Capítulo 4

Los días de la muerte

(por Vedda)

Sudaba, se recocía bajo la túnica y la máscara de entrenamiento. Dudaba mucho que su cabello conservara la misma forma después de eso. Anticipaba dolor en todo el cuerpo para el día siguiente, aún más del que habitualmente el entrenamiento le dejaba, y de sus blancas manos brotaban hilillos de sangre aquí y allá. Preferiría estar corriendo o haciendo abdominales en el salón de las antorchas, como correspondería a esa hora. De quién haya sido la maldita idea de mandarlos a subir el peñasco sin equipo ni varita, era una exageración. Sin embargo, agradecía ejercitarse con la tropa de entrenamiento, porque abajo los mortífagos de base la estaban pasando muy mal con el oleaje alto. El agua helada del Báltico llegaba en forma de microscopicas esferitas hasta donde Draco escalaba. Greyback y otros licántropos iban a la cabeza en la escalada, a pesar de haber sido los últimos en salir.

Arriba, abajo y a los lados, la roca estaba cubierta de mortífagos intentando escalar. A lo lejos debían verse como un puñado de escarabajos negros subiendo una pared. Solo porque el Lord amaneció de un humor endemoniado y decidió que todos estaban muy gordos y necesitaban hacer ejercicio. Hasta Nagini. Los varios metros de serpiente pasaron junto a Draco con una rapidez escalofriante. «Definitivamente la trata mejor que a nosotros», escuchó el rubio a un par de metros. En un sitio donde la mayoría domina la legilimencia, da igual si se dice en voz alta o solo se piensa, así que los sarcasmos y los chistes privados eran moneda de cambio.

El asunto le traía problemas ultimamente. No podía controlar lo que pasaba por su mente, y eso equivalía a traer sus más íntimos pensamientos escritos en la espalda con grandes letras rojas. Un suave codazo partecostillas le indicó que se estaba atrasando

« Lucy, estorbas, no estés pensando en letras rojas»

El apodo era cariñoso en comparación con lo que gritaron los demás. Al menos dejaron de decirle "Rapunzel Junior", "Ricitos de oro", "Barbie Peinados Encantados" y otras joyitas que Lucius le heredó. Esperaba con todo su corazón que nadie lo hubiera escuchado.

Escalaba, solo por el hecho de escalar, como si fuera una máquina fabricada para eso. Estaba tan cansado que había dejado de sentirlo. La orilla quedaba en línea vertical sobre él, y el cuerpo de quinientos compañeros escalando le impedía mirarla como consuelo. Ni pensar en tomar agua o comer. ¿Cuanto llevaba ahí? Empezaron al amanecer, con el sol a sus espaldas, y ahora apenas se veía algo del sol arqueándose totalmente sobre la roca, a través de la túnica de los compañeros de arriba. Con todos los mortífagos escalando junto al mar la Orden tuvo una mañana anormalmente tranquila, seguro. Nah, quizá algún estúpido intentó invocar una marca oscura y se divirtieron capturándolo. O quizá estaban en el cuartel general comiendo langostinos al carbón con trajes medievales y entonando himnos tibetanos versión rock porque Dumbledore, al igual que el Lord, se levantó del lado equivocado de la cama. Draco escuchó risas a su alrededor, sus pensamientos eran objeto de mucha atención. Nunca se había concebido como comediante pero el resto de los mortífagos encontraban sus sarcasmos deliciosos.

Escalar, escalar, escalar. ¿Nunca se acababa¿Que ocurriría si les daba la noche ahí¿Dormirían como saltamontes, pegados a la pared? Para su felicidad, vio la larga sombra del acantilado en el agua detrás de ellos, y calculó les faltaba la quinta parte, de alguna manera se volvía eterna. Sospechó que en lugar de escalar, descendía sin darse cuenta. En algún punto las rocas se volvieron más pequeñas, la tierra más blanda, y luego el compañero de arriba se deslizó de manera desacostumbrada, empujándose hacía adelante, para salir de la vista de Draco. Unos segundos después, el rubio se encontraba con las manos en la orilla, peleando para encontrar algo firme donde tantas personas antes jalaron cualquier apoyo. Por mucho fue la parte más difícil, pero sus brazos sacaron fuerzas de no sabía donde para traccionarlo a la tierra horizontal, y así como hacía un momento escalaba, ahora caminaba en una hilera hacía Molbo. Entre las rocas una hendidura diminuta daba a unas escaleras torcidas, por las que no podría pasar nada mayor a un humano delgado. Al menos esta vez el trayecto era en descenso.

En la cámara de entrada tres o cuatro mortífagos inspeccionaban cuidadosamente a quienes ingresaban. Esas cámaras de entrada eran retenes y puestos de guardia, con una pequeña armería anexa en caso de detectar un intento de invasión del exterior... o fuga de los habitantes. La mayoría de las familias de los mortífagos aún soñaban con la luz del sol. Los niveles más inferiores aún no se poblaban, pero el Señor Tenebroso movilizaba cada vez más y más mortífagos para que trajeran a sus familias, por la buena o por la mala.

Los primeros días Draco hubiera deseado tener ojos en la espalda para mirar mejor Molbo, y de haber estado un poco menos cansado hubiera apreciado la vista de la ciudad. Las escaleras que bajaban de la cámara de entrada desembocaban en una plataforma de piedra, bajo la bóveda de roca que cubría al nivel superior de Molbo. Además de ser la desembocadura de todos los túneles inferiores, este primer nivel era un laberinto de escaleras, plazas, plataformas y torres, coronados por una gran esfera azul suspendida a la mitad de la bóveda, un sol frío que Voldemort conjuró para iluminar su infierno. Tragaluces estratégicos dejaban que la luz de la estrella azul iluminaran en parte los niveles inferiores, y ventilaban el aire viciado, algunos llegaban al exterior pero eran indistinguibles entre las piedras del acantilado. Enormes acueductos de piedra distribuían agua a toda la ciudad, y partían de la enorme cisterna principal en el primer nivel. Por lo demás, la ciudad estaba construida en un estilo muy sobrio, y se adornaba solamente por algunos relojes enormes en las plazas. Aparte de la bóveda principal del primer nivel, en el séptimo otra más pequeña protegía el núcleo de mando: la residencia del Lord. Sin embargo, al contrario de la bóveda del primer nivel, que recibía multitud de caminos, y en la que se desarrollaba toda la actividad, la del séptimo era una zona restringida.

Bajando por un túnel y luego otro, llegó al dormitorio que compartía con el resto del grupo Adama. Las raciones de comida, en reglamentarias cajitas de madera encantadas para mantener el calor, lo esperaban sobre la mesita de la entrada. Abrió la que marcaba "Malfoy Jr" con letras metálicas. Los elfos se habían tomado su tiempo ese día: Calabazas miniatura rellenas de pavo, espagueti con una salsa rosada deliciosa, ensalada de hongos, panecillos con mantequilla de hierbas, algo parecido a pudín y en las jarrillas, zumo de calabaza. De la dieta no se podía quejar ("dieta hipercalórica", llamaban en estudios muggles al tipo de comida que consumían los soldados). Terminó su comida tan despacio como pudo, teniendo en cuenta el hambre que lo perseguía, aún así el zumo de calabaza no le alcanzó y apenas pudo pasar los panecillos con el pudín al final. El dormitorio solo tenía dos camas chicas y una grande, y todas tenían ya un ocupante. Hizo a un lado a su compañera y se tendió en la cama más grande, tan cansado que no podía dormir, y tan adormilado que no podía hacer nada más. Imelda, la chica a su lado, lo empujó reclamando su espacio original. Era inusual dormir con alguien del sexo opuesto, pero en ese momento una veela y un tronco semipodrido valían lo mismo como compañeros de cama.

Un par de horas después despertó, por el movimiento de sus compañeros. Preguntándose si en algún momento estuvo en verdad dormido y nostálgico por los tiempos en que sus ciclos de sueño eran totalmente predecibles, veía a su alrededor, pero alguno de los mecanismos del sueño se había quedado pegado y apenas lograba reaccionar.

«¡Lucy¡Bellatrix acaba de mandar decir que quiere a toda la tropa de entrenamiento para cubrir la retaguardia de un ataque!»

Afuera gritaban algo como "¡LA ORDEN YA ESTA AHÍ!". Inmediatamente estaba despierto, reacomodándose la máscara de entrenamiento, buscando desesperado su varita. Por el pasillo de piedra muchas personas corrían, Snape se detuvo ante la puerta del dormitorio de los Adama y ladró instrucciones, ni siquiera era necesario entenderle, en un segundo el grupo completo estaba corriendo en medio de la marejada de personas de negro que al final se reunían en una la gran plataforma redonda del primer nivel, algo hundida respecto al resto del nivel, la llamada Sala del Caracol por el mosaico espiral en el suelo.

Subiendo las escaleras Draco encontró más mortífagos de los que se podían calcular, reunidos en pequeños círculos. Cada grupo aferraba un objeto de plata parecido a una rosquilla, según observó Draco cuando a los Adama les fue repartido uno. El Lord, desde la torre de la Sala del Caracol, extendió la varita sobre su tropa. Se hizo el silencio mientras el señor Tenebroso murmuraba algo. Draco reconocía lejanamente el hechizo para crear un portkey, modificado, lleno de amplificadores. ¡Estaba convirtiendo todas las rosquillas en portkeys al mismo tiempo!

Lo último que vio de la Sala del Caracol fue el reloj que la adornaba, marcando las 6:30. Y luego todo se volvió movimiento, viajaba a gran velocidad, hasta caer en una carretera donde se formaba un embotellamiento, sobre un río. Muggles gritando. En el centro de todo el desastre de automóviles un enorme grupo de aurores intentaban detener el puente a punto de quebrarse a la mitad, mientras otro desalojaba a los muggles. Un puñado de mortífagos, acorralados, se defendía sobre la caja de un trailer, tan lejos que solo se distinguía el resplandor de las maldiciones verdes y rojas que lanzaban.

Mientras los mortífagos de base corrían entre los autos hacia los aurores, Bellatrix movilizó a los aprendices en la retaguardia, formando una sólida muralla, que lanzaba hechizos como disparos para cubrir la espalda de la primera cuadrilla de choque. Sin quererlo, Draco quedó al frente de las filas de novatos. Tras de ellos se escuchó el sonido inconfundible de magos apareciendo: la cuadrilla de medimagos de los mortífagos acababa de aterrizar, lo que solo significaba que de antemano se calculaban docenas de heridos. Draco solo quería bajar la vista, esconderse en algún sitio, alejarse de la carnicería que ambos equipos ejecutaban, pero debía mantener la atención sobre la línea de fuego. Las filas se hacían más y más compactas, al punto de no poder extender los codos al hacer los hechizos.

Bellatrix apartó otro grupo de novatos, y les ordenó ejecutar a todos los muggles que salieran del embotellamiento. Tal vez capturar algunos para las prácticas siguientes. Draco pensó que si pudiera escoger, preferiría ser de los que mueren ahí mismo. VanDoren le dio un codazo para que no se distrajera.

Dos rostros, que Draco reconoció dolorosamente, se acercaba a ellos: Alastor y Albus. Penetraban las filas de los mortífagos dejando una estela de caídos detrás, queriendo llegar a Bellatrix, sembrando el terror entre la retaguardia de los mortífagos. Pero ella era más rápida, y se escabullía entre los novatos, poniéndolos en medio. Alastor parecía estar dispuesto a derribar a todos los aprendices, como había derribado a los mortífagos de base. En medio del caos Draco se encontró de cara a cara a Albus. Lo miró a los ojos, y pasó de largo, derribando a todos alrededor. El rubio supo que no era el momento de la misión, debía infiltrarse a Hogwarts, no derrotarlo en pelea. Un hechizo de Alastor derribó a Gecheff. Draco tenía la idea de que ambos ancianos lo miraban bajo la máscara de entrenamiento, por la expresión burlona de Moody al pasar junto a él. Bellatrix salió de entre los aprendices. Con un cruciatus tiró a Alastor al suelo. Albus volvió sobre sus pasos para quitársela de encima. Los novatos no se movían.

Sobre el puente las cosas ardían. Algunos autos incendiados, muggles muertos por todas partes, aurores caídos, mortífagos malheridos, y ambos equipos peleando con uñas y dientes para ganar terreno. La caja del trailer estaba a punto de ser territorio mortífago. Albus pescó a Alastor por un brazo y desaparecieron.

Bruscamente, bajo el río, algo se quebró. El asfalto se cuarteaba. Los mortífagos ahora hacían repliegue, corriendo hasta la orilla, mientras los aurores desesperadamente lanzaban hechizos al agua para detener la caída. Los automovilistas trataban de salir del desastre. La consigna para los novatos cambió a atacar los pilares que sostenían el puente, excepto los Adama, que seguían lanzando maldiciones a los aurores en el puente. Los rescatados ya estaban tras la línea de retaguardia.

La estructura de asfalto se colapsó. VanDoren y Marcus corrían, cargando a Gecheff. Los mortífagos se reagrupaban de inmediato alrededor de los portkey, una retirada rápida y limpia. En segundos cayeron a la Sala del Caracol. Los relojes marcaban las 7 de la tarde. Treinta minutos que le habían parecido diez horas. El recuento de los heridos era sorprendentemente más bajo de lo esperado, porque simplemente quienes no se cuidaron murieron. Medimagos y heridos se desplazaron a la enfermería en el tercer nivel. Los Adama estaban cansadísimos, pero completos. Al menos por ese día.

«Mucho entrenamiento por hoy» Murmuró Draco, y los Adama estuvieron totalmente de acuerdo. Sin importarles lo demás, se escurrieron a la habitación, a reanudar el sueño perdido. Depositaron a Gecheff sobre una de las camas. Pero estaban tan agitados que simplemente no se pudieron dormir. Imelda paseaba en estado zombie, la otra, Anatolie, le pasó un brazo sobre los hombros. VanDoren se sentó en la cama, al borde del llanto, mientras la última chica lloraba en silencio sobre Gecheff. Marcus se acostó en el suelo, con los brazos bajo la cabeza.

«Así que esto ha sido siempre» Dijo Marcus Flint en voz baja, solo para Draco y Rostan Rookwood

Malfoy y Rookwood asintieron con la cabeza. Draco tenía recuerdos muy claros del estado de su padre aquel día después del torneo de los magos. Lucius seguramente había ganado un alto grado de insensibilidad, pero la expresión de "Victoriosa derrota" era idéntica en un mortífago consumado y en un novato.

De haber tenido una religión, Draco hubiera rezado. ¿Como se suponía que iba a hacer esto el resto de sus días? No soportaba ni un minuto más en la aplastante ciudad. Sentía que en cualquier momento las paredes de la bóveda se colapsarían para cubrir tanto mal. A lo lejos casi podía sentir el eterno excavar de los trolls. Esos esclavos eran totalmente distintos a los que vio en la granja de los Crabbe, hasta a las bestias les afectaba la atmósfera maligna que flotaba dentro de la bóveda. Su pelo era opaco, su piel semitransparente. Al igual que las personas, en comparación con los habitantes del exterior los trolls resplandecían enfermedad, ese algo inidentificable que exhalan quienes han pasado mucho tiempo recluidos en su tristeza. Lucius seguramente ya luciría así

Sobre sus cabezas, Molbo volvía a la normalidad. La ciudad tenía planes de expandirse al infinito, para albergar a tantos siervos del sistema como se pudieran recolectar. La actividad no disminuía jamás: sin sol no hay noche ni día, solo la voluntad del Señor Oscuro que los manejaba a su antojo. A pesar de los incidentes del día, no era una jornada extraordinaria. Tantos días tan igualmente plagados de malignidad cotidiana, con una rutina siempre igual que nunca era la misma. La mayoría de los habitantes ya habían hecho caparazón contra ese aire de tristeza, pero Draco sentía que nunca se adaptaría, que nunca llegaría al grado de indiferencia necesaria.

Draco se recargó en la pared, no muy lejos de donde VanDoren cuidaba de Gecheff. Pensaba en Narcissa, como otros días. No la había visto desde aquella noche que cenaron. Ni siquiera se despidió de ella. ¿Bellatrix le habría explicado que lo iban a secuestrar¿Sabría que esa era la manera habitual de recoger a los novatos¿Alguien ya le habría dicho que estaba bien¿Lo estaría buscando, consiguiéndole una tumba en el mausoleo familiar¿Lo extrañaría, siquiera? VanDoren volteó a verlo con una mueca de curiosidad. El Durmstrang tenía un grado de legilimencia tan alto que una vez despertó en la noche porque estaba viendo las pesadillas que tenían los otros, y los pensamientos de Draco eran muy interesantes e inusuales en la ciudad del Señor Oscuro. A ratos Draco olvidaba que en Molbo estaba prohibido pensar.

Pasadas unas horas, por una especie de acuerdo no explícito, fingieron que no había pasado nada y hasta las chicas se calmaron. Se escuchaba más movimiento del normal arriba. VanDoren sacó de quién sabe donde un ajedrez, para que la ex-zombie Imelda y Anatolie jugaran. La que estaba llorando, Glabella, estaba feliz porque Gecheff ya despertaba. Rostan y Marcus iniciaron un disimulado chismorreo de cosas que pasaron en Hogwarts, Draco se sintió obligado a acompañarlos. La calma siempre vuelve, pensó el rubio con un poco de alivio.

«¡Imelda¡Eres una rata estafadora!»

La aludida comía las galletas de chocolate hechizadas para moverse como peones y se burlaba del berrinche de Anatolie. Gecheff y VanDoren se unieron a la conversación de los chismes de Hogwarts, y se rieron de las anecdotas de Potter que Draco les soltó. La tarjeta de San Valentín que Ginny le envió en segundo estuvo a punto de sofocarlos. Pasaba la medianoche, cuando Severus abrió la puerta del dormitorio. Algo sorprendido de encontrarlos a todos despiertos entró a la habitación. Se veía ligeramente desorientado.

"Todos arriba. Tendrán una clase extra. Pongánse las máscaras. VanDoren y Gecheff, tendré que hablar un poco con ustedes, los demás a la cámara de arriba"

Draco y los demás subieron a la cámara inmediatamente de arriba. Se parecía al salón donde tuvieron las lecciones. Solo que esta vez había algo un poco más grande para torturar. Encadenado a la pared, el director Karkarov.

Malfoy Junior no recordaba haber visto jamás a alguien tan golpeado. Su rostro estaba tan amoratado que apenas dejaba ver el ojo reventado dentro de la órbita izquierda. De su nariz salía un río de sangre e hilillos de algo parecido a agua de roca, y su brazo narraba el intento de quitarle la marca oscura con ácido. Draco se sorprendió de estar separado de la habitación solo por un piso y no haber escuchado nada.

Gecheff y VanDoren entraron a la habitación, tratando de no mirar demasiado a su exdirector, seguidos por Snape. El profesor de pociones ni siquiera traía máscara. Karkarov levantó la cabeza para dejarla caer de inmediato.

«Severus... te lo ruego... tu también...» Su voz era totalmente opuesta a la del tirano que Draco conoció durante el torneo de los tres magos.

Ignorando las súplicas de su excompañero, Snape se dirigió a los aprendices.

«Este es, mejor dicho, esto era Karkarov. Como sabrán, el Señor Oscuro no soporta a los traidores, pero le ha concedido unos días más de vida, para convivir con las nuevas generaciones. Todos los novatos deberán pasar algo de tiempo con él. Si alguno de ustedes decide liberarlo, tomará sus cadenas. Tienen dos horas»

Los Adama se miraron un minuto entre ellos. Desde el fondo del salón, Snape se impacientaba. Un cruciatus más mataría a Karkarov, necesitaban algo más interesante. A Draco le asqueaba la idea de lanzarle al tipo una sola maldición más, y se apartó un poco de la primera linea, disimulando ante sus compañeros. Al fin Imelda avanzó un paso y lanzó un hechizo azul cristalino que dejó a Karkarov sin aire, seguido por otro negrirojo de Marcus y muchos, muchos más, incluidos algunos de Snape, solo para asegurarse que la muerte no lo liberara...

Al amanecer, mientras bebía agua del acueducto y se lavaba la cara para despertar, Draco llegó a la conclusión de que cualquier momento de calma y normalidad en Molbo era una treta preparatoria al horror siguiente.


Capítulo 4 servido. Pobreeee Draco (y empeora). Estamos planteando poner una pareja shipper a futuro, pero aún no decidimos cual ¿Alguna sugerencia?.

Capítulo 5: Inquieta compañía.