PÉRDIDA
Un terrible ruido le despertó. Todo había temblado como si una bomba hubiera estallado al lado de su casa. Se levantó y corrió al balcón para ver qué ocurría. Pero se quedó sin respiración al ver que dónde antes había una calle ahora había un inmenso agujero que iba desde la pared de su casa hasta la mitad del parque de enfrente, la cesta de baloncesto en la que solía jugar, estaba tumbada en el suelo, pero antes que pudiera siquiera reaccionar ésta fue engullida por ese agujero negro de dónde salía polvo marrón en una columna inmensa.
No acababa de entender nada, todo se estaba desvaneciendo, todo era caos y oscuridad. Las farolas de la calle que habían desaparecido delante de él se apagaron, y sucesivamente lo hicieron todas las luces cercanas. Ruidos extraños y gritos de miedo era lo único que percibía en medio de esa pesadilla.
Minutos después sintió llegar a los coches de policía, bomberos y ambulancias. Todavía estaba medio dormido, y no llegaba a entender qué estaba ocurriendo. Las sirenas de los coches acabados llegar, lo llenaban todo de extraños destellos de luz roja y azul. De repente se oyó una voz que con un megáfono gritaba desde el límite del agujero.
-Atención, al habla el oficial de policía Hirose Minamino. ¿Podrían asomarse con mucho cuidado a las ventanas toda la gente que todavía está en los edificios 4, 6 y 8 por favor?. Sé que están asustados, pero necesitamos saber si todos están bien. ¿Los del edificio 10 y 2 podrían ir saliendo a la calle por favor?. En la puerta les esperan unos oficiales que les llevarán a un reconocimiento médico.
Volvió a salir al balcón. Él vivía en una casa unifamiliar en el número seis. A su lado izquierdo el número 4 era ocupado por una pareja de ancianos, y al derecho una joven pareja acababa de instalarse. Ambos edificios eran idénticos al suyo.
-Muy bien, ahora ¿están todos bien?
Todos ellos hicieron que sí con la cabeza. Un enorme foco les enfocaba desde la calle.
-¿No hay nadie más en las casas? -siguió preguntando el policía.
Ellos negaron con la cabeza.
-Muy bien, como pueden ver no podemos sacarles por la calle, así que lo intentaremos por los jardines. No se asusten ¿de acuerdo?. Tenemos que sacarles de aquí porque no sabemos cuan estables son sus casas en este momento. Por eso no deben entretenerse a hacer maletas ni bolsas. Solo pónganse algo de abrigo y salgan a sus jardines. Unos bomberos muy amables ya les están esperando.
Así los cinco habitantes de esas tres casas fueron desalojados esa misma noche. Una vez en la calle, les hicieron una revisión médica, y el oficial Hirose Minamino les contó que por causas aún desconocidas el túnel que estaban haciendo de acceso al metro justo delante de sus casas había cedido.
En medio de sentimientos de impotencia y desconcierto, sin entender qué pasaba, ni recibir más información, ellos y los que vivían cerca fueron llevados a pasar el resto de la noche en un hotel. Pero él ya no pudo dormir más esa noche. Tan solo se duchó y se sentó en la cama a esperar la llegada del nuevo día.
Cuando por la mañana bajaron a desayunar, pudieron ver como las autoridades intentaban mantener la prensa lejos de ellos. ¡Sólo faltaba eso!. Pensó dirigiéndose hacia el comedor del hotel, pero sin ánimo de desayunar, pues tenía un nudo en la boca del estómago.
A media mañana llegó el oficial. Les reunió a todos en la sala y les habló con voz segura sobre lo que había ocurrido. Les aseguró que en un par de días podrían pasar por sus casas a recoger sus pertenencias, y que en cuanto fuera posible les dejarían volver a sus casas. Pero que por el momento, por seguridad era preferible que se quedaran en el hotel. Si alguno de ellos prefería acudir a algún familiar no había problema, pero si no era el caso la administración pagaría su estancia en dicho hotel.
Él no tenía a quien acudir. Sus abuelos hacía años que habían muerto, él ni siquiera les había conocido. Por otro lado sus padres murieron cuatro años atrás dejándolo solo en este mundo. Así que volvió a su habitación. No valía la pena ir al colegio por un sólo día de clase que quedaba, y además no tenía ni su uniforme ni sus libros, tampoco podía escuchar su música porque no la había cogido. Por la tele sólo daban imágenes del espectacular agujero en frente de su casa, y por alguna extraña razón había perdido el sueño. Así que no tenía nada que hacer más que esperar. Sentarse y esperar.
Pero por desgracia no tuvo que esperar demasiado. A media tarde, haciendo zápping en la tele, vio una imagen que le marcó para toda su vida. Su casa cediendo y desmoronándose en ése enorme agujero. Toda su vida estaba en ésa casa, y ahora ésta ya no estaba. No podía creer lo que acababa de ver. Así que salió corriendo, sin siquiera cerrar la televisión. El anciano del número cuatro intentó detenerlo a la salida de la habitación sin éxito alguno. Por lo que el hombre llamó al oficial Minamino para prevenir-le de la llegada del desesperado muchacho del edificio número seis.
Mientras, él, ajeno a esa llamada, corrió por las calles tanto como sus delgadas y esbeltas piernas le permitieron. Pero en cuanto llegó a su calle, un cordón policial no le dejó avanzar.
-¡NO!. ¡DEBO PASAR!. ¡MI CASA!. ¡MIS COSAS!. ¡MI VIDA!. ¡MIS RECUERDOS ESTÁN EN ESA CASA!. ¡.¿NO LO VEE?.!- gritó mientras entre dos agentes le reducían.
-Cálmese joven -le dijo el oficial
-¡Cómo quiere que me calme!. ¡SUÉLTEME!. ¡SUÉLTENME LES DIGO!.
-Debe calmarse joven.
-¡DÉJEME PASAR! -dijo con una autoridad en la voz que casi hizo flaquear al policía.
Pero en ese momento se acercó otro hombre vestido de blanco.
-QUIERO… EXIJO PODER PASAR -se agitaba entre los fuertes brazos del policía que enseguida pidió ayuda al enfermero.
-Joven estate quieto, o será peor para ti.
-¡.¿PEOR QUE PERDER-LO TODO?.!. ¡SUÉLTENME LES DIGO!.
-Cálmate o no tendré otro remedio que...
-¡Váyase al cuerno! Oiga.¡déjeme pasar!. ¡MI CASA! -empezó a gritar mirando hacía dónde su casa solía estar.
Pero no pudo decir mucho más porque de repente notó un pinchazo en el muslo, y en segundos empezó a sentirse mareado, y todo se volvió oscuridad.
Oía voces a lo lejos, pero no podía distinguir qué decían. Los párpados le pesaban horrores, no podía abrir los ojos. Dejó pasar un rato y volvió a intentarlo. Esta vez sus ojos le obedecieron. La habitación era blanca, y estaba llena de luz que le hizo entrecerrar los ojos. Le daba vueltas la cabeza, y las voces habían callado.
-Hola muchacho. ¿Me oyes?
Alguien le hablaba a su derecha. Giró la cabeza y se encontró frente a frente con una joven mujer. Que le sonreía.
-¿Como te encuentras?
-No lo sé -contestó francamente-. ¿Dónde estoy?
-En el hospital del centro. ¿Te llamas Kaede Rukawa verdad?
-Eso creo -dijo todavía medio desorientado. ¿Qué estaba haciendo en un hospital?
-Veo que conservas tu humor. Eso es bueno. No, no te levantes todavía. Podrías marearte. Tuvieron que sedar-te, sabes.
-¿Por qué? -no recordaba como había llegado al hospital.
-Porque tuviste un ataque de nervios. Pero haremos una cosa. ¿Tienes hambre?
-Hn.
-Te traeré algo para comer y cuando acabes, que estarás un poco más despejado, hablaremos de tu futuro, ok?
-¿Mi...? -intentó preguntar completamente desorientado. La cabeza le estaba matando y no conseguía entender nada.
-¿Te apetece un poco de arroz?
Kaede solo atinó a hacer un gesto con los hombros y cerrar definitivamente los ojos para que la luz no le dañara más. Si solo ese dolor de cabeza disminuyera un poco.
Unos diez minutos más tarde se encontraba comiendo un horrible arroz de hospital, apelotado y sin sabor. Tras unas cucharadas lo dejó. Le estaban entrando náuseas.
-¿De que quería hablar? -Dijo enfrentando a la joven que le observaba. Se sentía incómodo.
-¿Recuerdas lo que pasó ayer?
-No estoy seguro -tenía la sensación de haberlo perdido todo pero no sabía si era una pesadilla o era real.
La mujer le contó lo ocurrido dulcemente, y a medida que ella lo explicaba él fue recordándolo todo. Cerrando lo ojos como reacción al dolor punzante y creciente en su pecho. Una mano suave se puso encima de la suya.
-Kaede,… ¿puedo llamarte Kaede?
-Haga lo que quiera -dijo él completamente incapaz de asimilar todo lo que ocurría.
-Kaede, ya sé que esto va a resultar muy duro para ti. Mientras dormías, me he leído tu expediente.
-¿Expediente?. ¿Qué expediente? -preguntó completamente perdido.
-El que el que hicieron de ti los servicios sociales al morir tus padres. He visto que hace un año que dejaste de recibir la visita semanal de una asistente social. Ya sé que eres suficiente mayor pera vivir solo sin que te controlen más que una vez cada dos meses, pero...
-¿Pero...? -dijo Kaede empezando a temer lo que le venía encima.
-Ahora la situación es distinta. Cuando tus padres,..., cuando todo aquello ocurrió la asistente juzgó más apropiado para ti no sacarte de tu casa porque era donde tú te sentías seguro. Por eso se hizo una excepción contigo y no fuiste a un centro para menores, para acabar en un orfanato o con una familia de acogida.
-Señorita todo eso ya lo sé -dijo él enfadado y a la vez espantado por lo que se veía venir.
-Ya pero ahora la situación ha cambiado. Han pasado cuatro años, y a tu edad lo normal sería que hiciera años que estuvieras con una familia. Pero ahora no tienes ni tu propia casa ni familia, lo que nos pone a todos en un aprieto.
-¿Y es culpa mía por haber perdido la casa?
-¡NO!. ¡Claro que no! Por eso se te dará otra de similar,...
-¡Como si eso lo arreglara todo!. ¿Verdad?
-NO, eso no lo arregla. Por éso estoy yo aquí. Ya sé que lo has perdido todo otra vez. Sé que es duro.
-¿Qué va a saber usted?. ¿Por qué siempre dicen lo mismo, si ninguno de ustedes sabe lo que es estar solo?
-Kaede, créeme yo sí lo sé. Y también sé que antes te quedarías en la calle que tener que ir a vivir con una familia de acogida -Kaede le miró a los ojos y, por alguna extraña razón, supo que ella decía la verdad-. Te entiendo, yo me sentí igual. Tenía también diecisiete años cuando perdí a mis padres, mi casa, mi hermano. Todo.
-Lo siento.
-Lo sé. Sé que es duro, pero para eso estoy aquí. A mi me mandaron con una familia que aunque eran fantásticos no eran mi familia. Juré que si podía evitar que otros pasaran por lo que yo pasé lo intentaría. Déjame ayudarte.
-¿Quiere que me vaya a vivir con una familia?
-No, a menos que lo desees. Y no me hables de usted que me haces sentir muy mayor, tan solo nos llevamos unos años. Me llamo Kaho, Kaho Kisama -la chica calló un momento y luego siguió con su explicación-. Una familia que cuide de ti está bien cuando eres pequeño, pero a los diecisiete y habiendo demostrado que eres autosuficiente…, sé que no funcionaría. No funcionó conmigo, y quiero evitar que te ocurra lo mismo, es por eso que quiero proponerte un experimento. Estoy intentando sacar adelante un proyecto de ayuda para adolescentes en tu situación. Sólo para aquellos cuya adaptación a una familia sería más traumática que beneficiosa. Darles otra opción que no sea la de las familias de acogida. A tu edad el orfanato tampoco me agrada, porque en menos de unos meses tendrías que abandonarlo y estarías igual. Sin un lugar dónde vivir.
-¿Y qué es lo que propones?
-Intentar que construyas tu propio hogar. Ayudar a que eso sea posible dentro del sistema. Pero el jefe de servicios sociales le parece que un joven de tu edad no puede tirar adelante un hogar completamente nuevo para él, solo. Yo sé que serías capaz de hacerlo, pero no me dejarán ponerte en tu nuevo piso solo.
-¿Por qué? He vivido solo cuatro años.
-Escúchame Kaede, sé que te sientes impotente, pero yo no puedo hacer nada más que ofrecerte una especie de trato. Si no lo aceptas acabarás con alguna familia de cualquier parte del país.
-¡NO!
-Pues escúchame. El estado te dará una indemnización cuantiosa por la casa, y todo lo que perdiste. Pero como eres menor no te dejarán tocar ni un duro de ese dinero. Te darán una casa de protección oficial, pero no te dejarán vivir en ella solo, porque eres menor. Mi plan es éste: Hay otros chicos de tu misma edad que se encuentran en situaciones parecidas. Han huido de casa, han perdido a sus padres, han tenido problemas de todo tipo. Si hubiera suficientes agentes sociales y suficientes casas de protección oficial quizá podríamos crear un plan para que todos empezarais una nueva vida con supervisión al principio, pero con el tiempo,... ya sabes como funciona esto. Pero no hay ni personal ni espacio para ello. Y mucho menos dinero. Por lo que me es imposible empezar este proyecto. Además primero tendría que demostrarles que puede funcionar. Porque como ya te he dicho ellos creen que no iría bien. Ahora bien, tu caso es distinto, tú tienes dinero, tendrás tu casa. Pero seguirás siendo menor.
-Y...
-Si me ayudaras a echar para adelante mi proyecto de viviendas tutelada para adolescentes, en ese caso acabarías con una casa similar a la que tenías y sin más supervisión que una visita mía cada dos meses, como antes.
-Dónde está la trampa.
-No hay trampa, sólo que tendrías que compartirlo con alguien más
-¿Qué quiere decir eso de compartir?
-Hay otros chicos y chicas en situaciones similares a la tuya. Yo estoy convencida que para todos vosotros sería mucho mejor poder rehacer vuestra vida con alguien a vuestro lado que realmente sepa qué estáis pasando, que con alguna familia completamente desconocida. Sólo no te dejarán estar. La ley lo prohíbe explícitamente, ya hicieron una excepción contigo cuando tenías trece años pero ahora… Kaede puede que funcione si estás acompañado… Pero mis jefes creen que no pueden poner a un par de adolescentes a vivir solos. Yo creo que sí. Y si tú me ayudaras a probarles que puede funcionar, de aquí a un tiempo seguramente nadie tendría que pasar por lo que yo pasé.
-¿Vivir con alguien a quien no conozco de nada?
-Elijas lo que elijas será alguien a quien no conozcas de nada. Si eliges el método convencional será una familia entera, si eliges ayudarme será alguien que está en tu misma situación, con quien podrás hablar, y que te entenderá.
-¿No tengo opción verdad?
Ella no contestó. Se levantó y mirando por la ventana dijo:
-Sé que es egoísta por mi parte, pedirte que pongas todo lo que te darán en este intento. Pero si saliera bien Kaede… Sé lo impotente que te sientes por no tener nada, pero empeora cuando te encuentras encerrado en una casa que no es tuya, bajo las normas de una familia que tampoco es la tuya. Por muy buena intención que ellos tengan te invade la rabia. Rabia contra el destino que te lo arrebata todo, pero que no conforme con eso te hace bailar como a un títere una música que no te gusta. Y no puedes culpar a esa familia porque ellos solo intentan ayudar, y cuanto más se esfuerzan más encerrada te sientes, hasta que deseas huir. Las cosas siempre se complican a partir de ahí.
Se giró con los ojos empañados y, tras una leve y triste sonrisa, pidió disculpas.
-Siento decirte todo esto. Y si mi jefe me oyera me mataría por hablar así de las familias de acogida, pero… No puedes imaginar por lo que pasé. No quiero que nadie tenga que pasar por eso. Y aunque es egoísta pedirte que inviertas tu casa y tu dinero en ello, tu situación es ideal para demostrarles que lo que propongo no es descabellado, y que puede funcionar. Porque tú mejor que nadie sabes que puedes echar para adelante una casa, incluso si tienes que compartirla con otro chico de tu edad. Por supuesto que hay a quien lo de las familias de acogida les funciona de maravilla. Pero no creo que tú seas de esos, como no lo fui yo. Además a partir de cierta edad nunca funciona.
-En eso estoy de acuerdo -dijo finalmente Kaede. No encontraba justo que tuviera que ceder su casa para tal experimento, pero la perspectiva de vivir con una familia de acogida, o peor en un orfanato le ponía los pelos de punta.
Grissina: hace unos años, en Barcelona, un error de cálculo de los ingenieros que se encargaban de construir una nueva línea de metro, acabó en una situación así. Un boquete en la calle que se llevó por delante la estabilidad de todos los bloques cercanos. Decenas de familias lo perdieron todo y cuando empecé esto, dos años después del accidente, el barrio del Carmel todavía no había conseguido volver a la normalidad. De allí salió la idea de este fick. Va dedicado a esa gente que lo perdió todo. Espero que pronto todo quede en solo un amargo recuerdo. Muchos ánimos des de Santvi.
