Magical: Sheila estuvo en Slytherin, tal y como tú la describes ;-)

Elyana Black: ¿Te gusta el personaje de Sheila? Bueno, no es un angelito precisamente, pero de todas formas me alegro. En cuanto a su futuro, lo siento pero no voy a decir nada :-P

Synn: No es que Sheila sea blanda, es que es fría. Ella no disfruta matando como otros mortífagos, pero tampoco le importa hacerlo, y el plan para atrapar a los herederos es demasiado importante como para ponerlo en peligro lanzando maldiciones. Gracias por todo lo que me has dicho en tu review :-)

Arwen-Magic: Remus y Sheila quedarán antes de la luna llena, él no se transformará hasta el miércoles y ellos dos quedarán antes.

Sybill: Sí, efectivamente, hay como una ambivalencia, ella les ve por un lado como gente simpática con la que está bien, y por otro como víctimas de su plan, es parecido a la mentalidad que tendría un sicario, no tiene nada personal contra las víctimas, sólo forman parte de su plan.

Ceywen: Si ahora te pones así, tómate una tila antes de leer los siguientes capítulos :-)

Laura: Muchas gracias. Aquí vas a tener bastante de tu personaje favorito.

Misao Wood: Sí, efectivamente, Sheila sí es tan mala. Y aún no has visto nada :-P

Frida: Bueno, no es muy difícil de imaginar, seguro que te haces una idea.

Hareth: No te preocupes, espero que se solucionen pronto tus problemas con el trabajo.

Daniela: Respecto a la primera parte, quiero aclararte que Dana siempre fue una bruja, lo que pasa es que tenía los poderes inutilizados por el encantamiento de Salazar Slytherin, no es que fuera una muggle y luego se convirtiera en bruja, eso sería imposible. En cuanto a esta segunda parte, gracias por leerla :-)

TRANSFORMACIONES

Remus y Sheila acordaron verse el martes por la noche, ya que Remus dijo que las noches siguientes estaba ocupado. En realidad, la noche del miércoles sería la primera de luna llena de aquel mes, y Remus se quedaría encerrado en su casa durante todas las noches en las que sufriera las metamorfosis. No era peligroso gracias a la poción matalobos, pero aún así no podía salir a la calle con su forma de hombre lobo.

Los días anteriores a la cita, Remus estuvo inmerso en un estado de nerviosismo latente que intentó ocultar a sí mismo, pero no pudo esconder a sus amigos. Hacía tiempo que no tenía una cita a solas con una chica, y tuvo que pedirle consejo a Sirius, que del antiguo grupo de amigos de Hogwarts siempre había sido el que más ligaba, acerca de dónde llevarla. Sirius solía salir a cenar con Dana a sitios románticos, pero le desaconsejó a Remus un lugar así para una primera cita en la que se suponía que sólo iban como amigos, y le dijo que lo mejor era buscar un lugar elegante, pero cómodo, donde estuvieran relajados. Había varios restaurantes así en el mundo mágico, y al final Remus escogió uno situado en la calle Agripa, no muy conocido, pero acogedor y con una buena carta, cercano a la calle donde Sheila vivía. La media hora anterior a la cita se le hizo interminable, ya que la pasó solo en su casa, y eso hizo que el tiempo pasase más despacio, pero se veía incapaz de soportar las bromas de Sirius, que se había pasado toda la tarde diciéndole cosas como "cambia las sábanas, por si acaso", o "y recuerda no meterle mano a menos que ella lo haga primero".

Cuando Remus llegó a la hora convenida a la puerta del restaurante, donde habían quedado, Sheila aún no estaba allí. Se quedó esperando, mirando el reloj con preocupación a pesar de que sólo pasaban tres minutos de la hora, pero no tuvo que esperar mucho. Poco después apareció Sheila, y Remus sintió que su nerviosismo se acentuaba al verla; llevaba un ceñido vestido color violeta, una capa color crudo de una tela suave y ligera que se ondeaba al ritmo de sus pasos, y los labios pintados de un hermoso color rosado. Se obligó a respirar hondo para tranquilizarse, y, cuando ella llegó a su altura, le sonrió.

-Hola- dijo.

-Hola- contestó ella. Había que reconocer que estaba guapo, pensó. Remus llevaba una túnica color arena, a juego con su cabello, y una capa del mismo color. Se le veía más joven de lo que en realidad era, y sus ojos color miel tenían un brillo que los hacía destacar y que a Sheila le resultó muy atractivo.

-¿Entramos?- preguntó Remus, dejándola pasar primero en un gesto de cortesía. Ambos entraron en el resturante y se sentaron en la mesa que les indicó el camarero. Tras pedir las bebidas y la comida, Remus miró a Sheila.

-¿Te gusta este sitio?- le preguntó.

-Sí- contestó Sheila- está muy bien. Nunca había venido-.

-Yo tampoco- dijo Remus- espero que la comida esté bien-.

-Bueno, ¿y qué tal en el Cuerpo de Aurores?- preguntó Sheila, sonriendo- ¿muchos mortífagos atrapados bajo el peso de la ley?-.

-No tantos como debería- contestó Remus, devolviéndole la sonrisa. Estuvieron charlando animadamente durante el resto de la velada. Sheila condujo la conversación hábilmente de forma que Remus se relajara, e incluso ella misma acabó disfrutando al hablar con él. Hablaron acerca de sus trabajos, del último libro que habían leído, y de sus respectivas épocas en Hogwarts. Remus le contó algunas de las fechorías que había hecho con sus amigos cuando era estudiante, consiguiendo que Sheila se partiera de risa y se soprendiera cuando Remus le dijo que había sido durante un año profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

-Vaya, el cazador cazado- bromeó Sheila- seguro que entonces entendiste lo que sentían tus profesores contigo-.

-No creas- dijo Remus- hubo muy buen ambiente con los alumnos. Nunca tuve ningún problema importante-.

-Parece que te gustaba ese trabajo- dijo Sheila- ¿por qué lo dejaste?-.

-Eh... por problemas familiares- contestó Remus, que no podía decirle que en realidad había sido porque el profesor de Pociones reveló ante todo el colegio que él era un hombre lobo.

Al terminar la cena, después de haber pagado, Remus acompañó a Sheila hasta su casa, ya que no vivía lejos de allí. Fueron paseando lentamente por las calles iluminadas sólo por la luz de las farolas, por las que apenas pasaba gente. Cuando llegaron a la puerta de la casa de Sheila, se detuvieron.

-Bueno- dijo Remus- me lo he pasado muy bien contigo-.

-Yo también- dijo Sheila- espero que volvamos a quedar más veces-.

-Claro- dijo Remus esbozando una leve sonrisa- cuando quieras-.

Sus miradas se cruzaron, y se produjo un silencio tenso. Remus sintió que su corazón palpitaba con fuerza al mirar a Sheila. Sus ojos brillaban en la semioscuridad y el suave viento agitaba débilmente las ondas de su cabello. Remus sintió el impulso de besarla, pero no se atrevió. ¿Y si era demasiado pronto? ¿Y si ella no sentía lo mismo? Vaciló, y finalmente bajó la mirada.

-Buenas noches- le dijo- nos llamamos, ¿vale?-.

-Vale- dijo Sheila- adiós-.

Se quedó unos segundos de pie, junto a la puerta, viendo cómo Remus se marchaba. Había estado cerca, pensó, pero por lo visto aquel era de los tímidos. Sería cuestión de darle un empujoncito, pensó, esbozando una sonrisa. Abrió la puerta de su casa y entro en su interior.

*

-¿Que no la besaste?- preguntó Sirius- ¿estás loco?-.

-No lo vi claro, ¿vale?- dijo Remus, algo incómodo.

Era la hora de comer, y, como era habitual, Remus, Sirius, Dana y Angelina habían salido a comer a un bar cercano al centro de aurores. Aquel sería el último día de trabajo de Remus por aquella semana, ya que durante las transformaciones acababa demasiado cansado durante el día como para poder ir a trabajar.

-¿Qué esperas, que saque una pancarta?- preguntó Sirius en tono sarcástico- la próxima vez que quedéis solo, haz esto- se giró hacia Dana, la estrechó entre sus brazos y la besó apasionadamente.

-Al contrario que tú, yo no tengo ninguno garantía de que ella no se aparte de mí y me cruce la cara- dijo Remus.

-Cuando conociéndote de tan poco ha quedado a solas contigo es porque no le eres indiferente- opinó Dana.

Los cuatro comieron rápidamente para poder volver a sus puestos de trabajo cuanto antes. Durante la comida, Remus terminó de contar a sus amigos lo que había sucedido la noche anterior. Los tres opinaron que debería de haberse atrevido a besar a Sheila. Para ellos era muy fácil, pensó Remus, los tres tenían pareja, y no una pareja cualquiera. Para su primer aniversario, Fred había contratado un grupo de leprechauns que dibujaron en el cielo las palabras "Angelina te quiero", y Sirius y Dana, a pesar de llevar tres años juntos, parecía que no podían estar más de un minuto sin algún tipo de contacto físico con el otro. En cambio Remus aún no estaba seguro de cómo tenía que comportarse con Sheila.

Al volver, cada uno se dirigió a sus respectivos puestos de trabajo. Las cosas continuaron a su ritmo normal, y, poco antes de que terminase la jornada de trabajo, el agente Hardman llamó a su despacho a Dana y a Angelina y les entregó unos informes acerca de una fábrica clandestina donde supuestamente se elaboraban pociones ilegales. Deberían leer aquella noche los informes y exponerlos a la mañana siguiente ante varios de sus compañeros para organizar una inspección. Tras ello, los aurores se dirigieron a los vestuarios para cambiarse de ropa. Dana iba ya vestida de particular, con los informes en la mano, cuando se reunió con sus amigos para salir. Estaban ya en la puerta cuando Dana lanzó una exclamación.

-¡Mi bolso! ¡Me he dejado el bolso en el vestuario!- dejó los papeles del informe en las manos del primero que vio, Remus- sujétamelo que ahora vuelvo- dijo, y echó a correr hacia el interior del edificio.

Los demás se quedaron esperándola en la puerta, hablando. Al cabo de un par de minutos, Angelina dijo que se iba, ya que había quedado con Fred a las siete y media, y ella necesitaba tiempo para arreglarse. Al oír aquello, Remus se sobresaltó, ya que aquel día la luna estaba pronosticada para salir a las ocho menos veinte, y, como tenía que regresar a pie a su casa, se fue también, sin darse cuenta de que llevaba en la mano los papeles de Dana. Esta, que salió al cabo de un minuto, aliviada por haber encontrado el bolso en su sitio, se había olvidado por completo del informe y se fue junto con Sirius a su casa.

*

-Dana, ayúdame. ¿Sabes qué puede ser aparato muggle para cocinar, diez letras?-.

Sirius estaba enfrascado en un crucigrama, uno de sus pasatiempos favoritos.

-Empieza por "m", y lleva una "o" y una "a"- añadió.

-¿Microondas?- sugirió Dana, tras pensarlo un momento.

-¡Sí!- exclamó Sirius con entusiasmo- ¡gracias!-.

-Voy un momento arriba- dijo Dana- tengo que ir a mirar los informes que nos dejaron-.

Subió las escaleras y entró en su habitación, pero no vio los informes, ni encima de la cama ni en la mesa. Extrañada, bajó al salón, pero no estaban encima de la mesa ni en el sofá. Entonces, recordó que le había pedido a Remus que los sujetara, y no se los había devuelto. Miró por la ventana, y vio que empezaba a anochecer. Fue hasta la chimenea y llamó a casa de Remus.

-¿Sí?- preguntó Remus al cabo de unos segundos. Se le veía pálido y con mal aspecto, pero aún era humano.

-Remus, ¿tienes tú los informes que te pedí que me sujetaras antes de irnos?- le preguntó Dana.

-Sí- contestó Remus, tras girarse hacia atrás por unos segundo- sí, están aquí. Lo siento, me olvidé de devolvértelos-.

-No importa, yo me olvidé de pedírtelos. Oye, los necesito para esta noche, ¿te importa que pase por tu casa y los recoja?-.

-Estoy a punto de transformarme-.

-¿Pero te has tomado la poción matalobos, no?-.

-Sí-.

-Entonces no hay problema. Deja los infomes encima de la mesa del salón, los cojo y me voy, ¿vale?-.

-De acuerdo- contestó Remus.

-Bien, voy a ponerme los zapatos, estaré ahí en cinco minutos- dijo Dana, y se retiró de la chimenea.

Mientras Dana subía a su habitación para arreglarse un poco, Remus se apoyó en la pared, al lado de la chimenea. Empezaba a encontrarse mal. Estaba pálido, y, al tocarse el pelo, vio que estaba húmedo por el sudor. Fue hacia la mesa y dejó los informes encima. Entonces, oyó que alguien le llamaba desde la chimenea de nuevo. Casi se le para el corazón cuando vio que era Sheila.

-Hola, Remus- le dijo ella con una sonrisa.

-Hola- contestó Remus, tratando de que Sheila no notara el temblor de su voz. ¿Cuánto faltaba para que se transformase? ¿Un minuto? ¿Dos?

-¿Te pasa algo?- le preguntó Sheila- tienes mal aspecto-.

-No, no es nada- contestó Remus- ¿qué quieres?-.

-Sólo quería hablar contigo, ver qué tal estabas. Oye, ¿seguro que no te pasa nada?-.

-No, de verdad, es sólo que tengo gripe- contestó Remus, que sudaba cada vez más- creo que cogí un resfriado-.

-Sí, la verdad es que tienes mala cara- dijo Sheila, mirándolo con preocupación- si quieres, me paso un rato por tu casa a ver cómo estás-.

-¡No!- dijo Remus, tratando de controlar la angustia que sentía- no, no quisiera contagiarte. No es nada, no te molestes-.

-No me vas a contagiar- le dijo Sheila- estoy vacunada contra la gripe, y me sentiré más tranquila si me paso un rato a ver cómo estás. ¿O es que no quieres verme?-.

-Sí, por supuesto que quiero verte, pero es que...

-Pues entonces, nada. Me paso un rato y te hago compañía un poco. Para eso están los amigos, ¿no? Seguro que luego me lo agradeces. Nos vemos en diez minutos, hasta luego-.

-¡N... no!- exclamó Remus, pero ella ya había cortado la comunicación. Remus se apoyó contra la pared, con un gemido de pánico. Sheila iba a ir allí, y le encontraría transformado. Sabría que él era un hombre lobo, y nunca más querría volver a saber nada de él. Pero casi no tuvo tiempo de pensar en aquello, ya que sintió un agudo dolor en el pecho. Todo su cuerpo se puso rígido y comenzó a temblar convulsivamente. Remus notó cómo su cara se alargaba y dejaba de ser humana para convertirse en la de un lobo. Vio cómo sus manos se convertían en garras y se cubrían de pelo, y cerró los ojos; a pesar de los años que llevaba siendo un hombre lobo, no soportaba ver su cuerpo transformándose. Al cabo de unos segundos, todo cesó. Remus sintió que su cuerpo dejaba de estar rígido y el dolor desaparecía. Se tambaleó, ya que sus piernas ya no estaban diseñadas para sostenerse sobre ellas, y cayó al suelo a cuatro patas. Respiró hondo, intentando tranquilizarse.

"Soy yo" pensó."Estoy bien, puedo controlarme. Vamos, tranquilo. Piensa".

*

Dana llegó a casa de Remus un par de minutos depués. Llegó por la chimenea, ya que su casa y la de Remus estaban conectadas a través de la Red Flu. Cuando Dana llegó, le extrañó no ver a Remus en el salón, aunque fuera en su forma de lobo. También le extrañó que la habitación estuviera sumida en aquella extraña penumbra. Se acercó a la pared del fondo, junto a las cortinas, para encender las velas que había allí, y cuando lo hizo, algo salió de repente de entre las cortinas y saltó hacia ella, un monstruo con los ojos color ámbar inyectados en sangre y las fauces entreabiertas, en las que se distinguían dos hileras de afilados colmillos. Dana lanzó un grito de terror y se echó hacia atrás. Luego, miró al monstruo con enfado.

-¡Remus!- exclamó- ¡te dije que no hicieras eso! ¡Casi me da un infarto!-.

La boca del licántropo se curvó en algo que podría haberse interpretado como una sonrisa. Dana encendió el resto de las luces con la varita y le miró, molesta.

-No tiene gracia- dijo, enfadada- me has asustado-.

Fue hasta la mesa y cogió los informes que había en ella. Entonces, Remus tuvo una idea. Tal vez Dana podría detener a Sheila cuando llegase e impedir que entrara en la casa y le descubriera. Al ver que Dana ya iba hacia la chimenea para marcharse, le agarró la capa con los dientes, haciendo que se girara.

-¿Qué?- preguntó Dana con acritud.

Remus agachó la cabeza y gimió.

-Vale, estás disculpado- dijo Dana- ahora tengo que irme-.

Remus volvió a agarrar la capa con los dientes y tiró de ella, arrastrándola. Dana comprendió el mensaje y lo siguió. Remus miró a su alrededor, desesperado. No había tinta, ni nada que le sirviera para escribir. Entonces, vio un jarrón con flores que estaba colocado encima de una repisa. Se puso a dos patas y tiró el jarrón al suelo, que se rompió y derramó el agua. Remus mojó una de sus patas en el agua y, con dificultad, escribió en la tela del sillón la palabra "Sheila". Dana observó las letras, que habían oscurecido la tela al mojarla, y luego miró a Remus.

-¿Sheila?- preguntó- no lo entiendo. ¿Quieres decir que ella va a venir aquí?-.

Remus movió la cabeza en señal de asentimiento.

-Pero, ¿sabe que eres un hombre lobo?-.

Remus negó con la cabeza, y, rápidamente, fue hasta dodne estaba el charquito de agua, y escribió la palabra "enfermo". Luego, fue hasta la chimenea y movió la cabeza en dirección a ella. Dana le observó intrigada, tras leer la segunda palabra.

-A ver- dijo Dana sin mucha convicción- Sheila va a venir aquí, ¿porque ha hablado contigo por la chimenea y cree que estás enfermo? Y quieres que yo haga que se vaya para que no te vea, ¿es eso?-.

Remus volvió a asentir, desesperado.

-Merecerías que me fuera y te dejara solo después del susto que me has dado- gruñó Dana, pero se quedó en la casa, atisbando con precaución por la ventana para ver cuándo llegaba Sheila. Al cabo de unos minutos la vio aparecer por una esquina, andando, y se giró hacia Remus.

-Ya está aquí- le dijo- ¡vamos, vete!-.

Remus se fue a toda prisa escaleras arriba, mientras Dana se quedaba junto a la puerta, preguntándose qué demonios le iba a decir a Sheila para que se fuera de allí. Lo único que ella sabía, reflexionó, es que Remus estaba enfermo. A partir de ahí, tendría que improvisar. Apagó la luz, y, cuando vio que Sheila se acercaba a la puerta de entrada, salió.

Sheila no pudo contener un gesto de asombro cuando vio salir a Dana por la puerta de la casa de Remus. Iba dispuesta a hacer de enfermera de la mejor forma posible; sabía que Remus y ella habían estado muy cerca la noche enterior, y, aunque si Remus estaba tan enfermo como le había parecido al verle por la chimenea aquella noche no iba a pasar nada entre ellos, no dejaba de ser una oportunidad para estar a solas con él y seguir ganándose su confianza.

-Hola- le dijo Dana con la mayor naturalidad que fue capaz- ¿cómo estás?-.

-Hola- le dijo Sheila con voz algo insegura- eh... ¿cómo está Remus?-.

-No está- dijo Dana.

Sheila puso cara de extrañeza.

-Pero si he hablado con él hace diez minutos. ¿Dónde está?-.

-She ha ido a... casa de sus padres- contestó Dana- me ha dicho que estaba enfermo y quería descansar unos días, así que se ha ido allí. Me ha dicho que a lo mejor nos cruzábamos, y que si era así te lo dijera-.

-¿Estabas ahí con él cuando hemos hablado, entonces?-.

-No, he llegado hace cinco minutos. He tenido que ir a casa de Remus porque se llevó sin darse cuenta unos documentos que necesitaba para hoy- dijo Dana, mostrándoselos- le he llamado cuando estaba a punto de irse, y, cuando he llegado, me ha dicho que se iba a casa de sus padres porque estaba enfermo y quería descansar y que tú le habías llamado, pero no le había dado tiempo a decírtelo. Me encargó que si nos cruzábamos te lo dijera-.

-Ah- dijo Sheila, sintiéndose algo avergonzada. Quería aparentar interés por Remus Lupin, pero tampoco era cuestión de dar la impresión de que estaba desesperada por él. Se había precipitado, pensó, sintiéndose como una idiota. No debía volverle a ocurrir.

-No te preocupes- le dijo Dana, tomando el gesto apesadumbrado de Sheila como preocupación por Remus- no es nada grave, ya lo verás. Seguro que en unos días está bien-.

Echó a andar hacia la calle, y, para alivio suyo, vio que Sheila la seguía. Al parecer, se había creído su historia.

-¿Vas al centro de chimeneas que hay cerca de aquí?- le preguntó a Sheila- si vas te acompaño y volveré a casa desde allí-.

-No, es que he venido en escoba- le explicó Sheila- pero vente conmigo y te llevo a tu casa. A mí no me importa y así te ahorras pagar el viaje desde el centro de chimeneas-.

Dana le sonrió, agradecida, y fue con ella hasta donde estaba la escoba, a poca distancia de allí. Subió detrás de Sheila, y le indicó cómo llegar a su casa. La mansión donde ella y Sirius vivía estaba a las afueras de la ciudad, algo apartada, pero aún así la escoba de Sheila era veloz y no tardaron mucho. Al aterrizar junto a la puerta de la casa, Dana se despidió de Sheila, agradeciéndole que se hubiera tomado la molestia de llevarla.

-Oye, el sábado Angelina Johnson, una amiga mía, y yo, pensábamos ir al centro comercial mágico para ir de compras. ¿Quieres venir?- le preguntó tras despedirse.

-Claro- contestó Sheila con una sonrisa- me encantaría. El viernes hablamos por la chimenea y quedamos. Adiós-.

-Adiós- le dijo Dana, y se giró para ir hasta la puerta de su casa. Cuando entró, Sirius, que estaba en el salón, la miró con extrañeza.

-¿Por qué no has entrado por la chimenea?- preguntó- ¿cómo es que estabas fuera?-.

-Ha habido algunas complicaciones- suspiró Dana, y le contó lo que había sucedido. Una mirada preocupada apareció en los ojos de Sirius. Al igual que Dana, pensaba que, aunque en aquella ocasión Sheila había caído en el engaño, Remus no podría ocultarle que era un hombre lobo eternamente. Algún día tendría que decirle la verdad, si las cosas iban a más, y a Sirius le preocupaba la reacción de su amigo en el caso de que Sheila se alejase de él al saber lo que era.

-Ah, por cierto- le dijo a Dana cuando esta terminó de hablar- te han llamado por teléfono mientras estabas fuera-.

Siempre que llamaban por teléfono era para ella, ya que era la única que tenía familia y amigos muggles.

-¿Quién era?- preguntó Dana.

-Debían de ser tus padres- dijo Sirius- me han colgado-.

Dana suspiró. Cuando, tres años atrás, había vuelto a su casa tras lo que se suponía que habían sido unas vacaciones en Galicia, tuvo que decirle a sus padres lo que había pasado. Al principio, creyeron que estaba bromeando. Luego, al ver que Dana hablaba en serio, creyeron que se había metido en una secta. Al final, Dana tuvo que sacar la varita y hacer un hechizo para que la creyeran, y aquel fue uno de los momentos más duros de su vida: era la primera vez que veía que sus padres la miraban con miedo. Dana intentó explicarles de nuevo lo que había pasado, pero al final fue necesario que interviniera un mago de los Servicios de Asistencia Social para Familias Muggles del Ministerio de Magia español para que los padres de Dana finalmente comprendieran y aceptaran que su hija era una bruja. Todos los Ministerios de Magia tenían un servicio como aquel, para ayudar a entrar en razón a los muggles que tenían hijos con poderes mágicos y se negaban a aceptarlo. Lo peor, sin embargo, había sido lo de Sirius. Era evidente que un mago inglés de treinta y cinco años no era lo que los padres de Dana entendían como el novio ideal para su hija, y más aún sumando aquello a la impresión que les había producido saber que ella era bruja. Dana intentó por todos los medios que sus padres cambiaran la visión que tenían de él, pero, aunque Sirius se esforzó por aprender el idioma lo mejor que pudo, e incluso se vistió con ropa muggle cuando fue a conocer a los padres de Dana, la actitud de estos no pasó de ser fríamente cordial. Y, cuando Dana tomó la decisión de irse a vivir con él, sus padres abandonaron todo disimulo. Mantenían buena relación con su hija, pero a Sirius le ignoraban, hasta el punto de colgar el teléfono si llamaban a Dana y era él quien contestaba.

"Menos mal que no les dije que había estado en la cárcel" pensó Dana, mientras cogía el teléfono para llamar a su casa. Su padre criticaba a Sirius siempre que podía, ya fuera por su extraño nombre, o por su cabello largo, o por su acento. Dana tenía la sensación de que, de enterarse de que era un ex presidiario, el hecho de que Sirius fuera inocente a su padre le importaría muy poco; sería capaz de llamar a la policía cada vez que lo viera.

Efectivamente, eran sus padres los que habían llamado. Dana estuvo hablando un rato con ellos, y, tras asegurarles que estaba bien y que les echaba de menos, colgó, y se sentó junto a Sirius para leer el informe mientras el elfo doméstico preparaba la cena, agradeciendo metalmente haberse librado de la bronca que habría tenido que sufrir si no hubiera podido preparar la inspección del día siguiente.