Atención: Square-Enix es quien inventó estos personajes y estos lugares. No se pretende obtener ningún dinero publicando este fic, sólo la intención de divertiros.

Notas de autor: Consultas, o sugerencias, como siempre, review o email: fanfiker_

Gracias por leer.

Resumen episodios anteriores: Zell va a visitar el Jardín después del accidente. Tras darle un hermoso tour por la zona y sentirse arropado por sus amigos, Zell se para frente al garaje. Algo parece haberle llamado la atención.

BAJO LOS OJOS DE UN NIÑO

FanFikerFanFinal

Capítulo 5: Sentido de protección

Zell entró a la oscura sala que es el garaje, y, como novato, no encendió los pilotos de emergencia para poder ver mejor. Sin embargo, escuchó voces que atrajeron su atención.

—¡Miserable! Tienes cientos de chicas que elegir, ¿por qué tienes que enrollarte con mi novia?

—Yo no sabía que fuera tu novia, tío. Además, deberías vigilar vuestra relación, fue ella quien me besó.

Zell se quedó paralizado al oír aquella voz. Seguidamente hubo un golpe y esa misma voz se contrajo de dolor.

—¡Ouch!

—Eres un jodido cobarde. Vas por ahí dándotelas de machito y las tías caen a tus pies. Lo que no saben es que eres un cobarde. ¡Gallina!

Zell frenó en seco al oír los gritos.

—Voy a hacerle una cara nueva, Joy, ¿qué te parece? Así no le mirarán las tías.

—Estoy de acuerdo, átale ahí.

El chico pareció intentar defenderse pero volvió a recibir un golpe.

—Quiero patear su cara, sujétalo —dijo otro.

Zell no podía distinguir las caras de ninguno, pero se acercó dispuesto a investigar.

—Ey, tíos, vosotros sí que sois unos cobardes. Sois dos y yo uno. Así no se pega.

—¿De qué hablas, nos vas a dar órdenes a nosotros? —dijo Joy, pateando en el estómago al agredido—. Irvine Kinneas, eres escoria.

Entre las sombras, el joven agredido pudo distinguir una figura más, pero retiró la cara, temeroso de que los golpes le cayeran ahí. No podía defenderse, atados sus manos y pies con unas cuerdas y tirado en el suelo. Una patada lo golpeó en el pecho, pero la siguiente no hizo diana. Cuando Irvine abrió los ojos, dos muchachos yacían en el suelo, inconscientes y un tercero retiró su pelo con suavidad.

—Irvy, Irvy, ¿estás bien?

La luz diáfana le mostró un rostro angelical y sublime, con lágrimas en los ojos, pronunciando su nombre con vehemencia. Volvió a mirar a los chicos en el suelo y pronunció, inseguro:

—¿Zell?

El rubio lo abrazó tan fuerte que le dolieron las costillas. Tosió.

—Perdona. Ya te desato —dijo el joven, manipulando las cuerdas—. Te llevaré a la doctora Kadaki.

Irvine se puso en pie, aún alucinado.

—¿Qué ha pasado?

—Te estaban pegando y vine a defenderte —dijo el otro, sincero.

—Pero tú... ¿peleaste?

—No. Los golpeé fuerte y cayeron. Ellos sí son cobardes. No saben pegar. Menos mal, porque si te hacen algo los mato.

Irvine no reconocía al Zell de siempre. Tenía una mirada de venganza peor que la que había visto en Seifer hacía tiempo. Le asustó. Decidió quitarle importancia para que Zell no se sintiese mal.

—Estoy bien, no ha pasado nada. Los tíos están celosos porque no pueden ligarse a las chicas de aquí y me tienen envidia. Es eso, ya estoy acostumbrado.

—¿Acostumbrado? Ma dijo que acostumbrado es cuando algo te pasa varias veces —sujetó al chico, que le doblaba casi la altura-. ¿Te pegan todos los días?

—Claro que no —sonrió Irvine—. En Balamb hay buena gente. Siempre se cuela algún necio que no merece estar aquí. Vámonos.

Irvine condujo al chico a la salida, sin dejar de pensar en que las personas que no saben pelear no pueden dejar k.o a un contrincante sólo con un puñetazo.

Cuando Quistis y Elisa vieron salir a un doblado Irvine ayudado por un enfadado Zell, se aproximaron a ellos, asustados.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué hacías en el garaje, Irvine? —quiso saber Quistis.

—¡Unos chicos le estaban pegando! —bramó Zell.

Quistis pestañeó y Elisa observó si su hijo tenía algún rasguño.

—Oh, no mire usted tanto, señora Dincht. Los ha dejado k.o.

—¿Qué dices? Mi Zell no sabe pelear —indicó ella, incrédula.

—Bueno, eso es lo que yo pensaba —ironizó Irvine, alzando la mirada al cielo—. Te los he dejado ahí, Quis, para que hagas buena cuenta de ellos.

—¡Son malos, castígalos! ¡Pegaban a Irvine y le decían cosas malas! —volvió a gritar Zell.

—Está bien, está bien, llamaré al Comité Disciplinario para que vengan por ellos —dijo Quistis dirigiéndose a la entrada, y, antes de marchar, susurró al cowboy—. Si dejaras de meterte en asuntos de faldas...

El joven le guiñó un ojo, con su característica pose sensual:

—Lo haré el día que te pongas pantalones, instructora.

—Muy agudo —dijo Quistis torciendo la boca, y se alejó.

Zell, por su parte, tiró a Elisa de la manga.

—Mamá, ve a ayudarla. Yo voy a llevar a Irvine a la enfermería. Estoy bien, ve. Irvine me cuidará.

Elisa puso los ojos en blanco, como pensando si hacía bien en dejar a su hijo en ese momento con un donjuán, blanco de todos los estudiantes de Balamb. Pero tenía mucho cariño a Irvine, de modo que acarició su mejilla y le dijo:

—Id con cuidado.

Zell agarró a Irvine del brazo, muy contento de haberlo encontrado y feliz de poder estar tiempo con él. Sin embargo, Irvine desvió el camino a la enfermería para sentarse junto a un banco frente a la fuente de peces del pasillo central.

—¿Estás cansado?

Irvine cruzó sus piernas y echó la cabeza hacia atrás, intentando olvidar el dolor en su pecho y estómago, agarrando con una mano su sombrero para evitar que cayera.

—No voy a ir, Zell. Sería la cuarta vez esta semana que visito la enfermería, no quiero molestar otra vez a la doctora. Quedémonos aquí, por favor.

—Pero te duele —insistió Zell sentándose junto a él.

—Ah —Irvine sacó una botellita de su bolsillo y vertió el líquido por su garganta—. Mira, ya estoy bien.

—¿Qué es eso?

—Una poción. Nos ayuda a curarnos en el combate. Por eso no debiste pegarlos. Ves, puedo curarme así.

La cara de Zell se ensombreció, y, angustiado, miró al cowboy.

—¿Me he equivocado?

—¿Eh? —dijo el otro sin entender.

Zell se acercó mucho más a Irvine, hasta casi rozar su nariz con su cara.

—¿He hecho mal?

Los ojos de Zell comenzaban a hacer aguas.

—No quiero que te hagan daño, no dejaré que te peguen. Son malos, Irvy. Perdona si me he equivocado, pero no pude dejar que te hicieran daño. Decían que iban a destrozar tu cara.

Irvine pestañeó, abrió los brazos sin saber qué hacer. Si consolar a Zell o regañarlo por haberle metido en un lío. Escogió ser sincero.

—No es eso, es que... me ha sorprendido que los dejaras inconscientes. No sabía que pudieras luchar otra vez...

—No sé cómo lo hice, sólo sé que me enfadé mucho y mis brazos se movieron solos.

—Está bien, ya deja de llorar, vamos a hacer algo más divertido —sugirió el chico—. ¿Te han enseñado todo el Jardín ya?

La cara de Zell dibujó una sonrisa interminable.

—Todo, no. Me falta ver el Área de Entrenamiento —y saltó sobre el asiento—. ¿Me llevas, Irvy, me llevas?

El chico hizo una mueca graciosa.

—Está bien, pero hay que ir armado. Vamos a por mi rifle.

Zell saltó y bailó frente a Irvine.

—¡Bien, bien! ¡Vamos a luchar, a luchar!

CONTINUARÁ

¿Será beneficioso para Zell observar un combate? ¿Le permitirán participar?

¿Cómo es que el joven ha tumbado a varios chicos? ¿Acaso recuerda cómo luchar?

PRÓXIMO EPISODIO: Un sorprendente combate