Un verdadero demonio.
—Kagura, ven, es hora de que prestes un nuevo servicio al gran Naraku.
"Estoy harta de todo esto" pensaba la recién nombrada mientras que de mala gana se aproximaba a aquella habitación donde le esperaba su implacable amo. "Maldito Naraku, ¿hasta cuando se dignará en darme mi preciosa libertad?". Lentamente a través del siempre oscuro pasillo del muerto castillo, Kagura obediente aunque reticente volvió a compadecer ante su dueño, Naraku su creador, quien de espaldas a la puerta parecía estar contemplando con mucho interés el lejano horizonte.
—Te has tardado mucho en venir, Kagura ¿acaso estabas buscando de nuevo la manera de desobedecerme?
—Solo dime qué es lo que quieres.
—No debería tolerarte tanta osadía. Quizás lo mejor sea deshacerme de ti de una vez por todas.
—¿¡Qué!? —Prontamente desplegó su abanico y se puso en guardia— ¡No creas que te lo haré tan fácil!
—¡JAJAJAJA! ¿Crees que si alguna vez yo hubiera querido que me hicieras algo no te lo habría ordenado ya, tonta Kagura? —Le miró por encima del hombro burlonamente, haciéndola sentir mucho asco— Sabes muy bien que mientras tenga tu corazón en mis manos, jamás podrás negarte a ninguno de mis deseos —y enfatizó— ni siquiera al más bajo de ellos. Dime algo, Kagura: ¿Jamás te has preguntado por qué nunca te he ordenado que te entregues a mí como mujer?
—¿De que rayos hablas, ser perverso? ¡Si piensas que no me sería más grata la muerte antes que satisfacer tu repugnante lujuria, entonces estás...!
—¡Silencio! —Naraku apretó en su puño derecho una brillante esfera roja, al instante Kagura cayó de rodillas sujetándose el pecho con ambas manos. Luego de verla humillada por un momento, el terrible monstruo se le aproximó con una gran sonrisa maligna en los labios.
—Eso es... Mátame ahora, maldito... Nara-ku. —Este le tomó por la barbilla para forzarle a levantar su rostro trastornado por el dolor, obligándola así a mirarle de nuevo a sus ojos sádicos— Te digo... que me mates... ahora mismo o... te juro... que encontra-trare... la manera de hacer... que te arrepientas, Na-Naraku.
—Relájate, Kagura. Me sorprende que me creas capaz de sentir el más mínimo deseo por una criatura tan baja como tú. Oh, no, no te ofendas, pensé que te alegraría saberlo, después de todo ¿no era que preferías morir antes que ser tocada por mí? Pero eso ya no importa, la realidad es que estoy seguro de poder encontrar una mejor parte de mí de la cual servirme para crear una nueva y más poderosa extensión, una que no me dé tantos problemas como tú por tu estúpida obsesión con ser libre. Así que tengo tres opciones: puedo devolverte a mi cuerpo, pero no te alarmes, por nada del mundo deseo dentro de mí a un ser tan débil como tú, justo como tú no me deseas a mí dentro de ti. —Dicho esto, la empujó al suelo, parándose con soberbia junto a ella.
—¡Maldito seas! ¿¡Entonces que demonios deseas hacer conmigo!? ¡AAAAAARGH!
—Te dije que guardaras silencio, mosca rebelde. Bien, la otra opción que me queda no es otra sino la de destruirte, pero con eso no gano nada, y tampoco con simplemente darte tu tan anhelada libertad; a menos qué estuvieras dispuesta a cumplir con una ultima misión para mí, claro que esto es si no prefieres que simplemente te ponga fin ahora mismo como tan amablemente me lo rogabas hace un instante. Dime ahora qué eliges. ¿Deseas realizar esta misión o morir?
Naraku aflojó su mano sobre el corazón de la sanguinaria mujer-monstruo, dándole un par de segundos de alivió para que pudiera pensar en su propuesta.
—Naraku —dijo al fin Kagura jadeando— haré cualquier cosa que me pidas a cambio de mi libertad.
—Buena chica. Ahora ven, Kanna, muéstrale a Kagura lo que deseo que haga.
La nívea y silenciosa niña del espejo apareció de pronto desde las sombras de un rincón, hizo girar su mágico instrumento frente al rostro de la manipuladora de los vientos, quien luego de arrodillarse frente a ella trabajosamente, observó con mucha atención las imágenes y los hechos que ocurrían en un lugar lejano.
—¿Reconoces el lugar, Kagura?
—Me parece que es el valle cercano al lugar donde se creó la Perla de Shikon.
—Correcto, a ese lugar ha llegado un monstruo muy poderoso, quien se ha asentado en aquella antigua aldea de exterminadores que yo destruí.
—¿Qué hace él allí?
—Eso no es de importancia para ti ahora, lo único que necesitas saber es esto: muéstraselo Kanna.
La niña obedeció, ante los ojos de Kagura se desarrolló entonces una escena de gran barbarie y violencia. Había un grupo de ogros, grandes y temibles ogros con grandes y aún más temibles armas y armaduras, todos formando un amenazador circulo alrededor de un solo hombre de aspecto normal, vestido de con un gi negro y una hakama castaña, su larga cabellera purpúrea oscura no permitía ver su rostro con claridad, solo sus labios, en los que esbozaba una sonrisita bastante confiada.
—¡Esta vez no podrás escapar, maldito demonio! —Gritó el que parecía ser el líder de aquel batallón de ogros— ¡Aquí y ahora vengaremos la muerte de todos nuestros hermanos!
Al sacar velozmente su brazo derecho a través de la amplia manga de su kimono, todos los ogros dieron un salto atrás poniéndose en guardia, quedando entonces sumamente confundidos al notar que en su mano solo sostenía un par de palillos.
—Palillos de marfil con filigranas de bronce en sus mangos, muy elegantes a la hora de comer, pero no ve van a decir que pretende matarlos a todos solo con esos palillos ¿o sí?
—Cállate y presta atención, Kagura, fíjate bien en lo que hace.
El desconocido se llevó la punta de los palillos a la frente, apartando con ellos su cabello tras de sus orejas y por encima de sus hombros, despejando su rostro de esta manera y dejándolos ver a todos el grueso guantelete de laminas superpuestas como tejas con el que blindaba su brazo. Muy atentamente, Kagura se fijó en todos los detalles de su rostro, sus cejas gruesas, su frente amplia, la nariz era quizás un poco ancha, pero ella en realidad no estaba para ponerse a criticarlo en aquel momento, él permanecía con los ojos cerrados, acrecentando sin querer la curiosidad de su secreta espectadora; mientras realizaba todos estos despreocupados movimientos con los que arremolinaba y recogía ágilmente su cabello tras su cabeza, sujetándolo con aquellos mismos palillos, aquel sujeto hablaba con una profunda voz algo socarrona, justo al tocar las puntas de los palillos su frente, él comenzó su discurso.
—¿Escapar? Yo nunca he intentado escapar, ni tampoco he apreciado jamás que me llamen demonio, nosotros en mi familia —terminó de ajustar su peinado, asegurándose bien de que los palillos no se soltarían— nos consideramos muy superiores a los demonios, pero no es de extrañar que ogros montañeses ignorantes como ustedes no sepan hacer la diferencia.
—¡No toleraremos más insultos de ti, ser insoportable! ¡Al ataque!
Sin mostrar la más mínima preocupación, sencillamente escurrió su otro brazo por dentro de sus ropas, asumiendo una guardia similar a la del batoujutsu, pero con su brazo descubierto caído y muy lejano de la empuñadura de su gran espada. Aún permanecía con los ojos cerrados, los feroces ogros continuaban corriendo hacia él, a tan solo unos metros y ya listos para asestar sus terribles golpes, súbitamente los de la vanguardia salieron despedidos por el aire, incontables cortes y estocadas habían destrozado sus cuerpos, sobresaltando a sus compañeros tras ellos y haciéndolos dudar de su valor al sentirse tan repentinamente paralizados de temor. Aquella katana de filo prodigioso que tan fácilmente había dado cuenta de aquellos insensatos ogros, era sostenida únicamente por aquella mano izquierda, negra azabache y de largas garras bermejas. Al levantar su arma por sobre su cabeza luego sacudirle la sangre ennegrecida despectivamente de sobre su hoja reluciente, asumiendo entonces una guardia más bien similar a la técnica conocida como gatotsu, por un momento aquella extremidad a la que pertenecía aquella mano quedó al descubierto, dejando ver que toda su piel hasta donde era visible era igual de negra, a diferencia del resto de su cuerpo, sobretodo de la de su tez pálida.
—¿Qué sucede, ahora son ustedes los que piensan escapar? Pues qué mal, porque tampoco tengo la costumbre de dejar escapar a nadie de una batalla luego de que esta ha empezado. ¡Vamos, vengan a probar su suerte! ¡Quién quita y ahora es mi momento de morir a manos de uno de ustedes! ¡Atáquenme! ¡O mejor aún! ¡¡Permítanme ser yo quien les regrese al infierno, saluden a los verdaderos demonios de parte del poderoso Braha Nira!!
Su estilo de pelea consistía más que nada, como era fácil de apreciar, en valerse de su velocidad para esquivar los ataques de sus oponentes, ahora buena parte de ellos en fuga, acuchillándolos luego con profundas estocadas certeras con las que podía sin muchos problemas al parecer, dar muerte a cualquiera de un solo golpe limpio. Por momentos mientras luchaba o corría para atrapar a alguno de los ogros, se cubría los ojos con su mano libre para atisbar de una manera algo extraña a su alrededor por entre sus dedos.
—¡Ya no escucho más gritos, ni pisadas de los que corren! —Gritó como para que si alguien podía lo escuchara— ¡Si en realidad no he acabado con todos, apreciaría que los que faltan o se ocultan —lanzó una de esas estocadas a un árbol, atravesándolo por completo tanto a él como al ogro oculto tras él— fueran tan gentiles de asumir su destino y tener algo de dignidad, muriendo como es debido durante una batalla! ¡Háganlo antes de que realmente me enoje!
—¡Ponte en guardia, maldito!
—Al fin, un ogro valiente, creo que solo faltas tú. Bien, acabemos con esto. ¡Pelea!
La lucha, al igual que el resto de la escena fue corta y brutal, aquel ogro solo tuvo una oportunidad de atacar, un poderoso sablazo descendente rebotó contra la protección del brazo derecho de Braha Nira con un chispazo, en un santiamén este ultimo regresó a su postura de gatotsu y aprovechando la guardia abierta del ogro, que bien que le superaba en estatura, con un salto se valió de su técnica favorita para traspasarle la cabeza desde abajo por la quijada, de manera que el fino quedó en dirección al rostro del ogro, para completar su ataque, Braha Nira se impulso hacia atrás con un manotazo sobre el pecho de su ultimo enemigo, halando su katana hacia afuera y dividiendo así aquel terrible rostro al mismo tiempo que provocaba una copiosa lluvia de sangre.
—¡Arght! Mi madre tenía razón, soy un desastre peleando. ¡Asquerosa sangre de ogro, no va a salir con nada! —Sacó una pequeña calavera metálica de adentro de su manga, sacudiéndola levemente hacia adelante para que abriera su boca— Si tan solo tuviera una buena mujer que lavara mi ropa —una luz brillante salió de la boca de aquel cráneo, atrayendo a su interior todas las armas de hierro y acero de los ogros derrotados, al estar seguro de que no quedaba ninguna, enfundó su espada, manipulándola siempre solo con su bruna mano izquierda, y cerró la boca de la calavera para volver a guardarla donde estaba antes— ¡JAJAJAJA! —Dio un paso para alejarse— ¡Vaya si mi madre me habría dado un buen coscorrón de haberme escuchado decir eso! ¡JAJAJAJAJA! ¿Eh? —Escucho un crujido y sintió que algo se había roto bajo su pie— ¿Qué es esto? Interesante... —Uno de los ogros llevaba consigo una botella de licor hecha de vidrio oscuro, Brazo Negro había recogido el grueso fondo del envase y lo examinaba atentamente frente a uno de sus ojos abiertos— ¡Pero claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Esta es la solución más obvia a mi problema! ¡JAJAJAJAJA! ¡Quizás esta idea que se me acaba de ocurrir llegue a estar de moda algún día! ¡JAJAJAJAJA! ¡Qué día tan productivo, qué alegría! Y sobre todo ¡Qué ingenioso soy! ¡AJAJAJAJAJA!
Él se alejó riendo, soltando su cabello para así cubrir sus ojos de nuevo, e ignorando por completo a aquellos que remotamente le observaban.
—Un sujeto muy extraño...
—Kagura, esto es lo que quiero que hagas: ve allá y derrota a ese monstruo, semejante poder solo es posible gracias a algunos fragmentos de la perla que él debe tener en su cuerpo. Quiero esos fragmentos, si los traes, asegurándote que él muera, entonces yo te daré tu libertad a cambio de ellos.
—¿En serio piensas que creeré que me darás mi libertad solo por esto?
—Debes saber que no me importa, Kagura, de todas formas eventualmente todo el mundo estará bajo mi control, así que me da lo mismo tenerte aquí conmigo o no. De hecho, creo que hasta se me haría más fácil la vida si te marchas lo más lejos posible, es solo que no suelo dar nada gratis. Espero que aprecies mi magnánima generosidad al darte esta oportunidad de ganarte tu corazón.
—Entendido, siendo de esa manera, entonces me marcho de una vez.
—Espera, Kagura, te advierto que si fallas solo habrá una manera de que sigas con vida ¿Adivinas cual es? No pongas esa cara, quien sabe si puedas llegar a disfrutarlo.
—Eres un ser enfermo, Naraku, me marcho.
—Hum, se ha ido. Y tú que opinas, Kanna, ¿crees también que soy un ser enfermo? Oh... Te has transformado por iniciativa propia, nunca te había visto así de ansiosa antes.
En efecto Kanna no lucía como el taciturno espíritu blanco de siempre, ya no era como una niña pequeña, sino por el contrario se presentaba ante su amo como toda una sensual mujer de piel morena y larga cabellera negra, el mismo color de su breve kimono, las flores en su melena y de su espejo también.
—Pues sí, creo firmemente que eres un ser muy enfermo, mi amo Naraku —Se sentó en el suelo con una pose muy provocativa— mira que tratar así a Kagura solo para ponerme celosa, desde luego qué estás enfermo.
—¿Ponerte celosa, dices? —Su maligno señor se hincó cerca de ella, rodeándola con un brazo y atrayéndola a su pecho con rudeza— Realmente te pones muy engreída cuando muestras esta personalidad secreta que te he brindado. ¿Qué te hace pensar que pueden importarme tus sentimientos en lo más mínimo? No me importa nada de ti, no me importa si eres feliz o miserable, si estás contenta o si acaso llegas a amarme tanto como para no querer compartirme con nadie más —con su otra mano le asió fuertemente por la garganta, apretándosela con fuerza— jamás olvides que para mí no eres más que otro instrumento que uso a mi antojo, justo como lo es Kagura o cualquier otra de mis extensiones, sin ningún tipo de privilegios ¿Has comprendido?
—Tú solo dices lo que necesitas para hacer que la gente haga lo que quieres —dijo su sirviente, acrecentando su masoquista sonrisa mientras acariciaba aquel brazo y la mano con la que era estrangulada— y yo hago lo mismo. Dices que no tengo ningún tipo de privilegios ¿no es así? Pues yo creo que el saber como complacerte es mi mayor privilegio, mi amo Naraku.
—Así que te has vuelto tan engreída que llegas asta a atreverte a insinuar que eres capaz de manipular al gran Naraku. Realmente me has hecho enojar mucho, pequeña malcriada, esta vez te daré un escarmiento que te hará recordar para siempre cual es tu verdadero lugar.
Sujetándola ahora por la nuca también y sin soltarle el cuello, Naraku sin la menor piedad hundió toda su descomunal lengua monstruosa dentro de la boca y la garganta de su esclava Kanna, al mismo tiempo que hacía desaparecer el resto de su cuerpo tembloroso entre el millar de tentáculos en los que había convertido la parte inferior de su cuerpo, poseyéndola de todas las maneras posibles de una sola vez. Pero lo que llevaba a la mujer morena, la otra Kanna, hasta el borde de la locura durante aquel éxtasis masoquista, era aquel conflicto interno entre la niña apática y sin emociones y la desmesuradamente apasionada mujer. Y era también aquel perverso sentimiento lo que más estimulaba a su amo, quien sumamente complacido por aquellas sensaciones viciosas cada vez se sentía más animado a algún día llegar a tomar a Kagura por la fuerza delante de ambas manifestaciones de Kanna a la vez, una fantasía que venía madurando desde hace tiempo, pero que no se cumpliría hoy. Por ahora, Kagura serviría para otros propósitos.
