Bueno, creo que debo explicar por qué este relato se sumió en el olvido... y por qué ha resucitado. Si se sumió en el olvido fue porque me embarqué en una serie de pryectos que recientemente han culminado en poder publicar mi primer relato, y en que ya lleve lo que espero sea mi primera novela publicada en fase avanzada. Eso provocó que la escrutira de fan-fictions pasara a un segundo plano y la dejara aparcada. Ya que hace tanto tiempo, será mejor que haga un resúmen de dónde nos quedamos, para que nadie se pierda: Tras el ataque de los mortífagos durante la final de quidditch de la liga británica, se decidió buscar un Guardián Secreto a harry y a Ginny. Aunque Sirius deseaba serlo, entre Dana y Harry pactaron que fuera erlla para protegerle. Tras realizar el encantamiento Fidelio, Dana y Sirius decidieron contrale a Remus lo que había courrido para que en el caso de que algo saliera mal, hubiesen testigos del cambio. Pero eso hizo posible que Sheila, que estaba escuchando a escondidas, se enterase y contase lo del cambio a los mortífagos. Dana ha sido secuestrada y torturada, aunque se niega a confesar el paradero de Harry, y Sirius y los aurores están desesperados, porque no tienen ni idea de dónde buscarla...
¡
¡
DURA VERITAS, SED VERITAS (1)
¡
¡
-Esto es una mierda- se lamentó el señor Malfoy.
Los mortífagos se quedaron en silencio. Ninguno sabía qué decir.
–¡No me miréis con esa cara!- estalló Malfoy- ¿es que nadie tiene nada que decir?-.
–Que deberíamos utilizar al animago, como no me canso de decir- gruñó la señora Lestrange.
–Bellatrix, si vuelves a nombrar a Black te arranco los dientes- le espetó el señor Malfoy irritado- ya hemos discutido ese tema. Si no tienes nada nuevo que decir, cierra la boca-.
Sheila pensó por la mirada de ira homicida que Bellatrix le lanzó a Lucius que la mujer se levantaría de un salto de la silla y le lanzaría un Sectusempra, pero finalmente pareció controlarse y se quedó sentada en silencio.
–Me parece que es cuestión de insistir- opinó Sheila- está jodida, eso es evidente. Con tal de…
-¡Eso ya lo había pensado yo!- gritó el señor Malfoy- ¡Sheila, por Dios, estoy pidiendo sugerencias originales¡Originales¡Si nos sabes hacer nada mejor que tirarte a licántropos domesticados, cierra el pico!-.
Sheila sintió que algo frío le atenazaba la garganta.
-¿Qué es lo que has dicho?-. El señor Malfoy la miró con desprecio.
-¿Es que no me has oído? El hecho de abrirte de piernas para la causa no te convierte en un genio. Si no puedes…
Sheila no era de las que se enfadaba con facilidad. Se enorgullecía de su autodominio y de poder pensar con frialdad cuando la mayor parte de la gente perdía la cabeza. Pero esta vez, ante las palabras del señor Malfoy, la ira la dominó.
-¿Eso es todo lo que eres capaz de valorar?- exclamó- ¿Qué me abro de piernas para la causa¡He averiguado cómo y quién iba a aplicar las medidas de protección¡Si tenemos al Guardián Secreto de los Potter en la celda del piso de abajo es gracias a mí¡Aún estaríais dando bandazos de un lado a otro con esa cara de gilipollas fracasados que tenéis si yo no hubiera hecho todo el trabajo!-.
–¿Y cómo averiguaste todo eso que dices?- preguntó el señor Malfoy con sarcasmo- porque te abriste de piernas delante de un licántropo domesticado-.
De pronto, Sheila sintió que toda la ira que la embargaba cedía tan rápidamente como había llegado. Una sensación fría, muy fría, se apoderó de ella.
-¿Eso es todo lo que soy en este grupo?- preguntó- ¿la puta oficial¿La que se folla a las víctimas para sacarles información?-.
–No me malinterpretes- le dijo el señor Malfoy, que comenzaba a calmarse después de desahogar su ira y a comprender que se había pasado- tus habilidades son muy valiosas. Es muy necesario para nosotros poder contar con una agente como tú. Como bien dices, nunca habríamos averiguado lo del Guardián Secreto si no fuera por…
-Eso es lo que soy- repitió Sheila mirándole con frialdad- la puta oficial-.
Sin decir nada más, se levantó y se fue de la habitación.
–Dejad que se vaya- gruñó el señor Malfoy- ya se le pasará. Está alterada, y no se lo reprocho. Todo está saliendo mal. Excesivamente lento. Repetiré mi pregunta; ¿alguien tiene alguna idea que no incluya a animagos ni seguir torturando hasta que la Ravenclaw pierda la cabeza?-.
Sheila caminó sin rumbo fijo hasta llegar a un pasillo que no tenía salida. Se apoyó contra el muro de piedra y jadeó. ¿Para eso había hecho tanto¿Para eso se había arriesgado a mantener relaciones con un licántropo¿Para eso había puesto en juego toda su inteligencia, toda su frialdad¿Para que la consideraran una puta? Sí, comprendió con amargura. Lucius sólo la veía como eso. Sheila sabía que Lucius Malfoy no tenía una opinión precisamente buena de las mujeres. Sabía que las consideraba poco menos que figuras decorativas con un par de tetas. Sabía que sólo aguantaba a Bellatrix porque estaba como una cabra y era más peligrosa fuera del grupo que dentro. Pero en el fondo siempre había creído que podía ver todo lo que ella valía, que algún día le diría lo que ella esperaba oír, lo importante que ella, Sheila, era para la causa… qué imbécil podía llegar a ser. Sheila, tienes que ganarte la confianza de ese auror, tiene información vital. Sheila, ese funcionario tiene conocimientos muy importantes, encárgate de él, tú sabes cómo hacerlo. Sheila, fóllate al licántropo, así te ganas su confianza…
Sheila se sorprendió a sí misma cuando notó algo húmedo corriendo por sus mejillas. Se limpió las lágrimas con un rápido movimiento de la mano. Lágrimas de rabia. Ella, que siempre se jactaba de actuar llevándose sólo por lo que era mejor para ella, había hecho justamente lo contrato de lo que convenía a sus intereses. Se había aliado con los mortífagos porque siempre había considerado ese grupo como algo honroso, algo bueno. Como una élite. Como algo de lo que se sentía orgullosa de formar parte. ¿Y qué era lo que pensaban de ella? Que sólo servía para poner calientes a los del bando contrario. Con amargura pensó en Remus y en Dana. No cabía duda quede que eran un par de imbéciles de sangre sucia, pero al menos aquel par de imbéciles no la había considerado un cuerpo. Dana la apreciaba (al menos hasta hacía un par de días), y Remus estaba enamorado de ella como un alelado. Y ella acababa de hundir a las dos únicas personas del mundo que la habían respetado.
"Imbécil. Imbécil. Imbécil… El Señor tenebroso murió. El más alto cargo de los mortífagos piensa que no eres más que un par de tetas. ¿Qué gloria esperabas encontrar¿Cómo has podido ser tan ciega".
¿Había sido el ansia por no reconocer su equivocación? Cuando murió lord Voldemort, podría haber huido, pero se negó. Había entrado en los mortífagos porque pensaba que era lo mejor, y allí seguiría estando… aunque en aquellos momentos no fuese más que un puñado de cenizas. Sheila respiró hondo un par de veces y consiguió calmarse un poco, aunque por dentro seguía hirviendo de ira. Lucius se las iba a pagar. Todos ellos se la iban a pagar. Ya verían lo que era capaz de hacer la puta…
¡
¡
Hardman estaba a punto sede servirse el tercer café de la mañana, cuando vio a Sirius entrar por la puerta. Se apresuró a ir hacia él.
–Black¿qué está haciendo aquí?- le preguntó- creía haberle dicho que se quedara en casa-.
–No puedo- contestó Sirius- Remus me ha dicho lo mismo, pero no puedo. Tengo que hacer algo, yo… Hardman levantó la mano para interrumpirle. La verdad es que Black tenía mal aspecto. Su rostro estaba pálido y demacrado y las ojeras le llegaban hasta el suelo. Pero no tenía opción que decirle la verdad.
–Black, el caso de su compañera ha sido archivado-.
-¿Qué?- gritó Sirius- ¿archivado?-.
–Bueno, continúa abierto- s e apresuró a decir Hardman- pero hemos interrumpido la búsqueda. Llevamos dos días peinando todas las zonas sospechosas sin…
-¡NO PUEDE HABERLO ARCHIVADO!- gritó Sirius, que al parecer no había escuchando las últimas palabras de Hardman.
-¡Black, contrólese!- exclamó su jefe- ¡llevamos dos días de búsqueda intensiva¡Por toda Inglaterra y Escocia¿Sabe lo que hemos encontrado? Nada. Todas las zonas donde ha habido actividad de mortífagos están desiertas nadie ha visto nada, nadie sabe nada. Ninguno de nuestros contactos ha oído ni un susurro. ¿Cómo pretende que la encontremos¡Somos magos, no adivinos! Además… usted participó en la primer a guerra. Sabe tan bien como yo que después de cuarenta y ocho horas, las posibilidades son…
-¡No me hable de las posibilidades!- exclamó Sirius- ¡conozco las posibilidades! Pero no estamos hablando de posibilidades¿entiende¡Estamos hablando de una agente de entre Centro¡De mi prometida¡Usted no puede…
-Tal vez le sorprenda, Black, pero hay más problemas en este sitio que la desaparición de nuestra agente, por lo demás sumamente lamentable. El tráfico de estupefacientes se está agravando en la zona, tenemos en vigilancia a varios traficantes de veneno de billywing que podrían estar trayendo toneladas de contrabando al país. El Ministerio está preocupado. No podemos seguir mandando a todos nuestros efectivos a una búsqueda que no va a dar resultado-.
Sirius fulminó a su superior con la mirada. No podía creer lo que Hardman estaba diciendo. Temblaba.
–Lamento mucho su pérdida- le dijo Hardman, compasivo, poniéndole una mano en el hombro- todos lamentamos mucho la pérdida de Dana. Dios sabe que era una buena agente. Pero hay dónde buscarla, y probablemente no aparecerá. Es mejor que se vaya haciendo a la idea-.
-¿Eso es lo que han hecho?- preguntó Sirius con voz sibilante- ¿darla por muerta? Como son incapaces de encontrarla¿la han dado por muerta?-.
Hardman no contestó. No podía. Le resultaba demasiado duro contestar a la pregunta de aquel hombre destrozado.
–Váyase a la mierda- le dijo Sirius con voz temblorosa- váyanse a la mierda ustedes y todos los de este centro. Ella no está muerta¿entiende¡No está muerta¡No me importa lo que usted y su pandilla de burócratas hayan decidido! La encontraré con o sin su ayuda-
–Black… -comenzó a decir Hardman.
-¡Eh, señor Hardman- exclamó de pronto uno agente, acercándose a ellos- los de la Oficina Central del Ministerio han llamado diciendo que pasarán antes de las once a por el mortífago. ¿Le vamos preparando?-.
Sirius se giró hacia él. Hardman trató de desviar al vista, incómodo.
-¿Tenemos un mortífago aquí?- preguntó- ¿le han interrogado?-.
–Bueno… -Hardman se rascó la cabeza- los de la oficina central del Ministerio están muy quisquillosos últimamente. Exigen que se les ceda a ellos cualquier caso de terrorismo, ya que es asunto de seguridad nacional. Cuando le traslademos…
-No le han interrogado- le interrumpió Sirius- hijo de puta, lo tiene aquí y no le han interrogado-.
–Black, no voy a tolerar que vuelva insultarme- dijo Hardman, poniéndose serio- entiendo su dolor, pero no le permito…
Sirius no dejó que terminara. Se dio media vuelta y echó a correr hacia los calabozos.
¡
¡
Remus apenas había dormido. Se había despertado a las cinco de la mañana en casa de Sirius, y ya no se había podido volver a dormir. Se sentía triste y cansado. Tras comprobar que Sirius estaba sumido en un sueño inquieto, se fue a su casa, con idea de dormir un par de horas e ir a trabajar, y volver a la hora de comer a ver cómo seguía su amigo. Había sentido tentaciones de estampar el despertador contra la pared cuando, dos horas más tarde, el aparatito le recordó que debía levantarse para ir al trabajo. Eran las ocho de la mañana cuando Remus, saboreando una taza de humeante café con leche y mirando de reojo el reloj para cuidar de que no se le hiciera tarde, escuchó el sonido del timbre de la puerta. Sorprendido, apuró el resto de la taza y se levantó a abrir.
"¿Quién será?" se preguntó. Era muy extraño que alguien llamara a su puerta a esas horas de la mañana. De pronto, el corazón le dio un vuelco. ¿Y si se trataban de noticias sobre Dana?
Apresuró el paso y abrió la puerta. Su sorpresa fue mayúscula al ver a Sheila en el umbral.
–Hola- dijo con sorpresa- ¿qué haces…?– se interrumpió al ver la mirada de su novia- ¿qué te pasa?-.
Sheila estaba muy seria. De hecho, no parecía ella. Al mirar la grave expresión de su rostro, Remus se asustó.
-¿Ha ocurrido algo?- preguntó.
Sheila le siguió mirando con seriedad, y… ¿era tristeza? Por un momento, Remus temió que la joven estuviera allí para romper con él, aunque fueran las ocho de la mañana.
Más tarde, hubiera deseado que el motivo de la visita hubiese sido ese.
–Tengo algo que decirte, Remus- dijo ella con sencillez- no es fácil, pero creo que es lo que debo hacer-.
–Bueno, pasa- le ofreció Remus. Ella vaciló, pero acabó entrando en la casa. Remus cerró la puerta. Entonces, Sheila se abalanzó de improviso sobre él y le besó. Remus se quedó sorprendido por un instante, pero le devolvió el beso. Fue el más intenso y apasionado que había recibido en su vida. Cuando cesó, la miró sorprendida.
-¿Era… era esto lo que tenías que decirme?-.
–No- contestó Sheila con seriedad- pero después de lo que voy a decirte no vas a querer volverme a ver, de modo que quería hacer esto por última vez. Me gustas, Remus-.
-¿Qué… te… -Remus estaba cada vez más confundido y alarmado- ¿ Sheila, por favor, dímelo. ¿Qué ha pasado?-.
–Sé dónde está Dana- dijo Sheila con sencillez.
-¿Que sabes… -en ese momento, Remus se dio cuenta de lo que implicaban las palabras de la joven. Le pareció que un puño helado oprimía su corazón. Se quedó mirando a la joven con una mezcla de terror e incredulidad.
–No- consiguió decir.
Sheila movió la cabeza con tristeza.
–Sí-.
Remus hubiera querido decir algo más., pero fue incapaz. Estaba paralizado.
–Azkaban. Celda cuatrocientos seis. Te aconsejo que te des prisa, la están matando-.
En ese momento, Remus sintió que todo el peso del mundo caía sobre su cabeza. Se sintió aturdido, horrorizado, incrédulo… pero sobre todo traicionado. Y, mientras pugnaba aún por comprender qué demonios estaba pasando, Sheila comenzó a hablar.
Se lo contó todo. Le explicó la misión que le había encargado el señor Malfoy, y que Bellatrix Lestrange y otros dos mortífagos habían sido los que fueron a buscar a Dana. Le dijo cómo había librado a la joven de ser violada por Pettigrew, de cómo la habían tratado, y del estado actual en que se encontraba. Cuando la chica terminó de hablar, Remus notó que las lágrimas se agolpaban en sus ojos.
-¿Por qué?- balbuceó con la voz entrecortada- ¿Por qué?-.
–Creía que debía hacerlo- dijo Sheila con sencillez- igual que creo que debo hacer lo que estoy haciendo ahora. Lo siento-.
–Tú… -Remus no podía pensar. No podía hablar- Vete-.
Sheila se quedó uno por unos momentos en silencio, mirándolo. Remus creyó volver a ver en ellos un destello de tristeza, y aquello, sin saber por qué, le resultó insoportable.
-¡Vete!-gritó- ¡Fuera de mi casa¡Vete de aquí!-.
Ella no dijo nada. Sencillamente, dio media vuelta, abrió la puerta y se fue.
Cuando la puerta se cerró de nuevo, Remus Lupin se quedó durante unos instantes de pie, en el centro de su salón, sin decir nada, sin moverse, temblando. Luego, un aullido desgarrador escapó de su garganta. Cayó de rodillas, sollozando.
-¡No!- gritó con voz desconsolada- ¡No¡No!-.
Nunca supo cuánto tiempo estuvo allí, llorando y repitiendo "no" a gritos, como si su negación pudiese cambiar la espantosa realidad. Luego, una chispa de lucidez apareció en su mente.
"Dana" pensó. "El Cuerpo de Aurores. Tengo que ir. Tengo que avisarles ya".
Tal como estaba, con pijama, bata y zapatillas, agarró la varita y se dirigió a la chimenea.
¡
¡
Sirius abrió de un empujó la puerta de la celda. Las celdas del Centro de Aurores eran más bien pequeñas. Sólo constaban de un camastro, una mesa y una silla. Por eso, en cuanto abrió la puerta, apareció en su campo de visión la figura de un hombre, con barba de varios días, bebiendo el contenido de un tazón con ojos soñolientos. Los ojos de prisionero se alzaron sorprendidos al ver entrar a Sirius, encendido de furia. Apuntó con la varita al mortífago.
-¿Dónde está?- gritó.
El mortífago no dijo nada. Se limitó a mirar a Sirius con tranquilidad.
-¿Dónde está?- repitió Sirius histérico- ¿dónde está Dana¡Contéstame!-.
El hombre esbozó una media sonrisa.
–Así que lo han conseguido- comentó con voz satisfecha.
Sirius lanzó un grito de rabia, movió la varita, levantó al mortífago varios metros por encima del suelo y lo estampó contra una pared.
-¡Eh!- gritó el preso, sorprendido y dolorido. Pataleó intentado bajar, pero no pudo.
–Dime dónde está, hijo te puta, o te juro que te mato- le gruñó Sirius, con una expresión salvaje en sus ojos gris azulado.
El mortífago abrió la boca, pero, antes de que pudiera decir nada, se oyó un grito.
-¡Black!-.
Hardman y tres aurores más estaban en el umbral de la puerta.
-¿Pero qué cojones… -gritó Hardman- ¡Deténganle, rápido!-.
Hicieron falta los tres aurores para agarrar a Sirius de los brazos y obligarle a bajar la varita. Cuando finalmente lo consiguieron, el mortífago cayó al suelo. Se levantó rápidamente, dolorido y furioso, con la cara roja de rabia.
-¡No pueden hacer esto!- gritó- ¡tengo mis derechos¡Mi abogado tendrá noticia de esto!-.
Esas frases provocaron que Sirius intentara lanzarse de nuevo contra el preso, que, intimidado ante la expresión de furia del auror, retrocedió un paso.
-¡Black, basta ya! –gritó Hardman, exasperado- ¡basta¡Le digo que basta¿Se ha vuelto loco¡Llévenselo de aquí, por Dios!-.
Sirius, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo evitar que lo arrastrasen fuera de la celda.
-¡Si le pasa algo a Dana, te mataré!- gritó furioso, antes de que cerraran la puerta- ¡Te juro que te mataré¡Soltadme!-.
Se deshizo de los brazos de sus compañeros con una violenta sacudida, y subió al piso de arriba de nuevo, temblando de rabia. Era increíble. Un mortífago allí, y no le dejaban interrogarlo, ni permitían que nadie más lo hiciera. Aquel hijo de puta podía saber dónde estaba Dana, y él no podía sacárselo. Sentía ganas de gritar.
-¡Black, se ha pasado de la raya!- le gritó Hardman, que acababa de subir tras él- ¡Esto es intolerable¡Voy a…
Pero no pudo acabar de decir la frase. En ese momento, Angelina Johnson echó a correr hacia él con los ojos desencajados.
-¡Señor, venga, rápido¡Es una emergencia¡El agente Lupin acaba de llegar¡Dice que sabe dónde está Dana!-.
Hardman, Sirius y los otros tres aurores se quedaron petrificados.
-¡En su despacho!- exclamó Angelina.
Hardman, olvidando momentáneamente a Sirius, andó a paso ligero hacia su despacho. En aquel momento se había interrumpido el trajín del centro. Todos los agentes estaban inmóviles con cara de sorpresa. Sus miradas volaban de la expresión de furia de Sirius a la agitada y temblorosa Angelina, y de allí al despacho de Hardman, que ni siquiera se había molestado en cerrar la puerta. Todo el mundo pudo oír las palabras de Remus.
-¡Está en Azkaban, señor¡Celda cuatrocientos seis¡Tenemos que darnos prisa, es probable que estré gravemente herida!-.
–Pero¿cómo lo sabe?-.
–Un mortífago me lo dijo, señor-.
-¿Qué se lo dijo quién?-.
-¡Un mortífago!- la voz de Remus sonaba histérica- ¡traicionó a su bando y por eso me lo dijo, señor! Tenemos que…
-¿No se le ha ocurrido que pueda ser una tramp…
-¡Estoy completamente seguro de que era sincero, señor¡Por favor, tenemos que darnos prisa!-.
Aunque los demás no podían verlo, Hardman vio algo en la mirada de Lupin que le hizo creerle. No siguió discutiendo y asintió.
–De acuerdo- dijo, y salió del despacho. Al salir, vio que todo el mundo estaba quieto, mirándole con expectación. Hardman se sintió incómodo.
-¿Qué están mirando?- exclamó- ¡quiero a todo el mundo en sus puestos¡Thomas, Blackwood, Johnson, Taylor, Stephens, Storms¡Ustedes a Azkaban! Se nos ha informado que la agente desaparecida se encuentra allí. No hace falta que les diga que cuenten con comunicadores directos con San Mungo, equipo especial y procedan con extrema cautela; allí habrá al menos siete mortífagos y una agente herida. En cinco minutos habrá preparado un traslador- luego, se giró al resto de personas- ¡venga, a trabajar!-.
Aún sin reponerse de la sorpresa, los demás agentes se pusieron a trabajar, cuchicheando entre ellos. Hardman, con gesto cansado, se giró hacia su secretaria.
–Haris, ordene que sea preparado un traslador a Azkaban inmediatamente¡Lo quiero ya!-.
Luego, se giró hacia Remus, que continuaba en su despacho.
–Bien, Lupin- dijo.- ahora que todo se ha puesto en marcha, quiero que me explique qué está pasando. ¿Quién y por qué le pasó esa información?-.
Remus se quedó callado unos momentos. Sabía que, si le decía a Hardman quién le había dado la información, estaría condenado a Sheila a cadena perpetua, como poco. Sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos de nuevo al pensar en ella. Apretó los dientes para impedir que sus emociones se manifestaran ante su superior, y comprendió que todavía la amaba. Aún no había asimilado lo que había sucedido. Aún no podía hacerle eso.
–No puedo decírselo, señor- contestó finalmente.
Hardman frunció el ceño.
-¿No puede¿Por qué no puede?-.
–Porque… porque la persona que me lo dijo es un ser querido-.
–¿Querido?- Hardman alzó una ceja. Aquel día estaba resultando ser el más extraño y agotador que había tenido en años.
–Señor, estoy totalmente convencido que de que la persona que me dijo eso ha dejado para siempre a los mortífagos y no volverá con ellos. Si… si Dana no está donde me han dicho que está, o si todo resulta ser una trampa, le juro que le diré su nombre y todo lo que desee saber sobre él-.
Hardman abrió la boca y la volvió a cerrar, sin saber qué decir. En ese momento, oyó que la voz de su secretaria salía por el comunicador.
–El traslador ya está listo, señor Hardman. Los agentes esperan su orden para comenzar la misión-.
Hardman se levantó de su asiento.
–Luego hablaremos usted y yo- le dijo a Lupin. Luego, salió del despacho. Los agentes estaban esperando, vestidos ya con en equipo especial para misiones peligrosas (un traje carísimo, impregnado de magia para repeler los hechizos de ataque más comunes, que sólo se usaba en las misiones más arriesgadas).
-Procedan- dijo Hardman con voz firme- a actúen con rapidez y acautela. Se supone que no saben que vamos, pero no podemos estar seguros. Quiero a nuestra agente de vuelta ya y a esos cabrones detenidos. Confío en ustedes-.
Los aurores asintieron, y agarraron el traslador (una hoja de pergamino).
-Tres, dos, uno…
Un fogonazo restalló en medio de la sala, y donde un segundo antes estaban los agentes, sólo quedó el vacío. En ese momento, Hardman recordó a Sirius.
-Black- comenzó a decir, girándose… y se interrumpió. A Sirius no se le veía por ninguna parte.
-¿Dónde está Black?- exclamó, mirando a su alrededor sin dirigirse a nadie en particular.
Finalmente, una joven auror dijo con voz vacilante:
-Creo que le vi echar a correr a los vestuarios tras los agentes a los que usted llamó-.
Hardman se sobresaltó. ¿Se había fijado en las caras de los aurores¿Eran seis o siete?
-¡Mierda!- exclamó.
¡
¡
Dana despertó temprano, al sentir cómo los primeros atisbos de claridad penetraban por la ventana enrejada de su celda. Por instinto, lo primero que hizo fue tratar de levantarse, sin recordar que tenía el brazo roto. El dolor que la atravesó repentinamente le hizo lanzar un grito y despejarse del todo.
Usando sólo el brazo sano, se incorporó, lanzando quejidos lastimeros. Le dolía mucho la cabeza y se sentía mareada. Se preguntó si tendría fiebre. Oleadas de frío y calor la hacían sudar y tiritar al mismo tiempo. Con cuidado, se levantó la manga de la túnica y se miró el brazo roto. Estaba torcido en una postura antinatural, extrañísima, y de color amoratado. Lanzó un gemido de horror, y volvió a bajarse la manga de inmediato.
-Voy a morir aquí- dijo en voz alta. No era una pregunta, era una certeza.
Entonces, oyó pasos que se acercaban, junto a voces. Se preguntó si su grito de dolor había alertado a los mortífagos de que ya estaba despierta, o sólo era casualidad.
–No sé por qué tienes que venir- gruñía una de las voces.
–Porque dudo que a Lucius le haga gracia enterarse de que has vuelto a intentar violar a la prisionera- contestó una voz áspera. Sheila. Sheila y Pettigrew, comprendió Dana, poco antes de que ambos aparecieran en su campo visual. Pettigrew portaba una bandeja. Dana se estremeció, preguntándose si llevaría instrumentos de tortura o algo parecido. Pero, cuando entraron en la celda, vio que sólo eran un plato que contenía comida y un vaso de agua.
-No tengo hambre.- dijo ella con sequedad.
–No nos hagas volver a usar la Imperius- contestó Sheila con sequedad- vas a comer, y no nos vamos a marchar hasta que lo hagas-.
Dana observó el plato. Contenía un trozo de carne frío, un cuchillo y un tenedor.
-No puedo- dijo- tengo el brazo roto-.
-Pettigrew, córtale la carne. Y Dana, no intentes hacer ninguna tontería como tratar de herirte con los cubiertos. Estoy preparada para cortar una eventual hemorragia o curar heridas de inmediato. Te aseguro que si lo intentas te arrepentirás-.
Dana no dijo nada. Le había invadido una extraña serenidad. Se dio cuenta de que odiaba a sus captores. A muerte. Deseó con todas sus fuerzas herirles, hacerles daño de algún modo. Ojala hubiera podido enarbolar el cuchillo y herirles, del mismo modo que la estaban hiriendo a ella. Cada segundo que pasaba allí era un dolor inaguantable, una desesperanza insoportable y una cruel tortura. Y ellos la alimentaban para asegurarse de que resistiera. Miró a Pettigrew, que en aquellos momentos se afanaba en cortar la carne con expresión avinagrada.
–Las cosas no han cambiado mucho¿verdad, Peter?- dijo con suavidad.
Pettigrew y Sheila levantaron la mirada a la vez. La de Pettigrew era interrogante, pero la de Sheila, inquieta. Había algo en la frialdad y la amargura de la voz de su prisionera que la inquietó.
-¿Qué quieres decir?- gruñó Peter.
–Córtale la carne… ¿eso es lo que haces aquí¿Ser un sirviente? Tu situación no ha mejorado mucho-.
–Cierra el pico- dijo Pettigrew ceñudo, y siguió con su tarea.
–Fuiste el lacayo de Voldemort en vida, y ahora que está muerto sigues obedeciendo órdenes. Estás igual que siempre, sólo que antes al menos tenías amigos¿no?-.
–Que. Te. Calles- Pettigrew le lanzó una mirada furiosa. Y entonces Dana supo, de algún modo, que aquellas palabras habían dado en el blanco. Esbozó una amarga sonrisa. Herirle, pensó. Hacerle daño.
–El que es un perdedor, no deja de ser perdedor por convertirse en terrorista- dijo, con la misma voz fría- con esto demuestran no ser sólo un perdedor, sino un imbécil de mierda. Puede que Sirius y James, fueran engreídos, pero al menos eran inteligentes-.
-¡Sirius y james eran gilipollas!- exclamó Pettigrew con brusquedad, interrumpiendo su tarea.
-¡Peter!- exclamó Sheila, nerviosa al ver que el mortífago escuchaba las palabras de Dana.
–Oh, sí, muy gilipollas- en esos momentos Dana tenía una sonrisa pintada en la cara. Una sonrisa demencial. Se ha vuelto loca ya, pensó Sheila con temor, aunque el su cabello aún no se había vuelto blanco, como les suele suceder a los que pierden la razón en el transcurso de la tortura.
–Puede que lo sean- continuó Dana- pero al menos no eran unos perdedores¿cierto? Si te hubiesen dado a escoger entre su arrogancia y tu suerte¿con qué te habrías quedado? Eres un hipócrita de mierda, Pettigrew. Lo que te pasa es que estás celoso porque tú jamás tuviste de qué enorgullecerte-.
–El señor Tenebroso me concedió poderes que ellos jamás han podido soñar– protestó Pettigrew, furioso.
–Sí, el poder de fregar el suelo- exclamó Dana. La sonrisa se le acentuó más- ¿O es el poder de preparar la comida a los prisioneros? Si estoy segura de que ni siquiera hubiese podido violarme aunque Sheila no hubiera aparecido. Estoy segura de que ni siquiera se te levanta-.
-¡Cállate de una puta vez!- gritó Pettigrew, perdiendo los estribos. Se levantó furioso, con el cuchillo y el tenedor aún en las manos. Casi parecía cómico.
–O quizás sólo se te levanta cuando estás en una posición de poder- continuó Dana- es decir, casi nunca. Por eso aprovechaste cuando yo estaba indefensa¿no? Porque lo único que te pone es tener una superioridad que nunca tendrás. No sirves en ningún bando, ni en el de los buenos ni en el de los malos. ¿Sabes por qué te rescataron hace tres años cuando fuiste detenido por el Ministerio, verdad¿Crees que fue porque eras útil? Te salvaron porque sabían que serías capaz de delatarlos a todos con tal de salvar tu asquerosa piel. Te conocen bien, Pettigrew. Por eso saben para qué deben utilizarte-.
El mortífago abrió la boca para hablar de nuevo. Sheila no le dejó comenzar.
–Sigue con la carne- le ordenó- no le hagas caso. Déjala en paz-.
Pettigrew se agachó para cumplir con la orden, y en ese momento, vio la sonrisa burlona, aún más ancha, de Dana. Miró a Sheila, y de nuevo otra vez a Dana. Y se dio cuenta de que no era capaz de enfrentarse a Sheila. Su rostro se enrojeció de vergüenza y humillación. Trató de levantarse y oponerse a Sheila, lo trató con n todas sus fuerzas… pero no pudo. Entonces, Dana se echó a reír.
En ese momento, Pettigrew perdió el control. Se estaba riendo de él. Ella era su prisionera. La había torturado, la había intentado violar. Ella sabía que él podía matarla, o hacerle daño, cuando quisiera. Estaba desarmada, él era un mortífago. Y, aún así, se estaba riendo de él. Ciego de rabia y vergüenza, lanzó un grito furioso, y, ante la atónita mirada de Sheila, levantó el cuchillo, se abalanzó acalla Dana, y lo hundió en su pecho.
Fue como si el tiempo se hubiese detenido. Pettigrew se quedó inmóvil, incapaz de creerse lo que acababa de hacer. Sheila estaba de pie, estupefacta, sin creer lo que veían sus ojos.
Dana se interrumpió en seco. No se esperaba el ataque de Pettigrew, del mismo modo que no se lo esperaba Sheila, y no pudo reaccionar. Sintió un dolor sordo y punzante en el pecho. Entonces, bajó la mirada, y lo vio. El cuchillo de la carne, hundido en su pecho hasta la empuñadura, justo debajo del hombro izquierdo. Donde estaba el corazón.
Abrió la boca, pero de ella sólo surgió un gañido ahogado. Luego, sus ojos se quedaron en blanco, y, sin un sonido, se desplomó en el suelo.
¡
¡
(1) Proverbio latino: "por dura que sea, la verdad es la verdad".
