Todo este fic, esta hecho y dedicado especialmente a mi preciosa, pequeña Lágrima… por que tú fuiste el aliciente para hacerlo… si la musa me abandonó, entonces te tuve a ti… con amor…

Ninguno de los personajes es mío… solo los tomé prestados para las historias. Ninguno se ha quejado así que no me preocupa en lo absoluto… nadie salió lastimado durante las grabaciones de éstos capítulos… Amo a Alde...

HISTORIAS CORTAS SOBRE AMIGOS VERDADEROS.

EQUIVOCADO

Costaba algo de trabajo acostumbrarse de nuevo a todo.

Y la constante ausencia de Shion debido a sus exigentes tareas como patriarca, le hacían más penosa la tarea.

Los demás caballeros le tenían un respeto que rayaba en el temor más abyecto. No en vano se era tan increíblemente viejo. Ni tan increíblemente sabio. O poderoso.

Y ahora, toda esa sabiduría, poder y edad, no le estaban siendo de ninguna ayuda. Era por demás. A donde miraba, solo encontraba desolación. Era bastante lógico, siendo que tras las últimas batallas, el hermoso Santuario de Atena quedó prácticamente destruido.

Pero su propio templo había corrido con la peor de las suertes.

Todos cooperaron en la restauración del Templo de Atena. Y luego, cada uno, con sus respectivos amigos, se centraron en sus dañados edificios.

Por el momento, Dokho de Libra sentía una enorme desesperación... ¿Qué diría la Diosa cuando viese el estado de sus dominios?

-¡Por Athena! – soltó en un susurro acongojado- Ni siquiera sé por donde empezar...

Y bajó las largas escalinatas, sin detenerse ante ninguno de los demás templos. Necesitaba meditar. Necesitaba, por sobre todas las cosas, recuperar algo de la estoicidad puramente onírica que solía ser su fuerte.

Pudo sentir los cosmos de sus jóvenes compañeros, al pasar por sus hogares. Algunas casas, como la de Cáncer, aún tenían detalles por resolver.

Pero eran perfectamente habitables ya.

-Tendré que recurrir a Shion... espero que me deje dormir en el Templo principal. Al menos por hoy. Mañana, los dioses dirán...

-¿Qué le acongoja, maestro? –la amable voz del enorme toro, le sacó de sus cavilaciones- ¿puedo ayudarle?

-¡Aldebarán! – gritó la balanza- ¿desde cuando...?

-Lo he visto bajar... Mü me dijo que estaba por aquí... solo... ¿necesita algo?

- Ah! Joven Tauro... – Murmuró Dokho con los ojos cerrados

-Dígamelo, si acaso puedo hacer algo por usted...

-Primero, tendrías que apreciarme... y para eso aún es muy pronto... no me conoces. En realidad, ninguno de ustedes, jovencitos, me conoce en lo absoluto...

-¿De que habla? – el alto hombre se rascó la nuca, desconcertado

- No te preocupes. –Dokho le sonrió con genuina simpatía- olvida estas divagaciones de un espíritu viejo...

-Anciano o no, tiene que comer ¿verdad?- el toro le posó la enorme mano en el hombro

-Sí... ¿Sabes? No me había dado cuenta del hambre que tenía –Dokho volvió a reír, tomándose el estómago- ¿Vamos al pueblo por algo?

-Mejor aún... – Aldebarán sonrió con la boca y con los ojos- le invito a mi casa... sé cocinar algunos platillos deliciosos...

-¡Te lo agradezco mucho!- entonces, el "anciano" maestro frunció el ceño, incrédulo- ¿por qué haces esto?

-Para demostrarle lo mucho que se equivoca, buen maestro – Aldebarán se giraba ya, para introducirse a su hogar, seguido por el castaño- y por que me da la gana...

-¡Oh! –Dokho rió de buena gana, feliz de la vida, agradeciendo a Athena la repentina amabilidad de éste grandulón con alma de azúcar- entonces... llámame Dokho... por favor...

-¿Eh? –el gigante se detuvo para mirarlo unos segundos, curioso - ¿en serio?

-Soy viejo... pero realmente, mi alma sigue joven... me gustaría que me llamaras por mi nombre... al igual que todos los demás... –Dokho suspiró, tristemente- ¿deliro?

-Claro que no, amigo –Aldebarán le tomó por los hombros, y le empujó al interior del lugar, cálido e iluminado por multitud de velas- claro que no...

Observar la agilidad y talento que el muy alto moreno demostraba en la cocina, era todo un deleite para el rejuvenecido caballero de libra. Realmente era regocijante verle revolotear de acá para allá, mezclando cosas, picando esto, friendo lo otro...

Al final de cuentas, el magnífico toro sirvió una espléndida mesa, con las mas suculentas viandas. Eran bastante eclécticas, mezclas de platillos orientales y occidentales, con algunas exquisiteces decididamente Brasileñas...

Dokho comió, por primera vez en... ¿siglos, quizás?... Con absoluta entrega... con verdadero gusto...

-Me recuerda a alguien –mencionó por lo bajo Aldebarán en algún momento –pero...

-¿A guieng gue gueguegdo? – preguntó el castaño, atragantándose con un banano frito que sabía a gloria- ¿Agdegagán?

-Ah... ¡Ya sé! –y rió por lo bajo, sin dejar de verle con diversión -¡Son igualitos!

-¿Mhh?

-Me recuerda tanto a Seiya –y el toro soltó una carcajada, profunda, feliz, abierta, que terminó por contagiársele a la balanza - ¡Comen idéntico!

-No sé si sentirme contento u ofendido –rió Dokho, rascándose la nariz – pero que le vamos a hacer...

Una hora más tarde, saciados al extremo, y desparramados en un par de cómodos sillones, ambos caballeros descansaban de la opípara cena. Aunque deseaba conversar con su anfitrión, a Dokho se le cerraban los ojos del cansancio.

- Vamos, Dokho –comentó Aldebarán, tiernamente- quédate a dormir... mi cama es enorme...

-¿Cómo crees? –contestó el aludido, medio dormido- ya te he molestado bastante...

-No ha sido molestia en cuanto yo te he invitado de todo corazón –el toro le sonrió con ternura paternal – además, estas exhausto. Tu Casa está en ruinas...

-No sé que decir –pero cabeceaba tanto, que no creyó, aunque lo deseara llegar más allá de las escalinatas de los gemelos- te lo agradezco...

-Ven... te llevaré a la recámara

Como en un sueño, se sintió gentilmente guiado hacia un enorme lecho, suave como plumas, cubierto por una deliciosa sábana de algodón, tan fresca como el viento...

¡Ah!... ¡Esos pequeños, insignificantes detalles de las cosas!...

Como apreciaba todo, después de tantos años sentado en la misma posición, sobre una dura roca, bajo el sol, la lluvia o el hielo...

¿Sabría el dulce Aldebarán lo mucho que le agradecía?

Lo dudaba. De verdad lo dudaba, ya que el joven toro no podía ni imaginar todo por lo que él había pasado...

Al alba, y apegado al irreprimible hábito de tanto tiempo, despertó, apenas consciente de la situación en que se encontraba. Evitó moverse, en cuanto sintió la respiración pausada y profunda del hombre a su lado. Se descubrió vestido con un suave pijama.

No recordaba habérselo puesto. Quizá lo habría hecho él.

Volvió a agradecer a todos los dioses esa pequeña, pero completa felicidad que experimentaba en ese justo instante...

-¿Quieres desayunar? –la voz de Alde, sonaba adormilada, pero alegre- ¿Tienes mucho despierto?

-Acabo de abrir los ojos, amigo – Dokho le acarició un brazo, como al descuido- no te preocupes...

-Yo tengo hambre – Aldebarán se levantó suavemente, estirándose para desperezarse, como un enorme oso haría- me daré una ducha... luego, en lo que te bañas, prepararé un rico y sustancioso desayuno...

Lo dejó solo en la cama, meditando respecto al significado oculto que la palabra "sustancioso" podría tener para un hombre de su corpulencia...

Tenía motivos fundados para ello... en cuanto hubo llegado a la mesa, renovado por el regaderazo helado, su boca se hizo agua, y su mente se hizo nudos... ¿era buena esa dieta para un caballero consagrado a una Antigua y Respetada Orden de Caballería?...

Al Demonio... realmente lucía delicioso...

Poco más tarde, y apenas capaz de caminar, usando toda la concentración de su "repleta-de-comida" mente, subió por las escalinatas del templo, para presentarse a su saludo matinal ante la joven diosa...

No se extrañó de no sentir los cosmos de sus hermanos Caballeros. Supuso que se encontrarían arriba ya.

No sabía cuan cierto era.

Encontró a sus jóvenes compañeros de armas, justo en su templo, atareados en terminar con los detalles... Aldebarán le dedicó una de sus más bellas e inocentes sonrisas, mientras agitaba una dorada espiga de hierba entre sus dedos, enormes y cuidadosos...

Su templo...

Las ruinas, el desorden, habían cedido paso a un espléndido edificio, reluciente en su blancura, de tan nuevo. El signo de la balanza, tallado con destreza a la entrada, estaba siendo ultimado por un cejijunto cangrejo (al cual no le conocían esos talentos) después de haber dejado hermosas figuras danzantes, talladas en relieve en la cenefa que precedía al cielo de dos aguas...

Todo eso, logrado en una sola noche, por las prodigiosas manos de una decena de hombres, que pusieron todo su talento y su disposición a la feliz tarea... quienes ahora le miraban, contentos, esperando su reacción.

Un par de transparentes gotas escaparon de sus ojos enternecidos...

¿Y él se atrevió a pensar que ellos no le amaban?...

-¿Ves, Dokho? – la suave, cantarina, voz de Aldebarán resonó en su oído, como música – te dije que te equivocabas...

FIN