La Boda

Olympias se paseaba como una leona herida por sus habitaciones privadas, Cleopatra de gráciles miembros y largos cabellos rubios la miraba con temor mientras una de sus nodrizas la peinaba preparándola para el banquete, delicada y sencilla la niña se asemejaba mucho a su hermano y lo extrañaba tanto por que junto a él podía hacer lo que quisiera sin tener que oír los gritos de su madre después; también extrañaba a Pérdicas, uno de los amigos de Alexándros, ambicioso y siempre amable con ella lo prefería mil veces a los innumerables pretendientes que maquinaba Olympias, hombres mucho mayores con enormes fortunas y excelentes posiciones políticas que beneficiaban el círculo de espías de su madre pero amenazaban con repetir el infortunado matrimonio de ésta.

- Ni siquiera responde mis cartas – exclamaba tirándose con irritación uno de sus rizos, Cleopatra fingía no oírla y lo mismo hacían las criadas que tras poner sus vestidos en la cama se marcharon silenciosas.

Se aburría allí sin intrigas y sabiendo que el poder sobre su hijo pendía de un hilo, más le valía al filósofo no incitarle con ideas revolucionarias como las que albergaba de las ciudades estado o la locura de mantenerse casto y dedicarse a la meditación. Bastantes problemas tenía convenciéndolo de buscar una macedonia como para que regresara convertido en un monje, con toda esa retahíla de quejas trataba de esconder que lo necesitaba y extrañaba más que si hubiese sido un amante, sus brazos no estrechaban a Cleopatra con el mismo ardor, Alexándros era su salvador y en él depositaba todo su amor perdido entres venganzas y despechos.

La niña miró con sus ojos azules, en el balcón jugueteaban unas golondrinas y eran libres, su hermano pronto lo sería y rogaba a Zeus de que no se olvidara de ella también, perdido entre esos montes boscosos con sus amigos, con Hephaistión que lo absorbía y con el mismo sueño que ella tenía: volar muy lejos.

- ¿Aún no se han vestido? – Bramó Phillipo irrumpiendo y encontrándolas con igual mirada de tristeza, acercándose a Cleopatra la levantó en sus brazos y mirándola con su único ojo, le sonrió – No aprendas de tu madre, recuerda que la mitad de tu sangre es argéada.

- Sí, padre – respondió tímidamente Cleopatra.

Phillipo rió sonoramente, Olympias se levantó como impulsada como un resorte y a medio vestir se acercó para decirle con esa voz profunda:

- A ella puedes decírselo y sabes que es verdad, es tu hija…- sus ojos se entornaron malévolos.

El rey bajó a la niña, ésta presintiendo una vez más la discusión se escabulló a un rincón, no quería oír otra vez esa historia de Zeus descendiendo del olimpo, no quería oír que Alexándros no era su hermano.

- Estás loca, mujer, tus serpientes te han enajenado.

Olympias echó la cabeza hacia atrás y deslizando sus manos por su cuerpo prosiguió:

- Tus bastardos también llevan la sangre de Heracles, pero Alexándros es Aquiles y Zeus es su padre, no tú: borracho y tuerto además de repulsivo ¿crees que mantenerlo lejos lo alejará de mí? Su corazón y su alma son míos, él es mi venganza contra tus abusos.

Phillipo se acercó con violencia y sacudiéndola le gritó:

- Cállate y vístete, el banquete va a comenzar y estarás ahí, me vas a obedecer.

-¿Para ver a tus generales comer? ¿Para que mi opinión política no sea escuchada? No iré, lleva a una de tus rameras y a alguno de tus bastardos – alzando las cejas estiró el brazo y empujándolo susurró: - Fuera, no saldré hasta que sepa que Alexándros está recibiendo mis cartas y reciba una respuesta.

Orgullosa, volvió al lecho y tomando a una serpiente la acarició mientras sus ojos se volvían al monte Bermión. Cleopatra se limpió las lágrimas y poniéndose la túnica simple se deslizó por entre los cortinajes en busca de Phila, hermana de Kassandros y su mejor amiga que extrañaba al vástago de Antípatros tanto como ella a Alexándros.

Las luces del cielo se destacaban cada vez más, las de Pella, con sus antorchas y ajetreo se encendían para marcar otra noche de banquetes y celebración, a eso se dedicaba el rey cuando no estaba en sus campañas ya que así mantenía a sus hombres contentos y se enteraba de todo cuando se iban de lengua por el vino. Kassandros sabía que su padre estaría en las reuniones como siempre o en su despacho, que Phila, Nicaea y Euridice discutirían acerca de los jóvenes más prominentes de Macedonia y que Yolas soñaría con ser un héroe, como Alexándros.

Sentado en la ladera del monte en Eordea divagaba y no extrañaba a sus hermanas ni a su hermano, quizás sí a Estratonice quién se convertiría en esposa de Parmenión, era la mayor y la más sensata que cuidaba a sus hermanas menores y a su padre ejerciendo el papel de madre. Con la cabeza entre las rodillas pensaba en lo dicho por el príncipe y su apariencia no era de confianza, si Alexándros hablaba toda Pella sabría que su madre no era de Olinto, sino de Esparta y eso destruiría a su padre que había tratado por todos los medios de ocultar eso porque los espartanos eran unos traidores que se vendían al mejor postor y en este caso a Persia.

Filina de Esparta, hija de Antígenos y seguidora, al igual que Olympias, del culto a Dionisios había introducido a Kassandros en las ceremonias sin medir las consecuencias, era una ménade oscura y se perdía a menudo por los bosques y regiones aledañas completamente enloquecida y presagiando guerras y catástrofes asustando a los caminantes en su dialecto dorio, los espartanos se consideraban a sí mismos como heraclidas o descendientes de Heracles, al igual que Phillipo de Macedonia. La madre de Kassandros se distinguía por la belleza y fuerza que irradiaba producto de la vida militar que llevara en su ciudad, era una excelente luchadora y a menudo repetía que era bello morir en primera línea como los valientes y no irse a la retaguardia con los cobardes, desde que su hijo había nacido lo instruyó en la rígida filosofía espartana inculcándole la eugenesia que significaba "bien nacido" y su término era usado para crear y sacar lo mejor de la persona en todos los ámbitos, cuando los espartanos nacían eran presentados ante un comité de ancianos para que determinaran si era hermoso y robusto, en caso contrario eran conducidos al Apóthetas, que era una zona barrancosa al pie del monte Taigeto y los arrojaban allí. Filina educó reciamente a Kassandros y nunca tuvo ningún detalle especial, acostumbrándolo a estar solo y a no temerle a nada llevándolo de excursión a las zonas cercanas de Tracia e Iliria para que aprendiera a sobrevivir, a los siete años le asignó un tutor para que le enseñara a leer y escribir, Antípatros veía con profunda molestia como su hijo mayor iba adquiriendo la dureza de una piedra y empezaba a acostumbrarse a la rigidez espartana a la cual Filina lo sometía descuidando al resto de sus hermanos. En casa del regente la infelicidad conyugal era similar a la que vivía Alexándros en el lujo de sus aposentos reales, la madre se rebelaba ante la pasividad y simpleza macedonia y comenzaba a inquietar a todos con sus modales algo bruscos llegando a desafiar a Olympias por el liderazgo en el culto y enfrentadas ambas mujeres la reina acusó a la mujer de Antípatros de herejía y brujería entablando contra ella una verdadera guerra de mentiras tan bien urdidas que acabaron con el destierro de la hija de Antigenos, tras lo cual Phillipo debió usar toda su diplomacia para que Antipatros no cobrara venganza, pero Kassandros estaba libre de cualquier promesa y se debatía entre el amor y odio por su madre agradeciéndole su educación pero reprochándole su falta de afecto.

Un día se vengaría de los agravios contra su madre, era un soldado y un iniciado en el culto, Alexándros era un necio por no aprovechar su situación y semejanza y le molestaba su falta de acción vislumbrándolo como un filósofo más que un guerrero, sin embargo al estar allí en Mieza obligado por su padre comenzaba a conocerlo más, a sentirse intrigado por su accionar y a preguntarse que veía en Hephaistión. Para él ese chico era bello pero no tenía un daimon ni una voluntad férrea, era como un adorno sin mayor significado.

A sus trece años Kassandros se vengaba del poco afecto de Filina paseándose con descaro por los lugares mas inhabituales de Pella y seduciendo a quién quería por que podía hacerlo y así fue como llegó hasta Coroneo, maestro de equitación de Hephaistión al cual lo unía una profunda amistad, al saberlo Kassandros sedujo y hundió al joven tutor lanzando rumores sobre éste y ni todo el poder de Amyntor pudo reconstituir su imagen, Coroneo fue sacado de la ciudad y nunca mas se supo de su paradero y era ese hecho lo que había empezado a producir roces entre ambos lo que se extendía hasta el príncipe Alexándros que veía con incredulidad la abierta rivalidad que sostenían en Mieza y se preguntaba si era sólo por su semejanza física con el maestro o por que todos los que allí estaban, exceptuando Cráteros, Ptolomeo y Pillotas, en la edad de efebos.

Levantando la cabeza se secó las lágrimas con molestia, se sentía superior a los otros jóvenes y admiraba a Phillipo por su política de dar a conocer a Pella y demostrar que no eran los hermanos menores de Grecia. Los pétalos y las flores otorgaban al lugar un verdadero aire de paz y caminando hasta la residencia llegó hasta el claro y le sorprendió la belleza de la luna tras el templo dónde una vez había estado con su madre, y distinguió una silueta sentada en las ruinas, intrigado de deslizó con agilidad hacia allá y se encontró con Hephaistión, la persona que menos quería ver en el mundo.

- ¿Qué haces aquí? – murmuró con enojo, aún le dolía la sien por su culpa.

Hephaistión señaló con el dedo el bosque de pinos de más abajo y se limitó a decir:

- Espero a Alexándros.

Kassandros lo miró sorprendido ¿Ya habían hecho las paces esos dos? Sentándose al lado replicó con mal disimulado interés.

- ¿Lo dejaste bajar sólo? Eres un necio, el descenso está muy empinado y puede partirse el cráneo.

- Lo sé pero todos sabemos como es cuando quiere algo o a alguien ¿no? – respondió con sencillez.

- Hablas como si no te importara…- murmuró el hijo de Antípatros.

Ante su asombro el mejor amigo del príncipe se echó a reír de buena gana y mirándolo con malicia se puso de pie.

- Y tú hablas como todo un enamorado, te delataste, serpiente – se acercó y exclamó con lentitud: - Alexándros no está abajo, ni siquiera está aquí, te engañé…lo amas y se te nota pero mientras yo viva jamás te acercarás a él, partirte la cara me costará muy poco. No lo vas a destruir como hiciste con Coroneo, antes soy capaz de matarte.

- Imbécil, crees que lo conoces pero no sabes nada, que extraño siendo Demóstenes tu tío.

Ambos se prepararon para irse a las manos nuevamente pero una voz clara evitó que lo hicieran, Alexándros se plantó delante de los dos y mirándolos con enfado exclamó, mientras sostenía a un pequeño cachorro negro en sus brazos.

- Deténganse ustedes dos, tú eres hijo de Filina la espartana y tú madre es hermana de Demóstenes y la mía es una bruja de Samotracia ¿Y qué? Estamos aquí para aprender a ser tolerantes y no habrá secretos entre nosotros, un día conquistaremos a los persas y vengaremos a Grecia, todos somos griegos…Sólo los ignorantes se avergüenzan de sus familias o de su estirpe.

Kassandros agachó la cabeza con gesto contrito y Hephaistión miró hacia otro lado sintiendo que con esas palabras su orgullo era derrotado con un solo golpe. El príncipe los miró y su rostro cambió por completo, acariciando el cachorro murmuró:

- Coroneo de Tebas…está muerto, lo supe por mi padre hace un tiempo, era el mejor instructor y quería contratarlo para mí. Se que por él se tienen rencor y espero que con su muerte esa herida quede cerrada.

Hephaistión se adelantó y sin mediar palabra se inclinó ante su amigo llevándose la mano al pecho como hacían los comandantes de Phillipo, el hijo de Antípatros le hizo un gesto imperceptible y sonriendo Alexándros les mostró al cachorro.

- Lo encontré afuera de una choza, su madre estaba muerta a causa de mordeduras de lobos, será un animal fuerte y como se acerca el invierno no quise dejarle solo… ¿Qué les parece? Lo llamaré Peritas y ustedes me ayudarán a mantenerlo oculto en la residencia.

El cachorro movió el rabo y los tres rieron olvidando por un momento sus rivalidades, depositándolo en el suelo Alexándros comenzó a juguetear con él y en un momento los tres corrían por la hierba perseguidos por el perro que ladraba tratando de morderles los talones.

Aristóteles observaba las estrellas reclinado en una silla de madera, afuera de su cabaña gustaba de adivinar formas y presagios en ellas y deslumbrado por la luna vio pasar una estrella fugaz.

- Tres destinos acaban de quedar unidos y eso sólo traerá dolor y desesperación.

Ptolomeo lo miró con gravedad y se decidió a hablar. Lo que iba a decirle al maestro probablemente éste ya lo sabía pero de igual manera lo consideraba urgente y necesario, rascándose la barbilla carraspeó y comenzó:

- Se trata de Alexándros, mi medio hermano, maestro él…creo que lo que dicen es cierto.

Aristóteles extendió las manos y replicó:

- Se dicen tantas cosas del muchacho, sus padres lo aman a su manera y está consciente de su destino.

Ptolomeo se mordió una uña, quería saber más pero sentía temor al recordar sus ojos, si mentía el sabio se daría cuenta y se quedaría con las mismas dudas que no le dejaban dormir.

- Es acerca de su alma, es un buen chico, generoso y valiente pero he visto algo mas en sus ojos, una fuerza enorme y algo oscuro agitándose en su interior…como la ira de los titanes, me aterra que ceda ante ello y prometí ayudarlo.

Por primera vez los ojos negros dejaron de ver las estrellas y se cruzaron con los del hijo del lago, ese muchacho ya era todo un hombre y tenía un gran corazón, se sintió conmovido y poniendo una mano en su hombro habló, su voz estaba teñida de melancolía y sabiduría.

- No debes temer, Alexándros nació para ser grande y para bien o mal alcanzar lo que se proponga, él es un líder y eso que viste es una parte de su don…ese chico es un genio y lleva consigo la marca de nacimiento. Si la mitad de su sangre es argéada y desciende de Heracles, su otra mitad es eácida y proviene de Aquiles. Su temperamento siempre fluctuará entre ambos y de él depende encontrar su centro aunque – Rió y le indicó a los tres muchachos que ascendían por las colinas – Creo que ya lo ha encontrado.

El hijastro de Phillipo se rascó la cabeza y esquivó a Phillotas que estuvo a punto de chocar con él, parecía agitado y sostenía un papel.

- ¿Qué es eso? – murmuró mirándolo divertido.

- Esto es una invitación para todos nosotros… mi padre se casa y nos quiere a todos en Pella, hasta a usted maestro, será un acontecimiento. – Agregó con jactancia, Estratonice era una mujer delicada y fuerte que aportaría mas nobleza y títulos a la ya poderosísima familia de Parmenión que con eso estrechaba aún más sus lazos con Antípatros y su opulencia sólo comparable a la de Átalo o a la del mismo rey quedaba de manifiesto, Pella un lugar dónde predominaban los montañeses y las gentes de espíritus rudos y salvajes empezaba a convertirse en una monarquía y una fuente de riesgo para Persia y el resto de Grecia.

Al llegar a la residencia los muchachos se encontraron con la agitación que siempre precedía a los grandes enlaces, todos empacaban sus mejores galas para mostrarse como pares cultos y jóvenes bellos demostrando así que su tiempo en Mieza había rendido sus frutos. Kassandros no hizo comentario al respecto sobre el pronto enlace de su hermana pero no estaba contento, por su parte Phillotas no perdía la oportunidad de recordarle que serían parientes y Alexándros se sentía triste por tener que partir de ahí aunque fuera momentáneo.