Ceywen: Pobre Susan, la tienes tomada con ella :-P Bueno, menos mal que ella no le hizo pasar ningún rato agradable a Sirius, si no, Dana estaría más enfadada de lo que ya está. Muchas gracias por todo lo que me has dicho :-)

Synn: Como tú dices, Dana va a tener que tomar una decisión para que las cosas se aclaren. En este capítulo verás que pasa. Un saludo.

Sybill: Aún le quedan unas cuantas noches de pasárselo bien :-P Y por favor, no vuelvas a dar spoilers.

Marylee: Sí, como dices, en esta historia va a haber corazones rotos, pero a pesar de ello espero que sigas leyendo, también encontrarás cosas agradables. Un saludo.

Momo-Cicerone: Sheila tampoco podía ponerse a insultar a Lucius demasiado, porque él es su superior, ella protesta, pero no tiene más remedio que tragarse la rabia. La verdad es que no entiendo que te guste ese personaje, aunque ya sé que te gusta el angst :-P Es una persona bastante fría que trata a Remus como uan fuente de información en lugar de como a un ser humano, pero al menos, alguien la aprecia. Un abrazo.

Nylara Black: ¿Qué te hace pensar que Sheila le dirá la verdad a Remus? Quiero decir, ¿no crees que es un poco raro que Sheila vaya a Remus y le diga: "lo siento, te he mentido y en realidad soy una mortífaga que quiere aprovecharse de tí"? Tal vez Remus no lo descubra, o tal vez lo descubra demasiado tarde... tendrás que seguir leyendo para enterarte :-P

Frida: Muy largo, el review, no los escribas tan largos que te vas a quedar sin espacio :-P No, ahora en serio, gracias por leer mi historia, me alegro de que te guste.

*

EL JUICIO

La sala donde se celebraba el juicio estaba bastante llena. Había tres jueces, algo de público en la tribuna superior, y, en la parte inferior, algunos testigos, los familiares de la acusada, y varios aurores de servicio, con las varitas en la mano. Las puertas se abrieron, y todos vieron entrar a la acusada. Susan March estaba pálida y miraba a su alrededor con expresión asustada, como un animal que va camino del matadero. Tenía las muñecas sujetas con esposas. Sirius, sentado en una de las últimas filas con otros testigos, la miró con compasión. ¿Cómo podían pensar que esa chica era culpable? ¡Si en Hogwarts no había quebrantado ni una sola vez las reglas del colegio! Y, además, jamás había tenido agallas para nada, ni siquiera para salir de la Sala Común a deshoras. Pero la gente de la sala la miraba como si ya hubiera sido declarada culpable. Después de que se sentara en el banquillo de los acusados, el fiscal se levantó.

-Caso 347/261, el pueblo contra Susan March. Con la venia de su Señoría, llamamos a nuestro primer testigo, Nicholas Stanville, auror del Ministerio de Magia. Señor Stanville, venga aquí y permanezca de pie. ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?-.

-Lo juro- contestó el agente Stanville.

-Señor Stanville, ¿participó usted como auror del Ministerio de Magia en la misión que se llevó a cabo en el almacén Kensington & Co. para incautar unos objetos presuntamente de los mortífagos?-.

-Sí- contestó el agente Stanville.

-¿Puede contarnos lo que sucedió?- le preguntó el fiscal.

-Fuimos un grupo de aurores por orden del Ministerio de Magia- dijo el agente Stanville- al parecer, se había recibido una carta anónima informando de que en ese almacén había unos objetos guardados por los mortífagos. Rodeamos el almacén y entramos en él, pero comprobamos que se hallaba deshabitado. Encontramos un gran número de armas, objetos y libros pertenecientes a la Magia Tenebrosa, y, tras comprobar que no había maldiciones ni hechizos que los protegieran, los incautamos y los trasladamos al Ministerio de Magia para que fueran comprobados-.

-¿Le asignaron a usted la misión de comprobar parte de esos objetos?-.

-Sí- contestó el agente Stanville- tenemos un hechizo que permite identificar a la última persona que tocó un objeto, si hay huellas dactilares-.

-¿Señaló ese hechizo a Susan March alguna vez, señor Stanville?-.

-El hechizo señaló a Susan March en tres ocasiones-.

-¿Tiene ese hechizo alguna posibilidad de error?- preguntó el fiscal.

-No- contestó el agente Stanville- no hay posibilidad de error. Las huellas dactilares de cada persona son únicas e irrepetibles y el hechizo señala a la persona que tiene esas huellas-.

-No hay más preguntas, señoría- dijo el fiscal.

Los siguientes testigos fueron parecidos. Casi todos eran aurores que afirmaron que si ese hechizo señalaba a una persona, es porque esa persona había tocado el objeto, y el fiscal señaló que los objetos que habían dado el nombre de Susan March eran libros de Magia Tenebrosa que ningún mago o bruja civilizado querría consultar, y mucho menos para dejarlo después en un almacén usado por los mortífagos. El abogado defensor de Susan alegó que el hecho de que las huellas dactilares de la acusada estuvieran en esos libros no probaba que fuera una mortífaga, y uno de los testigos que salieron fue Sirius. Explicó su teoría de que alguien había colocado las manos de Susan alrededor de los libros para que pareciera que los había cogido, pero, cuando el fuscal le preguntó si conocía algún motivo por el que los mortífagos quisieran implicar a Susan March como una de ellos cuando no lo era, no supo responder. La única persona que Sirius sabía que odiaba a Susan era Dana, pero estaba seguro de que Dana jamás habría podido ser capaz de hacer algo así, de modo que no la mencionó. Cuando bajó, mientars la defensa llamaba a otro testigo, una amiga de Susan que afirmaba que su amiga jamás había practicado Magia Tenebrosa, se sintió descorazonado. Sabía que su prueba no había convencido a los jueces, y dudaba de que las palabras de la siguiente testigo les hicieran cambiar de opinión. Además, por lo que él sabía, aquella chica era el último testigo de la defensa.

Casi se cae de su asiento cuando oyó que el abogado defensor llamaba a Dana. Al principio pensó que se trataba de una coincidencia, que era una testigo que casualmente se llamaba como su novia, pero un segundo después no le quedó duda. De una zona al otro extremo de donde él estaba, se levantó una persona, y, cuando la vio, Sirius se dio cuenta de que era Dana. Distinguió su largo cabello castaño y liso, su ropa y su forma de andar. Confuso, Sirius se quedó mirándola, preguntándose qué demonios iba a decir ante el tribunal.

Dana avanzó hacia el estrado, donde se encontraban los abogados, el fiscal y el juez. Se puso de pie frente al abogado defensor.

-¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?- le preguntó el abogado.

-Lo juro- contestó Dana.

-Señoría- dijo el abogado defensor, dirigiéndose al juez- solicito que se le muestre a la testigo la prueba número siete-.

Un mago se acercó a Dana y le entregó la carta que ella misma había encontrado dentro del libro mientras clasificaba objetos.

-¿Cómo encontró usted esta carta?- le preguntó el abogado defensor a Dana.

-Cuando estaba clasificando los objetos incautados, anoche- contestó Dana- después de comprobar si había huellas en un libro de Magia Tenebrosa, con resultado negativo, vi que de su interior caía esa carta-.

-¿Puede leer esa carta en voz alta, por favor?-.

Dana leyó la carta en voz alta, la carta que nombraba a Nelle, el mismo nombre que tenía la hermana de Susan. Toda la sala guardó silencio mientras leía. Entonces, cuando estaba terminando, una figura se levantó de repente de entre la gente que se encontraba sentada frente al tribunal, y echó a correr hacia la puerta a toda velocidad. Era una chica de cabello rubio y corto. Pero los aurores que había junto a Susan reaccionaron con rapidez, y, sacando las varitas, apuntaron a la chica y le lanzaron el encantamiento aturdidor. Entre el tumulto que se había organizado en la sala, Dana miró a Susan, y vio que miraba a su hermana tendida en el suelo con una mezcla de horror y confusión. El juez golpeó la mesa para reclamar silencio.

-En vista de las pruebas aportadas por la defensa, se encuentran dudas razonables acerca de la culpabilidad de la imputada- dijo el juez- así pues, Susan March queda en libertad vigilada, que se mantendrá hasta el final de este proceso, y se abre paralelamente un proceso contra Nelle March, la cual irá a prisión provisional a la espera de juicio-.

Mientras los aurores se llevaban a Nelle, Susan se puso en pie. Un auror le quitó las esposas. Dana bajó del estrado, dispuesta a coger su capa e irse, ya que el juicio había terminado, pero, antes de llegar, sintió que le tocaban el hombro. Se giró Era Susan, que la miraba, aún confusa.

-¿Por qué lo has hecho?- preguntó.

-Porque era mi obligación- respondió Dana con sequedad- no ha sido nada personal, créeme-.

Se dio media vuelta y siguió andando. No había sido fácil, pensó, ponerle a Susan la libertad en bandeja, pero no había tenido opción. Si hubiera ocultado aquella carta, habría dejado que encarcelaran a una persona inocente. Cogió su capa, se la puso, y salió fuera de la sala de justicia. Cuando estaba ya fuera, en el exterior, sintió que alguien se acercaba a ella y la agarraba del brazo. Se giró. Era Sirius.

-Dana- balbuceó- yo... yo... bueno, no sé qué decir. No... no sabía lo de la carta-.

-Yo tampoco- contestó Dana con voz neutra- lo descubrí ayer por la noche, mientras clasificaba objetos-.

-Oye, perdóname- dijo Sirius sin más preámbulos- me he portado como un imbécil. Siento haber estado tan frío contigo. Y te agradezco que hayas hecho lo que tenías que hacer-.

-No, perdóname tú a mí- dijo Dana, sintiendo un nudo en la garganta- tú tenías razón, quería verla en la cárcel porque la odiaba. Estaba dejando que mis sentimientos influyeran en el asunto-.

-Pues tú no tenías razón sobre mí- le dijo Sirius, acercándose a ella- te amo, Dana. Nunca te he engañado, y nunca lo haría. Eres la única mujer que hay en mi corazón. Nunca había amado a nadie como te amo a tí. Por favor, confía en mí. Y perdona la forma en la que me he portado estos días- .

Dana no sabía si había alguna mujer capaz de seguir aparentando indiferencia después de que le dijeran algo así, pero, si había alguna, no se trataba de ella. Esbozó una sonrisa, abrazó a Sirius y le besó. Él le devolvió el beso. Sabía que había gente pasando por allí, pero no le importaba. En aquel momento, lo único que tenía importancia para ella era él.

Les hubiera gustado quedarse juntos el resto del día, pero no les fue posible. Debían volver al trabajo. Volvieron juntos al Centro de Aurores, cogidos de la mano, sin hablar, sólo sintiendo de nuevo la cercanía del otro. A la hora de la comida, el ambiente era muy distinto al de días pasados. Tanto Remus, como Dana y Sirius, tenían una sonrisa en la cara y estaban de buen humor.

Por la tarde, cuando Dana y Angelina salieron a patrullar, Sirius aprovechó que tenía unos minutos libres para salir del Centro de Aurores. Caminó durante un rato, hasta que dobló una esquina y se detuvo delante de una tienda. Ya había estado frente a esa tienda antes, desde que había tenido la idea. Llevaba bastante tiempo pensándolo, pero no se había decidido. No obstante, pensó que aquel era el momento de hacerlo. Tragó saliva, respiró hondo, y entró en el interior del comercio.

*

Sirius y Dana salieron de trabajar a la hora habitual. Era viernes, pero no sentían el cansancio propio de aquel día. Remus tampoco parecía muy afectado por el trabajo. Ya les había contado a Sirius y a Dana que Sheila había acpetado que era un hombre lobo y a pesar de ello quería seguir con él. Sirius se alegró sinceramente por su amigo. Remus era una gran persona, y se merecía ser feliz. Por fin había encontrado una mujer que lo aceptaba tal y como era. Se despidieron de Remus, y se dirigieron a su casa. Mientras entraban y se quitaban las capas, Sirius pensó que aquel era el momento. Cogió a Dana de la mano y la condujo hacia el sofá del salón.

-Dana, tengo que hablar contigo- le dijo.

-¿De qué?- preguntó Dana.

Los dos se sentaron en el sofá. Dana se dio cuenta de que Sirius parecía nervioso. No se atrevía a mirarla directamente, y le temblaban un poco las manos.

-Pues... yo... yo quería... este... el caso es que llevo bastante tiempo pensándolo, pero se me ocurrió que este era un buen momento para decírtelo... aunque no sé si... bueno, esta pensando que...

-¿Qué?- preguntó Dana con curiosidad- vamos, dilo de una vez-.

Sirius respiró hondo, y pareció decidirse.

-Bueno... yo... yo quería darte algo-.

Sacó de su bolsillo una pequeña cajita y se la entregó a Dana. Esta la cogió y la abrió con curiosidad. Dentro había un anillo de oro con tres pequeños diamantes engarzados en la parte de delante. Dana sintió que se quedaba sin respiración y levantó la vista hacia Sirius. Él le devolvió la mirada.

-Dana, ¿quieres casarte conmigo?- preguntó.

Dana no dijo nada. Se había quedado sin habla. Se quedó mirando a Sirius con cara de asombro. Él interpretó su silencio como una negativa y comenzó a justificarse.

-No... no quiero decir inmediatamente, si no quieres. Sólo pensaba que... como llevamos dos años viviendo juntos... y yo ya tengo treinta y ocho años y pensé que... pero si te ha parecido precipitado, lo entiendo. Es sólo que yo...

Dana levantó la mano para indicarle que guardara silencio.

-Sí- dijo.

Sirius se quedó mirándola con asombro.

-¿Quieres?- preguntó- ¿de... de verdad quieres?-.

-Sí- dijo Dana, sintiendo que el corazón le latía con fuerza- sí, claro que quiero-.

El rostro de Sirius se iluminó con una sonrisa. Se lanzó hacia Dana y la abrazó con tanta fuerza que casi la dejó sin respiración. Ella le devolvió el abrazo, sintiendo una mezcla de vértigo y felicidad. Al cabo de unos segundos, se separaron lo suficiente como para besarse. Sirius se abalanzó sobre los labios de Dana como lo haría una persona perdida en el desierto sobre el agua al encontrar un oasis. Dana se quedó sorprendida durante un momento por la intensidad con que él juntó sus labios con los suyos, pero luego le devolvió el beso. Se separaron cuando ya no podían seguir conteniendo por más tiempo la respiración.

-No quiero volver a pelearme más contigo- dijo él con la voz entrecortada- nunca más-.

-Bueno- dijo Dana, clavando los ojos en los suyos- después de las peleas vienen las reconciliaciones, ¿no?-.

Sirius la miró durante unos segundos. Sus ojos azules parecían arder a causa del deseo, y el cabello negro le caía desordenadamente a ambos lados de la cara. Dana pensó con un estremecimiento que estaba tan atractivo que no parecía real. Él se inclinó sobre ella y la besó en la boca. Luego, sus labios se separaron de los de Dana y bajaron hasta su cuello.

-Te amo- gimió Sirius, mientras sus manos forcejeaban para desabrochar la túnica de Dana- eres toda mi vida, amor mío. Te amo, te amo tanto...

-Yo también te amo- susurró Dana- quiero hacer el amor contigo todas las noches de mi vida-.

-Espero que eso no signifique que no podamos hacerlo también durante el día- dijo Sirius, esbozando una media sonrisa. Consiguió deshacerse de la túnica de ella, aunque tuvo que controlarse para quitársela despacio y no desgarrársela de un tirón, mientras se deshacía también de la suya.

Dana se estremeció al sentir las manos y los labios de Sirius acariciando su cuerpo, mientras ella hacía lo mismo con él. No comprendía cómo podía haber estado tan enfadada con él hacía sólo un día. Le amaba tanto que casi le dolía, y le atrajo hacia sí mientras le acariciaba, sintiendo su respiración agitada junto al cuello y lamentando no poder fundir su cuerpo con el suyo. Sintió que era capaz de morir por él, que prefería la muerte antes que apartarse de su lado, que sus caricias y el tacto de su piel eran como un aliento de vida. La piel de Sirius, blanca como el alabastro, y la de Dana, de un suave color bronceado, se entrelazaron de tal forma que parecían un sólo ser, y el último pensamiento consciente de Dana fue que era una suerte que su casa estuviera algo aislada de la ciudad y no hubiera vecinos en las proximidades.

*

A la mañana siguiente, se despertaron bastante más tarde de lo habitual, casi al mediodía, algo normal por otra parte teniendo en cuenta que se habían dormido un par de horas antes del amanecer. Dana abrió los ojos al sentir la luz que entraba por la ventana reflejándose en su rostro. Se giró y vio a Sirius a su lado, mirándola.

-Hola- dijo- ¿llevas mucho tiempo despierto?-.

-No- contestó él, esbozando una sonrisa- apenas hace un par de minutos que he despertado. Buenos días, mi amor-.

Acercó su cara a la de ella y la besó con suavidad en los labios. Dana se estremeció cuando sus hombros quedaron al descubierto al moverse la sábana; jamás había logrado acostumbrarse a las bajas temperaturas de Inglaterra, y a pesar de ser mediodía, las chimeneas estaban apagadas y hacía fresco.

-¿Tienes frío?- le preguntó Sirius.

-Un poco- contestó Dana.

-Ven aquí- le susurró Sirius, rodeándola con sus brazos. Dana se estrechó contra él, sintiendo el calor de su cuerpo. Se quedó con la cabeza apoyada en su pecho mientras él le acariciaba el pelo con suavidad, sin pensar en nada, sólo dejando que los sentimientos de amor y felicidad que la embargaban fluyeran libremente. Era una suerte que fuese sábado, ya que después de la noche que habían pasado Dana no habría sido capaz de levantarse temprano para ir a trabajar. Al cabo de un rato, aunque hubiera querido quedarse así, acostado junto a ella, durante el resto del día, Sirius se levantó de la cama.

-Tenemos que comer algo- dijo, mientras cogía su ropa y empezaba a vestirse- hemos de coger fuerzas para el partido de quidditch de esta tarde- .

-¡El partido de quidditch!- exclamó Dana, incorporándose- se me había olvidado, ¿a qué hora es?-.

-A las cinco- contestó Sirius.

Aquella tarde era la final de la liga de quidditch. Los dos equipos que se enfrentarían eran los que habían sacado mejor puntuación en la liga, el Puddlemere United, en el que jugaba Harry, y los Wingtown Wanderers. Como Sirius era el padrino de Harry, había conseguido entradas, lo cual era una suerte, porque resultaba realmente difícil conseguir entradas para la final. Ya habían invitado a Remus, y aunque Sirius le había dado dos entradas diciéndole que podía traer a quien quisiera, suponía que llevaría a Sheila, ya que estaban saliendo juntos.

Comieron en la cocina, en un ambiente totalmente distinto al de los días anteriores. Dana volvía a tener hambré, y acabó con todo lo que tenía en el plato. Sirius y ella no pararon de hablar y reír en todo el rato, como si las discusiones anteriores no hubieran existido. Después de comer, se sentaron en el sofá del salón, en el mismo donde habían hecho el amor la noche anterior, aunque la elfina doméstica se había ocupado de adecentar el salón, igual que el resto de la casa, como cada mañana.

-¿Cuándo se lo vamos a decir a Harry?- preguntó Dana.

-¿El qué?- preguntó Sirius.

-Que vamos a casarnos-.

Estaban recostados en el sofá, sin hacer nada especial, sólo juntos, igual que estaban los primeros días al comenzar a vivir juntos, como si sólo quedaran ellos dos en el mundo. Sirius bajó la vista para mirar a Dana, que estaba recostada en su regazo, y sonrió.

-Podríamos decírselo hoy- dijo- así aprovechamos que también está Remus. Podríamos irnos a cenar por ahí después del partido y decírselo entonces-.

Dana asintió, y se acercó más a él, rodeándole la cintura con los brazos.

-Te quiero- susurró.

-Y yo a tí- contestó él, devolviéndole el abrazo- te amo más que a mi propia vida-.

Se deslizó hacia abajo lo suficiente como para besarla en los labios. Dana sintió renacer el deseo que la había dominado la noche anterior al sentir en su boca el sabor de los labios de Sirius mientras él le acariciaba el cabello con ternura, pero cuando se separaron vieron que eran casi las cuatro de la tarde. Tenían que ir a recoger a Remus, ir hasta el estadio y buscar el sitio, de modo que debían salir con tiempo. Apenas tardaron un poco en arrgelarse, coger las capas y dirigirse a la puerta de la calle.

-¿Entonces después del partido recogemos a Harry, nos vamos a cenar por ahí y se lo decimos a todos, no?- preguntó Dana, mientras abrían la puerta.

-Sí- contestó Sirius. Súbitamente, se dio la vuelta, agarró a Dana por la cintura y la arrinconó contra el marco de la puerta, atravesándola con la mirada.-Y después... -dijo, acercando los labios al cuello de ella- volvemos a casa y seguimos con lo de anoche-.

Comenzó a besarla por el cuello y los hombros, y luego subió la cara y la besó en los labios. Dana le devolvió el beso con fuerza, abrazándole, estrechando su cuerpo contra el suyo. Pero, cuando las caricias comenzaron a hacerse más intensas, ella se apartó.

-Será mejor que paremos- dijo con la voz entrecortada- o me parece que no llegaremos al partido de quidditch-.

-Tienes razón- dijo él, mirándola con una media sonrisa.

Los dos salieron de la casa, cerraron la puerta a sus espaldas, y comenzaron a caminar para dirigirse al lugar donde habían quedado con Remus.

*

Sirius y Dana se sorprendieron al ver que Remus les estaba esperando con Angelina, ya que creían que iría con su novia. Pero, cuando le preguntaron por Sheila, Remus sonrió.

-Esta tarde tenía que trabajar- dijo- ha sentido no poder venir-.

-Es una lástima- dijo Dana, sonriendo- es difícil conseguir entradas para ver la final de la liga de quidditch. Y no sé si yo sola podré conteneros para impedir que saltéis al campo cuando el Puddlemere United gane el partido-.

-Oye, te recuerdo que soy auror- bromeó Angelina- aunque no sea la novia de Remus, también puedo contenerle, aunque sea por medio de un hechizo-.

Los cuatro se dirigieron al lugar donde tenían que coger el traslador para llegar hasta donde estaba el estadio. Poco tiempo después, estaban en medio de un bosque. Un mago vestido de uniforme les condujo por un sendero, hasta que llegaron a un enorme claro, donde, en medio, se encontraba el estadio.

Había una gran cantidad de magos y brujas en el exterior, esperando para entrar. Sirius, animado, sacó su bufanda del Puddlemere United, de color azul oscuro y con dos juncos dorados cruzados en los extremos, y se la colocó alrededor del cuello. Esperaron hasta que pudieron entrar, y, tras mostrar sus entradas, se dirigieron a las gradas, debajo de las tribunas, donde estaban sus sitios. Era un buen lugar para ver el partido, ya que, aunque las tribunas eran el punto más alto, desde donde estaban había altura suficiente para ver el partido sin problemas, y además estaban protegidos en caso de que empezara a llover, aunque aquel día no estaba demasiado nublado.

Se sentaron. Sirius y Remus le hicieron una seña a un mago que vendía comida y bebida en cuanto le vieron aparecer, y poco después tenían el regazo lleno de cervezas de mantequilla, barras de chocolate, y Grageas de Todos los Sabores de Bertie Botts.

-¿Cómo se os ocurre comprar tantas cosas?- preguntó Dana- no vamos a poder comérnoslo todo-.

-¿Quieres?- le preguntó Sirius como toda respuesta, ofreciéndole una bolsa.

Dana se rió y cogió una Gragea de Todos los Sabores de Bertie Botts. Se la llevó a la boca, pero apenas la masticó se dio cuenta de que sabía a picante y la escupió con una mueca de asco. Luego, cogió una de las botellas de cerveza de mantequilla y bebió varios tragos, intentado calmar el ardor que sentía en la lengua.

El ambiente en el estadio era festivo. Las gradas estaban llenas de figuras en su mayoría vestidas de color azul oscuro o rojo brillante, y la gente se sentaba en el sitio que les correspondía, o charlaban animadamente sobre el partido que estaba a punto de empezar. Los aficionados de ambos equipos estaban vestidos con los colores propios de los dos conjuntos, y el aire estaba lleno de voces y risas. Entonces, en el gran campo ovalado, el habitual para jugar al quidditch, entraron varios magos, uno con el uniforme de árbitro y otros vestidos de jueces de línea.

-¡Atención, señoras y señores!- exclamó la voz del comentarista, amplificada por medio de la magia- ¡va a dar comienzo el partido final de la liga de quidditch británica, el equipo Puddlemere United contra los Wingtown Wanderers!-.

Dana se acomodó en su silla, animada. Iba a empezar el partido.