una candela, sin duda— Dijo Cirdan levantado las cejas de forma inquisitiva.
—Sí—. Asintió Elrond mirando a Cirdan con una expresión dubitativa. Con el Constructor de Barcos las cosas nunca eran tan simples.
— ¿Sí?— Un tono de sorpresa fingida tiñó la voz del anciano elfo.
—Sí— Repitió Elrond, preguntándose que estaba maquinando el elfo marino. Los Teleri eran un pueblo extraño y curioso.
—Sí, el intelecto te ardía como una llama...— Cirdan se pasó una mano por la barba con aire pensativo, —parpadeando apropiadamente, sin duda—
—Ay...— Elrond dejó de hablar de repente y atravesó al Constructor de Barcos con una mirada, pero no se le ocurrió ninguna contestación apropiada.
— ¿Parpadeando?— Preguntó Glorfindel con amabilidad, aproximándose desde atrás, y los unió a todos en un improvisado abrazo colocando la mano en el hombro de cada uno de sus amigos. Poniendo los labios junto a la oreja del medio elfo, susurró de manera extremadamente audible. —La llama imperecedera, Peredhil. La llama imperecedera.
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—No me gusta bailar—.Se quejó Elladan a su hermano mientras ambos estaban sentados en el borde de un banco, mirando como su madre y su padre dirigían un baile Teleri que ellos no conocían.
—Bailaste en la fiesta de Mitad del Invierno—. Replicó Elrohir sin prestarle mucha atención. Estaba concentrado en los pasos de baile de los bailarines. La música de aquel baile era hermosa y la próxima vez que la tocasen quería unirse. Los elfos marinos estaban cantando mientras bailaban y, a pesar de que no conocía todas las antiguas palabras, Elrohir se unió en voz baja y cuando no conocía la letra movía los labios como si cantase.
—La fiesta de Mitad del Invierno es muy divertida—. Elladan se detuvo un momento para contemplar como su madre giraba cogida de la mano de su padre y tomaba la de Glorfindel. No comprendía como un guerrero tan valiente como Glorfindel pudiera disfrutar trotando y dando saltitos por toda la sala. — ¡Esto es estúpido!
A pesar de que su Ada y su Ammë se estaban riendo y parecían pasárselo bien, él prefería los bailes de la fiesta de Mitad del Invierno. Entonces todos se cogían de las manos y cantaban canciones alegres mientras giraban, dando saltos cada vez más rápido, alrededor del gran árbol. Aquello parecía consistir más en dibujar figuras e intentar no pisarse los unos a los otros, que en divertirse. Un pobre miembro de la guardia había pisado el vestido de una doncella elfa y ella lo estaba mirando como si fuese culpa de él. No debería llevar algo tan largo y resbaladizo si no quería que lo pisaran.
— ¡No lo es!— Dijo Elrohir lleno de alegría, levantándose tan pronto como la música cesó de sonar y corriendo hacia su madre. — ¡Baila conmigo, Ammë! ¡Baila conmigo!
—Estaré encantada de hacerlo, pequeño mío—. Celebrian cogió la mano extendida del niño y le lanzó a su esposo una mirada de disculpa. —Y entonces bailaré con vuestro Ada de nuevo.
Sonriendo con satisfacción, Elrohir arrastró a su madre hasta el centro de la pista de baile mientras su padre caminaba hacia Elladan, que estaba sentado.
—Elrohir ya ha dominado el truco de robarle la pareja a otro—. Elrond sonrió de oreja a oreja mientras contemplaba a Celebrian guiar a su hijo siguiendo los pasos de baile. — ¿Te estás divirtiendo, Elladan?
—No— Elladan respondió con un tono que sugería que su padre ya debería saber la respuesta. —Esto es completamente estúpido, Ada.
— ¿Lo es?— Elrond se echó a reír al ver la cara de disgusto de su hijo mayor y envolvió con su brazo los encorvados hombros del muchacho. —Es bastante divertido cuando estás con una doncella a la que aprecias.
—No me gustan las chicas—. Elladan frunció el ceño y miró con anhelo hacia la esquina donde los otros niños estaban jugando y riéndose. Unos cuantos se habían unido al baile y estaban cogidos de las manos en una larga fila, saltando y pasando entre los elfos mayores. ¿Puedo bailar con ellos, Ada?
Elrond miró a la pequeña cadeneta de niños y se giró hacia su hijo. Era mejor para el muchacho que estuviera bailando en lugar de sentarse solo y no había muchas parejas de baile para él. El baile acababa de terminar y Celebrian parecía tener dificultades para evitar que Elrohir separase a una pareja recién prometida que claramente no deseaba cambiar de compañero de baile. Aunque estaba seguro de que Galadriel bailaría con los muchachos si se lo pedían, se entretendrían más si bailaban con alguien de su tamaño.
—No veo por qué no. Ten cuidado de no hacer tropezar a nadie.
— ¡Lo haré, Ada!— Elladan bajó del banco de un salto, aterrizando sobre sus manos y sus rodillas, antes de correr a llenar un hueco en la cadeneta entre el primo de Iorwë y la hermana de Andüne.
— ¡Pórtate bien!— Exclamó Elrond mientras Elladan se alejaba y se apresuró a buscar a su esposa para reclamarla como pareja, y justo a tiempo, porque su entusiasta amigo Glorfindel había comenzado a aproximarse con un brillo travieso en los ojos
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— ¡Pero no es justo!— Se quejó Elladan en voz alta, señalando acusadoramente el banco donde Cirdan estaba sentado en solitario, rodeado por virutas de madera del bloque que estaba tallando. — ¡A él no le obligáis a bailar! ¿Por qué no puedo sentarme allí?
Los otros niños se habían cansado de bailar y Elladan se había visto forzado a volver al banco a conversar educadamente y contemplar a los bailarines. A su hermano no parecían faltarle parejas, sonriendo con dulzura a cualquiera que le gustase, sabiendo que pocas doncellas podían resistírsele. Se había sentido contento contemplando a todo el mundo y hablando con uno de los elfos de la guardia, que no podía bailar porque tenía un pie herido. Pero entonces su Ammë había venido y le había dicho que tenía que unirse al baile. Aparentemente, escuchar una vívida descripción del decapitamiento de un orco no era una manera adecuada de pasar la velada.
Celebrian miró rápidamente la cara de enfado de su hijo y luego a la severa figura del Constructor de Barcos.
—Eru dame paciencia. ¡Elladan! Si lo que quieres es quedarte sentado en una esquina, hazlo. Habla con Lord Cirdan si quieres. ¡Quizá el piense que tienes mejores modales!
Bastante molesto por las palabras de su madre, Elladan marchó hacia el banco donde el Constructor de Barcos estaba sentado y se detuvo a un par de pasos delante de él, mirándolo con seriedad. Ahora que había conseguido lo que quería, no sabía que debía hacer. Parecía de mala educación sentarse junto a alguien tan importante como Lord Cirdan sin haber sido invitado, pero no podía volver con su familia. Su madre y su padre estaban dándose la mano, muy cerca uno del otro mientras bailaban y mientras tanto hablaban en voz baja entre ellos. Elladan sospechaba que sobre él. Entonces su padre vendría y le reñiría por ser tan maleducado y le obligaría a disculparse con su Ammë. No era que no quisiera hacer las paces con su Ammë de nuevo, pero no le gustaba que le obligaran a hacer cosas, como si él fuese incapaz de disculparse por sí mismo si le daban tiempo.
Ignorando la pequeña y testaruda silueta ante él, Cirdan giró entre sus manos la sección del casco que había tallado, frunciendo el labio al detectar una ligera irregularidad en el grosor de la madera.
— ¡Lord Cirdan!— Exigió Elladan con voz imperiosa, cruzando los brazos con fuerza sobre su pecho.
—Maese Elladan—. Cirdan levanto la vista un instante para mirar al muchacho y luego volvió a atender lo que estaba haciendo. — ¿Puedo ayudar?
Irritado por el aparente desinterés del otro elfo, Elladan hizo un puchero de mal genio. Una de las lazadas de sus zapatos se había deshecho y podía notar el suave metal de su diadema cayendo sobre su oreja izquierda. Su túnica estaba arrugada y tenía un par de manchas de frambuesa de un color rojo intenso. Ya no se sentía fresco o adorable. Nadie quería enseñarle a hacer barcos, igual que nadie quería bailar con él.
—Enséñame como hacer barcos—. Exigió Elladan de mal humor y entonces, dándose cuenta de lo terriblemente maleducado que sonaba, añadió, más para evitar una reprimenda que por ser educado: —Por favor, Lord Cirdan.
El Constructor de Barcos no levantó la vista de su trabajo.
—No
Elladan se detuvo, con la boca ligeramente abierta mientras contemplaba al viejo elfo marino. Era intolerablemente maleducado y desagradable. No era justo.
— ¿Por qué no? Yo quiero que lo hagas.
Cirdan dejó a un lado el casco de madera rudamente tallado y la garlopa para mirar con seriedad al muchacho. Era obvio que se sentía frustrado y enfadado, y si estaba demasiado enojado para bailar o cantar, todavía lo estaba más para iniciarse en el arte de construir barcos.
—Porque no tengo ganas—. Dijo Cirdan con voz neutral y luego miró hacia un banco vacío que estaba bien surtido de almohadones. — ¿Por qué no te sientas por allí?
— ¡Porque no tengo ganas!— Exclamó Elladan en voz alta, atrayendo las miradas curiosas de algunos de los elfos cercanos. Prefería bailar a sentarse solo en una esquina mientras todo el mundo se preguntaba que había hecho para merecer semejante castigo. — ¡Quiero que me enseñes como hacer barcos!
Cirdan lo ignoró y terminó de suavizar las formas del casco del barco de forma constante y calmada. Frunciendo el ceño, Elladan apoyó el peso de su cuerpo sobre un pie y luego sobre el otro, contemplando con atención las manos del Constructor de Barcos.
—No entiendo por qué te quejas de nuestros barcos si no estás dispuesto a enseñarme como hacer uno bien—. Elladan frunció el ceño con testarudez, con un puño enroscándose en la seda del lado izquierdo de su túnica hasta convertirla en una bola arrugada. —No tiene sentido.
Cirdan gruñó y cogió un pequeño cuadrado de lija para suavizar las bastas esquinas de su trabajo.
—Me gustaría hacer un barco—. Dijo Elladan en voz muy alta, y miró fijamente al Constructor de Barcos con tanta intensidad y ferocidad que el elfo marino podía haber ardido hasta convertirse en polvo. Podía oír a los demás bailando y muchas voces dulces cantando detrás de él, pero parecía totalmente empeñado en conseguir lo que quería. No podía volver con sus padres, de todas formas. No cuando había hecho enfadar a su Ammë.
—Me esforzaré mucho.
— ¡Oh, muy bien!— Dijo Cirdan al fin, con aire de sentirse terriblemente frustrado, y antes de que Elladan pudiera responder lo había levantado del suelo y sentado firmemente en su regazo. —Te enseñaré.
Sorprendido por aquella acción repentina, Elladan permaneció mudo un par de minutos, escuchando atentamente mientras Cirdan se embarcaba en una clase magistral acerca del diseño y construcción de barcos de juguete. Entonces, mientras el elfo marino se inclinaba hacia delante, mostrándole cuidadosamente como elegir la sección de madera con la que hacer el casco del barco, Elladan se relajó y se apoyó contra el cuerpo del elfo mayor.
Cuando Celebrian volvió a mirar hacia la esquina para ver que estaba haciendo su hijo, encontró a Elladan felizmente sentado sobre el regazo del Constructor de Barcos, hablando sin parar, mientras una gran y callosa mano guiaba los movimientos de la suya. Su preocupación disminuyó bastante y se giró hacia su marido y los trovadores. No se había perdido la pequeña sonrisa medio escondida bajo la barba del Constructor de Barcos.
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Finalmente, cuando cesó la música de la última canción y la alegre compañía comenzó a desplazarse hacia la Sala de Fuego para cantar y recitar poemas, Celebrían llamo a sus hijos y envolvió un brazo alrededor de los hombros de cada muchacho. A pesar de la testarudez de Elladan y el excesivo entusiasmo de Elrohir, se habían portado realmente bien y parecía una lástima negarles un rato de juegos como recompensa.
— ¿Os lo habéis pasado bien?— Celebrian cogió a sus hijos de la mano y los llevó a una esquina tranquila de la habitación para hablar. —Estoy orgullosa de vosotros.
Elrohir sonrió de oreja a oreja, pero Elladan se puso colorado y se frotó el tobillo con el zapato. Segura de que podía ver diminutas lágrimas en los ojos grises, Celebrian abrazó a su hijo mayor con más fuerza. —Estoy orgullosa de ti también, mi Elladan.
—Lo siento, Ammë—. Elladan enterró la cara en la falda del vestido de su madre y apretó con todas sus fuerzas su mano.
—No pasa nada, pequeño mío— Celebrian le colocó un mechón, que se había soltado de la trenza, detrás de la oreja y se arrodilló para besarle en la mejilla. —Creo que has hecho que Lord Cirdan se haya sentido más feliz.
Elladan miró en dirección al Constructor de Barcos y arrugó la nariz.
—Es muy gruñón, Ammë.
Celebrian se rio con ganas y se llevó la punta del dedo índice a los labios, abrazando a sus dos muchachos.
—Os habéis portado muy bien. ¿Por qué no vais a jugar un rato antes de que empecemos a cantar?
Los gemelos se miraron entre sí un instante, con las sonrisas ensanchándose en sus caras y luego apresuradamente le entregaron a su madre las diademas y los zapatos y se dirigieron a toda prisa hacia a una esquina libre de la habitación para unirse a sus amigos corriendo, saltando, deslizándose, derrapando, riendo, chillando y otras cosas que los pequeños elfos solían hacer.
