Elyana Black: No sabía que Sheila significa "ciega", es casualidad que
haya escogido ese nombre. Me algero de que te gustara la conversación entre
él y Remus, yo también creo que son muy monos (como amigos, ¿eh?), un
saludo.
Magical: A Sheila le importa la opinión de Lucius Malfoy porque es el líder de los mortífagos, no porque sienta algo por él, simplemente quiere demostrarle que es capaz de cumplir la misión. En cuanto a su pasado, siento decepcionarte, pero, aunque algo hay, no es muy significativo para la historia.
Sybill: Los comentarios de Sirius eran bromas, no tienen nada que ver con su fidelidad. Tienes razón, Dana le ha dado la oportunidad a Sheila de integrarse, pero lo ha hecho para hacerle un favor a Remus, ninguno de ellos tienen idea de quién es ella en realidad.
Misao Wood: Bueno, lo siento, pero sí que va a sufrir un poco :-D Un abrazo.
Frida: Repito lo dicho, me temo que sí va a sufrir, así que ve haciéndote masoquista ;-D
Synn: ¿Con que no te parece tan mala, eh? A ver si opinas lo mismo después de leer este capítulo. Un saludo.
*
UN ATAQUE FRUSTRADO
Sheila tuvo que esperar al día siguiente, el martes, para informar a los demás mortífagos de lo ocurrido, ya que ese día tenían una reunión. Le pareció que el tiempo pasaba muy lentamente hasta el momento en que salió de su casa, dispuesta a acudir a la casa abandonada donde se reunían. Cuando finalmente estuvieron todos reunidos en torno a la mesa, lo primero que hizo Lucius fue preguntar a Sheila por su misión.
-Ayer fui al lugar donde trabaja Remus Lupin con el pretexto de denunciar el intento de robo. Fui a comer con él... y también vinieron Sirius Black y la heredera de Ravenclaw- dijo.
Tal y como esperaba, se produjo una reacción de sorpresa en sus compañeros. Todos la miraron con interés, y Lucius Malfoy le habló.
-¿Sirius Black?- preguntó- ¿El padrino de Harry Potter? ¿Y la heredera de Ravenclaw? ¿Estás segura?-.
-Sí- contestó Sheila, sin poder reprimir una sonrisa- son amigos de Lupin. Me los presentó y nos fuimos a comer juntos. Y ella me invitó a salir con ellos este fin de semana-.
El señor Malfoy la miró con admiración.
-Excelente- dijo- eres más buena de lo que creía, Sheila. Bien, por supuesto, irás con ellos este fin de semana, e intentarás hacerte amiga suya. Es una suerte que Black sea amigo de Lupin. Debes mantenerte cerca de él-.
-¿Quieres decir que debo intentarlo ahora con él?- preguntó Sheila, dubitativa.-Puedo intentarlo, pero no creo que funcione. Se le ve muy unido a Dana. Además, parecería sospechoso que...
-No, no quiero decir eso- dijo el señor Malfoy- ni lo intentes. Nos conviene que siga junto a ella. Quiero decir que Black está unido tanto a la heredera de Ravenclaw como al heredero de Gryffindor, y es un idiota. Haría lo que fuera por protegerles si creyera que están en peligro, de forma que cualquier cosa que se planee para proteger a los herederos, él la sabrá. Y la mejor forma de llegar a él sin establecer contacto directo es haciéndote amiga de su novia, y sobre todo de Lupin. Si ves que está interesado en tí, ni se te ocurra rechazarle-.
-De acuerdo- contestó Sheila.
-Muy bien. Y recuerda, céntrate en Lupin, ni se te ocurra acercarte a Black más de lo imprescindible, ya me entiendes. Cuanto mejor se lleve con su novia, más posibilidades habrá de que esté al corriente de las medidas de protección. El amor que siente por ella y por Harry Potter se volverá en su contra. Pettigrew ya se aprovechó una vez de eso, ¿no es así?-.
Este asintió, algo incómodo, pero no dijo nada. Sheila le miró de refilón. Nunca le había caído bien Pettigrew, aunque tenía que admitir que había hecho un buen trabajo devolviéndole a Voldemort su cuerpo. Pensaba que era una persona desagradable y cobarde, que no se había pasado al bando de Voldemort por convicción, sino para salvar la vida, y había sido una de las que habían estado en contra de liberarle cuando fue detenido y Black fue declarado inocente. Pero tuvieron que ayudarle, por una sencilla razón: todos sabían que, si Pettigrew hubiese sido interrogado por los aurores, les habría delatado a todos con tal de no ir a Azkaban.
-Ya está claro, pues- dijo Lucius- en cuanto tengas novedades, Sheila, comunícate conmigo a través de la chimenea, no esperes a la próxima reunión- .
Ella asintió.
-Y ahora- añadió el señor Malfoy, esbozando una sonrisa siniestra- vamos a ultimar los detalles de lo que hemos planeado para mañana-.
*
El miércoles, ocurrió algo en el Centro de Aurores que provocó bastante revuelo: uno de los mortífagos detenidos la semana anterior había confesado algo. No había dado nombres, pero sí un lugar donde, al parecer, tenían previsto llevar a cabo un atentado aquel mismo día. Al parecer, planeaban atacar una mansión donde se llevaba a cabo una exposición acerca de los instrumentos mágicos más utilizados en la Edad Media, a la cual asistirían numerosos miembros del Minsiterio de Magia. Se elaboró un plan de urgencia, y varios aurores de distintos centros fueron convocados. Sirius y Dana fueron de los cuatro aurores de aquel centro a los que el agente Hardman, el director del centro, y por lo tanto su superior, llamó a su despacho a primera hora de la mañana.
-Uno de los mortífagos que detuvimos ha confesado- les explicó- planeaban llevar a cabo un atentado en una mansión donde se está celebrando una exposición sobre objetos mágicos medievales. Ustedes, junto con aurores de otros centros, se dirigirán de inmediato a un pueblo cercano donde se les dará instrucciones. Los trasladores ya están preparados-.
Los cuatro se dirigieron a la sala donde estaban los trasladores. En aquella ocasión se trataba de dos calderos. Se agarraron a las asas, y unos segundos después, sus pies se despegaron del suelo, y aterrizaron en medio de un campo. Dana levantó la vista, algo mareada, y vio que el suelo estaba cubierto de hierba, que cerca de ellos había un bosque, y a lo lejos se veía un pueblecito. Al otro lado, a poca distancia, había algunos aurores de pie en torno a una mesa de madera en la cual había varios papeles y un chivatoscopio, para avisarles en caso de que algún mortífago se acercara.
Uno de los aurores levantó la vista y se acercó a ellos.
-Hola- dijo- soy el agente Norton, estoy al mando en esta operación. Ustedes son los penúltimos, me parece. Hay otro grupo que llegará a las nueve y veinte, dentro de cinco minutos. Cuando estemos todos les explicaré el plan-.
Cinco minutos más tarde llegaron tres aurores más; dos hombres y una mujer. Entonces, el agente Norton les reunió en torno a la mesa.
-La mansión donde se va a llevar a cabo el atentado está situada a cinco kilómetros de aquí- dijo, y, con un movimiento de varita, apareció una miniatura de la casa en tres dimensiones ante ellos.-El plan es el siguiente: seis aurores entrarán en la casa un par de horas antes del ataque vestidos de particular, y llevarán a los invitados al sótano, asegurándolo con hechizos protectores. La casa no debe parecer vacía, de modo que esos mismos aurores deberán quedarse en la sala de exposiciones como si fueran los miembros del Ministerio que han venido a visitarla. De los otros cuatro, dos estarán en la puerta principal vigilando la casa. Se supone que estarán ahí para despistar, de modo que no deberán ofrecer demasiada resistencia si los mortífagos les atacan, aunque sí la suficiente para que no sospechen. Los otros dos esperarán fuera de la casa escondidos junto a la puerta trasera, y no actuarán a menos que alguno de los aurores del interior solicite refuerzos. ¿Todo claro? Bien, una vez los mortífagos ataquen, los aurores camuflados del interior deberán aturdir y capturar a cuantos les sea posible, pero intenten no poner sus vidas en peligro. Lo más importante es que ninguno de ellos se acerque al sótano. ¿Alguna pregunta?-.
-¿Cuántos mortífagos se calcula que participarán en el ataque?- preguntó un auror de otro centro que Dana y Sirius no conocían.
-No podemos saberlo con certeza- contestó Norton- pero lo más probable es que no sepan que tenemos conocimiento de este atentado, con lo cual no serán muchos y no creo que vayan muy prevenidos. No deben quedar muchos y no es probable que se arriesguen a ir todos, pero de todas formas tengan cuidado-.
Sirius fue uno de los seis aurores que entrarían en la casa vestido de particular. Dana y un agente de otro centro llamado Kleyman fueron los seleccionados para esperar escondidos fuera. Después de comer, a las dos en punto, todos se fueron a sus puestos. Sirius iba vestido con una túnica morada y un sombrero del mismo color, aunque llevaba un bolsillo escpecial semejante al de su uniforme de auror para poder sacar la varita con facilidad. Él y otros cinco aurores entraron en la casa y llevaron a los invitados del Minsiterio, que ya estaban avisados, al sótano. Tras asegurar la puerta con varios hechizos, los seis volvieron a la sala de exposiciones y se quedaron allí a esperar. Mientras llegaba la hora, Sirius se acercó a un agente de su centro, algo más joven que él, llamado Nick Stanville.
-¿Qué? ¿Interesante?- le preguntó, al ver que este observaba con detenimiento un viejo caldero.
-¿Cómo se las arreglarían para hacer pociones en un caldero como este?- dijo Stanville, sin dejar de mirarlo- siempre me asombra cómo los magos medievales se las arreglaban con instrumentos que a nosotros nos serían inútiles por completo-.
-No deberías haberte hecho auror- bromeó Sirius- tendrías que estar trabajando en una galería de arte-.
-A veces lo he pensado- suspiró Stanville- pero qué le voy a hacer, lo de ser auror me viene de familia- miró su reloj.-Espero que no tarden mucho en llegar, estas esperas siempre me ponen nervioso-.
-Al menos tú tienes algo con lo que entretenerte- dijo Sirius- a mí las antigüedades nunca me han interesado demasiado-.
*
Sheila se ajustó la máscara de mortífago y miró la hora en su reloj antes de ponerse los guantes: eran las cuatro menos cuarto. Ella, al igual que los otros cuatro mortífagos, iba vestida de negro con una túnica amplia que impedía distinguir con claridad si el que la llevaba era un hombre o una mujer. Llevaba también una capa negra con capucha. Tras asegurarse de que su cabello quedaba cubierto por completo, se dirigió a donde estaban ya reunidos los demás. Las órdenes de Lucius Malfoy habían sido claras: entrar de repente en la mansión, matar a todos los que pudieran y largarse rápidamente. Podrían divertirse un poco torturando a la gente, pero siempre y cuando se hubiesen asegurado de que no había aurores de por medio que pudieran interrumpir la escena. Los cinco mortífagos se pusieron en movimiento, con la varita en la mano. Sheila vio a dos aurores en la puerta principal. Parecían distraídos, lo cual confirmaba que no tenían ni idea de lo que iba a ocurrir.
Antes de que se dieran cuenta de que estaban ahí, les lanzaron un hechizo aturdidor. No se molestaron en matarles; los aurores no eran su objetivo. Ya se encargarían de ellos más tarde si les daba tiempo. Sheila y los demás se situaron junto a la puerta, contaron hasta tres mentalmente, y luego, apuntando con sus varitas a la puerta, la abrieron de golpe.
En la sala había seis personas elegantemente vestidas, que conversaban. Sheila levantó la varita, pero se dio cuenta de inmediato de que algo no iba bien. Las seis personas se giraron a la vez y sacaron las varitas. Sheila sintió una punzada de pánico al darse cuenta de que aquellas personas no eran miembros del Ministerio de Magia. Eran aurores.
Los mortífagos se quedaron paralizados durante un segundo, y Sirius y los demás aurores aprovecharon la ocasión para atacar. Comenzaron a lanzar encantamientos aturdidores, y dos de los mortífagos cayeron al suelo sin sentido. Entonces, los demás reaccionaron. Coemnzaron a lanzar maldiciones a los aurores, que rápidamente efectuaron encantamientos obstaculizadores para frenarlas. Sheila le lanzó una maldición a una bruja, pero su encantamiento obstaculizador lo repelió. Entonces, se giró hacia un auror que peleaba con otro mortífago, y exclamó:
-¡Avada Kedavra!-.
Un rayo de luz verde salió de su varita y alcanzó al auror, que cayó muerto al suelo. Sheila se ocultó tra una pared, intentando pensar. Tenían constancia de que los miembros del Ministerio de Magia habían ido hasta allí. ¿Y si los tenían escondidos en algún lugar de la mansión? No estaba segura, pero decidió ir a comprobarlo. Se agachó y comenzó a caminar ocultándose tras unas mesas, intentando pasar indavertida en medio del tumulto.
Otro mortífago apuntó a Sirius con la varita y trató de lanzarle la maldición asesina, pero el nerviosismo que sentía ante aquella situación inesperada, sumado al hecho de que tal vez no era muy poderoso, hizo que el hechizo no surtiera efecto. Entonces, se giró y apuntó al primero que vio, a Nick Stanville, y le lanzó la maldición Cruciatus. Esta sí surtió efecto: Stanville cayó al suelo gritando y retorciéndose. Sirius se giró, alarmado, y apuntó al mortífago con la varita.
-¡Finite Incantatem!- gritó.
Su hechizo detuvo la maldición, y Nick Stanville dejó de gritar. Luego, antes de que el mortífago pudiera reaccionar, Sirius le lanzó un encantamiento aturdidor. Cuando el mortífago cayó al suelo, Sirius pudo ver cómo una sombra oscura se acercaba hasta la puerta y desaparecía por ella. Se dio cuenta de que era un mortífago, y que probablemente estaba intentando averiguar si había alguien más en la casa, y se lanzó rápidamente tras él.
La casa estaba sumida en una semi penumbra. La única luz que alumbraba era la que se colaba por las ventanas, y no era mucha, ya que algunas de ellas estaban cerradas. Sirius oyó los pasos del mortífago bajando las escaleras, e, intentando hacer el menor ruido posible, bajó él también, agarrando con fuerza la varita. Al llegar abajo, se detuvo y escuchó. No se oía nada. Sirius comenzó a avanzar en silencio, tratando de averiguar dónde estaba el mortífago, cuando, de pronto, sintió que el suelo cedía bajo sus pies. En un acto reflejo, estiró los brazos como intentando agarrarse a algo, y la varita escapó de entre sus dedos.
Se dio cuenta de lo que había pasado: el suelo era de madera y estaba muy deteriorado. Había un agujero en él, pero estaba tan concentrado en encontrar al mortífago que no lo había visto, y, al caminar por encima, la madera carcomida había cedido, y ahora tenía una pierna atrapada dentro; seguramente aquel suelo era el techo del piso inferior. Tras comprobar que el suelo a su alrededor era firme, se apoyó con las manos, intentando liberarase. Había hecho mucho ruido al caer, el mortífago tenía que haberle oído.
Sheila se había dado cuenta en seguida de que alguien la seguía. Al llegar a aquel piso, se había escondido esperando para lanzarle una maldición al auror que la perseguía cuando se encontrase a tiro, pero no había supuesto que sería tan fácil: el muy idiota no había visto el agujero en el suelo. Se acercó a él con la varita en la mano.
Sirius sintió un escalofrío al levantar la vista y ver que el mortífago avanzaba hacia él. Alargó la mano para coger la varita, pero no alcanzaba. Entonces, recordó el comunicador que llevaba prendido a la túnica, y se lo acercó a los labios.
-¿Me recibe alguien?- preguntó- ¡Soy Black, necesito ayuda!-.
*
Dana ya había hablado con Kleyman de quidditch, del tiempo y de sus programas de televisión favoritos, dado que ambos eran de familia muggle, y estaba empezando a aburrirse. Kleyman le estaba empezando a hablar de cuáles eran sus equipos favoritos de la Champions League de fútbol, cuando se oyó una voz por sus comunicadores, pidiendo ayuda. Dana se sobresaltó al darse cuenta que la voz era la de Sirius. Se puso en pie de un salto, y ella y Kleyman echaron a correr hacia la puerta trasera.
Sheila iba a lanzarle la maldición asesina al auror, pero se detuvo en cuanto le oyó hablar. Aquella voz le era familiar. Parecía la de Sirius Black. Se quedó allí de pie, indecisa, sin atreverse a atacar. Claro que Sirius no se daba cuenta de eso en aquel momento; toda su atención estaba centrada en recuperar la varita. Entonces, mientras se estiraba lo más posible para alcanzarla, la luz que se filtraba por una ventana le iluminó el rostro, y Sheila ya no tuvo dudas. Era Sirius Black. Y no podía matarlo. Si lo hacía, el plan para atrapar a los herederos de Gryffindor y de Ravenclaw se iría a la porra. Entonces, para sorpresa de Sirius, en lugar de atacarle, echó a correr por las escaleras y desapareció.
Sirius se quedó mirando con una mueca de incredulidad cómo el mortífago se iba sin atacarle y desaparecía escaleras arriba. ¿Por qué se iba? ¿Por qué no le atacaba, si estaba desarmado e indefenso?
-Sirius, ¿me recibes?- preguntó la voz de Dana por el comunicador- ¿Dónde estás? ¡Contesta!-.
-Estoy en la planta baja, al pie de la escalera- contestó, llevándose el comunicador a los labios.
Dana y Kleyman aparecieron poco después por el pasillo, y echaron a correr hacia él al verle tendido en el suelo.
-¿Qué le ha pasado?- le preguntó Kleyman- ¿Estás herido?-.
-No, estoy bien- contestó Sirius- se me ha enganchado la pierna aquí, eso es todo-.
Dana le miró con preocupación, pero realmente no parecía herido. Ella y Kleyman le apuntaron con sus varitas y le sacaron de allí. Al verse libre, Sirius fue hasta donde estaba su varita y la recuperó.
-¿Qué ha ocurrido?- preguntó Dana.-Me imagino que no nos llamaste sólo porque se te había quedado enganchada una pierna en un agujero del suelo-.
-Vi que un mortífago bajaba por estas escaleras- les explicó Sirius- y le seguí para detenerle antes de que encontrara a los del Ministerio, pero no vi el agujero, me caí y me quedé atrapado. El mortífago estaba delante de mí y no podía alcanzar la varita, por eso pedí ayuda-.
-¿Un mortífago estaba aquí?- preguntó Dana, alarmada, girándose como si esperara encontrarlo detrás- ¿Dónde está ahora? ¿Te atacó?-.
-No. Parecía que iba a hacerlo, pero, de pronto, bajó la varita y se fue escaleras arriba-.
-¿Estaba desarmado con un mortífago delante de usted, y no le atacó?- dijo Kleyman mirándole con incredulidad- vaya, tiene suerte de estar vivo-.
-Será mejor que vayamos arriba- dijo Sirius- puede que nos necesiten-.
*
No obstante, no quedaba mucho por hacer cuando subieron hasta la sala de exposiciones. Tres de los mortífagos habían conseguido huír, pero dos habían sido detenidos. Estaban ya esposándoles cuando Dana, Sirius y Kleyman llegaron. Tras comprobar que no había más mortífagos en la casa y sus alrededores, soltaron a los miembros del Minsiterio, que estaban sanos y salvos, aunque parecían asustados. Era ya tarde cuando Dana y Sirius volvieron al Centro de Aurores, junto con los otros dos agentes que también habían ido a la mansión. Los calabozos de los otros centros estaban saturados, de modo que llevaron a los mortífagos allí. Ya en las celdas, les quitaron las máscaras y descubrieron que se trataba de dos hombres, uno joven y el otro de mediana edad.
Tras dejarles encerrados allí, los cuatro aurores fueron a los vestuarios para cambiarse de ropa, ya que se había hecho de noche y era hora de volver a sus casas. Sirius estuvo bastante callado durante el viaje de regreso a su casa, y tampoco habló mucho cuando Dana y él se sentaron en la mesa, donde ya estaba la cena, preparada por el elfo doméstico que tenían a su servicio.
-¿Qué te pasa?- le preguntó Dana, mientras cortaba un trozo de carne con el cuchillo- estás muy callado-.
-Perdona. No me pasa nada, sólo es que... no paro de darle vueltas. Ese tipo estaba ahí, en frente de mí, y sabía que yo estaba desarmado. Hubiera podido matarme si hubiese querido. ¿Por qué no lo hizo?-.
Dana suspiró. La verdad es que ella tampoco le encontraba explicación.
-No sé... tal vez se asustó cuando pediste ayuda. A lo mejor pensó que estábamos cerca-.
-No lo creo- Sirius dudó unos segundos, y luego siguió hablando- en realidad... bueno, no estoy seguro, pero me dio la impresión de que me reconoció-.
-¿Te pareció que te conocía?- preguntó Dana, extrañada- ¿Crees que se trataba de... de él?-.
A Dana no le gustaba sacar el tema de Pettigrew, ya que sabía que a Sirius le resultaba doloroso. Desde que tres años atrás los mortífagos le sacaron de la celda del Centro de Aurores donde estaba detenido, no se había vuelto a saber nada de él. Todos los agentes del centro donde trabajaban sabían que la mayor obsesión de Sirius era detener a Pettigrew. Dana nunca hablaba de él si Sirius no comenzaba con el tema, pero en aquella ocasión no podía dejarlo pasar. No obstante, Sirius negó con la cabeza.
-No creo que fuera él- dijo- Peter me habría matado, no se hubiera detenido. Además, no se parecía a él. Era una persona alta y delgada-.
-Deja de pensar en ello- le aconsejó Dana- ¿Estás bien, no? Eso es lo que importa- le miró, esbozando una media sonrisa- ¿Sabes? Creo que se me ocurren un par de formas de quitarte las preocupaciones-.
Él también sonrió.
-Creo que si vuelves a decir eso no podré esperar a terminar de cenar-.
*
Remus Lupin no entendía por qué se sentía tan nervioso. Mientras se abrochaba la capa y comprobaba que no la llevaba torcida, se aseguró a sí mismo que debía de ser el día tan agotador que había llevado lo que le hacía estar así. Un niño, que al parecer estaba solo en casa, había llamado cinco veces asegurando que había una acromántula en el jardín de su casa, cuando en realidad se lo había inventado todo. Encima, el que le sustituía a la hora de comer había llegado tarde y Remus sólo había tenido media hora para comerse un sandwich a toda prisa antes de volver al trabajo. Menos mal que aquella noche se relajaría un poco, ya que había quedado con Sirius y Dana para ir a tomar algo a un bar. Bueno, también iría Sheila.
Se metió la varita en el bolsillo. La noche era fresca pero despejada, y la luna, en cuarto creciente, brillaba en el cielo. Remus agitó la cabeza, intentando no pensar en lo que ocurriría en las noches de la semana siguiente. Tardó algo más de media hora en llegar a la puerta del centro de chimeneas público, donde había quedado con los otrso tres. Cuando llegó, Sirius y Dana ya estaban allí. Le saludaron con la mano, y Remus se acercó a ellos.
-Qué elegante te has puesto, Lunático- dijo Sirius en tono sarcástico cuando le vio llegar.
-¡Cállate!- le siseó Remus- te aseguro que como hagas una de esas bromas delante de...
-Mirad- le interrumpió Dana, señalando con un gesto al interior del centro de chimeneas- ahí viene-.
Sheila salió por la puerta del centro de chimeneas unos segundos más tarde. Llevaba una capa color fucsia y una ceñida túnica negra. Al verles, fue hacia ellos, sonriéndoles.
-Hola- le saludó Dana, devolviéndole la sonrisa- ¿cómo estás?-.
-Bien, gracias- respondió Sheila cordialmente- me alegro de veros-.
Saludó después a Remus y a Sirius. Había que reconocer, pensó, que aquel Remus Lupin mejoraba bastante cuando no llevaba puesto el uniforme de auror. La saludó con algo de timidez, pero parecía contento de verla. Al saludar a Sirius, Sheila no pudo evitar recordar la escena durante el ataque a la mansión, lo patético que estaba enganchado en el suelo y con la desesperación pintada en la cara, tratando de coger la varita, y, antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa burlona asomó a sus labios, pero Sirius al parecer la interpretó como una sonrisa cortés, ya que no pareció notar nada extraño. Tras saludarse, los cuatro echaron a andar hacia la zona de bares y discotecas, que a aquella hora, como todos los viernes, comenzaba a llenarse.
-¿A dónde vamos?- le preguntó Sheila a Remus, poniéndose a su lado para hablarle.
-A un sitio que está cerca de aquí. No es muy grande, pero está bien. Siempre solemos ir ahí. Aunque si prefieres otro sitio...
-No, claro que no. Me parece muy bien ir allí. Además, tampoco conozco muchos lugares, no salgo mucho-.
-¿Y eso por qué? ¿Que tu novio no te deja?- preguntó Remus en plan de broma.
-No tengo novio- contestó Sheila, esbozando una sonrisa para sus adentros.
"Te tengo" pensó.
Llegaron al local, y entraron. Se sentaron en una mesa para cuatro de las pocas que aún estaban vacías, y pidieron las bebidas. En poco tiempo, el camarero les trajo cuatro vasos de hidromiel.
En aquella ocasión, Sheila se relajó con más facilidad, casi inmediatamente. La simpatía que Dana mostraba hacia ella, el hecho de haber tenido a Sirius indefenso ante ella pudiendo matarlo si quiería, la pregunta que le había hecho Remus, todo aquello la iba haciendo sentirse más segura. Era curioso como, mientras una parte de ella les veía como tres de las víctimas de su plan, una de las cuales al menos moriría, otra parte de ella incluso se lo pasaba bien hablando con ellos y riéndose, como si realmente sólo fuese una amiga más. Se sentía poderosa. Sí, esa era la palabra, poderosa.
Más tarde, cuando el local comenzó a llenarse un poco, salieron a bailar. La mayoría de canciones eran rápidas, y Sheila comenzó a pasárselo realmente bien. Le gustaba bailar. Al cabo del rato, empezó a sonar una de Las Brujas de Macbeth, una lenta y romántica. Parte de las personas de la pista de baile se juntaron en parejas. Sirius y Dana comenzaron a bailar juntos, y Remus miró a Sheila dubitativo, como si quisiera pedirle que bailara con él pero no se atreviera. Entonces, ella le sonrió y se acercó a él.
-Vamos- dijo- no vamos a ser los únicos que no bailen-.
Ella y Remus se puiseron a bailar. Sheila comprobó sorprendida que Remus era un buen bailarín; llevaba bien el ritmo y se movía con soltura. Le gustó aquel rasgo suyo, era difícil encontrar a chicos que supieran bailar. Por encima del hombro de Remus, vislumbró a otras parejas, entre ellas Sirius y Dana. A Sheila no le gustaba hacer demostraciones de amor en público, pero era evidente que ellos dos no pensaban igual. Bailaban tan pegados que Sheila pensó que se necesitaría una palanca para despegarlos. Sirius susurró algo al oído de Dana y ella sonrió, acercó su cara a la de él, y se dieron un beso largo y apasionado. Sheila dejó de mirarlos y se concentró en su baile con Remus. Era un chico guapo, y bailaba bien, pensó. Si al final iba a tener que liarse con él, más valía que comenzase a encontrarle virtudes.
Hasta las dos de la mañana, poco antes de que cerraran el local, no se fueron de allí. Caminaron hacia el centro de chimeneas, y esta vez Sheila sí se metió allí para ir hasta su casa. Remus iba a volver a pie, como de costumbre, pero de todas formas les acompañó.
-Me lo he pasado muy bien- le dijo Sheila cuando se despidieron- buenas noches-.
-Yo también- dijo Remus. Y, antes de darse tiempo para pensar, añadió:
-Podríamos ir a cenar juntos algún día. La semana que viene o así. Si quieres-.
Sheila se quedó mirándole en silencio durante un par de segundos, como evaluando la propuesta. Luego, sonrió.
-Claro- dijo- me encantaría-.
Magical: A Sheila le importa la opinión de Lucius Malfoy porque es el líder de los mortífagos, no porque sienta algo por él, simplemente quiere demostrarle que es capaz de cumplir la misión. En cuanto a su pasado, siento decepcionarte, pero, aunque algo hay, no es muy significativo para la historia.
Sybill: Los comentarios de Sirius eran bromas, no tienen nada que ver con su fidelidad. Tienes razón, Dana le ha dado la oportunidad a Sheila de integrarse, pero lo ha hecho para hacerle un favor a Remus, ninguno de ellos tienen idea de quién es ella en realidad.
Misao Wood: Bueno, lo siento, pero sí que va a sufrir un poco :-D Un abrazo.
Frida: Repito lo dicho, me temo que sí va a sufrir, así que ve haciéndote masoquista ;-D
Synn: ¿Con que no te parece tan mala, eh? A ver si opinas lo mismo después de leer este capítulo. Un saludo.
*
UN ATAQUE FRUSTRADO
Sheila tuvo que esperar al día siguiente, el martes, para informar a los demás mortífagos de lo ocurrido, ya que ese día tenían una reunión. Le pareció que el tiempo pasaba muy lentamente hasta el momento en que salió de su casa, dispuesta a acudir a la casa abandonada donde se reunían. Cuando finalmente estuvieron todos reunidos en torno a la mesa, lo primero que hizo Lucius fue preguntar a Sheila por su misión.
-Ayer fui al lugar donde trabaja Remus Lupin con el pretexto de denunciar el intento de robo. Fui a comer con él... y también vinieron Sirius Black y la heredera de Ravenclaw- dijo.
Tal y como esperaba, se produjo una reacción de sorpresa en sus compañeros. Todos la miraron con interés, y Lucius Malfoy le habló.
-¿Sirius Black?- preguntó- ¿El padrino de Harry Potter? ¿Y la heredera de Ravenclaw? ¿Estás segura?-.
-Sí- contestó Sheila, sin poder reprimir una sonrisa- son amigos de Lupin. Me los presentó y nos fuimos a comer juntos. Y ella me invitó a salir con ellos este fin de semana-.
El señor Malfoy la miró con admiración.
-Excelente- dijo- eres más buena de lo que creía, Sheila. Bien, por supuesto, irás con ellos este fin de semana, e intentarás hacerte amiga suya. Es una suerte que Black sea amigo de Lupin. Debes mantenerte cerca de él-.
-¿Quieres decir que debo intentarlo ahora con él?- preguntó Sheila, dubitativa.-Puedo intentarlo, pero no creo que funcione. Se le ve muy unido a Dana. Además, parecería sospechoso que...
-No, no quiero decir eso- dijo el señor Malfoy- ni lo intentes. Nos conviene que siga junto a ella. Quiero decir que Black está unido tanto a la heredera de Ravenclaw como al heredero de Gryffindor, y es un idiota. Haría lo que fuera por protegerles si creyera que están en peligro, de forma que cualquier cosa que se planee para proteger a los herederos, él la sabrá. Y la mejor forma de llegar a él sin establecer contacto directo es haciéndote amiga de su novia, y sobre todo de Lupin. Si ves que está interesado en tí, ni se te ocurra rechazarle-.
-De acuerdo- contestó Sheila.
-Muy bien. Y recuerda, céntrate en Lupin, ni se te ocurra acercarte a Black más de lo imprescindible, ya me entiendes. Cuanto mejor se lleve con su novia, más posibilidades habrá de que esté al corriente de las medidas de protección. El amor que siente por ella y por Harry Potter se volverá en su contra. Pettigrew ya se aprovechó una vez de eso, ¿no es así?-.
Este asintió, algo incómodo, pero no dijo nada. Sheila le miró de refilón. Nunca le había caído bien Pettigrew, aunque tenía que admitir que había hecho un buen trabajo devolviéndole a Voldemort su cuerpo. Pensaba que era una persona desagradable y cobarde, que no se había pasado al bando de Voldemort por convicción, sino para salvar la vida, y había sido una de las que habían estado en contra de liberarle cuando fue detenido y Black fue declarado inocente. Pero tuvieron que ayudarle, por una sencilla razón: todos sabían que, si Pettigrew hubiese sido interrogado por los aurores, les habría delatado a todos con tal de no ir a Azkaban.
-Ya está claro, pues- dijo Lucius- en cuanto tengas novedades, Sheila, comunícate conmigo a través de la chimenea, no esperes a la próxima reunión- .
Ella asintió.
-Y ahora- añadió el señor Malfoy, esbozando una sonrisa siniestra- vamos a ultimar los detalles de lo que hemos planeado para mañana-.
*
El miércoles, ocurrió algo en el Centro de Aurores que provocó bastante revuelo: uno de los mortífagos detenidos la semana anterior había confesado algo. No había dado nombres, pero sí un lugar donde, al parecer, tenían previsto llevar a cabo un atentado aquel mismo día. Al parecer, planeaban atacar una mansión donde se llevaba a cabo una exposición acerca de los instrumentos mágicos más utilizados en la Edad Media, a la cual asistirían numerosos miembros del Minsiterio de Magia. Se elaboró un plan de urgencia, y varios aurores de distintos centros fueron convocados. Sirius y Dana fueron de los cuatro aurores de aquel centro a los que el agente Hardman, el director del centro, y por lo tanto su superior, llamó a su despacho a primera hora de la mañana.
-Uno de los mortífagos que detuvimos ha confesado- les explicó- planeaban llevar a cabo un atentado en una mansión donde se está celebrando una exposición sobre objetos mágicos medievales. Ustedes, junto con aurores de otros centros, se dirigirán de inmediato a un pueblo cercano donde se les dará instrucciones. Los trasladores ya están preparados-.
Los cuatro se dirigieron a la sala donde estaban los trasladores. En aquella ocasión se trataba de dos calderos. Se agarraron a las asas, y unos segundos después, sus pies se despegaron del suelo, y aterrizaron en medio de un campo. Dana levantó la vista, algo mareada, y vio que el suelo estaba cubierto de hierba, que cerca de ellos había un bosque, y a lo lejos se veía un pueblecito. Al otro lado, a poca distancia, había algunos aurores de pie en torno a una mesa de madera en la cual había varios papeles y un chivatoscopio, para avisarles en caso de que algún mortífago se acercara.
Uno de los aurores levantó la vista y se acercó a ellos.
-Hola- dijo- soy el agente Norton, estoy al mando en esta operación. Ustedes son los penúltimos, me parece. Hay otro grupo que llegará a las nueve y veinte, dentro de cinco minutos. Cuando estemos todos les explicaré el plan-.
Cinco minutos más tarde llegaron tres aurores más; dos hombres y una mujer. Entonces, el agente Norton les reunió en torno a la mesa.
-La mansión donde se va a llevar a cabo el atentado está situada a cinco kilómetros de aquí- dijo, y, con un movimiento de varita, apareció una miniatura de la casa en tres dimensiones ante ellos.-El plan es el siguiente: seis aurores entrarán en la casa un par de horas antes del ataque vestidos de particular, y llevarán a los invitados al sótano, asegurándolo con hechizos protectores. La casa no debe parecer vacía, de modo que esos mismos aurores deberán quedarse en la sala de exposiciones como si fueran los miembros del Ministerio que han venido a visitarla. De los otros cuatro, dos estarán en la puerta principal vigilando la casa. Se supone que estarán ahí para despistar, de modo que no deberán ofrecer demasiada resistencia si los mortífagos les atacan, aunque sí la suficiente para que no sospechen. Los otros dos esperarán fuera de la casa escondidos junto a la puerta trasera, y no actuarán a menos que alguno de los aurores del interior solicite refuerzos. ¿Todo claro? Bien, una vez los mortífagos ataquen, los aurores camuflados del interior deberán aturdir y capturar a cuantos les sea posible, pero intenten no poner sus vidas en peligro. Lo más importante es que ninguno de ellos se acerque al sótano. ¿Alguna pregunta?-.
-¿Cuántos mortífagos se calcula que participarán en el ataque?- preguntó un auror de otro centro que Dana y Sirius no conocían.
-No podemos saberlo con certeza- contestó Norton- pero lo más probable es que no sepan que tenemos conocimiento de este atentado, con lo cual no serán muchos y no creo que vayan muy prevenidos. No deben quedar muchos y no es probable que se arriesguen a ir todos, pero de todas formas tengan cuidado-.
Sirius fue uno de los seis aurores que entrarían en la casa vestido de particular. Dana y un agente de otro centro llamado Kleyman fueron los seleccionados para esperar escondidos fuera. Después de comer, a las dos en punto, todos se fueron a sus puestos. Sirius iba vestido con una túnica morada y un sombrero del mismo color, aunque llevaba un bolsillo escpecial semejante al de su uniforme de auror para poder sacar la varita con facilidad. Él y otros cinco aurores entraron en la casa y llevaron a los invitados del Minsiterio, que ya estaban avisados, al sótano. Tras asegurar la puerta con varios hechizos, los seis volvieron a la sala de exposiciones y se quedaron allí a esperar. Mientras llegaba la hora, Sirius se acercó a un agente de su centro, algo más joven que él, llamado Nick Stanville.
-¿Qué? ¿Interesante?- le preguntó, al ver que este observaba con detenimiento un viejo caldero.
-¿Cómo se las arreglarían para hacer pociones en un caldero como este?- dijo Stanville, sin dejar de mirarlo- siempre me asombra cómo los magos medievales se las arreglaban con instrumentos que a nosotros nos serían inútiles por completo-.
-No deberías haberte hecho auror- bromeó Sirius- tendrías que estar trabajando en una galería de arte-.
-A veces lo he pensado- suspiró Stanville- pero qué le voy a hacer, lo de ser auror me viene de familia- miró su reloj.-Espero que no tarden mucho en llegar, estas esperas siempre me ponen nervioso-.
-Al menos tú tienes algo con lo que entretenerte- dijo Sirius- a mí las antigüedades nunca me han interesado demasiado-.
*
Sheila se ajustó la máscara de mortífago y miró la hora en su reloj antes de ponerse los guantes: eran las cuatro menos cuarto. Ella, al igual que los otros cuatro mortífagos, iba vestida de negro con una túnica amplia que impedía distinguir con claridad si el que la llevaba era un hombre o una mujer. Llevaba también una capa negra con capucha. Tras asegurarse de que su cabello quedaba cubierto por completo, se dirigió a donde estaban ya reunidos los demás. Las órdenes de Lucius Malfoy habían sido claras: entrar de repente en la mansión, matar a todos los que pudieran y largarse rápidamente. Podrían divertirse un poco torturando a la gente, pero siempre y cuando se hubiesen asegurado de que no había aurores de por medio que pudieran interrumpir la escena. Los cinco mortífagos se pusieron en movimiento, con la varita en la mano. Sheila vio a dos aurores en la puerta principal. Parecían distraídos, lo cual confirmaba que no tenían ni idea de lo que iba a ocurrir.
Antes de que se dieran cuenta de que estaban ahí, les lanzaron un hechizo aturdidor. No se molestaron en matarles; los aurores no eran su objetivo. Ya se encargarían de ellos más tarde si les daba tiempo. Sheila y los demás se situaron junto a la puerta, contaron hasta tres mentalmente, y luego, apuntando con sus varitas a la puerta, la abrieron de golpe.
En la sala había seis personas elegantemente vestidas, que conversaban. Sheila levantó la varita, pero se dio cuenta de inmediato de que algo no iba bien. Las seis personas se giraron a la vez y sacaron las varitas. Sheila sintió una punzada de pánico al darse cuenta de que aquellas personas no eran miembros del Ministerio de Magia. Eran aurores.
Los mortífagos se quedaron paralizados durante un segundo, y Sirius y los demás aurores aprovecharon la ocasión para atacar. Comenzaron a lanzar encantamientos aturdidores, y dos de los mortífagos cayeron al suelo sin sentido. Entonces, los demás reaccionaron. Coemnzaron a lanzar maldiciones a los aurores, que rápidamente efectuaron encantamientos obstaculizadores para frenarlas. Sheila le lanzó una maldición a una bruja, pero su encantamiento obstaculizador lo repelió. Entonces, se giró hacia un auror que peleaba con otro mortífago, y exclamó:
-¡Avada Kedavra!-.
Un rayo de luz verde salió de su varita y alcanzó al auror, que cayó muerto al suelo. Sheila se ocultó tra una pared, intentando pensar. Tenían constancia de que los miembros del Ministerio de Magia habían ido hasta allí. ¿Y si los tenían escondidos en algún lugar de la mansión? No estaba segura, pero decidió ir a comprobarlo. Se agachó y comenzó a caminar ocultándose tras unas mesas, intentando pasar indavertida en medio del tumulto.
Otro mortífago apuntó a Sirius con la varita y trató de lanzarle la maldición asesina, pero el nerviosismo que sentía ante aquella situación inesperada, sumado al hecho de que tal vez no era muy poderoso, hizo que el hechizo no surtiera efecto. Entonces, se giró y apuntó al primero que vio, a Nick Stanville, y le lanzó la maldición Cruciatus. Esta sí surtió efecto: Stanville cayó al suelo gritando y retorciéndose. Sirius se giró, alarmado, y apuntó al mortífago con la varita.
-¡Finite Incantatem!- gritó.
Su hechizo detuvo la maldición, y Nick Stanville dejó de gritar. Luego, antes de que el mortífago pudiera reaccionar, Sirius le lanzó un encantamiento aturdidor. Cuando el mortífago cayó al suelo, Sirius pudo ver cómo una sombra oscura se acercaba hasta la puerta y desaparecía por ella. Se dio cuenta de que era un mortífago, y que probablemente estaba intentando averiguar si había alguien más en la casa, y se lanzó rápidamente tras él.
La casa estaba sumida en una semi penumbra. La única luz que alumbraba era la que se colaba por las ventanas, y no era mucha, ya que algunas de ellas estaban cerradas. Sirius oyó los pasos del mortífago bajando las escaleras, e, intentando hacer el menor ruido posible, bajó él también, agarrando con fuerza la varita. Al llegar abajo, se detuvo y escuchó. No se oía nada. Sirius comenzó a avanzar en silencio, tratando de averiguar dónde estaba el mortífago, cuando, de pronto, sintió que el suelo cedía bajo sus pies. En un acto reflejo, estiró los brazos como intentando agarrarse a algo, y la varita escapó de entre sus dedos.
Se dio cuenta de lo que había pasado: el suelo era de madera y estaba muy deteriorado. Había un agujero en él, pero estaba tan concentrado en encontrar al mortífago que no lo había visto, y, al caminar por encima, la madera carcomida había cedido, y ahora tenía una pierna atrapada dentro; seguramente aquel suelo era el techo del piso inferior. Tras comprobar que el suelo a su alrededor era firme, se apoyó con las manos, intentando liberarase. Había hecho mucho ruido al caer, el mortífago tenía que haberle oído.
Sheila se había dado cuenta en seguida de que alguien la seguía. Al llegar a aquel piso, se había escondido esperando para lanzarle una maldición al auror que la perseguía cuando se encontrase a tiro, pero no había supuesto que sería tan fácil: el muy idiota no había visto el agujero en el suelo. Se acercó a él con la varita en la mano.
Sirius sintió un escalofrío al levantar la vista y ver que el mortífago avanzaba hacia él. Alargó la mano para coger la varita, pero no alcanzaba. Entonces, recordó el comunicador que llevaba prendido a la túnica, y se lo acercó a los labios.
-¿Me recibe alguien?- preguntó- ¡Soy Black, necesito ayuda!-.
*
Dana ya había hablado con Kleyman de quidditch, del tiempo y de sus programas de televisión favoritos, dado que ambos eran de familia muggle, y estaba empezando a aburrirse. Kleyman le estaba empezando a hablar de cuáles eran sus equipos favoritos de la Champions League de fútbol, cuando se oyó una voz por sus comunicadores, pidiendo ayuda. Dana se sobresaltó al darse cuenta que la voz era la de Sirius. Se puso en pie de un salto, y ella y Kleyman echaron a correr hacia la puerta trasera.
Sheila iba a lanzarle la maldición asesina al auror, pero se detuvo en cuanto le oyó hablar. Aquella voz le era familiar. Parecía la de Sirius Black. Se quedó allí de pie, indecisa, sin atreverse a atacar. Claro que Sirius no se daba cuenta de eso en aquel momento; toda su atención estaba centrada en recuperar la varita. Entonces, mientras se estiraba lo más posible para alcanzarla, la luz que se filtraba por una ventana le iluminó el rostro, y Sheila ya no tuvo dudas. Era Sirius Black. Y no podía matarlo. Si lo hacía, el plan para atrapar a los herederos de Gryffindor y de Ravenclaw se iría a la porra. Entonces, para sorpresa de Sirius, en lugar de atacarle, echó a correr por las escaleras y desapareció.
Sirius se quedó mirando con una mueca de incredulidad cómo el mortífago se iba sin atacarle y desaparecía escaleras arriba. ¿Por qué se iba? ¿Por qué no le atacaba, si estaba desarmado e indefenso?
-Sirius, ¿me recibes?- preguntó la voz de Dana por el comunicador- ¿Dónde estás? ¡Contesta!-.
-Estoy en la planta baja, al pie de la escalera- contestó, llevándose el comunicador a los labios.
Dana y Kleyman aparecieron poco después por el pasillo, y echaron a correr hacia él al verle tendido en el suelo.
-¿Qué le ha pasado?- le preguntó Kleyman- ¿Estás herido?-.
-No, estoy bien- contestó Sirius- se me ha enganchado la pierna aquí, eso es todo-.
Dana le miró con preocupación, pero realmente no parecía herido. Ella y Kleyman le apuntaron con sus varitas y le sacaron de allí. Al verse libre, Sirius fue hasta donde estaba su varita y la recuperó.
-¿Qué ha ocurrido?- preguntó Dana.-Me imagino que no nos llamaste sólo porque se te había quedado enganchada una pierna en un agujero del suelo-.
-Vi que un mortífago bajaba por estas escaleras- les explicó Sirius- y le seguí para detenerle antes de que encontrara a los del Ministerio, pero no vi el agujero, me caí y me quedé atrapado. El mortífago estaba delante de mí y no podía alcanzar la varita, por eso pedí ayuda-.
-¿Un mortífago estaba aquí?- preguntó Dana, alarmada, girándose como si esperara encontrarlo detrás- ¿Dónde está ahora? ¿Te atacó?-.
-No. Parecía que iba a hacerlo, pero, de pronto, bajó la varita y se fue escaleras arriba-.
-¿Estaba desarmado con un mortífago delante de usted, y no le atacó?- dijo Kleyman mirándole con incredulidad- vaya, tiene suerte de estar vivo-.
-Será mejor que vayamos arriba- dijo Sirius- puede que nos necesiten-.
*
No obstante, no quedaba mucho por hacer cuando subieron hasta la sala de exposiciones. Tres de los mortífagos habían conseguido huír, pero dos habían sido detenidos. Estaban ya esposándoles cuando Dana, Sirius y Kleyman llegaron. Tras comprobar que no había más mortífagos en la casa y sus alrededores, soltaron a los miembros del Minsiterio, que estaban sanos y salvos, aunque parecían asustados. Era ya tarde cuando Dana y Sirius volvieron al Centro de Aurores, junto con los otros dos agentes que también habían ido a la mansión. Los calabozos de los otros centros estaban saturados, de modo que llevaron a los mortífagos allí. Ya en las celdas, les quitaron las máscaras y descubrieron que se trataba de dos hombres, uno joven y el otro de mediana edad.
Tras dejarles encerrados allí, los cuatro aurores fueron a los vestuarios para cambiarse de ropa, ya que se había hecho de noche y era hora de volver a sus casas. Sirius estuvo bastante callado durante el viaje de regreso a su casa, y tampoco habló mucho cuando Dana y él se sentaron en la mesa, donde ya estaba la cena, preparada por el elfo doméstico que tenían a su servicio.
-¿Qué te pasa?- le preguntó Dana, mientras cortaba un trozo de carne con el cuchillo- estás muy callado-.
-Perdona. No me pasa nada, sólo es que... no paro de darle vueltas. Ese tipo estaba ahí, en frente de mí, y sabía que yo estaba desarmado. Hubiera podido matarme si hubiese querido. ¿Por qué no lo hizo?-.
Dana suspiró. La verdad es que ella tampoco le encontraba explicación.
-No sé... tal vez se asustó cuando pediste ayuda. A lo mejor pensó que estábamos cerca-.
-No lo creo- Sirius dudó unos segundos, y luego siguió hablando- en realidad... bueno, no estoy seguro, pero me dio la impresión de que me reconoció-.
-¿Te pareció que te conocía?- preguntó Dana, extrañada- ¿Crees que se trataba de... de él?-.
A Dana no le gustaba sacar el tema de Pettigrew, ya que sabía que a Sirius le resultaba doloroso. Desde que tres años atrás los mortífagos le sacaron de la celda del Centro de Aurores donde estaba detenido, no se había vuelto a saber nada de él. Todos los agentes del centro donde trabajaban sabían que la mayor obsesión de Sirius era detener a Pettigrew. Dana nunca hablaba de él si Sirius no comenzaba con el tema, pero en aquella ocasión no podía dejarlo pasar. No obstante, Sirius negó con la cabeza.
-No creo que fuera él- dijo- Peter me habría matado, no se hubiera detenido. Además, no se parecía a él. Era una persona alta y delgada-.
-Deja de pensar en ello- le aconsejó Dana- ¿Estás bien, no? Eso es lo que importa- le miró, esbozando una media sonrisa- ¿Sabes? Creo que se me ocurren un par de formas de quitarte las preocupaciones-.
Él también sonrió.
-Creo que si vuelves a decir eso no podré esperar a terminar de cenar-.
*
Remus Lupin no entendía por qué se sentía tan nervioso. Mientras se abrochaba la capa y comprobaba que no la llevaba torcida, se aseguró a sí mismo que debía de ser el día tan agotador que había llevado lo que le hacía estar así. Un niño, que al parecer estaba solo en casa, había llamado cinco veces asegurando que había una acromántula en el jardín de su casa, cuando en realidad se lo había inventado todo. Encima, el que le sustituía a la hora de comer había llegado tarde y Remus sólo había tenido media hora para comerse un sandwich a toda prisa antes de volver al trabajo. Menos mal que aquella noche se relajaría un poco, ya que había quedado con Sirius y Dana para ir a tomar algo a un bar. Bueno, también iría Sheila.
Se metió la varita en el bolsillo. La noche era fresca pero despejada, y la luna, en cuarto creciente, brillaba en el cielo. Remus agitó la cabeza, intentando no pensar en lo que ocurriría en las noches de la semana siguiente. Tardó algo más de media hora en llegar a la puerta del centro de chimeneas público, donde había quedado con los otrso tres. Cuando llegó, Sirius y Dana ya estaban allí. Le saludaron con la mano, y Remus se acercó a ellos.
-Qué elegante te has puesto, Lunático- dijo Sirius en tono sarcástico cuando le vio llegar.
-¡Cállate!- le siseó Remus- te aseguro que como hagas una de esas bromas delante de...
-Mirad- le interrumpió Dana, señalando con un gesto al interior del centro de chimeneas- ahí viene-.
Sheila salió por la puerta del centro de chimeneas unos segundos más tarde. Llevaba una capa color fucsia y una ceñida túnica negra. Al verles, fue hacia ellos, sonriéndoles.
-Hola- le saludó Dana, devolviéndole la sonrisa- ¿cómo estás?-.
-Bien, gracias- respondió Sheila cordialmente- me alegro de veros-.
Saludó después a Remus y a Sirius. Había que reconocer, pensó, que aquel Remus Lupin mejoraba bastante cuando no llevaba puesto el uniforme de auror. La saludó con algo de timidez, pero parecía contento de verla. Al saludar a Sirius, Sheila no pudo evitar recordar la escena durante el ataque a la mansión, lo patético que estaba enganchado en el suelo y con la desesperación pintada en la cara, tratando de coger la varita, y, antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa burlona asomó a sus labios, pero Sirius al parecer la interpretó como una sonrisa cortés, ya que no pareció notar nada extraño. Tras saludarse, los cuatro echaron a andar hacia la zona de bares y discotecas, que a aquella hora, como todos los viernes, comenzaba a llenarse.
-¿A dónde vamos?- le preguntó Sheila a Remus, poniéndose a su lado para hablarle.
-A un sitio que está cerca de aquí. No es muy grande, pero está bien. Siempre solemos ir ahí. Aunque si prefieres otro sitio...
-No, claro que no. Me parece muy bien ir allí. Además, tampoco conozco muchos lugares, no salgo mucho-.
-¿Y eso por qué? ¿Que tu novio no te deja?- preguntó Remus en plan de broma.
-No tengo novio- contestó Sheila, esbozando una sonrisa para sus adentros.
"Te tengo" pensó.
Llegaron al local, y entraron. Se sentaron en una mesa para cuatro de las pocas que aún estaban vacías, y pidieron las bebidas. En poco tiempo, el camarero les trajo cuatro vasos de hidromiel.
En aquella ocasión, Sheila se relajó con más facilidad, casi inmediatamente. La simpatía que Dana mostraba hacia ella, el hecho de haber tenido a Sirius indefenso ante ella pudiendo matarlo si quiería, la pregunta que le había hecho Remus, todo aquello la iba haciendo sentirse más segura. Era curioso como, mientras una parte de ella les veía como tres de las víctimas de su plan, una de las cuales al menos moriría, otra parte de ella incluso se lo pasaba bien hablando con ellos y riéndose, como si realmente sólo fuese una amiga más. Se sentía poderosa. Sí, esa era la palabra, poderosa.
Más tarde, cuando el local comenzó a llenarse un poco, salieron a bailar. La mayoría de canciones eran rápidas, y Sheila comenzó a pasárselo realmente bien. Le gustaba bailar. Al cabo del rato, empezó a sonar una de Las Brujas de Macbeth, una lenta y romántica. Parte de las personas de la pista de baile se juntaron en parejas. Sirius y Dana comenzaron a bailar juntos, y Remus miró a Sheila dubitativo, como si quisiera pedirle que bailara con él pero no se atreviera. Entonces, ella le sonrió y se acercó a él.
-Vamos- dijo- no vamos a ser los únicos que no bailen-.
Ella y Remus se puiseron a bailar. Sheila comprobó sorprendida que Remus era un buen bailarín; llevaba bien el ritmo y se movía con soltura. Le gustó aquel rasgo suyo, era difícil encontrar a chicos que supieran bailar. Por encima del hombro de Remus, vislumbró a otras parejas, entre ellas Sirius y Dana. A Sheila no le gustaba hacer demostraciones de amor en público, pero era evidente que ellos dos no pensaban igual. Bailaban tan pegados que Sheila pensó que se necesitaría una palanca para despegarlos. Sirius susurró algo al oído de Dana y ella sonrió, acercó su cara a la de él, y se dieron un beso largo y apasionado. Sheila dejó de mirarlos y se concentró en su baile con Remus. Era un chico guapo, y bailaba bien, pensó. Si al final iba a tener que liarse con él, más valía que comenzase a encontrarle virtudes.
Hasta las dos de la mañana, poco antes de que cerraran el local, no se fueron de allí. Caminaron hacia el centro de chimeneas, y esta vez Sheila sí se metió allí para ir hasta su casa. Remus iba a volver a pie, como de costumbre, pero de todas formas les acompañó.
-Me lo he pasado muy bien- le dijo Sheila cuando se despidieron- buenas noches-.
-Yo también- dijo Remus. Y, antes de darse tiempo para pensar, añadió:
-Podríamos ir a cenar juntos algún día. La semana que viene o así. Si quieres-.
Sheila se quedó mirándole en silencio durante un par de segundos, como evaluando la propuesta. Luego, sonrió.
-Claro- dijo- me encantaría-.
