LA FIESTA
El almacén estaba oscuro y silencioso. Nadie habría sospechado jamás que pudiese estar habitado. El ambiente era frío y húmedo, no había ni una sola vela que diera luz, y los muebles estaban cubiertos de polvo. Dana agarró la varita con fuerza, mientras caminaba entre las cajas, siguiendo lo establecido en el plan. Se llevó el comunicador mágico a la boca y susurró:

-Angelina...

-Aquí Angelina- contestó la voz de Angelina Johnson, también en susurros.

-Estoy en la segunda planta. ¿Cuáles son las instrucciones?-.

-Thomas dice que mantengamos posiciones. Hay al menos dos mortífagos en la segunda planta, así que ten cuidado. Si los ves, pide refuerzos-.

-Recibido. Corto- musitó Dana. Dio un paso más. No se veía a nadie.

Resultaba increíble que tres años después de la muerte de lord Voldemort los mortífagos aún continuaran activos. Los aurores llevaban ya bastante tiempo intentando neutralizarlos, pero habían resultado estar mejor organizados de lo que el Ministerio de Magia había previsto. Al principio, se pensó que resultaría fácil atrapar a los mortífagos que habían quedado desprotegidos tras la muerte de su señor. Pero las cosas habían resultado ser muy distintas. Los mortífagos habían matado ya a veinte magos y nueve muggles en aquellos tres años, la mayoría de ellos en atentados terroristas que habían dado mucho trabajo al Ministerio de Magia, que había tenido que ocultar la verdad a la opinión pública muggle. Al parecer, los mortífagos querían vengar la muerte de Voldemort. Dumbledore decía que eran más peligrosos que antes, porque ya no tenían nada que perder. Antes, apreciaban sus vidas porque tenían esperanzas de que lord Voldemort les diera poder y riquezas. Ahora, lo único que les movía era la sed de venganza.

Dana dio un respingo al escuchar un crujido. Pensó que había pisado algo, pero al mirar hacia abajo se dio cuenta de que no había sido ella. Había alguien cerca.

Se quedó inmóvil, tratando de averiguar la procedencia de aquel sonido. Entonces, vio que algo se movía en el fondo de la enorme habitación en la que estaba, detrás de unas cajas.

-Aquí Dana- susurró al comunicador- los tengo. Hay al menos una persona en el fondo de la habitación, aunque podrían ser más. Solicito refuerzos. Voy a actuar-.

-Recibido- contestó Angelina- alguien subirá dentro de poco. Ve con cuidado. Corto-.

Dana se apartó el comunicador de la boca. Caminó en silencio por detrás de las cajas, comprobando que no había puertas traseras por las que nadie pudiera escapar, y, a continuación, salió bruscamente de detrás de las cajas.

-¡Auror!- exclamó, con la varita en la mano- ¡no se mueva!-.

Dana se quedó parada, sorprendida al ver que allí no había nadie. Tiene que haber alguien, pensó con el ceño fruncido. Estaba segura de haber oído algo. Entonces, tuvo una idea. Apuntó con la varita hacia el rincón, y gritó:

-¡Accio capa invisible!-.

En ese momento, un bulto de tela plateada voló hacia ella, y vio a un tipo alto y de pelo canoso que la miraba con expresión de ira y sorpresa. Rápidamente, Dana le apuntó con la varita y unas cuerdas salieron de la punta, aprisionando al mortífago.

-Queda detenido- le dijo Dana, acercándose a él- tiene derecho a permanecer en si...

¡Crash!

Dana se giró en redondo.

-¿Quién hay ahí?- preguntó, con la varita en alto.

Durante un momento, no ocurrió nada. Luego, una voz gritó:

-¡Desmaius!-.

Dana tuvo el tiempo justo para agacharse y esquivar el hechizo, que dio en la pared. Levantó la cabeza y vio desaparecer una túnica por el pasillo. Rápidamente, le lanzó el encantamiento aturdidor al mortífago que estaba en el suelo y se lanzó hacia el pasillo.

-¡Eh!- gritó- ¡quieto!-.

Al doblar la esquina, le vio. Era un hombre joven, e iba muy deprisa. Dana aumentó la velocidad, pero tuvo que frenar bruscamente cuando el mortífago arrojó una mesa tras él, que cayó con estruendo dejando escapar una nube de polvo. Tosiendo, Dana apartó la mesa con un movimiento de varita y siguió persiguiéndole. Por el sonido de los pasos, averigüó que iba hacia uno de los despachos. Y uno de ellos tenía la ventana rota. Si llegaba allí sin que a Dana le diese tiempo a lanzarle un encantamiento aturdidor, se escaparía.

Sus sospechas eran ciertas. Cuando, a todo correr, llegó al despacho, el mortífago estaba ya junto a la ventana. Dana levantó la varita para lanzarle el hechizo, pero entonces él se giró bruscamente y la apuntó con la suya.

-¡Avada... -comenzó.

-¡Expelliarmus!- gritó una voz. La varita del mortífago salió volando hacia un rincón, y, un momento después, Dana vio aparecer por él a un hombre alto y atractivo de cabello negro y ojos azul claro. Miró a Dana. Ella le devolvió la mirada y sonrió.

-Buen trabajo, Sirius- dijo. Se acercó al mortífago, que había caído al suelo derribado por el hechizo, e hizo aparecer unas esposas alrededor de sus muñecas.

-¿Estás bien?- le preguntó Sirius.

-Sí- contestó Dana- ¿cómo has llegado hasta aquí?-.

-Por un pasillo lateral. Oí que alguien venía hacia aquí. ¿Dónde está el otro?-.

-Al fondo de la sala de embalaje. Está atado, no creo que se haya movido de allí- Dana se sacudió el polvo de su túnica naranja, propia del uniforme de auror. Se acercó al mortífago y le hizo levantarse, cogiéndole del hombro.-Quedas detenido-.
Efectivamente, el tipo de pelo canoso aún seguía allí. Sirius deshizo el encantamiento aturdidor que Dana le había lanzado, le esposó, y los dos bajaron a los mortífagos a la planta baja del almacén, donde les esperaban Angelina Johnson y el agente Robert Thomas, el jefe de la operación, con otros dos mortífagos ya esposados. El quinto auror del grupo, Martin Gardner, esperaba ya fuera con el traslador. Llegaron en seguida a la Oficina del Cuerpo de Aurores, que a aquellas horas estaba llena. Dana y Sirius dejaron a los mortífagos detenidos en el calabozo y luego subieron al primer piso.

Remus Lupin le aseguró a la bruja que acababa de encontrar su casa desvalijada que le enviarían a un par de aurores cuanto antes, y apartó la vista de la chimenea. Aquel día estaba resultando especialmente duro, sobre todo teniendo en cuenta que cinco agentes se habían ido para asaltar un almacén abandonado donde supuestamente tenían una base de operaciones los mortífagos. Miró su reloj, preguntándose si tardarían mucho en volver, cuando levantó la cabeza y vio a Dana y a Sirius.

-¡Eh!- exclamó, saliendo de la habitación de paredes acristaladas- ¿cómo os ha ido?-.

-Bien. Les hemos cogido en seguida- contestó Sirius- ¿cómo te va el día, Remus? ¿Muchas llamadas?-.

-La verdad es que sí. A propósito, Dana, ¿podríais ir Angelina y tú a casa de una bruja a la que han desvalijado? Y tú, Sirius, podrías ir a la salida este de la ciudad, hay un par de tipos que han chocado con las escobas y hay que pasarse por allí antes de que se pongan nerviosos y llamen la atención de los muggles-.

-Claro- contestó Dana- voy a buscar a Angelina, en seguida estaremos allí-.

-Pero no nos canses demasiado, Remus- le dijo Sirius con una sonrisa, cogiendo a Dana del hombro- recuerda que esta noche tenemos una fiesta-.

Dana sonrió y enrojeció un poco.

-¿Cómo me voy a olvidar?- dijo Remus- tranquilo, creo que sobreviviréis para estar a las diez en el restaurante-.

Los dos se despidieron con un gesto, y Remus volvió a la habitación de la chimenea. Aunque contestar las llamadas que los ciudadanos hacían a la Oficina del Cuerpo de Aurores no era el trabajo más emocionante del mundo, era el mejor que había tenido a excepción del de profesor en Hogwarts, y sabía que sólo lo había conseguido por ser amigo de Dana y Sirius. Los dos se habían convertido en dos celebridades durante aquellos tres años, desde que Voldemort había caído. Sirius había pasado de ser la persona más odiada del mundo mágico a la más admirada. La prensa le había pintado como un héroe trágico y todo el mundo lo adoraba, incluso la revista Corazón de Bruja le había entregado el premio al Mago más Atractivo del Mundo Mágico por segundo año consecutivo, aunque él nunca había concedido ni una sola entrevista a ningún medio de comunicación. En cuanto a Dana, había suscitado el natural interés por ser uno de los tres herederos, pero en aquellos días era mucho más popular.

Dana siempre se había mostrado en desacuerdo con la existencia de Azkaban, ya que insistía en que era una cárcel que no respetaba los Derechos Humanos. Fue entonces cuando le explicaron que el Ministerio de Magia de Inglaterra no había firmado esa declaración porque consideraban que estaba al margen de ellos, ya que había sido elaborada por muggles. Cuando, un año atrás, Arthur Weasley subió al poder y fue nombrado Ministro de Magia, Dana se empeñó en conseguir que el Ministerio firmara la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Compaginó sus estudios de auror con la investigación y al final consiguió elaborar un informe y consiguió las veinte mil firmas que la ley exigía con la ayuda de Hermione Granger, que se había puesto a trabajar en el Ministerio de Magia al salir de Hogwarts. La propuesta de ley se admitió a trámite después de que Hermione la presentara en el Ministerio, y, hacía dos días, Dana había expuesto la ponencia sobre la ley durante la votación final, y consiguió que la aprobaran. El Ministerio iba a firmar el lunes la declaración Universal de Derechos Humanos y Azkaban sería desmantelada inmediatamente, y todos los amigos de Dana y Hermione habían decidido celebrarlo aquella noche.

Remus salió del trabajo, como siempre, a las ocho de la tarde, para ser sustituído por la joven que llevaba el turno de noche. Se sentía bastante cansado, ya que aquel había sido un día especialmente duro, pero no podía dejar de asistir a la fiesta. Era un hecho que Remus Lupin tenía que estar demostrando constantemente que servía para el puesto. Le había costado mucho adaptarse al centro y que los demás aurores dejaran de mirarle de forma extraña, y aún así los nuevos parecían asustados ante su presencia. No le dejaban salir a patrullar; lo máximo que había conseguido era estar encerrado en aquella sala atendiendo a las llamadas de emergencia, excepto los días en que se convertía en hombre lobo, entonces, los estudiantes en prácticas solían sustituirle. Mientras se cambiaba la túnica de auror en el vestuario por su túnica normal, se dijo que no debía quejarse; había tenido mucha suerte.

Llegó a su casa, y lo primero que hizo fue meterse en la ducha. Para él era uno de los mejores momentos del día: cuando volvía a casa y se duchaba. Le gustaba sentir el agua caliente deslizándose por su piel y su cabello, ayudándole a olvidar su soledad y relajándole. Cuando salió, eran casi las nueve de la noche y tuvo que darse prisa en secarse el pelo y vestirse para poder llegar a tiempo. En la fiesta estaría mucha gente conocida: antiguos alumnos suyos, entre ellos Harry, Sirius, Dana y algunas personas más. Sonrió un poco al pensar que, por lo menos, aquella noche se divertiría.
-Por Dana y Hermione- dijo Angelina, levantando la copa- y por la cara de idiotas que se le debe haber quedado a todos los tipos como Lucius Malfoy-.

Todos rieron y entrechocaron las copas.

-Creo que él se lo agradecería- comentó Harry con una sonrisa- al fin y al cabo, ya no tendrá que vérselas con los dementores si consiguen pillarle- .

-Hablando de Harry- intervino Sirius- ya que estamos aquí, propongo un brindis por el buscador que consiguió atrapar la snitch en diez minutos dejando al Puddlemere United primero de la liga-.

-Y también por el guardián- añadió Dana, mirando a Oliver Wood.

Todos volvieron a brindar. Las respectivas novias de Harry y Oliver, Ginny Weasley y Katie Bell, acercaron la cara a sus respectivas parejas y les besaron en la mejilla. Después del brindis, volvieron a sentarse, riendo y sin escuchar apenas la música que se oía de fondo en el local.

-No quiero ser aguafiestas, pero me parece que tenemos que irnos- dijo Oliver- el entrenador nos dijo que nada de fiestas después de las doce; dentro de dos días tenemos partido-.

-Vamos, Oliver, no seas así- protestó Ron Weasley, bebiendo un trago de hidromiel- hoy es un día especial, quedáos un poco más-.

-Ron, cariño, agotando a Harry y a Oliver no vas a conseguir que los Chudley Cannons ganen la liga- dijo Hermione con una risita. Se había bebido ya tres vasos de hidromiel, algo poco habitual en ella.

-Nunca te había visto así, Hermione- comentó Remus, mirándola con curiosidad.

-Porque nunca había conseguido que aprobaran la que ha sido la ley más importante en toda mi carrera en el Ministerio- dijo Hermione con voz alegre- bueno, hemos. Fue Dana la que lo organizó todo-.

-Si sólo llevas un año en el Ministerio- dijo Dana con una sonrisa- a este paso, dentro de diez años serás la Ministra de Magia-.

Hermione comenzó una animada perorata acerca de lo que ella haría si fuese la Ministra de Magia, y Ron tuvo que pedirle otro vaso de hidromiel para hacerla callar. Aunque Oliver y Harry se fueron en seguida con sus respectivas parejas para poder asistir al entrenamiento del día siguiente, la fiesta se prolongó durante un par de horas más. Los siguientes en irse fueron Ron y Hermione, después de que Hermione comenzara a encontrarse mal y luego pretendiese ir al camarero a pedirle que subiera la música. Dana, Sirius, Remus, Angelina, y el novio de esta, Fred Weasley, no se marcharon del local hasta las dos de la mañana, cuando ya faltaba poco para cerrar.

Dana y Sirius fueron a la barra a pagar mientras los otros recogían sus cosas. Al acercarse a la barra, Dana rozó sin querer con el hombro a un tipo que estaba sentado allí.

-Perdón- dijo.

El hombre se la quedó mirando.

-Ah, es usted- dijo.

-¿Cómo dice?- preguntó Dana con extrañeza.

-Usted es esa chiflada que ha hecho que firmen esa ridícula declaración muggle y vayan a cerrar Azkaban-.

Dana le miró con una mezcla de ira y sorpresa.

-Si hubiera sido usted encerrado en alguna ocasión allí, creo que no diría lo mismo. Ese lugar tiene unas condiciones de salubridad deficientes y en él se atentaba contra la integridad física y psíquica de...

-¡A mí nunca me encerrarían allí!- dijo el hombre con busquedad- ¡yo soy un buen ciudadano y jamás emplearía la magia tenebrosa! ¡Gracias al control de los dementores todos dormíamos tranquilos sabiéndonos a salvo de eso criminales...

Remus, Angelina, Oliver, y algunas personas más que quedaban en el local se quedaron mirándolos sin atreverse a decir nada. Sirius se acercó a Dana y le tocó en el hombro.

-Dana... -comenzó a decir, pero ella no le hizo caso.

-¿Acaso ignora usted que la justicia a veces comete errores? ¿Cuántos inocentes más deberían volverse locos para que usted pueda dormir tranquilo? ¿Sabía que con un adecuado programa de reinserción muchos de esos presos podrían abandonar los delitos y las artes oscuras y reinsertarse en la sociedad?-.

-¡Usted no tenía derecho a hacer que la cárcel...

-¡Eso no es una cárcel! ¡Es un campo de concentración!- exclamó Dana, furiosa.

-Dana, déjalo- le dijo Sirius- no vale la pena. Venga, vámonos-.

Dana aún se sentía furiosa, pero sabía que Sirius tenía razón. De modo que se tragó el enfado, cogió su bolso y siguió a los demás hacia la salida sin volver a mirar al tipo de la barra. Se sentía mal consigo misma por haberse parado a discutir con aquel tipo cuando lo que tendría que haber hecho era ignorarlo, pero no lo había podido evitar. Sabía que la resolución tomada por el Ministerio de Magia no le iba a gustar a todo el mundo, pero también sabía que tenía bastantes partidarios, sobre todo después de que Dumbledore las apoyara, y Azkaban era un lugar inhumano. No comprendía cómo había tanta gente dispuesta a consentir que en aquel lugar se violaran los Derechos Humanos sólo para poder estar más tranquila. Había otro modo de hacer las cosas, una forma de hacer que los presos se reisnertaran en lugar de volverse locos, y de impedir que personas como Sirius y Hagrid se vieran sometidos a aquella tortura siendo inocentes. Se puso la capa con un gesto brusco y salió a la calle sin pronunciar palabra.

-Dana, no deberías dejar que te afectara lo que ha dicho ese borracho- le dijo Angelina.

-Ya lo sé- dijo Dana con voz apesadumbrada- pero es que no soporto que la gente hable sin tener ni idea del asunto del que está hablando. Hermione y yo estuvimos más de un año investigando-.

Llegaron a un centro público de chimeneas para poder volver a sus casas con los polvos flu. Angelina y Fred prefirieron usar su escoba, y, tras despedirse de ellos, Dana, Sirius y Remus se dirigieron al centro de chimeneas. No obstante, cuando iban a entrar, Remus se quedó en la puerta.

-¿No vas a entrar?- le preguntó Sirius, extrañado.

-Creo que volveré a casa andando- contestó Remus.

-Hace frío, ¿seguro que no irías mejor por la chimenea?- le dijo Dana.

-Prefiero ir andando- dijo Remus- me gusta pasear, ya lo sabéis. Bueno, me he divertido mucho, a ver si salimos a cenar otro día. Hasta luego-.

-Hasta luego, Remus- Sirius se despidió con un gesto, y él y Dana entraron en el local.

Remus se giró y comenzó a andar en la dirección opuesta, hacia su casa. Hacía un poco de frío, pero no le importaba. Las calles estaban vacías y la luna en cuarto menguante, casi a punto de desaparecer, brillaba débilmente en el cielo, rodeada de estrellas. Era cierto que le gustaba pasear, escuchando el sonido de sus propios pasos mientars respiraba el aire fresco de la noche. Pero también era cierto que iba algo justo de dinero y no quería pagar por ir hasta su casa con los polvos flu cuando podía hacerlo andando. Mientras caminaba, pensó en Sirius. Él y Dana vivían juntos desde hacía un par de años. Dana acababa de terminar lso estudios para auror, pero ya le encomendaban misiones importantes, como las capturas de mortífagos, porque había formado parte de la Orden del Fenix. En realidad, reconoció Remus, él estaba trabajando allí por la misma razón. De no haber insistido Dana y Sirius en que era perfectamente capaz de realizar ese trabajo, y de no haber sido él también un miembro de la Orden del Fénix, aún seguiría en el paro.

Remus se alegraba por Sirius. Había pasado unos años terribles desde que le habían encerrado, y se merecía que las cosas le fueran bien. Con parte de la indemnización que el Ministerio de Magia le había dado se había comprado la enorme casa que compartían él y Dana, y en la que también había vivido Harry cuando no estaba en Hogwarts hasta hacía un año, cuando el Puddlemere United le fichó y su vida como jugador de quidditch profesional se convirtió en un viaje contínuo por hoteles y estadios. Ahora, Sirius era una persona respetada, tenía dinero, y tenía a Dana, de la que estaba enamorado. Bueno, pensó Remus, "enamorado" era una palabra que se quedaba un poco corta para expresar lo que Sirius sentía por Dana. No recordaba haberle visto así con ninguna chica, ni siquiera con Susan, y eso que pensaba casarse con ella antes de que le encerraran. Remus movió la cabeza con tristeza. La verdad es que sentía algo de envidia.

La vida de Sirius había cambiado, cierto, pero la suya no. Había conseguido un trabajo medianamente bien pagado, pero eso era todo. Seguía siendo un hombre tímido, algo reservado, y que cada vez se sentía más desesperado ante la perspectiva de quedarse solo por el resto de su vida. Tenía amigos, sí, pero esos amigos después de estar con él, riendo, jugando una partida de gobstones o en un bar, volvían a sus casas con sus familias. Pero Remus seguía solo. Todas las mujeres que conocía sabían que era un licántropo, y le trataban como a un buen amigo, pero jamás se acercaban a él como pareja. Ninguna, pensó Remus con amargura, querría tener un novio o un marido que una vez al mes abnadonaba la forma humana y se convertía en un monstruo capaz de matar a todo aquel que encontrara a su paso a no ser que se tomara la poción matalobos. Y en el fondo, sabía que era mejor así. No podía arriesgarse a compartir su vida con alguien y luego asesinar a esa persona mientras era un lobo. Habitualmente nunca olvidaba tomarse la poción, pero ya le había ocurrido una vez... la noche en la que Pettigrew apareció, cuando averigüó la verdad... no podía arriesgarse a que volviera a ocurrir algo así.

Remus salió brucamente de sus reflexiones al escuchar un grito. Se paró en seco y giró la cabeza, tratando de averiguar de dónde provenía. Entonces, se volvió a escuchar otro grito, y entonces lo vio. En una esquina, al final de la calle.

Era una mujer. Y alguien la estaba atacando.