Octavo, el Partido
Jueves...
El mensaje grabado en el buzón de voz del teléfono móvil se repitió por tercera vez:
Ranma, soy Akane. Te llamaba para disculparme por lo de ayer. Mis amigas me hicieron una broma pesada. Respecto a eso y a lo de quedar este fin de semana, prefiero explicártelo si hablamos. Ya sabes mi número.
Ranma suspiró de regocijo. No podía estar más contento tras escuchar su suave voz una vez más. Se sentía aliviado y dispuesto simultáneamente, con el conocimiento de que aún tenía la oportunidad de tenerla entre sus brazos. Akane no le había dado calabazas; al contrario, le había llamado al día siguiente por la tarde para pedirle perdón. Saliendo de su propio asombro ante el hecho de que ella hubiese dado ese paso, se quedó pensativo. «Aunque ella hubiera estado dispuesta a cerrarme las puertas, yo no la habría dejado».
Se despidió de sus compañeros de entrenamiento antes de salir del vestuario y después se fue derecho a casa. Estuvo dándole vueltas al asunto conduciendo en el coche. Puede que Ukyo tuviera razón. Tal vez Akane quería jugar un poco al ratón y al gato para ponerle baches y trampas en el camino hasta llegar a ella, haciendo más emocionante el viaje. O por otro lado, podía estar la posibilidad de que tuviera dudas y ella quisiera quedarse en su ratonera. Él tampoco le estaba pidiendo nada extraordinario, solamente una cita, aunque luego quisiera conseguir todo lo demás. Fuera lo que fuera que hiciera que Akane se estuviera comportando de una forma tan aleatoria, eso no iba a cambiar sus planes. Los había hecho la noche anterior con el convencimiento de que funcionarían. Seguramente, tal y como lo tenía pensado, la sorprendería, que era justo lo que quería. Además, no estaba nada mal darle la vuelta a la moneda, que ella sufriera un poquito también.
Después del entrenamiento de voleibol, Akane volvía a casa en el coche de Nikao, quien conducía. Ambas jugaban en el equipo de la universidad. Akane se había apuntado en su primer año, siguiendo la carrera deportiva que había comenzado en el instituto. Nikao, sin embargo, lo hizo al año siguiente convencida por su amiga. Eran de las jugadoras más experimentadas y siempre eran claves en cada partido. El de ese fin de semana no se esperaba como un partido fácil, aunque aún así pensaban que lo debían de ganar sin muchas dificultades.
—Este sábado salen Shan y sus amigas y me han llamado para que vaya. ¿Quieres venirte? —le preguntó Nikao.
—No lo creo —respondió desvencijada Akane debido al cansancio acumulado durante el día. Había llamado a Ranma temprano en la tarde, media hora antes de que empezara su entrenamiento. Dos horas y media más tarde, al mirar la pantalla de su móvil al acabar de estirar, vio que no había nada, ni una llamada ni un mensaje. Sabía que era pronto para ver señales de él. Puede que estuviera ocupado, que tuviera cosas que hacer o que aún no hubiese visto el mensaje que le había dejado. Pero le había costado tanto llamarle, que cuando se dio cuenta de que no tenía ninguna respuesta de su parte, se desinfló como un globo.
—¿Por qué no? —Quiso saber su amiga mientras conducía por las calles de la ciudad.
—Porque no quiero encontrarme con Ranma. No nos hemos encontrado nunca en estos años, salvo aquel día en la discoteca, pero te aseguro que si salgo esta noche me lo encontraré. La ley de Murphy. Paso de salir de fiesta y que me pille después de haberle dicho que no. Además, tenemos partido al día siguiente, estaré hecha polvo.
—Oh, vamos, pero si no saldríamos hasta las tantas. Y la posibilidad de que te encontrases con Ranma sería remota.
—Hasta que me lo encuentro. Paso —dijo con sus ideas hechas.
—Lo de Ranma en realidad… —empezó Nikao—, si no hubieras montado la paraferna-
—No me vengas con esas Nikao, ya os he escuchado bastante hoy a las tres, a Koi y a ti sobre todo —interrumpió Akane cansina mirando por la ventana.
La conversación se desvió hacia otro tema, la amiga no queriendo arriesgarse más. Lo que había pasado con Ranma parecía una herida reciente y Akane, quisiera demostrarlo o no, todavía estaba afectada por ello.
Tarde en la noche, recostada en su cama, Akane no pudo dejar de pensar en él. «¿Qué he hecho?». Estaba totalmente confundida consigo misma y todo por culpa de Ranma. Antes de llegar él, todo iba como siempre, seguía su rutina, veía a sus amigos, tenía sus ideas claras y era determinada y confiada. Sabía que seguía teniendo todo eso, nada en realidad había cambiado, sólo el hecho de que sus emociones la estaban dominando y perturbando. Era cierto que, tras acostarse con Ranma, se sentía más mujer. Se había sentido deseada por un hombre; por uno que para ella lo había significado todo. Se sentía más guapa, más atractiva. Se quería más por el amor de dios. Todo eso era debido a Ranma. Era como un veneno y un antídoto en una misma persona.
Hasta antes de esa noche su vida amorosa había sido más bien un témpano de hielo. No había tenido relaciones sexuales en casi un año y medio, y relaciones serias, si se las podía llamar así, un par, y ambas no habían durado más de ocho meses entre las dos. Rollos pasajeros con algún chico en una fiesta o en una discoteca los contaba con los dedos de una mano. No, el amor no la había acompañado en ninguno de esos asaltos después de desaparecer Ranma. Había recibido más ofertas, pero nadie le había llamado la atención lo suficiente. Ni incluso con los dos novios que se echó llegó a sentir lo que sintió con su baka favorito. A veces pensaba que el enamoramiento que se dio con Ranma se debía a que había convivido con él bajo el mismo techo, que le había conocido en lo bueno y en lo malo, igual que él a ella, y que habían vivido mil aventuras juntos. Pensaba que su amistad y su relación se habían forjado a base del roce y de la incapacidad de vivir sin el otro, como el hierro al rojo vivo que se enfría y endurece formando una unión entre sus partículas casi imposible de romper. Bien equivocada había estado. El hierro se había fracturado al poco tiempo de declararse lo que sentían el uno por el otro. Ranma se marchó para dejar en su vida un hueco que ningún otro hombre había conseguido llenar. Por ese motivo, el hecho de volver a verle y acabar acostándose con él así, tan de repente, le había frito las neuronas. Tenía que ser eso. Todo lo acontecido venía de contener, guardar, comprimir por cuatro años sentimientos en una olla a presión que, saciados de golpe, lo podía dejar a uno en Marte en lugar del planeta Tierra.
Se cambió de lado, quedando ahora de cara a la pared. Iba a tener que aclararse. Ranma le gustaba, le atraía, y para ella, Ranma encajaba en su rol de pareja. «¿Entonces por qué diablos estoy dudando tanto?». La respuesta era simple: no podía lanzarse de lleno a él sin llegar a conocerlo de nuevo, dado que a lo mejor no había siquiera una red de emergencia en la que caer en el caso de que él no estuviera ahí para cogerla. Quizás Ranma fuera el mismo, quizás no. «Me estoy haciendo ilusiones», pensó. Si quería conocerle, ella había tirado por la borda la oportunidad de ayer. «¿Y si ahora no me llama de vuelta?».
Ranma había tardado cuatro días tras la fiesta en volver a llamarla y ella, durante ese tiempo, se había medio deprimido interiormente pensando que había sido sólo sexo pasajero para él. Cuando por fin la llamó el día anterior el alivio la invadió de inmediato. Sin embargo, casi automáticamente, lo fastidió todo negándose a salir con él. Sus amigas habían empeorado la situación, eso estaba claro. Pero si no fuera por ellas tal vez no estaría dándose cuenta de que estaba haciendo el tonto y de que, como siguiera así, Ranma la iba a mandar de paseo. Ahora deseaba más que nunca que fuese a por ella, aunque, si no lo hacía, iba a tener que conformarse. Al menos, sabría de antemano que no habría nada que perseguir, conquistar, o su prioridad por el momento, conocer.
Se quejó ante su propia debilidad mental y física. Imágenes del cuerpo de Ranma pegado al suyo, frotándose, transmitiéndole su calor como lo habían hecho la otra noche rondaban por su cabeza. Soltó un profundo suspiro. Era tan difícil no querer tenerle cerca. Puede que esa fuera una de las razones por las que quería estar alejada de él, insegura de qué podría pasar si le volvía a ver. «Probablemente arrasaría con él», pensó traviesa. Las chicas ya le habían dicho que empezara a tomar la píldora; apostaban que en menos de un mes iba a empezar a necesitarla sin duda alguna. Akane las veía demasiado optimistas, pero aún así, les iba a hacer caso. Puede que siendo más positiva con las posibilidades, surgiera lo deseado.
Al día siguiente, viernes, en el vestuario masculino de los luchadores de artes marciales de la Universidad de Gaukin, todos se preparaban y cambiaban antes del entrenamiento. La mayoría solía llegar con tiempo para tener unos quince o diez minutos donde empezaban a calentar o estirar por su cuenta antes de que se presentaran los entrenadores y los asistentes. Eran cerca de cincuenta luchadores en total. Normalmente se hacían dos o tres sesiones distintas por día, cada una con unos quince o veinte hombres. Aún así, era difícil para los entrenadores dedicar un tiempo exclusivo a todos sus alumnos, pues no se podían perder minutos de entrenamiento con cada uno individualmente, al menos no con los más jóvenes, donde lo principal era instruirlos en las formas básicas para luego desarrollarlas. Debido a eso, en los entrenamientos, el conjunto de artistas marciales se dividía en grupos aún más pequeños, según la categoría y el nivel, para poder trabajar más directamente con ellos con la ayuda de los asistentes.
Dos entrenadores jefe cerca de los cincuenta años dirigían a estos hombres, Toikiu y Feng. El primero se ocupaba de la técnica, el segundo de la preparación física. Ambos trabajaban con los chicos por separado pero complementando lo que hacían. Llevaban una rutina de enseñanza muy disciplinada y seria. Siempre habían trabajado juntos desde que en su juventud ambos compitieron y se hicieron amigos. Conocían las claves para ganar y llegar a lo más alto después de muchos años de experiencia. Los dos habían conseguido grandes logros no sólo como luchadores, sino también como entrenadores con los muchos muchachos que habían pasado por sus manos. Les formaban, les preparaban, y les hacían trabajar para tocar la gloria. Ansiaban ganar una vez más, como el año pasado, el campeonato nacional de categoría media. El grupo de luchadores de dicha categoría era el que más frutos había dado desde que llegaran hacía cuatro años. Si este año lo conseguían, pasarían a clasificarse para los campeonatos asiáticos que los llevaría a los torneos intercontinentales, algo a lo que se quedaron a las puertas el año anterior y que nunca habían conseguido. La generación del 83, que estaba en su último año, era justamente por la que apostaban fuerte. Había sido y era una de las más grandes: Ranma Saotome, Keiko Jirata, Hwong Kiamara, Syuho Saka, Lei Wulong, Jiro Taor, y Khorei Tanusa. Siete hombres, casi todos en la categoría de peso medio, que les habían dado medallas, títulos y éxito a gran escala durante esos últimos años. Todos tenían muchas posibilidades de convertirse en luchadores profesionales y ganarse la vida con ello. De todos ellos, Saotome, Taor y Kiamara eran los más prometedores, pero todos en general habían dado un rendimiento digno de seguir, idea que intentaban inculcar en los jóvenes aprendices. Pero no todo había sido alegría. Malas rachas también habían surgido a lo largo de todo ese tiempo. Lesiones, problemas de comportamiento, e incluso problemas personales se habían inmiscuido en la vida de sus luchadores y en las de los propios entrenadores. Sanciones, castigos, pérdida de becas, entre otros asuntos, se habían sucedido debido a diferentes razones: faltar a los entrenamientos, a rehabilitación, mal rendimiento académico, consumición de drogas, vitaminas o medicamentos no permitidos por la Asociación de Artes Marciales Nipona, golpes antirreglamentarios en combate, escupitajos a los árbitros, faltas de respeto a los entrenadores o a otros compañeros, aceptación de contratos publicitarios no admitidos por la AAMN, etc. Pero aún así, el prestigio de la universidad en el ámbito deportivo había subido como la espuma gracias a los combates y a la dedicación de estos señores y del resto del grupo. En el equipo no tenían reglas y a los entrenadores les daba igual si las había o no. Ellos, con tal de que sus chicos rindieran en lo que les tocaba estaban tranquilos. Como decía Jiro, daba igual si se pasaban toda la noche de juerga, si bebían más o menos, o simplemente no dormían. Si para la hora del combate estaban despiertos y listos para pelear, todo el mundo estaba bien. Era cuando todo eso te repercutía que tenías que tener cuidado. De fiesta precisamente estaban hablando los chicos en el vestuario, cada uno frente a su taquilla. Hacían y deshacían planes para ese fin de semana. Ese sábado, de los amigos de Ranma, Syuho era el único que combatía fuera, en Yokohama, el resto competía en casa.
—Joder, tíos, podríais esperarme, ¿no? —se quejó Syuho que veía como los otros le ignoraban.
—¿Pero a qué hora llegas? —preguntó Nya, un chaval que estaba en su tercer año.
A veces salían todos juntos en grupo, como equipo, añadiéndose cada cual con más gente si quería.
—Sobre las doce de la noche, volvemos en autobús.
—¿Y a qué hora es el combate? —preguntó Ranma que estaba quitándose la camisa.
—A las ocho y media, voy detrás de Toshiro.
—Bah, tío, no sé, te podrías encontrar con nosotros en donde quedemos —contestó Jiro de pie con una pierna encima de una pequeña banqueta que todos tenían delante de su taquilla. Se estaba vendando la mano y la muñeca derecha con esparadrapo.
—Si, y también podríais esperarme, no os cuesta nada. Sólo tendré que cambiarme. Además, los sitios no empiezan a llenarse hasta la una o así y sabéis que tengo el coche en el taller —recordó.
—Pues vete en bus o coge el metro —se mofó Jiro.
Algunos le rieron la gracia.
Syuho no le hizo caso, sabía cómo era Jiro. A veces quería hacerse el gracioso, o el muy capullo, dependiendo de la perspectiva. Era un tío con el que tenías que andarte con cuidado. Si tenías un problema con alguien era el primero en respaldarte, pero como te metieras con él lo llevabas claro, se volvía un verdadero cabronazo en un santiamén. Era mejor tenerlo de amigo que de enemigo.
—Yo pasaré a recogerte, no te preocupes.
Syuho miró a Ranma agradecido.
—Gracias, tío —contestó sonriendo.
—¿Entonces a dónde vamos? ¿Nos aclaramos o qué? —preguntó Jiro irritado, quería cerrar los planes cuanto antes.
—Podríamos ir a la discoteca Buddha —mencionó Nya—. Me han dicho que está muy bien. Por lo visto es gigantesco. Tiene varias barras, pistas de baile, espectáculos a lo grande, chicas gogó y música de la mejorcita…
—Ahí has acertado, Nya, di que sí. ¿Qué decís? —demandó Jiro al resto.
La mayoría asintió sin importarle mucho a dónde fueran, ya que al final se lo pasaban bien en cualquier lado.
—Pues decidido, al Buddha. ¿A la una está bien, Syuho? —le preguntó en tono burlón.
—Sí, idiota.
Jiro se rió satisfecho por haberlo picado.
—¿Quieres venirte, Kiamara? —preguntó Ranma al compañero que tenía en la taquilla de al lado.
Hwong se giró para encararlo e hizo una mueca que reflejaba que iba a declinar la propuesta por otra mejor.
—No puedo, Sao, mi novia me tiene cogido todo el fin de semana —contestó sonriendo.
—Lo que te tiene bien cogido son las pelotas… —comentó Jiro con una sonrisa pícara.
Muchos se echaron unas buenas carcajadas.
—Bueno, al menos yo tengo donde meterla, no como otros que no se comen ni una rosca —le respondió Kiamara jugando también.
Más risas se oyeron por parte de los artistas marciales. Ranma y Hwong dejaron de reírse al ver como Jiro se había puesto más serio. Había replicado algo así como que se había cepillado a no se cuantas chicas, pero muchos no le tomaron en serio o no le escucharon por la risa propia o por la de los demás.
—Por cierto, Ranma, ¿vas a traer a tu chica mañana? —Aquel fue Syuho.
Jiro prestó atención disimuladamente, haciendo como que no les miraba.
—No lo creo, este finde no puede —explicó.
—¿No puede o no quiere? Seguro que la dejaste insatisfecha —Jiro volvía a ser el de hacía un momento, un imbécil. Cuando la tomaba con uno era de lo más insoportable.
—Deja de meter cizaña, Jiro, quieres —le avisó Ranma con el ceño fruncido. No estaba para tonterías.
—Tranquilo. Había oído que era un bombón; sólo querría haberla conocido para verificarlo.
—Ya… —contestó Ranma desconfiado.
Saotome era de los pocos que realmente conocía a Jiro. Era un chaval complicado, tenías que llegar a pasar bastante tiempo a su lado para conocerlo y entenderlo. Normalmente, era el más problemático de todos. Le encantaban las chicas y la fiesta, como a todos, pero para él, eran como una obsesión. A veces hacía putadas y se metía en líos allí donde iba. Empezaba discusiones por nada, se liaba con las mujeres de otros y, de una forma u otra, acababa siempre en una pelea de golpes hasta el cuello, devolviéndolos si es que todavía estaba sobrio. No había tenido una infancia muy feliz: problemas familiares, malas notas en el colegio, expulsiones en el instituto. Era una suerte que le hubieran concedido una beca y estuviera haciendo una carrera, y todo, gracias a las artes marciales.
Las había empezado en la calle, con sus amigos, haciendo el gamberro. Al principio, de joven, Jiro no hizo más que meterse en bandas callejeras para abusar de su fuerza y agilidad y ganar a otros en combate. Se calmó bastante cuando lo mandaron con su abuelo a las afueras de la ciudad. Su madre ya no sabía qué hacer con él y encima tenía bastantes responsabilidades con las dos niñas que había tenido con su actual marido, que no era el padre de Jiro. Tal vez ese fuera uno de sus problemas, que se había sentido desplazado y no controlado por nadie. No había recibido mucho cariño a lo largo de su vida, ni por parte de su madre, ni de su padre desaparecido, que le tuvieron cuando ambos eran bastante jóvenes. Jiro se sentía solo. Siempre quería quedar con los amigos o estar acompañado. Se mosqueaba cuando alguien del grupo se echaba novia, pues eso significaba menos tiempo para los colegas y para él. Las relaciones serias y estables simplemente no existían para Jiro, al menos, en cuanto a mujeres se refería. Sólo contaba el tirarse a cuantas chicas pudiera. Sería un milagro el día que se echara una novia de verdad y se asentara. Por eso Ranma le avisaba con el tono de ese último 'Ya…', dándose cuenta del interés incauto que siempre mostraba hacia las mujeres de los demás, tanto si las conocía como si no. Para Ranma, frenarle más de una vez le había costado una gran bronca con él, y eso que era de los pocos que realmente se preocupaba como amigo. Eso Jiro lo sabía. En el fondo, era un buen tío. Pero tela cada vez que tenías que pararle los pies. Era único. Por eso, había que saber tratarle de una forma especial. No todos se llevaban bien con él, por no decir que andaba siempre intimidando a los novatos. Montaba escenas, le gustaba ser el centro de atención, y amaba ganar por encima de todo. Su competitividad a veces le cegaba, perdiendo toda cordura cuando los problemas se agravaban a un nivel serio. Si había una frase para resumir a Jiro, esa era 'que era un salido necesitado de apoyo'.
Ranma dejó pasar la conversación que siguió, pensando en Akane. Esperaba que no se cabreara mucho porque no la hubiese vuelto a llamar. El domingo todo se vería. Le habría gustado que hubiera aceptado a salir con él a la primera para poder llevarla de fiesta con sus amigos. Quería presentarla, hacerle ver en el entorno en el que se movía, bailar con ella, divertirse, seducirla. Había tantas cosas que quería hacer con ella. Si bien el sexo era una de sus primeras necesidades después de aquella noche, la verdad es que carecía de valor si no podía hacer todas las demás, que era lo que conseguiría que volviese a ser su novia de nuevo. Tenía que hablar con ella, escucharla, saber de sus motivaciones, de su nueva vida, para saber si iban por el mismo camino o si se podía encauzar con ella en algún punto, para a partir de ahí, andar juntos. Volvió al mundo real dándose cuenta de lo loco de sus pensamientos. Era demasiado pronto para imaginar un futuro juntos. Ni siquiera habían salido. Tenía que ir paso por paso, sin prisa, y disfrutar del momento.
—¡Mía! —gritó una joven agachándose y poniendo las manos juntas con los brazos estirados para colocar la pelota.
Ésta fue rematada al otro lado del campo por otra chica con un fuerte impacto que marcó punto desatando los típicos gritos en las jugadoras de voleibol al marcar un tanto. Todas se unieron en una piña.
—¡Bien chicas! Seguid así, no aguantarán mucho más —dijo la que en aquel momento era la capitana en el área de juego.
El árbitro dio señal de continuar el partido y el mismo equipo, el Teracoya, se posicionó para hacer el saque.
El balón fue de un lado a otro a través de la red, normalmente en tandas de tres toques, siendo tocado de dedos, rematado, y bloqueado. Todos los movimientos estaban entrelazados por las palabras y voces de las componentes de ambos equipos, ayudándose con la comunicación verbal para controlar el balón. Tras un par de minutos, una de las jugadoras del equipo local, el Mohuroka, cometió un error cediendo el punto al Teracoya, que se hacía con el segundo set por 24 a 26. La primera parte del partido llegó a su fin con el pitido de la bocina, el Teracoya ganando dos sets a cero. Un set más y se harían con la victoria. Los dos equipos se dirigieron a los vestuarios en el descanso de quince minutos.
Las chicas del Mohuroka iban en un silencio sepulcral, pasando por el umbral de la puerta del vestuario hasta que ésta se cerró y el equipo completo quedó en su interior sentado sobre las baldas de madera en forma de U. Sólo la fisioterapeuta se escurrió en la habitación con hielo de repuesto y unos vendajes para atender a Maika, que se había lesionado nada más empezar el partido con un esguince en el tobillo. El primer y segundo entrenador se quedaron fuera a unos cuantos metros de distancia impotentes y cabreados. Hablaban de cómo podían darle la vuelta al partido, qué tácticas podían utilizar y cómo levantar el ánimo de sus chicas, que parecían ya vencidas. Ellas eran en realidad las que deberían motivarse a sí mismas si es que querían ganar.
—¿Se puede saber qué nos pasa? Estamos haciendo el ridículo ahí fuera. Se supone que tendríamos que estar dándoles una paliza —dijo incrédula Ariko, una veterana—. Por favor, están por la mitad de la tabla y nosotras aquí regalándoles el partido.
—La número diez nos está destrozando, deberíamos bloquear mejor sus remates —añadió una suplente.
—Lo siento, chicas, es mi culpa. Hoy llego tarde a todos los bloqueos —respondió Yuiko.
—No te preocupes —le animó otra compañera poniéndole una mano en el hombro.
—Olvidémonos de la primera parte. Yuiko, concéntrate ahora sólo en estar ahí con Tawin para parar a la número diez —agregó Nikao.
—Y deberíamos hablar más, hay más ruido que otras veces, se ve que se han traído a todos sus fans —acertó Akane.
—Sí, tías, ¡vamos! Hemos estado a un paso de hacernos con los sets, sólo tenemos que jugar en serio y cambiaremos el rumbo del partido —volvió a hablar Nikao—. Además, hemos estado toda la semana entrenando sus tipos de ataque, deberíamos machacarlas.
—¡Justo! Sólo tenemos que corregir un par de cosas, lo que hemos dicho, lo de los bloqueos, la comunicación y el ser más agresivas —completó Ariko alentando a todo su equipo.
En ese momento la puerta del vestuario se abrió dejando paso a los entrenadores con caras de pocos amigos. El silencio se hizo de repente y los dos hombres mantuvieron la mirada fija sobre los rostros de las chicas, estudiándolas. Después de unos momentos de tensión, las palabras del primer entrenador brotaron con enfado:
—¿Qué coño está pasando hoy, eh? Explicadme.
Al final, el fin de semana se le había pasado bastante rápido. Entre algunas compras, limpiar la casa, estudiar, el combate, y salir de fiesta, no había parado. Estaba contento. Había ganado la pelea de ese sábado descalificando a otro de los luchadores difíciles de la competición. «Uno menos», pensó con una sonrisa. La juerga de la noche anterior fue también genial. Después de haber recogido a Syuho en su casa fueron al punto en donde habían quedado con el resto. Fueron como unos veinte en total, contando sólo a los luchadores. Luego había más gente, amigos de amigos y novias, aumentando el número del grupo. La discoteca Buddha resultó ser fantástica. Mucha música, marcha, distintas salas, chicas muy guapas… Una pena que no hubiera tenido a Akane a su lado, habría hecho lo que muchas parejas: bailar con ella, besarla, tomar una copa, y algo más. Incluso Jiro no había dado problemas, y eso ya era decir mucho. Se había puesto como una cuba, pero al menos se había mantenido sereno.
Hoy domingo se había levantado tarde y se había preparado algo de comer. Vio la televisión, llamó por teléfono a varias personas y revisó unos apuntes de clase. Para cerca de las seis ya estaba duchándose y arreglándose para salir de casa. Condujo entre las calles de la ciudad mirando el GPS que llevaba en el coche. Llegó hasta el lugar sin problemas. Aparcó y se dirigió hasta la entrada del gran recinto: la Universidad de Mohuroka. Ahora lo siguiente era llegar hasta la cancha de voleibol. Tendría que preguntar si no quería dar vueltas como un tonto. Había estado ahí en una ocasión para combatir, pero no recordaba necesariamente el campus. Vio a una chica andando sola en dirección a unos edificios hacia la izquierda.
—Perdona, ¿sabes dónde está la cancha de voleibol?
Ella le miró mostrando una sonrisa.
—Estás de suerte, voy para allá. Sígueme.
Ranma también sonrió.
—Perfecto. Gracias— respondió mientras caminaban.
—¿Vienes por el Teracoya o por el Mohuroka? —preguntó la chica.
—Mmm, el Mohuroka, conozco a una chica que juega en el equipo.
—¿En serio? ¿Quién? —cuestionó de nuevo la joven con voz enérgica.
Ranma la miró, echándole unos veinte años. Seguramente estaría en su segundo año de universidad.
—Akane Tendo.
—Oh, Akane… —dijo como imaginándola, la mirada al cielo—. Me encanta como juega, tiene una garra increíble. Ojalá pudiera llegar a ser tan buena como ella —habló mirando a Ranma de soslayo un segundo después—. Mi hermana mayor juega también en el equipo, se llama Tawin. Yo estoy jugando en el equipo B, aunque me gustaría que me subieran al A, por supuesto. Siempre que puedo vengo a verlas. Aunque hoy ya veo que llegamos tarde.
—Si, empezaba a las siete ¿no?
La chica asintió.
—¿Son buenas? Es la primera vez que vengo a verlas —preguntó Ranma.
—Están en primera división, que es la mejor, así que buenas son. Este año están haciendo una buena temporada, han ganado varios partidos importantes. El de hoy deberían de ganarlo con facilidad —contestó la chica.
Siguieron andando unos minutos más hasta entrar en un amplio edificio bajo y ancho. La chica saludó al de recepción y después ambos subieron las escaleras para llegar a las gradas. La bocina que daba inicio al tercer set se escuchó a lo lejos y el ruido se hizo más alto mezclando a los espectadores y a las jugadoras. Una vez en el primer piso divisaron la cancha y las gradas que lo cercaban. Había bastante gente, algo que sorprendió a Ranma. Tal vez fuera porque era domingo y más gente podía ir, o que realmente el voleibol femenino tenía ahí mucha afición. Él estaba acostumbrado a que allí donde fuera se llenaran los estadios. Se había hecho bastante famoso con las artes marciales y, en muchas ocasiones, no pasaba desapercibido, siendo saludado por hombres, niños, adultos y ancianos. La chica que lo había guiado hasta ahí acabó presentándose, dado que no se habían dicho los nombres, y se despidió para ir a un lugar concreto en las gradas donde distinguió a varios amigos suyos. Ranma anduvo despacio, adaptándose al lugar. Justo donde se encontraba había unas barandillas en las que la gente se apoyaba quedándose de pie. Decidió hacerlo por unos minutos. Fue entonces que prestó más atención al campo buscando a la musa de sus sueños, encontrándola: «Akane», suspiró interiormente.
Aún estando lejos, pudo comprender por qué la gente acudía, o al menos, el sector masculino. Los uniformes que llevaban las jugadoras le quitaban el aire a uno: camisetas rojas ajustadas a sus bustos y cinturas, pantaloncitos negros cortos pegados, rodilleras blancas, calcetines largos también blancos hasta las rodillas, y zapatillas a juego. «Vaya… Si Akane quiere presentarse así de ahora en adelante en mis sueños, disfrutaré el doble sabiendo cómo le sienta la ropa», reflexionó juguetón.
Tras el escaneo corporal, dirigió sus ojos al marcador. Iban perdiendo, y por bastante, dos sets abajo y el tercero acababa de empezar. Volvió a enfocar a Akane en el campo. Estaba en la segunda línea de ataque, lejos de la red, concentrada. Vio como gritaba algo sus compañeras con determinación y energía; parecía animarlas. Se separó de la barandilla y fue a buscar un sitio en el que sentarse, uno que no estuviera en una zona muy llena. Echó un vistazo al recinto, mirando a ver si reconocía a alguien, como por ejemplo, a alguien de la familia Tendo, a quienes no había visto en todo ese tiempo. Nabiki era la excepción. La había visto en un par de ocasiones y porque estaba en lugares cercanos de donde vivía él, pero nada más. Varias personas se giraron a mirarle y se quedaron observándole al darse cuenta de quién era. Un niño incluso se acercó tras unos minutos en los cuales no había parado de mirarle sin descanso para pedirle un autógrafo. Ranma respondió con una sonrisa sincera firmando. Le encantaba que los niños le vieran con aquella imagen de ¿ídolo? Al menos eso era mucho más seguro que las miradas de algunas jovencitas. Menos mal que ya dejó atrás aquella etapa de ajuste. Ahora, todo eso le parecía normal.
El partido continuó, siendo el Mohuroka el que ganara el tercer set. El cuarto también tenía pinta de que lo fueran a ganar las locales de nuevo. Ranma se deleitó mirando a Akane jugar. «Parece haber cambiado tanto…», pensó. Era atlética y a la vez flexible. Se tiraba rápidamente al suelo a por balones para salvarlos, y también los colocaba para que otra los rematara. Se comunicaba todo el rato con sus compañeras, bien para animarlas, indicarlas, o celebrar un punto. Observándola desde fuera, parecía una jugadora muy buena, con confianza en su juego, con experiencia y con técnica. Le hizo pensar que se asemejaba a él, aunque el suyo fuera un deporte distinto. Él tenía esas cualidades y otras más, excepto lo de jugar en equipo. Siempre luchaba solo. Así eran las artes marciales, todo se centraba en él y sólo en él. ¿Qué habría sido de las artes marciales para Akane? ¿Las seguiría practicando? Dudaba que lo hubiera dejado. Aunque ahora jugara al voleibol, lo que había sido su pasión desde bien pequeña había sido el arte. Tendría que preguntárselo.
El equipo de Akane se hizo con el cuarto set bastante raspado. Se notaba el cansancio de las jugadoras que ahora se disputaban el último set a quince puntos. El Mohuroka llevaba la ventaja, aunque el saque era para el Teracoya. El tiempo pasó llegando a los momentos decisivos del partido. Se tenía que ganar el set por dos puntos de ventaja. El marcador era 14-13 para las locales. Si anotaban una vez más, habrían ganado.
Gritos y risas se oyeron por todo lo alto cuando la número trece del Mohuroka anotó el punto que les daba la victoria. Todas las chicas se arremolinaron en torno a Nikao, protagonista de ese remate, y la abrazaron, unido a sonrisas y saltos de alegría. Ranma sonrió también. Habían ganado, Akane había ganado, y se alegraba mucho por ella. Eso no hacía más que ayudar a sus planes, unos que ya habían comenzado. Ambos equipos se dieron la mano y los entrenadores se despidieron de la entrenadora contrincante con un apretón de manos. El alivio era visible en sus caras. Muchos de los fans también vitorearon, uniéndose a la fiesta. La cancha se fue vaciando tiempo después, tanto de jugadoras y árbitros, como de espectadores, familiares y universitarios. Ranma se quedó en su sitio un rato más, no teniendo prisa.
—¡Guauu! ¿Habéis visto eso? —exclamó eufórica Nikao, que no se creía lo que había hecho.
—¡Ha sido increíble! ¡Qué remate, tía! No les has volado las cabezas a las del Teracoya de milagro —añadió Tawin.
El vestuario se había convertido en la continuación del jolgorio que había comenzado en la pista. Todas estaban felices y radiantes por haber ganado otro partido. Llevaban una racha muy buena y, esperanzadas de seguir por el mismo camino, soñaban con llegar a las finales de la competición de ese año. El estruendo amainó cuando los entrenadores entraron poco después para acortar el resumen que hacían después de cada partido y dejar que todo el mundo se fuera a casa. Todas se sentaron para oír las palabras del jefe.
—Buen trabajo, chicas. Ahora ya sabéis que aunque las cosas se pongan negras somos capaces de salir adelante. La primera parte no sé dónde estabais. Supongo que la concentración antes de empezar el partido no estaba en donde tenía que estar. Pero me alegro de que regresarais de allí en donde estuvierais todas para meteros en el juego y haceros con él.
Sonrisas por la emoción y caras de asentimiento se repitieron por la razón del entrenador.
—No podemos bajar la guardia toda una primera parte, porque no siempre vamos a poder reaccionar como hoy. Tenemos que ser constantes porque hay equipos mucho mejores que éste. Espero que hayáis aprendido la lección. Cuando queréis jugar de verdad os coméis a quien se os pone por delante, así que no perdáis ese centro —y con una gran sonrisa, pasando a ser más amistoso, miró a Nikao, ubicada en una de las esquinas—. Nikao, ¿nos enseñarás a hacer ese remate de la muerte que te has sacado hoy de la manga?
Todas se echaron a reír y algunos comentarios siguieron a ese, por lo espectacular y acertado de tal jugada y movimiento. Al rato, el entrenador se dirigió a ellas nuevamente.
—Descansar y recuperad fuerzas, que la semana que viene nos toca el Shinyukai. Nos vemos en el entrenamiento del martes —y con eso salió del vestuario.
El segundo entrenador también dijo algunas palabras parecidas, alguna que otra broma y salió siguiendo a su predecesor.
La mayoría de ellas se empezaron a desvestir para irse a las duchas. Las que no habían jugado casi nada simplemente cogieron su bolsa, se despidieron, y se marcharon a casa. Las que se quedaron continuaron hablando como cotorras del partido. Con la adrenalina por los aires debido a los minutos finales, les iba a llevar un rato calmarse.
Ranma ya estaba abajo, de pie, cerca de la recepción apoyado en una columna que lo resguardaba de la gente agrupada que había en la entrada. No eran tantas las personas esperando. Seguramente estaban ahí aún por alguna de las chicas, como él. Vio salir al equipo perdedor con el chándal de color azul oscuro. Se iban serias, altivas algunas, cabizbajas otras. Un autobús las esperaba en la salida para llevarlas de vuelta a casa. Ranma miró su reloj. «Las nueve en punto. Akane saldrá pronto», pensó poniéndose nervioso. «Joder, no es el momento para ponerme como un flan», se reprochó. Ahora era cuando le daba una sorpresa y la invitaba a cenar. Suplicaba que hoy no se negara. Sería bastante humillante una segunda vez y en persona. Había visto salir a algunas de las jugadoras de su equipo que parecían no haberse duchado al no haber jugado. Algunas saludaron a los familiares y otras se fueron directamente sin parar.
Akane estaba terminando de atarse sus zapatillas deportivas sentada en el banco para después ir a peinarse el cabello mojado delante del espejo. Pasaba de secárselo, ya había hecho lo que podía con la toalla. Iba con los pantalones largos del chándal de equipo, de color negro, y una camiseta gris suelta de manga corta, pero metida por la cintura. Aún le quedaba ponerse la sudadera, también negra, con el nombre del equipo en el pecho, y el abrigo crema de plumas con capucha que se había comprado ese invierno. Todavía hacía frío a pesar de que el mes de marzo estaba a punto de terminar. Nikao casi había acabado también de arreglarse. Las dos irían al apartamento juntas, Nikao conduciendo su coche.
—¿Estás lista, Akane? —le preguntó echándose la bolsa deportiva al hombro, sentada todavía en la balda.
—Sí —respondió guardando los aseos de baño y poniéndose las prendas de ropa. Luego hizo lo que su amiga con la bolsa, se la puso en el hombro dejando que ésta colgara baja a la altura de su cadera.
Se despidieron de las compañeras que aún estaban dentro y después salieron del vestuario andando juntas por los estrechos pasillos que conducían a la salida. Akane iba tan enfrascada en su conversación con Nikao que ni siquiera vio a Ranma a su derecha cuando salió a la zona de recepción. La salida del edificio era por la izquierda, donde algunas personas ya las llamaban para felicitarlas y hablar con ellas un rato.
Ranma se quedó congelado cuando la vio. Iba con una amiga y se giraba dándole la espalda para empezar a hablar con las personas que estaban allí. Frenado en seco, dedujo que no le había visto. Ahora encima no veía bien el interrumpirla. Algunas de sus compañeras seguían aún ahí con sus familiares, que no paraban de hablar entre ellos. Se decidió a esperar a que Akane terminara de hablar, que no fue mucho tiempo. Parecía que Akane tenía ganas de irse. La vio moverse hacía las puertas dobles de cristal saliendo detrás de la otra chica.
—Akane —llamó, pero no le debió de escuchar porque desapareció detrás de la puerta que se cerraba. Fue tras ella pasando entre las distintas personas. Una vez fuera, volvió a llamarla, estando a unos cuantos metros de distancia
—¡Akane! —alzó la voz esta vez.
—Me parece que te están llamando —le dijo Nikao dándose la vuelta para ver a un hombre acercarse a ellas. Akane hizo lo mismo quedándose blanca ante tal aparición.
—¿Ranma? —mencionó con el mismo asombro que tuvo cuando él la llamó por teléfono.
Ranma llegó hasta ellas.
—Hola —saludó alzando la mano con la mano abierta—. Te estaba llamando, pero no me has escuchado. Hola —se dirigió a Nikao esta vez.
La compañera de piso respondió de igual forma, saludando con la mano, habiéndose quedado un tanto como Akane. «¿Así que este es Ranma? Joder…», pensó dándole un vistazo rápido a su figura. Lo que era seguro es que Akane no estaba con un mosquito muerto.
—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó sorprendida la joven Tendo.
—He venido a verte. Vi el mensaje que me dejaste el otro día en el móvil, pero preferí no contestar para aparecer aquí hoy —contestó sonriendo.
—Me parece que alguien ha querido darte una sorpresa —resumió por lo bajo Nikao viendo la escena. Estaba de pie un poco por detrás de Akane totalmente de espectadora.
—¿No me digas? —le susurró Akane sonrojada mirándola con las cejas fruncidas.
—¿Quieres ir a cenar? Supongo que tendrás hambre —propuso Ranma, aunque automáticamente se corrigió—. Quiero decir, tendréis… —dijo mirando a Nikao para incluirla también.
—Oh, no. No contéis conmigo. Yo me marcho a casa, que estoy agotada. Ha sido un partido muy duro —aseguró rápidamente.
—Bueno, yo… —Akane, todavía en su trance, no es que quisiera negarse, no después de lo del otro día. Miró hacia sus deportivas—. Es que mira la ropa que llevo, no es plan de ir así —concluyó.
—Da igual, no tenemos que ir a ningún sitio fino —le quitó importancia Saotome—. Además, entiendo que acabas de salir de un partido.
—Sí, da igual Akane —añadió Nikao—. Anda, dame la bolsa —le dijo cogiéndosela—, me la llevo a casa para que no la arrastres, ¿vale?
Akane se dejó hacer sin oponerse.
—Gracias —logró susurrar.
—¿Llevas lo necesario encima? ¿La cartera, las llaves? —preguntó Nikao.
—Sí —contestó Akane palpándose los bolsillos.
—Entonces me voy. Encantada, Ranma —dijo en dirección al chico de la trenza—. Nikao, la compañera de apartamento de Akane —se auto presentó con una leve sonrisa.
—¿Una de las que gritó por el teléfono de fondo? —preguntó divertido.
Akane se empezó a poner púrpura mientras Nikao reía.
—Sí, una de ellas. Nos vemos. Hasta luego, Akane —se despidió.
—Adiós —medio susurró ante tal situación, viendo como si compañera de piso se alejaba.
«Que me trague la tierra, por favor» pensó para sí. Uno, se había olvidado de presentar a su amiga. Dos, ambos se habían reído de lo del otro día. Tres, sus piernas no dejaban de temblar. Y cuatro, no era capaz de apartar sus ojos del chico que tenía delante, vestido en unos vaqueros oscuros y una chaqueta estilo bomber que dejaba entrever una sudadera con capucha debajo.
—¿Nos vamos? —inquirió Ranma una vez quedaron solos.
Akane asintió ruborizada y ambos empezaron a andar hacia el coche de él.
«Bien, la primera parte del plan ha salido como yo quería. A ver cómo sigue lo demás», se dijo Ranma con esperanzas.
