Atención: Square-Enix es quien inventó estos personajes y estos lugares. No se pretende obtener ningún dinero publicando este fic, sólo la intención de divertiros.

Notas de autor: Dar las gracias a Gema (FNO), a Arien y a Galdor Cyratan en especial por animarme a seguir escribiendo y criticar mis fics.

Consultas, o sugerencias, como siempre, review o email: fanfiker_

Gracias por leer.

Resumen: Fue una fatalidad. Sólo un segundo, todo ocurrió tan rápido que no hubo tiempo de reaccionar. Las palabras del doctor fueron muy claras: Zell ya no recuerda quién es o lo que hizo en el pasado.

BAJO LOS OJOS DE UN NIÑO

FanFikerFanFinal

Capítulo 6: Un sorprendente combate

La atmósfera se notaba pesada. Entre las piedras y los arbustos, rodeando la pequeña jungla que era el Área de Entrenamiento podía en cualquier momento acechar un enemigo. Irvine agarró su Exeter y, sin saber por qué, su corazón se puso a latir fuertemente. No era inquietud por la lucha, parecía otro sentimiento diferente. Como cuando quieres impresionar a una chica en tu primera cita. Pero, ¿qué chica? Irvine giró a uno y otro lado la cabeza.

Zell caminaba a su lado, hipnotizado por el escenario. Algunos pájaros piaban y densa niebla cubría las zonas altas.

"Ya estoy otra vez pensando cosas que no son. Zell no es una chica. Mm, pensándolo dos veces esta será la primera vez que me vea pelear. Quizá por eso estoy tan nervioso."

—Irvy, ¿dónde están?

El joven sonrió. Zell se agarraba a la manga del brazo derecho de Irvine, temeroso de perderse.

—Escondidos. En cuanto estemos más adentro se nos echarán encima. ¿Tienes miedo?

Zell inspiró hondo, se golpeó el pecho y asintió:

—Con Irvine me siento seguro. No hay miedo.

Irvine rió por lo bajo y fue a replicar, pero entonces un par de grats hicieron su aparición. Irvine preparó su pose y su rifle para disparar. Zell vio moverse las plantas prehistóricas con mucha velocidad mientras sus grandes y altas hojas preparaban en el aire su primer ataque.

—¡Quédate detrás! —ordenó el chico, cubriéndolo con su espalda e inmediatamente sufrió un golpe.

Irvine cargó el Exeter con balas de fuego que fueron quemando poco a poco ambos especimenes. Irvine apenas salió marcado.

—Listo —sonrió moviendo su sombrero cowboy.

—¡Guau! Qué rápido, y qué bien disparas. ¿Puedo intentarlo yo?

Irvine se rascó la cabeza.

—Quizá con otro rifle. El Exeter es complicado para aprender con él.

Ambos caminaron de nuevo siguiendo las sendas y derribando más grats, que no parecían muy enfadados aquel día. Zell quiso dejarse pegar por uno, e inmediatamente sintió mareos y vómitos.

—No hagas eso, hombre —pidió Irvine aplicando magia Esna—. Estoy a tu cuidado ahora, ¿qué dirá Quistis si te pasa algo?

Zell enrojeció:

—Sólo quería saber qué se siente. Perdona, Irvine.

—Perdonado.

Zell se excitó sobremanera cuando vio salir la luz azul de su cuerpo.

—¡Oh! ¡Mira, estoy brillando, mira!

—Sí, lo sé.

—¿Qué es esto, Irvine? ¿Por qué salen luces de mí?

Irvine se sentó en una roca.

—Se llama magia. Ahora la he aplicado en ti porque esa planta, con ese golpe, te había envenenado.

—¿Y a ti no te envenena?

—Estoy protegido.

—Protégeme a mí también.

Irvine tosió, sin saber qué decir.

—Pues... no puedo. Tienes que tener un Guardián de la Fuerza.

Zell recordó con todo detalle aquellos bichos con forma de bestias y medio humanos que había visto en las páginas de un libro.

—¡Oh! ¡Sé lo que son! ¡Los vi en la biblioteca! Quistis dijo que tienes uno. El que echa fuego, ¿no? Me encanta, Irvine —se dirigió al chico y con ojos suplicantes indicó-. Enséñamelo.

"Bueno," pensó Irvine, "¿qué podría suceder si le hago ver a Ifrit?"

Suspiró, cansado de pensar. Se llevó una mano a la boca y dijo:

—No digas nada, si no, lo asustarás —dijo, como excusa para que no la liara—. Escóndete tras esos arbustos.

Zell asintió, su cara llena de excitación y esperó tras unas matas a que Irvine se encontrase con grats. Salieron cinco, y el muchacho no perdió ocasión. Bajó la cabeza y concentró todo su poder mientras llamaba con fuerza, o eso parecía, a alguien. Elevó los brazos al cielo y éste se tornó rojizo. Una bola de fuego se formó sobre él, lejos. Apareció la bestia gigante que echó fuego sobre los enemigos, quemándolos al instante.

—Uooooooooohh! —exclamó Zell completamente impresionado—. Oh, Irvine, es estupendo.

—Me alegro de que te guste —y echando una mirada a su reloj, anunció—. Vayámonos, es tarde.

Zell no paró de hablar y de admirar el modo en cómo aquella bestia había acudido a ayudar a Irvine en el combate. No paró de hacerle preguntas y hacerle proposiciones, como por qué no había utilizado a Ifrit cuando aquellos chicos le pegaron, pero el cowboy indicó que estaba prohibido usar magia y pelear en otro sitio del Jardín que no fuese el Área de Entrenamiento.

Cuando se reunieron con Quistis y Elisa Dincht, ésta indicó que ya era tarde y que debían volver a Balamb.

—Estoy encantada de que hayáis venido —dijo la rubia—. Espero que Zell se recupere pronto, no sabes cuánto hemos perdido.

Elisa Dincht abrazó a la joven, enternecida. Sabía que Quistis consideró siempre a su hijo como un buen SeeD. Sonrió. Tenía buenos amigos. Debía cuidarlos.

—Bueno, Zell, cuídate —dijo Irvine mirando hacia abajo—. ¿Zell?

Zell agarraba con fuerza el brazo de Irvine. El cowboy no podía verle la cara y parecía que el otro hacía lo posible para no mirarle.

—Eh, ¿qué pasa? —Irvine elevó el mentón del chico y vio sus ojos llenos de lágrimas.

—No quiero… no quiero marcharme.

—Zell, vámonos —dijo Elisa acercándose a ambos.

Zell alzó sus azules ojos mojados y, agarrando a Irvine, indicó:

—Mamá, quiero estar aquí con Irvine. Por favor…

—Pero no puede ser, hijo, Irvine no está aquí de vacaciones, tiene que estudiar, salir de misión.

—¡Entonces yo me haré SeeD! —dijo Zell, impulsivo, pero con tono decidido.

Quistis pestañeó.

—Pero Zell, ser SeeD… no es cualquier cosa —recordó, amarga.

Zell estampó su pie contra el suelo.

—¡Puedo ser útil! ¡Puedo entrenarme para ser guardaespaldas de Irvine! ¡Aquí le pegan!

Irvine sonrió ante la inocencia del chico. Habló, para cambiar de tema.

—Puede dormir conmigo esta noche. Mañana podemos llevarlo a Balamb.

Zell saltó.

—No puedes molestar a Irvine, Zell.

—No importa, señora Dincht —aseguró el joven, que comenzaba a acostumbrarse a la dulce sonrisa del chico—. No lo hará.

—Bien, así lo haremos. Yo le llevaré mañana a Balamb –sonrió Quistis, aún sorprendida del modo en cómo se había unido al cowboy.

—No hables mucho esta noche —dijo Elisa—, y no comas demasiado; no grites en sueños y no hagas nada de lo que vayas a arrepentirte: si te cojo haciendo algo impropio de un SeeD, no volverás a Balamb.

—¡Sí, mamáaaa! —Zell alzó el brazo para despedirla.

El grito de Elisa se perdió en la lejanía. Irvine se rascó el cogote.

"Caray, qué estricta".

Zell se volvió hacia su amigo con una sonrisa inmensa. A Irvine se le encogió el corazón.

—Irvy… qué bien, voy a quedarme contigo —dijo, abrazándolo—. No te importa, ¿verdad?

"Me importa que dependas tanto de mí".

—Claro que no, pero haz caso a tu madre.

Los chicos cenaron en la cafetería del Jardín, seguidos por curiosas miradas y cuando se dirigieron a la habitación del francotirador, Zell se deshizo en elogios al entrar al cuarto. Todo lo miraba, se recorrió el sitio tres veces y al fin dijo:

—Uoooooh! Im-presionante. Es genial, Ir, me gusta mucho.

Irvine se desnudó, y se puso el pijama para dormir. Tanteó entre sus ropas para encontrar alguna que le sentara bien a Zell, pero éste ya se había acomodado en el sofá y se había tapado.

—Uh. Vas a coger frío.

—No. No he de molestarte, ve a dormir, Ir.

Irvine siguió buscando.

—Voy a darte un pantalón.

—Si no vienes, gritaré —amenazó el chico, y ante la cara de terror de su amigo, corrigió—. Era una broma. No necesito nada, ven.

Irvine suspiró acercándose al chico y arrodillándose para estar a su altura.

—Eres incorregible.

—¿Eso es malo?

—Es como decir que no estás bien educado —indicó Irvine, bostezando.

—¡Oh, no! Si mamá se entera de eso, no le gustará, porque ella me educa.

—Vale, buenas noches, estoy muy cansado. Durmámonos —el joven se levantó, pero no pudo moverse. Su mano la tenía atrapada Zell, quien, con gesto muy serio, habló así:

—De verdad quiero ser SeeD. Me gusta. Quiero ser como tú.

"Oh, no. ¿Un asesino?"

—Bah, no te metas esas ideas en la cabeza, ser SeeD no son ventajas. Salvo que te pagan bien, lo demás es arriesgarte a perder la vida. Sé… muy bien lo que digo, podrías… perder a algún amigo en batalla. ¿Cómo te sentirías?

Zell se incorporó, pensativo, y añadió feliz:

—No importa si a mí me pasa algo. Yo seré tu guardaespaldas. Te cubriré cuando los malos te persigan. No morirás nunca porque yo estaré protegiéndote.

Irvine pestañeó. Realmente, ¿quién protegía a quién? Bajo la luz invisible de la luna un chico de su edad, inocente y sin ninguna mala intención, sin apenas conocerle, le ofrecía su vida. Aquella vez, cuando el tejado cayó, fue a Irvine a quien salvó Squall. ¿Qué hubiera pasado si en vez de él fuera Zell a quien Squall hubiera salvado? ¿Qué ocurriría si fuese Irvine y no Zell, quien estuviera acostado en ese sofá? Sin recordar nada… porque al menos, Zell tenía a su madre para cuidar de él. ¿Quién se hubiera encargado de cuidar a Irvine? ¿Alguna de sus múltiples conquistas?

La mirada profunda de Zell lo despertó.

—¿Irvine está triste?

El cowboy revolvió los rubios mechones del pelo de Zell, que ya no se ponían en punta.

—No, sólo estoy cansado. Durmamos.

Cuando sonó el despertador, Irvine se desperezó, cansado. Menos mal que había logrado dormir de un tirón. Sonrió. Zell no había molestado. Al tener un baño propio, no creyó que tuviera mucho problema. Tampoco pareció haber tenido pesadillas. Sin embargo, cuando echó un vistazo al sofá, lo vio vacío. El corazón se le aceleró de repente y se vistió a toda prisa.

"¿Dónde habrá ido? ¡Puede haberse perdido! Me lo voy a cargar. Qué hora es… avisaré a Squall".

Irvine pulsó con dedos temblorosos el interfono situado junto a su cama y marcó un código.

—¿Squall? Soy Irvine, escucha, Zell se quedó a dormir en mi cuarto esta noche, pero ha desparecido. Necesitamos encontrarle, puede correr peligro.

La voz calmada de Squall respondió:

—Ah, buenos días, Irvine. Zell está conmigo, lleva toda la mañana intentando convencerme de que le deje hacerse SeeD. ¿Sabes algo de esto? ¿Tú le has metido algo en la cabeza?

Irvine resopló, tranquilo, y se sentó con más calma.

—Te prometo que no, Squall. ¿Por qué piensas que yo podría haberle dicho algo así en su estado?

—Ha solicitado ser tu guardaespaldas.

—¿Qué? Está loco, no puede ingresar como SeeD hasta que los médicos vean su mejoría.

—Sí, eso ya lo sé, pero, ¿qué le digo?

—¿Me preguntas a mí?

—Tú te has llevado con él genial durante todo este tiempo. Sabrás manejarle mejor que yo…

—Si le dices que no, volverá a insistir —suspiró Irvine.

—Supongo.

—Dile que el Jardín de Balamb está muy solicitado y que de momento no hay plazas. Algo así, aplázalo, puede que la próxima vez que lo pida ya sepa quién es.

—Eres muy positivo en cuanto a él, ¿eh? Escucha, sé que está muy a gusto contigo y todo eso, pero me gustaría contar contigo para una misión.

—Claro, Squall.

—Repórtate cuando puedas en mi despacho y hablamos.

Quistis llevó de vuelta a un confuso Zell a Balamb, quien, desencantado, tocó la puerta de su casa.

—Me marcho, Zell —dijo tocándole afectuosamente los hombros—. No estés triste, como ves el Jardín está cerca de tu casa, puedes venir a vernos cuando quieras.

Zell, cabizbajo, entró en casa. Lo que lo atormentaba era que Irvine estaría ausente durante una semana. Le habían enviado a Esthar en una misión y como Zell recordaba que para ir allí había que volar, lo consideró muy lejos. En la tele, todo lo que se veía eran anuncios navideños. Atraído por esto, Zell preguntó:

—Madre, ¿qué es la Navidad?

Elisa Dincht, que reposaba junto a él leyendo una de sus novelas románticas, respondió:

—Oh, es un período de tiempo el cual se pasa con la familia o los amigos.

—¿Por qué salen tantos juguetes en la tele?

—En Navidad, entre la gente que se aprecia, se suelen dar regalos.

—¿Tú me harás un regalo a mí, mamá?

—Claro.

Zell jugueteó con su camisa.

—¿Y podré regalar algo a Irvine, Ma?

—Si quieres, claro que sí. ¿Qué te parece si vamos a ver tiendas este fin de semana? Podemos acercarnos a Dollet y mirar. Hay un montón de tiendas. ¿Qué quieres comprarle?

—Aún no lo sé.

Desde entonces, Zell esperó con ansia a que llegara ese día. Elisa Dincht se arregló y se puso sus ropas de abrigo mientras su hijo, excitado, lo esperaba en la calle. Nevaba.

—¡Date prisa, Ma!

Ambos corrieron al puerto para coger el ferry que les llevaría a la ciudad más cercana, en el otro continente, Dollet. Dollet era una ciudad antigua, con suelo de empedrado, pero con numerosas tiendas y mucho bullicio. No era tan nueva como Deling, pero no tenía nada que envidiarle. Madre e hijo recorrieron todas las tiendas, entraron a comprar algo de comida –Elisa Dincht siempre dice que la mejor carne la venden en Dollet- y luego rastrearon el resto de tiendas. Hacía frío, pero eso no parecía molestarle a Zell, quien, cubierto con una bufanda y guantes, miraba todos los escaparates. Después de mucho buscar se paró en uno en cuyo cristal se leía "Graba tu amistad para siempre" junto a varias joyas como anillos, pulseras y colgantes.

—¡Eso es! —clamó Zell contento.

Zell sabía que a Irvine no le gustaba llevar anillos; no sabía si las pulseras le gustarían, pero era arriesgado porque podría perderlas en alguna misión. Sin embargo, Zell le había visto llevar colgantes. No eran joyas, pero Irvine parecía cómodo con ellos. Así pues, ambos regresaron contentos a Balamb.

Zell ha descubierto su gran pasión: el combate. ¿Accederán a que retome su carrera de SeeD?

¿Qué será ese regalo especial que el rubio escoge para él?

PRÓXIMO EPISODIO: Juntos en Navidad