Un intenso combate.
—¡Vamos, no puede ser que sigas molesta conmigo! —Desde hacía rato, Braha Nira perseguía a Kagura por toda la casa tratando de convencerla de que lo acompañara a disfrutar de unos pastelillos dulces y algo de té— Tengo pastelillos de cereza y moras, además de una buena historia ¿No te da curiosidad saber como conocí a ese sujeto?
—¡No me importa! —Insistentemente le daba la espalda, no dejándose tentar ni por su curiosidad ni por la dulce fragancia de los pastelillos, mostrándose hermosamente molesta— ¡Te atreviste primero a besarme, después a ignorar mis advertencias y por último a burlarte de mí! ¡No quiero escuchar nada de ti hasta que te disculpes!
—¿Disculparme? Pero si creí que te había gustado... —Rodeada de una feroz flama, Kagura lo miro por encima del hombro, disparándole un rayo de pura ira por su ojo derecho afilado e hiriente. Una gran gota apareció junto al rostro de Braha Nira mientras pensaba muy detenidamente lo siguiente que iba a decir— Eeeeh... Es decir... ¡Yuum! ¡Pastelitos de limón! ¿Kagura? Por favor... ¡Está bien, lo siento, no debí hacerlo! —Comenzó a correr alrededor de ella tratando de hacerla ver la graciosa expresión suplicante de su rostro, no dejándose desanimar por la insistencia con la que Kagura trataba de ignorarlo, hasta que por fin la hizo sonreír.
—Tonto. Está bien, escucharé tu historia ¡Pero si vuelves a tratar de besarme me las pagaras!
—De acuerdo. Ven por aquí por favor, esto nos sabrá mejor si lo comemos en el jardín interno de la casa.
—¿Jardín?
No podía creerlo, llevaba tanto tiempo sin poder abandonar aquel lugar e incluso recorriéndolo diariamente durante sus ejercicios y aún así nunca había visto aquel exuberante jardín al que ahora Braha Nira la había llevado. Quedaba justo en el centro de la casa, estaba rodeado por un pasillo que lo enmarcaba y se engalanaba con varias plantas muy bien cuidadas llenas de florcillas que emanaban un muy dulce y delicado aroma, pero lo que más fuertemente llamaba la atención era una pulida estatua de bronce que representaba a una exuberante mujer con hermosas alas cuyas plumas estaban finamente labradas una a una en laminas de granate. La estatua se encontraba elegantemente sentada junto a un pequeño estanque artificial de piedra, dentro del cual vaciaba constantemente el contenido de un jarrón que descansaba en su regazo, manteniendo así siempre fresca el agua del estanque y alegrando el lugar con su burbujeante arrullo.
—Disculpa el desorden, últimamente lo he descuidado un poco —el chiste de Braha Nira pasó completamente desapercibido, ya que La Manipuladora de Los Vientos se encontraba completamente absorta mirando la estatua de la fuente— Kagura, sé que me jacto de que mi jardín es hipnótico, pero no es para tanto.
—Es una estatua muy bella...
—¿Te gusta? Es mi madre.
—¿Tu madre?
—Jeje. No literalmente, pero mejor sentémonos. Luego te cuento sobre ella.
—Si es la mitad de hermosa de lo que es esta estatua, debe ser bellísima. ¿Quién es?
—¿Alguna vez te has preguntado de donde me viene tanto poder como el que tengo? —Preguntó él hablando con orgullo— Pues muy buena parte de él lo heredé de ella. Ella fue la primera mujer que existió y tiempo después se convirtió en el primer monstruo de todos. Por favor discúlpame si no te digo su nombre, porque de hacerlo ella me escucharía y... Mi madre y yo hemos estado disgustados por algún tiempo.
—No tienes que decirme nada si no quieres, niño de mami —lo punzó mientras que tomaba un pastelillo, de alguna forma tenía que cobrarse ese beso robado— pero al menos espero que de una vez termines de decirme como fue que conociste al estúpido de Sesshomaru.
Braha Nira le lanzo por un momento una mirada de traviesa sospecha, porque él sabía que estúpido en el dialecto femenino muy comúnmente suele significar: "ese sujeto que me gusta pero nunca me ha prestado atención", pero no dijo nada, en parte porque por esta vez no quería hacerla enojar y además porque le daban celos pensar en la posibilidad de que ella pudiera... Olvidémonos de eso por ahora.
—Hace unos cuantos años —comenzó por fin su relato— en una región del continente más allá del mar del oeste conocí a una zorra llamada Arisu...
—¿Qué quieres decir con zorra?
—Pues a que era una mujer-zorro, con orejitas puntiagudas asomándose entre su cabello, una esponjada cola y todo lo demás.
—Y era bonita ¿verdad?
Él sintió un fuerte impulso de decir algo chistoso sobre los celos que se entreveían en el tono de su voz, pero prefirió recordar con prudencia aquel consejo que le había dado Sango aquella vez cuando la conoció. De modo que solo se limitó a responderle tranquilamente.
—Arisu tenía el cabello muy largo, sedoso y negro, contrastaba por lo tanto vivamente con la blancura de su piel pálida como el brillo de la luna. Y ya que estamos hablando de astros, sus ojos incomparablemente verdes y claros siempre resplandecían llenos de astucia y alegría, destellando incansablemente ambos como si fueran gemelos de la Estrella de la Mañana —hizo una breve pausa para beber algo de té y disfrutar de la forma en la que Kagura torcía ligeramente los labios, obviamente molesta por la elocuencia con la que él describía a aquella mujer; eso era para que aprendiera a no decirle "niño de mami"— no puedo olvidar, a riesgo de sonar algo vulgar, mencionar su muy agraciado cuerpo, el cual era voluptuoso y ágil como una serpiente ascendiendo por la ladera de una montaña.
—Definitivamente te gustan las serpientes.
—Quizás, pero volviendo a la historia, Arisu había cruzado el mar intentando escapar de un terrible demonio llamado Onimaru, a quien la muy bribona se había atrevido a robarle su mayor tesoro: una espada conocida como "Mientras viva, nadie podrá tocarme". El poder de esta espada era aún mucho más grande que lo largo de su nombre, pero tenía un pequeño inconveniente y es que estaba maldita, nadie sino un verdadero demonio del Infierno podía usarla, cualquier otra criatura que osara tocarla moría instantáneamente.
—No debe haber sido tan lista después de todo si robo una espada que al fin y al cabo no podía utilizar.
—No, no, no. No la juzgues tan rápido. Tal vez era cierto que no podía usarla, pero esa nunca fue su intención. Lo que Arisu quería en realidad era destruir aquella espada, ese era el más anhelado deseo de su corazón.
—¿Destruirla?
—Así es. Lo que ocurre con "Mientras viva, nadie puede tocarme" es que tiene el poder de atrapar las almas de aquellos que son asesinados con ella dentro del cuerpo de aquel que la empuña. Y es aquí donde la historia se vuelve triste, ya que Arisu era la única sobreviviente de una tribu de zorros que murieron todos a manos de Onimaru El Sanguinario, y todas sus almas permanecerían atrapadas dentro del cuerpo de ese demonio ya fuera hasta que la espada fuera destruida o alguien matara a su dueño.
Una mañana iba yo por un camino, solo paseando por el puro gusto de apreciar el paisaje y de pronto aquella mujer espectacular apareció en mi camino. El aroma de su cabello me llegó de pronto arrastrado por el viento que desató al correr por mi lado casi tumbándome al suelo. Más que molesto yo traté de mostrarme galante, iba a voltearme para tratar de alcanzarla y ofrecerle mi ayuda en cualquiera que fuera su problema, pero ella no me lo permitió. Antes de que pudiera darme cuenta se había resguardado tras de mí, mirándome con su carita inocente e incluso soltando algunas lagrimas mientras me imploraba cual si fuera una niña indefensa diciéndome: "Por favor gran señor, ayúdeme, porque me vienen persiguiendo un grupo de terribles monstruos que albergan el terrible deseo de abusar de mi virtud".
—Y desde luego no podías quedar mal enfrente de la belleza. ¿Qué tal te fue con la pelea? ¿De verdad la perseguían por lo que ella decía?
—¡Jajajaja! ¡Pero que buena eres adivinando, Kagura! Tienes razón, me enfrenté a aquellos monstruos, derrotándolos con relativa facilidad, modestia aparte...
—¿Cuál modestia?
—No lo sé, es un decir. Y también tienes razón con sospechar que Arisu no me había dicho toda la verdad respecto a porque la perseguían. No dudo que fuera cierto lo de que querían abusar de ella, pero lo que ella no me había dicho fue que antes les había estafado a todos hasta la última pieza de oro y plata que poseían mediante su habilidad para hacer trampa en los juegos de azar. Sabía como disimularlo a la perfección la mayor parte del tiempo, pero era una gran bribona sinvergüenza.
Me extrañó ver que se había quedado a presenciar la pelea hasta su fin, porque siempre sospeche que no era la chica tierna e inocente que pretendía y no te negaré que fue precisamente por eso que me alegró tanto que no se hubiera ido.
—Parece que tienes predilección por las chicas malas.
—¡Veo que les has estado prestando atención a mis historias, me alegro! Ojalá tuviera marionetas para esta historia también. Pero ya que no las tengo, solo te la seguiré contando por donde iba. Lo creas o no, cuando me di la vuelta para buscarla una vez habiendo derrotado al último de aquellos monstruos, me encontré a la muy descarada muy tranquilamente sentada sobre una manta, muy contenta, aplaudiendo y hasta silbando de alegría, y lo más gracioso era ver en las comisuras de sus labios algunos restos de los dulces que había estado comiendo mientras me veía luchar. Parecía una niña... —Hizo una pausa, por un momento sus ojos brillaron al mismo tiempo por la alegría y la tristeza que le producía aquel recuerdo— Lo primero que sospeché fue que había caído en alguna especie de trampa cuando la vi ponerse de rodillas, ofreciéndome los dulces que aún quedaban en su canasta y disculpándose muy efusivamente por, como ella misma dijo: "haber puesto a prueba mis poderes de una forma tan insidiosa".
Sin atreverme a acercármele mucho y observando detenidamente su más mínimo movimiento, le pregunté quien era y cuales eran sus motivos para lo que había hecho; pero no tomé ni un solo dulce, sospechando más vivamente de que algo raro había sobre ellos debido a la gran insistencia con la que me los ofrecía y también por como tan astutamente se libraba en todas las ocasiones de responder a mis preguntas. Seguimos en el mismo tira y encoge por un buen rato, hasta que Arisu cambió drásticamente su actitud, bajando sus dulces y diciendo con tono desanimado "rayos, estoy tan cansada de correr, yo esperaba poder marcharme de aquí caminando tranquilamente, quizás con algo de tu oro, pero si no se puede... ¡No se puede!". Al instante siguiente me había arrojado la dichosa canasta a la cara, haciendo que los dulces dentro de ella se transformaran en un montón de pesados duendes de piedra que se sujetaron a mis brazos y piernas con fuerza impidiéndome moverme a gusto.
Así que allí estaba yo, luchando por quitarme aquellas cosas de encima sin mucho éxito, cuando de repente sentí su suave mano tomándome por el rostro. Inesperadamente la bandida me besó en los labios, así como si nada, solo me beso como si me conociera de toda la vida. Aún no sé por que, por mucho tiempo creí que tal vez fue por algún tipo de veneno en sus labios, pero de pronto no me podía mover. No me importó verla como luego se levantaba enfrente de mí con su sonrisota de bribona y agitando mi bolsa de oro en su otra mano; no me importó, porque lo único que existía para mí en aquel momento eran sus ojos, tan claros y de un verde que no existe en ninguna otra parte de la naturaleza. El único momento luego de su beso en que pude dejar de verlos, te confieso que fue cuando mi atención fue desviada hacía su escote mientras escondía mi oro entre sus senos; solo entonces pude recuperar el habla y gritarle que no se fuera, como loco le exigí que al menos me dijera su nombre, pero no lo hizo. Recogió su manta, aquel largo estuche de madera y salió corriendo a todo lo que daban sus piernas; solo se dio la vuelta por un momento cuando ya llevaba un buen trecho recorrido para gritarme: "¡Eres muy lindo, nunca cambies!", agitando su mano en el aire casi como con mofa. Recuerdo muy bien lo que pensé en aquel momento, "que bien que te parezca lindo" pensé "porque algún día serás mi esposa".
Por un rato guardó silencio mientras comía un pastelillo y bebía algo de té, quizás con la intención de hacer morir a Kagura por el suspenso. Hacía rato que ella se había hecho a un lado sus ganas de ponerse a preguntar cada cinco minutos ¿qué rayos tenía que ver Sesshomaru con todo esto? Y es que la historia se había puesto interesante ¿y a quien no le gusta una buena historia?
—Eventualmente te reencontraste con Arisu, de eso estoy segura ¿Cómo fue?
Braha Nira sonrió complacido al ver que había logrado interesarla con su relato, así que no la hizo esperar más.
—Uno imaginaría que resultaría más difícil seguirle el rastro a una chica tan lista y astuta, pero para mi sorpresa resultó ser todo lo contrario. Las señales de su paso por cualquier lugar eran inconfundibles: montones de corazones rotos de tontos enamorados en vano y aún más bolsillos vacíos de gente furiosa por haber caído en alguno de sus engaños. De hecho era tan descarada que la única señal de prudencia que mostraba era la de no dar jamás su nombre a nadie por ningún motivo; no que la gente que se había cruzado con ella le faltara imaginación y motivos para llamarla de muchas maneras, pero no era posible que ni por casualidad ninguno de esos fuera a ser su verdadero nombre.
De cualquier modo dos cosas eran seguras, su rastro era claro y tenía mil más que demasiados competidores tratando de sacarme del juego. Al parecer se había desatado una epidemia nacional de algún tipo de enfermedad mental que obligaba a todo el que había tenido contacto con ella a querer ser el primero y el único en ponerle las manos encima (lo que tiene muchos significados). De modo que a donde quiera que fuera, una vez de que se enteraban de que yo también la estaba buscando, enseguida comenzaban las peleas contra uno tras otro de los idiotas que la perseguían.
—Es claro que todos los que la perseguían eran unos tontos sin remedio.
—Sí, bueno... ¡HEY! —Volteó los ojos luego de ver la sonrisita que Kagura le brindaba, simplemente no podía negarle esa victoria— Supongo que me lo merezco. En fin, miles de kilómetros y millones de peleas después, al fin logré darle alcance en el último lugar en el que pensé que podría encontrarla: un gigantesco santuario dedicado a una divinidad conocida como El Señor del Acero. ¿Te has fijado lo pequeño que es el mundo? Ella realmente no esperaba encontrarme allí sentado, así como estamos tú y yo ahora, bebiendo té y conversando animadamente con los monjes que resguardaban aquel lugar que no era otra cosa que una de las entradas al hogar de mi maestro.
—¿Maestro?
—Sip, fue el Señor del Acero quien me enseñó todo lo que sé acerca de cómo trabajar con metales y como hacer máquinas. Recuerdo muy bien la expresión de decepción que tenía en su rostro al regresar del portal, justo antes de ponerse pálida del susto al verme y dos segundos antes de que intentara escapar en una nube de humo. No contaba con aquel pergamino que mis amigos los monjes me regalaron luego de que les prometí que no lo usaría para hacerle daño a "aquella simpática señorita"; aún me da mucha risa recordarlo.
Al instante en que las bombas explotaron, Arisu salió corriendo con la intención de saltar por una de las ventanas, pero yo logré interceptarla y pegarle el pergamino mágico en su frente para inmovilizarla. ¡Estaba furiosa! Todo lo que podía hacer era gruñirme y maldecirme, ordenándome que la liberara en el acto. Yo le dije "aún no, porque creo que aún tienes algo que me pertenece", ¡y vaya si esa linda boquita sabía como conjurar! Nunca había escuchado a nadie tan furioso como a ella cuando se dio cuenta de que pretendía recuperar mi bolsa de entre su busto. Así que decidí aprovecharme de la situación...
—¡Pervertido del demonio! ¡De verdad te atreviste a manosearla mientras estaba inmóvil! ¡De eso estoy segura!
—¡Tranquila, no es a eso a lo que me refiero con aprovecharme! Lo que quiero decir es que lo que decidí hacer fue obligarla a que me dijera cual era su motivo para causar tanto caos y qué era lo que quería con mi maestro, o sí no podía tener por seguro que recuperaría mi bolsa con mis propias manos y que era mejor que solo me lo dijera de una vez, porque en vista de lo abundante de sus atributos era muy probable que me tardará mucho en encontrarla.
Arisu sonrió confiada, afirmándome que no le importaba lo que yo hiciera, que podía tomar mi bolsa si me daba la gana, porque ella nunca me diría nada a menos que eso quisiera; asegurando por último con gran arrogancia que no había nada que yo pudiera hacer que la obligara a hablar. Debieras haber visto sus ojos cuando le dije "¿En serio?", y es que la pobrecita no me conocía, "entonces no te importara que lo haga con mis dientes".
No se esperaba esa respuesta, y a juzgar por la forma en la que me miró era claro que sabía que hablaba en serio...
—Seguro que hablabas en serio, depravado.
—Así que puse mi mejor sonrisa de malo, abrí lentamente su escote y comencé a acercar mi rostro a sus pechos...
—¡Que horror! ¿Acaso no sabes lo que es la vergüenza?
—¡Hey! ¡Eso fue lo que Arisu dijo también! Y supongo que sentir mi aliento calentando su fresca piel bañada en sudor nervioso fue respuesta suficiente para ella, e incluso un buen motivo para responder sin chistar a mis preguntas, contándome todo lo que quería saber hasta el más mínimo detalle. Quizás no me creas, pero a pesar de la gran tentación que sentí en aquel momento, con su aroma y su calidez tan cerca de mis labios, aún cuando por un instante creí que no me importaría si hablaba o no y todo lo que quise fue sumergirme en ella olvidándome de todo, aún así nunca me hubiera atrevido a tocarla de esa manera sin estar seguro de que ella lo deseaba.
—Creo que tal vez puedas estar diciendo la verdad... En base a lo que hemos pasado juntos —Kagura se asustó de pronto al darse cuenta de que estaba hablando sin pensar y poniéndose en una posición que no le convenía, tratando entonces de arreglar las cosas con algo de ira— ¡Pero eso no cambia el hecho de que me besaste sin mi consentimiento!
—Y me disculpo de nuevo, Kagura, no volverá a suceder. Entonces ¿nos quedamos en la parte en la que Arisu me explicó todo? Bien, pues resulto ser que su brillante plan al causar todo ese desastre era el de tratar de retrasar lo más posible a Onimaru y sus hombres en su persecución, lo que me pareció que debía haber resultado bastante bien en vista de lo mucho que a mí me costó encontrarla; pero ahora su estrategia tenía un inconveniente fatal y era que ella había hecho todo esto porque estaba segura de que su viaje terminaría justo allí en aquel santuario en el momento en el que seguramente el poderoso Señor del Acero destruiría de una vez por todas la maldita espada del demonio. Pero no fue así, lo que mi maestro le dijo fue que la única persona que podía destruir la espada sin que sus poderes malignos se esparcieran como un terrible veneno por el mundo era la misma persona que la había forjado: un herrero llamado Kaijimbo.
—De modo que ahora Arisu tenía que deshacer sus pasos de regreso por en medio del gran desastre que había causado y arriesgándose a cruzarse de frente con Onimaru y su grupo ¿no es así?
—Eso parecía, pero yo tuve una genial idea: "¿Y por qué no tomamos la otra ruta y regresamos a tu tierra natal por el oeste?"; me miró como a un demente, "Primero que nada ¿Por el oeste?" me dijo como si realmente fuera a ser tan imposible el viaje y luego agregó "Y segundo ¿Qué diablos quieres decir con tomamos?". Le respondí que la manera más rápida de viajar al oeste era conmigo como guía y que si lo hacíamos con discreción y en silencio podríamos despistarlos fácilmente.
No estaba para nada dispuesta a confiar en mí y no la culpo en vista de la vida que había llevado. Por suerte siempre cuento con mi encanto, simpatía y un par de esposas mágicas que nunca me fallan a la hora de poner bajo control a alguna chica descarriada como ella.
—Mejor ni me lo recuerdes. Lo siguiente creo que es fácil de imaginar: Arisu y tú emprendieron el viaje, vivieron sus aventuras y muy probablemente se enamoraron, ya que no dudo que hayas logrado seducirla, tramposo desvergonzado. Pero también presiento, no solo por la soledad en la que vives, sino por la expresión de tristeza que tratas de ocultar que las cosas no salieron del todo bien. Intuyo un final no muy feliz en tu historia. Si no quieres recordarlo, lo entenderé.
—Tienes razón en todo lo que dices, Arisu y yo tuvimos nuestros buenos y malos momentos, nuestros ratos de tranquilidad y una que otra aventura emocionante mientras viajamos de regreso a estas tierras. También es cierto y estoy muy orgulloso de reconocer que llegó un momento en el que ella no quiso quitarse las esposas que le puse solo por la cursilería de que les recordaban a mí. Sí, llegamos a amarnos profundamente y cada día que pasaba con ella a partir del momento en que me dejó besarla por primera vez, no podía dejar de sentir como si fuera a estallar en llamas de tanta felicidad. En parte por eso es que nos volvimos tan descuidados.
Ya estábamos en las últimas etapas de nuestro viaje, justo nos encontrábamos a punto de abordar el que sería nuestro transporte de regreso a estas islas cuando fuimos sorprendidos por Onimaru. El maldito nos emboscó justo cuando íbamos a subirnos al monstruo tortuga que habíamos contratado. Yo estaba dándole la mano a Arisu para ayudarla a subir —estiro su brazo izquierdo como lo había hecho aquella vez— la observé sonriente y tranquila, tal feliz y segura de que pronto todo terminaría; y fue entonces cuando aquella flecha paso volando junto a nosotros.
Ambos miramos en la dirección de la que provenía buscando al culpable, ese fue nuestro error; no, ese fue mí error. Lo que debí hacer fue alcanzarla, halarla por el brazo para subirla a la tortuga y escapar, pero para cuando reaccioné ya era demasiado tarde. Lo vi entre los árboles, a Onimaru con un arco bien tensado, no se permitió a sí mismo fallar dos veces y en la segunda oportunidad la alcanzó de lleno en su hombro derecho. Solo entonces reaccioné como debía, aferré su mano antes de que pudieran dispararnos de nuevo y a toda prisa la arrastré hasta el costado de la tortuga donde no podrían vernos. Prontamente nos alejamos de la costa, protegidos en parte por la abultada caparazón de la tortuga y en parte por la gruesa sombrilla que habíamos llevado como precaución para protegernos del sol en el camino.
Al ver el lugar en que le habían dado me llené de esperanzas, hasta hice alguna broma respecto a lo llorona que era por quejarse tanto por una pequeña herida como aquella, pero no lo sabía. Rasgue un poco sus vestiduras para ver la herida, buscando una manera de detener la pequeña hemorragia, solo entonces de mí cuenta del porque de su sufrimiento...
—Veneno. —Sentenció Kagura con pesar.
—No había nada que pudiera hacer por ella estando como estábamos en medio del mar y sin saber qué veneno había usado Onimaru... ¡No estoy tratando de excusarme!
—Lo sé —posó su mano en el hombro de Braha Nira tratando de consolarlo— no tienes que decir más, en serio.
—Arisu... Ella me mostró de pronto mi bolsa de oro en su mano, no me di cuenta de cuando la tomó... Dijo muy quedamente "Eres muy lindo, nunca cambies" y eso fue todo. Simplemente se transformó en cenizas... Y entonces esto ocurrió.
—¿De qué hablas? —Kagura miró confundida la forma en la que él miraba su brazo con inmensa frialdad.
—Clamé el nombre de mi madre. Le conté lo sucedido y le ordené que me convirtiera en un verdadero demonio, lleno de ira le dije que mataría a Onimaru con su propia espada. Se negó rotundamente, dijo que jamás se perdonaría ver como otro de sus hijos perdía el corazón por causa del odio. Pero a lo que ella no estuvo dispuesta, hubo alguien más que sí.
De pronto una extraña voz salió de la nada y vi a mi madre ponerse muy nerviosa al escucharla. "Una espada solo es tan fuerte como el brazo que la empuña, y creo que no hay nada mejor para esa espada que un brazo nuevo", furiosa mi madre replicó al instante: "¡Noche Gélida, aléjate de mi niño!"
—¿Noche Gélida?
—Volteé al sentir una mano sobre mi hombro, no tan dulce ni mucho menos tan amable como la tuya en este momento. Mi sangre se heló bajo mi piel, literalmente todo mi cuerpo se sintió como sumergido en la misma esencia del invierno. Y escuché de nuevo su voz haciéndome esta propuesta: "Júrame que abrazaras a la oscuridad para llenarla de justicia, prométeme que nunca olvidarás por quien has de hacer este sacrificio y yo haré posible para ti empuñar esta espada sin que tu espíritu sea destruido por ello".
"Juro nunca olvidar a Arisu, lo que de todas formas me sería imposible", respondí, "De la misma forma que juro que esta espada nunca volverá a probar la sangre del inocente mientras viva". Aquel que mi madre llamó Noche Gélida cumplió sin chistar su palabra. —Sacó su brazo de entre sus ropas, mostrándoselo por completo a Kagura de una forma atemorizante— ¿Te has preguntado el por qué este brazo se siente de esta manera, tan frío y ardiente al mismo tiempo? Yo sé que sí; pues es porque Noche Gélida lo llenó de la más pura oscuridad, la cuan inyectó en mí con una daga que no creo que fuera ninguna casualidad que llevara consigo en aquel momento. Pero no me importan sus motivos; lo único que importa es que solo este brazo puede blandir ahora a "Mientras viva, nadie puede tocarme" y que con él di muerte rápida y certeramente a Onimaru la próxima vez que le vi.
De nuevo guardó silencio por un rato como dejando que Kagura digiriera lo que acababa de escuchar. Por su parte ella sufría de una marejada emocional entre la excitación y al mismo tiempo el miedo que le provocaba la mirada y la actitud de Braha Nira en aquel momento, recordándole la manera en la que le había visto en aquel perturbador sueño que tuvo con él. Luego de un rato sosteniéndole su terrible mirada sin poder moverse o descifrar sus intenciones para haberle contado todo aquello, al fin resolvió hablar de nuevo.
—Imagino que en algún momento aparecerá Sesshomaru involucrado en todo esto. —Dijo con osadía, no dejándose intimidar por las posibles consecuencias.
—Pues resultó ser que me volví demasiado famoso luego de matar a Onimaru y a su ejercito. Por eso fue que él me reconoció aquel día cuando nos encontramos por casualidad en un lugar cercano al taller de Kaijimbo. Le dije que mi asunto era con el forjador diabólico y no con él, que no tenía ningún interés en luchar en su contra. Pero él reconoció mi brazo y su poder, dijo que tenía tiempo buscando un brazo digno de reemplazar el que había perdido, que quizás el mío sería lo suficientemente bueno y que simplemente no dejaría marcharme de allí por las buenas, ese es más o menos el resumen de lo que dijo.
Fue una muy buena pelea, muchísimo mejor que la que tuve contra Onimaru o cualquier otro ser de poderes tan grandes. Estábamos bastante equilibrados, y tal vez aún estaríamos peleando de no haber sido por aquella niña que apareció de pronto de entre unos arbustos gritando su nombre. Ambos habíamos comprobado lo inútil de aquella pelea, de modo que y en vista de que Sesshomaru no podía ser tan mal sujeto si aquella niña le quería tanto, le ofrecí hacerle un brazo nuevo, algo digno de él gracias a mis artes.
—No puedo creer que él simplemente lo aceptara de buena gana.
—Después de dos días peleando sin poder obtener un resultado diferente al que viste hace un rato, la verdad no me parece tan improbable.
—¿Así que esto es todo? ¿Me has contado esta historia tan larga solo para que al final resultara que conociste a Sesshomaru por casualidad?
Braha Nira apartó la vista de la de ella, resguardando de nuevo su brazo izquierdo bajo su ropa y esbozando una pesada sonrisa, casi como una disculpa.
—He estado solo mucho tiempo. Le prometí a ella que no lo haría...
Y no dijo nada más. Solo se quedó en silencio mientras Kagura lo observaba, en parte intrigada y en parte enternecida. Ella misma no entendía por qué sentía tantos deseos de abrazarlo, pero aún así lo hizo, sin importarle el que tal vez ella estuviera perdiendo en esta ocasión.
