Primer año

Ginny teme el colegio. Y no, no es porque piense que quizá no haga ninguna amiga, o porque quizá todos la dejen de lado, o quizá que odie esa habitación compartida, demasiado llena por niñas que, quizá, y sólo quizá decidan quitarla sus cosas o tomarla el pelo, y quizá, en ese colegio, puede que deba estudiar demasiado duro, demasiadas horas. Y quizá no valga para ello. Quizá sea demasiado estúpida, o pequeña o fea para ir a ese lugar. Y quizá resulte al final que sea una Hufflepuff, o una Slytherin...

Ginny no sabe muy bien qué sería peor.

Pero sabe que quizá deba esconderse y no ir a Hogwarts; aunque eso sea lo que más desea desde que su hermano Bill recibió la lechuza. Desde que vio a Harry Potter y supiera, aunque puede que aún no lo sepa del todo, porque nunca ha hablado de ello ni lo ha sentido anteriormente, que ese chico iba a ser importante en su vida.

Mamá tiene la culpa. Papá no entiende nada.

Su mente repite que sus padres siempre han dicho que debe compartir las cosas con sus hermanos mayores. Bien. Vale.

Y es justo en esos momentos, cuando Ginny siente que, a veces, desearía no vivir en La Madriguera. No ser un Weasley... Pero es feliz. Feliz, sí, porque sus padres la quieren y sus hermanos también.

Pero, de verdad, ODIA los libros de segunda mano, las túnicas (de chico, aunque realmente eso no importe ni se note) de segunda mano, la ropa de segunda mano, la pluma de Charlie, la varita vieja de tía Muriel...

Y siente, que nadie la entiende realmente. Bill quizá fuera el único, y, al terminar Hogwarts, ya no vive con ellos. Independizarse. Ginny sonríe levemente cuando piensa en esa palabra, que rápidamente asocia a libertad y confort. A intimidad. Y es entonces cuando se sonroja. Levemente, quizá, pero sabe que si en ese momento estuviera sentada en el salón con sus padres, sus hermanos y Harry, lo habrían advertido. Porque es Harry, precisamente, quien le ha llegado a la mente al pensar en esa palabra. Harry y ella, juntos, como pareja. Aunque piensa, que no será posible, porque él es un chico mayor que nunca que fijaría en alguien como ella.

Suspira levemente, y continua sacando los útiles para su primer año escolar de verdad. Profesores de verdad. No mamá con sus bobadas de Buenas tardes, clase. Yo soy la Profesora Weasley...

Ginny sonríe.

Porque su madre es encantadora y ella tiene mucha suerte. Y poco tiempo. Sí, porque son muchos hermanos, y los gemelos acaparan el 90 por ciento con sus bromas y sus risas incontenibles tras los Fred, George...¡Pero qué habéis hecho! de su madre.

Le gustaría tener una hermana. Mayor o menor. Da igual. Para jugar y hablar de sus cosas. Porque sí, tiene cosas propias, después de todo. Alguna niña que la entienda, y a quien entender.

Está segura que conocerá a muchas niñas en Hogwarts y que hará buenas amigas. Eso espera. Necesita un confesor o alguien con quien se sienta libre de hablar, confiar...

Saca los libros y los va colocando en el baúl. Aún quedan varios días para el inicio de las clases, pero ella, definitivamente, no puede esperar al último momento. Teme que se le olvide prepararlo, y no logre hacerlo a tiempo. Y no llegue al andén. Y no logré llegar al tren. Y que el tren se vaya sin ella. Y entonces... ¡Un momento! Acaba de encontrar ¿...Un diario?

¡Qué bien, feliz, toma una pluma y un tintero, moja la pluma, un poquito, y antes de saber qué escribir en él, una gota de tinta cae al papel. La niña se muerde el labio, pero no le da tiempo ni siquiera a murmurar un ¡vaya!, pues surge algo escrito en él, con una letra clara y firme

Hola, éste es el diario de Tom Ryddle¿Quién eres? -y poco después- Cuéntame, y seamos amigos...

Por ello, la niña, toma esa pluma demasiado ajada por los años, y comienza a escribir

Hola Tom, yo soy Ginny. Me alegra que alguien me escuche...

(fin)