Han sido momentos dulces,
recordó Indril mientras contemplaba las brillantes estrellas
del cielo nocturno, una noche limpia, fresca, sin
luna, una hermosa noche como a ella le gustaba, cuando
las estrellas tintineaban como si cantaran a la oscuridad, un
canto de luz a la eternidad que nunca llegaba a repetirse,
siempre nuevo, vibrante y hermoso.
Ella escuchaba aquel canto
estelar, podía sentirlo en su ser y su propia luz
interior armonizaba con el fragor cambiante de las estrellas.
A
veces, cuando su corazón se sentía regocijado con
aquellas luces Indril cantaba siguiendo el compás de las
estrellas y su voz musical y mágica hacia que los demás
se sintieran libres de penas y reconfortados, en paz consigo
mismo.
La Voz de las Estrellas la había llamado Celeborn
cuando aún era muy joven y no se había aventurado fuera
de Lothlórien, su hogar, el Bosque de Oro donde
siempre volvería para hallarse envuelta en su magia.
De allí partieron su hermano, ella y el hombre llamado
Estel, un dúnadan del Norte, un montaraz que recorría
en solitario los caminos del mundo; extraño,
silencioso y, sin embargo, sabio y noble. Indril había
adivinado algo en el que lo hacía diferente a otros
montaraces.
Ella había conocido en algunos de sus viajes
Hombres del Norte, resto de los dúnedain que luchaban
contra criaturas malignas.
Su reino estaba en total decadencia y
aunque orgullosos, aquellos descendientes de los númeroreanos
de antaño, no tenían reyes que los gobernasen y
se encontraban dispersos, casi olvidada la antigua gloria,
pero Estel, en sus maneras, en su voz le recordó a
los reyes de Arnor antes del fin.
El viaje sería largo,
se dirigían al Norte, llevaban un mensaje a Imladris,
la Casa de Elrond, lugar que llenaba de gozo a Indril y en el
cual tenía buenos amigos, recordaba siempre a Arwen,
con quién la unía estrechos lazos de amistad.
Estel
parecía ansioso por llegar al hermoso valle, hablaba a
menudo y con cariño de su hogar, se mostraba muy
respetuoso sobre Elrond y después caía en un silencio
melancólico, Indril casi podía oír la voz
del corazón del montaraz, amaba a alguien y lo guardaba
como un secreto imposible de revelar.
La elfa de rostro joven y
hermoso contemplaba al hombre, este descansaba junto al fuego,
los ojos cerrados, su rostro relajado y la respiración
tranquila y acompasada, su mano izquierda reposaba sobre su
pecho mostrando un anillo antiguo.
"Era hermoso, era un
rey", pensó Indril, se acercó a el con
sigilo, sin hacer ningún ruido, un movimiento leve
y silencioso, estaba tan cerca, se sentía tan
frágil, extraña; sabía que en
muchos aspectos ella, por ser hija de los Eldar era superior a
los Hombres, pero a la vez reconocida que los Hombres llegaría
a estar por encima de los Elfos.
Le atraía de Estel su
juventud y vitalidad, la determinación de vivir al
máximo el poco tiempo de que disponía su mortal
vida.
-Estel –susurró de manera tan suave que parecía
el sonido de la brisa, sin embargo, el hombre hizo un
leve movimiento y frunció el ceño, Indril siguió
mirándolo de cerca, no podía apartar los ojos de aquel
rostro.
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Indrel, el
intrépido hermano mellizo de Indril se había adelantado
para explorar el camino, no había regresado a la caída
del sol y supusieron que Indrel pasaría la noche refugiado en
algún paso de las montañas, conocían bie
toda la zona, se encontraban en las proximidades del Valle del
Arroyo Sombrío, la ruta que se habían trazado para
llegar hasta Rivendel les llevaba por la cara Este de las Montañas
Nubladas hasta el Camino del Bosque Viejo y de ahí al Oeste,
a la casa de Elrond.
Era un camino más corto y, a la
vez, el más peligroso, pues las montañas
estaban infestadas de orcos y otras criaturas abominables. Pero
ambos hermanos de corazón valeroso, habían
descubierto una ruta asequible, quizás, pensaron
antes de partir de Lórien, un tanto difícil para
un hombre que carece de la destreza y agilidad de los elfos,
sin embargo la hermosa y sabía Galadriel les alentó a
que siguieran por esas ruta, ya que significaría una
prueba importante para Estel y el dúnadan sería capaz
de llevar el buen ritmo de los hermanos elfos.
Indrel había
dejado, en algunos tramos de difícil paso, una
cuerda a modo de escalada y tanto Indril como el montaraz recogían
las cuerdas plateadas una vez superada la pared.
A media tarde
llegaron al estrecho desfiladero y enseguida a la oquedad de la pared
rocosa donde Indril supuso que su hermano pasaría la noche.
Pero lo que allí vieron les inquietó y llenó de
temor.
Las cosas de Indrel estaban esparcidas, su arco roto
y el carcaj vacío. La pequeña arpa plateada yacía
media enterrada y algunas cuerdas, tan finas como el cabello y
de un brillo argenteo, estaban rotas.
Indril tomó tan
preciado instrumento del cual su hermano no se separaba nunca,
con un movimiento suave y delicado de sus manos, limpió
de una manera casi ceremoniosa el arpa y contempló las cuerdas
rotas. Una gran sombra de incertidumbre y miedo cruzó
su bello rostro y unas lágrimas brotaron de sus hermosos ojos
azules. Jamás abría dejado su arpa tirada
de cualquier forma, algo muy grave debió ocurrirle.
El
montaraz siguió un rastro por el tortuoso y estrecho sendero,
parecía que Indrel había sido atacado por sorpresa,
por al menos, cinco orcos, dedujo de las señales
que fue encontrando. Pero el elfo, aunque preso y,
quizás inconsciente, no había sufrido heridas,
Indril le seguía silenciosa, había recogido
algunas cosas de su hermano y otras las dejó escondida.
Sentía que un gran dolor le oprimía el corazón,
nunca se habían separado ella y su hermano, desde que
nacieron siempre permanecían juntos; habían
luchado contra horribles orcos y otras criaturas malignas y siempre
conseguían salir airosos, pero lo que más le
hacía sentir dudas y temor era ¿cómo habían
podido sorprender a Indrel aquellos seres?
Estel era muy
observador y perspicaz, seguía las señales como
si le hablara el camino. Hicieron un alto en un llano pegado a
una escabrosa pared de la montaña, todas las huellas,
y ahora eran evidente que se trataban de cinco orcos y un prisionero
que arrastraba los pies, se dirigían hacia el interior
de una estrecha grieta en la roca, estaba semioculta por las
sombras y los zarzales, pero era evidente que habían
entrado a su guarida por aquel lugar…
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Todo estaba en
silencio, no se oían los pájaros ni los insectos
revolotear. El viento dejó de soplar y mover las hojas y
las ramas de los árboles, una quietud pastosa lo
impregnó todo. Indril sintió que le
faltaban las fuerzas, las piernas le flaqueaban, la
fatiga y la debilidad se apoderaron de ella, se sentía
extraña, enferma, le resultaba difícil
respirar, "¿qué me pasa?", pensó
mientras notaba que perdía la conciencia. Estel se
acercó a ella tomándola entre sus brazos, justo
en el momento en que se desmayaba. La elfa, antes
de caer en la irremediable inconsciencia notó como si un
sonido lejano se apoderase de ella, oyó una lejana e
indescifrable musiquilla que parecía provenir de una flauta,
le arrebataba el dominio de su ser y un indomable sueño hacia
que perdiera sus fuerzas; sus ojos se cerraban pesados y su
mente se perdió en una mágica oscuridad.
Era una
música encantada, provenía de algún
instrumento hechizado y estaba fabricado para derrotar con el sueño
a los elfos.
Indril se dio cuenta de esto demasiado tarde,
al montaraz dúnadan no parecía afectarle,
notó como sus fuertes brazos sujetaban su flácido
cuerpo hechizado y ya no recordó o sintió nada
más.
Estel miró perplejo a la desfallecida elfa,
de pronto sintió que una debilidad se apoderaba de él,
pero se repuso enseguida. Estaban utilizando algún
tipo de magia; dejó con suavidad el hermoso cuerpo de
Indril en el suelo y se inclinó sobre ella como si tratar de
despertarla, con disimulo y destreza sacó dos cuchillos
del cinturón y con un movimiento rápido y certero,
acertó en la garganta a una de aquellas infestas criaturas que
se atrevía a mira hacia el exterior.
"Pronto aparecerán
más. Indril tiene que despertar", pensó
Estel, volvió a inclinarse sobre ella y posó una
mano en la frente de la elfa, mientras le tomaba con suavidad,
pero con firmeza una mano blanca y delicada.
Era muy hermosa,
dormida parecía tan irreal y mágica, con su
cabellera negra como la noche, su rostro pálido y sus
delicados paro sensuales labios.
Estel invocó su magia
interior, buscó con su mente en la inconsciencia de la
elfa, la llamó por su nombre:
-Indril, Indril
ven a mi, vuelve con mi voz, despierta junto a mí.
Indril
abrió los ojos y el azul de sus iris brilló con al
intensidad mágica que sólo los elfos poseen.
-Oí
tu voz y he venido a ti –dijo ella con suavidad, como
adormilada aún-. Pero ¿cómo pudiste
llamarme, ¿quién eres, un curador?
No
hubo tiempo para respuestas, un ruido de pesadas armaduras
provenía del interior de la grieta.
Los orcos habían
envidado un grupo. Eran pocos y ellos dos muy buenos,
rápidos y silenciosos. Indril hizo cantar su arco
y sus flechas cortaron el aire impulsadas por la magia con que habían
sido creadas. Estel lanzó un par cuchillos que acertaron
en el blanco, los orcos cayeron muertos antes de saber quién
o qué les atacaban. La elfa y el hombre entraron
en la oscuridad maléfica de la cuerva, un estrecho
pasillo rocoso, de paredes cortantes y húmedas,
cubiertas de un musgo era suficiente APRA que Indril avanzara
decidida a rescatar a su hermano. Estel le seguía
con paso presto, la elfa avanzaba sigilosa y rápida;
el pasillo lúgubre descendía casi en espiral y un
desagradable olor ascendía de algún lugar
profundo y terrible. En varias ocasiones se encontraron
con alguna clase de insecto, alargado y viscoso que al notar su
presencia se lanzaban a una furtiva carrera escondiéndose en
grietas y recovecos. A Indril le desagradó
aquellos infestos seres, pues notó en ellos que se
alimentaban de la carne muerta. De pronto, Estel se
detuvo y la llamó, señaló una puerta en la
roca, era de una madera oscura, cubierta de clavos
negros, pero no estaba cerrada, el montaraz la empujó
con suavidad, Indril tenía su arco listo para
disparar. La pesada puerta se movió hacia dentro y
una suave y cálida luz llegó hasta ellos, había
varias antorchas dispuestas en la pared, ésta era lisa,
tallada toscamente, pero pertenecía a un lugar
habitable. Se trataba de una habitación,
semicircular, parecía estar vacía, pero
cuando entraron, el lugar no esta desierto….
