Eordea
Hephaistión observó con cansancio el largo trayecto hacia Atenas y aferró con fuerza las riendas del caballo para no devolverse, la distancia le haría bien a Alexándros y a él mismo le serviría para entender que era lo que estaba sucediendo con su corazón, había hablado con Aristóteles en secreto y Jenofonte lo aceptaría en la academia de Atenas. Desde niño que estaba familiarizado con esa Ciudad y sus sitios favoritos eran el templo de Atenea Niké e ir a caminar por las orillas del Cefiso, su madre siempre le hablaba con amor acerca de esa maravillosa urbe y lo único que empeñaba el recuerdo de ese viaje era que no vería a Alexándros ni harían planes para ir al puerto del Pireo, ubicado a 8 kilómetros del centro de la ciudad. Otro motivo por el que recelaba era por su tío, Demóstenes, cada vez que lo veía le asaltaban las ganas de tomarlo por el cuello ¿A quién más se le ocurriría confundir a Alexándros con un muchachito cualquiera? Ese incidente le había granjeado la antipatía de los macedonios ya que en lugar de enmendar su error había reiterado sus insinuaciones y no sólo con él.
El camino se le haría larguísimo, mirando hacia atrás pensó que tendría que dilucidar que tan profundos eran sus sentimientos y sepultar para siempre a Coroneo entre sus recuerdos, con secreta satisfacción recordó que cada vez que le hablaba de éste a Alexándros el semblante del príncipe cambiaba como si sintiese celos, aparte de declararse mutuamente su amor nunca habían hecho algo más y le ardía la sangre al pensar que Phillotas…Suspirando recordó el gesto del mayor al acomodarle la túnica, ese no era el Alexándros que conocía pero prefería verlo con el hijo de Parmenión antes que con Kassandros.
Todos sabían que Phillotas era el favorito del padre de Alexándros y había llegado incluso a desplazar a Cleitos en el cambiante temperamento del Rey, a sus 25 años el muchacho podía decir que lo tenía todo: Estaba al mando de su propia escuadra, tenia éxito con las mujeres, físicamente era atractivo y poseía un ego lo suficientemente grande como alimentar a toda Macedonia pero no podía dejar de preguntarse ¿Qué pasaría si estando borracho pregonara su condición de amante tanto del padre como del hijo? Alexándros debió haber tenido más cuidado.
Sacando una hogaza de pan, Hephaistión, cortó un pedazo y lo comió con lentitud, cuando regresara haría que el príncipe corrigiera todos esos hábitos que atribuía a la influencia de Olympias y no era el único en pensar eso. La perspectiva de encontrarse con sus padres en Atenas le daba un toque más optimista a su decisión.
Phillotas meditaba sentado en un escabel, se sentía demasiado impresionado por la conversación entre Hephaistión y Alexándros, nunca ni en sus más pérfidos sueños se había imaginado junto al príncipe por que en la mayoría de sus fantasías Kassandros era el protagonista, sus ojos azules estaban fijos en el enorme jardín de su morada, una flor reluciente como el sol cautivaba su atención, y le recordaba lejanamente a Alexándros, el hetairoi volvió a sentir su peso en los muslos y sus labios besando los suyos excitándole mientras vencía su indecisión con una frase que nunca olvidaría.
"No temas…Zeus es mi padre, no Phillipo, no lo estás ofendiendo al hacer el amor conmigo, Phillotas."
En casa de Antípatros seguían festejando y sabía que tendría que aparecer, rascándose la cabeza suspiró hondamente, lo estaban utilizando y el príncipe era demasiado hermoso, inteligente y maduro para tener 13 años.
- Nuestro Padre se cansó de preguntar por ti ¿Adónde te metiste Phillotas? – Su hermano menor Héctor se sentó a su lado. Venía algo ebrio pero lo miraba con el alivio de haberlo encontrado.
-¿Solo él preguntó? – murmuró mirándolo de reojo.
Héctor sonrió, había ido a la fiesta pero la mayor parte de la misma apenas había prestado atención a los concurrentes, hechizado por los ojos azules de una muchacha sólo reparó en que Phillotas no estaba cuando fue evidente para todos.
- La verdad, no lo sé. Pero te perdiste lo mejor de la fiesta, las macedonias más bellas estaban presentes y las cortesanas también… – replicó, necesitaba dormir y los ojos se le cerraban de cansancio.
- Ja, gracias – éste se puso de pie sonriendo con jactancia, era dos años mayor que Héctor y no tenían secretos entre ellos, Nicanor era el menor y el consentido de la familia: - Las mujeres puede que hallan estado pero no todos estaban allí, Héctor. – sonrió, si el rey se enteraba de que se había acostado con Aléxandros lo mataría.
- Ah, viejo zorro ¿a quién estás cortejando ahora?. – el sueño comenzaba a quitársele, su hermano siempre tenía novedades.
- Si te lo digo, no vas a creerlo.
Intrigado Héctor lo miró con atención, en el patio posterior las criadas aseaban todo para la llegada de Estratonice, Phillotas seguía jugando al misterio gustoso de causar admiración.
- Debió ser alguien importante para que te fueras así de la boda de nuestro padre, tu suerte es envidiable…-
- Lo sé, pero tú le conoces, todo el mundo sabe quién es.
-Diablos – Héctor susurró: - Veamos, Kassandros estaba allí, Pérdicas, Ptolomeo, Leonato…- Sus ojos se abrieron – Por Hércules, el hijo de Amyntor no ¿Estás cortejando a Hephaistión? Si Alexándros se entera te mata, se muere por él. – Frunció el ceño ya que el príncipe también había desaparecido.
- Jajaja, no me mires así, anoche estuve con Alexándros y aún estoy impresionado.
Su hermano se quedó callado y la alegría se había esfumado de su rostro como por arte de magia.
- No es gracioso, es el hijo del Rey, ¿Él te buscó?.
- Si…bueno, su padre me mandó a vigilarlo – Phillotas ya no se sentía tan seguro.
Héctor murmuró por lo bajo:
- Y terminas acostándote con él – mirándolo con enfado exclamó: - ¡Necio! Esto podría costarnos la vida a todos ¿no lo pensaste, si el rey se entera no quiero estar en tu lugar.
Alexándros lo había manipulado y ni siquiera había pensado en su familia, se sentía cada vez más tonto y menos orgulloso de su hazaña.
- ¿Y si me voy?.
-¿Cómo Hephaistión, Ya toda Pella lo sabe y no tardarán en preguntarse por qué.
El mayor miró hacia la entrada de la casa y su sorpresa fue enorme al ver aparecer a Alexándros ¿vendría a chantajearlo, eso no era posible, la culpa era de Kassandros por ponerse a hablar tonterías.
- Discúlpame Alexándros estoy muy cansado, la fiesta…- Héctor se acerco al príncipe el cual sonrió y asintió, Phillotas no se perdía detalles y buscaba algo que lo hiciera dudar o prepararse acerca del motivo de su visita. Antes de retirarse su hermano le lanzó una elocuente mirada que quería decir "No cometas otro error".
Phillotas se mordió los labios y el príncipe se sentó tranquilamente a su lado, su cara era una máscara que no traslucía ninguna emoción.
- Vine a visitarte – sonrió – Se que es muy reciente, después de…de lo que pasó.
- Lamento que Hephaistión se haya marchado, de haberlo sabido yo…- balbuceó.
¿Realmente hablaba con un chiquillo de trece años, su mirada era atemorizante y en sus mejillas quedaban huellas de sus lágrimas vertidas por la amarga despedida con su amigo.
- ¿Te arrepientes? En cualquier otra parte lo que hiciste sería un honor, ser erastes de un príncipe y no creo que en este caso debas avergonzarte – su tono se dulcificó y mirándolo susurró: - No creo ser tan repulsivo, Phillotas.
-No, no quise decir eso…diablos. Tu me gustas pero temo por tu padre, si se entera es capaz de matarme o enviarme a Triessa o a algún otro lugar.
- No lo creo, yo no se lo diré y si eres inteligente tu tampoco, me voy a la fiesta nos vemos allá.
Poniéndose de pie salió tranquilamente, el hijo mayor de Parmenión se echó hacia atrás, en buen lío se había metido.
Olympias no apartaba los ojos de Euridice, la que no se había apartado de Phillipo en toda la fiesta, a su lado Cleopatra lanzaba lánguidas miradas a Pérdicas mientras daba las gracias que Hephaistión hubiera decidido irse a Atenas y así no tener que afrontar un casamiento con él, ya que Alexándros la habría odiado eternamente, el compañero de estudios del príncipe era consciente de que tenía el corazón de la bella Cleopatra pero temía observarla para no tener que encontrarse nuevamente con la muda advertencia de la reina.
En medio de la algarabía Parmenión bailaba con Estratonice, pese a sus años y a las batallas y campañas a las que lo sometía Phillipo, se conservaba perfectamente y su rostro habitualmente serio era capaz de sonreír con timidez a la muchacha que era estrechamente vigilada por su hermano, Kassandros buscaba cualquier gesto para fugarse con ella. Su padre Antípatros sonreía con complacencia y fue el primero en ver al príncipe.
-Muchacho, desapareciste y te perdiste lo mejor del enlace, tendremos que regañar a Aristóteles por enseñarte la austeridad.
- Lo lamento si fui descortés – murmuro Alexándros.
-No te disculpes – Kassandros se acercó algo ebrio, le brillaban los ojos y susurró con tono de burla: - Ya eres un hombre.
Phillipo miró a su hijo, Cleitos compartía a su lado aliviado de que Pillotas no estuviese, la mayoría de los generales, soldados y nobles dormían tirados en cualquier sitio y sólo Olympias parecía sobria con su frialdad tan característica en los actos que incumbían al rey.
-Alexándros – Nicanor se acercó a saludarle y aprovechando eso el príncipe se alejó de la envenenada presencia del hijo de Antípatros, aún no acertaba a comprender las dimensiones de su accionar, el aire matutino le había despejado la cabeza: Era increíble que Hephaistión no estuviese allí, con malhumor repasó las palabras de Kassandros y pensó que si eso era ser un hombre él no se sentía muy cambiado ni deslumbrado ¿Qué le vería Phillipo al hijo mayor de Parmenión?.
- Espero que tu gesto de grosería haya sido para quitarle a tu padre la sonrisa de la cara.
La reina se mantuvo tensa, los séquitos reales estaban separados y parecía no estar disfrutando nada.
- Esto te molesta, deberías haber rehusado esta invitación, todos están borrachos – Alexándros se sentó a su lado.
-Todos son sus "amigos", secuaces que a diario planean mi ruina mientras le consienten en todo, atentos de no perder su favor. Mírales: Parmenión, Átalo y Antípatros, los tres son parientes y en cuando esa ramera le de un hijo su alianza será indestructible.
Los ojos grises del príncipe se fijaron en Euridice, pasaba demasiado tiempo con su padre y estaba bastante claro que era lo que deseaba. Cleopatra siguió la mirada de su hermano y deseó poder participar de ese entendimiento entre él y Olympias pero prefería mantenerse al margen jugando un papel de espectadora, nada de lo que pasaba turbaba su tranquilidad y en esa posición valía menos que un peón en el verdadero ajedrez que se jugaba en Macedonia.
- Ve a saludar a Pérdicas.
Sonriendo se alejó, su túnica verde le daba un aspecto de ninfa, perdida en ese lugar lleno de rencillas. A su lado un grupo de mercaderes hablaban con Pillotas y traían un hermoso corcel negro que corcoveaba con furia.
- Estuve con Phillotas – musitó Alexándros mirándolo pero dirigiéndose a su madre.
-¿El favorito de tu padre? – La reina alzó una ceja y rodeándole con un brazo continuó: - ¿De qué hablaron? ¿Te reveló algo?.
- No, Madre…me acosté con él.
La impresión desencajó el rostro de Olympias y reprimiendo una bofetada preguntó con lentitud.
-¿Por qué? Creí que amabas a Hephaistión o que buscarías una mujer para eso, Alexándros.
- Mi padre le ama, si hago que enloquezca por mí, lo sabremos todo y podemos influir para que no se case con la sobrina de Átalo…estoy en edad de tener un erastes.
Olympias se pasó la lengua por los labios, aquella era una jugada audaz y sonriendo lo besó mimándolo a vista y paciencia de todos y sin hacer caso a sus quejas.
-Aquiles, mi brillante pélida.
- Madre, ya no soy un niño – se quejó Alexándros.
De pronto un potente relincho llamo la atención de los presentes, los mercaderes hablaban con Antípatros y el soberbio animal captaba todas las miradas.
- Mira ese animal, es hermoso – jadeó el príncipe.
Phillipo se acercó a acariciarlo más al hacerlo el animal corcoveó y a punto estuvo de patearlo.
- Esta bestia está poseída – exclamó apartándose.
El mercader pareció desconcertado, por más que sus hombres trataban de contenerlo, parecía fuera de sí lo que amenazaba su venta.
- Es un animal digno de su majestad – balbuceó.
El rey lo miró con su único ojo, el hombre miró a los guardias, se sentía subyugado por su apariencia.
- No quiero romperme el cuello, Cleitos si lo domas, será tuyo.
Phillotas murmuró algo entre dientes, el rey ni lo había mirado pese a traerle al semental, ya se veía que ese no sería su día, con disimulo miró a Alexándros el que sonrió tímidamente.
Parmenión y su esposa se hallaban en el grupo del rey, Cleitos se acercó al animal y poniendo la mano sobre su cuello hizo ademán de montarlo pero el caballo lo rechazó.
-Ojalá lo derribe – murmuró Olympias.
Alexándros no le respondió, el favorito de Phillipo había vuelto a intentarlo y esta vez logró mantenerse unos segundos antes de caer estrepitosamente al suelo con lo que acabaron de despertar los pocos ebrios que no observaban la escena, en su interior deseaba que Cleitos se quedara con el animal, pese a ser amante reconocido de su padre le profesaba verdadero cariño y admiración.
- Ya se lo que le pasa…- exclamó y ante la mirada atónita de la reina se acercó al séquito de Phillipo.
- Basta, nadie puede montarlo, no serviría en una batalla, llévenselo.
Cleitos se levantó mordiéndose el orgullo herido, los mercaderes asintieron y con gran pesar arrastraron al animal lejos de Phillipo, si él no lo quería no tendrían más remedio que sacrificarlo.
- Padre, espera, déjame intentarlo. No pueden perder ese caballo sólo por no saber manejarlo.
Phillipo lo miró con recelo, aún no creía que estuviese listo pero en la guerra los hombres de acción eran los que vencían y, a regañadientes, replicó:
- Increpas a los que tienen más años que tú, como si pudieras, o supieras, manejarlo tú.
Ni el oleaje embravecido del mar, ni el rayo que cae furibundo sobre la tierra se asemejaban al brioso corcel, el príncipe se veía pequeño y frágil ante él, Olympias apretó las manos en un gesto de consternación su frialdad pasó a un segundo plano: si amaba a alguien además de sí misma era a Alexándros, al ver la preocupación en el rostro de su mujer el rey se sintió íntimamente agredido, nunca en sus campañas había visto esa expresión dedicada a los peligros que correría, si al menos hubiese una pizca de esa emoción para él no tendría que buscar amantes pues se había desposado con la epirota realmente deslumbrado por su belleza e inteligencia.
- Phillipo, el chico se va a matar – Parmenión estaba pálido y su preocupación era genuina, a su lado Estratonice miraba a su hermano buscando los efectos de esa decisión.
Phillotas se acercó más, se había congregado un grupo en torno al príncipe y al animal que no dejaba de corcovear.
-Debe hacerse hombre.
Alexándros pensaba lo mismo y por fin tenía la oportunidad de demostrarlo, conteniendo la respiración alargó el brazo para tomar las riendas, el caballo lo rechazó en el acto retrocediendo y pateando en el suelo.
- No temas – musitaba Alexándros tratando de apaciguarlo.
Los mercaderes se miraban preocupados, su intención era vender sus baratijas y el caballo les reportaría generosos dividendos, pero no era su intención causar la muerte de un chico y menos del príncipe heredero.
-Tu hermano no tiene miedo a nada – Perdicas se decidió a hablarle a Cleopatra, la cual asintió no menos asustada que el resto, su hermano siempre la protegía ¿Qué pasaría si se mataba por ser estúpidamente valiente esta vez?.
- Es tu sombra, es el rumor del viento ¿No hueles la libertad? Se que eso es lo que anhelas: Ser libre –Alexándros le hablaba como si éste pudiese entenderlo, para los demás sus palabras eran tan bajas, que, al no oírlas, cuchicheaban intrigados y no faltaban los que dijesen que era un conjuro epirota, el príncipe tenía las riendas en una mano y acariciaba las brillantes crines – Los dioses no rigen nuestras vidas, es tu sombra y es parte de ti.
El tono dulce y decidido apaciguaba al caballo y sus ojos inquietos buscaban la mirada de Alexándros.
- Eres fuerte y temerario, Bucéfalo.
El corcel relinchó y dio un par de corcoveos, Olympias miró a Phillipo desesperada, su hijo había llevado muy lejos esa situación. Mirándola el rey se adelantó decidido a apartar a la fuerza a Alexándros de esa bestia.
El muchacho rió y montó con agilidad, el caballo no parecía inquieto.
- Si Hephaistión pudiese verme – pensó y apretando los ijares del animal salieron de la morada de Parmenión y se alejaron por las calles de la ciudad rumbo a las colinas y a Bordea, allí un águila se les unió y no hubo nadie que no viera en ello un anuncio de los dioses, satisfecho Aristandro sonrió en las ruinas del templo de Dionisios.
