LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Los caminos, que al inicio del verano se habían unido de forma trágica, se separaban ahora de forma no menos dolorosa.
Una vez más lo perdían todo. Kaede la esperanza, su sueño; Hanamichi la confianza de alguien muy especial y la paz de haber vuelto a empezar. Ambos creían haber encontrado por fin el camino para salir adelante. Hubo unos días, cuando su amistad había empezado a florecer, que ambos creyeron que por fin una luz aparecía al final de un largo túnel de oscuridad. Pero la luz acababa de pasar de largo dejándolos todavía más abatidos.
Kaho había perdido también un sueño, su proyecto se había desintegrado en sus manos sin poder evitarlo.
Yohei sabía cuanto sufrían ambos chicos, pero no podía hacer nada y solo podía intentar ser un amigo comprensivo. Pero sería difícil serlo para ambos, pues no sabía cual de ellos le necesitaba más, si su amigo de toda la vida que confiaba en él ciegamente, o Kaede que no tenía a nadie más.
Sara, la madre de Hanamichi, había perdido un marido, sabiendo que él era lo que podría hacer posible mantener a su hija; Por ella no se había ido con su hijo. Sabía que él la odiaba por ello, pero él ya era mayor, podía salir adelante solo, pero la pequeña no. Ahora que su marido había huido del país, si es que lo había conseguido, estaba otra vez sola. En cama y a punto de parir.
La única que había ganado algo fue la pequeña que todavía no había nacido. Se había librado de un padre despótico y violento que solo le hubiera dado una amarga infancia.
La visita al hospital fue corta, incomoda y dolorosa. Lo primero que hicieron los chicos fue buscar al médico que atendía a Sara para saber en que estado estaba. El doctor, un hombre de mediana edad, con el cabello gris y unos anteojos redondos encima de una nariz pequeña como un garbanzo, les dijo que su madre llevaba ingresada una semana porque el embarazo se había complicado. Necesitaba hacer reposo absoluto para no perder al la niña, y por lo visto el marido no había querido hacerle de enfermera, por lo que la trajo al hospital. Hanamichi se sintió un poco mejor cuando supo que Tsukihiro no le había pegado, pero siguió preocupado por su madre.
Finalmente Hanamichi había entrado a la habitación de su madre. Primero ella le había gritado por no haber sabido de él en medio año, luego Sara, mortificada de vergüenza y humillación, al recordar que había sido ella misma la que casi le gritó que se marchara, le pidió que se fuera, pero Hanamichi se cuadró y le dijo que no.
-Ahora que él no está volveré a casa para quedarme contigo y la pequeña. No voy a dejarte sola ahora mamá. Y si no te gusta te aguantas.
Dicho eso, se giró y se marchó del hospital, rehusando incluso la compañía de su amigo. Su mente intentaba encontrar algo a lo que amarrarse mientras todo a su alrededor se desdibujaba.
Caminó sin rumbo hasta que encontró una pequeña cancha dónde unos niños jugaban. Les pidió un momento la pelota. La cogió con ambas manos, se concentró en el pequeño aro metálico, flexionó las rodillas, y saltando dejó salir la pelota de entre sus dedos con un golpe de muñeca. Hizo un tiro perfecto. Pero luego no lo celebró, solo les devolvió el balón tristemente el aro y dijo más para sí que para esos niños:
-Y así acaba la carrera del tensai. Fue bonito mientras duró.
Giró sobre sus talones y sin mirar atrás se marchó directo a casa de su madre. Limpió todo, guardó en cajas todo lo que fuera de Tsukihiro, arregló su habitación y durmió toda la noche, en un sueño pesado sin sueños. La mañana siguiente no tenía ni el uniforme ni los libros, así que no fue a la escuela. Se fue a "casa", "casa de Kaede" se dijo a si mismo, recogió todo lo de su habitación. Y con cuatro bolsas en sus manos se marchó de esa casa con la firme intención de no volver a ella.
Ese mismo lunes la detención de Tsukihiro fue portada en muchos de los diarios. Hanamichi suspiró al ver la foto borrosa de Tsukihiro esposado entrando en un coche patrulla y a partir de ese día dejó de comprar el diario.
Cuando esa tarde Kaede llegó de la escuela, sabía lo que se iba a encontrar, pues el pelirrojo no había ido a clase, pero aún así no le dolió menos.
Recorrió la casa buscando algo que el tensai hubiera dejado olvidado, pero solo encontró recuerdos.
La Navidad llegó, fría y gris. No había nevado todavía y las calles estaban oscuras y vacías. Kaede se pasó las fiestas solo en su casa encerrado enfermizamente en la habitación con su guitarra como único consuelo. No quiso ver a Kaho, ni a Yohei.
Hanamichi por su lado tuvo una Navidad complicada. Pasada Nochevieja su madre se puso de parto. Estaba de ocho meses, así que la criatura venía temprano. El parto fue difícil. Y la niña, tan pronto salió, se fue directo a la incubadora. La madre había sufrido también con el parto, pero su vida no parecía correr peligro. Y a medida que pasaban los días la mujer pareció que mejoraba un poco. Aunque estaba débil, intentaba pasar tiempo con la pequeña, y finalmente cuando les dieron el alta a ambas, decidió hablar de lo ocurrido con su hijo meses atrás.
Fue una noche larga, llena de recriminaciones, y cuando finalmente Hanamichi le dijo porque estaba tan frío con ella se echó a llorar.
-Hijo, no lo entiendes, nunca elegí entre tú y él. Tuve que elegir entre tú y ella -dijo señalando la cuna a los pies de la cama-. No podía irme, ella... no hubiera podido tenerla sin él. Tú podías espabilarte solo Hanamichi, eres fuerte e inteligente pero…
Hanamichi no le dejó continuar. Comprendió. La abrazó y perdonó.
Con el paso de los días Sara apenas comía, dejó de coger en brazos a la niña por miedo a que se le cayera. Hanamichi hizo lo imposible para mantenerla alegre. Visitaron de nuevo al médico, pero tras exhaustivos y caros exámenes, solo pudieron decir que el parto había agraviado un problema cardiovascular de su madre. El corazón de su madre se estaba muriendo, por eso ella no podía ya ni levantarse de la cama.
Aunque un año atrás Hanamichi había odiado a esa criatura por ser hija de quien era, tan pronto como la tuvo en sus manos por primera vez, no pudo evitar quererla. Incluso cuando supo que lo que estaba matando a su madre lo había provocado el parto, no pudo darle la culpa a la niña. Tan pequeña, tan inocente, tan hermosa como su madre. La llamaron Aya como su abuela paterna.
El peso de la casa, de la pequeña y de cuidar de su madre le cayeron encima. Una tarde, justo pasadas las navidades, había ido a hablar con el profesor Ansai para dejar el equipo definitivamente. Empezó a trabajar haciendo en casa piezas de un coleccionable. Era un trabajo pesado, pero no muy mal pagado, y lo podía hacer en casa dónde Aya y su madre le necesitaban.
Pidió a Yohei que por un tiempo lo dejaran tranquilo. Y no le contó que se había puesto a trabajar, solo que su madre estaba mal y necesitaba tiempo para estar con ella. Lo mismo hizo con Kaho.
Dejó de salir con los amigos, la mitad de las clases se las saltaba. Estudiaba en casa de los libros, y un par de días a la semana iba el colegio para que le corrigieran los ejercicios. Dónde solo hablaba lo mínimo con los profesores y se iba. Nunca pasó por el gimnasio, ni buscó a nadie. Se alejó de todos y se centró en su casa, en su madre y su hermana.
Para finales de marzo, su único contacto con el mundo real eran sus idas y venidas al supermercado y al colegio, y solo hablaba con el repartidor que le traía más piezas que confeccionar y le recogía las piezas hechas, y con su madre. Nunca antes habían hablado tanto. En esos pocos meses Hanamichi descubrió la gran persona que era su madre, y lo mucho que en realidad se parecían. Ambos se culpaban de la muerte del padre de Hanamichi, y saberlo alivió esa pesada carga en su corazón, pues su madre no le culpaba de ello como creyó durante tanto tiempo.
Pero Sara se fue apagando hasta que a mediados de Mayo les dejó definitivamente. Para entonces la pequeña había crecido y él también había cambiado mucho. Llevaba preparándose para ese día meses, pero aún así no se sintió lo bastante fuerte como para aparentar estar bien ante nadie, por eso, el entierro fue una ceremonia muy sencilla, a la que solo asistió él con la pequeña en brazos, el sacerdote, y el enterrador. No le dijo a nadie que su madre por fin, se había reunido con su padre.
El día del entierro fue tranquilo, y soleado. El cementerio estaba lleno de flores silvestres que a Hanamichi le pareció como si estuvieran dándole la bienvenida a su madre. La hizo enterrar junto a su padre y en su lápida solo ponía "Sara Soto (Tokio 23 de Noviembre de 1969 – Kanagawa 26 de Mayo de 2005) Madre". Delante la tumba de sus padres, se arrodilló, colocó un canto rodado en cada una de las lápidas y se fue.
Ya no sonreía, ni hablaba, pues no tenía con quien hacerlo. Solo con la pequeña Aya volvía a ser un poco el mismo de antes, ese niño grande, pero ya no más inocente y confiado. Solo con ella su sonrisa afloraba y los marrones ojos ahora siempre fríos, se ablandaban y endulzaban.
La niña crecía sana, y más rápido de lo que Hanamichi hubiera creído posible. Para cuando la madre murió la niña tenía casi cinco meses. Cada poco tiempo necesitaba ropa nueva, más la alimentación, y los pañales, y los cuidados médicos. Para el año siguiente le vendrían encima el pagar una guardería y quien sabe cuantas cosas más, y no tenía ni idea de cómo iba a pagar todo eso. De momento sus manualidades a domicilio les mantenían, pero habían gastado mucho en medicamentos para su madre, y finalmente el entierro.
El miedo empezaba a aparecer. El miedo a no poder darle a su hermana una vida digna, a no poder mantenerla. Tenía que encontrar la manera de ganar dinero. Pero para eso primero tenía que acabar los estudios básicos.
Hanamichi no quería la compasión de nadie, ni la pena, ni la caridad. Cada semana recibía alguna llamada de Yohei, pero no las dejaba durar demasiado, enseguida le colgaba con la excusa que su hermana lloraba. Por alguna razón no se sentía cómodo hablando con él. No se sentía a gusto con nadie. Se sentía solo, pero no quería la compañía de nadie. Estaba preocupado, triste, y abatido, pero lo último que quería oír en esos momentos eran las palabras siempre amables de su amigo. Solo con Kaho se reunió un par de veces por los papeles de la custodia de la pequeña. Al estar la madre muerta y el padre en prisión Aya había pasado a ser cargo del estado, pero como Hanamichi ya era mayor de edad, des del 1 de Abril, pudo reclamar la custodia por ser el pariente más cercano. El pequeño sueldo, junto con las pensiones y la aprobación de Kaho fueron suficientes para el estado. La niña era oficialmente suya.
Y llegó Junio. Con el calor y los exámenes. Eran los últimos, se esforzó tanto como pudo. Necesitaba el titulo de bachillerato para poder buscar un trabajo que les mantuviera a ambos. Las pensiones daban para lo mínimo, pero él quería que a su hermana no le faltara de nada. Sabía que no podía darle lujos pero aún así..., cada vez que la miraba, tan parecida a su madre, tan hermosa, tan pequeña, tan desprotegida. Sentía que ella le necesitaba y no podía defraudarla.
Un día le llegó una carta de los juzgados informándole que el juicio contra Tsukihiro estaba previsto para Septiembre del año siguiente, o más tarde si la investigación se alargaba, y hasta que eso no estuviera arreglado, la pequeña no iba a recibir nada de ese hombre. La verdad es que Hanamichi no quería tampoco nada de él. Además el juicio podía llegar a durar años, porque la empresa era grande, y era mucho dinero el que había estafado.
Hanamichi pasó los exámenes, como también lo hicieron Kaede y Yohei. Este último finalmente harto de que el pelirrojo le diera esquinazo se plantó una tarde en la casa sin avisarle primero. Sabía que podía ganarse una paliza o algo peor pero estaba preocupado por Hanamichi.
Sin embargo no pasó nada de eso.
Junio estaba avanzado y empezaba a hacer un calor sofocante.
-¡Yohei!. ¿Qué haces aquí? -preguntó sorprendido el pelirrojo al abrir la puerta. Iba con las manos llenas de pintura roja de pintar las piezas del coleccionable y Yohei se asustó
-¡Por dios Hana!. ¿Qué ha ocurrido?
-¿Qué ha ocurrido de qué? -Dijo sin comprender el pelirrojo.
-¡La sangre!. ¿Qué te ha pasado?
Entonces Hanamichi se miró las manos y por primera vez en meses rió con ganas. Cuando pudo parar de reír, Yohei no sabía si su amigo estaba loco, o le estaba tomando el pelo.
-¡Es solo pintura! -Pudo decir finalmente Hanamichi.
-¡Dios! -Dijo con alivio el moreno-. Pensé que había ocurrido algo. Casi me matas del susto.
-¡Mierda! Aya se ha despertado -dijo más serio Hanamichi entrando en la casa-. Cierra la puerta- le dijo al moreno a modo de invitación.
Yohei entró y se sentó en el sofá del comedor a esperar a su amigo. Este apareció con una pequeña de seis meses en brazos.
-¡Hanamichi!. ¡Está preciosa!- exclamó Yohei de corazón en cuanto vio a la niña-. Es tan hermosa como tu madre. ¿Por cierto, cómo está?
En cuanto vio la cara de Hanamichi supo que algo iba mal con Sara.
-Mamá nos dejó hace un mes -dijo mirando al suelo Hanamichi.
-Lo siento Hanamichi. ¿Pero por qué no me lo dijiste? Habría venido a ayudarte, no sé, podría haber...
-Por eso no lo hice.
-¿Qué?
-No lo hice porque no necesitaba que vinieras. Necesitaba pasarlo solo. Necesitaba aclararme. Si te hubiera llamado hubieras hecho lo imposible por mí. No habrías estudiado para tus exámenes y yo no me lo habría perdonado nunca.
-Hanamichi...
-Además, debo aprender a tirar adelante solo. No solo por mí, sino por Aya.
-Hanamichi -dijo seriamente Yohei-. Sé que no te gusta la compasión y créeme no es eso lo que quiero darte, pero soy tu amigo y te quiero, vale? No intento protegerte del mundo, solo quiero echarte una mano de vez en cuando. Todos necesitamos un hombro para llorar, o una mano que nos sujete de vez en cuando. Siento que hayas perdido a tus padres, pero, si no dejas que quienes te quieren te ayuden, y algún día te caes, no podrás levantarte; y dime, ¿qué será entonces de la pequeña? No puedes hacerle esto. Debes encontrar algo estable a lo que amarrarte por si las cosas se tuercen, para no irte abajo y llevártela a ella detrás.
-Yohei...
Yohei se acercó y le abrazó. Era agradable, pensó Hanamichi tener a su amigo de vuelta.
-Hana, amigo, te quiero mucho, pero no dejaré que me eches de tu vida por tu estúpido ego. Además no soy el único que está deseoso de ayudarte.
-¿Qué quieres decir con esto? -Dijo Hanamichi sentándose en el sofá con la pequeña en brazos que se había vuelto a dormir.
-Verás... aunque tu nombre ni el de tu madre salieron nunca en ningún artículo del periódico en el colegio enseguida se corrió la voz… y… Hana, te han echado de menos en el equipo, sabes?
-¿Sí?. ¿Quien? -Dijo sin creérselo.
"Sobretodo Rukawa" estuvo a punto de decir, pero no se atrevió.
-Todos. Cuando dejaste el equipo, primero te maldijeron los husos por plantarles a medio campeonato pero luego cuando se corrió la voz…
-¿Se puede saber qué se suponen que saben?
-Que lo que hizo ese… lo que os hizo a ti y a tu madre. Además se corrió la voz que tu madre había parido y que por eso habías dejado de ir al colegio. Que tenías que cuidar de ella y de la pequeña. Entonces los chicos del equipo… ellos han estado intentando conseguir algo para ayudarte.
-¿Qué? no entiendo nada. ¿Cómo se corrió la voz?. ¿Y qué es lo que han intentado hacer?
-Querían conseguirte una beca deportiva para que pudieras ir a la universidad.
-¡.¿Qué?.!.
-Estuvieron persiguiendo a los entrenadores de distintos equipos universitarios para que te dieran la beca, aún cuando habías dejado el equipo. Ellos se pelearon con quien pudieron para que te dieran una beca.
-Están locos -dijo sin poder creer lo que oía.
-No Hanamichi, te aprecian y…, pero bueno al final…
-Obviamente no lo consiguieron, ¿verdad? -Dijo un poco asustado de la respuesta. ¿Qué pasaba si le decía que podría ir a la universidad?. ¿Qué haría con Aya?. ¿Cómo iba apagar los gastos?. ¿Tendría que renunciar a una beca deportiva?
-Tienes una beca deportiva en la universidad de aquí a Kanagawa Hanamichi.
-¿Es una broma verdad?
-No.
Hanamichi tenía lágrimas en los ojos. Estaba emocionado de pensar en la oportunidad que sus compañeros de equipo le acababan de brindar. Solo una vez había pensado en ir a la universidad y fue en el tiempo que vivió con Kaede. Luego la idea le resultó tan terriblemente fuera de lugar, una cosa tan inalcanzable para él, que simplemente nunca más se lo había vuelto a plantear. Pero ahora…
-¡Dios! -Pudo decir finalmente con la voz cortada-. Pero no puedo aceptarlo. ¿Cómo pagaré los gastos, el transporte, la escuela de la niña, si no puedo trabajar?
-Eso ya lo arreglaremos, pero no puedes decirles que no. ¡Se han esforzado tanto! Y… -Yohei pensaba en lo mucho que había sacrificado Kaede para que Hanamichi pudiera tener esa oportunidad-. Hanamichi tienes que aceptarlo -le dijo firmemente, casi como una orden.
-¿Pero cómo…? -Dijo sin palabras.
-Para empezar podrías ir a dar las gracias. Esta semana es la última. Se elegirá el nuevo capitán y los que han aprobado se despedirán. Debes ir.
-Yohei… -dijo abrazándolo.
Grissina: ya me cansé de ver a mi monito triste y aislado del mundo.
