Prólogo

Hephaistión se removió con suavidad y alzando las mantas doradas se levantó del lecho con colgaduras púrpuras y caminó hasta las amplias vidrieras que reflejaban la tenue luz solar con infinidad de colores, ya amanecía entre las hermosas laderas de Persépolis. Su rostro no denotaba cansancio alguno, desde Siwah que velaba el sueño de Alexándros turbado por pesadillas que achacaban a las respuestas dadas por el oráculo, su expresión era grave o de "múltiples pensamientos filosóficos" como la denominaba riendo el rey, sin saber que una expresión similar también adornaba su rostro, aún al dormir y con justa razón ya que sobre sus hombros pesaban grandes preocupaciones relacionadas con la expedición, todas las vidas y sueños de los acompañantes y la infinidad de demonios que lo acompañaban desde la infancia, a todo eso faltaba añadir las apremiantes misivas de la reina madre llenas de consejos interminables. El día daba comienzo pero no se atrevía a despertarlo, acercándose miró su rostro pálido que ni el brillante oro de sus cabellos lograba atenuar, Hephaistión sonrió, podía pasarse noches completas sólo observándolo dormir, tanta falta le hacia y tan poco descansaba, hizo ademán de acariciar sus labios que eran alegres, tiernos, huraños y tan cambiantes como su carácter pero prefería verlo descansar y se quedó así viéndole.

- Cuando tú vigilas, puedo dormir.

Hephaistión parpadeó y se encontró con unos ojos grises de mirada profunda que sonreían.

- Te dormías y ni te diste cuenta – Rió Alexándros y atrayéndolo lo besó con inusitada suavidad.

El contacto de sus labios despejó cualquier cansancio que sintiera y acariciando uno de sus hombros le dio los buenos días devolviéndole el beso con fervor, con los ojos cerrados aspiraba su aroma mientras sentía bajo su cuerpo los músculos de Alexander tensarse y siempre sus labios llenos y cálidos.

Alexándros jadeó acariciando su espalda, tratando de atraerlo más en un gesto de posesión y pasión mientras sus labios seguían unidos buscándose con pasión, sintiendo a Hephaistión tan suyo tocándole, quitándole la túnica, sometiéndolo con sus gestos y ese ardor incontenible. Alzando uno de sus brazos lo tomó por las caderas apartándolo de sí, y sonriendo siempre ascendió por su pecho lamiendo sus tetillas, rozando a propósito su miembro y mirando sus ojos que eran fuego puro, ante esto Hephaistión acarició sus nalgas y echó la cabeza hacia atrás respirando con agitación sintiendo que su piel se erizaba mientras mordía los labios de su amante.

Ambos jadeaban acariciándose sin descanso, a lo lejos cantó un ruiseñor y ya se oía la agitación en persépolis, pero a ninguno le importaba, tampoco el hecho de que el consejo llevara una hora esperando.

El rey acarició sus muslos entre iba acercando su miembro de manera inexorable, el nuevo Patroclo humedeció sus labios, en unos segundos estaría en el Olimpo. Unos pasos llegaron amortiguados por la alfombra y abrió los ojos contrariado, su amante se mantenía rígido sobre sí con su delgado cuerpo de atleta en tensión, también oía lo que su compañero y agradecía que los cortinajes les mantuviesen ocultos a miradas indiscretas.

- Alguien viene – Hephaistión lo empujó sobre el lecho y cubriéndolo con las mantas se puso la túnica, ante esto Alexándros protestó pero un beso ardiente y fugaz lo calló.

- ¿Alexándros? – la voz suave e impersonal de Ptolomeo se oyó cerca de ellos.

El gran visir se incorporó y llevándose el dedo a los labios le indicó silencio.

- Aún duerme – susurró.

- Hoy es día de consejo – replicó el medio hermano del rey.

- Lo sé, pero pensé que sería bueno dejarle descansar.

Éste asintió y Hephaistión no advirtió su gesto de contrariedad, personalmente no tenía nada en su contra pero podía ser tan detestable con esa arrogancia que afloraba siempre que hablaban de Alexándros. No era tonto y reconocía sus virtudes, todos los macedonios, incluso los persas sabían quién y qué era por lo mismo no necesitaba explayarse sobre ello mas de lo necesario; Alexándros era su medio hermano y su rey, sin embargo, casi no le reconocía.

- Que descanse entonces…- musitó y se retiraba cuando Kassandros irrumpió en la habitación con su desparpajo habitual.

- ¿Qué? ¿Aún está dormido? Llevamos casi dos malditas horas esperándole.

Hephaistión se cruzó de brazos y le dirigió una mirada gélida, a la que Kassandros respondió con una de abierto desafío. Ptolomeo había oído rumores sobre la rivalidad de ambos y decidió salir, no deseaba presenciar eso.

- Él es tu rey – comenzó Hephaistión.

Kassandros rió entre dientes y replicó:

- No te atrevas a darme un sermón, no soy un subalterno cualquiera.

Alexándros les oía y presintiendo la tormenta se colocó una túnica y abriendo las colgaduras les miró a ambos.

- ¿Ya amaneció? Creo que me dormí, estaba exhausto.

La mirada de Hephaistión se dulcificó, de su oponente en cambio, se oscureció y exclamó con velado reproche:

- Deberías descansar más.

-¿No eras tú el que decía que estaba cansado de esperar? – Le espetó Hephaistión.

Éste le lanzó una mirada llena de veneno y se apresuró a contrarrestar:

- Sí. Y también me pregunto por qué Alexándros se queda dormido precisamente cuando tú vigilas su "sueño".

- Bastardo ¿Que es lo que tratas de insinuar?.

- Basta.- Alexándros se situó en medio de ambos – No toleraré que hablen de mí cuando estoy presente, Hephaistión, Kassandros…El consejo nos espera a los tres.

Acto seguido caminó hasta una tinaja situada en medio de la habitación y desnudándose se sumergió en el agua, como por arte de magia aparecieron dos criados persas que le ayudaron a asearse, si fuera por intimidad cualquiera de ellos podría haberle ayudado en su baño matinal, pero Alexándros era ahora rey de Persia. Los dos hetairoi se miraron mientras su rey se adelantaba, tras vestirse, y un pensamiento similar paso por sus mentes al verlo alejarse. Él continuaría entregado febrilmente a sus actividades y ellos seguirían asistiéndole ya que así había sido desde antes y era su deber como generales macedonios y miembros del selecto grupo de compañeros que habían salido llenos de sueños desde Pella.

Mieza

Los aromas del bosque de Eordea se expandían en la residencia de Mieza, la academia de Aristóteles fundada gracias a la munificencia del Rey Phillipo que veía en esos adolescentes como una prolongación de sus ambiciones y los instruiría con el mejor filósofo, para la expansión de Macedonia, así llenos de regocijo los chiquillos avanzaban entre los abetos y las hierbas aromáticas. El lugar estaba ubicado al oeste de Pella en las laderas del monte Bermión.

- Miren esa es la casa del Filósofo.

Alexándros no prestaba atención, se sentía especialmente nervioso al caminar junto a Hephaistión, llevaban poco tiempo de conocerse y aún se turbaba en su presencia, además rememoraba sobre sus antiguos tutores: Leónidas, pariente de su madre y simplemente insoportable en su austeridad, Apiro que le forzaba a correr en medio del calor abrasador y el frío invierno, también estaba Filipo joven discípulo de Antístenes, pero entre todos ellos destacaba Lisímaco que fuera quién le enseñara a apreciar la poesía y la cultura además de ahondar en el mito de Aquiles.

- El fue parte de la academia Platónica "Heraclidas de Heraclea" – Ptolomeo se ufanaba de sus conocimientos, era uno de los mayores al contar con 20 años, le seguía Phillotas con 25 y Cráteros con 17 años, todos los demás eran menores y sus edades fluctuaban entre los 13 y 15 años.

¿De qué hablaban? Ah sí, de Aristóteles de Mitilene, él sentía enorme curiosidad por conocerlo y sólo reparó en él al tenerlo en frente. Unos inquietos ojos negros lo estudiaban, Alexándros se sintió desnudo y con el alma expuesta pero correspondió a ese estudio sin vacilar ante lo que el sabio sonrió, sin duda él era el hijo del rey y sentía su pasión además de un espíritu ávido de conocimientos.

- Bienvenidos a Mieza, jóvenes – exclamó junto a sus dos ayudantes.

Todos quedaron impresionados por la afabilidad de un hombre que consideraban tan encumbrado como Leónidas, del cual Alexándros siempre se quejaba, y se les aparecía lleno de entusiasmo y ansioso por adoctrinarlos.

- Te reconoció enseguida – sonrió Hephaistión.

Éste se ruborizó, Kassandros se adelantó y exclamó con jactancia:

- Es natural, la sangre real se hereda ojalá también lo fuera la sensatez.

Sus compañeros optaron por callar, el hijo de Antípatros, uno de los comandantes mas antiguos y fieles del padre de Alexándros, era un envidioso y siempre estaba pendiente hasta del más mínimo movimiento del príncipe como dispuesto a saltarle al cuello y nadie sabía con qué intenciones. Alexándros se encogió de hombros, no ignoraba que Kassandros seguía cada uno de sus pasos y de momento no quería ahondar en la razón de esa actitud. A sus 13 años comprendía muchas cosas que no se expresaban con palabras, él mismo temía descorrer la máscara de algunos pensamientos que no le dejaban dormir tranquilo: se preguntaba si los deseos de su padre eran realmente que elevara sus aspiraciones y pensamientos con Aristóteles o solo quería mantenerlo alejado de Olympias el mayor tiempo posible.

Hephaistión pareció adivinar su preocupación, conocía bien las expresiones de su amigo y palidecía intensamente cuando pensaba en su madre.

"Mis padres se odian" le había confesado una vez lleno de dolor ante ello.

- Aquí estamos solo nosotros – exclamó al tiempo que tomaba su morral para cargarlo junto al suyo, como respuesta éste esbozó una sonrisa de confianza, deseaba hablarle más pero temía que su charla sonara intrascendente o cansara a su amigo.

En la habitación Pérdicas y Lisímaco saltaban en las literas, no habría privilegios ni recámaras separadas en una clara señal de que todos serian iguales. El hijo de Amyntor miró algo contrariado aquello, secretamente hubiera deseado estar a solas con su amigo para que éste no se cerrara y le hablara más sobre sus planes e ideas, íntimamente quería tenerlo sólo para él y aprovechaba cada ensimismamiento de Alexándros para rozar su piel o sus cabellos.

- ¿Qué ubicación quieres? – Le preguntó mientras caminaban a las últimas literas.

A pesar de ser mayor por meses no se sorprendía de que sus sentimientos fueran especialmente intensos hacía Alexándros, era algo común que dos muchachos se sintieran atraídos y la belleza del hijo de Olympias era evidente al igual que la suya. Frecuentemente al escaparse como simples niños del palacio, recibían señales inequívocas de ello al recibir propuestas muy alejadas de su inocencia, de esa forma aceptaba que estar juntos sería su destino.

- Dormiré en la litera de abajo, así si me desvelo podré salir a caminar sin despertarte.

Aquella respuesta alarmó a Hephaistión y asintiendo colocó su morral arriba.

- Sabes que puedes despertarme cuando eso pase.

Alexándros sonrió pero su sonrisa se esfumó al toparse con la mirada acerada de Kassandros, había algo oscuro en él, pese a tener la misma edad parecía peligroso, en sus manos sostenía un cuchillo para tallar madera. En las otras camas la mayoría de los jóvenes dormían ya que el viaje había sido especialmente fatigoso y la primera clase no sería hasta la mañana siguiente. Sentándose en la cama pensó en su madre, la reina se sentiría muy sola en Pella y esperara que su padre la tratara bien, levantándose vio que Hephaistión dormía. Afuera los recios pasos de Cleitos despejaban sus temores, quitándose la túnica se metió en la cama, su amigo tenía razón ellos estaban ahí alejados del control familiar y suspirando cerró lo ojos.

El viento silbaba entre los abetos y le pareció que había dormido bastante y apoyando mas la cabeza en la almohada deslizó una mano bajo ésta y suspiró sabiendo que si abría los ojos no volvería a dormirse por lo que decidió no prestarle atención a los gemidos del viento que parecían llamarlo. Sin embargo, un leve tirón de un mechón de sus cabellos lo desconcertó y sintió una presencia atrás suyo, sonriendo pensó que quizás Hephaistión había sentido frío y, volteándose abrió los ojos y una mano se posó en su boca.

- No grites – susurró Kassandros deslizando la navaja por sus cabellos.

Alexándros sintió pánico, él no quería que viniese a Mieza como tampoco Phillotas, ya que de ambos circulaban rumores muy ajenos a los del resto y para nadie era un secreto que el hijo mayor de Parmenión era uno de los favoritos de Phillipo. Alterado miró a los demás pero nadie pareció reparar en ellos, en la litera del lado Seleuco se dio vuelta y ambos siguieron sus movimientos con tensión.

-¿Serias menos perfecto si arranco tus cabellos o los corto? – rió quedamente Kassandros una vez que Seleuco volvió a roncar.

Alexándros frunció el ceño y Kassandros sacó la mano de su boca sabiendo que no gritaría.

- Hazlo y compruébalo – siseó con la garganta seca y tratando de mantener la sangre fría que era una de sus habilidades desde muy niño.

- ¿Para que me acuses ante todos?.

- ¿Quién crees que soy? – Respondió con hosquedad -Ya estás aquí.

Kassandros lo miró y nuevamente percibió esa oscuridad, antes de darse cuenta acercó sus labios a los del muchacho y los presionó contra los suyos, éste respiró agitado y sintió como un mechón de sus cabellos era cortado

- Lo guardaré como un recuerdo – Deslizándose entre las mantas regresó a su litera.