Siendo muy pequeños, cada uno de los gemelos había recibido como regalo un pequeño juego de cubertería, ideal para sus diminutas manitas. Aunque los muchachos, hacía ya varios años, habían decidido que eran mayores para arreglárselas con los cubiertos de tamaño normal, todavía usaban sus viejas cucharas y cuchillos, sobre todo a la hora del desayuno. Las diminutas cucharas tenían el tamaño ideal para rascar los últimos trozos de clara dentro de la cáscara del huevo.
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— ¡Quiero quedarme segundo!—. Elladan le sonrió lleno de alegría a su madre, usando el cuchillo de la mantequilla para cortar la parte de arriba de su huevo con un sonido silbante.
Celebrian frunció ligeramente el ceño al oír aquellas palabras, pero nadie se dio cuenta, porque ambos gemelos habían centrado toda su atención en su padre, que acababa de coger la cáscara de huevo a una fracción de segundo de que impactase con su camisa.
—Eso ha sido muy rápido, Ada—. Los ojos de Elladan se abrieron como platos y su voz tenía un claro tono de asombro, mientras su padre colocaba con calma la cáscara de huevo en su plato. Si alguien podía coger cosas así, entonces también sería capaz de agarrar flechas en el aire.
— ¡Hazlo otra vez, Ada!— Elrohir agitó la mano al otro lado de la mesa, intentando quitarle el cuchillo de las manos a su hermano. — ¡Déjame intentarlo! ¡Elladan!
— ¿Puedo probar con flechas?— Elladan sostuvo el cuchillo por encima de su cabeza con una expresión satisfecha, disfrutando de la ocasión de sacar de quicio a su hermano. — ¡No, Elrohir! ¡Yo voy primero! Dime, Ada, ¿Es por eso por lo que no te mataron los orcos?
—Elladan—. Celebrian sacudió la cabeza con firmeza y le quitó el cuchillo de la mano a su hijo mayor mientras con la otra obligaba a Elrohir a volver a sentarse en su silla. El gemelo pequeño se había apoyado en la mesa para intentar coger el cuchillo y se había manchado la túnica con confitura de fresa y migas de pan. —Si no coméis rápido, llegaréis tarde.
Ambos muchachos se pusieron nerviosos al oír la advertencia de su madre y comenzaron a comer a toda prisa trozos de pan y mantequilla cubiertos de huevo, resueltos a no perder un instante hablando.
Los jóvenes tendrían una mañana especial de juegos y diversión que culminarían en el torneo de arquería y un picnic especial. Después, pasado el mediodía, se les permitiría ver a algunos de los elfos mayores demostrar sus habilidades. Ninguno de los gemelos quería llegar tarde.
Riéndose en voz baja, Elrond compartió una mirada divertida con Celebrian y luego se giró hacia los muchachos.
—No, Elladan, las flechas son demasiado rápidas para poder cogerlas. Es más fácil esquivarlas o agacharte si oyes una venir.
Elladan asintió despacio mientras terminaba de masticar y tragar, pero en el momento en el que su boca quedó vacía su frente se arrugó ligeramente por el desconcierto.
—Ah—. Elladan hizo una pausa, chupando el extremo metálico de la cuchara mientras reflexionaba, tratando de expresar con palabras lo que estaba pensando. — ¿Se te da bien esquivar, Ada?
—Supongo que lo hago bastante bien—. Elrond dejó su propia cuchara junto al plato mientras consideraba la pregunta de su hijo. Algo en el tono del muchacho le advirtió de que había algún sentido oculto para la pregunta. — ¿Por qué lo dices?
— ¿Mejor que todos los demás? — Persistió Elladan, colocando con sigilo sus codos sobre la parte de arriba de la mesa — ¿Mejor que toda esa gente que murió?
— ¿Mejor que Glorfindel?— Añadió Elrohir amablemente y se encogió de hombros cuando Elladan le lanzó una mirada de enfado.
—Glorfindel murió también.
—Glorfindel no cuenta—. Dijo Elladan con firmeza, mirando mal a su hermano. —Glorfindel luchó contra un Balrog.
Sonriendo al oír el obvio orgullo en la voz de Elladan, Elrond tomo nota mentalmente de burlarse un poco de su amigo después y sacudió la cabeza.
—No Elladan. No era mejor que muchos de mis amigos. Más de una vez fui afortunado al evitar que me hirieran de gravedad. No importa lo buen soldado que se pueda llegar a ser, hay que tener sensatez y tomar las decisiones correctas, e incluso así, mucho se determina por la suerte.
—Oh—. Los gemelos compartieron una mirada de sorpresa y Elladan se giró a su padre con el ceño fruncido.
— ¡Pero eso no tiene sentido, Ada! No sería justo si todo fuese cuestión de suerte. Quizá fueses mejor que ellos, pero no lo sabías.
—Sí, —añadió Elrohir ansiosamente, —quizá fueran lentos corriendo o no llevaban su armadura.
—No, muchachos—. Elrond sonrió con tristeza y sacudió la cabeza lentamente. —Muchos de los que murieron eran mejores guerreros que yo. En asuntos de vida o muerte, poco importa salvo los deseos de Iluvatar.
Elladan y Elrohir se miraron el uno al otro, con la incredulidad grabada en sus caras. Entonces Elrohir miró con curiosidad a su padre.
— ¿Cómo elige Iluvatar entonces, Ada?—. Elrohir trazó con un pequeño dedo el bordado de flores en el ribete del mantel. — ¿Por qué no te moriste?
Elrond hizo una pausa durante unos instantes y luego sonrió a su familia y dijo simplemente: —Soy afortunado.
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— ¡Iorwë!
— ¡Andúnë!
Con gritos de alegría, los gemelos echaron una carrera sobre la hierba hacia sus amigos sin apenas pararse a mirar hacia atrás. Pronto, voces felices y risas nerviosas les dieron la bienvenida. En unos instantes ambos gemelos habían desaparecido entre una multitud de pequeños elfos. Abandonados en el camino que llevaba a las grandes praderas, donde los acontecimientos iban a tener lugar, Elrond y Celebrian se miraron el uno al otro y sonrieron.
—Se hacen mayores—. Comentó Elrond de manera desapasionada, levantando una ceja ligeramente y curvando la boca hacia arriba en una sonrisa mientras le ofrecía la mano a su esposa. Ambos muchachos habían arrastrado a sus padres mientras se apresuraban a bajar a las praderas. Tenían muy poco tiempo para detenerse bajo los árboles o admirar el sol de la mañana tocando el agua tranquila de los estanques.
—Un día deberán dejarnos atrás—. Celebrian se mordió el labio ligeramente mientras recorría con la mirada la pequeña multitud de elfos vestidos igual buscando a sus hijos. —Espero que todo vaya bien hoy. Estoy preocupada por ellos.
—Aprenderán—. Elrond cogió la mano de Celebrian entre las suyas y suavemente entrecruzó los dedos. —Han crecido este verano.
Celebrian dejó de mirar a sus muchachos para contemplarse la mano y luego le sonrió a su esposo. Se detuvo un momento para saludar con la mano al pequeño grupo de niños, a pesar de que sus hijos no estaban a la vista, y luego bajó con alegría el camino guiando a su esposo hacia la privacidad de las frescas sombras bajo los abedules.
—Sí, es cierto.
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—Veo un castillo.
—No, es la cabeza de un águila...llevando una pipa— dijo alguien con aire soñoliento mientras miraban las perezosas nubes vagar por el azul brillante del cielo.
—O Mithrandir, pero sin su sombrero, una nariz más grande y sin pelo—. Sugirió Elrohir un poco adormecido, parpadeando para ajustar la vista al brillo del sol. Las praderas se llenaron con las rítmicas notas de una melodía tradicional y si miraba hacia abajo, más allá de su estómago, donde se encontraba el tramo más bajo del valle, podía ver pequeñas figuras borrosas saltando, esquivándose unas a otras y tejiendo formas entre ellas. Llevaban túnicas del mismo color azul que los acianos, los rosas y los púrpuras de los geranios salvajes o el amarillo claro de las prímulas y con el olor de la hierba seca, el musgo y el susurro de las hojas detrás de él, casi podía imaginárselas como flores siendo arrastradas por el viento.
— ¡Esto es aburrido!— Se quejó Elladan, dándole un codazo a su hermano en el estómago que provocó que el gemelo más joven tuviera que sentarse apresuradamente. —Todo lo que hacen es saltar una y otra vez y volver a empezar. Es estúpido. ¡Todo el mundo se habrá ido a dormir para cuando nos toque a nosotros!
Se había decidido que en aquella ocasión las chicas mostrarían lo que habían aprendido en primer lugar… Aquello significaba que los grupos de entrenamiento de los gemelos tenían que permanecer sentados en silencio sobre un pequeño montículo bajo la sombra de varios árboles mientras esperaban su turno. Aunque sus maestros de entrenamiento les habían permitido tumbarse para jugar a encontrar formas en las nubes, o cerrar los ojos y mover las manos por el aire intentando jugar a pillarse sentados o tirar pequeñas piedrecillas a otras más grandes que estaban un poco más lejos, muchos de ellos estaban encontrando difícil pasar el rato.
—Es bonito—. Elrohir volvió a mirar a las pequeñas bailarinas. Podía verlas con más claridad ahora que estaba sentado y todas estaban sonriendo y riéndose mientras ejecutaban los pasos de baile. Parecía bastante divertido, ahora que podía mirar de cerca. Tenían que ser muy rápidas para evitar chocar unas con otras o levantar todas los brazos a la vez. Había disfrutado del baile de la noche pasada, pero aquello parecía aún más divertido. No hablaban unas con otras como habían hecho durante el baile y las pequeñas elfas no llevaban los largos vestidos que las doncellas elfas utilizaban, así que podían moverse sin impedimentos. Quizá, si lo pedía, la hermana de Andunë podría enseñarle algunos de los pasos de baile. O quizá Ammë pudiera enseñarle. —Creo que parece divertido.
Elladan suspiró ruidosamente y le lanzó una mirada de lástima.
—Son chicas.
Elrohir se encogió ligeramente de hombros y frunció la nariz mirando a su hermano.
—Aun así parece divertido.
—Parece aburrido—. Objetó Elladan y luego se giró desdeñosamente hacia su hermano. —Todo el mundo pensaría que eres una chica si te pusieras una túnica rosa.
—Ada lleva rosa—. Dijo Elrohir con un ligero tono de triunfo. Pero su Ada era mucho más grande que su Ammë, y el llevaba camisas bajo sus ropas en lugar de una túnica al descubierto. Y todo el mundo sabía que Ada era un chico. Si Andúnë se trenzase el pelo como una chica y llevase una túnica púrpura sería idéntico a su hermana. Todo el mundo lo decía. No le gustaría que la gente pensase que Elladan y él eran hermano y hermana por accidente
— ¡No lo lleva!—. Exclamó Elladan en voz alta, recibiendo una mirada de advertencia del Maestro de entrenamiento. Bajando la voz hasta convertirla en un susurro extremadamente audible, se inclinó sobre la oreja de su hermano. — ¡Lleva rojo pálido y solo en algunas ocasiones!—.
Elrohir sonrió con suficiencia a su hermano, sabiendo que aquel gesto lo enfurecería más que cualquier otra cosa que pudiera decir. Entonces, cuando parecía que su hermano estaba a punto de estallar y meter a todo el mundo en un aprieto, añadió para calmarlo:
—No tendría por qué vestirme de rosa, de todas formas. Podría bailar llevando mi túnica de entrenamiento si quisiera.
—Seguirías pareciendo estúpido.
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Finalmente, al aproximarse el mediodía, todos los elfos tuvieron la ocasión de brillar, corriendo en una dirección y en la opuesta sobre cuerdas y lanzando y cogiendo pequeñas pelotas de madera o bolsas de alubias. Sentado confortablemente a la sombra de un gran roble, Elrond contempló a sus hijos con un mal disimulado orgullo. Galadriel y Celebrían se habían marchado a alguna parte para ayudar a preparar la leche y las manzanas para el aperitivo antes del concurso, o quizá para unirse con algunas de las madres que estaban enseñando a sus entusiastas hijas nuevos pasos de baile o danzas. Celeborn había decidido permanecer con Elrond y junto con Glorfindel, los tres estaban sentados pacíficamente bajo los árboles mirando como los niños elfos jugaban.
—Se mueven tan rápido para ser elfos tan pequeños...—. Dijo Celeborn de manera desapasionada, mirando a su alrededor a los pequeños elfos con interés, para que fuese imposible para cualquiera de sus compañeros adivinar qué o quién había incitado el comentario. —Uno no espera que sean tan ágiles todavía.
—No—. Elrond no apartó la vista de su hijo pequeño mientras este corría a toda velocidad por la hierba alta persiguiendo una pelota. —Parece que hace un instante desde que aprendieron a caminar.
—Es cierto—. Dijo Glorfindel con sencillez, cerrando los ojos y echándose hacia atrás para estirarse, evitando convenientemente la mirada de celos que Celeborn le lanzó. Aunque el Señor y la Señora de Lorien habían pasado tanto tiempo como habían podido con su hija y su familia, había muchos momentos preciosos que se habían perdido.
—Todavía me acuerdo...—. Elrond interrumpió lo que estaba diciendo para aspirar aire rápidamente al ver a su hijo correr sobre una cuerda a una velocidad poco prudente. —Ten cuidado, ion nìn.
Los tres elfos adultos contemplaron en silencio como los pequeños elfos alcanzaban el otro lado de la cuerda y saltaban al suelo sin un momento de duda. Relajándose ligeramente, las tres caras élficas se iluminaron con un trio de sonrisas orgullosas antes de recordar que debían permanecer neutrales y volvieron a adoptar expresiones convenientemente desapasionadas.
—Los pequeños se las arreglan bien, ¿no es cierto?—. Dijo Glorfindel con desinterés, echándose hacia atrás para apoyarse contra el tronco de un árbol y girándose para mirar a un elfo particularmente diminuto haciendo el valiente intento de caminar sobre sus manos, para que nadie adivinase de qué pequeños elfos estaba particularmente orgulloso. —Todos ellos.
—Sí que lo hacen—. Celeborn sonrió con alegría mientras Elrohir aprovechaba la oportunidad en un descanso para saludarle agitando la mano. —Sus padres deben estar muy orgullosos de ellos.
Casi secretamente, Elrond sonrió.
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— ¿Mithrandir?—.
El Istar levantó la vista y encontró a uno de los gemelos de pie sobre él, a contraluz. Estaba masticando una manzana y sostenía dos tazas en su mano libre y el bolsillo de su túnica estaba caído bajo el peso de otra fruta.
— ¿Muchacho?—. Mithrandir extendió la mano para coger las dos tazas temblorosas antes de que se cayesen al suelo. —Ven y siéntate—.
Agradecido, Elladan se dejó caer sobre la hierba junto al mago y tras un segundo o dos se sacudió para apoyar la cabeza sobre el brazo del anciano. —Ada ha dicho que tengo que darte esto.
—Tienes mi agradecimiento, Elladan—. Mithrandir tomo la manzana que se le ofrecía, reconociendo al muchacho por la postilla en su rodilla y su expresión de preocupación. Moviéndose ligeramente para poder deslizar un brazo por la espalda del muchacho, Mithrandir le dio un gran mordisco a la manzana y le sonrió. — ¿Te lo estás pasando bien?
Elladan asintió, y luego frunció el ceño y sacudió la cabeza.
Las pobladas cejas de Mithrandir se elevaron inquisitivamente, pero no dijo nada y se limitó a esperar.
— ¡Necesito un poco de magia!— Dijo Elladan ferozmente, lanzando el corazón de la manzana hacia los arbustos con todas sus fuerzas. —Necesito que hagas magia para mí.
— ¿Oh?—. Mithrandir aspiró una mejilla pensativamente mientras terminaba de comerse la manzana, entonces, como Elladan, tiró el corazón de la manzana entre los arbustos. Mientras volaba, el corazón de la manzana hizo una pirueta en mitad del aire y desprendió una ráfaga de chispas verdes y doradas. Finalmente Mithrandir se giró hacia el pequeño elfo riéndose por lo bajo. — ¿Es suficiente para ti, Maese Elladan?
Elladan lo miró y le lanzó una sonrisa bastante forzada. Parecía de mala educación no parecer complacido después de que alguien hubiera intentado hacerle un favor, pero no era aquello lo que había pedido.
— ¿No te ha gustado?— la voz del Istar era amable y sonaba más curiosa que enfadada y Elladan se encontró dudando si contarle la historia entera. — ¿Que magia deseas ver?.
—Yo...— Elladan miró con aire suplicante al anciano y luego bajó la voz y comenzó a hablar con tono urgente. —Necesito ser más valiente, Mithrandir. Quiero que no me importe lo que la otra gente pueda pensar.
— ¿Oh?—. Mithrandir le dio un abrazo más fuerte al muchacho. Parecía vagamente sorprendido.
—Culr...hay gente que dice cosas de mí. Que soy un presumido y que si no gano todo el mundo se reirá de mí y sabrá que no soy bueno y pensarán que es porque soy estúpido y todo el mundo se avergonzará de mí y ya no me querrán.
Elladan tomó una temblorosa bocanada de aire y parpadeó dos veces antes de continuar.
—Y entonces tendré que quedarme en el grupo de los malos para siempre y Glorfindel dejará de ayudarme porque seré una mala influen...le daré mala imagen... y entonces todo el mundo pensará que es un mal profesor porque yo soy muy malo con el tiro con arco y entonces ya no será Capitán de la Guardia nunca más y será todo culpa mía y lo habré estropeado todo.
Tragando saliva, Elladan acomodó su cara contra la basta tela gris de la manga de Mithrandir y luego al oír un extraño sonido por encima de su cabeza, miró hacia arriba con reproche.
— ¿Te estás riendo?
—No—. Mithrandir se tragó de un modo admirable la risa y miró con seriedad al muchacho, mientras con dos dedos colocaba el pelo de la frente de Elladan en su sitio. — ¿Qué quieres que haga?
— ¡Necesito magia, Mithrandir!— Repitió Elladan con una nota de frustración en la voz. —Necesito ser más valiente. ¡Haz que no me importe lo que digan los demás!
Mithrandir se lo quedó mirando un instante y, sintiéndose incómodo de repente, Elladan añadió:
— ¿Por favor?
Los otros muchachos ya se estaban reuniendo en un grupo alrededor de Ildruin, el Maestro de Entrenamiento, y si Mithrandir no se daba prisa tendría que marcharse. ¿De que servía ser un mago si era demasiado lento para usar su magia?
—Elladan—. Mithrandir sacudió la cabeza y presionó con suavidad el puño contra el pecho del muchacho. —No puedo ofrecerte esa clase de magia. Esa es una magia que encontrarás dentro de ti mismo.
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Los niños se habían dirigido a toda prisa al campo, donde se habían colocado una docena de dianas de entrenamiento para ellos. Se habían reunido en un pequeño círculo alrededor del elfo adulto y estaban escuchando atentamente mientras les explicaba las reglas.
Mientras cruzaban la pradera hacia el lugar que Celebrian había escogido como perfecto para un picnic, un lugar a la sombra de un árbol, Celeborn contempló como los Maestros de Entrenamiento le daban a cada niño una palmadita en la cabeza, asignándoles un número que les indicaría si debían disparar en primer lugar o en segundo. Algunos muchachos, especialmente los más pequeños, estaban retorciéndose y sacudiéndose, casi incapaces de quedarse quietos el tiempo suficiente para ser contados. Otros, incluido Elrohir estaban de pie, sin moverse, con las cabezas alzadas de modo orgulloso mientras esperaban su turno y su nerviosismo e impaciencia se mostraba únicamente en el movimiento de sus ojos. Mientras el contemplaba la escena, ambos gemelos dieron un paso al frente junto a otros escogidos que, evidentemente, habían obtenido la misma puntuación. Sintiendo un poco de lástima porque los gemelos tuvieran que competir el uno contra el otro tan pronto, Celeborn se forzó a girarse y se dirigió hacia una figura vestida de blanco sentada con aire tenso bajo la sombra de uno de los árboles. Cualquiera que fuese el resultado de las buenas intenciones de los gemelos, no estaba en su mano poder hacer nada.
—Curunir—. Celeborn saludó inclinando la cabeza y se sentó junto al anciano, entregándole una taza de leche que fue aceptada con un agradecimiento bastante agrio. No le tenía un particular cariño al Istar, sabio como era, pero su esposa le tenía aún menos aprecio y no hacía el más mínimo esfuerzo por ocultar sus sentimientos, así que en interés de la paz, a menudo le tocaba suavizar las cosas. — ¿Cómo os encontráis?
—Es algo tedioso—. Curunir cambió de postura apoyado sobre el tronco de un árbol. La corteza estaba clavándose en su espalda. Era viejo y se sentía cansado. Sentado allí fuera, sobre el duro suelo apelmazado por el sol y sufriendo el calor sofocante, estaba lejos de estar cómodo. —No tengo paciencia suficiente para contemplar a elfos tan pequeños e insignificantes. No tienen ninguna relevancia para mí. ¿No lo encontráis aburrido?
—No, estaba mirando a mis nietos—. Dijo Celeborn con una sonrisa. Sentaba bien decirlo y con una amplia sonrisa lo repitió para sus adentros. —A mi hija y sus hijos, Elladan y Elrohir. Estoy muy orgulloso de ellos.
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Elladan ocupó su puesto en el terreno, sintiéndose bastante nervioso. Aunque normalmente disfrutaba teniendo público y haciendo que la gente hablase de él, pensó que sólo en esa ocasión habría sido mejor competir en privado, sin todo el mundo mirando. Si las cosas salían mal, prefería no hacer el ridículo delante de todo el mundo.
A su derecha y a su izquierda, los demás niños elfos estaban cogiendo flechas de sus carcajes y colocándolas en los arcos con el mayor cuidado que podían. Sabía que el debería hacer lo mismo, pero por algún motivo no podía parar de juguetear con el dobladillo en el borde de su túnica. Antes había estado rascándose la postilla que llevaba en la rodilla y ahora le molestaba un poco. Una delgada línea de sangre había goteado desde el borde de la herida. No importaba, porque le gustaba tener postillas. Eran las insignias de sus aventuras. Una vez se había caído de la roca desde la que se lanzaban para bucear y había tenido postillas en las rodillas y los codos durante casi un mes.
—Elladan—. La mano de Ildruin se posó momentáneamente sobre su hombro, sorprendiéndolo y provocando que mirase al Maestro Instructor con una clara expresión de culpabilidad. — ¿Estás preparado para empezar?
—Lo siento, hîr—. Elladan se limpió apresuradamente las palmas de las manos en sus pantalones cortos y extendió el brazo hacia atrás para coger una flecha de su carcaj. —Casi.
—Presta atención, Elladan—. Le recordó Ildruin con amabilidad, antes de moverse para ayudar a otro muchacho que había conseguido que se le cayese una pluma de una de sus flechas y estaba bastante molesto por ello.
Muy pronto, todo estuvo preparado, y toda la pradera pareció quedarse en silencio excepto por el distante fluir del río y el canto de los pájaros en las ramas altas de los árboles. Los primeros seis o siete niños se quedaron en pie, en silencio, esperando que Ildruin diese la orden de disparar.
—Apuntad—. Ildruin echó un rápido vistazo detrás de las dianas antes de volver a prestar atención a los muchachos bajo su mando. Mientras que todas las familias de Imladris disfrutaban de aquel día, y para muchos jovencitos era la mejor parte del verano, para los organizadores era un momento estresante. Asistían muchos niños y con un nieto propio de apenas dos años, entendía muy bien el miedo de que alguno de los pequeños se las apañara para pasar inadvertido y colarse en la línea de fuego. — ¡Soltad!
Moviéndose casi con la misma fluidez, velocidad y coordinación que los arqueros de la Guardia de Imladris, los muchachos soltaron sus flechas. Echó una rápida ojeada a las dianas y les hizo señas a los muchachos para indicarles que debían preparase para una nueva ronda. No se le pasó por alto que aunque la mayoría habían fallado los disparos en la primera ronda por culpa de los nervios, Elrohir había conseguido dar justo en el centro y lejos, en el otro lado del campo, su hermano lo había hecho casi tan bien. Elrohir estaba sonriendo y charlando feliz con su vecino, pero Elladan estaba lejos de estar contento.
Ansioso por ver lo bien que su hermano lo había hecho, Elladan salió de la fila, se puso de puntillas y estiró el cuello para intentar echarle un vistazo a Elrohir. Si pudiese compartir una sonrisa o un gesto con la mano pensó que se sentiría mejor.
—Ese no ha sido muy bueno— siseo alguien vehementemente detrás de él y Elladan se dio la vuelta para encontrarse a Culromen mirándole. —Tu hermano ha dado justo en la diana.
Elladan frunció el ceño y apretó la flecha con el puño con innecesaria firmeza. Aunque no creía que Culromen fuese capaz de ver a Elrohir desde donde estaba, puesto que el mismo no podía, había que tener en cuenta que era unos cuantos centímetros más alto que él.
— ¿Es él mejor que tú?—. Insistió Culromen con una sonrisa bastante desagradable. —¿Por eso tu padre le mira a él y no a ti?
— ¡Sí que me está mirando!—. Protestó Elladan, pero cuando miró hacia atrás se encontró con que su padre y su madre tenían los ojos fijos en el otro extremo del campo. Sintiéndose ofendido por aquella traición, golpeó con furia el suelo y declaró en voz alta:
—No me estoy esforzando de todas maneras. ¡Le toca a Elrohir ganar!
No tenía que esforzarse si no quería. Y si no se esforzaba al máximo y todo el mundo se daba cuenta, no importaría que hubiese perdido. Al menos no demasiado. Y nadie sabría nunca que Elrohir era realmente mejor que él.
—Hoy no voy a esforzarme—. Repitió Elladan finalmente, con la voz más alta y arrogante que pudo conseguir. Mientras Culromen no lo adivinase, al menos una cosa sería mejor.
—Presta atención, por favor, Elladan—. Le recordó Ildruin de una forma un poco menos amable, apresurándose para decirle a Iorwë que se atase los cordones de los zapatos.
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Vagueando sobre la hierba y contemplando a la docena de niños que competían bajo los brotes de los abedules que se mecían lánguidamente con la brisa, Glorfindel dejó pasar el tiempo. Hacía calor en la parte baja del valle y la hierba estaba suave y seca. Tumbado sobre su pecho y descansando el mentón sobre sus manos cruzadas podía mirar cómodamente a los gemelos, sonriendo ligeramente al ver la profunda concentración en sus caras.
Ahora que veía a Elrohir disparar cayó en la cuenta de que, aunque era bastante mejor de lo que cabría esperar para un niño de su edad, no era el arquero que Elladan le había descrito. Ciertamente, sabía que incluso si no se esforzaba al máximo, el gemelo mayor era capaz de ganar el concurso con facilidad. Pero desafortunadamente, Elladan parecía estar haciendo cuanto podía para ser el mal competidor que decía ser.
Aunque no podía encontrar fallas en la manera de apuntar o la técnica del muchacho, que eran, como siempre, tan perfectas como podía ejecutarlas, el niño parecía estar apuntando fuera del centro de la diana. Sus flechas golpeaban el segundo o el tercer anillo con perfecta regularidad, y después de un rato, Glorfindel empezó a darse cuenta de que había un patrón en los disparos. Con una mueca de frustración, Glorfindel se llevó las manos a la frente, inhalando el aroma de la hierba y el dulce perfume de las flores salvajes. De todas las cosas que podía hacer para enfadarle, nada era peor que ver que no se esforzaba al máximo para mostrar sus mejores habilidades.
—Elladan lo está haciendo bien—. Elrond caminó hacia donde estaba su amigo y se dejó caer sobre la hierba junto a él y le clavó el codo en el costado hasta que el Mata-Balrog se dio la vuelta y se sentó. —Ha madurado este verano.
— ¿De veras?— Glorfindel apretó los labios de manera desaprobadora al contemplar al pequeño elfo que acababa de correr hacia la diana para recoger sus flechas y permitir que otro pequeño elfo ocupase su lugar.
—Sí—. Elrond asintió y se apoyó contra el hombro del elfo rubio mientras contemplaba a sus hijos hacer fila ordenadamente a un lado del campo, donde se sentaron en línea recta, obedeciendo sin dificultad las instrucciones. Para su inmensa satisfacción, Elrohir había conseguido quedarse primero en aquella ronda, y para su alivio Elladan había conseguido pasar también a la siguiente ronda. —El año pasado ya habríamos tenido una pataleta a estas alturas. Ahora se está esforzando y nunca he estado más orgulloso de él.
Glorfindel arrugó la nariz y no pudo evitar poner cara de disgusto.
—Si realmente se estuviera esforzando, sí.
Elrond le lanzó a su amigo una mirada de curiosidad al oír sus palabras de disgusto. Había sospechado que Glorfindel se frustraría con el niño si no cumplía sus expectativas, pero según su punto de vista, Elladan parecía estar esforzándose. En cualquier caso, el Elladan que él quería podía ser a menudo frustrante e incomprensible.
— ¿No lo está haciendo?
— ¡No, Peredhil, no lo está haciendo!—. No he pasado horas con él este verano para enseñarle a disparar con toda la habilidad y la precisión de un enano cabezota...— dijo Glorfindel refunfuñando un poco antes de quedarse en silencio unos instantes y luego añadió con la voz más molesta que Elrond le había oído hasta la fecha.
—Ni siquiera está intentando apuntar. Antes me sentiría orgulloso de... ¡aquel de allá!
—Herith—. Riéndose al ver la exasperación en la voz de su amigo, Elrond se puso de pie y caminó hacia el pequeño elfo que Glorfindel había señalado. Herith era un muchacho que parecía perpetuamente dormido y era bien conocido entre los sanadores por su hábito de chupar piedrecitas. Desafortunadamente, habían sucedido varios incidentes cuando se había tragado las piedrecitas por error o se le habían quedado atascadas dentro de su nariz y por la forma abultada de la mejilla del muchacho, no parecía haber aprendido de aquellos accidentes.
Su frustración se evaporó mientras contemplaba como su amigo se arrodillaba junto al pequeño muchacho y le hablaba con gentileza. Glorfindel apenas pudo resistir las ganas de reírse cuando Elrond extendió la palma de la mano y Herith obedientemente escupió las piedrecitas. Ignorando la mirada que Elrond le lanzó, que habría podido matar a un Balrog, Glorfindel se tumbó de nuevo sobre la hierba, sonriendo para sí mismo mientras contemplaba a su señor devolver al muchacho a sus progenitores. Elrond siempre había sido incapaz de dejar a alguien solo cuando necesitaba su ayuda.
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Cuando el Maestro de Entrenamiento lo llamó, Elladan marchó de vuelta al campo de tiro con arco con otros cinco pequeños elfos, con una cara notablemente sombría. No había pretendido llegar tan lejos. Nadie le había dicho que lo iba a hacer bien. Se había esforzado lo justo para evitar que le regañasen.
Sintiéndose bastante confuso en aquel momento, Elladan se giró para mirar a su familia y amigos que estaban reunidos bajo los árboles mirándole. Mithrandir le había dicho que encontraría lo que necesitaba para ser valiente dentro de él, pero en aquel momento se sentía bastante hueco y vacío. No era valiente fingir que no se le daba bien para evitar fracasar. Siempre había despreciado a los niños elfos que tenían miedo de probar el gran columpio por si se caían al río. Y esto era exactamente lo mismo.
Pero Mithrandir no le estaba prestando ninguna atención. Estaba hablando con Lord Cirdan e ignorando todo lo demás y no le había dicho en que parte de su interior debía mirar. Era difícil encontrar algo rápidamente si no sabía dónde buscarlo. Celeborn y su Ada nunca sabrían que no se había esforzado, porque pensaban que no era bueno con el tiro con arco y Ammë y Galadriel no sabían nada acerca de armas, de todas formas. O al menos esperaba que no supieran. Ammë había sido bastante buena con la espada para ser una chica y cuando Galadriel le había contado una historia acerca de sus hermanos, le había dado la impresión de que sabía un montón acerca de arcos. Más que él, en realidad. Aunque no se lo había dicho.
De hecho, la única persona que lo sabría sería Glorfindel. Pero quizá la culpa la tuviese Glorfindel, porque nadie le había dicho que era bueno en el tiro con arco. Si lo hubiera sabido, entonces se habría esforzado menos y no estaría teniendo aquel problema. Glorfindel lo estaba mirando también y durante un par de instantes, antes de que el pequeño elfo desviase la vista hacia el suelo, sus ojos se encontraron. Había pensado que Glorfindel se sentiría enfadado o frustrado, pero solo parecía decepcionado. Decepcionado y avergonzado de él.
Con los ojos llenándose de lágrimas, Elladan pisoteó la hierba bajo sus pies con sus desgastados mocasines. Ahora que lo pensaba, habría otra persona que lo sabría y sería el mismo.
—Elladan— la voz de Ildruin era tranquila y comprensiva, y antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, se encontró con que Maestro de Entrenamiento se había arrodillado delante de él, girándolo suavemente para ocultarlo de los espectadores. — ¿Que te ocurre, pequeño?—
—Yo...— Elladan tomo aire, concentrándose en el modo en el que las largas y plateadas trenzas del Maestro de Entrenamiento se veían ensombrecidas por el sol. Si Ildruin era amable con él en aquel momento, entonces estaba seguro de que iba a echarse a llorar. —Yo... No sé qué hacer...
Sonaba estúpido ahora que lo había dicho, pero el Maestro de Entrenamiento en lugar de enfadarse se limitó a darle unas palmaditas reconfortantes en el hombro.
—Hazlo lo mejor que sepas—. Ildruín sonrió tratando de animar al muchacho y se puso de pie, tomando nota mentalmente de tener una charla más larga con él en un momento más conveniente. — Simplemente esfuérzate todo lo que puedas, Elladan. Es todo lo que te pedimos.
Y puesto que parecía que había poco más que se pudiera hacer, Elladan siguió su consejo.
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—Eso está mejor— dijo Glorfindel con satisfacción y una sonrisa cuando la quinta flecha de Elladan se unió a las demás en el centro de la diana. Tenía demasiados modales para declarar que se lo había advertido a Elrond, pero no pudo resistirse a girarse con una sonrisa bastante pretenciosa hacia el Señor de Imladris. —Ya te he dicho que no se estaba esforzando al máximo.
Elrond apartó la mirada de sus hijos un instante para mirar al elfo rubio y luego volvió a mirarlos con inquietud. —Le has enseñado estupendamente, amigo mío. Pero me temo que esto no acabará bien.
Ya solo quedaban un par de pequeños elfos en el concurso y aquellos que todavía competían estaban lanzando miradas furtivas a las dianas de los demás, preguntándose si serían ellos los elegidos para llevarse el arco a casa. A pesar de que Ildruin había colocado a los gemelos tan lejos uno del otro como le había sido posible, Elrond había visto a Elrohir mirar hacía la diana de su hermano y una expresión abatida había cruzado su cara. Aquello iba a ser difícil para él.
La ronda no tardó mucho en terminar y entre los gritos de alegría y la charla excitada de aquellos elfos que habían sido enviados de vuelta junto a sus amigos, todos pudieron oír a joven voz penetrante y aguda hablando claramente y con un sorprendente odio.
—Eres un mentiroso, Elladan.
Dando un gemido, Elrond cerró los ojos un instante y se arrastró hacia atrás en la hierba para sentarse junto a su mujer. De alguna manera siempre tenían que ser sus hijos los que provocasen escenas y escándalos. Nadie le había hecho nunca ningún comentario al respecto. Todo el mundo prefería pasar por alto las diferencias, pero una o dos veces se había hecho mención a las líneas de sangre de los muchachos. Aun cuando hacía lo que podía por ignorar aquellos comentarios, sabía que a veces molestaban a su esposa. Ambos se sentaron en silencio, con las manos entrelazadas mientras veían a todos los pequeños elfos abandonar el campo a excepción de sus dos hijos.
—Ambos estarán en la final—. Dijo Celebrian con un tono a medio camino entre el orgullo y la desesperación. —Por favor, que se comporten.
Elrond le lanzó una mirada de preocupación y estiró el brazo sobre su espalda, acercándola más a él.
—No viene de ti, Elrond Peredhil—. La voz de Galadriel resonó en su oreja izquierda y provocó que Elrond, sobresaltado, diese un respingo. —No de tus ancestros.
Elrond le lanzó una mirada inquisitiva y luego suspiró profundamente. Abrió la boca para responder, cuando Galadriel interrumpió de nuevo.
—Hubo un verano en el que Celebrian deseaba dirigir los bailes bajo los árboles Mallorn...
— ¡Ammë!—. Protestó Celebrían apresuradamente con el color alzándose en sus mejillas. —Estoy segura de que Elrond no quiere oír hablar de esa historia. Ocurrió hace mucho tiempo.
—...los bailes bajo los árboles Mallorn—. Continuó Galadriel suavemente sonriéndole a su hija. —Y ella practicaba todos los días en los jardines antes de la cena, pero un día, una de sus amigas...
—Tathwen—. Dijo Celebrian con un tono de voz sombrío. —Y no era amiga mía.
—Sí, Tathwen, fue la que se colocó en el lugar de Celebrian y cuando llegó el momento de lanzar los pétalos fue a ella a la que se le permitió llevar la cesta con las flores rosas.
— ¿Y fuiste tú la que tiró los pétalos blancos?— Elrond se giró hacia su esposa con una expresión de divertido interés. Había oído pocas historias sobre la niñez de Celebrian, y las que había oído la describían como poco más que una muñeca. Puesto que sus amigos y conocidos habían elegido compartir con ella todo lo que quisiese saber sobre los momentos humillantes de su juventud, se sentía más que ansioso por escuchar aquella anécdota.
—Yo...— Celebrian se mordió el labio y sonrió ligeramente, pero se sonrojó y comenzó a mirarse las uñas. —No exactamente.
—Tuvo una pataleta— dijo Galadriel con una sonrisa. Había cierta nota en su voz que delataba que se sentía orgullosa de las acciones de su hija. —Nunca he oído a un niño chillar tan alto y luego se tiró encima de Tathwen y...—
— ¡Ammë!—. Celebrían le lanzó a su madre una mirada incómoda. —Eso ocurrió un par de semanas después de mi cuarto Día de la Concepción.
—Sí, eras muy pequeña—. Galadriel se detuvo y sonrió suavemente a su hija. —Te quedaste dormida sobre tu Adar durante aquella fiesta y él te llevó hasta tu cama.
—Oh—. Dijo Elrond. — ¿Y de quien lo ha heredado?.
— ¿El temperamento?—. Dijo Galadriel con aire pensativo, mirando a lo lejos con una ligera sonrisa. —No sabría decirte.
OoO
Elladan y Elrohir se miraron el uno al otro con nerviosismo. Estaban de pie, juntos, frente a las dianas. Todo parecía muy silencioso en medio del enorme campo de tiro y ambos muchachos se sintieron, de repente, bastante solos.
—Espero que ganes, Ro—. Dijo Elladan con sinceridad, mirando con aire de súplica a su hermano, que permanecía distante y frio mientras cambiaban de posición. —Quiero que ganes tú.
Elrohir le puso mala cara y miró por encima de su hombro para comprobar que Ildruin no estaba cerca. Entonces se inclinó hacia delante para murmurar con aire malicioso en la oreja de su hermano:
—Espero que tú pierdas.
— ¿Estáis los dos preparados?— Ildruin se interpuso entre ambos niños, colocándolos con suavidad en la posición correcta y provocando que la conversación terminase abruptamente. —Estamos muy orgullosos de vosotros.
Había enfatizado el —vosotros— todo lo que había podido, pero aquello no parecía suficiente para poner paz entre los gemelos, que parecían estar en mitad de alguna clase de discusión.
—Estoy seguro de que no nos decepcionareis.
Los gemelos se miraron entre sí y luego dijeron a coro:
—Sí, Maese Ildruin.
—Bien—. Dijo Ildruin con un poco de severidad y luego se retiró a una corta distancia. —Preparados. ¡Soltad!.
La primera flecha era siempre la más difícil de apuntar y para alivio de Elladan aterrizó firmemente en el centro de la diana. Quizá un poco más a la izquierda de lo que debería, pero lo suficientemente cerca para ser un buen comienzo. Sonriendo un poco, ahora que había recuperado la concentración, colocó la segunda flecha en el arco y esperó pacientemente la orden.
El segundo disparo fue mejor que el primero y golpeó mucho más cerca del centro que el anterior. Sintiéndose bastante eufórico al pensar que podía ganar, Elladan estaba cogiendo con bastante alegría una flecha cuando vio a su hermano. Elrohir parecía tan triste y miserable...y sus disparos no habían sido tan buenos como Elladan había esperado. De hecho, apenas habían alcanzado el borde de la diana.
Sintiéndose confundido, Elladan le lanzó a Elrohir una pequeña sonrisa. Quizá fuese capaz de vencer a Elrohir después de todo. Pero Elrohir había estado tan contento pensando que ganaría, que una pequeña voz dentro su cabeza le murmuró que sería cruel derrotarlo a esas alturas. Pero quizá podrían empatar. Empatar sería justo. Y podrían compartir el arco y todo el mundo estaría contento. O el esperaba que fuera así. Todo lo que tenía que hacer era ponérselo fácil a su hermano para que lo alcanzase. Eso le animaría.
.
El tercer disparo de Elladan aterrizó con perfecta precisión en cuarto anillo contando desde el centro. Ignorando la mirada inquisitiva de Ildruin, Elladan le sonrió con orgullo a su hermano y se encontró con que una lágrima rodaba por la mejilla de Elrohir. A pesar de sus intentos por permitir a su hermano ganar puntos, Elrohir se las había apañado para no acertar una flecha en la diana en aquella ronda y no era sorprendente teniendo en cuenta que los ojos del gemelo pequeño estaban nublados por las lágrimas y temblaba ligeramente. Queriendo moverse al otro lado del campo para reconfortar a su gemelo, Elladan estaba a punto de dejar su arco y correr al lado de su hermano cuando Ildruin lo llamó para su siguiente turno.
Quizá si se las apañaba para disparar aquella flecha justo en el propio borde de la diana, Elrohir podría alcanzarle. Estaba seguro de que Glorfindel lo entendería. O que al menos no se enfadaría demasiado. Y quizá si le explicaba todo a Ildruin después de la competición, dejaría de parecer tan enfadado. Y entonces todo estaría bien. Pero Elrohir estaba llorando tanto que era incapaz de apuntar y sus flechas ni siquiera alcanzaban la diana.
Suspirando, Ildruin detuvo la competición y se arrodillo delante de los dos muchachos, colocando un brazo sobre los hombros de cada uno. La cara de Elrohir estaba inundada con lágrimas silenciosas y Elladan se había puesto colorado y parecía cada vez más malhumorado y testarudo, unas señal clara, como Ildruin sabía, de que se sentía profundamente infeliz.
—Queda solo un disparo. Solo uno más—. El Mastro de Entrenamiento decidió que lo mejor sería acabar con la competición cuanto antes. Tenía la impresión de que estaba más allá de su capacidad lidiar con los muchachos sin que los padres estuvieran presentes. — ¿Puedes hacerlo? ¿Elrohir?
Elrohir tragó saliva y asintió con aire miserable, como si el mundo entero se hubiese derrumbado a su alrededor.
—Bien—. Ildruin le entrego un trozo de trapo con el que limpiarse la cara y se giró hacia el gemelo mayor. — ¿Elladan?—
Elladan asintió sintiéndose infeliz y frunció el ceño con ferocidad. Ahora ya no podía hacer nada para conseguir que Elrohir ganase y no quería que todo el mundo pensase que era estúpido. Lanzaría un último disparo que haría que todo el mundo se sintiese orgulloso, pero no le volvería a gustar el tiro con arco nunca más.
—Bien—. Ildruin guio a los niños de vuelta a sus puestos. Esperaba, por el bien de los espectadores, que no hubiera más lágrimas o rabietas. —Preparados
Ambos muchachos dispararon a la vez, uno cegado por las lágrimas y el otro cerca de gritar de frustración y tristeza. En el momento en el que el disparo fue lanzado y la flecha aterrizó en un parche de hierba seca a poca distancia, Elrohir tiró su arco de malas maneras al suelo y corrió sobre la desgastada hierba hasta la seguridad y el consuelo de sus padres. Su Ammë se había puesto en pie y corría hacia él. En un instante estaría entre sus brazos y las cosas serían mejores. Sollozando en voz alta, Elrohir se enterró en el cuerpo de su madre y dejo que lo llevasen junto a la familia para ser arrullado hasta que consiguiese calmarse un poco.
Sólo en el campo, Elladan agarró el arco con más fuerza y miró a Ildruin con infelicidad. No estaba seguro de qué debía hacer. Todos los miembros de su familia se habían reunido en torno a Elrohir y nadie querría ser amable con la persona que le había hecho sentir tan mal. Sintiendo pena por el pequeño elfo, Ildruin extendió la mano hacia el muchacho. Había sido un último disparo excelente, pero tenía la impresión de que no era lo que el muchacho quería escuchar en aquel momento. Un pequeño descanso antes de entregar los arcos parecía la mejor opción. Mientras que sus padres parecían estar completamente concentrados en su hermano, vio a Glorfindel caminando hacia ellos, preparado para hacerse cargo del muchacho.
—Vamos—, Ildruin ayudó a Elladan a recoger las flechas en ambos carcajes y luego lo dejó al cuidado de Glorfindel con un gesto a mitad de camino entre el nerviosismo y la disculpa. —No se encuentra muy bien.
