By Tenshi Lain
Notas en amarillo:
Esta historia es un crossover de los mangas Yu-gi-oh! y Yellow (peligro) que pertenecen respectivamente a Kazuki Takashi y Makoto Tateno.
Contendrá Shonen Ai, palabrotas y algo de violencia (pero tampoco nada del otro jueves)
La historia se desarrollará en el mundo del manga Yellow, pero si no lo conoces no pasa nada; de todas formas esta historia iría ubicada a la mitad del tomo 2, cuando todavía no se revela nada importante de la trama.
También habrán personajes de mi propia invención (para variar XD)
Cap. 5
Apenas eran las doce de la noche y Joey caminaba a buen paso por las desiertas y roñosas calles de aquel barrio que ya se le hacía tan desagradablemente conocido. El peso de su mochila apenas era nada, pero para él era como cargar una tonelada. Veneno, poder, muerte, perdición... eso era lo que llevaba a sus espaldas. Apenas dos quilos de polvo blanco que podían provocar la destrucción de cientos de personas en pocas horas.
Lo sabía y deseaba con todas sus fuerzas lanzar la mochila a la bahía, pero no podía. Tal vez fuera la muerte para otros, pero para él era su salvación.
Se coló por la esquina del callejón ignorando al siempre presente mendigo de la misma forma que este le ignoraba todas las veces.
Llegó hasta la puerta del final del callejón y llamó. Tras dar la contraseña el guardián lo dejó pasar. Atravesar aquel corredor nunca antes se le había hecho tan difícil.
Definitivamente aquel no era su día. Apenas había llegado al Dream Stars, el encargado le había dicho que ya no era necesario que fuera más. No le había dado más explicaciones por más que se las pidió, tan solo le dio la paga de la semana y le dio la espalda. Aquello era demasiado... había perdido dos de sus trabajos en apenas 9 horas. La cosa pintaba muy mal.
- ¡Oh, Si! - gritó alguien al otro lado de la puerta que acababa de pasar, pero Joey ni se inmutó, ya tenía bastante en que pensar.
Subió las sucias escaleras y se detuvo ante la puerta del despacho del señor Kato. Llamó dos veces.
- Adelante - dijo una voz desde dentro. Joey no se movió, aquella no era la voz del señor Kato. Finalmente abrió lentamente la puerta y se asomó. Allí estaban los dos tipos que siempre estaban junto al jefe.
- ¡Ah! por fin llegas Dragón Negro - dijo Toaki apagando su cigarrillo en el cenicero atestado de colillas -, el jefe te espera arriba.
- ¿Arriba? - repitió Joey perdiendo al instante todo el color de cara - ¿Por qué?
- Tu sabrás - dijo con simpleza Ken encogiéndose de hombros, sin mirarlo mientras hacía paquetitos con pastillas de color amarillo.
- Mejor no le hagas esperar... - le aconsejó Toaki con una sonrisa burlona mientras encendía otro cigarro.
Joey no dijo nada más. Cerró la puerta y miró hacia las escaleras que subían con el pánico pintado en sus pupilas canela. No quería subir... pero no tenía más remedio o después sería peor.
Inspiró profundamente para armarse de valor y empezó a subir a la vez que los incontenibles recuerdos inundaban su mente. El recuerdo de cómo había empezado su actual pesadilla...
---------------------------FLASHBACK---------------------------
Ya era de noche y Joey dormía tranquilamente en su cama. Su habitación estaba tan desordenada como de costumbre. Su ropa tirada de cualquier manera, revistas esparcidas por los suelos, las estanterías a rebosar de trastos, envoltorios de chicle por el suelo... lo único medianamente ordenado era su mesita de noche: una lamparilla algo abollada por las repetidas caídas, un despertador al que le faltaba la manecilla de los segundos y una ordenada baraja de Duelo de Monstruos.
La razón por la que su cuarto estaba siempre en tal estado era sencilla según él "No tengo nada lo suficientemente valioso para que merezca la pena estar ordenado".
Un sentimiento un tanto deprimente, pero cierto. Lo único material que consideraba valioso era su baraja, por eso era lo único en orden en aquel caos.
De repente la puerta del piso se abrió y cerró de forma violenta, consiguiendo que el chico se levantara sobresaltado. Él tenía el sueño muy ligero, aunque todos pensaran que cuando dormía no había Dios que lo despertara. Miró con disgusto el reloj y al darse cuenta de la intempestiva hora, maldijo entre dientes al desconsiderado que tenía por padre. Por él podía volver a la hora que quisiera de sus juergas, pero que no hiciera tanto ruido al regresar.
Joey volvió a tumbarse en la cama e intentó volver a coger el sueño, pero no pudo.
La puerta de su cuarto se abrió de golpe y su padre entró hecho un mar de nervios a la vez que encendía la luz.
- ¡Joey, levante deprisa! - le dijo. El muchacho lo miró con los ojos medio ciegos por la repentina luz.
- ¿Qué demonios quieres¿Tienes idea de la hora que es...?
- ¡Eso no importa! - le cortó el viejo, fue entonces que Joey notó el estado de pánico en el que se encontraba - Recoge tus cosas. Nos vamos.
- ¿Qué¿Cómo que nos vamos¿Por qué¿A donde?
- No hay tiempo para explicaciones - le dijo tajante -. Recoge lo imprescindible y vámonos.
- No me pienso mover de aquí hasta que me digas que pasa - le dijo Joey cruzándose de brazos y mirándolo con determinación. El señor Wheeler lo miró exasperado, pero sabiendo lo terco que era su hijo prefirió hablar para ahorrar tiempo en berrinches.
- Joey me he metido en problemas gordos. Tengo que desaparecer de la ciudad...
- Pues hazlo, no es la primera vez - le cortó Joey con disgusto. Sabía muy bien lo pendenciero que era su padre: Mujeres, bebida y juego, a eso se reducía su vida. Seguramente se habría vuelto a endeudar hasta el cuello...
- Pero ahora es diferente - insistió el viejo - los DOS estamos en problemas.
- ¿Yo también? - dijo Joey sorprendido; al momento sus ojos se volvieron turbios y repletos de cólera - ¿Qué demonios has hecho ahora?
El señor Wheeler se revolvió el deslucido pelo rubio con nerviosismo.
- Joey créeme... - empezó a explicar con voz suplicante - yo no sabía quienes eran... ni lo que hacían... creía que podría manejarlos... que solo eran estafadores de tres al cuarto... pero no lo son. Es gente muy peligrosa... demasiado... No se contentarán con romperme un par de huesos... si huyo vendrán a por ti y te sonsacarán lo que quieran... ¡aunque no sepas nada¡Por eso debemos irnos YA!
Joey se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente. Acto seguido se levantó y sin mirar a su padre empezó a meter ropa en una mochila.
- Estarás contento ¿verdad? - dijo con la voz cargada de hiel - Al final me has arrastrado a la perdición.
El señor Wheeler no dijo nada, simplemente salió del cuarto y fue a recoger sus cosas. Joey metió ropa, los ahorros que escondía en la lampara del techo y finalmente su baraja de cartas. No podía despedirse de sus amigos, ni de su hermana, ni de nadie... Maldijo mil veces a aquel que había acabado de destruir su vida... el mismo hombre que se la había dado en un principio.
Esa misma noche salieron de la ciudad escondidos en un tren de mercancías. Al amanecer se bajaron en un pueblo agrícola y de allí fueron haciendo autostop hacia el este. Durante seis meses se dedicaron a dar tumbos por medio país, huyendo de una invisible amenaza que amenazaba con consumirlos.
Finalmente llegaron a Tokio. La ciudad que nunca duerme y que siempre está llena de gente.
En principio habían llevado una vida más o menos normal. Su padre había dejado el juego y las mujeres fáciles, aunque la bebida era una amante a la que se negaba a abandonar. Aunque bien había aprendido a moderarse. Incluso había encontrado trabajo en el puerto, con su sueldo en conjunto con el que Joey se sacaba en su trabajo como camarero en un restaurante, les era suficiente para ir tirando.
De vez en cuando le llegaban lejanas noticias de su ciudad natal: nuevos torneos y competiciones que se celebraban con frecuencia. Pero Joey no podía arriesgarse a asistir a ninguno de ellos, ni como participante ni como espectador ¿y si lo reconocían? Echaba de menos a sus amigos, a su hermana, el Duelo de Monstruos y a... pero no podía. Les había costado mucho esconderse en aquella ciudad. No podía empezar a destacar ahora y lo haría en cuanto se presentara aun torneo. El dragón negro de ojos rojos había pasado a la categoría de carta de coleccionista, en cuanto la sacara en un duelo todos se interesarían y al final lo reconocerían. Por eso había escondido su preciada baraja en lo más profundo de su armario, para evitar la tentación.
Pero como la vida le había enseñado ya muchas veces, lo bueno no dura para siempre...
Una noche cuando regresó de trabajar se encontró con que su padre no estaba en casa. Eso lo extrañó bastante, esa semana tenía el turno de día ya debería estar allí... fue a la cocina para prepararse algo de cenar y vio una nota pegada con un imán en la nevera: "Tienes Tofu para cenar. Está en la nevera. Papa."
Eso si lo dejó a cuadros. ODIABA el Tofu y su padre lo sabía de sobras ¿para que le dejaba eso de cena?
Pero grande fue su sorpresa cuando al abrir la puerta encontró un grueso sobre en vez del esperado (y odiado) plato de comida. Lo abrió con curiosidad y sus ojos se abrieron como platos: dinero, había mucho dinero dentro del sobre... y una carta. Rápidamente la cogió y la abrió para leerla.
"Querido hijo:
Joey sé que jamás me vas a perdonar por esto, pero no tengo alternativa. Sé que te juré que jamás volvería a jugar, pero la tentación pudo conmigo. Soy débil y sé que tengo un problema, pero no puedo evitarlo... Le debo mucho dinero a alguien y solo he conseguido reunir una parte de la deuda.
Seguramente irán a buscarme a casa, por eso te pido que dejes el dinero visible y huyas del piso. No puedo llevarte conmigo, está claro que solo te traigo problemas. Regresa a Dominó si quieres, a estas alturas ya no creo que nadie me busque por allí...
Lamento mucho traerte tantos problemas.
Te quiero mucho,
Tu padre."
Joey arrugó la carta y la tiró al cubo de basura. Maldito viejo... ¿nunca se cansaría de darle problemas?
Corrió a su cuarto y volvió a hacer la maleta deprisa, como meses atrás la había hecho en su ciudad natal. Acababa de colgarse la mochila en la espalda, cuando la puerta del apartamento fue abierta de una patada. Entraron varios hombres de malas pintas. Joey intentó salir de la casa por la ventana, pero dos de los desconocidos lo sujetaron y lo obligaron a permanecer sentado en el suelo.
- ¿Dónde está Mike? - le gritó uno mientras los otros ponían patas arriba el apartamento.
- No lo sé - contestó Joey intentando mantener la calma. Una certera bofetada le cruzó el rostro.
- No mientas mocoso ¿dónde esta?
- ¡No tengo ni idea¡No lo he visto en todo el día!
- ¡Eh, Ken! Mira - dijo uno saliendo de la cocina con el dinero del sobre. El tal Ken lo contó y frunció el ceño.
- ¿Y el resto del dinero? - preguntó fulminando al rubio con la mirada.
- Solo hay eso... - contestó Joey limpiándose la sangre de la barbilla. Ken hizo ademán de volver a pegarle, pero otro lo detuvo.
- Dice la verdad, mira esto - Ken leyó la arrugada carta y negó con la cabeza.
- Al jefe no le va a gustar esto - murmuró. Se giró y miró a Joey por largo rato. Finalmente habló -. Coged al chico y metedlo en el coche. Regresamos.
- ¡Soltadme cabrones! - empezó a forcejear Joey cuando vio como lo levantaban en alto entre dos.
Pero de nada le sirvió. Antes de darse cuenta lo habían subido a un flamante coche negro con un gorilón a cada lado.
- Ya os he dicho que no sé donde está mi viejo.
- Eso ya lo veremos, tal vez el señor Kato consiga hacerte soltar la lengua.
Tras media hora de viaje, el coche se detuvo a la entrada de un sucio callejón y Joey fue llevado a rastras hasta la puerta metálica. El portero se lo quedó mirando con curiosidad pero no dijo nada y siguió con sus crucigramas.
El grupo se desperdigó por el lugar y Joey tuvo que subir junto con otros tres tipos al último piso.
La última planta solo tenía una puerta de madera algo abollada y con la pintura desconchada. Ken se acercó y dio un par de golpes con los nudillos. Al instante les indicaron que podían entrar. A Joey le pareció que aquella habitación estaba totalmente en desacorde con el resto del lugar.
Las paredes estaban perfectamente bien cuidadas, con finas cortinas en las ventanas, muebles caros, estanterías con libros y música de fondo. Sentado en un sillón de cuero se encontraba un hombre joven de cabellos negros y ojos verdosos, que leía con interés un grueso libro. No levantó la mirada cuando los otros entraron.
- ¿Y bien...?
- El pájaro voló jefe, pero se dejó a su polluelo en el nido - informó Ken. Le dio un empujón a Joey para que entrara, pero con tan mala suerte que tropezó con la alfombra y cayó al suelo de bruces.
Joey observó "al jefe" desde el suelo y se estremeció cuando sus ojos verdes se tornaron tormentosos y hambrientos.
- Así que tú eres el hijo de Wheeler... no te le pareces demasiado - dijo estudiándolo de arriba abajo -. Y dime chico ¿dónde está tu padre?
- No lo sé. Cuando he llegado esta tarde no estaba... pero dejó dinero para pagar su deuda - respondió Joey poniéndose en pie lentamente sin apartar la mirada del moreno. Como si estuviera ante una peligrosa fiera. El jefe dirigió una mirada inquisitiva a Ken el cual asintió.
- Hay un millón de Yenes señor Kato - dijo alzando el sobre y entregándoselo a su patrón.
- Eso es a penas un tercio - dijo el señor Kato con el ceño fruncido.
Joey suspiró mentalmente ¿Cómo demonios se había gastado su padre tres millones de yenes en tan poco tiempo?
- Bueno, pues si Wheeler no puede pagar su deuda... - empezó a decir Kato mirando de una forma espeluznante a Joey - lo hará su hijo.
- Pero yo no tengo tanto dinero... - se defendió Joey angustiado.
El señor Kato sonrió de lado y se puso de pie, era al menos una cabeza más alto que Joey y bastante cuadrado de hombros, no podría derribarlo a puñetazos y menos teniendo en cuanta los tres grandullones de la puerta y los de abajo.
- Tranquilo... - dijo sujetándole el mentón con una mano - además, hay otras formas de cobrarse... - murmuró con una sonrisa ladeada mientras acariciaba sus labios con el pulgar.
- Puedo pagarle poco a poco con mi sueldo - intentó Joey dando un paso hacia atrás para poner distancia entre ellos. Esto pareció divertir al yakuza.
- ¿De verdad?
- Sí... todas las semanas le traeré una parte de mi sueldo y así saldaré la deuda... - dijo Joey intentando mantenerse firme y que su voz no flaqueara demasiado.
- Mmm... interesante propuesta, pero el caso es que a tu padre ya le dejé esas facilidades de pago y me prometió que a día de hoy ya tendría pagados dos millones - alzó el sobre - y aquí solo hay uno.
- Si... si yo le consigo el millón que falta antes del viernes... ¿Me permitirá seguir pagando la deuda como le he dicho?
Ken y los otros rieron a sus espaldas ante tal propuesta, pero Kato pareció considerar la idea.
- Estamos a Martes ¿Cómo vas a conseguir un millón en tres días?
- Puedo hacerlo - aseguró Joey con tanta determinación en la mirada que pareció convencer a Kato.
- Muy bien... tienes hasta la media noche del Viernes. Si para entonces no has cumplido, te aseguro que lamentarás haber nacido y me cobraré la deuda con intereses.
Joey solo asintió con la cabeza y salió de allí temblando de pies a cabeza.
Aún no se podía creer, en lo que se había metido pero tenía que cumplir o terminaría como juguete en manos de los yakuzas.
Tardó dos días en dar con el tipo apropiado, pero finalmente lo consiguió. Era el dueño de una tienda especializada en el Duelo de Monstruos y demás juegos de realidad virtual. Un hombrecillo pequeño y de ojos avariciosos, en principio se había mostrado escéptico con su propuesta, pero al final había decidido escucharlo.
Joey fue con él al despacho y se sentó ante la mesa.
- Y bien joven ¿cuál es esa carta que quiere venderme? - dijo con voz aguda colocándose bien las gafas de culo de botella.
Joey sacó de su mochila la baraja, fue pasando los naipes con nostalgia y tristeza y finalmente escogió una.
- Esta - dijo mostrándole a su adorado dragón negro de ojos rojos. Al dependiente se le abrieron los ojos como platos, parecía que acabara de aparecérsele el mismísimo Buda o algo así.
- ¿Pero como es que tienes... - murmuró estupefacto estirando sus codiciosas manos hacia la carta.
- Eso no importa - le cortó apartándola de su alcance. El hombrecillo parpadeó como recién salido de un trance y miró a Joey - ¿Me pagará lo que le pido?
- Bueno es mucho dinero y...
- No me venga con cuentos. Podría vender esta carta por el triple de lo que usted me quiere dar.
- ¿Y por qué no lo hace? - espetó con desagrado. No le gustaba aquel mocoso, a saber de donde había sacado una carta tan valiosa...
- No tengo tiempo para buscar más compradores - dijo cortante Joey y el hombrecillo lo miró suspicaz - ¿Acepta el trato?
Tras varios instantes el hombre asintió. Veinte minutos después Joey salía de la tienda con un millón de yenes en el bolsillo, una carta menos en su baraja y el corazón destrozado por desprenderse de su más querido tesoro.
Cuando Kato tuvo ante si el dinero, no pudo menos que sorprenderse.
- Muy bien, veo que has cumplido - le dijo tras guardar el dinero en su caja fuerte.
- Así es... ¿Cumplirá usted?
- Por supuesto... cada quince días esperaré tu pago... No obstante...
- ¿Qué? - preguntó Joey con desconfianza.
- Tardarás mucho solo con tu sueldo de camarero...
- ¿Cómo sabe que soy camarero?
- De la misma forma que sé como conseguiste este dinero - sonrió Kato de forma torcida -. No sabía que una simple carta pudiera pagarse tan bien...
- No era una simple carta... - murmuró Joey.
- No era el dragón negro y rojo... o algo así. No me interesa mucho eso, pero supongo que ya no tendrás más pequeñas joyas como esa para pagar antes la deuda ¿cierto? - Joey negó con la cabeza - Por eso te propongo ganarte un 'extra'.
- ¿Como? - inquirió Joey con desconfianza, no le gustaba como lo miraba el jefe yakuza.
- Haciéndome de recadero. Tan solo tendrás que traerme ciertos paquetes un par de veces al mes.
- ¿Quiere que sea su mula? - dijo Joey con el ceño fruncido.
- Eso es... Con cada entrega te descontaría 20.000 yenes de tu deuda ¿Qué me dices?
Joey lo meditó un momento, lo cierto es que le vendría bien ese descuento y si iba con cuidado no lo pillaría la poli y no le pasaría nada... ¿Cómo demonios había ido a caer en eso?
- Está bien... - murmuró Joey estrechando la mano que el señor Kato le extendía para cerrar el trato. Pero después no le soltó y Joey se lo quedó mirando extrañado.
- Hay otra forma de sacarte un extra y tal vez de pagar la deuda en menos tiempo...
- ¿De que forma? - preguntó Joey.
El señor Kato tiró de él hasta pegar su cuerpo al suyo y apresó su cintura con sus brazos. Joey se puso de inmediato tenso.
- Con tu cuerpo... - musitó acercando sus labios peligrosamente. Joey le dio un empujón con todas sus fuerzas y se alejó lo máximo posible.
- ¡De eso nada¡antes muerto! - le espetó con los ojos refulgentes de ira.
- Vale, vale... no hay porque ponerse así... pero - dijo amenazante sujetándole la barbilla - si te retrasas en uno solo de tus pagos me lo cobraré así - y antes de que Joey pudiera reaccionar, estaba atrapado entre la pared y el cuerpo del yakuza, mientras este lo besaba ferozmente - ¿Queda claro?
- Si... - musitó Joey para después salir corriendo del lugar.
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Así habían empezado sus tratos con el clan Yakuza de Kato. Siempre había procurado llevar al día sus pagos porque estaba seguro de que no le perdonarían ni un retraso. Los ojos verdes de Kato aseguraban que esperaba el más mínimo fallo por su parte para cobrarse de la forma que él quería.
Pero Joey no lo permitiría. Mucho tiempo atrás, había jurado que nadie más lo tocaría de aquella manera que tanto ansiaba el yakuza. Solo una persona tenía ese derecho...
Sacudió la cabeza intentando despejar la melancolía de su mirada y llamó a la puerta esperando que no hubiera nadie.
- Adelante.
La habitación estaba como siempre, arreglada y elegante... dando la impresión de que acababas de entrar en otra dimensión, al compararla con el reto del lugar. Junto a la ventana se encontraba el señor Kato, con una copa de coñac en las manos, vestido con una camisa oscura desabrochada y pantalones ajustados negros. Era la viva imagen de la seducción, pero Joey no se dejaba engañar por su aspecto de gentelman.
- Buenas noches dragón negro - saludó Kato al verlo cerrar la puerta.
Joey suspiró, desde que el yakuza supo de donde sacó el dinero la primera vez, que lo llamaba así. Él decía que era porque irradiaba la misma fuerza que el monstruo, Joey pensaba que era para torturarlo, recordándole a cada momento el sacrificio que tuvo que hacer al desprenderse de ella.
El rubio no contestó el saludo, se limitó a dejar la mochila sobre la mesa.
- Aquí esta el encargo - dijo con voz seria. Pero Kato ni siquiera miró la mochila. Sus ojos verdes estaban fijos en él.
- Tienes mala cara Joey - dijo mientras dejaba la copa al lado de la mochila y se le acercaba. Estiró una mano para posarla en su frente pero Joey dio un paso atrás - ¿Te encuentras bien?
- Perfectamente - respondió. No iba a decirle que acababa de perder dos de sus trabajos y que apenas tenía suficiente para pagarle dos meses de deuda.
- Pues yo te veo muy pálido - insistió el mafioso acariciando su mejilla -. Ven siéntate y descansa un poco antes de irte...
- No puedo, tengo que irme a trabajar - intentó negarse el rubio, pero Kato lo tenía firmemente sujeto del brazo y prácticamente lo arrastró hacia el sofá.
- Aun faltan cuatro horas para que empieces... tienes tiempo de sobra - aseguró mientras servía una copa de coñac a Joey y se la acercaba.
- Yo no bebo alcohol - declaró el rubio.
- Oh, solo es una copa, con esto no te vas a emborrachar - dijo sonriente el mayor -, además te quitará la palidez de las mejillas.
A regañadientes Joey cogió la copa, al fin y al cabo una copa no lo mataría y tal vez así consiguiera calmar el nervio que se había apoderado de su estómago. Kato recuperó su copa y la hizo chocar con cuidado contra la de Joey.
- Salud... - musitó antes de dar un trago.
Joey imitó el gesto y tuvo que hacer acopio de fuerzas para no escupir. Aquello quemaba a rabiar, sentía como su garganta se encarnizaba al paso de la bebida.
- Creo que es un poco fuerte para ti - sonrió Kato divertido. Joey arrugó la nariz de forma graciosa y dejó el baso sobre la mesita.
- Ya le dije que no bebo... - se defendió Joey.
- Una costumbre muy sana, aunque tu padre no la seguía - Joey frunció el ceño. Eso era algo que no necesitaba que le recordaran. Se frotó los ojos distraídamente, le estaba entrando sueño... - Y dime Joey ¿qué tal el trabajo? - preguntó Kato para seguir con la conversación.
- Muy bien... - murmuró Joey parpadeando ¿por qué demonios estaba todo borroso?
- Me alegro ¿sabes? En el periódico decían que cada vez hay más despidos por culpa de la crisis económica del país y me preocupaba que tú acabaras en la misma situación.
Joey lo miró extrañado ¿A que demonios venía eso? Tal vez sabía que ya no...
- No se preocupé seguiré trabajando y le pagaré puntualmente. Como siempre - dijo con seguridad levantándose. O intentándolo al menos, la habitación se había puesto a dar vueltas de repente -. Tengo que irme a trabajar... - murmuró llevándose una mano a la frente mientras bizqueaba.
- No es preciso que vayas - dijo Kato bebiendo otra vez de su copa -, en cuanto llegues el dueño te dirá lo mismo que tus otros dos ex - jefes te han dicho hoy.
- ¿Cómo? - preguntó Joey aturdido apenas entendiendo lo que le decía entre la espesa niebla que cubría su mente.
- El dueño de la panadería ya no requiere tus servicios. Los negocios van mal en todos lados... es una lástima - dijo con fingido pesar mientras alzaba su baso y hacía tintinear el hielo.
- Usted... usted ha hecho que me despidan... - dijo ahogadamente Joey apoyándose en una mesa cercana y tirando al suelo varios libros, pero su mente embotada a penas registró ese detalle - ¿Por qué...?
- Ya me he cansado de esperar, quiero saldar la deuda ya - dijo llanamente fijando sus ojos esmeralda en Joey, el cual lo miraba sin entender por culpa de su repentino aturdimiento.
- Acordamos que le pagaría de esta manera... me dijo que no le importaba el tiempo que tardara... - Joey cerró los ojos y apoyó ambas manos en la mesa, sus piernas apenas lo sostenían - ¿Cómo pretende que le pague si me quita mi trabajo?
A penas terminó la pregunta tuvo a Kato a escasos centímetros de él, ni siquiera se había dado cuenta de en que momento se había levantado del sofá. Kato le sujetó la barbilla con fuerza y se perdió en aquellas turbias profundidades canelas.
- Ya te dije como quería que me pagaras - susurró antes de devorar sus labios en un beso salvaje.
Joey intentó alejarse, pero las fuerzas le fallaron. No pudo quitar las manos que se aferraban a su cintura y nuca con excesiva fuerza, impidiéndole cualquier movimiento.
Tras varios e intensos segundos Kato se separó para recuperar el aire. Joey lo miraba con profundo desprecio.
- ¿Qué demonios me has dado? - preguntó apenas distinguiendo las luces y las sombras del lugar.
- Nada malo - susurró paseando sus labios por el fino cuello que se exponía indefenso ante él - solo es algo que te ayudará a relajarte...
- No quiero... - dijo Joey con sus pocas fuerzas intentando separarse.
Lanzó su puño contra el estómago del yakuza, dejándolo sin aire unos instantes. Joey caminó hacia la puerta que no hacía más que moverse de un lado a otro, pero antes de alcanzarla tropezó con algo y calló de bruces al suelo.
Aturdido por la caída y el incesante mareo, apenas fue consciente de cómo lo alzaban del suelo y lo dejaban en el sofá. Apenas fue capaz de reaccionar cuando Kato empezó a quitarle la ropa y a morder su piel expuesta.
Cerró los ojos rogando porque todo fuera un sueño, porque pudiera despertar lejos de allí, al lado de aquella persona a la que tanto quería y a la que no había podido ver en tanto tiempo. En medio de los delirios que precedían a la inconsciencia, pudo distinguir los rasgos hermosos de aquella persona y su sonrisa dulce, aquella que pocas personas jamás le habían visto.
Estiró la mano hacía la figura de su alucinación y pidió con voz queda mientras dos lágrimas corrían por su rostro.
- Por favor Seto... ayúdame...
CONTINUARÁ...
Unxaaa! Muchas gracias por leer.
Ja ne!
