Atención: Benditos ellos que los crearon. Y pobres de nosotros que hacemos uso de ellos. Gracias, Square-Enix.
Aviso: Esta no es una historia puramente yaoi (relaciones entre hombres) pero contiene alusiones shonen-ai (sí, pero más Light). No leas si no te gusta el tema.
Resumen: Zell sufre amnesia. Irvine fue a visitarlo, y ambos comenzaron a hablarse como si no se hubieran conocido nunca.
BAJO LOS OJOS DE UN NIÑO
FanFikerFanFinal
Capítulo 3: Ciudad de Deling
Llegó el miércoles. Irvine salió pronto y cogió el coche hacia Balamb. En apenas diez minutos se plantó frente a la morada Dincht. Elisa abrió la puerta. Zell estaba en pijama, tumbado en el suelo alrededor de un montón de papeles esparcidos y garabateados. Irvine se agachó junto a él.
—Hola.
Zell no habló, sólo le sonrió.
—¿Estás dibujando?
Zell asintió y se incorporó para que Irvine pudiera mirar. Había casas, peces y el mar.
Zell le tendió uno que el cowboy analizó profundamente: Zell se había dibujado como si fuera un niño pequeño y, junto a él, otro niño enlazado a su mano. Vestía un sombrero de cowboy.
—¿Este soy yo?
—Irvine —señaló Zell en el papel.
Alrededor de ellos había un campo de flores. Y a lo lejos, una casa. Y más allá, un océano. El corazón de Irvine se aceleró de repente.
Se levantó como una flecha hacia la cocina, donde Elisa Dincht preparaba la cena.
—¿Has visto este dibujo?
Elisa lo miró por encima.
—¿Qué tiene de especial?
—Pues... parece que Zell nos ha dibujado a él y a mí cuando éramos pequeños, pero el lugar... se parece al orfanato. La casa, el campo de flores, la playa... se parece al orfanato de Edea. ¡Es allí donde nos criamos!
Elisa lo miró preocupada.
—¿Crees que recuerda algo? Sería un shock para él si yo le cuento que soy su madre adoptiva.
—No le diremos nada, de momento —decidió Irvine, pero pensó que sería una buena idea para Zell si volvieran al orfanato de Edea.
—El doctor, en nuestra última visita, recomendó que llevásemos a Zell a sitios en los que hubiera estado antes. Pero antes dijo que esperásemos un tiempo a que él se acomodase a Balamb.
Irvine sopesó esa opinión.
—Creo que es una buena idea. Es mejor que guardes el dibujo y lo enseñes cuando vuelvas a rehabilitación. Creo que el psicólogo debería verlo.
Elisa notó a su hijo aproximarse a ellos, con gesto confuso.
—Zell, cariño, Irvine quiere este dibujo de recuerdo. ¿Se lo regalas?
—¿No te gusta, mamá? —preguntó él en toda su inocencia.
- Claro. Pero a tu amigo le gusta mucho, dice que le has hecho muy feliz y querría conservarlo de recuerdo.
Zell se rascó la nuca, inseguro.
—¿Recuerdo?
—Sí, para recordarte cuando no esté aquí.
—Lo miraré y así me acordaré de venir siempre —ayudó Irvine.
Zell pareció encantado con esta explicación.
—¡Puedo hacer más para Irvine!
Y se fue como una exhalación hacia la sala a dibujar más.
—Irvine, ¿por qué no te quedas el fin de semana aquí? Cuando tú vienes, Zell está mucho más contento. Me gustaría que pasara más tiempo contigo. Yo soy su madre, pero no tiene amigos. A veces sale a jugar con los niños de Balamb, pero quiero que se relacione con vosotros. Además... tengo que ir a comprar.
Irvine aceptó. Y estuvo visitando a Zell una vez a la semana, durante un mes. El rubio parecía tan feliz cuando el cowboy le visitaba... parecía considerarle su mejor amigo.
Un frío sábado del mes de noviembre, Irvine subió a Zell al tren con destino a Deling, donde transcurrió parte de su vida.
Zell se asustó al llegar. Las luces, la muchedumbre rozándolos, los coches con sus bocinas ruidosas, los constantes autobuses recogiendo y soltando gente... era la primera vez que veía una ciudad. Y Deling era grande.
Zell cogió a Irvine de la mano sin pensar, temeroso de perder a su amigo entre tanto extraño.
"Creo que he elegido un mal día para traerlo aquí. Pronto será Navidad y evidentemente, la gente quiere conseguir un regalo cuanto antes."
Miró a Zell desde su altura y preguntó:
—¿Tienes miedo?
En lugar de responder, Zell pestañeó y replicó, curioso:
—¿Es aquí donde te criaste?
Irvine tosió.
—Bueno, no exactamente, pero pasé parte de mi vida aquí, sí.
—¿Y dónde naciste? —quiso saber.
—Pues no lo sé. Era muy pequeño para acordarme. Pero de pequeño vivía en Centra.
—¿Centra es como Deling?
—No, muy diferente. Se parece más a Balamb, aunque es más seco.
Zell saltó de un lado a otro, sin soltar la mano de Irvine.
—¡Tenemos que ir a Centra! ¡Promételo, Irvy! ¡Promételo!
—Claro. Podemos ir a muchos sitios juntos. Pero no debes ser impaciente —pidió Irvine, tratando de escoger calles no muy céntricas para calmar un poco al muchacho.
Sin embargo, el camino que escogió debió provocar algún recuerdo en Zell. El pequeño luchador se quedó parado en mitad del asfalto, contemplando el gigante arco del triunfo que se erguía, maestro, en mitad de la plaza.
Irvine siguió la mirada del joven y un escalofrío le recorrió:
—¿Pasa algo?
Zell siguió contemplando el edificio, confuso. Algo había sucedido allí.
—¿Zell?
Zell se volvió sonriente.
—Venga, Irvine, enséñamelo todo. Me gusta esta ciudad. Me gusta Deling.
Irvine quedó alucinado cuando Zell, excitado, señaló las diferentes armas de la armería de Deling y dijo:
—¡Armas de SeeD! ¡Son armas de SeeD!
—¿Cuál es la que más te gusta? –quiso saber Irvine, curioso.
En la mesa había una pistola Valiant, unos guantes de lucha, un Curtis revólver, un látigo de cadena, un cadet y una valkiria. Zell, pensativo, recorrió una por una con sus claros ojos y finalizó:
—¡Me gusta ése!
Irvine puso los ojos en blanco. Había señalado el sable-pistola.
—Me parece que a ti te pegan más las artes marciales.
Cuando ambos chicos dejaron la tienda, el más alto fue asaltado por un par de largas piernas y cabellera suelta y rizada que lo besaron profundamente y lo miraron con adoración.
—Irvine... cariño.
—Hola, Carol.
La chica cambió su gesto de devoción por otro de cabreo.
—¡Tú, gilipollas! ¡No me has avisado de que ibas a venir! Tenía tantas ganas de verte...
Los ojos de Zell observaron la extraña actitud de la chica y la reacción de Irvine. Su amigo no parecía molesto por el insulto de la chica. Lo vio frotarse la nuca y sonreír:
—Hey, guapa. Yo también quería verte, pero no había planeado venir.
Ella juntó el entrecejo y puso sus largas manos sobre las caderas. Parecía una chica sofisticada.
—Bueno, esto... está bien, es que te he visto tan elegante y con tu amigo así con planes como de salir...
Irvine entonces recordó.
—¡Oh! Bueno, considéralo "misión recobrar amistad perdida". Hemos tenido problemas y mi amigo estaba deprimido. Ya sabes, y a este cowboy que es un encanto, le gusta llevarse bien con sus amigos.
—Bueno, claro —acarició su mejilla-. Pero deberías acordarte de venir por Deling más a menudo, y para ser más precisos, a mí. Si necesitas compañía, una chica que enseñar al mundo o —le guiñó un ojo—, buen sexo, llámame. ¿Aún tienes mi teléfono?
—Claro. Es la entrada uno de la lista.
Ella se sonrojó y suspiró.
—Bueno, me alegro de verte, Kinneas —sonrió a Zell—. Os dejo para charlar. Adiós, bellezas.
Zell pestañeó viéndola alejarse corriendo con enormes tacones con los que él no podría ni dar un paso. Curioso, siguió a Irvine calle abajo y le preguntó:
—¿Es tu novia?
Irvine hizo un gesto con la mano.
—Oh, no, es una amiga.
Zell se tornó pensativo.
- Mmmm... pues yo creo que le gustas.
Irvine decidió jugar al inocente.
—¿Y por qué lo supones?
—Te besó.
Ambos se miraron y rieron fuertemente.
Irvine, mientras caminaban, se preguntaba cómo hubiera sido su amistad si Zell lo hubiera aceptado como ahora lo hacía. El Zell de antes jamás hubiera hecho un comentario tan gracioso acerca de sus conquistas. Siempre se pronunciaba diciendo: "oh, no sé qué ven en ti las tías, deben tener la cabeza vacía"; "si supieran realmente lo patético que eres, se lo pensarían dos veces"; "eres asquerosamente creído. No entiendo a las mujeres".
Y su mirada quemaba cuando lo veía flirtear con alguna.
"Ahora tengo un nuevo amigo. Y lo peor de todo es que me está afectando".
Tras dos calles, otra chica, esta vez con pelo corto lleno de pinzas y menos distinguida que la anterior, corrió para abrazar al cowboy.
—¡Irvine!
—Kat.
Extendió su mano hacia Zell y dijo:
—Hola, soy Kat.
—Zell —sonrió el chico estrechando su mano.
—¿Tú también eres un SeeD?
Irvine se giró hacia el chico, quien se frotó la nuca y rió:
—No. Pero me gustaría ser como Irvine.
Ella le sonrió:
—Tu amigo es divertido, Irvine. ¿Dónde vais?
—Le estoy enseñando la ciudad —contestó Irvine casual, mirando las luces de las farolas.
—¿Puedo ir con vosotros? Soy de aquí, seré una buena guía.
—Bueno...
Irvine consideró que Zell no había hablado con nadie salvo él y su madre y quizá los chicos de la ciudad. Estaría bien que comenzara a relacionarse con gente de su edad.
—¡Seré buena! ¡Me iré cuando me lo digáis! —dijo, muy excitada.
Irvine le contó que Zell tenía un poco de amnesia para que Kat no sospechara ante cualquier arrebato o respuesta por parte del chico, pero la verdad es que no hubo que lamentar. Zell se dejaba llevar y sonreía y parecía gustarle Kat, su modo de hablar y su compañía. Cuando los chicos entraron al hotel de Galbadia, el rubio estaba feliz. Era su primera noche social y lo había pasado en grande. Tomaron el ascensor hasta su habitación doble y se acomodaron en las camas, agotados por tanta caminata.
Irvine, por su parte, se sentía satisfecho.
—Kat es muy agradable, es simpática —comentó Zell.
—Sí, es como Selphie.
—¿Selphie? —repitió Zell sin entender.
Irvine sonrió, extrañando aquella bola de energía y socialización constante.
—Sí, es una amiga... especial.
Zell pareció muy interesado.
—¿Especial? ¿Puedo conocerla?
—Ahora está en Trabia —dijo él, nostálgico.
—¿Trabia es lejos?
—Al norte del continente. Mucho frío y lejos, sí. Pero vendrá algún día. Quiere verte.
—¿Le has hablado de mí?
Irvine sonrió.
—Algo así.
Zell se quitó las zapatillas y las dejó cuidadosamente junto a la cama más cercana a la puerta.
—Seguro que es maja. Si está contigo, seguro.
Irvine dejó de mirar la ciudad a través de la ventana para posar la mirada en su amigo. Zell lo miraba intensamente.
—¿Qué? —sonrió al ver su cara radiante.
—Tienes mucho éxito con las chicas, ¿no?
Irvine también se despojó de sus botas y de su cinturón.
—No puedo evitarlo. Caen ante mí.
—Pero las mientes —dijo Zell muy serio.
Irvine alzó la mirada, su hermoso rostro ahora preocupado.
—¿Qué quieres decir con que las miento?
—A las dos les dijiste que tenías su teléfono en primer lugar de tu lista.
—Oh, eso —Irvine rió—. Bueno, pero es una mentira piadosa. Cada chica gusta de que la traten como si fuera única y yo... bueno, digamos que me gusta hacerles sentir especiales.
Zell lo miró con afecto.
—Eres muy bueno. Ya sé por qué las chicas van detrás de ti.
Irvine pestañeó, viendo a Zell alejarse hacia el baño. Se quitó sus pantalones, su sombrero y su camisa y perdió la vista en el reflejo de Deling que se proyectaba en su habitación.
Zell había logrado dejar al cowboy sin habla con ese elogio. Un flash acudió a la memoria del joven, donde él y Squall caminaban por los alrededores de la Tumba del Rey sin Nombre, aquel laberíntico lugar pero maravillosamente silencioso y lleno de paz. Descansaban junto a la fuente de la entrada e Irvine se sentía agotado. Squall, junto a él, pensativo, suspiró. Zell boxeaba frente a ellos, sin muestra alguna de cansancio.
Flashback
—¡Vamos, tíos! ¡Carguémonos a esos bichos inmundos! ¡Vaciemos todo esto de escoria!
Squall lo miró, cansado. Era la tercera vez que Zell proponía entrar. Llevaban 2 horas metidos tratando de buscar el centro de la tumba y no había manera.
—Ve tú solo —dijo, irritado.
Zell se volvió, sorprendido, pero lo tomó como una muestra de confianza hacia él.
—¡Vale, Squall! Tú descansa, ¡te traeré sus cabezas! —y se dirigió como una flecha hacia la entrada.
Squall no hizo ningún ademán para pararlo. Irvine, preocupado, se levantó.
—Squall... eso está lleno de monstruos con nivel muy alto y llevamos horas dentro perdidos —indicó—. ¿Por qué has hecho eso?
El comandante levantó su cabeza para encontrarse con los ojos violetas del joven.
—Irvine, nunca podremos seguir su ritmo. Está lleno de energía, necesita cansarse, es como si tuviera todavía 8 años.
—Pero puede pasarle algo...
—Créeme, tiene más fuerza de voluntad que tú. Él no habría dudado en disparar —dijo Squall, recordando cuando Irvine se sintió presionado y se acobardó en lanzar una bala contra su madre adoptiva.
Pero Squall no entendía entonces quién era Edea. E Irvine no podía contárselo.
—Iré a buscarle —dijo, dolido por las palabras del comandante. A veces, Squall podía lograr que te sintieras inútil.
Cuando Irvine entró, corriendo para alcanzar al muchacho, tuvo que dar muchos rodeos hasta encontrarle. Y Squall, que se arrepintió al momento de haber mandado a dos de sus amigos allí dentro, consideró que no era bueno que se separaran, y siguió a Irvine. Luchando ferozmente, Zell había llegado a una habitación que no habían visto antes. Y lograron su cometido gracias al acto suicida del chico. Lo hizo todo por Squall. No pensó que su vida corría peligro.
A veces, le gustaría tener la valentía de Zell, aunque rozase la locura. ¿Era consciente de lo que estaba ocurriendo? Porque se enfrentaba muy bien a su problema. Si no era consciente, sólo se dejaba llevar. Pero aún así, a Irvine le parecían admirables sus ganas de vivir, su persistencia de seguir adelante.
Cuando Zell salió del baño, la imagen tranquila de Irvine sentado al borde de la cama, con sus largas piernas sobre la alfombra de la habitación, su espalda encorvada y su largo pelo castaño cayendo en ondas sobre él ocultándole el rostro, le maravilló. Parecía estar pensando profundamente. Quizá echara de menos el Jardín. O a su amiga especial. Debe ser duro estar con un amigo cuando tu cabeza está en otra parte. Zell iba a agradecer a Irvine su compañía cuando oyó su voz.
—¿Acabaste?
—S... sí —dijo Zell tímidamente, preocupado por si a Irvine le había molestado la intensa mirada del joven.
"No me gusta verlo triste", determinó Zell, y lo siguió hasta el baño, pues el chico había dejado la puerta abierta. Zell observó a Irvine mirarse al espejo, peinando cuidadosamente su largo cabello. Zell lo miró asombrado. ¿Cómo podía tener un pelo tan largo? Le llegaba casi a la cintura y tenía mechas de diferente color castaño. Zell sonrió.
—Yo lo haré —dijo, cogiendo el cepillo de las manos de su amigo.
—¿Quieres peinarme? —preguntó el otro, confuso.
Zell agarró un mechón de pelo siguiéndolo con los dedos hasta el final.
—Es tan largo... nunca he visto un chico con un pelo tan largo.
Irvine se sonrojó ante los elogios de Zell y el modo en cómo tocaba su pelo, con vehemencia y fervor. Es como otras chicas lo habían tocado.
"¿Qué estoy pensando? Sólo es Zell, el Zell que ha compartido conmigo la niñez, el Zell impulsivo al que le gusta tanto luchar, el Zell tan preocupado por sus amigos... ¿soy yo ahora un amigo suyo?".
Irvine se introdujo en la mirada pura de Zell, ahora adornada con unas cejas rubias muy juntas, y pestañeó cuando sintió la mano del chico acariciar su cara.
—Estás rojo. ¿Tienes fiebre?
Irvine retiró la mano del chico, confuso.
—No, no, estoy bien.
—Mamá dice que cuando alguien está rojo es por tres cosas: o tiene fiebre, o está quemado por el sol o le gusta una persona. Si no tienes fiebre y no hay sol, ¿quién te gusta?
—¿Qué?
—Mamá dice...
—Ya, ya he oído —dijo el chico, llevándose las manos a la cabeza—. Dejémoslo, Zell.
"Dios, esto me está afectando realmente. Creo que voy a pedir cita con el psicólogo yo también".
—Oye, no puedo llegar a tu cabeza, ¿puedes agacharte?
La inocencia del chico hizo reír a Irvine a carcajadas, que tuvo que sentarse sobre el váter para que Zell pudiera alcanzarle.
Irvine tuvo que ocultar su rubor, porque no sintió estar con un amigo, sino con una chica dulce en su primera cita. Y eso trastornaba los pensamientos del joven cowboy hacia Zell.
CONTINUARÁ
Zell, aunque inconscientemente, parece tener alguna memoria del pasado en su mente. Pero sólo es un paso. Habrá que ir estimulándolo poco a poco.
Irvine está confuso. ¿Por qué se siente tan diferente al lado de Zell? ¿Es como si tuviera un verdadero hermano? ¿O hace tanto que no tiene citas que ya no sabe distinguir nada?
