Pella

Ptolomeo se olvidó de sus preocupaciones, las palabras de Aristóteles lo habían tranquilizado. Las bodas eran grandes acontecimientos en Pella y duraban días, así pues se despidió de su madre con un afectuoso abrazo y se marchó para reunirse con Leonato y Pérdicas ya que Cráteros había ido a visitar unos parientes a Escitia.

Amyntor y Ledea estaban en Atenas visitando a Demóstenes, con ese viaje pretendían suavizar asperezas por el nombramiento de Phillipo como hegemón, por lo que Hephaistión se quedó en el palacio real junto a Alexándros y justamente éste aguardaba la visita de su madre.

- ¿Crees que le agrade? –exclamó mostrándole a Peritas.

- Cualquier cosa que tengas le gustará, te ama – Hephaistión acomodó uno de los mechones de la frente de Alexándros, el cual sonrió y lo abrazó con fuerza.

"Tanto temor le tienes" pensó, sintiendo como temblaba en sus brazos.

En ese momento la puerta se abrió, ambos se sobresaltaron y Hephaistión se apartó con rapidez, Cleopatra los miró con un mohín en los labios y no correspondió a su saludo, al verla su hermano se acercó y la tomó por los hombros con algo de brusquedad:

- No digas nada.

- Los vi, mamá tenía razón, lo prefieres a él.

- ¿Ella dijo eso? – exclamó Alexándros.

Cleopatra lo miró con malicia y susurró:

- Todos, todos lo dicen.

El hijo de Ledea tomó al cachorro en brazos y entregándoselo a la niña le explicó:

- Y no lo repitas, Alexándros y tú son como mis hermanos.

La muchacha se turbó y acarició a Peritas sin responderle. Ambos jóvenes se miraron y tuvieron que apartarse ante la entrada de Olympias hecha un verdadero huracán de furia, lágrimas y amor por su hijo.

- Estás más grande y hermoso, la luz de Zeus aparece en ti ¿Qué te ha enseñado Aristóteles? ¿Me has extrañado? Cuéntamelo todo Alexándros ya que mi corazón se regocija al tenerte otra vez aquí.

El príncipe sonrió al verla feliz y así se sintió también mientras procedía a relatarle sus aventuras, por su parte Cleopatra estaba fascinada con "Peritas" y rodaba con él sobre los tapices. Hephaistión se sintió ajeno a todo e iba a retirarse cuando la reina se dirigió a él.

- ¿Es tu amigo? He oído sólo cosas buenas de él, es juicioso y un buen muchacho. – sonrió Olympias acariciando el rostro de Alexándros que se ruborizó y su hermana dejó de jugar con el cachorro. – Tan puro y ajeno a las infamias – agregó sacando un pliego de cartas sin abrir.

Los tres se miraron y como movidos por un resorte Hephaistión y Cleopatra salieron dejando al cachorro en el suelo, Olympias lanzó sobre la cama un puñado de cartas y exclamó cegada por la ira:

- ¿Ves? Ninguna llegó a su destino, por eso nunca recibí una respuesta y esto es sólo otra de las malas obras de tu padre para alejarnos porque nos teme.

Alexándros leía atónito las misivas, sin poder creerlo y levantando los ojos preguntó:

- ¿Por qué lo haría?.

- Porque quiere enemistarme contigo, así podrá casarse con su amante.

- Madre, se ha casado seis veces y tú sigues siendo la primera – suspiró el muchacho.

Olympias lo miró con amargura.

- Esta vez es distinto, si no me crees podrás verles en la boda Ahora acompáñame el mercado.

Afuera Cleopatra jugueteaba con sus cabellos y Hephaistión la miraba, la niña parecía nerviosa y sonriendo se acercó mas a él.

- No quise decir lo que dije, tú también…eres como mi hermano.

- Gracias no me gustaría que nos peleáramos – El sonrió, lo que le dio valor y bajando la mirada se quedó callada, se parecía tanto a Alexándros pensaba mientras aguardaba que éste saliera.

- Yo, te extrañe mucho, nadie mas es tan bueno como tú conmigo, mi hermano me ama y yo a él pero para mamá sólo existe Alexándros y papá siempre está ocupado.

- Si, cuando la reina y él están juntos todos dejamos de existir.

Cleopatra asintió y lo abrazó contenta, Alexándros alzó una ceja y su cara cambió por completo mientras su madre los observaba con expresión divertida.

- Pero que tenemos aquí, que linda pareja hacen, ¿Por qué no me lo habías dicho?. – rió mirando a su hijo y sin dejarle responder se acercó a Cleopatra y abrazándoles a ambos añadió: - Su boda será un acontecimiento…

- ¿Boda? ¿Qué boda, madre? Ellos sólo estaban charlando. – exclamó el príncipe con ardor y miró con asombro a Hephaistión."Di algo en nombre de Zeus" pensó sintiéndose furioso.

Hephaistión retrocedió comprendiendo el ardid de Olympias y miró a la hermana de Alexándros.

- Majestad…yo, aprecio a su hija pero…-

- Cleopatra ¿te gustaría Hephaistión para ser tu esposo? Es un "macedonio" de pura cepa… – Exclamó ésta sin prestarle atención.

La niña respondió afirmativamente, Alexándros apretó los puños, todo había sido un ardid entre su madre y su hermana, su amigo mantenía la mirada baja y por primera vez lo veía pálido y casi a punto de salirse de control mientras la reina hablaba de la feliz noticia para Amyntor y la corte real. Si él se negaba corría el riesgo de que todos supieran su parentesco con Demóstenes y Alexándros entendía su silencio, acercándose a su hermana murmuró:

- Eres una tonta…me las vas a pagar, Pérdicas lo sabrá. – Amenazó y separándose de ellos rozó la mano de su amigo antes de irse.

Una vez solo con ambas mujeres Hephaistión estalló:

- Esto es una jugada muy sucia, mi padre ha servido al reino y toda mi familia también, yo jamás traicionaría a Alexándros.

- Que Demóstenes sea tu tío no se ha sabido sólo por Phillipo, si lo que quieres es la gloria o pasar a la historia lo entiendo…pero mucho se comenta acerca de tu cercanía a mi hijo, no creas que por estar en el Bermión no sabemos nada en Pella. Contigo a su lado está eludiendo sus deberes y si eres sensato entonces te apartarás de él o proclamaré tu enlace con Cleopatra por toda Grecia.

- Él me ama ¿por qué no lo entiendes de una vez? – masculló completamente furioso y siguiendo el ejemplo de Alexándros las dejó solas.

La reina madre sonrió satisfecha, ante su amenaza nada podían hacer, abrazando a Cleopatra besó sus cabellos rubios y murmuró:

- No llores, Hephaistión es mucho mejor que Pérdicas.

-Pero…- sollozó ésta – No me quiere y ahora mi hermano me odia.

- Se le pasará, vámonos al mercado su amistad era algo que debía terminar.

La joven suspiró resignada, su madre siempre terminaba haciendo lo que ella quería, ambas caminaron hacia el mercado dónde una vez más Olympias compraría flores y despistaría a los dos hombres puestos por Phillipo para vigilarla, siempre lo hacía y jamás habían pruebas de cuales eran los lugares de donde sacaba las extrañas especias con las que condimentaba sus galletas, las que habían causado la muerte a más de una amante del rey y dejado en un estado mental lamentable a Arrideo uno de los bastardos mas renombrados de Phillipo.

El rey tomaba estas precauciones para proteger a Euridice la hermosa y coqueta sobrina de Átalo con la cual pensaba desposarse una vez que concluyera la campaña contra el país de los Odrisos y con la que pasaba la mayor parte del tiempo desde que Alexándros estaba en Mieza.

- La de hoy será una gran boda – Átalo miró el rostro curtido de Phillipo, se veía preocupado y hasta ausente, pensando en su sobrina la llamó con un gesto para que acudiera junto al rey.

- Alexándros ya llegó a Pella – sonrió la muchacha.

El rey murmuró algo incomprensible y apenas parpadeó cuando el mensajero llegó con la noticia, despachándolo se puso de pie y apoyó ambas manos sobre el mesón de roble.

- Esta mujer terminará por matarme…quiere que el hijo de mi gran amigo Amyntor se despose con Cleopatra – masculló golpeando con fuerza.

Átalo alzó ambas cejas, era una jugada astuta y digna de la molosa, Euridice puso mala cara como siempre que hablaban de Olympias, Cleitos se incorporó sorprendido y Phillotas dejó de mirar con descaro a la joven que tenía su misma edad.

- Eso nunca sucederá, Hephaistión está loco por Alexándros y es correspondido – Aseguró Cleitos.

- Él tiene razón, en Mieza eran inseparables tanto así que el príncipe lo llama Patroclo – añadió Phillotas.

Phillipo se rascó la barba molesto, toda esa emulación al favorito de Homero era basura que Olympias ponía en la cabeza del muchacho para volverlo un aliado, estaba molesto porque éste aún no iba a visitarle, porque seguía sin hacerse hombre y porque estaba demasiado apegado a su madre.

- No lo impediré.

Euridice sonrió y su tío la miró extrañado, Cleitos estuvo a punto de ahogarse con el vino y Phillotas casi perdió el equilibrio, ninguno comprendía el por qué no se oponía a algo que era una locura y podía desencadenar severos problemas.

-¿No dicen nada? Envié a mi hijo fuera de aquí para que se convierta en mi digno heredero y si su madre lo aparta de Hephaistión su lazo se romperá para siempre, si me opongo proclamará que el chico es sobrino de mi más grande enemigo pero si lo apruebo ella perderá a Alexándros.

Cleitos y Phillotas se miraron sin decir nada ya que los dos pensaban lo mismo, la jugada era lógica pero el príncipe sufriría un enorme dolor si Hephaistión se desposaba con su hermana.

Átalo aplaudió feliz, odiaba a la epírota y también a su hijo arrogante y mimado que consideraba mas eácida que macedonio, Phillipo eructó y llamando a sus pajes se preparó para asistir a la boda.

Hephaistión pensaba en el gran problema que se le venia encima, los espías de la reina instalados en Mieza no podían ser otros que algunos de sus compañeros, no podía pedirle ayuda a sus padres por encontrarse éstos en Atenas.

- Ella no lo logrará – exclamó Alexándros sentándose a su lado.

El hijo de Ledea sonrió y acarició el rostro del príncipe como lo haría un hermano mayor, lo cual alertó a Alexándros y apretando los nudillos dijo con vehemencia:

- Hephaistión, dijiste que serias Patroclo, me lo juraste.

El hetairoi bajó la mirada y abrazándolo con fuerza susurró:

- Tú no comprendes Alexándros, mi cercanía te coloca en una posición difícil, es como lo que pasó con Coroneo…- No terminaba de hablar cuando su amigo lo empujó lejos de si, asombrado jadeó, nunca lo había visto tan molesto.

- Me tratas como a un niño, como si fuera un mocoso estúpido y por Heracles que mis tutores siempre han sido los mejores, debo hacer esto o aquello por el bien de mi familia que se desintegra a vista de todos, por el bien de Macedonia el cual no me importa ¿Y donde queda mi propio bien? Kassandros y tú aún discuten por Coroneo y yo no existo porque soy su sombra.

Hephaistión lo miró dolido por ambos y sin saber que decirle volvió a tratar de abrazarlo pero Alexándros lo rechazó y limpiándose las lágrimas añadió:

- Hablaré con mi padre y les demostraré a todos que ya no soy un niño, nos vemos en la boda de Parmenión y piensa si quieres estar a mi lado, siempre hay que luchar.

Sin mirar hacia atrás se alejó de las ruinas en las que sabía encontraría a su amigo, un monte con una cruz clavada en memoria de Coroneo.

En casa de Parmenión resplandecían todas las cosas y el propio general aguardaba con nerviosismo el momento de ir a la morada de Antípatros, viudo de su segunda esposa este enlace era más una opción política ya que con su propia hija mayor casada con Átalo su posición se volvía cada vez mas segura.

- Phillotas, ya tienes 25 años ¿Cuándo sentarás cabeza? Hay muchas jóvenes que soñarían con estar casadas contigo y sin embargo prefieres hacer bastardos por doquier.

El hijo mayor rió con ganas y bebiendo una copa de vino miró por el balcón, cualquier mujer le daba lo mismo, sus ojos estaban puestos en un objetivo fijo. Parmenión se encogió de hombros y tomándolo de un brazo exclamó:

- Ya es hora.

Héctor y Nicanor los dos hermanos menores de Phillotas se acercaron, eran jóvenes apuestos y orgullosos por su padre, así franqueado por todos sus vástagos, su única hija acudiría en compañía de Átalo. Salieron rumbo a la fastuosa residencia de Antípatros que se paseaba supervisando todos los detalles para el enlace, sus hijas e hijos sonreían y saludaban a los invitados, había vino en abundancia y frutas y carne asada además de actores traídos de toda Grecia y músicos.

- Ve a avisarle al rey – Parmenión abrazó a Phillotas, se sentía muy orgulloso por todos sus vástagos pero al que más amaba era a él.

Alexándros ingresó a las habitaciones privadas de su padre, Phillipo terminaba de ajustarse la corona y llevaba con elegancia la túnica negra reservada a los reyes y que solo usaba en ocasiones importantes, su rostro curtido y algo severo se suavizó al ver a su hijo el que miraba en derredor con mal disimulado desdén desaprobando la decoración austera y la sospechosa familiaridad que reinaba entre los pajes demasiado jóvenes.

Átalo se encontraba sentado como si él fuese el rey de Macedonia y en efecto, tal como Olympias había dicho allí estaba Euridice con aire de triunfo que, sin embargo, no se atrevió a mirar al príncipe a los ojos. Cleitos y Phillotas no se encontraban presentes, con ellos terminaba de formarse el círculo de hierro del rey y ambos eran sus amantes reconocidos pero no los odiaba como a Átalo y su sobrina.

Con la espalda tensa como una cuerda de violín caminó hasta su padre sin saludar a sus futuros parientes en un gesto que no pasó desapercibido.

- Padre…- comenzó.

- ¿No te enseñaron modales en Mieza?.

Euridice palideció y miró a su tío, veía en Alexándros una réplica de la reina madre y la atemorizaba aunque no participaba del odio acérrimo de Átalo hacia el resto de la familia real, saberse amante del rey y traerlo prácticamente de cabeza estimulaba su ego pero conocía su lugar y en un gesto de solidaridad con Alexándros hizo ademán de salir para no presenciar esa disputa.

- Vengo a hablarte de algo importante, no a saludar. – Alexándros no se inmutó, estaba acostumbrado ser reprendido en presencia de terceros.

- Si no fuera así no estarías aquí, llegaste hace más de 5 horas y recién vienes a verme.

Recordando el episodio de las misivas miró a Átalo con insolencia y calmando su ira respondió con lentitud.

- Si fui a verla primero fue porque no tenía noticias suyas y ambos sabemos cual es la razón. – Antes que su padre estallara agregó: - A ti te extrañé más.padre.

El rey se sintió abrumado, también había extrañado a Alexándros pero no le era fácil demostrar sus sentimientos y el muchacho tenía mucho que aprender aún. Con un gesto les ordenó a todos que salieran.

- ¿Qué es lo que pasa? – exclamó sabiendo de antemano cual era el problema.

El príncipe se sentó en el sitial en dónde había estado el cuñado de Parmenión y dijo:

- Mi madre quiere casar a Cleopatra con Hephaistión.

Phillotas se hizo anunciar por los pajes y el rey le permitió el paso al tiempo que contestaba.

- Y tu no quieres eso, te has encaprichado con ese muchacho y no te juzgo, tengo amantes y más hijos…hasta Phillotas lo es – bromeó mirando al hijo mayor de su general.

Alexándros miró distraído, sabía lo de Phillotas y lo de Cleitos, su padre tenía razón pero él aún no estaba listo para engendrar herederos, ni siquiera cumplía 14 años.

- Hephaistión me ama por como soy, no por lo que soy o lo que represento.

Phillipo frunció el ceño ¿hasta cuando sería tan sensible, en el patio mayor relinchó un caballo, cada defecto que veía en su hijo se lo achacaba a Olympias, lo mimaba demasiado y ya hablaba de amor a los 13 años por Zeus bendito.

- Eres un niño y él también hasta tu Aquiles tuvo mas amantes, no seas un tonto idealista Alexándros, si continuas con eso apoyaré a tu madre.

Éste palideció ante la amenaza y asintiendo se marchó sin despedirse, el tiro le había salido por la culata. Phillotas se adelantó y le comunicó que su padre ya estaba en casa de Antípatros ante lo cual el rey se alegró.

- Tu padre es un hombre astuto – comentó – No como mi hijo que se enamora del primer muchacho que encuentra…Quiero que lo vigiles y si lo busca o se ven me lo informes, enviaré a ese muchacho a Atenas.

- Majestad Hephaistión es un buen muchacho se que no cometerá el error de destruir la vida de Alexándros. – Phillotas aguardó incómodo, no acostumbraba a interferir pero consideraba al hijo de Amyntor alguien sensato, el rey le palmeó la espalda y ambos salieron.

Filina observaba hacia Esparta, sentada en una roca, con los cabellos recogidos y una túnica larga recordaba su Ciudad y cómo la guerra le permitió conocer a Antípatros dejando que la llevara hasta su ciudad natal Pella a sabiendas de que su corazón siempre estaría en Esparta, su hijo mayor jugueteaba con la hierba consciente de que los silencios de su madre siempre conducían al dolor y se sentía impotente…él también era un extranjero en ese lugar y tomando su mano procuró confortarla sin palabras.

Estratonice sintió como su hermano acariciaba su mano en silencio y le pareció tan cambiado al muchacho arrogante y pendenciero y las lágrimas nuevamente la inundaron pero procuró secarlas con los bordes de su traje nupcial, en unas horas sería la esposa de Parmenión y debía ser fuerte, tratando de sonreír acarició los cabellos de Kassandros quién la miró como si despertara de una ensoñación.

- Has cambiado, hermano – sollozó Estratonice.

Kassandros volvió a ver a su hermana mayor ahí junto a él, se parecía tanto a su madre que le dolía.

- Si no quieres casarte con él huyamos…vayámonos de aquí, no quiero que seas infeliz como lo fue nuestra madre.

- Ella fue infeliz por extrañar su patria y si huimos nos pasará lo mismo, Parmenión es un hombre bueno y generoso se que aprenderé a amarlo – abrazándolo exclamó: - Regresemos a casa y pon buena cara, sólo será por unos días y después regresarás a Mieza.

El hijo de Antípatros miró hacia el Bermión y sus ojos grises giraron hasta el palacio real, sin duda alguna Alexándros estaría allí y también Hephaistión, descendiendo la colina se toparon con una comitiva de vendedores que les ofrecieron extrañas mercancías, provenían de Triessa, y Estratonice se entretuvo en escoger unos aretes mientras el recorría buscando algo que le interesara, de la parte trasera se oyeron unos relinchos que casi lo hicieron caer y acercándose vio al animal más hermoso de su vida, era un corcel negro como el azabache mucho mas majestuoso que el suyo.

- Es hermoso…- jadeó sin osar acercarse.

- No te le acerques, se lo llevamos al rey, sólo él podría costearlo, es un animal magnifico. – El hombre lo sujetó por las riendas y el corcel siguió caminando con los ojos cubiertos.

Un viejecillo rió, Estratonice sonreía con sus aretes y Kassandros seguía mirando al caballo que se alejaba.

- ¿Por qué lleva los ojos vendados? – le preguntó.

- Porque es un animal viejo, está mal cuidado y posiblemente sea ciego.

Anonadado Kassandros regresó con su hermana y alejándose con la vista fija en el animal pensó en que era demasiado bello como para estar tan perdido.

Phillipo bebía junto a Átalo quien de un tiempo a esta parte no se apartaba del rey así como tampoco su sobrina Euridice.

- Mi madre tenía razón – susurró Alexándros mirándoles.

Sus compañeros se divertían comiendo y bebiendo como posesos, ajeno a las miradas de desaprobación de su hijo el rey coqueteaba abiertamente con la muchacha que en su postura y risas se imaginaba ya como la primera reina. Hephaistión aún no llegaba y tampoco su madre o su hermana lo que le inquietaba sobremanera.

- Alexándros deja de pensar y ponte ya a beber – Cleitos lo levantó del sitial en que el príncipe estaba sentado y dándole una enorme copa del brebaje le instó a que lo tomara. Dubitativo el muchacho bebió y lentamente el calor del vino se esparció por sus venas.

- En unos días regresaremos a Mieza y volveremos a comer pan frío y agua – se quejó Seleuco ante lo que el príncipe rió.

- Apréndele a Kassandros, ya está totalmente borracho – exclamó batiendo palmas Leonato.

- No se ve muy feliz igual que tú…- Nearco fijó en ambos sus ojos oscuros.

Alexándros no respondió, su padre besaba a Euridice y su madre se hacía anunciar, no quería ver a ninguno y menos a Cleopatra, Antípatros hablaba con Parmenión y el resto era una orgía dónde los únicos ajenos eran Kassandros y él. Sus ojos se encontraron pero ambos apartaron la mirada, desde que habían jugado con "Peritas" no habían vuelto a hablar.

"Para esto regresé de Mieza, hubiera preferido quedarme allí hablando con Aristóteles" pensó malhumorado y saliendo al camino se dirigió con paso inseguro a casa de Amyntor, el lugar estaba sin luz y tomando una piedrecilla se disponía a tirarla hacia la habitación de Hephaistión cuando una voz lo detuvo.

- Si lo haces tu amante estará en más problemas.

Dándose la vuelta se encontró con la figura alta y apuesta de Phillotas.

- Imagino que correrás a contárselo a mi madre para que te odie menos – replicó con enfado pues todos sabían que era el favorito del rey y él mismo no se preocupaba de ocultarlo. Sin embargo ¿Qué había querido decir con mas problemas?.

- Oh, Alexándros ¿tan vil crees que soy? – respondió haciéndose el ofendido.

-¿Debo responderte? Para variar estás borracho y eso que tu padre aún no se desposa.

Phillotas se echó hacia atrás con aire burlón y exclamó con ese tono de superioridad que tanto molestaba al príncipe.

- Pero en unos minutos lo hará y Kassandros pasará a ser mi pariente.

- Que conveniente para ti, pues no se veía muy feliz – Con un gesto de malhumor se apartó de Phillotas y volvió a mirar hacia la casa de Amyntor.

El mayor no le quitaba los ojos de encima lo había visto crecer y ahora estaba en plena madurez tanto emocional como física, Alexándros pensaba en Hephaistión y también sopesaba el hecho de que Phillotas y Kassandros se unieran e instigaran en su contra lo que seria como una pesadilla tan cruel como ver a Phobos y Deimos.

- ¿Por qué dijiste que Hephaistión estaría en más problemas? – preguntó con ansiedad.

- Tardaste en preguntar, tu padre me lo dijo…tu madre quiere que se despose con tu hermana para evitar un enlace con Alexander de Epiro, tu tío. – El hetairoi bajó la mirada confundido sintiéndose incómodo por el lazo que lo unía a Phillipo, Alexándros lo entendió y acercándose susurró con ternura.

- No te preocupes por eso, no te odio porque él te quiera.

Su compañero lo miró intrigado y, para su asombro sonrió:

- ¿Te dijo que fui yo quién le pidió que ayudara a tu Patroclo?.

-No…no he vuelto a hablar con él.

Phillotas se acercó y tomándolo por los hombros lo abrazó ante lo que el príncipe se relajó.

- Gracias – musitó.

- No me lo agradezcas, me cae bien es todo – respondió mirándole.

Alexándros sonrió, se veía algo bebido pero conservaba esa mirada de infinita atención y recordando las palabras de su padre y su discusión con Hephaistión exclamó:

- ¿Quieres ir a beber algo?.

- Con una condición, vamos a mi casa y probarás el mejor vino macedonio.

El muchacho accedió, con esa actitud consideraba a Phillotas mas humano y a sus ojos dejaba de ser el "enemigo". La espléndida casa de Parmenión estaba completamente vacía ya que hasta los sirvientes ayudaban en un enlace tan importante, sentándose en un triclinio se relajó y bebió ávidamente el vino que Phillotas escanciaba en sus copas.

Un aire ligeramente otoñal entraba por las ventanas y el príncipe reflexionaba acerca de que todos parecían haberse ensañado con Hephaistión.

- ¿A quién tratas de olvidar?- bromeó Phillotas.

-¿Por qué te gusta Kassandros? – exclamó al mismo tiempo. Ambos rieron y volvieron a beber desde dónde estaban se apreciaba el jolgorio en Bordea.

- No lo sé…es bello y arisco.

Sin estar del todo conforme con la respuesta Alexándros se recostó cerrando los ojos, le faltaba poco para embriagarse del todo y si su maestro se enteraba le daría un sermón acerca de la austeridad que tan buena era para su alma, no necesitaba austeridad, el broche del león de macedonia se resbaló por los pliegues de su túnica y ascendiendo por su cuerpo el mayor lo puso en su lugar sintiéndose turbado ante el aspecto tan poco divino del muchacho.

- ¿Es cierto lo que dijo tu padre? ¿Nunca has estado con nadie más? – susurró Phillotas.

Alexándros abrió los ojos y lo miró por unos segundos, Phillotas era 12 años mayor que el, tenía éxito con las mujeres, su valía como comandante era excelsa y además compartía el lecho con el rey, su padre.

- ¿Quieres compartir el lecho con el hijo también? – le dijo con tranquilidad.

Demasiado borracho para entender en qué lío se estaba metiendo, el hetairoi reflexionó sobre cual era la impresión exacta acerca de Alexándros, por un lado sentía admiración hacia las personas bellas y el chico le gustaba por ser tan prohibido como Kassandros, en los ojos del príncipe veía un millón de interrogantes y hechos y estaba claro que no era como el resto, Alexándros no se parecía a nadie y la curiosidad pudo más que el deseo.

- El hijo…hacerle el amor a Aquiles – rió deslizando un dedo por su esternon y sintiendo la tela de su túnica.

Alexándros asintió y apoyando ambas manos en el lecho dejó que sus cabellos pendiesen rebeldes sobre su rostro, el sabor del vino embriagaba sus sentidos mientras el calor volaba por sus venas. Al verlo así Phillotas sintió miedo y apartándose exclamó:

- Me estás haciendo sufrir, Alexándros.

Por toda respuesta el príncipe se quito la túnica y acercándose se arrodillo en la cama y tomando el rostro de su compañero lo besó lentamente, en un principio Phillotas se resistió pero el deseo y el vino lo hicieron perder totalmente la cabeza.

- Tú no le temes a lo prohibido, no le tienes miedo a nadie…mi padre jamás lo sabrá, será nuestro secreto.

Los cabellos rubios de ambos se mezclaron, Alexándros acariciaba el cuerpo firme de Phillotas sintiendo que eso era algo novedoso para él y admirando las cicatrices de las batallas, por su parte el mayor se deleitaba con la mezcla de inocencia y pasión del joven príncipe.

- En mi vida he tenido a alguien como tú – balbuceó.

Alexándros rió y recostándose lo miró entre divertido y serio.

- Hazme lo que quieras, será tu única oportunidad.

Phillotas rió y besándolo replicó:

- Cuando acabe contigo no seguirás pensando eso.

Hephaistión observó su reflejo en el agua, sus ojos grandes y luminosos se veían igual que siempre, sus labios finos estaban tan absortos como él en la contemplación de sí mismo, su rostro de facciones regulares y perfectas se veía inmutable y sus cabellos empezaban a crecer enmarcando en largos mechones un rostro hermoso y grave, su madre lo miraba con orgullo siempre y decía que ni la belleza de Alexándros podía compararse con la suya sin sospechar que eso era algo que agradecía pero que no lo enorgullecía.

Las miradas lo seguían adonde fuese o por donde anduviese, algunos hasta imitaban su andar despreocupado y arrogante, copiaban su peinado y hasta sus expresiones. El culto a la belleza no era menor en Pella.

Apartándose de dónde se observaba sintió que no era suficiente, sus ojos se dirigían a casa de Antípatros sabiendo que Alexándros estaría allí junto a sus padres. La discusión frente al lugar dónde había puesto la tumba simbólica de Coroneo aún le causaba un hondo pesar, su amigo le reprochaba no ser más combativo sin saber que no podía darse ese lujo al no ser el heredero al trono macedonio.

- Si no fuera atractivo a sus ojos ¿me amaría? – pensaba casi con desesperación y la imagen de su rival triunfaba una vez más.

Kassandros…

Kassandros era bello y estaba lleno de fuego, de pasión, de arrogancia y despertaba una turbia curiosidad en Alexándros hasta por sus rumores y pedantería. Su extrema sensatez y reserva le jugaban en contra, tenía la apariencia pero le faltaba el contenido y carecía de la brillantez de Ptolomeo, la desfachatez de Cráteros, la ambición de Pérdicas y la auto confianza de Phillotas. En cada uno de sus compañeros veía las cualidades de las que él carecía y lo llamaban perfecto.

Perfecto, cuando por dentro se sentía tan incompleto.

Su corazón le dictaba que fuera y hablara con su amigo pero él también sabía que no estaba listo.

Amarlo con toda el alma no bastaba ya que tenía que demostrárselo y pasar por encima de todo si era necesario, no era un simple habitante y anhelaba convertirse en su confidente, su amante, su par, su compañero de aventuras y volverse imprescindible para estar presente en cada pensamiento de Alexándros sumándose a su amor por la gloria y sus demonios.

Alexándros sólo se entregaría por completo a alguien igual a sí mismo.

Tomando su morral puso en él solo las cosas que iba a usar y redactando una nota para sus padres la dejó sobre su cama, necesitaba encontrarse a si mismo. Saliendo rumbo al establo ensilló a "Centella" y se encaminaba a casa de Antípatros cuando los vio.

Ambos salían de la casa de Parmenión y su asombro no conoció límites al ver con quién estaba.

El príncipe sonrió y el rubor subió a sus mejillas cuando Phillotas arregló su broche en un gesto demasiado íntimo. Apretando las mandíbulas Hephaistión se apeó de su corcel y lo llamó sin sospechar que otro par de ojos parecía tan sorprendido como él mismo.

- Alexándros. – exclamó sintiendo que ahí estaba su venganza por confesarle que había amado a otro antes que a él.

Mordiéndose el labio inferior este se giró con lentitud, por su cercanía sospechó que los había visto.

- Iba a ir a buscarte, nunca llegaste a la boda – exclamó nervioso.

Hephaistión lo miró, ya no era un niño y veía con intranquilidad una vez mas esa mezcla de inocencia y locura.

- Ya no eres un niño – sonrió – Creí que buscarías a Kassandros para eso, su reputación es digna de la casa de Tespis.

El príncipe palideció ante la afrenta pero se mantuvo erguido por puro orgullo, se o merecía al haberlo tratado así frente a la tumba de Coroneo.

- Él no era un dios y sigues venerándolo – exclamó con dificultad – No lo soporto y menos tus malditas miradas paternalistas, ya no soy un niño – rió al borde de las lágrimas – Si pudieras verte.

-¿Te gustó? – Susurró Hephaistión -¿Qué se siente entregarse a alguien que tiene más bastardos que toda la hélade junta?.

Alexándros no respondió y desvió la mirada ante eso su compañero se acercó y lo tomó por la barbilla inclinándose hacia él.

Phillotas veía la escena petrificado y también Kassandros.

- Si le dices a alguien que te acostaste con Alexándros él te matará – murmuró con acritud – Todos les buscan y tu padre ya se casó.

-¿Viniste a husmear?.

Kassandros alzó ambas cejas y rió.

- Gracias, el odio de Hephaistión será todo tuyo.

Ajeno a eso el mayor de los muchachos besó lentamente los labios de su amigo y exclamó:

- No llores nunca más, ahora eres Aquiles y podrás tener todos los amantes que desees, me iré a Atenas…pero cuando regrese serás totalmente mío Alexándros.

El príncipe no se atrevió a abrazarlo y viéndolo alejarse sólo pudo musitar que lo esperaría.