Disclaimer: Dumbly, sus profesores, sus alumnos y el castillo le pertenecen a J. K. Rowling. Algunos alumnos son de mi invención, los necesitaba para cubrir algunos huecos por allí y por allá...
REVOLUTION
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La Increíble y Alocada Historia de la Desquiciada Nymphadora y su Pelirrojo Despistado
por bibliotecaria
Capítulo 2: Viernes 3 AM
Ok. Es oficial. Mi vida es un auténtico desastre. Y para colmo creo que ya me estoy repitiendo a mi misma. ¿No se supone que tengo que cumplir al menos los treinta para sonar así de amargada? Pero bueno, ustedes se sentirían igual si hubieran tenido que escuchar los improperios que recibí por parte de mi casi suegra y de mi adorada y tierna madre durante el desayuno. Y sólo para que quede anotado en el registro, si encuentro al que se le ocurrió la genial idea de inventar los howlers va a desear haber nacido sordo luego de que enfrente lo que tengo pensado para él. Y estoy segura de que todas sus víctimas, el ochenta y nueve por ciento del alumnado, me lo va a agradecer. En fin. Ese hombre (porque tenía que ser hombre para tener una mente tan retorcida) no es una de mis actuales prioridades. No. Ese infeliz puede esperar unos meses más. Ahora debo concentrarme en problemas que requieren toda mi atención y debo concentrarme en ellos de inmediato.
Como de costumbre, tengo el inigualable poder de arruinar mi vida casi por completo y la de un par de personas más en el camino. Sin embargo, para serles completamente sincera, algunas de mis pobres víctimas se lo tenían más que merecido por ser tan increíblemente entrometidas. Y, a pesar de que casi acabé con la vida de un compañero, destrocé valioso equipamiento escolar, insulté a un profesor e incurrí en conductas semi delictivas y que atentaban contra las buenas costumbres del colegio, debo confesar que mis acciones estaban casi absolutamente justificadas. Inclusive el llamar a nuestro estimado profesor de pociones viejo murciélago asqueroso y para rematarla agregar un estratégico frustrado sexual. Porque entre ustedes y yo, se rumorea por el colegio que el hombre... eh... tiene problemas con su... eh... que no puede... ¡Maldición! Ustedes entienden ¿no? Debe haber sido gracias a un accidente en el laboratorio o alguna maldición que le pegó en el... eh... en algún sitio que no debía, ya que aparentemente de joven funcionaba. Resulta que en casa, este verano, escuché una conversación de mamá con una de sus amigas acabo-de-cumplir-los-treinta-pero-en-realidad-tengo-más-años-que-Flammel que no definitivamente no debería haber escuchado. Tuve pesadillas durante meses, y eso que solo alcancé a captar palabras como Bella, Severus, más manos que el calamar gigante. Y es cierto que el hombre tiene manos grandes... Agh ¿Por qué estoy preocupada por la vida sexual de ese imbécil? Probablemente porque la metida de pata que me mandé es una de las más grandes de la historia de Hogwarts...
Y para colmo Charlie aún está en la Enfermería. Y Madame Pomfrey no me deja visitarlo bajo la tonta excusa de que siempre que entro a ese horrible lugar (que por más hospital que sea eso de tener todo blanco enferma hasta al más sano...) algunos de sus pacientes termina con alguna que otra herida que no tenía antes. Pero no es mi culpa esa maldita manía de poner mesas, cortinas, bancos, camas y enfermos por todo el lugar... Así cualquiera se tropieza ¿no? Aunque debo reconocer que la situación empeoró desde el día que mi pequeño casi cuñadito Percy (que a pesar de ser sólo una ratita de doce se comporta con la misma seriedad que McGo) llegó literalmente con la nariz en la frente luego de que yo intentara detener el sangrado que le provocó una Quaffle arrojada estratégicamente por Charlie. Creo que a partir de eso me agarró manía. En fin. El caso es que debo soportar absolutamente sola, con la mayor dignidad posible, las miradas de odio de mis compañeros de casa por haber perdido doscientos puntos, las risas burlonas de los Sly quienes no estarían más contentos si el propio Salazar hubiera revivido y la dura reprimenda visual de la vieja McGo. Aunque claro, esa dignidad es difícil de mantener cuando llegan a tu plato de desayuno las dulces palabras de mi madre, quien oportunamente convirtió su amable carta en un howler para poder compartir con todo el colegio lo maravillosa que es su única hija. Mierda.
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Luego de pasar casi cinco meses en el infierno, habiendo prácticamente perdido a mi mejor amigo y el control de mi maldito cuerpo las cosas regresaron lentamente a la normalidad. Ok. No a la normalidad en su acepción más común sino en el clásico estilo Tonks. Caótico, divertido y absurdo. La clase de normalidad que hay en mi casa cuando mi familia (paterna por supuesto) invade el hogar para las fiestas. La clase de normalidad que mi padre encuentra reconfortante y que hace que mi madre se pregunte cada cinco minutos que droga había tomado cuando decidió casarse con él. Esa clase de normalidad. Y, por si esto fuera poco, hay que sumarle a esta ecuación otro elemento: Charlie Weasley. Si. El mismo desgraciado que me torturó medio semestre con sus estúpidos conflictos morales. El mismo que me ignoró casi por completo mientras se dedicaba a hacerle creer a la rubia tonta de su novia que yo sólo era un amigo (si, así nomás, en masculino). El mismo que me rescató del castigo de Snape y antes de que yo pudiera reaccionar me arrastró hasta la famosa Torre de Astronomía para hacerme una pequeña demostración de porqué era tan famosa. Ups. Si. Fue en ese momento cuando todo regresó a la normalidad.
El viejo impotente, eh, digo, mi querido profesor de Pociones me tuvo refregando calderos, muros, frascos, el escritorio y casi toda la mazmorra durante horas. Sin magia. Y yo allí, tratando de encontrar un medio de escape a aquella tortura, reflexionando mis opciones con cierto pelirrojo y encima soportando lo más estoicamente posible dada mi posición el malhumor del murciélago superdesarrollado. Mierda. Sin embargo, incluso contra las predicciones de Trelawney (otro murciélago sin vida sexual, si me permiten la digresión) esa noche terminó muchísimo mejor de lo que me hubiera atrevido a soñar en más de cien años. ¿Cien? No. Ni en más de diez mil años hubiera podido imaginar como se desarrollarían las cosas desde que abandoné la maldita mazmorra hasta que volví a mi dormitorio. Y si pudieran verme en este momento se darían cuenta que cargo una sonrisa idiota de esas que hasta los de Corazón de Bruja y los publicistas de pasta de dientes envidiarían.
En fin. El caso es que mientras regresaba a mi Torre, evitando a Peeves, al Barón Sanguinario (el maldito fantasma me tiene manía, se lo juro), a Filch y a su preciosa gata me encontré con mi pelirrojo favorito. Él estaba de pie detrás de un armadura, con una sonrisa boba, más colorado que su pelo y con una expresión indescifrable, incluso para mí. Y yo, que había preparado un excelente discurso por si se presentaba esta situación durante mi castigo, solo atiné a cruzar los dedos rogándole a todas las deidades conocidas, nacionales y extranjeras, que todas las partes de mi cuerpo permanecieran con su forma y su tamaño normal. Y si fuera posible que tampoco cambiaran de color. Y por primera vez en toda mi vida, alguno de esos dioses escuchó mi plegaria y conservé la forma adecuada y el color correcto. Y de paso la dignidad, al menos esa noche.
Charlie, mi adorado Charlie, me tomó de la mano en un gesto absolutamente inesperado y me guió por los oscuros corredores del castillo hasta la ya citada famosa Torre. Aunque puede ser que este gesto no se debiera a un ataque de valentía o un deseo de acercarse a mi de su parte, sino que el pobre conocía sus dificultades para hilvanar una frase coherente en esos momentos. Una de las tantas cosas que yo le había enseñado: si sabes que no puedes hablar, actúa en consecuencia. En fin. La incapacidad lingüística del pelirrojo más torpe en cuestiones amorosas que ha dado la familia Weasley en diez generaciones no debería importarme demasiado a estas alturas. Aunque, habiendo sido testigo de los despliegues de seducción de su hermano mayor, por cuyas manos han pasado más de la mitad de la población femenina que no juega con muñecas del castillo, no puedo evitar preguntarme que diantres hago yo con un tipo que estuvo más de quince días para invitarme a salir. Sin embargo, la respuesta es sencilla: es Charlie. Y para mí, eso es más que suficiente.
Milagrosamente, teniendo en cuenta mi habilidad de meterme en problemas, llegamos a nuestro destino sin mayores contratiempos. En ese momento yo ya había perdido la capacidad de cualquier pensamiento coherente. La vista desde la Torre es perfecta. El tenue brillo de la luna llena en el lago, las sombras de los árboles del Bosque, la pequeña cabaña de Hagrid hace que me maraville con la belleza del lugar. Sin embargo, lo que entorpecía y nublaba mi mente esa noche era la presencia a menos de cinco centímetros del cuerpo de Charlie. Estaba muy cerca, demasiado cerca. Y me miraba con picardía, con esa confianza que sólo dan años de amistad y compañerismo y con algo más. Deseo. Temor. Anhelo. No lo sé. Sin embargo, el muchacho titubeaba un poco, como si sobrio no se atreviera a hacer aquello que había hecho borracho. Y yo, bueno, nunca me caractericé por ser una persona paciente. Así, que luego de un cuarto de segundo de indecisión, acorté la distancia que nos separaba y lo besé.
Fue un tanto torpe al principio, pues el muchacho, como ya he dicho, es de reacciones lentas. Cuando puse mis labios sobre los de él, y comencé aquel beso el muy idiota se quedó quieto. En ese momento yo pensé lo peor, que todo ese teatro para salir era sólo que quería que volviéramos a ser amigos. Que yo había (como de costumbre) malinterpretado sus orejas coloradas. Que lo próximo que saldría de sus labios sería un ¡que rayos, Tonks!. Pero por suerte, me equivoqué. Justo cuando me disponía a terminar con ese beso a medias, unilateral y a echarles las culpas de mi comportamiento demasiado amistoso a los vapores aspirados en las mazmorras, él me sorprende gratamente devolviéndome el beso. Y, si me vieran ahora, notarían que la sonrisa idiota se ha agrandado mucho más. Suerte que soy una metamórfaga, porque sino, con tanta sonrisa, creo que debería ir ahorrando para el cirujano plástico porque seguramente corro el riesgo de quedar deforme.
En fin. Si yo había pensado que besar a Charlie, absolutamente borracha en el baño de los Prefectos había sido una experiencia insuperable, en ese momento me di cuenta de que estaba equivocada. Ese hombre es increíble. Realmente increíble. Si bien el beso al principio fue tentativo, incluso tímido, pronto se volvió decidido, pasional. Creo que todos los meses de tensión sexual acumulada explotaron en el preciso instante en que sus labios respondieron a los míos. Todo en él era excitante, sus labios, su lengua, sus manos recorriendo mi espalda. Yo respondí con vehemencia, acariciando su pelo, sus hombros, su espalda. En cierto momento, cuando parecía que respirar era algo absolutamente innecesario en comparación con ese beso, Charlie se separó unos milímetros de mi boca para empujarme contra el muro y asaltar mi cuello. Tuve los moretones por más de una semana, pero por supuesto que eso no me importó. Repito, no hay nada mejor en el mundo que besar a Charlie Weasley.
Estuvimos allí durante horas, o por lo menos eso creo, ya que perdí por completo la noción del tiempo. Mierda. Si no fuera por las malditas rondas de patrullaje de Filch y porque eventualmente hubiéramos tenido que hacer cosas insignificantes como comer o dormir, probablemente aún estaríamos allí, perdidos en un beso sin fin. Pero, de alguna forma, debíamos detenernos y regresar a la Torre de Gryffindor si no queríamos terminar castigados hasta que nuestros nietos (y pongan atención que digo nuestros) se graduaran. Aparte, esta vez teníamos que hablar. Yo no iba a soportar los tres meses que restaban del curso lidiando con un acobardado Charlie. Por suerte para mí, esta vez no tenía la excusa de litros excesivos de Whisky de Fuego ni de rubias idiotas. Y, en contra de lo que cualquiera hubiera pronosticado, todo salió bien. Muy bien. A partir de esa noche, Charlie Weasley se convirtió oficialmente en mi novio.
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Pero bueno, como ustedes sabrán, mi vida no es similar a la de las princesas de los cuentos de hadas. Y no sólo porque yo tengo de princesa lo que el viejo Dumbledore tiene de normal, o la querida McGo de rebelde. No. El problema es básicamente mi capacidad, o incapacidad, mejor dicho, de alejarme de los problemas. Estuvimos los últimos meses del curso disfrutando de un idílico noviazgo. A pesar de que la venganza de Julie Hopkings (no sé si recuerdan que así se llamaba la idiota con la que solía salir Charlie) fue fuerte, pudimos superar los incidentes sin perder demasiados puntos o nuestra dignidad. Bueno, gran parte de ella al menos permaneció intacta. Luego de las primeras semanas de humillaciones públicas, como cuando terminamos en boca de todo el colegio luego de que la maldita resentida esparciera el rumor de que nosotros estábamos juntos para tapar el hecho de que mi Charlie era gay, las cosas se fueron calmando. A este hecho hay que agregar que la proximidad de los MHB nos mantenía casi todo el tiempo en la biblioteca. Por más ¿enamorada? que esté de este pelirrojo, mis metas son claras. No voy a poder ingresar en la Academia de Aurores si no me tomo en serio, al menos un poco, estos dichosos exámenes.
En fin. A pesar de los exámenes, las prácticas de Quiditch, los castigos y las ex-novias nos las ingeniamos para pasar todo el tiempo posible conociéndonos un poco más. Yo estaba en las nubes, feliz, disfrutando al máximo el tiempo con él, besándolo hasta perder el aliento, compartiendo miradas de complicidad, notas durante las clases, las salidas a Hogsmade, el armario de escobas... Ups. Eso último no lo oyeron, y cómo mi madre (o lo que es peor la de él) se enteren recuerden que soy vengativa. ¿Entendieron? Bien, mucho mejor así.
Sin embargo, como dije antes, la tensión-histeria pre MHB se fue expandiendo como una plaga por todos los alumnos de quinto. E, involuntariamente, la última semana antes de los exámenes yo tenía los nervios a flor de piel. Y tratándose de mi, eso es peligroso, muy peligroso. Tanto que el viejo Dumbledore acorraló una tarde al desgraciado de Charlie luego de su práctica de Quiditch, para advertirle que si no hacía algo, y tratándose de nuestro excéntrico Director no quiero ni saber a que algo se refería, el Colegio corría riesgos de ser destruido gracias algún arranque de torpeza mía. Debo aclarar dos cosas. Primero, que el viejo está definitivamente psiquiátrico, porque no existe otra posibilidad para que le haya insinuado tal cosa a un adolescente con las hormonas descontroladas. Y segundo, que estaba exagerando como de costumbre. Debe ser la edad, supongo. Aunque claro, el hecho de que tuvieran que clausurar el aula de Encantamientos luego de que por error en vez de hacer un encantamiento Repulsor, convirtiera todas las sillas (de forma inexplicable para mí) en pirañas súper desarrolladas, contribuyó a ese sentimiento de peligro.
Por fin, y mucho antes de lo que yo me esperaba, los exámenes nos cayeron encima. A mi querido Charlie le fue bien, relativamente, o por lo menos eso me comentó. Y yo, como de costumbre, me las arreglé para que mi actuación en los mismos fuera espectacular. Siempre, o por lo menos cuando cierto pelirrojo no anda metido en el medio, en situaciones de presión salgo a relucir el hecho de que, mal que le pese a mis tías y a toda su familia, soy una Black. O algo así. Todos los nervios y mi torpeza desaparecieron (o lo que fue mucho peor, se acumularon para más tarde) y tanto en los teóricos como en los prácticos, logré salir sumamente conforme con el resultado.
Y, de tan eufórica que estaba, organicé yo solita una gran fiesta para ese mismo viernes en la Sala Común. Y fue allí, dónde se desató el desastre y el caos. Y sólo porque soy muy indulgente y de buen corazón les doy un consejo. Nunca, ni aunque sus vidas dependan de ello, me dejen organizar una fiesta. A menos claro, que quieran terminar por error en Azkaban o disfruten poniendo en peligro sus vidas.
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Ese viernes, todo me salió al revés. Me resultaría imposible detallar cada cosa que hice mal. Pero trataré de hacerles una aproximación. Primer y grave error: pactar con el enemigo. Ustedes no deben olvidar que estábamos en época de exámenes, por lo que conseguir alguna bebida alcohólica no entraba dentro de nuestras prioridades. Por lo tanto, no tenía ni una gota de Whisky de Fuego, ni de Hidromiel, ni de vino, ni de nada. Incluso faltaba la cerveza de mantequilla, que si bien es una bebida para niños, en ese momento me parecía mejor que nada. Fui con mi proveedor de costumbre, un Hupffie de séptimo, que lideraba una buena parte del mercado negro de Hogwarts. El desgraciado estaba vacío, pues los Ravenclaw (¿quien lo hubiera imaginado?) le habían comprado todas sus existencias. Por lo que me vi forzada a recurrir al otro proveedor de sustancias ilegales: John Loone, de Slytherin. No era una opción para nada confiable, pero mierda, no podía permitir que en la fiesta de nuestra libertad (al menos de este año) se sirviera jugo de calabaza. Me vendió a un precio altísimo unas botellas sin etiqueta que me aseguró eran del mejor Whisky de Fuego búlgaro, traído de contrabando por un primo que estudia en Dumstrang. Y si ellos toman con frecuencia ese brebaje se entiende porqué tienen la reputación que tienen.
Segundo error: nunca confíes en la ex novia de tu novio. Al principio de la fiesta no hubo ningún contratiempo de consideración. Los vómitos de costumbres, alguna que otra pelea, parejas que desaparecían por media hora y esa clase de cosas. Pero, yo había tomado mucho, demasiado, de la porquería que me vendió el desgraciado de Loone, y no pensaba con claridad. Charlie andaba desaparecido luego de apostar no sé que estupidez con su hermano. Yo, en esos momentos, lo andaba buscando. El caso es que la estúpida de Hopkins me recordó el comportamiento de un Weasley borracho e insinuó que Melinda, su encantadora amiga, tenía debilidad por los pelirrojos. Hecho por demás conocido, luego de su encuentro con Bill en la fiesta anterior. Si hubiera estado sobria probablemente hubiera entendido que se trataba de otra de sus tácticas para verme en ridículo, pero el alcohol ya nublaba demasiado mi juicio. Por lo que no dudé un instante en salir como loca hacia las mazmorras para detener a la promiscua de Melinda. Debería haberme detenido dos segundos a pensar porqué fuerzas de la naturaleza hubieran elegido ir a hacer Merlín-sabe-qué a ese lugar, pero desgraciadamente ese pensamiento no cruzó por mi cabeza.
Tercer error: nunca abandonar la seguridad de la Sala Común sino se está segura de estar vestida decentemente. Durante la fiesta incurrí en el grave error de aceptar jugar una partida de streap-póquer con unos dementes de sexto. Los hijos de muggles son pocos, lo que reduce las posibilidades de que dicho juego sea conocido. Yo siempre lo jugaba con mi padre (no en su versión streap, claro), apostando caramelos, aunque el muy glotón era capaz de hacerle trampas a su propia hija por quedarse con la bolsa de dulces. Se podrán imaginar que de esa forma nunca dominé demasiado el jugo. Sin contar con el hecho de que estaba muy borracha, elemento que definitivamente no ayudó. En fin. El caso es que cuando salí disparada rumbo a las mazmorras para rescatar a mi Charlie (y asesinarlo en forma dolorosa en el proceso por las dudas) no me di cuenta de que solo tenía puesto un short diminuto lila que uso bajo la falda, pues con mi inclinación a terminar siempre en el piso no puedo correr riesgos y un top igual de diminuto, pues la lencería habitual me resulta incómoda y superflua. El conjuntito no dejaba demasiado a la imaginación, como ustedes muy bien deben haber pensado.
Y, ni siquiera en mis sueños más salvajes, ni en todos mis años de castigos y torpezas, me metí en un lío tan grande. No sé muy bien cómo, llegué a las mazmorras seguida por la rubia tonta de Hopkins quien seguramente deseaba verme hacer el papelón de mi vida. Atrás, al parecer, venía Charlie para tratar de impedir que me expulsaran antes de tiempo, seguido por Melinda quien efectivamente lo había estado persiguiendo toda la noche. En conclusión, entré al aula de Pociones, en dónde, vaya uno a saber porqué, estaba Snape con su cara de amargado, preparando lo que debía haber sido una poción muy importante y complicada. Claro, eso antes de que yo, sin siquiera enfocar a quien estaba apuntando, conjurara un hechizo que había leído hacía unas semanas en un gran libro de la Sección Prohibida, y explotara media mazmorra.
El viejo amargado, haciendo gala de unos reflejos insospechados, trató de detenerme y terminamos en el piso, él arriba de mí. Creo que fue allí cuando le solté lo de viejo murciélago asqueroso y probablemente lo de frustrado sexual también. Conclusión, luego de cuarenta y cinco minutos de sermón por parte de McGo y del viejo Dumbledore (lo cual me asustó pues estaba más serio que ella y no me ofreció ni medio caramelo de limón) perdimos entre los cuatro doscientos puntos. Lo que situó a nuestra eterna Casa rival, Slytherin por si a alguno le queda alguna duda, primera en la Copa. Y, el pobre Charlie no salió bien parado de la explosión. Le crecieron las manos, los pies y el pelo en forma absolutamente desproporcionada y sufrió algunas quemaduras y rasguños menores. Y fue así, como los cuatro caímos en desgracia. Y, como podrán adivinar, fue ese el motivo de los howlers de mi madre y de la Sra. Weasley, quien como su hijo estaba hospitalizado decidió echarle todas las culpas a quien les habla.
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Sin embargo, a pesar de los castigos que me esperan casa y que probablemente durarán todo el verano, no puedo dejar de admitir que fue un año muy movido. Y, suponiendo que Charlie me perdone y no me odie por el resto de su vida, no todo fue negativo. Es cierto que me espera el rechazo de mi familia (bah, a mi madre algún día se le pasará, o por lo menos eso espero) y que tres cuartas partes del colegio me odia, pero hay cosas peores ¿no?. Ok. Mi vida es un desastre ¿y qué? Tengo a mi lado al pelirrojo más guapo de todo el mundo. ¡Ja! Eso sólo hace que sonría y que todos mis problemas se vean reducidos a la nada. No importa lo mal que estén las cosas ahora. Mañana todo va a mejorar. Porque al fin y al cabo¿Que sería de Hogwarts sin mis locuras y los despistes de Charlie? Nada, sólo otro aburrido colegio más.
El Gran Comedor, Hogwarts, 25 de Junio de 1989
The End
