Oops

- Mione...!

- No, Ronald, esta vez te has pasado – pronuncia ella con acidez.

Los ojos especialmente brillantes quizá a punto de llorar, o puede que simplemente (y eso puede que sea lo que más tema Ron), de furia.

Ron puede asegurar que Hermione le habla con odio, aunque realmente nunca la haya visto realmente de ese modo. No con(tra) él. Y escucha cómo ella dice "Ronald", dejando la palabra en el aire, ese aire ya viciado y agotador, marcando su voz en la palabra con cierto hastío. Decepción. La rabia saliendo por los poros de su piel. Suave y nívea, que en este momento parece a punto de agitarse, mucho más rojiza de lo normal, como una cafetera hirviendo, Que lo note, que vea lo que provoca con sus estupideces este tremendo idiota, parece pensar la chica. Estúpido, torpe niñato pelirrojo... (censurado) (sí, su mente piensa cosas que jamás diría en público)

Y, sin más, Hermione desaparece por la puerta de la sala Común, dando un nuevo bufido; ira y respiración demasiado fuerte, como lo estereotipado en un enorme búfalo.

Pero Hermione no es un búfalo, es tu mejor amiga, piensa Ron, o debería serlo, (porque el pelirrojo hace ya mucho que no piensa en ella de ese modo)

Y Harry llega a la Sala, bostezando, con los primeros rayos de sol iluminando la Sala, bajando despreocupado por los escalones, y sonríe levemente, - maldito cuatro ojos suertudo -piensa Ron-, claro, como tú lo tienes todo ganado, ya, con Ginny... - y, acto, seguido, se arrepiente. Qué culpa tendrá su amigo de lo suyo.

Harry finalmente, llega a la altura de Ron, y pone su cara de qué me perdí, y es, es justo en ese momento, cuando Ron desea partírsela. Pero, recapacita, y una voz en su cabeza, extrañamente parecida a la de la chica castaña, le comenta con disgusto, que él no tiene la culpa de que TÚ, pelirrojo idiota, hayas sido un auténtico capullo con Hermione.

- Hola Ron, hey, a ver si... – saluda, y calla, mira la cara de su amigo, mira al sofá encarnado, donde poco antes, supone, estaba Hermione, y ahora sólo queda un sobre y un cordel rojo, y la típica pila de libros de la chica, y entona nuevamente, más suave y más despacio, buscando parecer lo más comprensivo posible con su amigo. -A ver, tío, qué has roto esta vez. – (de acuerdo, no lo logra) - Otra carta – ..Ron no sabría decir si fue una pregunta o una afirmación, y, hace lo que ha hecho en los últimos años cuando no sabe qué contestar ante Harry o suspiro (sobretodo), Hermione: Se encoge de hombros.

Viktor Krum. Sí, él, nuevamente y sus torpes Herrrmíones (que se parecen sospechosamente a "Ezzzz-míope"). Maldito Viktor Krum. Maldito perversor de menores.

- Te juro que... –comienza – yo – suspira- ella – mira al suelo, mira a Harry, que parece algo cansado (claro, imbécil, le dice una vocecita es su cabeza, es que esto es la cuarta vez que ocurre en apenas un mes)

- Tío... de verdad, porqué no le dices ya que...

- Ella me odia- Ron cae, abatido, sobre el mullido sofá rojo. Harry, se sienta también. – Me lo ha dicho... Me lo ha gritado... daba miedo. –pasa las manos por el pelo, y repite – me odia – en un susurro, voz apagada. Triste.

- Eso, tío, de verdad que eso no es cierto.

Ron masculla algo, y Harry, parece entenderlo, porque entorna los ojos, en el mismo gesto de desesperación que hace Ella, pero que, gracias a Merlín, sabe disimular a tiempo, antes de que a Ron le de por tomar ese abrecartas de plata que está sobre el escritorio, y hacer un sacrificio sangriento con su brazo. Harry mira la pulcra mesa de Hermione y ve el sobre y el lazo que antes rodeaba la carta. Y sigue hablando (o lo intenta) con voz firme y comprensiva -Y lo de leer la correspondencia..., tío, eso... sí, ya es demasiado. Pero algún modo habrá de arreglarlo con ella, - suspira, convencido (o al menos, intenta aparentar eso) Hermione va a matarlo, piensa, lo raro, es que aún no lo haya hecho ya...

- Es ella. –Lacónico, Ron.

Siempre es ella. En su mente, en sus cosas. Siempre surge una figura castaña y mandona que le irrumpe en su vida, molestándolo, ordenándolo, y, por ello, lo más extraño es que, acto seguido, Ronald piense qué haría yo sin ese tornado, claro, que sólo lo confesaría si le ataran a uno de los postes del campo de Quiditch y le ordenaran decirlo, mientras le amenazaran con hierros candentes. Y, como no es el caso, solamente, asiente, atontado y áspero, y susurra. – Es todo culpa de ella y de ese búlgaro del demonio. Todo esto pasa por ellos dos, dúo de tortolitos. –susurra rabioso.

- De acuerdo, Ron, tío, pero la próxima vez, que no te pille leyendo sus cartas, o te matará con alguna poción de esas que sólo ella sabe encontrar y fabricar.

- Prometido.-sonríe.

Después de todo, todavía puede hacer las paces con ella, ¿verdad?

(fin)