LA CARA DEL TERROR

Sirius volvió a casa muy tarde. Sus compañeros, tras buscar pistas en la casa y retirar los cadáveres de los dos mortífagos y de Nick Stanville, lo habían dejado todo ordenado y limpio, haciendo despararecer las huella de lucha por deferencia a su compañero. Pero Sirius no necesitaba ver el desorden o los muebles rotos para recordar lo que se había encontrado a llegar a su casa. De hecho, en aquel salón inmaculado, engañosamente normal, a Sirius le pesaba como una losa la ausencia de Dana. Andando como un sonámbulo, se dejó caer en el sofá. Entonces, a salvo de la tensión y el frenesí que le había rodeado las útlimas horas, solo y fuera de miradas ajenas, sintió que los hechos de aquella jornada le envolvían y se lanzaban sobre él, inmisericordes. Dana había sido secuestrada mientras él estaba fuera, había desaparecido, no tenían ni idea de dónde se encontraba, y ella estaba sufriendo. Sirius había formado parte de la Orden del Fénix desde que salió de Hogwarts, y conocía los terribles métodos que aplicaban los mortígfagos a sus víctimas para hacerlas confesar, o sólamente para divertirse. Los espantosos hallazgos de cuerpos deformados por la tortura y el dolor duarnte la guerra acudieron a su mente. Sirius hizo todo lo posible para ahuyentarlos, pero seguían allí. Y a ella iban a hacerle lo mismo. Sirius comenzó a jadear. Le costaba respirar. Su rostro se deformó en una mueca de dolor.

-¡No!- gritó, y rompió a llorar sin poderse contener- ¡Dana, por favor, tú no!-.

Ahora que toda la tensión salía de sus labios en forma de sollozos, no pudo parar. Sirius cerró los puños y golpeó con todas sus fuerzas el sofá. Sentía tanto dolor que le resultaba insoportable.

"Ella sabía que algo iba a salir mal. Estaba preocupada. Por eso se cambió por mí. Lo hizo para protegerme. Deberían haberme cogido a mí. El desaparecido tendría que haber sido yo".

Los sollozos se hicieron cada vez más amargos. Había sido un imbécil. Había vuelto a fallar a quien quería, como con James, como con Lily, como con Harry. La habían ocogido y él no había hecho nada para impedirlo. Nada. había dejado que Dana se sacrificara por él, y luego la había dejado sola. Y si ella moría, sería culpa suya. Si ella moría...

-¡No!- gimió - ¡Dana, no! No puedes morir, Dana, no puedes, no me dejes aquí, por favor, por favor, mi amor, lo siento...

Enterró la cara entre las manos, mientras las lágrimas fluían de sus ojos como la lluvia en otoño. Por encima de su dolor, sentía una sensación de impotencia. Quería levantarse e ir a buscarla, quería enferentarse a lo que fuera por salvarla, pero... ¿a dónde iba a ir? Podía estar en cualquier parte. Incluso fuera de Inglaterra, en cualquier lugar del mundo. Sola, sufriendo aquello que estaba destinado a él.

En ese momento se oyó un sonido. Al principio, Sirius, sumido en la desesperación, no lo oyó, pero cuando el ruído se oyó con más fuerza, levantó la cabeza.

-¡Sirius, soy yo!- dijo una voz amortiguada detrás de la puerta- ¡soy Remus¡Ábreme, pro favor!-.

Sirius sintió deseos de ignorar la voz de su amigo, pero finalmente se levantó y abrió la puerta. Al enocntrarse Al encontrarse con Sirius, Remus no pudo disimular su preocupación. El joven tenía el cabello revuelto, los ojos enrojecidos, y parecía haber envejecido diez años de golpe.

-Pasa- dijo Sirius en voz baja.

-Sirius ¿estás...

-Estoy bien. dijo Sirius, intentando reprimir sus emociones. Pero, al sentir la mano de su amigo sobre el hombro y observar su mirada de sincera preocupación, no pudo contenerse. Rompió a llorar de nuevo y se abrazó a Remus con fuerza. Remus le devolvió el abrazo, sin saber qué decir para consolarle.

-Sirius, tranquilo- balbuceó- todo se arreglará...

-No me vengas con eso, Remus- sollozó Sirius- la matarán. La torturarán y la matarán. Y será por mi culpa-.

-¡Sirius, no digas eso!- exclamó Remus, agarrando a su amigo de los hombros- ¡no es culpa tuya!-.

-Ella hizo el encantamiento Fidelio- dijo Sirius con la voz rota- iba a hacerlo yo, pero ella temía que me pasara algo y se adelantó. Lo hizo por salvarme-.

-Sirius, no es culpa tuya que la atraparan. Ahora tenemos que pensar en encontrarla. tenemos...

-Íbamos a casarnos- dijo Sirius en voz baja.

-¿Qué?-.

-Íbamos a casarnos- repitió Sirius, más alto- el día... el día de la final de quidditch se lo pedí y ella me dijo que sí. Íbamos a decíroslo a tí y a Harry después del partido, pero... con lo del atentado... la cosa se complicó, y...

Se cubrió de nuevo la cara con las manos. Detestaba que le vieran llorar, pero no podía evitarlo. Además, Remus era su mejor amigo, y en aquel momento le necesitaba. Remus se dio cuenta de que no podía dejar solo a Sirius. No recordaba haberle visto así. Le cogió de los hombros y le acompañó hasta su habitación.

Remus quería que Sirius tomara algo antes de acostarse, ya que no había probado bocado desde mediodía, pero él se negó en redondo. Fueron inútiles los esfuerzos de Remus y de la elfina doméstica para convencerle.

-Pero Sirius, necesitas comer- exclamó el hombre lobo, exasperado- ¿por qué no quieres?-.

-Porque no sé si Dana puede hacerlo aún- contestó Sirius con un hilo de voz.

-Sirius, eso es una estupidez. Necesitas tomar algo-.

-Si me consideras estúpido, puedes ir largándote de mi casa- le espetó Sirius con acritud. Remus supiró. Él también estaba preocupado por Dana, y comprendía alo que Sirius estaba pasando, de modo que ignoró el comentario, y le encargó a la elfina que preparara una poción somnífera.

-Me quedaré en la habitación de al lado, por si me necesitas- le dijo a Sirius, depués de que este se la hubiera tomado en silencio.

Después de que Remus desapareciera en dirección a la habitación de invitados, Sirius se desnudó y se tumbó en la cama. Desde el principio supo que era inútil; no iba a poder dormir. La cama parecía espantosamente grande y vacía sin Dana. Se acercó al lado en el que ella dormía y aspiró su aroma, aún prensente en la almohada y las sábanas. Se le volvieron a humedecer los ojos. Si los cerraba, casi parecía que ella aún estuviera allí. Y ahora ni siquiera sabía si volvería a verla. Con el corazón retorciéndosele de dolor en el pecho, se giró hacia la ventana y miró el oscuro cielo, plagado de estrellas que brillaban silenciosas en medio de la noche.

-Dana- susurró- ¿dónde estás?-.

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La oscuridad lo devoraba todo. Y no tenía nada con lo que producir luz. Ni la varita, ni una mísera vela. Aunque tanto hubiera dado. Aquella no era una oscuridad normal, sino que parecía viva, dispuesta a engullir cualquier luminosidad que osara amenazarla. No obstante, Sirius caminaba con seguridad, como si conociera a la perfección el camino que seguía, aunque lo cierto es que estaba perdido y no tenía ni idea de cómo había llegado allí. Entonces, presintió que había alguien más allí. Al principio sólo fue una sensación, pero luego, vislumbró una sombra moviéndose hacia él entre la penumbra. La figura avanzó lentamente, en silencio, hasta llegar a pocos pasos de él, y se detuvo. Aunque a su alrededor sólo había tinieblas, Sirius vio con claridad quién era aquella persona.

Se trataba de Dana. Pero no era la Dana que él recordaba. Tenía la ropa hecha jirones. En todo su cuerpo, se apreciaban cicatrices y heridas sangrantes, que le manchaban la ropa y la piel. Su rostro estaba deformado en una mueca de dolor y sufrimiento.

-Sirius... -susurró la joven- ayúdame, por favor-.

Sirius trató de ir hacia ella, pero de pronto no podía moverse de donde estaba.

-Sirius- gimió Dana, más fuerte, alargando la mano hacia él. Sus ojos comenzaron a llorar sangre- ayúdame, por favor...

Sirius, desesperado, alagró la mano hacia los dedos extendidos de Dana. Tenía que ayudarla, tenía que sacarla de allí... le parecía que nunca la alcanzaría, pero, increíblemente, su mano se cerró en torno a la muñeca de su novia. Avanzó un paso, y llegó hasta ella.

-Ya estoy aquí- dijo, abrazándola con ternura- ya estoy aquí, mi amor-.

-Sirius... -gimió Dana, enterrando la cara en su pecho. Él la abrazó con más fuerza, y, de pronto, notó algo extraño. Dana se había puesto rígida. La apartó de él, y el cuerpo de la joven cayó hacia atrás.

Entonces, levantó la cabeza, y Sirius vio con horror que la persona que tenía entre sus brazos no era Dana. El rostro que le miraba era de un tono blanco enfermizo, con ojos rojos de pupilas rasgadas y nariz como la de las serpientes. Su boca sin labios se reía con una mueca malvada, dejado a la vista dos hileras de dientes afilados. Era el rostro de lord Voldemort.

-¡Has fallado otra vez, Black!- exclamó.

Sirius lanzó un alarido y brió los ojos. Tras unos segundos, se dio cuenta de que estaba en su habitación, y de que acababa de tener una pesadilla. En algún momento debía haberse adormecido. Escuchó con atención, esperando oír los pasos de Remus, pero al parecer el grito no le había despertado. Sirius, con un suspiro doloroso, se tendió en la almohada de nuevo. Y esta vez no se pudo volver a dormir.

i

Sheila llegó la última a la reunión con sus compañeros. Se reunían en una habitación que había sido la cocina donde se preparaba la comida de los presos, pero que en aqaquel momento sólo conservaba como vestigio de su antigua función unos fogones junto a la pared del fondo y un viejo caldero con agujeros que alguien había dejado abandonado en un rincón. En el centro de la estancia había una mesa con varios taburetes alrededor, donde estaban Lucius Malfoy, Bellatrix Lestrange, Pterer Pettigrew, Avery y ella. Los últimos mortífagos que quedaban en libertad. Los únicos que había para honrar la memoria del Señor Tenebroso y llevar a cabo su venganza. Lucius Malfoy, como siempre, tomó la palabra.

-Bueno- dijo- parece que hay complicaciones. Al parecer la chica es más resistente de lo que creíamos¿no?-.

-No ha dicho nada- respondió Avery de mala gana- no creo que haya muchos capaces de resistir el baile al que la hemos sometido, pero no. No ha dicho nada-.

-Se está poniendo muy pesada- añadió Pettigrew- llora y grita e implora clemencia, pero no dice dónde están Potter y su novia-.

-Ya veo- dijo el señor Malfoy tranquilamente, puesto que le estaban confirmando algo que ya sabía- en ese caso, creo que es hora de que subamos un poco el nivel. ¿Alguna sugerencia?-.

-Yo voto por mutilarla- dijo Avery- veremos si sigue aguantando tanto cuando tenga la mitad de los dedos en el suelo-.

Sheila le miró con una expresión de asco. Avery era un sádico al que le gustaba mancharse con la sangre de sus víctimas y disfrutaba oyendo sus gritos, sin ningún sentido de la estética.

-Eso es una insensatez- dijo el señor Malfoy con un gruñido- con eso corremos el riesgo de que muera desangrada, a causa de una infección, de un shock traumático, y todo por un par de dedos que se regenerarían si fuera a San Mungo. No es una muggle, sabe que podría recuperarlos-.

-Yo creo que deberíamos intentar la tortura piscológica- dijo la señora Lestrange con suavidad desde el otro extremo de la mesa- puede que aguante el dolor, pero no soportará ver cómo sufren sus seres queridos. Propongo que secuestremos al animago y le torturemos delante de ella-.

-Eso es factible- reconoció el señor Malfoy.

-Yo estoy de acuerdo- dijo Pettigrew con los ojos brillantes.

Sheila negó con la cabeza.

-Sería demasiado peligroso- dijo- después de que hayamos secuesdtrado a Dana, seguramente Black estará protegido. Los aurores habrán previsto esta posibilidad. No vale la pena arriesgarnos a que nos capturen o a perder la vida si fracasamos. Porque, teniendo en cuenta los que quedamos, tendríamos que ir todos. Además... -se tragó el resto de las palabras.

-¿Qué?- preguntó Malfoy.

-Bueno, creo que no hay necesidad de hacer cosas raras cuando seguramente la maldición Cruciatus acabará dando resultado- dijo sin convicción.

-Yo sigo pensando que deberíamos capturar al animago- gruñó la señora Lestrange entre dientes.

-Sheila tiene razón- dijo el señor Malfoy- no obstante, tu idea de aplicarle tortura psicológica es buena. Hablaremos de las posibles formas de hacerlo después de cenar. Se levanta la sesión. Seguiremos luego-.

Todo se levantaron. Sheila se sentía incómoda. Antes había estado a punto de decir: "Además, a Remus le dolería mucho perder a su mejor amigo". ¿Qué le importaba a ella lo que sintiera el hombre lobo¿De verdad se había opuesto al plan por deferencia a él? Esbozó una sonrisa despectiva y sacudió la cabeza. No había sido nada de eso, su razonamiento había estado bien argumentado. Era aquella maldita prisión, le daba escalofríos.

Se dirigió a la puerta, pero notó que un dedo le tocaba en la espalda. Se giró y vio a la señora Lestrange, que tenía una mirada sombría bajo sus párpados caídos.

-Cualquiera diría que te daba pena el animago- dijo con voz burlona.

Sheila le respondió con una mirada despectiva. No le caía bien Bellatrix Lestrange. Se creía que porque Voldemort la había utilizado para el descanso del guerrero era superior al resto de mujeres mortífagas, y le molestaba que discutieran lo que ella decía.

-Vamos, Bellatrix- dijo con frialdad- se te nota a la legua que sólo quieres joder al hombre al que ama porque ella mató al tuyo. Y no estoy hablando precisamente de Rodolphus-.

Los ojos de Bellatrix se encendieron de ira.

-¡Vete a la mierda, Sheila!- exclamó, y la apartó de un empujón para irse caminando con rapidez delante de ella.

i

Cuando Dana despertó, lo primero que sintió fue una oleada de dolor recorriéndole el cuerpo. Gimió, y se llevó la mano inadvertidamente a una de las heridas. El latigazo de dolor que sintió la despertó del todo. Se incorporó, y recordó dónde estaba. Éra aún temprano, a juzgar por el color del cielo, aunque era imposible saberlo con certeza porque en aquel maldito lugar estaba siempre nublado. El helado aire matrino se colaba entre las rejas de la ventana.

Dana se puso en pie y se acercó con paso vacilante a la fila de rejas que sustituía una de las paredes. Agarró los barrotes con las manos; eran de hierro y estaban fríos y resbaladizos. Los agitó todos, pero no había ninguno que se moviera un poco o estuviera suelto, y el resto de paredes, el techo y el suelo eran de piedra. Se acercó de nuevo a la ventana y miró hacia abajo. Estaba a bastante altura, y cuando la piedra del muro del castillo se acababa, había un acantilado que caía casi vertical hasta el helado y embravecido mar. Dana comenzaba a entender por qué nadie había escapado nunca de allí. Nadie... excepto Sirius, gracias a que engañó a los Dementores con su poder de Animago y aguantó la baja temperatura del mar a causa del grueso pelaje que tenía al convertise en perro. Pero allí ya no había Dementores, ni ella era un animago. Sin magia estaba indefensa. Ya podían estar concentrados en ella mil años de poder de Ravenclaw, que sin varita tanto le hubiera dado ser muggle.

Tal vez ahí estaba la clave, reflexionó Dana. Si alguna ventaja tenía sobre los mortífagos que la retenían allí, era que todos ellos eran de sangre pura, mientras que ella había pertenecido al mundo muggle. Aún pertenecía en cierto modo, gracias a su familia y sus amigos de España. Ya que no podía usar magia, sería cuestión de atacar a lo bestia cuando el próximo mortífago entrara, actuar como si en lugar de un grupo de magos tenebrosos la hubieran secuestrado terroristas comunes.

Fue en ese momento cuando oyó unos pasos que se acercaban a la celda desde la lejanía. Dana sintió que se le habcía un nudo en la garganta y el corazón comenzaba a latirle con fuerza. Al cabo de unos instantes, una mujer vestida de negro de la cabeza a los pies apareció en su campo de visión.

Dana reconoció a la persona apenas esta entró en la celda, aunque nunca la había visto personalmente. Era una mujer de unos cuarenta años, alta, con una larga cabellera negra que le llegaba hasta la cintura. Su rostro podría haberse considerado hermoso, de no ser porque sus facciones eran tan duras que parecían talladas en piedra y sus ojos negros eran fríos como el hielo. Dana no la había visto nunca en persona, pero había visto su fotografía en los archivos del Cuerpo de Aurores sobre mortífagos. Era Bellatrix Lestrange, conocida entre los miembros del Cuerpo de Aurores como"La viuda negra", después de que su marido Rodolphus muriera en la batalla que tuvo lugar en el Valle de Godric la noche en que lord Voldemort murió. Calificada como "extremadamente peligrosa" y experta en la maldición Cruciatus, su informe decía que disfrutaba haciendo sufrir a sus víctimas y que no tenía remordimientos a la hora de torturar o matar a alguien. Dana sintió un sudor frío cuando vio la varita que la mujer sostenía en la mano derecha, pero en aquel momento le daba igual que se tratara de ella o de cualquier otro. Sin darse tiempo para pensar en lo que iba a hacer, lanzó un grito desesperado y se abalanzó contra la señora Lestrange para quitarle la varita.

El movimiento pilló por sorpresa a la señora Lestrange, que se quedó paralizada durante unos segundos. No obstante, reaccionó en seguida. Apuntó a Dana con la varita, y la chica sintió que se quedaba paralizada en medio del aire, poco antes de llegar hasta ella, y un instante después salió despedida con fuerza hacia detrás. Dana lanzó un grito de dolor cuando su cuerpo golpeó contra la pared y luego cayó al suelo.

Bellatrix miró a Dana y esbozó una sonrisa burlona.

-¿De verdad creías que ibas a poder quitarme la varita?- preguntó- todos los muggles sóis iguales-.

Luego, su rostro volvió a endurecerse.

-¿Dónde están Harry Potter y su novia?- preguntó.

Dana, al igual que la vez anterior, se mantuvo en silencio. Miró a la señora Lestrange, esperando que levantara la varita y la apuntara inmediatamente, pero esta se limitó a mirarla.

-No lo haces por Potter¿verdad?- dijo- lo haces por el animago-.

Dana continuó en silencio, aunque no premeditadamente como la vez anterior, sino por la sorpresa que le produjeron las palabras de la señora Lestrange. Dana se sintió aún más extrañada cuando vio que Bellatriz se daba media vuelta y saliá de la celda. La señora Lestrange se inclinó junto a la pared y Dana la vio forcejear como si estuviera sacando algo de alguna parte. A continuación, apareció de nuevo en el campo de visión de Dana. Llevaba sujeto de la mano un niño de unos ocho años. El niño parecía asutado, y por sus ropas se adivinaba claramente que era muggle. Tenía el cabello oscuro y corto y sus ojos castaños miraban asustados el lugar donde se encontraba.

-¿Qué vas a hacer?- preguntó Dana con un hilo de voz.

La señora Lestrange no contestó. Apuntó al niño con su varita y exclamó:

-¡Imperio!-.

El niño se quedó inmóvil, con el rostro inexpresivo. Luego, se agachó y recogió algo del suelo. Eran unas tijeras. El niño acercó las tijeras a su rostro, y, sin cambiar de expresión, atrapó su labio inferior entre las hojas y las cerró. Dana lanzó un grito de horror al ver cómo el trozo de carne caía al suelo y la sangre comenzaba a resbalar por la barbilla y el cuello del niño, e hizo además de levantarse, pero entonces la señora Lestrange la apuntó a ella con la varita.

-¡Petrificus Totalus!- exclamó.

Dana sintó que su cuerpo se quedaba rígido. Intentó moverse, pero no puedo. Se quedó como estaba, sentada en el suelo, y con la vista fija en el niño, sin poder apartar los ojos. Luego, la señora Lestrange apuntó de nuevo al niño con su varita. Dana se sintió extraña, surrealista, como si estuviera dentro de una pesadilla, mientras veía cómo el niño levantaba las tijeras de nuevo y se cortaba el labio superior. Debía estar sintiendo un dolor horrible, pero su rostro continuaba inexpresivo mientras la sangre caía a chorros por su boca, que parecía extrañamente grande sin labios.

Luego, el niño volvió a abrir las tijeras, y extendió la mano izquierda. Dana pensó que iba a volverse loca cuando el niño, no sin esfuerzo, cortó los cinco dedos de su mano. Las falanges acyeron al suelo, moviéndose débilmente mientras el niño dejaba la mano inerte, sin prestar atención a la sangre que goteaba en el suelo. Pero el suplicio aún no había terminado. El niño levantó las tijeras de nuevo, y Dana comprendió lo que iba a hacer un segundo antes de que ocurriera.

"No quiero mirar" pensó con desesperación."Oh, Dios mío, por favor, no quiero verlo. No quiero mirar".

Pero no pudo apartar la vista. Intentó con todas sus fuerzas moverse, mover los ojos, girar la cabeza, pero fue inútil. Siguió mirando fijamente al niño, y vió cómo la punta de las tijeras se acercaba a su ojo derecho. El ojo emitió un sonido viscoso al reventar. El niño usó la punta de una de las hojas de las tijeras para arrnacárselo de la órbita, y lo depositó en su mano. De la cuenca vacía salía sangre, y el ojo, que casi no era ya reconocible como tal, soltaba un líquido gelatinoso que resbalaba por la mano del niño. Luego, hizo lo mismo con el otro. Esta vez le costó un poco más arrancarlo de su rostro, pero al final dio un brusco tirón, y el ojo salió de la cuenca. La hoja de las tijeras lo atravesaba de lado a lado como si fuera una brocheta. El niño depositó también el ojo izquierdo en su mano, y luego abrió su boca sin labios sanguinolenta y se metió los ojos en la boca. Dana creyó que iba a desmayarse al ver cómo el niño masticaba sus propios globos oculares. Entreabrió la boca mientras comía, y Dana vio los restos de la pupila mirándola entre los dientes, como si en el interior de la boca del niño hubiera otro ser que pugnaba por salir. Su garganta tragó con un sonido húmedo, y luego alzó la mano sin dedos para limpiarse la boca, aunque lo único que consiguió fue embadurnarse más la cara de sangre, debido a la que aún brotaba de los huecos donde habían estado sus falanges. De no ser por las cuencas vacías de los ojos y la ausencia de labios en su boca, habría parecido un niño que ha abierto sin permiso un tarro de helado de grosella y se lo ha comido con las manos.

Al ver el charco de sangre que se estaba formando alrededor de su pequeño cuerpo, sin contar las manchas rojo oscuro que había en su ropa, Dana se dio cuenta de que, si el niño no hubiera estado bajo la maldición Imperius, ya se habría desplomado en el suelo por la falta de sangre.

Durante unos segundos, no ocurrió nada. Los tres se mantuvieron en silencio. Dana, sentada en el suelo, mirando fijamente al niño. El propio chiquillo, con las tijeras aún en la mano derecha, mientras la sangre le corría por el cuerpo, y Bellatrix Lestrange apuntándole con la varita, de pie, mirándole sin expresión alguna. El silencio era absoluto, roto sólo por el sonido del mar y el ruido que hacían las gotas de sangre al caer en el suelo. Luego, el niño levantó las tijeras, las abrió, y se las clavó en el vientre. Después, cerró con fuerza las hojas. Un chorro de sangre se escapó de la enorme herida junto a algo color rosa grisáceo, que Dana identificó como los intestinos.

Entonces, la señora Lestrange bajó la varita. Las manos del niño se soltaron de las tijeras, que cayeron al suelo en medio del charco de sangre que se había formado bajo sus pies. Su boca se abrió en un grito que nunca llegó a pronunciar, y luego el cuerpo cayó pesadamente al suelo.

La señora Lestrange se giró hacia Dana y deshizo la Inmovilización Total. En cuanto se vio libre del hechizo, Dana sintió que una violenta arcada sacudía su estómago. Se lanzó al suelo de rodillas y vomitó. Cuando terminó, jadeaba, tenía la frente perlada de sudor y le costaba respirar. Se giró hacia Bellatrix, que la miraba con una media sonrisa.

-¡Estás loca!- gritó- ¡maldita cabrona, estás loca¡Jodida zorra hija de puta!-.

-Dime- dijo la señora Lestrange, borrando la sonrisa de su cara- ¿nos dirías dónde están Potter y su novia si en vez de ese mocoso muggle hubiera sido el animago?-.

Dana sintió que una oleada de terror le sacudía el cuerpo. Si no hubiese estado ya en el suelo, probablemente se habría caído.

-¡NOOOOOO!- gritó con una voz aguda que rozaba la histeria- ¡NO, NO, A ÉL NO¡SI TOCAS A SIRIUS TE MATO, HIJA DE PUTA¡TE MAT...

La señora Lestrange apuntó a Dana con la varita.

-¡Crucio!- exclamó.

El dolor que Dana sintió fue más intenso que en las torturas anteriores. Su espalda se arqueó como la de un gato y comenzó a retorcerse en el suelo, lanzando gritos de dolor que parecían más animales que humanos. Sentía como si miles de cuchillos al rojo vivo estuvieran partiendo su cuerpo en pedazos. Todos los pensamientos desaparecieron de su mente. Dana comenzó a moverse como si estuviera sufriendo convulsiones. Si se hubiera podido observar a sí misma en aquel momento, se hubiera sorprendido de no haberse dislocado aún las articulaciones. Dana gritaba, pero era como si el dolor aumentase a cada segundo que pasaba. No fue consciente de que se estaba clavando las uñas en la cara hasta que no sintió la sangre corriendo por sus mejillas.

Y entonces, al cabo de unos segundos, todo cesó. Dana lanzó un gemido de dolor y rompió a llorar. La señora Lestrange la miró con una expresión de asco.

-¿Y tú te atreves a amenzazarme?- dijo- no eres más que una zorra patética. La verdad, me sorprende que tengas algo que ver con uno de los fundandores de Hogwarts. No eres digna de haberte enfrentado al Señor Tenebroso. Dime dónde están Harry Potter y su novia o volveré a hacerlo. Y créeme, lo estoy deseando-.

Dana se encogió, temblando incontroladamente.

-¡No!- suplicó con voz temblorosa- ¡No, por favor, otra vez no¡Por piedad, basta!-.

-¡Crucio!-.

Dana volvió a gritar. Un dolor insoportable, más intenso aún que la vez anterior, mordió su cuerpo y atenazó sus sentidos. Todo pensamiento coherente acabandonó su cerebro. Aunque le faltaba el aire, no podía dejar de gritar, porque, si lo hacía, el dolor la poseería y una parte de ella moriría. Eso es lo que habría pensado si hubiese podido hacerlo, pero ya no podía. Sentía como si se estuviese vaciando, como si la cordura y los recuerdos se rompieran a cada sacudida de dolor en su maltrecho cuerpo.

-¡Bellatrix, para ya!- exclamó una voz- ¡la vas a matar!-.

El dolor cesó. Dana se quedó tirada en el suelo, demasiado débil para gemir o girar la cabeza.

-Te he dicho que no te pasases- dijo la voz- no queremos que se vuelva loca o que muera... aún-.

Con esfuerzo, Dana logró girarse. Lucius Malfoy estaba dentrás de la señora Lestrange.

-Vete- dijo- seguiré yo-.

-Aún no he terminado- dijo la señora Lestrange entre dientes.

-¡Bellatrix, te he dicho que te vayas!- exclamó el señor Malfoy más alto, con brusquedad- ¡es una orden!-.

La señora Lestrange se mantuvo unos segundos en su sitio, pero finalmente bajó la varita y se fue sin decir palabra. Lucius Malfoy se acercó a Dana, pero no hizo nun sólo gesto. Se quedó mirándola con tranquilidad, casi con pena. Con un movimiento de varita, hizo aparecer un trozo de pan y un vaso de agua, y se los tendió a Dana.

-Come- dijo- llevas más de un día sin tomar alimentos ni líquidos-.

"No quieres que muera¿verdad?" pensó Dana. "Quieres mantenerme viva para poder seguir despedazándome".

En ese momento, se le ocurrió una idea más terrible aún. Veritaserum. ¿Y si habían puesto suero de la verdad en la comida¿Y si cuando la tomara perdía la voluntad y se veía obligada a confesar todo lo que sabía? Tragando saliva, Dana retrocedió un paso, apretando los labios en un gesto inconsciente.

Una sombra de ira cruzó por el rostro del señor Malfoy.

-¡He dicho que comas!- gritó-¡Imperio!-.

Fue la sensación más deliciosa que Dana había sentido en su vida. El dolor y las preocupaciones desaparecieron de su mente y sólo quedó una paz deliciosa. Sin oponer ninguna resistencia, cogió el pan y el agua y comió y bebió hasta terminárselo por completo.

Cuando el señor Malfoy bajó la varita y Dana recuperó la conciencia, su primera reacción fue provocarse el vómito, pero un instante después comprendió que, si la comida hubiera llevado Veritaserum o alguna otra poción, esta ya habría hecho efecto y se encontraría a merced de Malfoy.

-Eso está mejor- dijo este, moviendo la varita de nuevo para hacer desaparecer el vaso vacío. Luego, volvió a mirar a Dana.

-¿Por qué lo haces?- preguntó.

-¿A qué se refuiere?- preguntó Dana al cabo de un momento.

-A esto- el señor Malfoy hizo un gesto con la mano que parecía querer abarcarlo todo- tanto dolor, tanto sufrimiento¿por qué¿Por Potter¿Por Black?-.

Dana guardó silencio. ¿Por qué Lucius Malfoy le venía con aquello?

-Entiendo que lo hagas- dijo este con voz calmada- eres una mujer enamorada y leal. Pero has de saber que no vas a salir de aquí. Quítatelo de la cabeza si has albergado esa esperanza. Nadie sabe dónde estás, y, desde luego, nosotros no te vamos a dejar salir de aquí con vida. Lo sabes¿verdad?-.

Como parecía aguardar una respuesta, Dana asintió en silencio.

-Eres una chica lista- dijo en señor Malfoy con una media sonrisa- supongo supongamos que consigues aguantar la tortura sin decir nada, hasta que mueras. ¿Qué pasará entonces? Potter se salvará y seguirá adelante con su vida, pero¿Y Black? Se quedará destrozado por tu muerte, no me cabe duda, pero no estará así para siempre. Black es un hombre valiente y con una extraordinaria capacidad de recuperación. No, no me mires así. Yo sé valorar a mis enemigos, al igual que sé valorar a mis amigos. Un hombre ha de saber con quién se enfrenta si quiere luchar bien. Black acabará recuperándose, como siempre lo ha hecho, y aún es atractivo. Y hay varias mujeres interesadas en él. Como esa March, según me contó Sheila. Susan March, la recuerdo, coincidí con ella en Hogwarts. Un poco ñoña, pero buena chica-.

Dana sintió que el estómago se le encogía ante las palabras del señor Malfoy.

-¿Crees que vale la pena este sufrimiento?- le preguntó Malfoy con suavidad- acabarás muriendo. Después de una agonía muy larga, pero acabarás muriendo. Sufrirás y morirás, y después de llorar por tí un tiempo, Black rehará su vida con otra mujer. Se volverá a enamorar, se casará y tendrá hijos. Porque supongo que no esperarás que esté llorándote el resto de su vida. Perdona que te lo diga, pero sería muy egoísta por tu parte. Aún es joven, y tiene derecho a ser feliz, como todo el mundo. De modo que formará una familia con otra mujer, y tú te convertirás en un recuerdo lejano que sólo acudirá a él durante los sueños que luego no recordará cuando se despierte. ¿Vas a sufrir hasta la locura y la muerte por eso, Dana?-.

Los ojos de Dana se llenaron de lágrimas, que comenzaron a resbalar por sus mejillas.

-Dime dónde están Potter y su novia- dijo el señor Malfoy con suavidad- dímelo y todo acabará ahora mismo, te lo prometo. No más sufrimiento, no más dolor. Dos palabras, un rayo de luz verde, y se acabó. Ni siquiera te enterarás. Sé que los demás se mueren de ganas por ponerte la mano encima, y que el inútil de Pettigrew intentó violarte, pero yo te prometo una muerte rápida e indolora. Sólo dime dónde están-.

Dana sintió que las lágrimas le goteaban por la barbilla. Pensó en Sirius, en su dulce mirada, en la última vez que le había abrazado. Recordó lo que le había dicho.

"Nunca te traicionaré. Nunca... "

-No- contestó.

-¿Qué?-.

-No lo haré- dijo Dana con voz temblorosa- nunca-.

La expresión del señor Malfoy se transformó por completo. Una mueca de rabia deformó su rostro.

-¡Puta estúpida!- gritó.

La apuntó con la varita, la levantó en el aire, y la lanzó contra la pared una vez, y otra, y otra. Dana levantó los brazos, intentando protegerse la cabeza. Gritó de dolor cuando sitnió que su brazo derecho golpeaba de lleno la pared y oyó el chasquido del hueso al romperse. Cayó al suelo, y se quedó allí tirada lanzando alaridos. Oyó que la puerta de la celda se cerraba, pero apenas se dio cuenta de ello, pensando que aquello era peor que la maldición Cruciatus, porque, aunque el dolor de la maldición era mucho más intenso, al menso desaparecía cuando el hechizo cesaba, mientras que el intenso dolor del brazo no iba a desaparecer. No podía moverlo en absoluto. El frío helado que entraba por la ventana la hizo temblar de nuevo mientras las lágrimas le quemaban las mejillas. Le dolía la cabeza, y, por primera vez desde que estaba allí, comenzó a desear la muerte.