MEMMENTO MORI (1)
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La voz aguda de Sheila rompió el silencio.
-¿Qué has hecho?- gritó- ¡la has matado¡La has matado, jodido imbécil!-.
Pettigrew miró el cuerpo de Dana, bajo el cual comenzaba a formarse un charco de sangre, y miró a Sheila. Se hubiera dicho que el primer asombrado por la situación era él.
-¡Eres más gilipollas aún de lo que ella ha dicho!- aulló Sheila- ¡ahora yo no nos podrá decir donde están Potter y su novia¡Jodido capullo, has hecho justo lo que ella quería¡Imbécil!-.
-¡No me hables a… -comenzó a decir Peter.
Sheila le lanzó un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas. Pettigrew, dolorido física y moralmente, rompió a llorar como un niño. En ese momento, se oyó un estruendo en el piso superior, seguido de pasos y gritos.
"Mierda" pensó Sheila" ya han llegado".
Sólo pudo pensar una cosa; tenía que escapar de allí antes de que la atraparan. Pasarse la vida en la cárcel o sufrir la pena de muerte no entraba dentro de su plan de venganza. Salió a todo correr de la celda dispuesta a ocultarse, y Pettigrew, que no tenía ni idea de lo que estaba pasando, se comportó con sensatez por una vez en su vida y la imitó.
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Sirius sintió mareo cuando el mundo dejó de moverse a su alrededor y aterrizaron. En seguida supo dónde se encontraban. El repugnante olor a sal y algas marinas descompuestas fue como un puñetazo para él. Aquel olor a desesperación y locura que había sufrido durante doce años. Incapaz de controlar las arcadas que le acometieron de súbito, se dobló sobre sí mismo y vomitó.
Los demás aurores se gritaron, sorprendidos.
-¡Black!- exclamó Blackwood, sorprendido- ¿pero qué coño…
-Sirius¿qué haces aquí?- exclamó Angelina horrorizada. Al instante se dio cuenta de lo estúpida que era aquella pregunta.
-¡No hay tiempo para esto!- exclamó el agente Thomas- ¡tenemos que rescatar a Dana! Sirius, ya te arreglarás con Hardman cuando volvamos. Ya que estás aquí entra y por Dios, no la cagues-.
Sirius aún temblaba, pero sacó fuerzas de flaqueza. Se dio cuenta de que estaba otra vez en aquel edificio, aquel lugar del que había escapado hacía tantos años y al que había jurado no volver jamás. Y ahora estaba de nuevo allí. James, Harry, el encantamiento Fidelio, Azkaban. De algún modo, sintió que el círculo se había completado.
Agitó la cabeza para librarse de aquellos pensamientos. Dana. Dana estaba allí, y tenía que salvarla. Era lo único que importaba ahora.
–Esta bien, no tenemos ni puta idea de dónde están los mortífagos- dijo Thomas- Angelina, Storms, al primer y al segundo piso. Stephens y Taylor, al tercero y al quinto. Blackwood, quédate de guardia. Si suena algún comunicador o alguien trata de escapar, pide refuerzos. Sirius, tú conmigo al cuarto piso. No te quiero perder de vista. ¡Vamos!-.
Corrieron a las escaleras, y cada grupo se separó. Sirius, mientras corría, observó de nuevo su alrededor. Aquellos muros, aquellas escaleras, aquellos pasillos, todo. Ahora estaba abandonado, no había dementores, pero, de algún modo, el horror y la locura continuaban allí de cierta forma. Era como si se hubiese quedado impregnado en las paredes después de tantos siglos de sufrimiento.
"Contente" se dijo. "Contente. Hazlo por Dana".
Acababan de llegar al cuarto piso, cuando vieron que una sombra oscura se lanzaba a ellos como una exhalación. Era Sheila, pero ni Sirius ni el agente Thomas tenían por qué saberlo. Arriba, sus compañeros debían de haber encontrado a los mortífagos, porque se escuchaban gritos.
La sombra se abalanzó encima de ellos tan rápido que ninguno de los dos pudo reaccionar. Sorprendentemente, en lugar de hacerles daño, el mortífago que huía pasó entre ellos como una centella y bajó a toda prisa las escaleras.
-¡Eh!- Thomas lanzó un grito, y echó a correr tras él.
Sirius estuvo a punto de seguirle, pero se contuvo. Entre Thomas y Blackwood podrían con él y además aquel tipo parecía más ansioso por huir que por luchar. Él tenía que encontrar a Dana. ¡
Entonces lo recordó. Se dio cuenta de todo. Y se quedó helado.
–Hijos de puta… -masculló.
La celda cuatrocientos seis era la suya. En la que había estado encerrado durante doce años. Estaba en el piso cuarto. Y, aunque los pasillos y corredores eran muchos, Sirius sabía el camino. Demasiado trauma como para olvidarlo. Con un grito desesperado, echó a correr. Hacía años que no estaba allí, pero la distribución seguía siendo igual, y estaba grabada a fuego en su mente. Torció por dos pasillos, pasó junto a una garita deshabitada, y tomó el pasillo de la izquierda.
-¡Dana!- gritó.
No hubo respuesta. Sirius sintió un escalofrío. Aquel era el pasillo, la celda estaba casi al final. Ella tenía que haberle oído…Aterrado, corrió hacia el fondo, mientras las celdas numeradas pasaban unto a él como una exhalación. Cuatrocientos doce, cuatrocientos diez, cuatrocientos ocho…
-¿Dana?-.
En ese momento, llegó a la cuatrocientos seis. Lo primero que le sorprendió fue que la puerta de la celda estuviese abierta. ¿Habría escapado ella¿Se la habrían llevado a algún otro lugar?
Luego, bajó la mirada y vio lo que había en el suelo. A simple vista, parecía un montón de ropa, sucia y desgarrada. Un montón de ropa de la cual salían dos brazos pálidos y una mata de cabello castaño.
-¿Dana?- preguntó Sirius con ansiedad.
Se arrodilló junto a ella, y le dio la vuelta.
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Thomas subió al cuarto piso, agotado y furioso. Aquel hijo de puta se le había escapado delante de sus narices. Sí que corría el cabrón. Al salir por la puerta había encontrado a Blackwood inconsciente, y ni rastro del mortífago. Despertó a Blackwood, que al parecer ni siquiera había visto venir a su agresor, y luego corrió de nuevo al cuarto piso.
Entonces, al atravesar el último tramo de escaleras y llegar al lugar donde Sirius y él se habían encontrado con el fugitivo, un alarido rasgó el aire. Thomas se quedó paralizado. Tardó unos segundos en darse cuenta de que aquella era la voz de Sirius.
El primer pensamiento de Thomas es que estaban sometiendo a su compañero a la maldición Cruciatus. Echó a correr con la varita en la mano guiándose por el sonido, por aquellos gritos estremecedores que no cesaban. Entonces, llegó al pasillo de donde venía, corrió a la celda cuatrocientos seis... y se quedó paralizado.
Sirius estaba allí, con algo entre sus brazos. Gritaba sin cesar, y su voz y su rostro estaban teñidos de tal dolor y amargura, que Thomas temió que su compañero hubiese perdido la razón. ¿Y qué era lo que tenía entre los brazos? No podía ser, pensó Thomas, y se quedó paralizado. Era Dana.
La joven estaba casi irreconocible. Su piel habitualmente bronceada era blanca como la nieve, y su cabello una maraña. Tenía la ropa desgarrada y ensangrentada. Uno de sus brazos estaba roto por varios sitios, a juzgar por su extraña postura. Pero lo peor era su rostro. Lo que no estaba hinchado y amoratado por los golpes, estaba ensangrentado. La piel de sus extremidades también aparecía llena de heridas y golpes, en su mayoría infectados, y tenía la típica postura encogida de quien ha sido e expuesto repetidas veces a la maldición Cruciatus. El mango de un cuchillo, clavado hasta la empuñadura, sobresalía del lado izquierdo de su pecho. Y había tanta sangre… en su ropa, en su rostro, en el suelo y en las manos y la túnica de Sirius, que seguía gritando, ajeno a la presencia de Thomas.
El joven auror, con manos temblorosas, agarro su comunicador.
-¡Con San Mungo!- exclamó- ¡traigan un equipo médico¡Tenemos una agente en estado crítico¡Vengan ya!-.
Mientras esperaba, pensó que había sido muy optimista con lo del estado crítico. Le parecía evidente que la chica estaba muerta.
En menos de treinta segundos se aparecieron los medimagos. Traían una camilla y varias pociones de urgencia. Sirius no reparó en ellos. No sabía cuánto tiempo había estado gritando, pero finalmente se había detenido. Ahora tenía el rostro enterrado en el pecho de su novia y estaba inmóvil, incapaz de moverse. Había notado vagamente que alguien le decía algo, pero ni siquiera había levantado la cabeza. Estaba sumido en un mar de dolor y era incapaz de escuchar nada. Ni siquiera podía pensar. En esos momentos, sintió que alguien trataba de arrebatarle de los brazos el cuerpo de Dana, y lo aferró con más fuerza contra sí. No podía dejar que la separaran de él.
-¡Vamos!- oyó que decía una voz- ¡por Dios, suéltela¡No puede hacer nada por ella¡Tenemos que llevarla al hospital¡Suéltela!-.
Finalmente, Sirius levantó la vista. Entre la bruma de dolor que le envolvía, consiguió discernir que el tipo que le hablaba llevaba una bata con el logotipo de un hueso y una varita cruzados. San Mungo. Medimagos. Dana. Sus brazos se aflojaron, y vio cómo tomaban a la chica y la depositaban en una camilla.
-¿Sirius?- preguntó Thomas, temeroso.
Sirius se giró hacia Thomas con la mirada perdida, sin decir nada. El joven auror sintió un escalofrío. En la mirada de su compañero había dolor y confusión por igual, como si tras haber dejado de gritar hubiese perdido el contacto con la realidad.
"Está conmocionado" comprendió Thomas."Está en estado de shock. Tengo que llevármelo de aquí".
Agarró a Sirius por el brazo, y se dispuso aparecerse en San Mungo con él. Para su sorpresa, Sirius se dejó llevar dócilmente. Parecía que ni siquiera estuviese allí.
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En el vestíbulo de San Mungo, Remus esperaba. Sabía que, viva o muerta, herida o ilesa, sería allí a donde llevarían a Dana cuando la encontraran.
Había salido del Centro de Aurores aprovechando el revuelo que armó Hardman cuando descubrió que Sirius se había ido con los otros aurores. Aún no podía hacerse a la idea de lo de Sheila. Todo había sido una mentira. Todo. Ella no le amaba, nunca le había amado, ni le había aceptado jamás por como licántropo. No había mantenido una relación con él por amor, sino como parte de una misión para infiltrarse en el ambiente de Sirius y Dana. Todo había sido una farsa, y él, ciego de amor, no había hecho más que ayudar a montarla.
"Debería haberlo sospechado desde el principio" pensó con amargura" que una mujer supiera que soy licántropo y lo aceptara tan fácilmente. No lo hizo por amor, sino porque era parte de su misión. Nadie es capaz de amar a un hombre lobo. Nadie me amará, jamás. Y yo soy un estúpido por creer que era posible".
Por enésima vez en aquel día, las lágrimas acudieron a sus ojos, pero esta vez no las retuvo. Estaba a solo. Dejó fluir sus sentimientos, y rompió a llorar con desconsuelo. Qué estúpido había sido, por Dios. Qué grandísimo idiota.
Entonces, algo le hizo levantar la cabeza y olvidar su dolor momentáneamente. Varias personas se habían aparecido en el hall de súbito. Dos aurores, varios medimagos y una camilla. El corazón de Remus dio un vuelco, y el hombre lobo comprobó que su intuición había sido acertada cuando distinguió en la camilla las facciones deformes de Dana. Al darse cuenta de lo que acababa de ver, quedó paralizado. ¿Eso era Dana? Por Dios¿qué le habían hecho?
Mientras la camilla desaparecía en dirección al cuarto piso, Remus advirtió la presencia de Sirius. Se dio cuenta de que su amigo no gritaba ni se lamentaba, sino que tenía la mirada perdida. Aquello le asustó aún más.
-¡Sirius!- exclamó, yendo hacia él.
Sirius le miró, y en sus ojos brilló una leve chispa de reconocimiento.
–Remus… -dijo en un susurro, y fue incapaz de decir nada más. Remus, horrorizado, abrazó a su amigo, que no respondió al abrazo y se quedó inmóvil.
–Creo… creo que está en shock- dijo Thomas en voz baja- él fue quien encontró a Dana. Le… le encontré gritando. Parecía haberse vuelto loco. Luego se calló, y no ha dicho una palabra desde entonces-.
–Está bien, Thomas- dijo Remus- yo me ocuparé de él-.
–Bueno… -Thomas se sentía incómodo invadiendo el dolor de aquellos hombres- yo… yo me voy. Espero que Dana sobreviva-.
Mientras el joven auror desaparecía, Remus condujo a su amigo hasta los asientos donde él había estado esperando hasta hacía unos momentos. Sirius se sentó con docilidad, como si no fuera consciente de lo que hacía. Remus le puso una mano en el brazo.
–¿Sirius?- preguntó.
El animago no respondió. No parecía ni darse cuenta de dónde estaba. Y Remus sintió que se le rompía el corazón por segunda vez en el mismo día.
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¿Fueron años¿O meses¿Semanas, tal vez¿O fueron horas? Sirius nunca lo sabría. Lo último que recordaba era haber dado la vuelta a aquel cuerpo, y haber visto a Dana. Su amada Dana. Desgarrada, rota, ensangrentada y pálida. Le había gritado que despertara. La había sacudido. La había llamado por su nombre, y por todos los nombres cariñosos que usaba con ella en la intimidad. Le había gritado en inglés y en español. La había abrazado y la había besado en aquellos labios, tan fríos que en lugar de parecer carne humana asemejaban más bien a los de una estatua de mármol. Pero nada de eso había funcionado. Entonces, un dolor insoportable se había adueñado de su alma… y ya no podía recordar nada más.
Lo siguiente era estar allí, en el hospital, junto a Remus. Sentía la presencia de su amigo, pero no escuchaba con claridad sus palabras. No le importaban. Nada le importaba ya. No tenía forma de notar cómo pasaba el tiempo, ningún modo de medirlo. En la bruma de dolor que le envolvía, no era capaz de distinguir nada. Su parálisis sólo se rompió cuando escuchó una voz que le llamaba desde la lejanía.
-¿Es usted el señor Black? Señor¿es usted familiar de la joven que han traído de Azkaban?-.
Al escuchar aquellas palabras, Sirius finalmente reaccionó. Levantó la mirada, para encontrarse con la de un medimago de cabellos blancos, bigote, y aspecto entre profesional y compungido. Se levantó lentamente.
–Soy su prometido-.
-Señor Black, lamento tener que darle malas noticias-.
-Está muerta- dijo Sirius. No era una pregunta.
-No, no ha muerto- replicó el medimago.
Sirius sintió unja súbita emoción en el pecho que se apagó al instante.
–Usted dijo que eran malas noticias-.
-Bueno… - el medimago suspiró- está viva, pero se encuentra en estado de coma. No responde a ningún estímulo externo. Tenía golpes, heridas y contusiones varias, y un brazo roto. No hemos tenido problemas con nada de eso, pero… la hoja del cuchillo pasó a sólo dos milímetros de la arteria aorta. Sólo un poco más y no habríamos podido hacer nada. Fue una suerte que la trajeran tan rápido. Sin embargo, ha perdido mucha sangre, y ha sido sometida muchas veces a la maldición Cruciatus, lo cual le ha causado daños internos. Le administramos poción reabastecedora de sangre, pero… ignoramos hasta qué punto ello le ha causado daño cerebral. Es obvio que lo hay, porque si no, no habría caído en coma profundo como está ahora, pero desconocemos su magnitud. Todo lo que podemos hacer es mantenerla en constante vigilancia y administrarle poción reabastecedora y revitalizadora, pero no sé si será suficiente. Todo depende, como digo, de hasta qué punto los daños y cerebrales hayan sido causados. Puede que muera, puede que despierte y se recupere… o puede que despierte sin cordura. No hay forma de saberlo. Lo siento-.
Remus casi pudo oír cómo el corazón de Sirius se quebraba en mil pedazos. La parálisis del animago se desvaneció. Las palabras del médico cayeron sobre él como una losa, y por primera vez desde que había hallado a Dana en su celda fue consciente de lo que estaba pasando. Miró al medimago con ojos horrorizados.
–No- gimió.
El medimadgo pareció entristecerse.
-Lo siento mucho, señor Black…
-¡No!- gritó Sirius, desesperado- ¡No¡No¡No¡No!-.
-Sirius… -Remus comenzó a decir algo, pero, antes de que pudiera pronunciar una palabra más, Sirius lanzó un grito angustiado, dio media vuelta y echó a correr.
-¡Sirius!- exclamó Remus, angustiado.
-Es mejor que le deje solo- le dijo el medimago con tristeza- ya he pasado otras veces por estas situaciones. Necesita tiempo-.
Sirius se metió en la primera sala vacía que encontró. Era una sala de espera, pero no había nadie. Cerró la puerta con un hechizo. Luego, se abalanzó contra la pared y comenzó a golpearla con furia, como si de ese modo pudiese matar el dolor que llevaba dentro.
-¡Nooooo!- de la garganta de Sirius brotó un grito desconsolado para disolverse en sollozos histéricos. De pronto, las fuerzas lo abandonaron. Llorando, se dejó caer sentado apoyado en la pared y enterró la cara en las manos.
-¡No!- sollozó- Dana, no puedes hacerme esto, no puedes dejarme ... Dana, por favor... p… por favor, no…
Su voz volvió a ser engullida por el llanto. Ya no dijo nada más y se quedó allí, sentado en lesuelo, llorando a gritos, a pesar de que sabía que ni todas las lágrimas del mundo serían capaces de mitigar aquella pena.
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Le pareció increíble, pero, al abrir los ojos sobresaltado, comprendió que debía haberse adormecido. Con paso vacilante, recogió su varita, abrió la puerta, y salió de la sala. ¿Qué hora sería? Le dolía la espalda. Avanzó lentamente, hasta que llegó de nuevo a la sala de espera. Remus no estaba por allí, pero distinguió al medimago de cabello blanco que le había dado la funesta noticia.
-¡Oiga!- exclamó, yendo hacia él.
El hombre se volvió.
-¿Dónde... dónde está Dana?- preguntó Sirius- la chica que llegó de…
-Sé quién es usted- dijo el medimago- está… bueno, en realidad no sé si debería verla aún…
La mirada de Sirius hizo que finalmente se decidiera. Al diablo, pensó. De todos modos esa chica no iba a despertar, era lo más seguro, estaba hecha pedazos. Tal vez sentir a su novio junto a ella la ayudara. Y, de todos modos, era muy injusto no dejar que aquel hombre pasaras las últimas horas junto a ella.
–Piso cuarto, habitación doce. Individual, como su amigo me sugirió. Encontrará una silla junto a la cama-.
-Gracias- contestó Sirius en voz baja.
Subió las escaleras a paso ligero, anhelando verla, esperando absurdamente encontrarla despierta y aguardando su presencia. Se miró de refilón en un espejo del descansillo al subir.
"Estoy hecho mierda" pensó. No había tenido aquella cara desde que salió de Azkaban. Aquella prisión no obraba muy bien sobre su aspecto físico.
Llegó a la habitación doce, que estaba cerrada, y entro. Era una sala de tamaño mediano y agradable. La mayoría de habitaciones del hospital San Mungo estaban iluminadas por lámparas redondas que proporcionaban una luz amarillenta, pero esta gozaba de luz natural. Una ventada, cubierta con visillos blancos, dejaba entrar la claridad diurna. Había una pequeña mesita al fondo, un cuarto de baño en un costado, y en el centro, una cama. Allí estaba Dana. Tenía varios tubos conectados al brazo, que le suministraban pociones de los goteros colgados sobre el lecho. Sus constantes vitales aparecían señaladas mágicamente en dos pantallas a los pies de la cama. Sirius acercó la silla que había junto a la mesa, y se sentó junto a ella.
Dana estaba muy pálida. La sangre, los moratones y las heridas habían desaparecido gracias al arte de los medimagos, su rostro aparecía limpio y sin mácula. El cabello estaba limpio y desenredado, y su brazo curado y en perfecto estado. La expresión de su rostro era serena y pacífica. Como si estuviera durmiendo.
–Dana… -susurró Sirius, tomándola de la mano, y no pudo añadir nada más. Su novia, la única mujer a la que amaba, estaba muriéndose. Por su culpa. Ella había realizado el encantamiento Fidelio para protegerle. Para evitarle todo el dolor y el horror por el que ella había pasado. Había aguantando horas de tortura sin hablar, por él. Y ahora se encontraba en algún punto entre la vida y la muerte, como un navío a la deriva, por él. Y él no podía ya hacer nada para ayudarla.
Rompió a llorar de nuevo, pero no como antes, en un llanto histérico y desesperado, sino de forma suave, amarga, deseando con todas sus fuerzas ocupar el lugar en el que ella se encontraba.
Cuando Remus entro, vio a su amigo inclinado en la silla, con la cabeza apoyaba sobre la mano de Dana. Por un momento creyó que estaba dormido, pero, al oír el sonido de los pasos, Sirius levantó la cabeza.
–Creía… -empezó Remus.
–Estoy despierto- contestó Sirius con tristeza. Remus se acercó.
-Lo siento mucho- susurró- siento mucho todo esto. Ojala pudiera hacer algo-.
–No es culpa tuya-.
Remus sintió una punzada de remordimiento. ¿No era culpa suya¿Quién le había contado lo del encantamiento Fidelio a Sheila¿Quién se había dejado engañar por ella? Comprendió que tendría que decirle la verdad a Sirius, pero le daban tanto miedo…
-Tengo que avisar a sus padres- dijo Sirius, volviendo a mirar a Dana con expresión angustiada- alguien tiene que avisar a su familia-.
–Le diré a los del hospital que se pongan en contactos con ellos- respondió Remus con rapidez- están para ese tipo de cosas. Bastante duro será darles la noticia, y tú ya has pasado por bastante-.
–Remus… -comenzó Sirius, pero el licántropo no le dejó seguir.
–Ya sé lo que vas a decir- dijo con seriedad- y no lo acepto. No me vengas con el cuento de que fue culpa tuya. No lo fue-.
Sirius esbozó una sonrisa triste. Remus era una de las personas que mejor le conocía en el mundo.
–¿Para proteger a quién hizo el encantamiento Fidelio?-.
–Para proteger a Harry- dijo Remus con firmeza.
–Y una mierda. Sabes perfectamente lo que pasó. Te lo contamos. Ella y Harry hablaron… los dos tenían el presentimiento de que algo iba a fallar. Por eso hicieron el hechizo. Lo hicieron para protegerme-.
–Sirius, eso sólo era una corazonada, no le des más importancia de la que tiene-.
–Pero el caso es que acertaron¿no es así?- replicó Sirius con amargura- ella pensó que algo saldría mal, y se cambió por mí. Soy yo quien debería estar ahí tendido. Yo. No ella-.
–Las cosas son como son, Sirius. No podemos hacer nada para cambiarlas. Ahora sólo queda esperar a que se ponga bien-.
–Claro. La molieron a golpes, le rompieron un brazo, le rajaron todo el cuerpo, la sometieron a la Cruciatus y le clavaron un cuchillo. Pero a ahora sólo queda esperar a que se ponga bien-.
Remus miró a Sirius con tristeza. No habría forma de hacerle razonar en el estado en que se encontraba.
-A propósito¿qué tal Sheila?- inquirió Sirius, volviendo su mirada de nuevo hacia Dana- deberías avisarla. Tal vez quiera venir a verla. Se llevaban bien-.
Remus sintió que se le cerraba la garganta. ¿Qué iba a contestar a eso? Sirius, extrañado por su silencio, levantó la vista, y vio la expresión de su amigo.
-¿Remus?- preguntó- ¿por qué me miras así¿Pasa algo con Sheila?-.
Remus se puso blanco.
–Remus, dime qué pasa- insistió Sirius, levantándose- ¿habéis roto¿Hay algo que no me hayas contado?-.
–Yo… -Remus tragó saliva. Se dio cuenta de que no podía seguir ocultándolo- sal fuera conmigo un momento, por favor-.
Sirius pareció reticente a dejar sola a Dana, pero finalmente se levantó.
–Ya no estamos juntos- le confesó Remus cuando salieron al pasillo.
-¿No?- preguntó Sirius, sorprendido- ¿por qué¿Qué ha pasado?-.
–Ella… -"dilo de una puta vez, cobarde"- ella no estaba conmigo por amor, Sirius. Era una mortífaga. Ella fue quien entregó a Dana-.
Sirius se quedó helado.
-¿Qué?-.
–Se lió conmigo sólo para sacar información. Pero esta mañana se arrepintió, vino a casa y me dijo dónde estaba Dana. Por eso lo averigüé. ¿No te lo habías preguntado?-.
Sirius le miraba con una mueca de incredulidad. Recordaba lo sucedido en el Centro de Aurores, pero después de lo que había pasado con Dana, lo había olvidado.
–Pero… ¿cómo… cómo pudo saberlo?-.
–Sirius… -a Remus se le hacía cada vez más difícil hablar- yo… yo le dije que ibais a hacer el encantamiento Fidelio. Después de la final de quidditch. Supongo que después no tuvo más que atar ca…
-¿Tú?- Sirius se le quedó mirando como si no le conociera- ¿se lo dijiste tú?-.
–No sé cómo averiguó que Dana era el Guardián Secreto, pero sí, fui yo quien dijo lo del encantamiento Fidelio. Lo siento-.
-¿Qué… que lo sientes? Remus¿sabes lo que has hecho?-.
La voz de Sirius temblaba. Remus se puso a la defensiva.
–Obviamente no sabía que era una mortífaga-.
-¿Para qué coño le dijiste nada!- exclamó Sirius, alzando la voz- ¡se supone que no tenías que decir nada!-.
-¡Oye, no le dije que se trataba de Dana! No sé cómo…
-¿Has oído hablar de la Legilimencia, capullo?-.
-¡He oído, sí¡Por eso precisamente sé que si de verdad fuera legilimente, habría averiguado lo de Dana aunque yo no le hubiera dicho lo del Fidelio!-.
-¡Ah, muy bien, gracias por ponerle las cosa fáciles¿Tengo que darte también las gracias por meter a esa puta en nuestro grupo?-.
Remus se encendió al escuchara quellas palabras. Sabía que Sirius estaba herido, pero se estaba comportando de un modo injusto, atrozmente injusto.
-¡No eres el único que está sufriendo, por si te interesa!- exclamó- ¡la mujer a la que amaba ha resultado ser un fraude¡Y me parece injusto que hables así de ella, cuando de no ser por Sheila Dana aún estaría en Azkaban¡Y fue ella quien impidió que Peter la vio…
Se tragó las últimas palabras, consciente de lo que habáis estado a punto de decir. Pero ya era tarde. Sirius le miró con la cara desencajada.
-¿La qué?- gritó- ¿qué Peter la qué?-.
–Sirius… -balbuceó Remus, asustado.
–¡Dime qué le hizo ese hijo de puta!- gritó Sirius, agarrando a Remus de los brazos- ¡Dímelo!-.
Remus no tuvo más remedio que responder.
-Intentó violar a Dana. Sheila se lo impidió-.
–Peter… trató… de… -Sirius soltó a Remus y dio un paso atrás. De pronto, toda la furia parecía haberse desvanecido. Tras unos segundos, levantó de nuevo la vista.
-¿Le hizo daño?- preguntó en voz baja.
-Sí, Sirius- contestó Remus con voz ahogada- le hizo daño-.
Sirius se apoyó contra la pared. Toda la ira había desaparecido. Aquella revelación parecía haberle dado el golpe de gracia.
–Dios mío… -susurró. Se llevó las manos al rostro.
-Sirius…
-No, Remus, déjame- Sirius se apartó de él y se dirigió a la puerta de la habitación- te lo digo en serio, déjame. Desaparece de mi vista-.
Remus contempló con tristeza e impotencia cómo la puerta se cerraba ante sus narices. Oyó el llanto de Sirius, amortiguado tras las paredes de la habitación, y, maldiciéndose a si mismo, dio media vuelta y se alejó de allí.
–Sheila- susurró.
¿Odio¿Amor¿Rabia¿Tristeza? Era incapaz de discernir lo que sentía en esos momentos.
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Sirius se limpió las lágrimas y observó a Dana. Pronunció su nombre en voz baja, como si hacerlo le doliera. Luego, la tomó de la mano.
–Si mueres, moriré contigo- susurró- te lo juro-.
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(1) Proverbio latino: "recuerda que has de morir" o "recuerda que eres mortal". Tradicionalmente, los filósofos romanos se lo repetían a los emperadores, que se creían dioses y por tales eran tomados por el pueblo.
