DÍAS EN CASA
Hanamichi despertó a media mañana por la luz del sol. Cuando vio la hora en el despertador se dio un susto de muerte.
-¡Mierda llego tarde! -Intentó incorporarse, pero tenía el cuerpo tan lleno de magulladuras que con un quejido de dolor volvió a tumbarse en la cama. Dos minutos más tarde se incorporó, esta vez con más cuidado. Se levantó y fue al baño, dónde colgada del espejo encontró una nota.
"Hoy mejor que descanses, yo les diré a los profesores que estás enfermo. Come algo y cuídate. No aproveches para salir al jardín a trabajar. Después del entrenamiento vendré directo a casa por lo que no tardaré mucho. Hasta la noche.
K. R."
Sonriendo bajó a la cocina dónde en la nevera encontró otra nota.
"Hay arroz y pescado en la nevera. No te hinches de dulces y no te acabes mi zumo de naranja o tendrás que ir a por más
K. R "
Comió un par de tostadas para desayunar y luego se fue al salón. Pero por las mañanas no daban nada interesante por la televisión, así que pronto se cansó y se durmió de nuevo.
Cuando despertó ya era la hora de comer. Se comió el arroz y el pescado que Kaede le había preparado, y luego subió a la habitación a tumbarse. Le dolía todo el cuerpo, y le había aparecido un feo moratón en la cara.
Pero sin nada que hacer se sentía solo. Así que decidió explorar la habitación de Kaede.
Había estado en ella muy pocas veces. La mayoría cuando Kaede estuvo lesionado. Era extrañamente serena, pausada y aunque quizá en comparación a la suya parecía un poco fría e impersonal era en realidad acogedora. En los pies de la ancha cama de matrimonio descansaba el baúl que por lo que sabía, Kaede todavía no había podido abrir. Y encima la guitarra de Kaede.
Hanamichi se sentó en la cama. Cogió uno de los cojines azul oscuro, olía a Kaede. No sabía muy bien porqué pero le gustaba ese olor. Se abrazó a él y aspiró profundamente. "Tengo que averiguar que colonia usa". Luego sin bajar de la cama cogió el estuche negro lleno de golpes y lo abrió. Sacó la preciada guitarra y la acarició. Intentó tocar un par de notas. De pequeño su padre le había enseñado una canción pero no la recordaba. Cuando fue a guardarla otra vez en su sitio descubrió que el estuche tenía un doble fondo. Intrigado por lo que pudiera contener dejó la guitarra en la cama y lo abrió.
Había hojas. Las sacó y las miró de una en una. La mayoría eran partituras. Pero entre ellas encontró un folleto de una actuación. Era viejo, de hacía más de diez años, de una concertista de guitarra. ¿La madre de Kaede quizá? Detrás había una vieja foto de una pareja con un bebé en brazos. El padre era idéntico a Kaede, y la madre tenía los mismos ojos que el bebé.
Cuando ya lo iba a guardar todo descubrió en el fondo una libreta negra que a primera vista no había visto. La abrió preguntándose si tenía derecho a leer lo que contenía. Pero la curiosidad era mayor que los remordimientos.
Parecían una especie de poemas, luego vio que eran letras de canciones. La grafía de la mayoría era la de Kaede. Algunas eran un poco extrañas, otras le parecieron simplemente perfectas. Muchas hablaban de cosas cotidianas, o de sentimientos como la soledad, la añoranza, o la tristeza. Hasta que encontró la última página escrita y quedó mudo.
El alba me sorprendió
contando las líneas de luz
que dejan tus persianas.
No puedo dejar de mirar
tu espalda rayada de sol
y saber que estás a años luz
Siendo el chico de al lado
Lo que conoces de mí
son sólo las piezas
del puzzle que puedo mostrarte.
Me falta un pedazo de ti
un gesto para rogarte que dejes de verme
como ese chico de al lado
Entre tanto los dos
desayunamos miradas cada mañana.
Mientras tanto los dos
somos reflejos perdidos en tu ventana.
Siendo el chico de al lado.
Siendo el chico de al lado.
Durmiendo pared con pared
lanzando al aire los besos que nunca te di.
Saltando al suelo sin red
soñando con puertas que no se abrirán para mí.
Soy ese chico de al lado.
Y cuando el tiempo pasó
desengañado no pude seguir esperando.
Me tengo que conformar
no habrá señal ni lugar
y es que tu simplemente
eres el chico de al lado.
Entre tanto los dos
desayunamos miradas cada mañana.
Mientras tanto los dos
somos reflejos perdidos en tu ventana.
Siendo el chico de al lado
Siendo el chico de al lado
Eres el chico de al lado
Sólo el chico de al lado
De la habitación de al lado
K. R.
Leyó y releyó ese trozo de papel tantas veces que casi lo memorizó. ¿Realmente Kaede se sentía así?. ¿Por él?. ¿Y desde cuando? Esa letra estaba llena de amor, pero también había dolor, soledad y resignación. Eran unas palabras muy dulces.
Muy turbado guardó cuidadosamente todo en su sitio, sentía en parte que no debería haber tocado esa libreta, y en parte que era cosa del destino haberla ojeado. Luego volvió a su cuarto. Dónde sentado en la cama sin saber muy bien porqué, le asaltaron de nuevo esos recuerdos de los pasados días de hospital. Recuerdos que se había esforzado en mantener encerrados aparecieron sin previo aviso. Como una gran catarata esas imágenes, esos olores, esos recuerdos, cómo agua salvaje, fluían en su mente sin poder detenerlos.
Aquellos días que a veces sentía tan lejanos, y en cambio ahora, más que nunca, se presentaban ante sus ojos con una claridad abrumadora.
Llevaba dos días en ese horrible lugar cuando le cambiaron de habitación. El hospital no tenía más camas así que le tocó compartir habitación con un muchacho de su misma edad. Bueno eso supuso al principio, porque los primeros días no coincidieron. Ese chico pasaba pocas horas en la habitación, y cuando estaba en ella solo dormía. Así que prácticamente era como estar solo. La verdad es que se sentía terriblemente solo. Demasiadas horas en cama sin poder hacer nada, ya que lógicamente no empezó la recuperación hasta dos semanas después de ingresar. Para ese entonces su ánimo había decaído tanto que el médico estaba empezando a plantearse la posibilidad de darle antidepresivos.
Sara no había ido a verle más que el día que lo ingresaron y el domingo siguiente. El odioso de Tsukihiro no le dejaba ir, y ella era demasiado cobarde o demasiado no sabía qué para desobedecerle. Los chicos del gundam tenían clase así que solo podían ir los fines de semana, y por muy poco rato porque enseguida los echaban por armar demasiado alboroto.
Las horas en ese lugar eran largas y monótonas, y los días le parecían semanas.
Pero la mañana que empezó la recuperación conoció a Miki. Hanamichi había estado esperando en el pasadizo para entrar al gimnasio, cuando un par de muchachos que también iban en silla de ruedas le pasaron por el lado a gran velocidad.
-¡Gané! -Gritó uno de ellos al llegar al final del pasadizo-. ¡Lo logré!. ¡Por fin lo logré!
-Sí, me has ganado -decía el otro muchacho sonriente.
-No es cierto, me dejaste ganar, pero da igual. Gracias de todos modos -dijo sonriendo el pequeño rubio.
-Oye, cuídate mucho, vale? -Dijo poniéndose bien las gafas el muchacho mayor.
-Tu también Miki. Prometo venir a verte.
-No, debes prometerme que no volverás. Prométeme que cuidarás a tu hermanita pequeña, y que cuando seas mayor y conduzcas un descapotable impresionante...
-¿Rojo? -Le interrumpió.
-Rojo -accedió el moreno-. En ese momento pensarás en mí e irás con mucho cuidado. Ok?
-Prometido. Palabra de Chiwak. ¿Porque ahora ya soy un Chiwak verdad? Di que sí, anda di que sí. ¿Puedo ser un Chiwak?
-Claro, ahora ya me has ganado -dijo sonriendo el muchacho moreno.
-¡Shinichi! -Gritó en ese momento una mujer-. ¡.¿Dónde estás hijo?.!
-¡Mamá! -Gritó el pequeño, y salió corriendo en dirección a su madre, olvidando la silla de ruedas con la que acaba de ganarse el título de Chiwak (significara eso lo que significara), y al muchacho moreno con gafas que dejaba atrás para siempre.
Lo observó todo un poco confundido, preguntándose de qué iba todo eso, quien era el moreno de las gafas, y qué significaba eso de Chiwak.
En ese momento un enfermero le llamó:
-¿Tú eres Hanamichi Sakuragi?
-¿Eh? Sí -dijo él todavía mirando al curioso muchacho de las gafas.
-Hola Miki. ¿Que haces aquí? -dijo el enfermero al ver a quien miraba el pelirrojo.
-Hola, despedía a Shinichi.
-¿Se iba hoy? Que rápido pasa el tiempo. ¿Quieres entrar?
El enfermero y el muchacho parecían haberse olvidado de él, cosa que en esos días no le sorprendió demasiado. Sus ánimos estaban tan apagados que ni siquiera se quejó por ello. Pero entonces el muchacho de las gafas le miró directo a los ojos y le preguntó.
-¿Te importa si entro contigo?
-Supongo que no -contestó completamente desanimado.
En la sala que llamaban gimnasio, el enfermero empezó haciéndole unos masajes en la espalda lesionada. Luego le ayudó a ponerse de pie y a tratar de sostenerse y andar. Cada día podría hacer un poco más. En ese gimnasio tuvo que volver a aprender a andar, saltar, agacharse. Fueron dos meses muy duros, tanto física como psicológicamente.
Pero a su lado estuvo Miki, hasta el final. Con su carácter sereno, tan distinto al suyo le enseñó a mirar el mundo bajo otro prisma. En los momentos de dolor, o cansancio, él siempre estaba allí para ayudarle, cuando pensaba que ya no podría más Miki conseguía darle ánimos de la forma que fuera. El muchacho moreno parecía incansable en su tarea de mantenerlo siempre el máximo animado posible, pero a la vez sus cálidos ojos, tras sus inseparables gafas, y su sonrisa tranquila conseguían calmarlo y apaciguarle, cuando emociones como la frustración o la rabia le asaltaban.
Miki había sufrido un accidente hacía ya tres años. Conducía un coche que habían robado con un "amigo". Tras acompañar al amigo a su casa Miki quiso saber que era ir realmente deprisa, aceleró por una calle aparentemente desierta pero una niña en bicicleta se le cruzó saliendo de la nada y se la había llevado por delante. La pequeña había muerto al acto. Al intentar esquivarla, el coche se había ido contra una valla, la destrozó, recorrió un terreno vacío y tras destrozar la valla trasera se precipitó precipicio abajo. El coche quedó irreconocible, pero Miki milagrosamente se había salvado. Aunque había pasado un año sin levantarse de la cama y ya nunca podría volver a andar. Además a raíz del accidente tenía muy dañados varios órganos importantes. Vivía en el hospital desde entonces, fuera del él habría muerto enseguida. Por eso no fue a un centro de menores, sino que le dejaron allí, al fin y al cabo sus previsiones de vida tampoco eran muy alentadoras. Había pasado por muchos meses de rehabilitación para poder moverse en esa silla de ruedas. Todos en el hospital le conocían, pero en realidad pocos le querían, porque pocos intentaron ver en él nada más que el asesino de una chiquilla. Él mismo se sentía como la peor escoria. Hubiera cambiado su vida por la de la pequeña en el acto. Pero puesto que no podía hacer tal cosa había decidido no morir y seguir viviendo con ese pesar. Aunque muchos de los médicos que le habían visitado le habían dado un solo año de vida, Miki con su constancia, y sus ganas de vivir ya llevaba tres años de vida ganados a su propio cuerpo. Pero aunque no lo demostrara, sabía que nunca dejaría el hospital. Por todo eso se esforzaba en ayudar a los que, contrariamente a él, estaban allí solo de paso intentando que su estancia fuera lo más corta y placentera posible.
Eso había hecho con el pequeño Shinichi. Le había ayudado a no rendirse. Y eso mismo había intentado con el pelirrojo Hanamichi Sakuragi.
Cómo él mismo decía su táctica consistía en acercarse a quien él creyera que lo necesitara, hasta conseguir su amistad y durante el tiempo que estuviera ingresado le dedicaba todas sus horas, todo su tiempo libre. Nunca perdía su sonrisa suave, y tras esos lentes redondos sus ojos negros siempre eran cálidos. Les daba apoyo y seguridad. Les entregaba todo cuanto era y tenía. Luego ellos se iban y otros nuevos ocupaban su tiempo y sus pensamientos.
Pero con Hanamichi tuvo una complicación. Para empezar no era un niño pequeño, era un chico de su misma edad, que además no estaba de paso por dos semanas, sino por tres meses, y además hay que tener en cuenta que estamos hablando de Hanamichi. Ese chico que sin saber muy bien como se mete en el bolsillo a quien conoce, con su encanto, su ternura, y su inocencia. Y Miki no había sido una excepción.
Cuando Hanamichi llevaba un mes de recuperación una tarde salieron a pasear con las sillas a los jardines del hospital. Por ese entonces Hanamichi estaba convencido que Miki era el mejor amigo que había tenido nunca, y su humor solo había ido en aumento desde el día que se conocieron. Había pasado junto al chico de ojos negros todas la horas que había podido. Aunque no había sabido su historia hasta dos semanas antes de dejar el hospital, eso no había cambiado nada, porque para ese entones ya lo tenía demasiado dentro del corazón para que el pasado pudiera cambiar nada. Además él también había hecho cosas de las que no se enorgullecía. La verdad es que no estaba muy seguro de lo que le ocurría con ese chico. Solo sabía que deseaba pasar a su lado todo el tiempo posible.
Una tarde, la recordaba como si hubiera pasado ayer, Miki le dijo algo que nunca más podría olvidar.
Llevaban paseando media hora. Habían hecho una carrera, pero habían empatado y habían preferido dejarlo así. Luego solo habían paseado. Charlando de deportes y cosas por el estilo. Pero llegó un momento en que Hanamichi le dijo:
-Oye Miki, ¿quieres decirme algo? -Desde que habían salido que lo notaba distante, y un poco nervioso.
-Sí, pero no sé cómo -le había confesado él. Luego le dijo simple y llanamente-. Hanamichi, te quiero.
-Yo también te quiero Miki. ¿Pero a que viene eso ahora?
¿No lo había entendido, o no lo había querido entender? Pensó el moreno.
-Hanamichi ya se que me quieres, pero yo te estoy hablando de algo más. ¿Sabes lo que es estar enamorado Hanamichi?
-Sí claro, ya lo sabes, ya te he contado lo de Haruko y la otras chicas, no?
-No. Yo hablo del amor de verdad. De un sentimiento que no puedes describir aunque lo intentes mil veces. Hablo del deseo de conocer a una persona hasta el fondo de su alma, de la necesidad que esa persona te conozca tal y como eres. Hablo de la sensación de infinito que sientes al estar junto a esa persona, de la paz que sus ojos te llevan, así como los nervios que te produce su proximidad. Te hablo de desear hacer todo con alguien, de querer su felicidad a costa de cualquier cosa. No hablo solo de que te guste su físico, hablo de entender con una mirada lo que quiere, de llegar a saber cada gesto y tono de voz.
-Miki me estás diciendo que tú...
-Sí. Yo,..., te amo. Sé que quizá ahora no lo entiendas, pero un día lo harás… Cuando eso ocurra, prométeme una cosa.
-Lo que quieras -Hanamichi no supo porque pero no le molestó en absoluto que un chico le estuviera diciendo que le quería. Por lo contrario una extraña sensación de calidez le inundó al oír todo lo que él despertaba en ese maravilloso muchacho.
-No dejes escapar al amor de tu vida. Un día llegará alguien que te querrá tanto como yo te quiero, y si le quieres no le dejes alejarse aunque no sea la persona que soñaste, o aunque sea alguien a quien el mundo le haya dado la espalda, como a mi. Quizá no soy la mejor persona del mundo, pero por alguien como tú..., yo...
-Gracias -fue lo único que Hanamichi pudo decirle-. Miki, no sabes lo que significa para mi que alguien como tú pueda quererme.
-¿Pero tú no me quieres verdad?
-No lo sé -respondió sinceramente Hanamichi.
-Si no lo sabes es que no me amas. No te apenes Hanamichi, esto o pasa o no pasa. Además lo prefiero así. Me partiría el corazón que me quisieras.
-¿Por qué? -Preguntó muy extrañado el pelirrojo
-Porque dentro de poco me iré, y no quiero que nadie llore por mi. Ya he hecho suficiente daño en esta vida.
Esa fue la primera y la última vez que Hanamichi vio desaparecer la sonrisa de ese amable rostro, y las lágrimas llenar esos cálidos ojos negros. Contra lo que el médico le había dicho, Hanamichi se levantó de su silla y se abrazó a Miki. Nunca antes había sentido la necesidad de proteger así a alguien. Quizá no estaba enamorado de él, pero no lo sabía de verdad. Sentía por ese chico de ojos negros un gran afecto y una ternura que nunca antes había sentido por nadie. Incluso la ternura que le antojaba Haruko quedaba pálida al lado de lo que ese muchacho le inspiraba. Estaba agradablemente confundido. Sabía que algo en ese aprecio era fuera de lo común pero no estaba seguro tan siquiera de querer saber qué era.
Estando tan cerca, Miki no pudo evitarlo y en un impulso le besó. Fue un beso leve y dulce. Miki se separó rápidamente al darse cuenta de lo que había hecho.
-Lo siento -susurró.
-Yo no -dijo Hanamichi sonriendo-. Nadie me había besado nunca, sabes. Fue muy dulce.
-Pero yo no debería haberlo hecho -dijo Miki separándose. Pero Hanamichi no le dejó irse hacia atrás y entonces fue él quien le besó. Le había gustado, había sido cálido y dulce, y quería repetir. Que el otro fuera un chico no parecía importarle en absoluto, su mente estaba en blanco, y solo seguía el dictado de su corazón.
Lo que hicieron en el mes siguiente era ahora para Hanamichi ya tan solo un cúmulo de buenos recuerdos, de los mejores de su vida. Momentos divertidos en la sección de pediatría, Miki y él jugando con los más pequeños. Miki pintado de indio, Miki pintado de mimo, Miki construyendo fantásticas naves con el mecano, Miki convertido en el monstruo de las cosquillas persiguiendo a todos esos renacuajos. Momentos de paz en los jardines paseando con Miki, momentos de sentirse apoyado en las duras sesiones de recuperación siempre con Miki allí. Imágenes de su sonrisa, y de sus cálidos ojos negros. Sus besos, su olor, y sus abrazos. Su risa, sus travesuras, las riñas de las enfermeras. Todo ese mundo de fantasía que había creado de la nada. Chiwak cien por cien.
El corazón le dio un vuelco. Lo veía tan nítidamente delante de él que le dio miedo. Si seguía pensando en él acabaría llorando, y se había prometido no hacerlo, así que se levantó y bajó de nuevo al salón, dónde mirando la televisión se quedó dormido.
Allí tumbado en el sofá, hecho un ovillo con una manta lo encontró Kaede cuando llegó. Preparó la cena y luego volvió a la sala para despertarlo.
-Hanamichi...- susurró zarandeándole suavemente por el hombro para que despertara. Le encantaba verle dormir. Kaede se quedó embobado mirándole.
Cuando Hanamichi despertó y abrió los ojos encontró delante suyo el calmado rostro de Rukawa, lo miró directo a los ojos, y descubrió en ellos el mismo brillo que siempre había en Miki. Su corazón empezó a latir fuertemente y dijo casi en un susurro.
-No puede ser...
-¿El qué? -Preguntó muy confundido Rukawa, que tenía la sensación de haber sido pillado con las manos en la masa.
-Tus ojos -dijo muy sorprendido Hanamichi.
-¿Qué ocurre con ellos? -Volvió a preguntar Kaede.
-Son como los de alguien que conocí -dijo Hanamichi deseando que no preguntara más por ese tema.
-¿Y que tiene de raro eso?
-Que no me había dado cuenta hasta ahora -confesó él.
Con esa extraña conversación llegaron a la cocina, dónde el pelirrojo se encargó de preguntar sobre lo que había ocurrido en la escuela y en el entrenamiento para desviar la atención de Rukawa.
Grissina: Bueno para las que preguntabais quien era ese chico que Hana conoció en el hospital: Miki. ¿Qué encanto verdad?
A aquellas que habéis dejado reviews muchas gracias, no dejéis de hacerlo que anima mucho saber que sois tantas las que seguís mi historia.
Ai que cabeza la mia! Casi se me olvida: la canción obiamente no es mía, es de Fran Perea. Me he permitido cambiarla un poco, en vez de la chica de al lado, el chico de al lado, pero bueno el resto es suyo. Espero que a nadie le moleste :P
