Ceywen: Parece que no te cae muy bien :-P De todos modos, me parece que
ahora te va a dar pena.
Magical: Bueno, ya sabes, cuando las mujeres estamos enamoradas solemos hacer tonterías. En cuanto a la reacción de Sheila cuando se entere de que Remus es un hombre lobo, vas a tener que esperar un poco.
Hareth: Como verás, esta es bastante más larga.
Misao Wood: No, me temo que por el momento el asunto entre Sirius, Dana y Susan no va a arreglarse, más bien todo lo contrario.
Sybill: Pues sí, habrá una pelea, pero aún tendrás que esperar un poco para verla.
Frida: Será a Sheila a quien odias, ¿no? :-P Me da la sensación de que te equivocaste de nombre.
Synn: Sheila hará algo contra Susan, pero no será tan directo como una Imperius, será algo más sutil.
*
EL PEOR RECUERDO DE REMUS
-Hola, Sirius- dijo Susan con una sonrisa nerviosa- cuánto tiempo sin verte-.
-Sí, la verdad es que sí- contestó Sirius- ¿qué tal estás?-.
Susan no estaba muy distinta a como él la recordaba. Seguía llevando su cabello rubio y liso en una media melena, seguía teniendo aquellos ojos azules y una figura alta y delgada. Se veía aún joven y atractiva.
-Bien- contestó Susan, y se calló, sin saber qué más decir. Se sentía muy nerviosa estando delante de él, y sólo había planeado hacerse la encontradiza. No se le había ocurrido pensar qué pasaría después.
-Bueno, yo iba hacia el Centro de Aurores- dijo Sirius, al que tampoco se le ocurría nada que decirle a ella.
-¿Tan pronto?- preguntó Susan, mirando su reloj- vaya, no os dan mucho tiempo para comer en el Centro de Aurores-.
-En realidad aún me quedan tres cuartos de hora libres- dijo Sirius- pero como hoy he tenido que comer solo, he terminado rápido-.
-Yo también he terminado de comer antes de lo habitual- dijo Susan- ¿quieres venir a tomar un vaso de hidromiel conmigo? Si no tienes algo que hacer, quiero decir-.
-De acuerdo- contestó Sirius, al que no le gustaba mucho la perpectiva de pasar tres cuartos de hora en el Centro de Aurores esperando que llegara su turno de incorporarse al trabajo- hay un sitio cerca de aquí-.
Susan echó a caminar junto a él. Su rostro reflejaba una mezcla de alegría e incredulidad. No había imaginado que sería tan fácil. Los dos fueron hasta un bar cercano y se sentaron en una mesa. Susan pidió un vaso de hidromiel, y Sirius una cerveza de matequilla.
-Bueno- dijo Sirius- cuéntame, ¿cómo te va?-.
A Sirius le gustaba reencontrarse con antiguos compañeros de Hogwarts. No se había acordado de Susan en todo aquel tiempo, pero se alegraba de haberla visto otra vez, y realmente quería saber cómo estaba.
-Bien. Trabajo en una tienda de ropa- dijo Susan- en realidad, es mía. Abrí el negocio hace algunos años, y me va bien-.
-Me alegro- dijo Sirius- ¿y te has casado? ¿Ya tienes niños?-.
"Está intentando averiguar si tengo pareja" pensó Susan, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.
-No- contestó- he tenido algunas relaciones, pero no salieron bien. Ahora no estoy con nadie-.
Sirius iba a hablarle de Dana, pero pensó que no sería muy educado hablar de que tenía pareja cuando ella no estaba con nadie y parecía triste por ello, del mismo modo que no es educado hablar de todo el dinero que tienes con un amigo pobre. Además, ella ya lo sabría. Él y Dana eran personas conocidas y su relación había aparecido en los periódicos. En ese momento, llegó el camarero y les sirvió las bebidas.
-Así que eres auror, ¿no?- dijo Susan, después de tomar un trago de hidromiel.
-Sí- contestó Sirius- y tenemos bastante trabajo últimamente, con las redadas de mortífagos. No quedan muchos, pero hasta que no les hayamos detenido a todos, no podremos estar tranquilos-.
-Leí lo de la última redada en "El Profeta"- dijo Susan- la verdad es que estáis haciendo un buen trabajo-.
Sirius sonrió.
-Se hace lo que se puede- dijo.-Por cierto, me sorprende que viviendo en esta misma ciudad no hayamos coincidido en todos estos años. No es tan grande. No tenía ni idea de que vivías aquí-.
-Sí, es raro- dijo Susan, que no tenía ningún interés en informar a Sirius de que las veces anteriores en las que habían estado cerca no se había acercado a saludarle porque la presencia de su novia se lo había impedido. Volvió a sentir que el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho; le daba la sensación de que Sirius lamentaba que no se hubieran encontrado antes.
Pasaron un rato hablando de sus respectivos trabajos, y de la buena temporada que estaba llevando Harry Potter en el Puddlemere United. Sirius estaba bastante sorprendido al ver a Susan hablando con tanta fluidez y confianza, como si fueran dos viejos amigos que se habían visto el día anterior por última vez. La recordaba como una chica más tímida, y, que él supiera, nunca le había interesado el quidditch. Había cambiado bastante, pensó. Era normal. Al fin y al cabo, él también había cambiado con el paso de los años. En cuanto a Susan, seguía nerviosa. Comenzaba a pensar que realmente tenía posibilidades con él, pero no sabía cómo llevar la conversación a donde le interesaba. Y no quedaba mucho tiempo antes de que él tuviera que volver al trabajo.
-La verdad es que es el mejor jugador del equipo- comentaba Sirius con entusiasmo, refiriéndose a Harry- no me extraña que el equipo vaya tan bien en la liga, vuela igual que James-.
-Sí... por cierto, hablando de James- dijo Susan, poniéndose repentinamente seria- Sirius, yo... bueno, quiero... quiero pedirte perdón. Cuando lo de James... bueno, ya sabes, yo... yo no te creí, y... bueno, cometí un error. Lamento mucho haberme comportado así contigo. Perdóname-.
-No... no te preocupes- contestó Sirius, que se quedó bastante cortado por el repentino cambio de tema- olvídalo, de verdad-.
"¿Y esto a qué viene?" se preguntó. Se suponía que un minuto antes estaban hablando de quidditch.
-No, en serio- dijo Susan- me alegro de haberte podido pedir disculpas. Fui muy injusta-.
Sirius seguía desconcertado por el cambio de tema, pero miró a Susan y vio que parecía realmente abatida. La cogió de las manos, intentado tranquilizarla.
-No te preocupes, en serio- insistió- tranquila, no pasa nada. Eso ya está olvidado-.
Susan esbozó una sonrisa.
-Gracias- dijo.- ¿Sabes? Tienes razón. Harry vuela igual que James. Cuando le vi en el periódico, me parecieron tan semejantes. Me hizo recordar la época de Hogwarts. Yo... -se mordió el labio y continuó- yo guardo muy buen recuerdo de esa época. La verdad es que la echo de menos. ¿Tú no?-.
Se le encogió el corazón recordando cuando Sirius le pidió que salieran juntos, los paseos junto al lago, cuando se besaban en los corredores, con el peligro de que apareciera un profesor en aquel momento, cuando le dijo que la amaba, en la Sala Común de Gryffindor.
-Sí- contestó Sirius, sintiendo una punzada de tristeza al recordar el tiempo que pasó con Remus, James y Peter. Aquellos niños de entonces jamás hubieran imaginado que uno de ellos moriría joven, otro sería encarcelado en Azkaban y otro se convertiría en un miserable traidor. Le hubiera gustado poder volver a sentir la inocencia y la alegría de aquel entonces. Miró su reloj, y se dio cuenta que se acercaba la hora de volver al trabajo. Le hizo un gesto al camarero para que trajera la cuenta.
Susan sentía una emoción y una incredulidad tan intensas que no advirtió el gesto de Sirius. ¿Él echaba de menos la época de Hogwarts? ¿Cuando estaban juntos? ¿Echaba de menos cuando estaban juntos? Intentó tantear un poco más para asegurarse.
-¿Te gustaría poder volver atrás? ¿A todo aquello?-.
-Claro que me gustaría- contestó Sirius con una sonrisa amarga- pero eso no es posible, ¿no?- vio que el camarero dejaba la cuenta en la mesa y se levantó.
-Sí que es posible- dijo Susan, levantándose también y acercándose a él- yo siento lo mismo. También me gustaría volver-.
Sirius esbozó una sonrisa, creyendo que ella se refería a la época en la que ella y Lily correteaban con los Merodeadores. Susan vio en aquella sonrisa un asentimiento, y, devolviéndosela, acercó el rostro al suyo para besarle.
Sirius se quedó paralizado. No se esperaba que Susan hiciera eso, y tardó unos segundos en reaccionar. Cuando faltaban un par de centímetros para que los labios de ella rozaran los suyos, levantó las manos y la sujetó por los hombros, echándose hacia atrás.
-Pero, ¿qué haces?- preguntó, sorprendido.
Susan sintió como si le hubieran pegado un puñetazo.
-Acabas de decir que te gustaría volver conmigo-.
-¿Que yo he di... -los ojos de Sirius se abrieron de par en par a causa de la sorpresa. Le costaba asimilar lo que estaba ocurriendo- creo... creo que estás equivocada. Yo... yo tengo novia, Susan. Creía que lo sabías-.
Susan no dijo nada. No podía. Se quedó mirándole con una expresión de horror y sintió cómo sus mejillas se teñían de rojo. Sirius apartó la vista, siniténdose cada vez más incómodo. Dejó con rapidez el dinero de la cuenta en la mesa. Luego, volvió a mirar a Susan.
-Si querías mi perdón, lo tienes- le dijo- pero eso es todo lo que vas a conseguir de mí- hizo una pausa.-Lo siento. Tengo que irme-.
Sirius salió del bar a toda prisa, impaciente por largarse de allí. No recordaba haberse sentido tan incómodo. Aún le costaba asimilar lo que había ocurrido. Susan se encontraba con él después de dieciséis años, y, de buenas a primeras, intentaba liarse con él. ¿Cómo se le había ocurrido hacer tal cosa? Jamás hubiera pensado que Susan fuera capaz de algo así. Ella siempre había sido tan tímida, tan juiciosa... Debía haber cambiado mucho si realmente había sido capaz de hacer algo como eso después de todo el tiempo que habían estado sin verse. Después de tanto tiempo... Sirius sintió de nuevo un ramalazo de asombro. ¿Había estado todos aquellos años enamorada de él? ¿Recordándole? Ni se le había pasado por la cabeza esa posibilidad. No había mantenido contacto con ella cuando salió de la cárcel, y casi nunca la recordaba. ¿Y ella había estado todo ese tiempo recordándole, creyendo que aún tenía posibilidades de volver a estar con él? Le parecía increíble. Cuando la vio, creyó que se habían encontrado por casualidad, y se alegró de verla como quien se alegra de ver a un amigo de la infancia. Pero ella, de algún modo, había interpretado sus palabras como señal de que aún sentía algo por ella. Mientras caminaba a paso ligero hacia el Centro de Aurores, Sirius notó que otro sentimiento nacía en él, la compasión.
*
Al día siguiente, un ojeroso y pálido Remus Lupin volvió al trabajo. Algunos le miraron con recelo, pero la mayoría le saludaron con amabilidad. Aunque aún se encontraba débil, hizo su trabajo con eficiencia. Sabía desde el principio que no podía consentir que aquella debilidad le afectara a la hora de realizar su trabajo, o tendrían una excusa excelente para despedirle. Bastante tenía con que aguantasen sus ausencias una vez al mes. Y, en cuanto se reunió con sus amigos para salir a comer a mediodía, se sintió mejor.
-Vamos, alegra esa cara- le dijo Angelina mientras se sentaban- ya verás como en cuanto comas un poco vuelves a encontrarte bien-.
-Eso espero- dijo Remus- me siento como si no hubiera dormido en varios días-.
-¿Sabes, Remus?- le dijo Dana, bebiendo un trago de agua- Sheila ha estado muy preocupada por tí-.
Remus sintió que el corazón le daba un vuelco.
-Ah, ¿sí?-.
-Sí- contestó Dana con una sonrisa- me preguntó por tí y te envió recuerdos. Tal vez deberías llamarla para decirle que ya estás bien-.
-¿Sí?- preguntó Remus, que se había quedado sin saber qué decir.
"No me atreveré a llamarla" pensó."No lo haré".
Por la tarde, en su casa, seguía dándole vueltas a lo mismo. Miraba la chimenea sin saber si llamar a Sheila o no. Dana le había dicho que se había preocupado por él y le había mandado recuerdos, pero no sabía si lo había dicho por cortesía o porque realmente estaba preocupada por él. Pero Sheila había ido a su casa cunado creyó que estaba enfermo, ¿no? No se habría molestado en ir si no se hubiera sentido realmente preocupada. Remus tragó saliva. Al final, en un impulso, cogió los polvos de una blosa que había junto a la chimenea, los echó al fuego, y llamó a Sheila. Durante unos segundos no contestó nadie. Luego, el rostro de la chica apareció entre las llamas.
-Hola- dijo Sheila sonriendo- me alegro de verte. ¿Cómo estás?-.
-Ya estoy bien, gracias. ¿Y tú?-.
-Bien. Dana me dijo el sábado que estabas mejor, pero me alegro de comprobarlo personalmente-.
-Si quieres comprobarlo aún más personalmente, podemos ir a tomar algo juntos- dijo Remus, y nada más pronunciar aquellas palabras se quedó paralizado, asombrado ante su propio atrevimiento. Sirius está ejerciendo demasiada influencia sobre mí, pensó.
La sonrisa de Sheila se acentuó.
-Me parece muy bien. ¿Esta noche?-.
-¿E... esta noche?-.
-Si no tienes nada que hacer, claro-.
-No, no tengo nada que hacer. ¿Paso a recogerte dentro de media hora a tu casa?-.
-De acuerdo- contestó Sheila, y desapareció.
Remus se sintió aturdido, sin acabarse de creer que hubiera vuelto a quedar con ella. Pero media hora más tarde estaba en la calle, cubierto con su capa, caminando hacia la casa de Sheila. Llegó al portal a la hora convenida y llamó a la puerta. Al cabo de unos segundos, Sheila salió. Remus quería saludarla, pero simplemente se quedó mirándola. Pensó que debía parecer un idiota, pero no podía evitarlo. Entonces, Sheila le devolvió la mirada. Sólo estuvieron así unos segundos, pero todo parecía suceder a cámara lenta. Entonces, Sheila, sin decir una sóla palabra, se acercó a él, y le besó en los labios. Remus sintió que su corazón se paralizaba para latir furiosamente al cabo de un segundo, y le devolvió el beso. Cuando se separaron, Remus volvió a mirarla y revolvió en su mente con desesperación tratando de encontrar algo que decir, pero su mente se había quedado en blanco. Entonces, Sheila le sonrió, tomó su mano con la suya y comenzó a caminar hacia el exterior sin decir palabra.
Remus no recordaría con claridad los detalles de aquella noche. Sólo pudo recordar que fueron a un pequeño bar cercano a la casa de Sheila y que estuvieron allí, hablando de tonterías y mirándose con uan sonrisa idiota en los labios, sintiendo emociones que hacía años que no sentía. Sólo podía mirar a Sheila y pensar que era la chica más guapa, inteligente y simpática que había conocido, y en aquellos momentos no podía recordar nada más, y tampoco le importaba. Al cabo de un par de horas, como al día siguiente tenían que trabajar, Remus acompañó de nuevo a Sheila hasta su casa. Volvieron a besarse al despedirse, pero esa vez se abrazaron.
-Se supone que estamos juntos, ¿no?- preguntó Remus cuando se separaron.
-Se supone- dijo Sheila. Agitó la mano en un gesto de despedida y entró en su casa. Remus volvió andando a la suya, sin ser consciente del tiempo que tardaba en llegar. Estaba invadido por un sentimiento de paz y felicidad que no dejaba lugar a nada más. Apenas llegó a su casa, se acostó en la cama y se quedó dormido.
*
Era un cálido día de verano, pero, volando en la escoba familiar a varios metros de altura, Remus Lupin tenía frío. Se aferró con fuerza a la túnica de su madre, que iba delante de él. A pesar de que la escoba llevaba un hechizo de seguridad para que nadie pudiera caerse de ella, a Remus no le gustaba mucho volar. Llevaban ya varias horas surcando el cielo.
-¿Falta mucho, mamá?- preguntó.
-No, en seguida llegaremos- le respondió su madre.
Al cabo de diez minutos, comenzaron a descender. Aterrizaron en un prado de hierba verde, donde ya había algunas personas. Aquel verano, Remus Lupin y su familia iban a pasar las vacaciones en un camping de magos. No sólo iría él con sus padres, sino que también estarían sus tíos y sus dos primos. En cuanto Remus bajó de la escoba, echó un vistazo a su alrededor: estaba en una enorme extensión de hierba, que terminaba en un extremo a la orilla de un hermoso lago, y por el otro estaba limitada por un bosque. El lugar estaba lo bastante lejos de pueblos y ciudades para que ningún muggle llegara hasta allí. A varios metros de distancia, había varias tiendas alineadas. De una de ellas salieron cuatro magos que se dirigieron a ellos. Eran sus tíos y sus primos.
-¡Hola!- exclamó su tío con una sonrisa- ¿cómo os ha ido el viaje? Nosotros hemos llegado hace un buen rato. ¡Hola, Remus! ¡Vaya, qué mayor estás ya!-.
Remus sonrió. Era hijo único, y sus primos, Martin y Ted, eran mayores que él. Martin, de ocho años, y Ted, de nueve, se acercaron a él, y los tres niños comenzaron a correr y a jugar por el campo mientras los padres metían el equipaje dentro de la tienda. Al cabo de un rato, se reunieron para comer.
Aquel día, Remus pasó la mayor parte de la tarde metiendo las cosas que habían traído dentro de la tienda, ayudando a sus padres. Iban a estar allí durante dos semanas, de modo que habían llevado mucho equipaje. Poco antes de cenar, Remus y sus padres fueron a dar una vuelta para echarle un vistazo al camping. Aunque la extensión de terreno que ocupaba era bastante grande. Había varios carteles prohibiendo salir al bosque después de que oscureciera. También había carteles junto al lago avisando que los niños no debían bañarse sin estar vigilados por personas mayores. Pero a Remus no le interesaban mucho los carteles. Además de la amplia extensión donde estaban las tiendas de campaña y el edificio donde se encontraba la recepción y los cuartos de baño, había una zona, por donde él y sus primos habían estado correteando por la mañana, donde podían jugar los niños, e incluso un campo de quidditch. Remus no tenía escoba de juguete, pero en el camping se podían alquilar escobas de su tamaño, y sus primos podrían enseñarle a jugar. Aquella noche cenaron temprano, y Remus, que estaba cansado del viaje, se durmió en seguida.
A la mañana siguiente, toda la familia fue al lago después de desayunar. Remus se divirtió mucho en el agua, aunque no pudo meterse muy al fondo porque aún no sabía nadar bien. Al mediodía estaban hambrientos, y, tras acabar la copiosa comida que prepararon sus padres, los tres niños se quedaron en el exterior mientras sus padres se iban a dormir la siesta.
-¿A qué jugamos?- preguntó Remus- me aburro-.
-No podemos jugar al quidditch- dijo Ted con el ceño fruncido- los mayores están siempre en el campo y no nos dejan jugar-.
-Yo sé un juego genial- dijo Martin- pero no podemos jugarlo ahora, es demasiado pronto-.
-Además, Remus no podrá jugar- dijo Ted, cruzando una mirada maliciosa con su hermano- es demasiado pequeño-.
-No soy demasiado pequeño- dijo Remus inmediatamente- ¡ya soy mayor!-.
-¿Tú qué crees, Ted?- dijo Martin- ¿se lo podemos contar?-.
-Bueno- dijo Ted- pero, Remus, si te lo contamos, tendrás que jugar-.
-De acuerdo- dijo Remus- decídmelo-.
-Está bien- dijo Martin.-Cuando se hace de noche, después de que nuestros padres se duerman, vamos al bosque y contamos historias de miedo. Cada uno cuenta una, y, el que cuente la historia más terrorífica, gana-.
-Pero los carteles dicen que está prohibido ir al bosque de noche- dijo Remus.
-Lo que pasa es que tienes miedo- dijo Martin con una sonrisa burlona.
-Ya te dije que era demasiado pequeño- le dijo Ted.
-¡No tengo miedo!- dijo Remus, aunque no le hacía mucha gracia la perspectiva de ir al bosque por la noche- iré-.
*
Aquella noche, Remus se acostó a las diez, como siempre lo hacía, pero no se durmió. Al cabo de dos horas, sus padres se acostaron también. Eran ya las doce y media cuando escuchó dos débiles golpes en la puerta de la tienda. Remus se deslizó en silencio fuera de su cama y, andando de puntillas para no despertar a sus padres, salió al exterior. Sus dos primos estaban fuera.
-Vamos- dijo Ted.
Los tres niños comenzaron a andar por la explanada hacia el bosque. El viento soplaba débilmente haciendo que la hierba susurrara entre sus tobillos. La luna llena brillaba en el cielo, despejado y sin una nube. Remus tragó saliva al ver los árboles oscuros cada vez más cerca de él. Le hubiera gustado volver a la tienda con sus padres, pero no estaba dispuesto a dejar que sus primos pensaran que era un cobarde.
Ted y Martin caminaban delante. Aunque también estaban nerviosos, tenían una leve sonrisa en la cara. No habían entrado antes en el bosque de noche y tampoco habían contado historias de miedo antes, pero habían planeado hacerlo aquella noche para asustar a Remus. Y, mientras uno de ellos le contaba una de las historias que habían preparado, el otro se escabulliría disimuladamente y le daría un susto. No tenían mala intención realmente, sólo se trataba de una pequeña broma, semejante a la que los monitores de todos los campamentos gastan a los campistas durante una de las noches de la acampada.
Entraron en el bosque. Estaba muy oscuro, iluminado apenas por la luz de la luna. Comenzaron a avanzar a través de los árboles. Remus miraba a todos lados, cada vez más nervioso. De pronto, le pareció oír un sonido extraño, como de algo que se movía a través de los matorrales.
-Ahí hay alguien- dijo, asustado- he visto que algo se movía-.
-No hay nada- dijo Martin- no seas miedoso-.
Continuaron andando. Remus estaba cada vez más asustado. Estaba seguro de que había algo allí. Entonces, un débil gruñido se dejó oír delante de ellos. Esta vez, los tres niños lo ayeron. Se quedaron inmóviles, escuchando el silencio. Ted y Martin también estaban asustados. No habían previsto que hubiera nadie más en el bosque.
-¿Hola?- dijo Ted con voz temblorosa- ¿hay alguien ahí?-.
Durante un segundo, no ocurrió nada. Luego, algo saltón de entre los matorrales y se abalanzó sobre ellos. Fue tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. Aquello se lanzó sobre el niño que tenía más cerca, Ted, y abrió la boca. Remus y Martin vieron que aquel ser tenía dos hileras de afilados colmillos. Ted lanzó un alarido que se cortó bruscamente cuando el ser cerró las fauces alrededor de su cuello y un chorro de sangre salpicó el suelo. Remus y Martin lanzaron un grito de terror. El cuerpo de Ted cayó al suelo, y, a la débil luz, Remus vio que su primo tenía los ojos abiertos y vidriosos, sin vida, y la cabeza prácticamente desprendida del cuerpo. El monstruo mordió el brazo de Ted, arrancándolo y llevándose también un trozo del torso. Al ver el muñón desgarrado y las esquirlas de hueso sobresaliendo de la herida, Remus y Martin reaccionaron y echaron a correr.
Remus corría, presa de un terror incontrolable. Estaba demasiado asustado como para gritar o llorar. No sabía en qué dirección iba. Sólo corría, intentando con todas sus fuerzas escapar de aquel horror. Entonces, casi se desmaya al darse cuenta de que aquel monstruo le perseguía. Corrió aún más de prisa, sin saber cuánto tiempo llevaba así, sin pensar, respirando entrecortadamente.
Dejó de correr al cabo de un rato al setir punzadas de dolor en las piernas. Jadeando, intentando recuperar el aliento, miró a su alrededor. No había ni rastro de aquel ser. ¿Le habría despistado?
Entonces, de repente, el monstruo surgió de la oscuridad y saltó sobre Remus. El niño dio un grito de dolor y terror al sentir cómo los colmillos se clavaban en su carne. Remus lanzaba alaridos histéricos, intentando inútilmente soltarse.
-¡Desmaius!- gritaron cuatro voces.
Remus se giró y vio que el monstruo caía a un lado, inconsciente. Se incorporó y vio a sus padres y sus tíos, con las varitas en la mano, delante de él. Martin había ido corriendo hasta el campamento y había despertado a los adultos para que fueran a ayudarle. Su madre le cogió en brazos, mirándole con preocupación.
-Remus, cariño, ¿estás bien?- preguntó.
El niño rompió a llorar. El brazo, donde el ser le había mordido, le sangraba.
-Me duele mucho- sollozó.
Su padre se acercó al monstruo, lo observó, y se puso pálido.
-Dios mío- dijo- es un hombre lobo-.
*
Remus se despertó, intentando contener el grito que pugnaba por salir de sus labios. Hacía tiempo que no tenía pesadillas con aquel momento, pero tampoco era la primera vez. A lo largo de su vida, rememoraba una y otra vez en sus sueños aquel horrible moemnto en que dejó de ser una persona normal para convertirse en un hombre lobo. Aquel ser había matado a su primo y le había condenado a él a ser un marginado. Recordó a Sheila, la noche que habían pasado juntos y el beso que se habían dado. No podía seguir ocultándoselo, pensó. No quería decírselo, no quería que ella supiera lo que él era realmente, pero no podía seguir ocultando la verdad. Tendría que decírselo, y pronto.
Magical: Bueno, ya sabes, cuando las mujeres estamos enamoradas solemos hacer tonterías. En cuanto a la reacción de Sheila cuando se entere de que Remus es un hombre lobo, vas a tener que esperar un poco.
Hareth: Como verás, esta es bastante más larga.
Misao Wood: No, me temo que por el momento el asunto entre Sirius, Dana y Susan no va a arreglarse, más bien todo lo contrario.
Sybill: Pues sí, habrá una pelea, pero aún tendrás que esperar un poco para verla.
Frida: Será a Sheila a quien odias, ¿no? :-P Me da la sensación de que te equivocaste de nombre.
Synn: Sheila hará algo contra Susan, pero no será tan directo como una Imperius, será algo más sutil.
*
EL PEOR RECUERDO DE REMUS
-Hola, Sirius- dijo Susan con una sonrisa nerviosa- cuánto tiempo sin verte-.
-Sí, la verdad es que sí- contestó Sirius- ¿qué tal estás?-.
Susan no estaba muy distinta a como él la recordaba. Seguía llevando su cabello rubio y liso en una media melena, seguía teniendo aquellos ojos azules y una figura alta y delgada. Se veía aún joven y atractiva.
-Bien- contestó Susan, y se calló, sin saber qué más decir. Se sentía muy nerviosa estando delante de él, y sólo había planeado hacerse la encontradiza. No se le había ocurrido pensar qué pasaría después.
-Bueno, yo iba hacia el Centro de Aurores- dijo Sirius, al que tampoco se le ocurría nada que decirle a ella.
-¿Tan pronto?- preguntó Susan, mirando su reloj- vaya, no os dan mucho tiempo para comer en el Centro de Aurores-.
-En realidad aún me quedan tres cuartos de hora libres- dijo Sirius- pero como hoy he tenido que comer solo, he terminado rápido-.
-Yo también he terminado de comer antes de lo habitual- dijo Susan- ¿quieres venir a tomar un vaso de hidromiel conmigo? Si no tienes algo que hacer, quiero decir-.
-De acuerdo- contestó Sirius, al que no le gustaba mucho la perpectiva de pasar tres cuartos de hora en el Centro de Aurores esperando que llegara su turno de incorporarse al trabajo- hay un sitio cerca de aquí-.
Susan echó a caminar junto a él. Su rostro reflejaba una mezcla de alegría e incredulidad. No había imaginado que sería tan fácil. Los dos fueron hasta un bar cercano y se sentaron en una mesa. Susan pidió un vaso de hidromiel, y Sirius una cerveza de matequilla.
-Bueno- dijo Sirius- cuéntame, ¿cómo te va?-.
A Sirius le gustaba reencontrarse con antiguos compañeros de Hogwarts. No se había acordado de Susan en todo aquel tiempo, pero se alegraba de haberla visto otra vez, y realmente quería saber cómo estaba.
-Bien. Trabajo en una tienda de ropa- dijo Susan- en realidad, es mía. Abrí el negocio hace algunos años, y me va bien-.
-Me alegro- dijo Sirius- ¿y te has casado? ¿Ya tienes niños?-.
"Está intentando averiguar si tengo pareja" pensó Susan, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.
-No- contestó- he tenido algunas relaciones, pero no salieron bien. Ahora no estoy con nadie-.
Sirius iba a hablarle de Dana, pero pensó que no sería muy educado hablar de que tenía pareja cuando ella no estaba con nadie y parecía triste por ello, del mismo modo que no es educado hablar de todo el dinero que tienes con un amigo pobre. Además, ella ya lo sabría. Él y Dana eran personas conocidas y su relación había aparecido en los periódicos. En ese momento, llegó el camarero y les sirvió las bebidas.
-Así que eres auror, ¿no?- dijo Susan, después de tomar un trago de hidromiel.
-Sí- contestó Sirius- y tenemos bastante trabajo últimamente, con las redadas de mortífagos. No quedan muchos, pero hasta que no les hayamos detenido a todos, no podremos estar tranquilos-.
-Leí lo de la última redada en "El Profeta"- dijo Susan- la verdad es que estáis haciendo un buen trabajo-.
Sirius sonrió.
-Se hace lo que se puede- dijo.-Por cierto, me sorprende que viviendo en esta misma ciudad no hayamos coincidido en todos estos años. No es tan grande. No tenía ni idea de que vivías aquí-.
-Sí, es raro- dijo Susan, que no tenía ningún interés en informar a Sirius de que las veces anteriores en las que habían estado cerca no se había acercado a saludarle porque la presencia de su novia se lo había impedido. Volvió a sentir que el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho; le daba la sensación de que Sirius lamentaba que no se hubieran encontrado antes.
Pasaron un rato hablando de sus respectivos trabajos, y de la buena temporada que estaba llevando Harry Potter en el Puddlemere United. Sirius estaba bastante sorprendido al ver a Susan hablando con tanta fluidez y confianza, como si fueran dos viejos amigos que se habían visto el día anterior por última vez. La recordaba como una chica más tímida, y, que él supiera, nunca le había interesado el quidditch. Había cambiado bastante, pensó. Era normal. Al fin y al cabo, él también había cambiado con el paso de los años. En cuanto a Susan, seguía nerviosa. Comenzaba a pensar que realmente tenía posibilidades con él, pero no sabía cómo llevar la conversación a donde le interesaba. Y no quedaba mucho tiempo antes de que él tuviera que volver al trabajo.
-La verdad es que es el mejor jugador del equipo- comentaba Sirius con entusiasmo, refiriéndose a Harry- no me extraña que el equipo vaya tan bien en la liga, vuela igual que James-.
-Sí... por cierto, hablando de James- dijo Susan, poniéndose repentinamente seria- Sirius, yo... bueno, quiero... quiero pedirte perdón. Cuando lo de James... bueno, ya sabes, yo... yo no te creí, y... bueno, cometí un error. Lamento mucho haberme comportado así contigo. Perdóname-.
-No... no te preocupes- contestó Sirius, que se quedó bastante cortado por el repentino cambio de tema- olvídalo, de verdad-.
"¿Y esto a qué viene?" se preguntó. Se suponía que un minuto antes estaban hablando de quidditch.
-No, en serio- dijo Susan- me alegro de haberte podido pedir disculpas. Fui muy injusta-.
Sirius seguía desconcertado por el cambio de tema, pero miró a Susan y vio que parecía realmente abatida. La cogió de las manos, intentado tranquilizarla.
-No te preocupes, en serio- insistió- tranquila, no pasa nada. Eso ya está olvidado-.
Susan esbozó una sonrisa.
-Gracias- dijo.- ¿Sabes? Tienes razón. Harry vuela igual que James. Cuando le vi en el periódico, me parecieron tan semejantes. Me hizo recordar la época de Hogwarts. Yo... -se mordió el labio y continuó- yo guardo muy buen recuerdo de esa época. La verdad es que la echo de menos. ¿Tú no?-.
Se le encogió el corazón recordando cuando Sirius le pidió que salieran juntos, los paseos junto al lago, cuando se besaban en los corredores, con el peligro de que apareciera un profesor en aquel momento, cuando le dijo que la amaba, en la Sala Común de Gryffindor.
-Sí- contestó Sirius, sintiendo una punzada de tristeza al recordar el tiempo que pasó con Remus, James y Peter. Aquellos niños de entonces jamás hubieran imaginado que uno de ellos moriría joven, otro sería encarcelado en Azkaban y otro se convertiría en un miserable traidor. Le hubiera gustado poder volver a sentir la inocencia y la alegría de aquel entonces. Miró su reloj, y se dio cuenta que se acercaba la hora de volver al trabajo. Le hizo un gesto al camarero para que trajera la cuenta.
Susan sentía una emoción y una incredulidad tan intensas que no advirtió el gesto de Sirius. ¿Él echaba de menos la época de Hogwarts? ¿Cuando estaban juntos? ¿Echaba de menos cuando estaban juntos? Intentó tantear un poco más para asegurarse.
-¿Te gustaría poder volver atrás? ¿A todo aquello?-.
-Claro que me gustaría- contestó Sirius con una sonrisa amarga- pero eso no es posible, ¿no?- vio que el camarero dejaba la cuenta en la mesa y se levantó.
-Sí que es posible- dijo Susan, levantándose también y acercándose a él- yo siento lo mismo. También me gustaría volver-.
Sirius esbozó una sonrisa, creyendo que ella se refería a la época en la que ella y Lily correteaban con los Merodeadores. Susan vio en aquella sonrisa un asentimiento, y, devolviéndosela, acercó el rostro al suyo para besarle.
Sirius se quedó paralizado. No se esperaba que Susan hiciera eso, y tardó unos segundos en reaccionar. Cuando faltaban un par de centímetros para que los labios de ella rozaran los suyos, levantó las manos y la sujetó por los hombros, echándose hacia atrás.
-Pero, ¿qué haces?- preguntó, sorprendido.
Susan sintió como si le hubieran pegado un puñetazo.
-Acabas de decir que te gustaría volver conmigo-.
-¿Que yo he di... -los ojos de Sirius se abrieron de par en par a causa de la sorpresa. Le costaba asimilar lo que estaba ocurriendo- creo... creo que estás equivocada. Yo... yo tengo novia, Susan. Creía que lo sabías-.
Susan no dijo nada. No podía. Se quedó mirándole con una expresión de horror y sintió cómo sus mejillas se teñían de rojo. Sirius apartó la vista, siniténdose cada vez más incómodo. Dejó con rapidez el dinero de la cuenta en la mesa. Luego, volvió a mirar a Susan.
-Si querías mi perdón, lo tienes- le dijo- pero eso es todo lo que vas a conseguir de mí- hizo una pausa.-Lo siento. Tengo que irme-.
Sirius salió del bar a toda prisa, impaciente por largarse de allí. No recordaba haberse sentido tan incómodo. Aún le costaba asimilar lo que había ocurrido. Susan se encontraba con él después de dieciséis años, y, de buenas a primeras, intentaba liarse con él. ¿Cómo se le había ocurrido hacer tal cosa? Jamás hubiera pensado que Susan fuera capaz de algo así. Ella siempre había sido tan tímida, tan juiciosa... Debía haber cambiado mucho si realmente había sido capaz de hacer algo como eso después de todo el tiempo que habían estado sin verse. Después de tanto tiempo... Sirius sintió de nuevo un ramalazo de asombro. ¿Había estado todos aquellos años enamorada de él? ¿Recordándole? Ni se le había pasado por la cabeza esa posibilidad. No había mantenido contacto con ella cuando salió de la cárcel, y casi nunca la recordaba. ¿Y ella había estado todo ese tiempo recordándole, creyendo que aún tenía posibilidades de volver a estar con él? Le parecía increíble. Cuando la vio, creyó que se habían encontrado por casualidad, y se alegró de verla como quien se alegra de ver a un amigo de la infancia. Pero ella, de algún modo, había interpretado sus palabras como señal de que aún sentía algo por ella. Mientras caminaba a paso ligero hacia el Centro de Aurores, Sirius notó que otro sentimiento nacía en él, la compasión.
*
Al día siguiente, un ojeroso y pálido Remus Lupin volvió al trabajo. Algunos le miraron con recelo, pero la mayoría le saludaron con amabilidad. Aunque aún se encontraba débil, hizo su trabajo con eficiencia. Sabía desde el principio que no podía consentir que aquella debilidad le afectara a la hora de realizar su trabajo, o tendrían una excusa excelente para despedirle. Bastante tenía con que aguantasen sus ausencias una vez al mes. Y, en cuanto se reunió con sus amigos para salir a comer a mediodía, se sintió mejor.
-Vamos, alegra esa cara- le dijo Angelina mientras se sentaban- ya verás como en cuanto comas un poco vuelves a encontrarte bien-.
-Eso espero- dijo Remus- me siento como si no hubiera dormido en varios días-.
-¿Sabes, Remus?- le dijo Dana, bebiendo un trago de agua- Sheila ha estado muy preocupada por tí-.
Remus sintió que el corazón le daba un vuelco.
-Ah, ¿sí?-.
-Sí- contestó Dana con una sonrisa- me preguntó por tí y te envió recuerdos. Tal vez deberías llamarla para decirle que ya estás bien-.
-¿Sí?- preguntó Remus, que se había quedado sin saber qué decir.
"No me atreveré a llamarla" pensó."No lo haré".
Por la tarde, en su casa, seguía dándole vueltas a lo mismo. Miraba la chimenea sin saber si llamar a Sheila o no. Dana le había dicho que se había preocupado por él y le había mandado recuerdos, pero no sabía si lo había dicho por cortesía o porque realmente estaba preocupada por él. Pero Sheila había ido a su casa cunado creyó que estaba enfermo, ¿no? No se habría molestado en ir si no se hubiera sentido realmente preocupada. Remus tragó saliva. Al final, en un impulso, cogió los polvos de una blosa que había junto a la chimenea, los echó al fuego, y llamó a Sheila. Durante unos segundos no contestó nadie. Luego, el rostro de la chica apareció entre las llamas.
-Hola- dijo Sheila sonriendo- me alegro de verte. ¿Cómo estás?-.
-Ya estoy bien, gracias. ¿Y tú?-.
-Bien. Dana me dijo el sábado que estabas mejor, pero me alegro de comprobarlo personalmente-.
-Si quieres comprobarlo aún más personalmente, podemos ir a tomar algo juntos- dijo Remus, y nada más pronunciar aquellas palabras se quedó paralizado, asombrado ante su propio atrevimiento. Sirius está ejerciendo demasiada influencia sobre mí, pensó.
La sonrisa de Sheila se acentuó.
-Me parece muy bien. ¿Esta noche?-.
-¿E... esta noche?-.
-Si no tienes nada que hacer, claro-.
-No, no tengo nada que hacer. ¿Paso a recogerte dentro de media hora a tu casa?-.
-De acuerdo- contestó Sheila, y desapareció.
Remus se sintió aturdido, sin acabarse de creer que hubiera vuelto a quedar con ella. Pero media hora más tarde estaba en la calle, cubierto con su capa, caminando hacia la casa de Sheila. Llegó al portal a la hora convenida y llamó a la puerta. Al cabo de unos segundos, Sheila salió. Remus quería saludarla, pero simplemente se quedó mirándola. Pensó que debía parecer un idiota, pero no podía evitarlo. Entonces, Sheila le devolvió la mirada. Sólo estuvieron así unos segundos, pero todo parecía suceder a cámara lenta. Entonces, Sheila, sin decir una sóla palabra, se acercó a él, y le besó en los labios. Remus sintió que su corazón se paralizaba para latir furiosamente al cabo de un segundo, y le devolvió el beso. Cuando se separaron, Remus volvió a mirarla y revolvió en su mente con desesperación tratando de encontrar algo que decir, pero su mente se había quedado en blanco. Entonces, Sheila le sonrió, tomó su mano con la suya y comenzó a caminar hacia el exterior sin decir palabra.
Remus no recordaría con claridad los detalles de aquella noche. Sólo pudo recordar que fueron a un pequeño bar cercano a la casa de Sheila y que estuvieron allí, hablando de tonterías y mirándose con uan sonrisa idiota en los labios, sintiendo emociones que hacía años que no sentía. Sólo podía mirar a Sheila y pensar que era la chica más guapa, inteligente y simpática que había conocido, y en aquellos momentos no podía recordar nada más, y tampoco le importaba. Al cabo de un par de horas, como al día siguiente tenían que trabajar, Remus acompañó de nuevo a Sheila hasta su casa. Volvieron a besarse al despedirse, pero esa vez se abrazaron.
-Se supone que estamos juntos, ¿no?- preguntó Remus cuando se separaron.
-Se supone- dijo Sheila. Agitó la mano en un gesto de despedida y entró en su casa. Remus volvió andando a la suya, sin ser consciente del tiempo que tardaba en llegar. Estaba invadido por un sentimiento de paz y felicidad que no dejaba lugar a nada más. Apenas llegó a su casa, se acostó en la cama y se quedó dormido.
*
Era un cálido día de verano, pero, volando en la escoba familiar a varios metros de altura, Remus Lupin tenía frío. Se aferró con fuerza a la túnica de su madre, que iba delante de él. A pesar de que la escoba llevaba un hechizo de seguridad para que nadie pudiera caerse de ella, a Remus no le gustaba mucho volar. Llevaban ya varias horas surcando el cielo.
-¿Falta mucho, mamá?- preguntó.
-No, en seguida llegaremos- le respondió su madre.
Al cabo de diez minutos, comenzaron a descender. Aterrizaron en un prado de hierba verde, donde ya había algunas personas. Aquel verano, Remus Lupin y su familia iban a pasar las vacaciones en un camping de magos. No sólo iría él con sus padres, sino que también estarían sus tíos y sus dos primos. En cuanto Remus bajó de la escoba, echó un vistazo a su alrededor: estaba en una enorme extensión de hierba, que terminaba en un extremo a la orilla de un hermoso lago, y por el otro estaba limitada por un bosque. El lugar estaba lo bastante lejos de pueblos y ciudades para que ningún muggle llegara hasta allí. A varios metros de distancia, había varias tiendas alineadas. De una de ellas salieron cuatro magos que se dirigieron a ellos. Eran sus tíos y sus primos.
-¡Hola!- exclamó su tío con una sonrisa- ¿cómo os ha ido el viaje? Nosotros hemos llegado hace un buen rato. ¡Hola, Remus! ¡Vaya, qué mayor estás ya!-.
Remus sonrió. Era hijo único, y sus primos, Martin y Ted, eran mayores que él. Martin, de ocho años, y Ted, de nueve, se acercaron a él, y los tres niños comenzaron a correr y a jugar por el campo mientras los padres metían el equipaje dentro de la tienda. Al cabo de un rato, se reunieron para comer.
Aquel día, Remus pasó la mayor parte de la tarde metiendo las cosas que habían traído dentro de la tienda, ayudando a sus padres. Iban a estar allí durante dos semanas, de modo que habían llevado mucho equipaje. Poco antes de cenar, Remus y sus padres fueron a dar una vuelta para echarle un vistazo al camping. Aunque la extensión de terreno que ocupaba era bastante grande. Había varios carteles prohibiendo salir al bosque después de que oscureciera. También había carteles junto al lago avisando que los niños no debían bañarse sin estar vigilados por personas mayores. Pero a Remus no le interesaban mucho los carteles. Además de la amplia extensión donde estaban las tiendas de campaña y el edificio donde se encontraba la recepción y los cuartos de baño, había una zona, por donde él y sus primos habían estado correteando por la mañana, donde podían jugar los niños, e incluso un campo de quidditch. Remus no tenía escoba de juguete, pero en el camping se podían alquilar escobas de su tamaño, y sus primos podrían enseñarle a jugar. Aquella noche cenaron temprano, y Remus, que estaba cansado del viaje, se durmió en seguida.
A la mañana siguiente, toda la familia fue al lago después de desayunar. Remus se divirtió mucho en el agua, aunque no pudo meterse muy al fondo porque aún no sabía nadar bien. Al mediodía estaban hambrientos, y, tras acabar la copiosa comida que prepararon sus padres, los tres niños se quedaron en el exterior mientras sus padres se iban a dormir la siesta.
-¿A qué jugamos?- preguntó Remus- me aburro-.
-No podemos jugar al quidditch- dijo Ted con el ceño fruncido- los mayores están siempre en el campo y no nos dejan jugar-.
-Yo sé un juego genial- dijo Martin- pero no podemos jugarlo ahora, es demasiado pronto-.
-Además, Remus no podrá jugar- dijo Ted, cruzando una mirada maliciosa con su hermano- es demasiado pequeño-.
-No soy demasiado pequeño- dijo Remus inmediatamente- ¡ya soy mayor!-.
-¿Tú qué crees, Ted?- dijo Martin- ¿se lo podemos contar?-.
-Bueno- dijo Ted- pero, Remus, si te lo contamos, tendrás que jugar-.
-De acuerdo- dijo Remus- decídmelo-.
-Está bien- dijo Martin.-Cuando se hace de noche, después de que nuestros padres se duerman, vamos al bosque y contamos historias de miedo. Cada uno cuenta una, y, el que cuente la historia más terrorífica, gana-.
-Pero los carteles dicen que está prohibido ir al bosque de noche- dijo Remus.
-Lo que pasa es que tienes miedo- dijo Martin con una sonrisa burlona.
-Ya te dije que era demasiado pequeño- le dijo Ted.
-¡No tengo miedo!- dijo Remus, aunque no le hacía mucha gracia la perspectiva de ir al bosque por la noche- iré-.
*
Aquella noche, Remus se acostó a las diez, como siempre lo hacía, pero no se durmió. Al cabo de dos horas, sus padres se acostaron también. Eran ya las doce y media cuando escuchó dos débiles golpes en la puerta de la tienda. Remus se deslizó en silencio fuera de su cama y, andando de puntillas para no despertar a sus padres, salió al exterior. Sus dos primos estaban fuera.
-Vamos- dijo Ted.
Los tres niños comenzaron a andar por la explanada hacia el bosque. El viento soplaba débilmente haciendo que la hierba susurrara entre sus tobillos. La luna llena brillaba en el cielo, despejado y sin una nube. Remus tragó saliva al ver los árboles oscuros cada vez más cerca de él. Le hubiera gustado volver a la tienda con sus padres, pero no estaba dispuesto a dejar que sus primos pensaran que era un cobarde.
Ted y Martin caminaban delante. Aunque también estaban nerviosos, tenían una leve sonrisa en la cara. No habían entrado antes en el bosque de noche y tampoco habían contado historias de miedo antes, pero habían planeado hacerlo aquella noche para asustar a Remus. Y, mientras uno de ellos le contaba una de las historias que habían preparado, el otro se escabulliría disimuladamente y le daría un susto. No tenían mala intención realmente, sólo se trataba de una pequeña broma, semejante a la que los monitores de todos los campamentos gastan a los campistas durante una de las noches de la acampada.
Entraron en el bosque. Estaba muy oscuro, iluminado apenas por la luz de la luna. Comenzaron a avanzar a través de los árboles. Remus miraba a todos lados, cada vez más nervioso. De pronto, le pareció oír un sonido extraño, como de algo que se movía a través de los matorrales.
-Ahí hay alguien- dijo, asustado- he visto que algo se movía-.
-No hay nada- dijo Martin- no seas miedoso-.
Continuaron andando. Remus estaba cada vez más asustado. Estaba seguro de que había algo allí. Entonces, un débil gruñido se dejó oír delante de ellos. Esta vez, los tres niños lo ayeron. Se quedaron inmóviles, escuchando el silencio. Ted y Martin también estaban asustados. No habían previsto que hubiera nadie más en el bosque.
-¿Hola?- dijo Ted con voz temblorosa- ¿hay alguien ahí?-.
Durante un segundo, no ocurrió nada. Luego, algo saltón de entre los matorrales y se abalanzó sobre ellos. Fue tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. Aquello se lanzó sobre el niño que tenía más cerca, Ted, y abrió la boca. Remus y Martin vieron que aquel ser tenía dos hileras de afilados colmillos. Ted lanzó un alarido que se cortó bruscamente cuando el ser cerró las fauces alrededor de su cuello y un chorro de sangre salpicó el suelo. Remus y Martin lanzaron un grito de terror. El cuerpo de Ted cayó al suelo, y, a la débil luz, Remus vio que su primo tenía los ojos abiertos y vidriosos, sin vida, y la cabeza prácticamente desprendida del cuerpo. El monstruo mordió el brazo de Ted, arrancándolo y llevándose también un trozo del torso. Al ver el muñón desgarrado y las esquirlas de hueso sobresaliendo de la herida, Remus y Martin reaccionaron y echaron a correr.
Remus corría, presa de un terror incontrolable. Estaba demasiado asustado como para gritar o llorar. No sabía en qué dirección iba. Sólo corría, intentando con todas sus fuerzas escapar de aquel horror. Entonces, casi se desmaya al darse cuenta de que aquel monstruo le perseguía. Corrió aún más de prisa, sin saber cuánto tiempo llevaba así, sin pensar, respirando entrecortadamente.
Dejó de correr al cabo de un rato al setir punzadas de dolor en las piernas. Jadeando, intentando recuperar el aliento, miró a su alrededor. No había ni rastro de aquel ser. ¿Le habría despistado?
Entonces, de repente, el monstruo surgió de la oscuridad y saltó sobre Remus. El niño dio un grito de dolor y terror al sentir cómo los colmillos se clavaban en su carne. Remus lanzaba alaridos histéricos, intentando inútilmente soltarse.
-¡Desmaius!- gritaron cuatro voces.
Remus se giró y vio que el monstruo caía a un lado, inconsciente. Se incorporó y vio a sus padres y sus tíos, con las varitas en la mano, delante de él. Martin había ido corriendo hasta el campamento y había despertado a los adultos para que fueran a ayudarle. Su madre le cogió en brazos, mirándole con preocupación.
-Remus, cariño, ¿estás bien?- preguntó.
El niño rompió a llorar. El brazo, donde el ser le había mordido, le sangraba.
-Me duele mucho- sollozó.
Su padre se acercó al monstruo, lo observó, y se puso pálido.
-Dios mío- dijo- es un hombre lobo-.
*
Remus se despertó, intentando contener el grito que pugnaba por salir de sus labios. Hacía tiempo que no tenía pesadillas con aquel momento, pero tampoco era la primera vez. A lo largo de su vida, rememoraba una y otra vez en sus sueños aquel horrible moemnto en que dejó de ser una persona normal para convertirse en un hombre lobo. Aquel ser había matado a su primo y le había condenado a él a ser un marginado. Recordó a Sheila, la noche que habían pasado juntos y el beso que se habían dado. No podía seguir ocultándoselo, pensó. No quería decírselo, no quería que ella supiera lo que él era realmente, pero no podía seguir ocultando la verdad. Tendría que decírselo, y pronto.
