Capitulo 3
La
lluvia no había dejado de caer durante varios días,
era una lluvia suave y constante, lo impregnaba todo y calaba
hasta los huesos, ambos hermanos iban bien protegidos con sus
capas élficas de Lórien, camuflados en la
grisácea luz que los envolvía resultaban casi
invisibles, sus botas se adherían sin problemas al
terreno fangoso, caminado con ligereza y soltura, dejaban
el mínimo de huellas.
El montaraz les seguía
arropado en una amplia capa oscura, parecía tener
ciertos problemas con el sendero que se había vuelto como un
riachuelo resbaladizo y traicionero, Indril le había
escuchado maldecir en algunas ocasiones, el hombre no tenía
los mismos andares livianos que ellos y el montaraz les seguía
arropado en una amplia capa oscura, parecía tener
ciertos problemas con el sendero que se había vuelto,
como un riachuelo resbaladizo y traicionero, Indril le había
escuchado maldecir en algunas ocasiones, el hombre no tenía
los mismos andares livianos que ellos y acumulaba demasiado barro en
sus botas haciéndoles difícil y penoso el camino.
De vez en cuando, Indril se detenía y se volvía
para observarlo, le parecía inquietante y le gustaba
verlo caminar intentando llevar la compostura para no quedar
demasiado atrás de los hermanos elfos.
De pronto un
resplandor blanco lo inundó todo, un fogonazo que hizo
detener al grupo en seco. Tras la luz,
inmediatamente, se escuchó un ruido como si el cielo
mismo se hubiera quebrado, un trueno ensordecedor cuyos ecos
atronadores fueron retumbando por las empinadas laderas de las
montañas hasta perderse en la lejanía.
Tenían la tormenta encima.
Indrel se acercó al
montaraz, hizo un gesto para ofrecerle su ayuda pero Estel lo
rechazó, parecía enfadado consigo mismo y con el
tiempo:
-Debemos buscar refugio –dijo Estel pasando al lado del
elfo.
-Existe una cueva cerca de aquí, la
conocemos de otras ocasiones, es profunda y nos cobijará
de la tormenta. –dijo Indrel mientras andaba colocándose por
delante de su hermana.
Indril permanecía silenciosa y
quieta, seguía mirando a Estel, una leve sonrisa
surgió de su rostro cuando el hombre pasó junto a
ella, la caperuza no le ocultaba la hermosa cara, sólo
la cubría de la lluvia, y él pudo ver sus azules
ojos clavados en su persona, la sonrisa picarona.
Estel miró de reojo a la elfa, quizás algo
turbado por la persistencia de ella, cuando de pronto,
otro rayo cayó cerca del lugar y el estrépito del
trueno hizo que Indril comenzar a andar tras sus pasos.
La cueva
era profunda y oscura, seguía hacia el interior de la
montaña, perdiéndose en la negrura de su corazón
rocoso. Los tres descansaban un momento y tomaban algo de
comida, la tormenta seguía rugiendo afuera y la lluvia
caía ahora torrencialmente, a penas si dejaba ver los
árboles que rodeaban la entrada del cavernoso refugio.
No encendieron fuego, estaba cerca del lugar por donde
anteriormente habían penetrado a la guarida de los orcos,
y los dos hermanos sabían que casi todas aquellas cuevas se
comunicaban, tarde o temprano, en algún tramo del
recorrido.
Indrel inquieto y deseoso de entrar en acción se
dirigió cueva a dentro para ver hasta donde llegaba, al
cabo de un rato volvió con noticias, en el profundo azul
de sus ojos una luz brillaba con intensidad, había
descubierto huellas de orcos y restos malsanos de aquellas horribles
criaturas.
Se adentraron en silencio y con los arcos preparados
para ser disparadas las flechas en cualquier momento, Indrel
encabezaba el grupo, su hermana entre ellos y Estel en la
retaguardia, miraba continuamente hacia atrás.
Hacía
ya tiempo que se habían alejado de la entrada y ahora sólo
se escuchaba el continuo goteo de las paredes y la espectral luz que
el musgo desprendía les servía para seguir adelante;
Indrel paró en seco:
-Se oyen voces lejanas, creo
reconocer tres diferentes, parecen discutir.
Indril oía
lo mismo que su hermano, avanzando un poco distinguió
luces, los demás la siguieron y llegaron hasta una
bifurcación iluminada por dos antorchas, una de ellas
enclavadas en la rocosa pared, la otra sujeta por un orco
encorvado y desproporcionado, parecía cojear y se movía
de un lado para otro. Los elfos y el hombre se ocultaron
en la penumbra oscuridad del corredor observando la escena.
El orco de la antorcha
gritaba enfurecido a los otros dos que no paraban de
replicar:
-¡Habéis descuidado la guardia! ¡Idiotas
descerebrados…! La vieja quiere todas las entradas cubiertas
–el cojo les increpaba moviendo la antorcha de un lado para otro
acercándola peligrosamente a la cara de los otros dos.
Uno
de ellos llevaba una capa andrajosa y sucia, y el otro algo que
parecía una coraza herrumbrosa, el da la capa,
algo más valiente, contestaba:
-Solo buscamos algo para
llenar la panza, esto es muy aburrido y nadie se acuerda de
traernos comida, ¿te acuerdas tú?
-Procuraros
la comida vosotros, yo no cuido de inútiles que no saben
matar a las ratas.
Entonces el de la coraza, más
delgado que los otros dos, sacó un chuchillo largo y tan
mohoso como la coraza, con un movimiento rápido le cortó
el brazo que sostenía la antorcha.
El herido quedó
boquiabierto al ver que le faltaba el brazo izquierdo, sacó
con más agilidad de la que parecía tener una hacha y le
asestó un tremendo golpe en la cabeza, cayendo con toda
la cabeza abierta y entre convulsiones murió. El
de la capa viendo venir el hacha para él se apartó y le
clavó en el estómago la espada de hoja ancha y
oscura. El cojo cayó de rodillas agarrándose
la herida con la única mano que le quedaba hasta que se
derrumbó sin aliento alguno.
El de la capa se agachó
sobre el cojo que empezaba a estar rodeado por un charco de ascua y
espesa sangre, le registró los bolsillos buscándole
algo, murmurando entre dientes y lanzando maldiciones se
levantó, mira su compañero y dijo con voz
ronca:
-Yo me largo, que venga la vieja a vigilar,
asquerosa.
Y dicho esto se lanzó
en una carrera por el túnel de la izquierda. El
camino, salvo por los dos cadáveres de los orcos,
quedó despejado. Tomaron el pasillo contrario por
el que se había encaminado el orco superviviente;
Indril pasó con sumo cuidado para no rozar los cadáveres,
le repugnaban aquellos seres, pero no se sintió mejor al
adentrarse en el nuevo túnel, oscuro, húmedo
y maloliente.
Descendían con rapidez y sigilo, los
hermano llevaban cubierta la cabeza con la caperuza de su capa
élfica, por lo que se confundían en la oquedad
mohosa, mientras que Estel era una oscura sombra tras los pasos
de ella.
De vez en cuando volvía a es escuchar aquellas
desagradables voces, que parecían corromper el propio
aire, sonaban distantes y proveían de otros pasadizos
que se comunicaban; antorchas lejanas reflejaban su luz en la
chorreante pared rocosa, corrientes de aire que transportaban
fétidos olores, nichos oscuros y siniestros,
toscamente tallados en las paredes, contenían restos
putrefactos. Cambiaron en varias ocasiones de túneles,
siguiendo las corazonadas de Indrel, hasta llegar a un pasillo
que les resultó familiar. Agudizando el oído
pudieron escuchar algo que les llamó la atención a los
dos hermanos:
-¿Puedes oírlo? –se volvió
Indrel hacia su hermana.
Ella asintió observando la
penumbra del túnel.
-¿Qué ocurre, sólo
oigo el rumor de un torrente de agua –dijo el montaraz mirando a
Indrel.
-Es algo que está más allá del
torrente, son notas musicales, pero parece…como si no
entonara bien la melodía –terminó diciendo Indril
–Creo que debemos seguir, esa es la musiquilla de la flauta.
Avanzaron en
silencio, sin contratiempos debían estar en un lugar no
muy frecuentado por los orcos, pero no se veían ni se
escuchaban, aunque ambos hermanos presentían que estaban
cerca. Tras seguir por el estrecho y rápido
torrente, cuyas aguas frías y limpias le pareció
a Indril que eran lo único no corrupto del lugar,
legaron hasta una entrada abierta en la roca de la cueva,
llevaba a una caverna bastante amplía, cuyo techo de
cuarzo reflejaba la luz de una fogata situada en e centro, en
el lado opuesto de la entrada se veía el agujero oscuro y
siniestro de otras salidas y cerca de la crepitosa fogata se
encontraban la vieja orco encorvada y sucia, decrépita y
a la vez odiosa, junto a ella la más joven soplaba la
pequeña y nacarada flauta sin arrancar ninguna melodía,
de vez en cuando, una o dos notas se le escapaban seguidas,
a la vieja se le iluminaban los ojos, pero enseguida la flauta
se silenciaba.
-¡Idiota, estúpida, debes
recordar la melodía como te la enseñé o de nada
servirá que soples hasta que se te sequen los pulmones –le
gritaba malhumorada.
Y volvía a comenzar con el
ejercicio.
Cuando la flauta despedía algún sonido,
los hermanos elfos sentían como un cosquilleos, una sensación
extraña que desaparecía al momento, pues los
talismanes entregados por Elrond, funcionaban a la perfección,
protegiéndoles del mágico encantamiento. El
montaraz habló quedamente:
-Debemos actuar ahora que están
solas y seguir el camino del torrente que nos indicara la salida
–dijo mientras señalaba hacia la otra entrada de la
caverna, el agua discurría veloz por aquel umbral.
De
pronto la vieja se levantó con su vestido andrajoso,
entornando los ojos llenos de ira intentó dislumbrar lo que
había tras la entrada.
-¿Quién de vosotros es
el más lerdo por haber venido aquí, ¡no
quiero veros a ninguno! –increpó volviendo a
sentarse.
Entonces Estel dio un paso y se mostró a la luz,
la vieja abrió los ojos con un odio tremendo reflejados en
ellos, le había reconocido, la más joven
tiró sin miramientos la flauta, lanzando un cuchillo
hacia el montaraz, él por su parte se desvió,
mientras una flecha plateada atravesaba la garganta de la orca,
haciendo que se ahogara con su propia sangre negra y pastosa,
Indril dispuso otra flecha con rapidez. La orco vieja intentó
coger la flauta; Estel le dio un golpe fuerte con el pie
haciendo que cayera hacia atrás, la vieja se golpeó
la cabeza con una roca puntiaguda y su cuerpo quedó flácido
sus terribles ojos aún abiertos no mostraban y ningún
indicio de vida.
El montaraz tomó la flauta que le pareció
un instrumento muy hermoso, estaba tallado con delicadas
filigranas parecía confeccionado de nácar,
"demasiado hermoso para manos retorcidas y bocas sucias de
pestilencia", pensó mientras la guardaba en su
zurrón.
Indrel se había alejado por la salida
siguiendo el agua para explorar su dirección, enseguida
volvió a reaparecer llamando a los otros dos.
Indril corrió
primero hacia la oscuridad del nuevo túnel, seguida del
montaraz y su hermano que había oído ruidos:
-Debemos
darnos prisa, se acercan un grupo –decía mientras
corría chapoteando por el torrente.
Pronto alcanzaron a oír
el estrépito de una casaca y una luz difusa iluminaba el túnel
cavernoso. Indril redujo la marcha para ir asegurándose
a la pared, el torrente había aumentado su cauce y se
había vuelto bastante turbulento amenazándolo con
arrastrarlos. Se aseguraron con las plateadas cuerdas de
los Galadrim y consiguieron salir al exterior, dejando a un
lado la espumosa cascada y sobre una repisa rocosa se sentaron un
momento, estaban empapados y aunque los hermosos elfos
soportaban bien el frío, el montaraz tiritaba con los
labios amoratados.
Observaron el paisaje que les rodeaba,
habían salido más al norte y a la cara oeste de las
montañas, el cielo estaba despejado y mostraba las
estrellas vespertinas pronto amanecería. Entonces
Indril se levantó, miró al cielo que comenzaba a
clarear y a las estrellas que aún brillaban con intensidad,
sintió un regocijo en el corazón, una felicidad
inesperada que brotaba de su ser y comenzó a cantar.
Cantó
con una voz dulce y suave, y de ese sonido brotaba una calma y
una paz, una serenidad que hizo que Estel e Indrel se sintieran
tranquilos y reconfortados, les transmitió su paz
interior y Estel cerró los ojos agradecido de estar allí.
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La despedida fue triste
para Indril, no retornarían al mismo sitio, Estel
regresaba a Rivendel, mientras que ellos dirigirían sus
pasos a Lothlórien. Le había gustado la
compañía del montaraz, estar cerca de él
le producía una sensación alarmante y reconfortante a
la vez, intentó convencerlo:
-¿Por qué
no vienes con nosotros, a la Dama le gustará volver a
verte y al Señor Celeborn le interesará estudiar ese
instrumento mágico, podría esperar la llegada del
verano para volver a Imladris.
-Agradezco tu ofrecimiento y me
gustaría volver a ver a la hermosa Galadriel y consultar la
sabiduría de Celeborn, pero me esperan en
Rivendel, mi corazón está allí, mis
amigos y mí familia, a demás, Elrond
deseará tener cuanto antes la flauta encantada para ponerla a
buen recaudo –le tomó las manos y el besó la
mejilla, después fue a despedirse de Indrel.
Ella
cerró los ojos, sabía que nada haría
cambiar de idea al hombre, "allí estaba su corazón",
había dicho, eso era más que suficiente.
El corazón
de Indril estaba en Lórien, junto a los grandes mallorn
de corteza plateada y hermosas flores doradas, allí
estaban sus amigos y familia.
Quizás, pensaba
Indril, volviesen a encontrarse algún día,
aunque presentía que ese día no llegaría nunca.
Fin
