Chicas Gryffindor
- ¿Qué..? – pregunta, entrando a la Sala Común.
- No sé, Harry, yo ya las encontré así... – susurra Seamus; a su lado, Ron y Dean, también parecen sorprendidos.
- Pero, qué hacen... – Ginny y Hermione estaban sentadas, alrededor de una mesa, algo pálidas, y muy concentradas. Mucho. Incluso más de lo normal para Hermione en época de exámenes.
- No sé, - comienza entonces Ron- yo estaba ahí, donde están ellas, con Hermione, hablando sobre...
- Discutiendo – corrige el moreno
- ¿Eso importa?
- N-No, no realmente. – acepta
- ...Y llega alguien a la Sala, así que antes de que me diera tiempo a ver quién era..., no, no sé..., para saludarlo o así... – aja invita a seguir Harry - ..se levanta Hermione del sofá, y va hacia mi hermana. Se miran murmuran la vi yo antes, Hermione, no sabes con quien te estás metiendo, y un ya verás enana,y... el resto ya lo estás viendo. – Harry levanta una ceja, y Ron aclara -Llevan así media hora...
Y las mira. Las dos chicas, están sentadas en la mesa, que antes había debido estar ocupada ciertamente por Ron y Hermione, pues estaba llena de revistas de quidditch y libros enormes sobre magia, que, y olvidando el gran amor que Hermione tiene a todo lo compuesto por sabiduría, tinta y pergamino, había sido lanzado fuera de la mesa. Tampoco parecía importarla que uno de los tinteros había caído sobre la alfombra roja y dorada, y que, cada vez, se extendiera aún más la enorme mancha de tinta desde el frasquito, ya casi vacío.
No, ellas no se preocupaban por eso, estaban sentadas en los sofás, quizá demasiado al borde de los mismos, para estar más cerca aún a la mesa, una enfrente de la otra, con expresiones de tremenda concentración; sosteniendo entre las pequeñas manos, cada una, cinco cartas; tres, Ginny, de hecho, de había dejado dos con tremenda inquietud, y se disponía a tomar otras dos nuevas del montón donde se apiñaba el resto.
Y, muy seria, miró a Hermione, quien escrutaba su rostro con gran interés y... ¿temor? Ginny alargó un poco más la espera, hasta que comenzó a relajar su expresión, y a sonreír, un poco más, un poco más, hasta que estalló en una feliz carcajada.
- ¡Síííí! - Sonrió triunfante, mostrando sus cartas. Hermione, aún paralizada, giró levemente la muñeca, dejando caer así las suyas.
- No... – susurró, desplomándose, abatida sobre el sofá encarnado. – está bien... – murmuró, casi con dolor – y sacando del bolsillo de su túnica, una cajita plateada, decorada con una gran eme grabada en esmeraldas, dijo – se la devuelves tú.
(fin)
