Disclaimer: Más quisiera, pero no son míos.
Bueno, esto empezó como un Oneshot, sin intención alguna de continuación y va a acabar... ¡yo que sé cómo va a acabar! Pretendía zanjar vuestras ansias de saber sobre las cartas de Harry y algo sobre su vida juntos después, sólo en un capítulo más. Confieso que se me han ido los dedos. Así que os dejo este trocito y dejaremos para el próximo los encuentros en la tercera fase...
CAPITULO II
Draco se había dormido por fin. Podía oír su respiración tranquila chocando contra su pecho. Y sus dedos, acariciando la suave piel bajo el pijama, podían contar cada una de sus costillas. Ya había concertado una cita con el medímago que solía atenderle a él para dentro de un par de días. Quería que le hiciera un reconocimiento médico a fondo. Estaba seguro de que su dragón iba a necesitar, cuanto menos, algunas vitaminas que le ayudaran a recuperarse de aquel largo encierro. Y un montón de comidas caseras. Desvió la mirada al reloj despertador de la mesilla. Casi la cinco de la mañana. Dejó escapar el aire lentamente, con cansancio. A pesar del extenuante día, el sueño no parecía querer complacerle a él como al resto de habitantes de la casa. Tal vez debería haberle hecho caso a Virginia y dejar que vertiera también en su té un poco de poción tranquilizante. Tal como había hecho en el de madre e hijo, previendo el estado de excitación de ambos. Quizá lo que temía era dormirse y que al despertar Draco no estuviera a su lado; que aquel sueño tan anhelado se desvaneciera al abrir los ojos a un nuevo día. Más no. Draco estaba junto a él. Podía sentir su cuerpo apretado contra al suyo; su delgado y blanco brazo rodeándole, agarrándose a su torso como si también temiera perderle.
Harry le sonrió a la oscuridad.
Aquellos diez años de pesadilla por fin habían terminado. Sin embargo, jamás olvidaría aquella primera carta. La que había dado razón a todas las demás. El mal presentimiento que estriñó su estómago cuando la lechuza le entregó el sobre con el sello del Ministerio de Magia austriaco. Al principio no pudo ni tan siquiera creerlo. No podía admitir que Draco hubiera sido tan idiota. Pero ahí estaban los hechos. Irrefutables. Se había puesto en contacto con el Profesor Dumbledore inmediatamente. Y éste con el Ministro de Magia, Cornelius Fudge. Snape se había unido a ellos en aquel precipitado viaje que los había llevado a Viena. Después de varios días de conversaciones y de buscar mil y un resquicios legales, habían tenido que regresar a Londres sólo con la esperanza de que el Ministerio austriaco mostrara algo de benevolencia. Les harían llegar su decisión por escrito.
–No lo hagas, Harry. –le había dicho Dumbledore mientras aun esperaban en la antesala del despacho del Ministro austriaco, a que Fudge terminara de hablar con su homólogo.
Él le había mirado con expresión interrogante.
–Culparte. –había aclarado el Director con un deje de decepción– Draco ya no es ningún niño para no saber lo que hacía. Se le dio una oportunidad y él mismo la ha desvanecido. Tal vez nunca la mereció.
Él tan solo le había devuelto una mirada furiosa. Porque sí, se había sentido culpable. Estaba seguro de que Draco jamás hubiera actuado de forma tan poco inteligente sino hubiera tenido tantas ganas de librarse de él. Sino se hubiera sentido tan mortificado.
Y después, sólo había faltado el estúpido Ministro tratando de consolarle diciendo que iba a conseguirle el divorcio más rápido de la historia. Incluso una anulación de su matrimonio, si lo deseaba. Harry Potter y Draco Malfoy jamás habrían estado casados. Nada podía perturbar su inigualable trayectoria de héroe y futuro auror. Entonces había sentido la mano de Snape sujetando con fuerza su muñeca, la que tenía el puño cerrado y estaba a punto de endiñarle un temerario puñetazo a aquel imbécil mal llamado Ministro de Magia.
Había vuelto a casa sin haber tenido la oportunidad de poder verle, porque le mantenían aislado, bajo estrecha vigilancia y sin posibilidades de recibir visitas. Lo único que le consoló, si algo podía consolarle, fue que al menos los austriacos no tenían dementores en su prisión. Así que se encontró pensando que, a pesar de todo, había bastantes posibilidades de que Draco pudiera salir todavía cuerdo de toda aquella desgraciada aventura, cuando por fin volviera a casa. Porque¡por todos los dioses, Draco iba a volver y él iba a estar esperándole.
El pálido cuerpo que descansaba sobre él se removió inquieto. Draco farfulló algo en sueños. Su rostro se enterró entre el hueco de su hombro y su cuello y Harry intentó separarle un poco, temiendo que se ahogara. Pero Draco se resistía a apartar el rostro de su piel, como si estuviera aspirando su olor y su mano se ancló con más fuerza en el costado de Harry, clavándole sus delgados dedos. Él se quedó entonces quieto, sintiendo el cosquilleo de las rápidas inhalaciones y expiraciones del rubio sobre su cuello. Y como si aquel reconocimiento le hubiera tranquilizado, la presión sobre su costado disminuyó y Draco deslizó nuevamente su cabeza para reposarla sobre el pecho de su esposo, recuperando la tranquilidad de su sueño. Harry acarició con ternura la rubia cabeza y volvió a mirar el reloj. Casi las seis menos cuarto. Suspiró ya resignado y dejó que su mente insomne se hundiera otra vez en sus recuerdos.
No sabía en que momento había decidido que le escribiría. Pero ya que no podía hablar con él, la única manera que tenía de hacerle saber que seguía a su lado y que estaban intentando hacer cuanto estaba en sus manos, era mandándole una carta. Se había pasado horas delante de un pergamino en blanco, dándole vueltas a la pluma entre sus dedos, mojando de vez en cuando la punta en el tintero, porque la tinta se secaba sin que él hubiera conseguido escribir todavía ni una sola línea. A pesar de los años, todavía recordaba la ridícula primera carta que le había mandado.
Londres, 15 de agosto de 2010
Hola Draco:
No me han dejado verte. Así que he decidido escribirte esta carta, ya que es lo único que permiten. Para que sepas que tanto, Dumbledore, Snape, Fudge como yo, hemos estado en Viena intentando hacer todo lo posible para sacarte de este apuro. Me temo que va a ser un poco difícil. Pero no pierdas la esperanza.
Un abrazo,
Harry
No había habido respuesta. Así que había decidido enviar una segunda.
Londres, 22 de agosto de 2010
Hola nuevamente:
No sé si te habrán entregado la carta que te envié hace una semana. Por si acaso, he pensado que era mejor volver a escribirte. Fudge sigue en conversaciones con el Ministro austriaco y Dumbledore está hablando con un montón de gente también. Espero que tanta reunión sirva finalmente para algo. Como te decía en mi anterior carta, no pierdas la esperanza todavía.
Un abrazo,
Harry
Y había tenido que escribir una tercera.
Londres, 2 de septiembre de 2010
Hola Draco:
Parece ser que hay cierta dificultad para que recibas mis cartas. Espero que esta sí llegue a tus manos. Las conversaciones entre Ministros, prosiguen. Supongo que eso es bueno, porque significa que todavía hay posibilidades. Y Dumbledore ha viajado hasta Viena otra vez para entrevistarse con alguien, no me ha querido decir quien. Tampoco me ha dejado acompañarle. He intentado conseguir un permiso para verte, pero no hay manera. De momento, todavía no le he dicho nada a tu madre. Con un poco de suerte, todo se resolverá sin que tenga que enterarse.
Un abrazo,
Harry
También había escrito una cuarta y una quinta, antes de recibir la primera respuesta de Draco. Que dejara de escribirle, que no necesitaba su compasión y que firmara los pergaminos del divorcio y le olvidara. Contundente, sí señor. Pero él no era un Gryffindor para nada.
Londres, 10 de septiembre de 2010
Hola Draco:
Me alegra saber que mis cartas te llegaron. Empezaba a sospechar o que la lechuza era muy torpe o que no te las entregaban. ¿Cómo te encuentras? Ya me imagino que no en tu mejor momento, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. Pídeme cualquier cosa que necesites y trataré de hacértela llegar.
Por cierto, lo del divorcio, ni en sueños. Con eso tengo a Fudge atrapado por los huevos.
Un abrazo,
Harry
Londres, 12 de octubre de 2010
Hola Draco:
Parece que la lechuza vuelve a andar algo torpe¿verdad? Te he mandado cuatro cartas desde que recibí la tuya y no he obtenido respuesta.
¿Cómo estas? Tu madre empieza a preocuparse por ti, pero de momento tengo la situación bajo control. Así que no te inquietes por ella. Cuando Dumbledore me dijo que el Wizengamot se reunirá a principios del próximo año. No podía creerlo. No entiendo como pueden tardar tanto. Aunque si para mí esta espera ya es difícil, me imagino lo que debe ser para ti. Por si te sirve de consuelo, sigues contando con mi incondicional apoyo. La esperanza es lo último que se pierde. Recuérdalo.
Un abrazo,
Harry
Y había conseguido una respuesta, si. Tan contundente como la anterior. Que no le molestara, que no le necesitaba e insistía en el divorcio. Pero, por supuesto, él había seguido en sus trece y le había mandado una nueva carta. Cada semana. A ver quien podía más. Al final lograría que le hiciera caso. Aunque solo fuera por aburrimiento.
La tercera carta de Draco había llegado pocas semanas antes de Navidad. No es que hubiera sido mucho más extensa. Pero había comprobado con agradable sorpresa que le enviaba una también para Narcisa y le pedía que le comprara un regalo de Navidad de su parte. ¡Y le daba las gracias! Se había preguntado entonces, alarmado, si a pesar de no haber dementores, los austriacos sometían a sus presos a alguna especie de tortura mental. Podría haber sido una explicación. Inquieto, se había propuesto preguntárselo a Dumbledore la próxima vez que le viera.
Y siguió escribiendo, incansable, a la espera de que Draco se decidiera a contestarle. Harry había pasado muchas Navidades tristes en su vida. Pero no recordaba ninguna tan deprimente como la de aquel año. Especialmente por Narcisa. Por su angustia y su inquietud al no entender porque Draco no regresaba. Y por el peso en su propia conciencia al conocer la razón y no poder compartirla.
La resolución definitiva del Wizangomat austriaco se había dado a conocer a mediados de Enero. Según dedujo al leer el acta de la sentencia, la primera intención de los austriacos había sido encerrar a Draco y tirar la llave. Pero por lo visto, el Ministerio de Magia de aquel país también tenía sus entresijos políticos, como todos y por el motivo que fuera, no le interesaba ponerse a malas con el Ministerio de Magia Británico. Aunque Harry siempre había sospechado que, más que una muestra de la habilidad política de Fudge, habían sido los contactos que el Profesor Dumbledore tenía, como no, también en el Wizengamot austriaco.
Así que, después de un tira y afloja que había durado casi cinco meses, la sentencia definitiva había sido de quince años. Podría haber sido peor, le dijo Fudge satisfecho consigo mismo. Y había insistido seguidamente en la necesidad de un divorcio rápido y discreto. Y esta vez, el Ministro no había contado con la inestimable ayuda de Snape y al Gryffindor se le había ido torpemente la mano sobre una preciosa y valiosa figura de porcelana china que Fudge adoraba, regalo del embajador de aquel país. ¡Lástima de estatuita!
Sorprendentemente, a primeros de febrero Draco le había escrito. Insistía en la firma del divorcio pero le pedía que cuidara de su madre y que no le mencionara que estaba en prisión.
Londres, 3 de febrero de 2011
Hola Draco:
Ayer recibí tu carta. Que voy a cuidar de tu madre, no tenías ni que pedírmelo. Está fuera de toda discusión. Narcisa está bien. Como te puedes imaginar, preocupada por no saber de ti. Pero le he dicho que te había salido una oportunidad de iniciar tu negocio en Viena y que estabas muy ocupado instalándote, tramitando permisos y ese tipo de cosas. ¡Merlín me perdone! Pero es lo primero que se me ha ocurrido. De momento, parece que se ha quedado más tranquila. Veremos que me invento cuando vuelva a preguntar.
No voy a reprocharte nada, tranquilo. Tal vez te parta la cara cuando salgas de aquí, por idiota. Pero después de quince años, puede que incluso esté tan contento de verte, que me olvide de este propósito. Así que al menos, de un buen tortazo, te vas a librar. Eres una serpiente con suerte, después de todo.
En cuanto al divorcio, te pongas como te pongas, no voy a concedértelo. Así que deja de darme la vara con eso y encuentra otro tema de conversación para tu próxima carta.
Un abrazo,
Harry
Después de cuatro meses más de correspondencia unilateral, a principios de junio había recibido por fin una misiva de Draco. Y como no, el único tema que se abordaba en ella era el ya tan traído y llevado divorcio. Su rubia serpiente era de piñón fijo.
Londres, 10 de junio de 2011
Hola Draco:
Me alegra que por fin te hayas decidido a tomar pergamino y pluma. Aunque solo sea para escribir sobre el único tema del que no quiero leer. Vuelvo a repetírtelo. No insistas. No va a haber divorcio. ¿Cómo crees que iba a explicárselo a tu madre? No habías pensado en ella¿verdad? Por otra parte, mi... ¿cómo lo llamaste, ah, si. "Mi maldito código de honor" no considera " honorable" divorciarse de ti mientras estés en la cárcel. Es como seguir pegando a alguien cuando ya está en el suelo¿entiendes? Hablaremos de ello cuando salgas. Cuando podamos vernos cara a cara. ¿Te parece esta una respuesta suficientemente razonable, clara y concluyente como para que la puedas comprender y podamos dar este tema por zanjado de una puñetera vez?
Por cierto, acuérdate que la semana que viene es el cumpleaños de tu madre. No estaría mal que le enviaras cuatro líneas. Nada demasiado extenso para que no te comprometa, pero la harás muy feliz si lo haces. Le compraré un regalo de tu parte. No te preocupes.
Si necesitas cualquier cosa, házmelo saber. Aunque te moleste, te repatee y te retuerza las tripas, seguiré apoyándote en todo lo que pueda. Ya lo sabes. Así que tómatelo con paciencia, porque yo tengo mucha.
Un abrazo,
Harry
Y para su desesperación, Draco le había respondido dejado pasar tres meses en blanco antes de contestar a la numerosa correspondencia que él, machacón, le había seguido enviando. Al fin, y no es que se hubiera alegrado de ello, Draco se había hundido. Sabía que tarde o temprano tenía que pasar. Ni todo el orgullo ni toda la arrogancia del mundo podían sostener a un ser humano al que habían aislado, encerrado entre cuatro paredes lúgubres; sin poder hablar con nadie; sin saber si era de día o era de noche más que por las comidas; sin otro contacto con el mundo que las cuatro letras escritas en un trozo de pergamino que le llegaba, eso sí, con puntualidad británica.
Cómo había deseado haber podido estar a su lado en esos momentos, consolarle, abrazarle. Decirle que sufría tanto como él. Confesarle lo que habían sido aquellos primeros tres años de matrimonio, en los que había tenido que reprimir su corazón y su deseo. El dolor que le había atravesado al verse rechazado de forma tan hiriente, tan drástica, sin que le diera oportunidad a iniciar ningún tipo de acercamiento. Draco no había dejando ningún resquicio, ninguna brecha por la que poder colarse con alguna esperanza. Harry se había resignado a dejarle marchar a Viena para que cumpliera su sueño, con la confianza de que cuando regresara, él hubiera reunido el valor suficiente como para confesarle lo que realmente sentía. Que ese matrimonio no había sido ningún sacrificio. Que le amaba. ¿Y de qué había servido todo, al fin y al cabo? Sólo para espolear a Draco a buscar una salida que le había alejado todavía más de él.
Los primeros rayos de sol empezaron a inundar tímidamente la habitación. Harry se levantó con cuidado, para no despertar a su esposo. Aunque la dosis de poción había sido generosa, así que suponía que madre e hijo dormirían hasta bien entrada la mañana. Cerró las contraventanas y corrió las cortinas. Draco necesitaba descanso. Dormir a pierna suelta y recuperar fuerzas. Harry se duchó, desayunó e hizo una rápida escapada a la central de aurores para comprobar que no había nada urgente que necesitara de su atención.
Diez minutos después de llegar, alguien llamó a la puerta de su despacho. Alzó la mirada y cuando vio la pelirroja cabeza de Weasley asomar por la puerta, pensó con optimismo que ni siquiera Ron podría amargarle aquella hermosa mañana.
–¿Tienes un minuto? Necesito que firmes unos cuantos expedientes para poder pasarlos al Wizangamot antes de irte.
Harry hizo ademán con la mano para que entrara. Ron cerró la puerta y depositó encima de la mesa cuatro gruesos legajos.
–¿Lo de Park Avenue? –preguntó el Jefe de Aurores.
–Si, también está ahí. –respondió el pelirrojo.
Como siempre, el tono entre ambos era tenso. Con los años, habían aprendido a tolerarse. No les había quedado más remedio, ya que tenían que trabajar juntos. Pero ninguno de los dos había enterrado definitivamente su resentimiento. Sólo lo habían apartado por el bien de su relación laboral. Especialmente cuando Harry se había convertido en el jefe. Fuera del trabajo, sus vidas no se cruzaban. Aunque si no se ignoraban completamente, era porque Hermione no les dejaba, empeñada en recuperar lo que para los dos hombres era irrecuperable. Harry había enviado un regalo por cada uno de los hijos que Hermione había tenido con Ron y había hecho un breve acto de presencia en sus ceremonias de nombramiento, presionado por la testaruda castaña y su suegra, Molly Weasley. También habían sido Hermione y Molly quienes habían acompañado durante interminables horas a Narcisa Malfoy en el hospital, cuando Harry había permanecido inconsciente durante días tras su fatal caída. Por supuesto, Ron jamás confesaría que esperaba con el alma en vilo las noticias que su esposa le daba cada noche sobre el estado de su ex amigo.
Ron carraspeó ligeramente un par de veces y la segunda, Harry alzó la vista unos segundos, mientras pasaba a la siguiente hoja donde debía estampar su firma. Un tercer carraspeo estuvo a punto de hacerle soltar un bufido de impaciencia, pero se contuvo. No preguntaría. Si Weasley quería algo, ya lo soltaría. Finalmente, el pelirrojo se decidió a hablar.
–¿Has podido traerle? –preguntó sin poder ocultar en su voz cierto nerviosismo.
Harry alzó nuevamente la cabeza y le miró con expresión indescifrable.
–Si, está en casa. –contestó secamente, mientras tomaba el tercer dossier y continuaba firmando.
–¿Y... cómo está? –preguntó Ron tras unos breves segundos de vacilación.
–Bien. –respondió Harry con la misma sequedad, esta vez sin siquiera levantar el rostro– Sólo necesita descansar y unas cuantas comidas decentes.
Ron dejó que llegara al final del tercer dossier y tomara el cuarto antes de hablar nuevamente.
–A Hermione... –casi tartamudeó– ...a Hermione le gustaría saber si algún día de estos os vendría bien pasar por casa. A cenar, si os apetece.
Esta vez Harry detuvo su mano y miró al pelirrojo con expresión irónica.
–¿A cenar? –y volvió inmediatamente su atención a los pergaminos que estaba firmando sin poder evitar un ligero meneo de cabeza– Dile a Hermione que es muy amable de su parte, pero no. Gracias.
–Tal vez dentro de un tiempo... –insistió el pelirrojo apurado– ...cuando él se encuentre mejor.
Harry estampó la última firma y cerró el dossier, colocándolo encima de los otros tres. Después miró al hombre que tenía ante él, clavando unos helados ojos verdes en los azules del pelirrojo.
–ÉL, tiene nombre. –le dijo con dureza.
–Lo sé...
–Me sé los nombres de todos tus hijos, Ron. –reprochó llamándole por su nombre de pila por primera vez en años– De los cinco. ¿Sería mucho esperar que tu lograras nombrar a mi esposo por el suyo?
Ron apretó las mandíbulas en un gesto nervioso, mientras asentía levemente con la cabeza.
–Como ya te he dicho, –habló sin apartarle la mirada– a Hermione y a mí nos encantaría que... Draco y tú vinierais a cenar cualquier día de estos. Sólo avísame cuando os vaya bien.
–¿Algo más? –preguntó Harry con frialdad.
Ron recogió los dossiers de encima de la mesa de su superior y negó con la cabeza. Pero cuando estaba ya en la puerta, su voz le detuvo.
–Weasley.
Ron soltó el aire con fuerza, antes de volverse y encarar nuevamente a Harry. Ya había tenido suficiente humillación por un día.
–¿Señor?
–Déjame hablar con Draco primero.
El pelirrojo asintió, con una expresión mucho más relajada y cerró la puerta antes de que a Harry se le ocurriera pensárselo mejor y él tuviera a Hermione indefinidamente cabreada.
Harry regresó a casa al cabo de un par de horas, sin poder dejar de darle vueltas a su conversación con Ron. ¿Por qué tenía que ser Hermione tan metomentodo? Sin embargo, recordó que la idea de enviarle libros a Draco fue suya. ¡Cómo no! Hermione y libros siempre iban de la mano.
Había sido más o menos a partir de ese momento cuando su relación se había encarrilado. La correspondencia había empezado a ser mucho más fluida entre ellos. El rubio no tardaba demasiado en responderle. Había comenzado a llamarle por su nombre de pila y a firmar con el suyo. A pesar de todo, seguía protegiéndose detrás de su coraza, sin dejarle atravesarla para otra cosa que no fuera agradecerle las noticias sobre su madre o cualquier cosa que le enviara.
Y así había sido durante tres años. Hasta ese fatal día que, no es que no quisiera recordar, es que no podía. Su mente tenía un vacío que abarcaba desde el momento en que había salido de casa aquella mañana, para dirigirse a la central como cada día, hasta que había despertado dos semanas después en San Mungo. Los que le habían visto caer, se lo habían relatado después, todavía sin poder creer que pudieran estar explicándoselo a él en persona. Casi dos meses después, seguía todavía en el hospital volviéndose loco, hasta que consiguió que por fin Hermione, aprovechando un momento en que Molly y Narcisa habían salido a tomar un té, le ayudara a escribir una carta para Draco, sujetándole la mano mientras él trazaba lentamente cada letra.
Londres, 23 de septiembre de 2013
Querido Draco:
Siento esta dilación en escribirte. Pero es que he tenido algunos problemas en el trabajo. Andamos todos locos buscando a un tipo que no tiene nada mejor que hacer que atracar bancos muggles. ¿Te lo imaginas? Un atraco a mano armada, como lo denominan los muggles, ya es suficientemente malo como para que ahora este desgraciado le haya dado un nuevo sentido a lo de "mano armada". Atraco a golpe de varita, lo ha rebautizado el muy cínico. Como te supondrás, al principio, los muggles ni puñetero caso cuando le decía al cajero que depositara el dinero en una bolsa, amenazándole tan solo con la varita. Se reían en su cara. Hasta que empezó a repartir Imperdonables. Y allí se le acabó la gracia al asunto. El Primer Ministro muggle está presionando al nuestro y Fudge al Jefe de Aurores. Y así nos va a los que no nos queda a nadie a quien presionar. Los de la brigada que se dedica a obliatear memorias, no dan abasto con tanto muggle histérico. Y de pronto, han empezado a haber más bajas por enfermedad de las que se recuerdan desde la última epidemia de gripe. El problema es que ahora no hay gripe. Los pobres que todavía aguantan tienen que hacer más turnos que vueltas da una noria. Los aurores estamos en las mismas. Hay un ambiente de mala leche colectiva que ni te cuento. ¡En fin! En algún momento el tipo cometerá un error y le atraparemos. Siempre lo cometen.
Espero que sepas disculpar mi letra. Más bien que la entiendas. Ya sé que me ha salido un poco chunga, pero es que ahora mismo tengo el brazo inmovilizado. Nada importante. Gajes del oficio.
Tal vez vuelva a tardar un poco en escribirte. No sé todavía cuando van a quitarme este dichoso hechizo de inmovilidad. Pero en cuanto lo hagan, no vas a librarte de mi carta semanal, ni aunque se lo supliques a Merlín de rodillas. (Me cuesta imaginarte de rodillas).
Un abrazo,
Harry
Por supuesto, no le había dicho que había sido el susodicho atracador, junto a un cómplice hasta entonces inadvertido, quienes le habían derribado de su escoba, haciéndole aterrizar en pleno Portobello Market, en hora punta, cuando el mercadillo estaba más abarrotado.
Todavía seguía disculpándose con los de la brigada de Obliates...
La respuesta de Draco no se había hecho esperar. ¡Había tanta desesperación en ella, que Harry había quedado completamente noqueado! La leyó y la releyó tantas veces, que el pergamino había descolorido bajo el sudor de sus manos enfebrecidas y la humedad que sus ojos derramaban con cada línea. Las palabras te necesito, Harry, no me abandones, bailaban ante sus ojos cada vez que los cerraba. Sonaban como un mantra dentro de su cabeza, como la respuesta a una plegaria largamente pronunciada. Por primera vez en tres años se daba verdadera cuenta de lo que significaban para Draco sus cartas. Para él, escribirle era una necesidad. La manera de no sentirle tan lejos ni tan inalcanzable. De hacerle saber que podía contar con él. Pero siempre había creído que Draco había acabado rindiéndose a su pesadez; que para el rubio era una manera más de matar el tiempo y hacerle algunas horas un poco más entretenidas. Como los libros o pasatiempos que le enviaba.
Ese día había recuperado la esperanza.
A partir de ese momento, no se había dado descanso. Había dejado que esa parte tan Slytherin que también formaba parte de él saliera a flote para tomar las riendas de cada uno de sus pasos. Había sido metódico y concienzudo; reprimiendo su lado más impulsivo y visceral. Ese que a veces le llevaba a uno a que le derribaran de su escoba. Como simple auror no podía hacer mucho. Sólo acatar órdenes. Había oído rumores sobre que Donaldson, el por entonces Jefe de Aurores, no tardaría en jubilarse. Y aunque había un par de nombres que sonaban con fuerza, Salvador del mundo mágico sólo había uno. Tal vez ya iba siendo hora de rentabilizar el título y cobrarse tantos años de sinsabores. De pesadillas, de pérdidas y dolor.
Y el primero en descubrir, para su desgracia, ese nuevo lado de Harry Potter había sido el atracador de bancos muggles.
Londres, 7 de julio de 2017
Querido Draco:
Siento comunicarte que has perdido la apuesta. A pesar de tus irónicas aseveraciones sobre que era imposible llegar a Jefe de Aurores antes de los treinta o sin haberle lamido el culo a Fudge por lo menos durante diez años, aquí me tienes. Y te recuerdo que cumpliré veintisiete a finales de este mes. Y no, mente retorcida. Simplemente me he limitado a hacerle ver a nuestro querido Ministro las ventajas de tenerme a mí en ese puesto.
Si bien es verdad que me he ganado algunas antipatías, era inevitable, nadie se ha atrevido a decir esta boca es mía. Sospecho que tiene bastante que ver con el hecho de que, cabreado, soy todo un espectáculo. Y nadie quiere cabrearme, créeme.
Lo que llevo peor es lo del dichoso discursito. Me temo que Fudge va a aprovechar para montar un pequeño circo con todo esto. Y esta vez no tengo forma de escurrir el bulto. ¡En fin¡Todo sea por lo que es!
Casi tengo convencida a tu madre para que me acompañe. Creo que el decirle que se compre el vestido más bonito y más caro que encuentre, acabará inclinando la balanza a mi favor. Se muere de ganas, lo sé. Como sé que echa de menos la intensa vida social que solía llevar antes. Ya te he comentado alguna vez que no sale mucho. Los dos sabemos cómo o dónde acabaron la mayoría de sus amistades. Y aunque no se atreve a decírmelo abiertamente, supongo que esa es la razón por la que me ha insinuado que su presencia a mi lado no sería bien vista.
Quiero a Narcisa como si fuera mi propia madre. Y si alguien osara faltarle al respeto u ofenderla, ten por seguro que no volvería a abrir la boca en mucho tiempo. Como también te aseguro que tu madre irá de mi brazo el próximo sábado y yo me sentiré muy orgulloso de que así sea.
Un abrazo,
Harry
Cuando se apareció en Grimmauld Place eran casi las once de la mañana. La noche en blanco empezaba a pasarle factura, así que se dirigió a la cocina a por una buena dosis de cafeína. Y con la taza de café en la mano, subió las escaleras para comprobar si su bello durmiente seguía todavía en el mundo de los sueños.
La habitación estaba todavía a oscuras, tal como él la había dejado. Corrió las cortina y abrió un poco las contraventanas, para que entrara un poco de luz sin que molestara. Después se sentó en la cama y contempló el plácido rostro de Draco. A los pocos segundos los labios del rubio se curvaron en una traviesa sonrisa y su voz, algo ronca, susurró:
Café...
Harry dejó escapar una pequeña carcajada y pasó la humeante taza por debajo de su nariz. Draco se incorporó siguiendo el rastro del delicioso aroma. Entreabrió los ojos con alguna dificultad y miró a su esposo, sin poder centrar todavía muy bien su imagen. Harry puso la taza de café en su mano y él se la llevó a los labios saboreando el negro líquido con una expresión de intenso placer.
–¡Dioses¡Café, por fin! –exclamó dejándose caer después sobre las almohadas.
–¿Tienes hambre? –preguntó Harry.
Mmm... ¿qué hay para comer? –dijo estirándose para atrapar la túnica de auror entre sus delgados dedos.
–¿Qué te apetece? –preguntó a su vez Harry, dejándose jalar hasta llegar a dos centímetros del pálido rostro.
Draco lamió sus labios y después mordisqueó lentamente, como si estuviera saboreando a conciencia el mejor de los manjares.
–Y un poco de café también, por favor. –añadió el rubio en tono seductor– Hace mucho que no desayuno en la cama...
Las palabras que Harry iba a pronunciar se desvanecieron con el sonido de un leve golpeteo en la puerta. El auror se levantó con cara de resignación y fue a abrir.
–Buenos días, cariño –saludó Narcisa besándole en la mejilla– ¿Está despierto?
Lo está. –suspiró él dejándola pasar.
Y antes de que pudiera cerrar la puerta, apareció Virginia resoplando, sosteniendo la bandeja con el desayuno de Narcisa en las manos.
–¿La... Sr. Malfoy...?
–Bájelo al comedor, Virginia. –sugirió Harry– Creo que querrán desayunar juntos.
Vio como Draco le mandaba un beso por encima del hombro de su madre. Sonrió. Tal vez una merienda en la cama tampoco estaría mal. Sólo té para acompañar...
Bajó las escaleras esbozando lo que sabía era una sonrisa tonta, todavía con la dulce sensación de los labios de Draco sobre los suyos. ¡Le había costado tanto llegar hasta esa boca! Y cuando la había conseguido, había tenido que saborearla con tantas restricciones, que cada vez había sido como redescubrirla de nuevo. Cada tres meses, que a él se le habían antojado siempre como tres años.
Lo primero que había logrado era que trasladaran a Draco de la galería de máxima seguridad donde se encontraba desde su ingreso, a la de presos comunes.
Su homólogo austriaco había resultado ser un fanático del Quidditch. Y mira tú por donde, los Mundiales volvían a celebrarse en Inglaterra aquel año. Como había dicho Draco en una de sus cartas, un Gryffindor como él no era capaz de caer tan bajo. Aunque un medio Slytherin podía permitirse el lujo de manipular un "poquito". Sobretodo si el austriaco resultaba tener un hermano en el Wizengamot de su país. Al fin y al cabo, Harry no había tenido nada que ver en que esa oportunidad surgiera porque en esos momentos Inglaterra acogió, con carácter de urgencia, una cumbre de seguridad a la que asistieron todos los Jefes de Aurores europeos. Ciertos problemas con algunas nuevas maldiciones, que habían surgido en Bulgaria y Francia, se estaban extendiendo con rapidez por toda Europa. Organizar ese encuentro y actuar como anfitrión de sus colegas había sido su primer dolor de cabeza importante en el cargo. El evento había durado una semana. Se tomaron muchas decisiones y se acordaron nuevas medidas en el ámbito de cooperación internacional. Y él había conseguido un cooperante muy importante para su causa personal.
El traslado de Draco a la galería de presos comunes tenía muchas ventajas. Las condiciones eran menos duras; las celdas algo más cómodas, sin olvidar que al fin y al cabo eran celdas; más facilidades para la higiene personal, cuya escasez sabía que mortificaba mucho a Draco. Y la posibilidad de salir una hora al día para caminar un poco por un patio interior. Aunque el sol solamente le daba a primera hora de la mañana.
Todas pequeñas cosas que sin duda Draco había agradecido. Pero había una especialmente que había ilusionado en gran medida a Harry y que Draco había rechazado de plano: el régimen de visitas.
Le había escrito dejándose llevar por su propio entusiasmo, sin plantearse en ningún momento que Draco pudiera negarse a tan esperado encuentro. Sin plantearse, de hecho, que el único ilusionado fuera él.
Londres, 2 de septiembre de 2017
Querido Draco:
Me siento muy feliz de que por fin esos cabeza cuadrada hayan entendido que no eres un preso potencialmente peligroso y se hayan decidido a trasladarte. Deberían haberlo hecho hace mucho tiempo. Pero mejor tarde que nunca¿verdad?
Dentro de dos semanas será tu cumpleaños. Te he comprado el último libro de ese autor muggle que jamás admitirás que te gusta, pero que según confesaste habías releído tres veces. No será por libros... Y lo mejor de todo es que podré traértelo personalmente. ¿No es fantástico?
Prometo no cantarte el cumpleaños feliz, porque ya tienes suficiente con lo que tienes. No voy a añadirle un nuevo concepto de tortura acústica. Así que tendrás que conformarte con un abrazo.
¡Nos vemos!
Harry
La rápida respuesta de Draco había sido un jarro de agua fría que le había helado el alma y la ilusión. No quería verle. Así de claro.
Había andado deprimido durante un par de días, dándole vueltas a las tajantes palabras que Draco había escrito. No, no y no. No quiero que me veas. No te atrevas a aparecer, Potter. ¡Llevaba años sin llamarle Potter! No pudo evitar preguntarse una y otra vez qué había hecho mal; cuál podía ser el motivo de aquel flagrante rechazo. ¿Cómo podía ocurrírsele, después de todos aquellos años, que lo único que quería con aquella visita fuera humillarle? Y aquel estado de desánimo total había evolucionado después a otro de recalcitrante mal humor. Para acabar en un galopante cabreo. Todo auror que sobrevivió a aquellas dos semanas podía dar fe de ello.
Así que el día señalado, tozudo y encorajinado, Harry aguardaba en la sala de espera de la prisión austriaca con el libro bajo el brazo. Y para que engañarse. También nervioso. E impaciente después de haber soportado hora y media de incesante charla del rubicundo alcaide. Después de todo era Harry Potter. El héroe cuya hazaña no conocía fronteras.
Frank Fritz, el guarda cuyo hijo había ingresado en Hogwarts aquel curso le había conducido hasta la sala de visitas. Durante unas décimas de segundo su mente hilvanó el débil pensamiento de que no era correcto estar allí en ese momento. Huir. Pero en su ininteligible inglés, el amabilísimo guarda le invitaba ya a entrar.
La primera sensación que recordaba haber tenido era la de que se había quedado sin aire. Y que el corazón le había subido directamente a la garganta, porque era allí donde lo sintió palpitar en aquel momento. Después, de alguna forma, había logrado encontrar suficiente voz y pronunciar las dos primeras palabras.
–Hola Draco.
El hombre sentado en una de las dos sillas de la mesa situada en el centro de la habitación, no se había movido. Ni siquiera levantado la cabeza para mirarle. Mucho menos contestado. El uniforme de la prisión, de un horroroso azul eléctrico chillón, le venía muy holgado. Tenía las manos apoyadas sobre la mesa y las mangas colgaban de sus brazos como si fueran las de un kimono. Sus muñecas estaban aprisionadas por unos gruesos grilletes. Se veían tan delgadas que los grilletes parecían todavía más voluminosos de lo que en realidad eran. El rubio cabello le llegaba un poco más abajo de los hombros, en desordenados mechones que también cubrían parte de su cara.
Harry había avanzado hasta la silla vacía con paso vacilante. Antes de sentarse, había dirigido una mirada a Fritz y este había asentido en silencio, abandonando la habitación seguidamente. Harry no había querido testigos de lo que tenía toda la pinta de ser un primer encuentro avocado al desastre más absoluto.
Desearle feliz cumpleaños no se le había pasado ni por la cabeza. Se había limitado a dejar el libro, cuidadosamente envuelto en papel de regalo, encima de la mesa.
–Espero que te guste. –había dicho– Ha recibido muy buenas críticas.
Draco había seguido sin hacer ningún movimiento y sin mirarle. Como si estuviera solo y Harry no existiera.
¿Cómo estás? –había continuado hablando él, maldiciéndose inmediatamente por la torpeza de la –pregunta.
Saltaba a la vista que Draco no estaba bien. Había retorcido nerviosamente sus manos, tratando de convencerse de que el hombre frente a él era el mismo con el que se había estado carteando durante tantos años. No el extraño que aparentaba ser.
–Necesitaba verte. –le había dicho.
Como si aquellas dos palabras pudieran explicarlo todo. Como si pudieran eximirle de la culpa que aquel silencio cargaba sobre él.
–¡Por Merlín, Draco¿Tan extraño te parece que quiera verte después de siete años?
Y seguidamente, se había cubierto de gloria él solito.
–Después de todo, sigo siendo tu marido.
Entonces Draco había ladeado un poco la cabeza y le había mirado por primera vez.
No había sido una mirada fría. No había sido una mirada resentida. Ni siquiera desafiante o despectiva.
Sencillamente no había tenido expresión. Sus ojos, hundidos y apagados, habían dicho lo mismo que su silencio. Nada. Gris, inquietante y desesperantemente vacío, cercado de una oscuridad lilácea sobre la lividez de una piel desgastada de soledad y tristeza. Doblegada por el olvido del aire batiendo en el rostro o del sol calentando el corazón.
Harry había comprendido demasiado tarde su error.
Había vuelto a Londres con el corazón en un puño. Sintiéndose egoísta, por obcecarse sólo en lo que él quería. Sin tener en cuenta la opinión de Draco. Había decidido por los dos, sin considerar las razones que su esposo pudiera tener para no desear verle.
No le había escrito, esperando dejar reposar un poco su sentimiento de culpabilidad y el más que seguro enojo del rubio. Pero a finales de mes había recibido una carta de Draco diciéndole cuánto le odiaba. La palabra divorcio había vuelto a aparecer después de tanto tiempo.
Londres, 10 de octubre de 2017
Querido Draco:
No sé ni por donde empezar. Supongo que disculpándome sería lo más adecuado. Lo único que puedo alegar en mi favor es que tenía tantas ganas de verte, de conocer por mí mismo cómo estabas, que no pensé en nada más. Siento no haberte dado la oportunidad de decidir cuándo te sentías preparado para aceptar mi visita. O no aceptarla. Estabas en tu derecho y no lo respeté.
Sólo espero que puedas perdonarme.
Un abrazo,
Harry
Londres, 24 de octubre de 2017
Querido Draco:
Supongo que sigues enfadado, porque no he recibido carta en dos semanas. Sólo puedo volver a reiterar mis disculpas y pedirte que me perdones.
Por favor, escríbeme.
Un abrazo,
Harry
Londres, 2 de noviembre de 2017
Querido Draco:
¿Cuánto tiempo piensas seguir castigándome con tu silencio? Te echo de menos. Por favor, necesito saber de ti. Aunque solo sea para volver a decirme cuánto me odias.
Harry
Londres, 10 de noviembre de 2017
Querido Draco:
Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
Harry
Londres, 17 de noviembre de 2017
Querido Draco:
¿Te quedó claro que lo siento¿Necesitas que, además, me auto flagele, que me arrastre o que abra las venas¿Tal vez que me dé cabezazos contra las paredes, como un elfo doméstico? No, espera, eso ya lo he hecho. Entonces¿qué tal si me lanzo unos cuantos Cruciatus¿Te hará feliz? Estoy considerando también muy seriamente hacerle una visita a Snape. A lo mejor, por los viejos tiempos, si le pido que me envenene accederá sin pensárselo dos veces. Y yo mataré dos pájaros de un tiro, porque haré felices a dos hombres al mismo tiempo. Lo cual, si lo piensas, tiene su mérito. No cualquiera puede conseguirlo. Pero en fin, soy Harry Potter. Puedo conseguir cualquier cosa.
Menos que tú me respondas.
Harry
Londres, 25 de noviembre de 2017
Draco:
Esta bien. Tu ganas. Reconozco que soy una persona básicamente impulsiva y testaruda. Incluso con mucha paciencia cuando me lo propongo. Pero tengo mi límite. Como todo el mundo.
Está claro que no vas a perdonarme. Por lo tanto, no voy a seguir haciéndote perder el tiempo en leer mis disculpas, ni yo voy a seguir perdiendo el mío escribiéndotelas. Hasta puede que con todo lo que voy a ahorrarme en correo a partir de ahora, decida irme de vacaciones y olvidarte.
Sin embargo, y antes de dar por terminada nuestra singular relación, hay un par de cosas que quiero que sepas. Porque ha llegado el momento en que, si no las escupo, reviento.
Creo que siempre has pensado que me casé contigo para humillarte. Para abofetear tu orgullo y burlarme de tu casta. Bueno, no es que lo crea. Me lo dejaste muy clarito hace años¿recuerdas? Y a pesar de mis supuestos deseos de agravio y venganza, jamás puse una mano sobre ti. Ni te exigí, ni pretendí obligarte a nada. Podía haberlo hecho. Lo sabes muy bien. ¿De verdad nunca te has preguntado el por qué¿Nunca has sentido curiosidad por conocer el motivo real por el que te libré de Azkaban, consentí tus desprecios, me gasté una fortuna en una casa que odiaba, acogí a tu madre como si fuera la mía, pagué tus estudios, tus viajes, y seguramente las juergas con tus amantes¿Jamás te has detenido a pensar porqué corrí a Viena cuando hiciste la idiotez que hiciste, por qué insistí en escribirte a pesar de todos tus rechazos¿El por qué me he pasado siete años ansiando cada carta, esperando cada palabra que escribías?
Entonces, por supuesto, no puedes tener tampoco ni la más remota idea de porque corrí a verte cuando tuve la primera oportunidad¿verdad? Y no por ello estoy disculpando mi impaciente comportamiento.
Porque te amo, maldito idiota. Ahora ya lo sabes.
Harry Potter
