Disclaimer: Me temo que en medio de toda esta ensalada, los únicos míos son los Crabbes, excepto naturalmente Vincent. Lástima.

Capítulo 2

Cosecha de ranas

Por: Vedda

Su última oportunidad de emboscar a Potter. Malfoy, Crabbe y Goyle, todos segunda generación, se deslizaron por el pasillo junto al baño. Draco alistó su varita. En cuanto ese Potter pasara cerca.

El ataque habría podido tener éxito de no ser porque, sin darse cuenta, decidieron realizarlo justo delante de un compartimiento repleto de miembros del ED... (OF, página 887)

«Joven Malfoy¿está bien?»

Por supuesto que no lo estaba. Tras pasar cuatro horas transformado en una babosa gigante nadie podía estarlo. Estúpido Potter. Y más estúpido ED, no se veían tan gallitos la noche que la Brigada les cayó encima. El traqueteo del carruaje lo despertó del todo. Un elfo sostenía una compresa tibia sobre su cara, lo retiro de inmediato. Se desentumió con lentitud y miró a su alrededor.

El paisaje pasaba a los lados de él como una cinta infinita. Pasaron junto a un letrero que decía "Bienvenido a River Ways", y más adelante en una peña habían pintado un cangrejo, señalando con sus tenazas un camino aparentemente abandonado y lleno de polvo, que sin embargo resultó estar perfectamente empedrado. Estaba en el carruaje en que regularmente recogían a Vincent. No tenía las proporciones desmesuradas del de Madam Máxime pero la sala y sus enormes sillones eran cómodos. Frente al suyo, Vincent y su hermano Benedict miraban el paisaje. Años y años de convivencia con los Crabbe lo convencieron que más que tontos eran distraídos por naturaleza, pero esos dos sacando la cabeza por la ventana estaban por desmoronar la teoría.

«Ah... despertaste»

Por cierto, tampoco tenían muy buena conversación. Al rubio le esperaban unas lindas vacaciones en la hacienda de los Crabbe, en River Ways.

«No más ataques a Potter, lo prometo»

Los tres se rieron agriamente, aunque probablemente Benedict no captó del todo el chiste. De cualquier manera, su rostro era muy poco expresivo y hubiera sido difícil saber si se rió o solo hizo un ruido. Cuando era muy pequeño su bisabuelo trató de hacer que le bajaran los dientes más rápido con un hechizo modificado y no hubo medimago que pudiera arreglarle los huesos y recomponer la piel de la cara después, por lo que buena parte de su rostro era del mismo material brillante que la mano de Pettigrew. Ah, claro, como bien sabía Draco, esa familia era propensa a que le pasaran las cosas más horribles. En palabras de Severus, más les valía no aprender nunca a llorar porque si empezaban tenían razones para no acabar nunca. En palabras de Lucius, simplemente hay gente que nació para perder.

Acercándose a la finca, Draco se esforzó en recordar los detalles de la última vez que estuvo ahí. Exceptuando las breves visitas de cortesía con su padre y la pequeña celebración por la admisión en Hogwarts, solo había pasado tiempo en la finca esa aburrida navidad en que sus padres decidieron tomarse una segunda luna de miel en Libia. La tranquilidad venía bien, pero casi llegaba a intoxicarlo. Lo único lejanamente entretenido era mirar desde la ventana a los trolls que trabajaban en los campos de cicuta y mandrágora. Durante mucho tiempo la familia usó inferis para esas labores, pero ahora el ministerio los vigilaba estrechamente. También tuvieron que dejar su pie de cría de colacuernos y su destilador de ajenjo. Pero la familia estaba simplemente tan macerada, tan fundida con las fatalidades, que nada de esto parecía afectarle con profundidad. El asunto se daba por capítulo concluido e inmediatamente intentaban otra cosa. Los trolls resultaron excelentes guardianes nocturnos, los establos de los colacuernos albergaron cómodamente el doble de hipogrifos, y los campos del ajenjo se reformaron en excelentes productores de uva. Cuando el río se desbordó, aprovecharon los estanques para criar truchas, y cuando la finca antigua se incendió, fertilizaron los campos con ceniza. Circulo vicioso: Desgracia mediana desembocaba en éxito grande que desembocaba a su vez en desgracia enorme. Era estúpido pedirle a estas personas que tuvieran sentido de la compasión. Quizá algún día la fatalidad dejaría en paz a la familia y con su laboriosidad llegarían muy lejos, mientras tanto más le valía a Vincent pasar mucho tiempo en la escuela. Benedict solo cursó un año en Hogwarts porque los otros chicos se burlaban de rostro y de su manera de hablar. Ahora estaba casado con una prima segunda, Bridget Crabbe, y a punto de recibir trillizos.

Junto a ellos, en el camino, los campos se extendían tan bien cuidados como jardines. En uno de ellos, un extraño medio de transporte llamó la atención de Draco. A lo lejos parecía algo como un cepillo de cobre, abriendo con sus dientes surcos en la tierra.

«La bisabuela June. Nunca ha dejado de arar»

Draco miró con más atención. Sobre el cepillo-arado, una anciana estaba comodamente sentada en algo parecido a un pequeño trono, lo cual le dio a Draco una idea de las monstruosas dimensiones del arado. El enorme artefacto (bronce, según apreciaba Draco a lo lejos) se deslizaba con la suavidad de un pez, a pesar de estar rompiendo la tierra y las piedras bajo él. La anciana lo dirigía con un movimiento de la varita.

«Nunca nos ha querido decir que hechizo usa para impulsarlo»

Si la mujer era probablemente la única Crabbe que escapaba a la maldita racha de accidentes, algo debía de estar haciendo bien. La anciana no los saludó pero ya debía de haberlos visto. Despareció de inmediato, en una desaparición excelente para ser alguien que jamás había ido a la escuela, mucho menos presentado el examen.

El camino terminaba en una glorieta con una fuente y grandes lechos de flores multicolores, y a su alrededor esponjosas extensiones de pasto. El elfo del carruaje de alguna manera se las arregló para llevar los dos equipajes. En la puerta de la casa principal los esperaba June, la bisabuela de Vincent y matriarca de la familia. En circunstancias normales, a Draco le habría tomado esfuerzo no reir porque la mujer tenía el aspecto de un venerable y anciano chimpancé. Junto a ella, una mujer más joven salió de la casa, sonriendo. Alta, de complexión atlética, cabello negro en una trenza. Bibian Crabbe, tan entera como si fuera uno de los dientes del arado, tallada en bronce, y no una mujer de carne y hueso. Draco deseó de corazón que su propia madre hubiera tomado así el asunto. Recibió a Vincent dándole un abrazo tan fuerte que casi se partió a la mitad. Algo se dijeron al oído. Malfoy se sintió como un intruso viendo la escena. Los demás seguramente andarían en el campo. Después, Bibian también lo abrazó a él, y por fortuna no murió rebanado.

« Entren. Los elfos preparan la cena, y apartamos pastel de carne de la comida para ustedes» Bibian, como algunas veces había comentado Vincent, era el ama de los elfos en la hacienda. Criadora y comandante, inclemente con la vara, temible cazadora de fugitivos... ah, y esposa irreprochable.

Mientras pasaba por el vestíbulo y esquivaba los minotauros de juguete que los primos de Vincent dejaron regados, se preguntaba como la familia entre sus desventuras se daba tiempo de cultivar lechos de flores y apartar pastel de carne para los invitados. Más le intrigaba como seguía creciendo su hacienda si siempre una de sus partes estaba en destrucción.

Benedict salió a arreglar un desperfecto en la fuente. Un rato frente a una bandeja de galletas de hidromiel y siete rebanadas de pastel carne desviaron de la mente de Draco cualquier cavilación. Vincent y él reposaban como cerdos demasiado rellenos en las butacas de la mesa, lanzándose entre ellos los pedacitos que ya no se querían comer. Solo les faltaba Gregory haciendo torres con las galletas.

« ¿Quieres salir? Hay que bajar la merienda»

Caminar sonaba a proeza increíble en ese estado, pero hacía ya tiempo que no paseaba por la hacienda. El olor a tierra y a árboles lo invitaba a intentarlo.

Afuera, a lo lejos, los últimos rayos del sol dejaban ver a los Crabbe retornando del campo, guardando rebaños, cargando las carretas de forraje o leña. Tres muchachas volvían de la labor, cantando. Casi revolvía el estómago. Vivían como si no sintieran, actuaban como si no pensaran. Durante el primer año en Hogwarts, Draco tuvo verdaderos disgustos con Vincent por su total indiferencia ante las desgracias propias y ajenas. De no ser porque Lucius le recalcó tanto lo necesario que era entenderse y cuidar (sí, cuidar) del joven Crabbe, lo habría botado tan rápido como cruzaron la puerta de Slytherin juntos. Por otra parte, había muy poco para escoger un mejor amigo en la casa. Theodore siempre estaba estudiando, lo cual sería tolerable si tan siquiera hiciera el esfuerzo de participar en clase o explicarle a los demás, pero no estudiaba ese tipo de cosas, oh no, muy vulgares para él. Theodore era aprendiz de medimago desde siempre, y ya había atendido partos, oh claro¿como podía rebajarse a estudiar cuidado de creaturas mágicas, si eso no le servía para ser mejor medimago?. Blaise prefería pasar el tiempo seduciendo a las Ravenclaw, dado que ya le había metido manos a todas las Slytherinas, o haciéndole bromas pesadas a quién se pusiera al tiro. Lo cual al principio era gracioso, pero Draco había madurado un poco desde aquellas épocas de primer año. Gregory... era leal, sí, el perro guardián perfecto, la tumba de los secretos, pero no se podía tener una conversación con él. Era incapaz de hilar dos ideas simples consecutivas, y no era una exageración. Así que quedaba Vincent, lo cual frecuentemente equivalía a estar solo dos veces. Algunos días Draco se preguntaba que hubiera ocurrido si aquel día en la tienda de túnicas hubiera escogido mejor sus palabras con ese niño escuálido de pelo negro.

Vincent y Draco caminaron por la finca, hasta un invernadero con forma de domo. Dentro, dos de las Crabbe limpiaban con hechizos una compostera.

«Este año tampoco funcionó¿verdad?»

«Casi...»

Los Crabbe llevaban décadas tratando de propagar una peculiar variedad de rosas plateadas, de las cuales solo se conocía un ejemplar bicentenario. Aunque ellos mismos ya no estaban seguros del porqué.

«Draco...»Vincent parecía incomodo por no poder poner en orden sus ideas «¿Habló con ustedes el señor Oscuro?»

«He estado contigo todo el tiempo, bien sabes que no. No sé si Narcissa...» Frase cortada. Narcissa en ese momento ni siquiera estaría en condiciones de responder de sí misma. «¿Habló con ustedes?»

«Mi madre dice que...» De repente, los ojos de Vincent brillaron, como cuando en clases se arrebataba en una idea nueva, en un concepto dificil que acababa de entender. Por su cara pasó un leve rictus de asombro y de algo que regularmente no reflejaba ¿Miedo¿Dolor¿Asco? Pero se recompuso inmediatamente «No, olvídalo»

Caminaron otro rato, viendo las construcciones de la hacienda. Una ensalada de ruinas incendiadas y edificios nuevos. Bajaron a la cava, lo único que quedó de la hacienda antigua. Un laberinto de sótanos, con corredores y corredores de botellas reposando. Muchas salas llevaban cerradas décadas, en espera de dar un poco de sí a los vivientes afuera.

Se hacía tarde, y volvieron al comedor. Draco sentía que la merienda seguía atravesada en su estómago, a pesar de la larga caminata. Poco a poco la familia llegó del campo, y con "familia" se entendían hasta primos terceros. Por cualquier lado todos estaban emparentados, solían planificar los casamientos de modo que no tuvieran que dividir nunca la hacienda. Oponerse al matrimonio significaba ser expulsado de la hacienda y la herencia, pero eso solo había ocurrido una vez, cuando Irma Crabbe se casó con Polux Black. Era sorprendente que solo uno de ellos se hubiera enrolado en la gente de Voldemort porque la verdad se parecían mucho entre ellos: mismos modales torpes, mismos brazos de gorila, mismo grado de distracción congénita.

Los niños más pequeños estaban encantados de tener a alguien nuevo a la vista desde que entraron. Algunas señoritas pusieron sus ojos sobre el invitado, pero les pareció un bocadillo demasiado magro para sus paladares. Luego vinieron los inevitables saludos y la sensación de una pálida ausencia, que no acababa de ser, como si el padre de Vincent solo hubiera salido de caza el fin de semana. Para ser una familia a la que no le afectaban las penas se veían algo confundidos. Pasaron a un comedor enorme (normal, no los austeros tablones de Hogwarts), iluminado solo por dos magníficas chimeneas, y aunque Draco ya estaba lleno le pareció falta de refinamiento rehusarse a compartir la mesa la primer noche. Eso no era una mesa de familia, ahí podía sentarse todo un pueblo. Apenas cruzaron palabras durante la cena, y sinceramente el rubio hubiera deseado tener un escudo para no correr el riesgo de perder un brazo. Los elfos de la casa pasaban con unas charolas del tamaño de camas matrimoniales, sin darse abasto jamás.

«Hey, Draco, toma aunque sea un poco del guiso de jabalí»

«No, gracias, he comido pastel y estoy tan lleno que...» De acuerdo, no usaba sus modales muy a menudo y ni siquiera estaba seguro de necesitarlos en la finca.

«Anda» Benedict le extendió una canasta con confites de menta

«Ve que flaco estás, creo que en Hogwarts no les dan suficiente comida» Intervino Bridget, la esposa de Benedict y cuñada de Vincent «Le he dicho mucho a Vincent que se esta desperdiciando en la escuela, debería venir a trabajar todo el año» El aludido se hundió un poco en su asiento, escondiéndose atrás de un colosal pastel de chocolate.

«Ayudaría con los trolls» O algo así sentenció Benedict mientras le daba fin a unas alitas de pollo. Para alguien sin formaciones óseas en la cara, sus modales a la mesa eran exquisitos, pero para cualquier otra persona serían inaceptables. Narcissa ya le habría dado un manotazo.

« Desde que el ministerio hizo redadas contra Inferis el año pasado, las otras granjas nos compran trolls por docenas. Son mejor negocio que los colacuernos» Agregó la bisabuela, que enfriaba con un hechizo una taza de avena demasiado caliente para alguno de sus tataranietos.

«¿Ahora los crían?» Draco no entendía como gente tan propensa a las desgracias se arriesgaba a trabajar con animales de ese tamaño.

«Con paciencia, hasta las más difíciles bestias son domesticables, Draco» Puntualizó Bridget mientras abrazaba a Benedict. No pareció molestarle la comparación.

Vincent fue requerido para traer leña, de tal modo que al terminar la cena Draco se encontraba solo en medio de una multitud. A veces se preguntaba que tanto perdió naciendo en una familia reducida. Los primos y sobrinos lejanos de su amigo correteaban bajo la mesa. ¿Qué se sentiría tener a la mano a tantas personas parecidas a él?. Sabía que la mayoría no recibieron carta de Hogwarts, y de hecho los niños estudiaban solo durante el invierno porque el resto del año trabajaban como abejas con los adultos, pero se les permitía usar la varita desde que podían sostenerla. Con tantas personas en el mismo lugar, el ministerio no se daba a la tarea de averiguar quién hizo el hechizo. De manera que al llegar a Hogwarts Vincent sabía ya muchos hechizos útiles en la hacienda pero algo simples para la escuela.

Draco fue conducido inmediatamente a la habitación de los huéspedes. En la pequeña colmena cada cosa tenía un sitio, pero los niños se criaban todos juntos, de modo que Draco agradeció una habitación para él solo esta vez. La recámara olía a encerrado, señal de que hacía años no se usaba. Afuera llovía y el aire hacía de las suyas entre los árboles, pero dentro los edredones eran cómodos y tibios. También se distinguía afuera otro ruido familiar pero inidentificable. El rubio se preguntó que harían con un Crabbe menos. Suponía que ese verano Vincent cubriría a su padre, y agradeció que en el ministerio no se acostumbraran esas cosas. Dio varias vueltas a la cama antes de entender que esa noche no iba a poder dormir. Su cabeza tenía mucho que decirle ahora que estaban a solas.

Pidió a los elfos que prepararan el desayuno para tomarlo afuera y se puso la túnica azul que tanto le gustaba. Ese domingo en la mañana se le antojaba para volar en los jardines y un día de campo, sin embargo cuando llegó a la puerta se encontró un día soleado pero airoso y frío. Hasta el hechizo que mantenía los jardines verdes en invierno parecía apagarse. Tomó su picnic en el vestíbulo. A apenas medio metro del suelo, voló por los pasillos y las escaleras, era tan pequeño que apenas rozaba la alfombra con los pies. No querían comprarle una escoba de niño grande por lo mismo. Noole, su niñera, corría atrás de él advirtiéndole que se iba a caer, la perdió en la biblioteca.

Notó que si se acercaba a las paredes podía elevarse un poco más. Esquivó el retrato del abuelo Abraxas, y el retrato le gritó mil improperios. Pegado al palo de la escoba, tomaba las vueltas tan cerradas que casi quedaba de cabeza, y se propuso hacer un rizo completo. Y otro, y otro más, también uno bajando las escaleras y otro por el recibidor. No pudo enderezarse para el comedor. La pata de la mesa. No, no, las sillas. Las otras patas de la mesa... Pum, golpe en la frente y la mesa se vino abajo. Quería sobarse la frente pero estaba bien atrapado debajo de la enorme tabla. El palo de la escoba se quebró y las astillas le lastimaban las manos.

Algo húmedo rodó por sus mejillas y no eran solo lágrimas. Dolía mucho. Algo se movía arriba. Un hechizo elevó la mesa y su padre lo miraba desde arriba, bastante molesto. Draco deseó que mejor dejara la tabla donde estaba y a que a él lo olvidara ahí hasta que se le enfriara el enojo pero Lucius lo levantó con el brazo del tatuaje mientras con el otro sostenía la varita. Noole lo miraba desde el suelo, lo señalaba a él y luego a los restos del comedor mientras se daba golpes en la cabeza. Iba a haber azotes. Se sofocaba de tanto llorar. Su padre dejó caer la mesa y lo sentó sobre la única silla sobreviviente. Cinco o seis hechizos para volver al comedor a la normalidad, y dos más para curarlo a él.

«Draco. ¿Cuántos hermanos tienes?»

«Ninguno» Respondió en cuanto logró tomar aire.

«¿Y cuantos hermanos tengo yo?»

«Ninguno»

«¿Entonces cuantos Malfoy van a quedar si te estrellas?»

«Solo tú» Concluyó luego de reflexionarlo «Y el abuelo en el retrato. ¿Yo también voy a tener retrato?»

«No lo averigues» Finalizó Lucius, mientras subía las escaleras con su hijo.

Sospechaba que los azotes que no recibió él fueron la causa de que Noole no volviera a verse jamás por la mansión. De hecho, por razones similares tuvo demasiadas elfinas niñeras que no duraban mucho. ¿Su padre lo hubiera cuidado igual de no ser el único? Se imaginaba una finca llena de Malfoys, tan caprichosos y rubios como distraídos y robustos eran los Crabbe. Un remanente del paraíso, o un pasaje del infierno, pero un sitio interesante para crecer.

La puerta de la habitación de huéspedes se abrió de repente, descubriendo un alarmado Crabbe en pijama.

«Problemas. Todos abajo» Masculló Vincent y se dirigió a la siguiente puerta. Draco se enfundó rápidamente en su túnica, seguro de que estaba a punto de verse involucrado en alguna de las desgracias de los Crabbe.

¿Qué rayos era ese otro ruido¿Violines¿Algo rechinando? No, ranas. Por cientos, sobre el suelo y los muebles, cubriendo toda superficie horizontal. Era como si las paredes croaran. Ranas, y la familia Crabbe corriendo de un lugar a otro mientras la matriarca repartía órdenes a diestra y siniestra.

« Elfos a la cava, que ninguna rana toque el vino. Tamara, a los establos y asegurate de que los hipogrifos estén bien. Bernardine, escoge seis de tus primos y lleven a los trolls a defender los estanques o no quedará nada. ¡Benedict, los barriles¡Muévanse, muévanse, muévanse!»

La gente corría por el primer piso. Algunos usaban hechizos convocatorios para movilizar a las ranas, otros a base de Wingardum las sacaban por las ventanas o por la puerta. Los más pequeños simplemente las capturaban, inútil porque entraban por todas partes, y afuera era peor, porque parecían subir desde el río. Al fin llegó Benedict con barriles, donde June dio indicaciones para separarlas por especies. Draco no entendía para qué si de todas maneras el asunto no parecía acabarse nunca pero por cada barril que llenaban Benedict traía diez más. Ranas, Crabbes, hechizos volando y más ranas. A momentos Draco se sorprendía de recordar que había pasado temporadas de su vida sin ver una rana. Para el amanecer ya no se sentía en sus cabales y comenzaba a temer que al capturarlo lo pusieran en uno de los barriles como especie aparte siendo que debía ir con las otras ranas pardas. El pandemónium terminó mucho después del mediodía, cuando toda la explanada junto a la casa estaba cubierta de barriles repletos de ranas croantes, verdes y resbalosas. Uno que otro troll deambulaba entre los barriles, comiéndose a las que quedaron muertas en el suelo y a las fugitivas.

Agotado, Draco fué a acostarse junto a Vincent en el pasto alrededor de la glorieta de la fuente, sin energía para subir de nuevo a la recámara y preguntándose para qué demonios querría la bisabuela tantas ranas y porque en cuanto estuvieron listos los barriles salió por polvos flu a Nockturn Alley. La calma después de la tormenta le pareció incluso ilógica, hiriente. ¿Porque tuvo que ocurrir algo justo cuando él estaba de visita? El ruido de las ranas era impresionante. De alguna parte Vincent sacó panqueques de centeno y una cantimplora con jugo de ciruela, que Draco saboreó como si fueran langosta y vino blanco. Su cabello estaba hecho un desastre y prefería no pensar en las ojeras que debían estar creciendo en su cara.

Al rato se quedó dormido, y soñó que todavía estaba cazando las ranas. Se maldijo por no descansar ni dormido pero no hizo nada por despertar. Ahora sí tenía razones para dormir dos días, y de buena gana los hubiera pasado en el esponjado pasto, pero June llegó y como capitán de ejército pasó lista a sus descendientes. Draco comenzaba a entender como era que la hacienda se mantenía en pie. Ahora que lo pensaba, nunca había visto a un hombre dando órdenes en la hacienda, y de las mujeres casi siempre era June. Eso explicaba parcialmente porque Crabbe obedecía mejor a la profesora McGonagall que a cualquier otra. Una de las hijas, de la cual para variar Draco no sabía el nombre, les dió a todos un breve reporte de los daños.

«Se perdieron los estanques de langostinos y truchas, pero los hipogrifos y los trolls están sanos y recién alimentados. Todavía hay algunas ranas en los campos de mandrágora, Tamara y los trolls de los arados se están encargando» Se escuchó un murmullo general de aprobación. June hizo una señal para que todos guardaran silencio

«Lo mejor, el barril de ojos de rana está costando novecientos quince galeones en Nockturn y el de hígados cuatrocientos ocho en Diagon. Prepararemos las ancas ahumadas para venderlas y el resto nos permitirá alimentar a los hipogrifos por tres meses»

Por alguna razón a Draco no le extrañó ni un poco cuando las mesas del comedor aparecieron en plena explanada y todos se sentaron a descuartizar ranas, como si fuera uno de los negocios regulares de la hacienda y toda la vida hubieran estado haciéndolo. Se sentía al borde del colapso por agotamiento pero quería ver en que terminaba el asunto. Muy pronto se encontró a sí mismo sacándole los ojos a una rana con una cucharita diminuta, y luego a cientos más. Era fácil, casi podría hacerlo dormido. Agarrar la rana del montón, hundir la cuchara, girarla, aventar el ojo al barril, repetir la operación con el otro ojo, aventar la rana al montón siguiente. Lamentaba mucho la suerte de las pobres criaturas que llegaban vivas todavía a su montón, pero igual se divirtió con una de ellas que tenía en la frente una mancha lejanamente parecida a un rayo. Incluso consiguió una rojiza y otra con una enorme boca y onditas cafés en la cabeza para que le hicieran compañía. Ya buscaba otra de ojos rasgados para que fuera la novia de la del rayo cuando sintió una mano en su hombro:

«Es una lástima que un talento así se desperdicie con ranas cuando podría ponerse al servicio del Señor Oscuro»

Tía Bellatrix sonreía sombríamente. Sabía que era ella, aunque era la primera vez que la veía en persona. Como se fugó después de las vacaciones de Navidad, no tuvo oportunidad de verla. Sus recuerdos más lejanos no abarcaban hasta antes de la captura. Eran prácticamente extraños. Le dio la impresión de una limosnera con modales de aristócrata. Lucía mucho mejor que en la fotografía del periódico y terriblemente deteriorada si se le comparaba con la Bellatrix del album familiar que su madre le mostraba de pequeño. Bellatrix llevaba rato observando a Draco, tomó a la rana del rayo de una patita y la contempló, medio muerta y torturada.

"Quién sabe, tal vez tengas la oportunidad de atormentar al verdadero en los meses siguientes"

Los dos se rieron por lo bajo. Hacía poco tiempo que los dos vieron el rostro de Potter, demasiado poco para celebrar más. La broma de cualquier manera rompió el hielo. June le pidió a Bellatrix un momento para hablar retiradas y mientras tanto Draco se despidió de Vincent.

"Escribiré. No sé como voy a pasar las vacaciones solo en la mansión"

"Responderé. No sé como voy a pasar las vacaciones tan acompañado en la hacienda"

El elfo que lo atendía en el carruaje llegó con las maletas de Draco. Sin perder el tiempo Bellatrix echó el último vistazo al matadero de ranas a su alrededor y desapareció con su sobrino, para reaparecer en la mansión Malfoy. Draco recorrió los pasillos como si esperara que Lucius saliera de cualquier habitación, mientras miraba todo como si hiciera una eternidad que no estaba ahí. Era extraño, como si faltara parte del techo o hubiera un enorme boquete en la pared que dejara pasar el frío, pero la mansión no le parecía tan acogedora como antes. En el cuarto de huéspedes se encontró con que tía Bellatrix estaba instalada para quedarse unos días. Sus únicas pertenencias, un par de túnicas y un vestido, se extendían sobre la cama. En el suyo propio ordenó a su elfo que le preparara una tina caliente y después se alistó para cenar. Esperaba ver a su madre pronto. Esa mujer que ahora reconocía como tía lo intimidaba un poco.

No había rastro de Narcissa, pero igual Draco y Bellatrix se sentaron a cenar. Hablaron muy poco, de Hogwarts y frivolidades así. Por más que se esforzaron, luego de catorce años de ausencia, los temas en común se reducían a cero. Los elfos habían preparado soufflé ligero, ensalada de espinacas y un postre de fruta en almíbar, todo servido en pequeños cuencos de plata. Mientras hundía su tenedor en el soufflé, Draco se preguntó que estarían cenando en River Ways, en Spinners End... y en Azkabán


¡Servido¿Porque poner a los Crabbes? Porque si la familia del mejor amigo de Harry es interesante, la del mejor amigo de Draco no puede quedarse atrás. Y además, porque me siento muy feliz haciéndole la vida miserable a grupos grandes de personajes. Gracias por sus reviews, como siempre, respuesta en rrs. En el siguiente capítulo: Molbo