Capitulo cuatro
Izana aceleró más de lo que debía con el fin de llegar a su guarida. Por mero Capricho había sido un imbécil. Kakucho lo iba a reprender, lo sabía y el mismo se reprendía. ¿Cómo no había pensado antes en las consecuencias? Había ido a buscar a Audrey con el mero interés en molestar a su compañero y también porque quería asustar su insolencia. Si bien no era la primera persona que lo trataba mal, si era la primera persona que lo hacía sin pagar con consecuencias nefastas. La idea de la entrevista había llamado su atención. Le gustaba el proyecto de que otras personas siguieran sus pasos, aun dudando de que alguien pudiera superarlo. La oportunidad era buena. Ganaba tanto la editorial como él, así que no había razón por la cual negarse. No habría foto involucrada y a pesar de conocer su historia, él seguiría siendo un misterio.
- ¿Por qué demonios hiciste eso? – Kakucho abrió la puerta del departamento con el ceño fruncido. Izana suspiró, se sacó la chaqueta y se recostó en el sofá. Tenía calefacción, así que el aire de afuera no interfería-
- Porque yo puedo hacer lo que quiera. Sírveme un Whisky –
El pelinegro refunfuñó, pero aun así le hizo caso. Sirvió un vaso para él y otro vaso para Izana. Se sentó frente a él, apoyando los codos en las rodillas y bajó la cabeza cansado.
- ¿Haces esto para molestarme, no es así? –
- ¿Por qué haría eso, mi querido Kakucho? – sonrío, tomando un buen sorbo del alcohol como si de agua se tratase-
- Desde que conociste a Audrey no has hecho más que decirme sobre lo mucho que quieres que pague por un comentario de mierda que lanzó luego de que la provocaste- tomó un poco de Whisky y luego prosiguió- déjala en paz, encontraremos otra editorial y a otra persona que pueda tomar tu historia-
Izana se levantó y caprichoso como el solo negó con la cabeza. Kakucho tomó aire con paciencia. Una vez que su rey quería algo, no había nada que pudiera detenerlo.
- Al menos podrías hacerme un favor…-
- ¿Por qué debería hacerte algún tipo de favor, Kakucho? Los siervos no les piden favores a sus amos – dijo Izana, sirviéndose nuevamente un vaso de alcohol-
- Porque te he salvado el culo en muchísimas ocasiones- Kakucho se levantó también y dejó su vaso de lado- No vuelvas a exponerte así, sin avisarnos que saldrías. Sabes que los policías te tienen en la mira y podrían atraparte en cualquier minuto – Izana asintió tomando del brebaje –
- ¿sólo eso? –
- Y por favor, no le hagas daño a Audrey. Te mentí. Si es importante para mí-
- ¿Te la quieres coger? – le preguntó sin ningún tipo de delicadeza. Sus ojos brillaban- debes saber que hoy estaba excitadísima luego de nuestra aventura. Pude verlo en su rostro-
- No quiero cogérmela. Es como una hermana para mí – el pelinegro apretaba el puño. Sabía que el peliblanco lo estaba provocando, pero aún así le molestaba escuchar la forma en la que se refería a ella- solo, no le hagas daño-
- ¿Sabes que creo, Kakucho? Creo que sería perfecto arruinarla. Así sabrá que no puede hacer lo que quiera –
- ¿Qué acaso no estás escuchando? – le tomó el brazo con el cual estaba tomando el brebaje e Izana lo miró con sorna-
- Te he escuchado fuerte y claro. Ahora, quita tus manos sucias de mí y vete a limpiar o algo-
- Uh…- el pelinegro lo soltó y se alejó de ahí. Prefería irse antes de comenzar una pelea-
Audrey despertó y se rascó los ojos con furia. El maquillaje le picaba. Se levantó con un impulso por orinar y mientras lo hacía miraba el teléfono. Veintidós llamadas perdidas de Emma y una de sus madres adoptivas. Bueno, al menos empezaría el sábado sabiendo que algunas personas se preocupaban por ella.
- ¿Sí? – respondió la voz de Emma. Dulce y amable como siempre- ¿estás viva? –
- Emma…- dijo Audrey con una voz ronca y rasposa. Unas risitas se escuchaban de fondo-
- ¡Te llame toda la noche! Me tenias muy preocupada. ¿Por qué dejaste de responderme? –
- Ah… - suspiró la castaña pesadamente- me quede dormida –
- Bueno… al menos no sucedió nada malo- el alivió en la voz de su amiga era palpable-
- Si. Lo siento Emma –
- Está bien – asintió detrás del teléfono- espero que al menos me cuentes todo lo que sucedió con ese cochino –
- Bye…- dijo Audrey cortando el teléfono. No pensaba tener esa discusión-
Caminó por su habitación luego de terminar de botar sus desechos y abrió la ducha para poder darse un baño de tina. Luego, iría a ver a sus madres.
Corina e Ilse eran dos mujeres extranjeras que habían llegado a Japón en busca de nuevas oportunidades. Corina era una fotógrafa británica, delgada, con el cabello largo, negro y rizado, la cual había encontrado un buen trabajo y debido a esto había decidido quedarse. Ilse, por otro lado, era una profesora holandesa robusta, con el cabello liso hasta los hombros y pelirrojo, que había escapado de su país, alejándose de una situación familiar que la acomplejaba. Ambas, tanto Ilse como Corina eran una pareja lesbiana que buscaban ser madres. Debido a los prejuicios impuestos en japón, la situación no había sido muy fácil, pero finalmente habían logrado quedarse con Audrey.
Audrey, cuyo apellido real era desconocido, era la hija de una adicta al crack. Producto de la prostitución como única vía de trabajo, su madre se embarazó de uno de sus clientes. Al nacer Audrey intentó criarla, pero a los dos años servicios sociales la quitó de su lado, intentando darle un mejor hogar a la niña. Al momento de encontrarla aún no tenia siquiera nombre y estaba en un claro estado de desnutrición, además de la adicción heredada.
Corina, quién era amiga de un veterano modelo homosexual, se casó legalmente con él para poder adoptar niños, con el consentimiento de Ilse. Luego de muchos años luchando, finalmente adoptaron a la pequeña y pudieron darle mejores oportunidades. Lamentablemente Kuzen Watari, el amigo y esposo de Corina falleció cuando Audrey aún era pequeña debido a un cáncer testicular. Legalmente la menor lleva su apellido.
Ambas mujeres habían sido lo mejor que pudieron para la joven y aún que no compartían sangre, se amaban como si así fuese. Como Corina le decía, ella había llegado a sus vidas siendo el ser más deseado del mundo y esa pequeña familia, no era impuesta, era lo que habían elegido.
- Mamá…- murmuró Audrey haciéndose la molesta, luego de que la británica la llenara de besos en el rostro-
- ¡Con lo poco que te veo, agradezco siempre al cielo que vuelvas a mí, sweetheart! – exclamó la mayor, emocionada-
- Está bien… - sonrío avergonzada – ¿Dónde está Mami? – preguntó, por su otra madre-
- Oh, Ilse está preparando un plato que creo, es el favorito de un pajarito que conozco yo…- canturreó la pelinegra, mientras cerraba la puerta y acompañaba a su pequeña a la cocina-
- ¡Patatje! – exclamó su madre holandesa cuando la vio entrar a la cocina, recordando como la llamaba cuando era pequeña debido a que solo comía patatas fritas - ¡Mijn meisje, het is zo Lang geleden! –
- mama, overdrijf niet – Le respondió la castaña en holandés. Corina frunció el ceño molesta-
- ¿Por qué hacen esto? ¡saben que yo no sé hablar holandés! – se cruzó se brazos, haciendo un puchero infantil-
- Oh, vamos mamá – Audrey sonrío y la abrazó. Ilse también. Ambas besaron las mejillas de la rizada. Una a cada lado- eso te pasa por no querer aprender…-
- Mejor comamos ¿quieren? – fingió molestia, pero por dentro solo podía sonreír debido a la bella familia que había formado-
Izana caminaba por los barrios bajos de japón. Odiaba la visita que tenía que hacer, pero también sabía que era necesaria para él.
Izana había sido abandonado cuando era solo un niño de ocho años. Jamás había conocido a su madre real y su padre era un alcohólico que pasaba de los treinta días del mes, veinte tirado en la calle y diez mendigando dinero para poder seguir tomando. Su madre adoptiva, Karen Kurokawa lo había tirado en un orfanato apenas se había cansado de él, generándole un odio profundo hacía su familia en general. Cuando solo tenía dieciséis años, un joven se le acercó indicándole que era su hermano mayor. Shinichiro. Lo cuido y protegió, hasta que, al cumplir los dieciocho años, Izana descubrió que no eran hermanos de sangre, si no que la hija de su madre adoptiva era la verdadera hermana de él. Nunca más se acercó a Shinichiro y al poco tiempo se enteró de su muerte. Muerte que lo lástima hasta el día de hoy. Debido a esta razón y por su búsqueda incansable de una familia, es que cuando reconoció al mendigo que pedía limosna en las calles y se confirmó que era su padre, se acercó a él. Lo visita una vez al mes. Intenta compartir con él, pero usualmente todo se descontrolaba. ¿Y que más podía pedir? Necesitaba una familia, por muy roto que todo estuviese, Karoko, su padre, era lo único que le quedaba.
- Ahí esta mi hijo… - dijo el hombre, mientras le abría la puerta del departamento que el peliblanco le había comprado, amueblado y pagaba hasta la limpieza. Se tambaleaba y actuaba patoso-
- ¿Has estado bebiendo? – le preguntó, con clara furia en el rostro –
El hombre sonrío con vergüenza y se encogió de hombros. Cada vez que sucedía esto Izana perdía el control, tirando las cosas o rompiendo las paredes. Su padre le había dicho en un momento de lucidez que no quería que hiciera todo esto por él, que no lo merecía y que prefería vivir en la calle, pagando sus culpas. El ojilila se negó abruptamente. No podía hacer más.
- Lo… si…ento – dijo el mayor, comenzando a lloriquear como si fuese un niño pequeño y manchando su pantalón de orina-
Izana tomó un tragó hondo de aire y se acercó a su padre, aguantándose toda la furia del momento y tomándolo de la mano lo acompañó al baño. A limpiarse.
Audrey sonrío con una clara expresión de dolor en su rostro. Ilse le había preparado al menos tres de sus postres favoritos. Macarrons, Cheescake y Eclaires. La castaña ya no podía más, hasta había abierto el botón del pantalón y su barriga sobresalía como si de una embarazada se tratase. La pelirroja le insistía en que debía comer más.
- ¡Mami! – exclamó, casi al borde del vómito - ¡Ya no puedo comer más! –
- Y yo que te lo preparé con tanto cariño…- fingió dolor en su corazón. Corina la apunto con el dedo-
- Manipuladora… -
- ¿YO? – dijo Ilse ofendida. Como cualquier pareja normal, tenían sus discusiones-
- Está bien. Creo que esta es mi señal para marcharme – Audrey se levantó casi de un tirón y comenzó a abrochar su pantalón, lo cual estaba bastante difícil-
- ¿Estás bien? ¿Quieres que te vayamos a dejar? –
- Si, no – sonrío- de hecho, creo que caminaré, mi estomago está hecho un asco. Caminar me ayudará a hacer caca –
- ¡Bien dicho! – sonrío Ilse y la abrazó con cariño- ¿sabes que eres nuestra pequeña princesa y que te amamos con todo el corazón, ¿no? –
- Algunas veces tengo dudas… - murmuró la castaña contra el cabello de su madre y está sonrío-
- Está bien – asintió Corina- Nunca debes creer al cien por ciento en nadie-
Se despidió de sus madres con un abrazo y en una pequeña cajita de cartón se llevó todos los dulces que no había podido comer en el almuerzo. No bastaron ni veinte minutos y pronto su cuerpo pidió ir al baño. No tenía a donde defecar, por lo cual se acercó al primer local que le permitía usar un baño. Era un bar en un sector de mala procedencia, pero no importaba no podía ignorar sus necesidades fisiológicas.
Una vez que salió y se limpió las manos se acercó al bar, pues ahí había dejado su cajita de postres.
- Mmm – murmuró buscando al bartender, pero parece que se había esfumado-
- ¿Buscas algo? – le preguntó una voz conocida y la chica giró el rostro con el ceño fruncido-
- ¿Izana? ¿Qué haces aquí? – estaba molesta. El maldito no solo osaba con buscarla en su casa, sino que también la había seguido hasta donde vivían sus madres-
- Oye… oye – dijo el peliblanco negando con la cabeza- no te he seguido a ninguna parte si eso es lo que estás imaginando. Estaba haciendo unos negocios por aquí ¿sí? –
Por alguna extraña razón la chica le creyó. Su voz sonaba agotada y no se veía con la típica arrogancia de siempre, además de que estaba claramente un poco tomado.
- Está bien – asintió y comenzó a buscar nuevamente al bartender con la mirada-
- Se fue… quizá a donde – susurró lo último y tragó un gran sorbo de alcohol- ¿Quieres que te lleve a casa? –
- No – negó con la cabeza y suspiró. Había perdido los deliciosos pastelitos de su madre- iré caminando-
- No es necesario –
El joven se levantó del taburete que lo sostenía y comenzó a buscar su billetera. La abrió y dejó unos yenes para luego tomarla de la mano sin preguntarle y salir de ahí. Luego de caminar unas cuadras y de analizar la situación, Audrey se soltó abruptamente de él y se cruzó de brazos.
- ¿Qué te pasa? Vamos, camina – Izana intentó agarrarle nuevamente, pero ella se negó-
- No – le dijo, molesta y luego lo apunto con el dedo- ¿Quién te crees que eres para tratarme así? –
Izana sonrío de lado y sin avisarle siquiera, la tomó de la nuca y estampó sus labios contra los de la castaña. Sabía a licor y cigarrillo. Audrey se demoró unos segundos en asimilar la situación hasta que finalmente hizo click. Sus labios dejaron de saber mal y ahora apretaba su pelvis contra la del peliblanco con gusto. Él se separó unos segundos y comenzó a besarle el cuello. Gracias al señor no era una calle transitada y podían manosearse sin sentirse juzgados.
- Mira…- sonrío Izana con malicia mientras subía sus caricias besándole la comisura de los labios y la mejilla- solo unos besos me bastaron para tenerte así…- tragó saliva y sus pupilas se dilataron al mirarla al rostro. Una extraña sensación se apoderó de él y sin razón se molestó- ya sabía yo que eras una puta fácil-
Audrey abrió los ojos de golpe y lo empujó furiosa. ¿Quién mierda se creía este imbécil que la trataba así?
- ándate a la mierda- le escupió y emprendió su camino en una dirección opuesta a la de él-
Izana apretó el puño con rabia. No por como le había respondido. Rabia por que al mirarla su corazón late con fuerza y sabe perfectamente lo que aquello significa.
